Apocalipsis  3 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 22 versitos |
1 Al ángel de la Iglesia de Sardes escríbele: Así dice el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas: Conozco tus obras: pasas por vivo y estás muerto.
2 Vigila y robustece el resto que todavía no ha muerto; porque no encuentro tus obras justas a juicio de mi Dios.
3 Recuerda lo que recibiste y escuchaste: obsérvalo y arrepiéntete. Si no estás en vela, vendré como un ladrón, sin que sepas a qué hora llegaré.
4 Con todo, tienes en Sardes unos cuantos que no han contaminado sus vestiduras. Vestidos de blanco se pasearán conmigo, porque son dignos.
5 También el vencedor se vestirá de blanco y no borraré su nombre del libro de la vida; lo confesaré ante mi Padre y ante mis ángeles.
6 El que tenga oídos escuche lo que dice el Espíritu a las Iglesias.
7 Al ángel de la Iglesia de Filadelfia escríbele: Esto dice el Santo, el que dice la verdad, el que tiene la llave de David; el que abre y nadie puede cerrar, el que cierra y nadie puede abrir:
8 Conozco tus obras. Mira, te he puesto delante una puerta abierta que nadie puede cerrar. Aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra y no has renegado de mí.
9 Mira lo que haré a la sinagoga de Satanás, a los que se dicen judíos sin serlo, porque mienten: haré que salgan a postrarse a tus pies, reconociendo que yo te amo.
10 Como tú guardaste mi encargo de perseverar, yo te guardaré en la hora de la prueba, que se echará sobre el mundo entero para probar a los habitantes de la tierra.
11 Voy a llegar pronto: conserva lo que tienes para que nadie te arrebate la corona.
12 Al vencedor lo haré columna en el templo de mi Dios y no volverá a salir; en ella grabaré el nombre de mi Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios, de la nueva Jerusalén que baja del cielo desde mi Dios, y mi nombre nuevo.
13 El que tenga oídos escuche lo que dice el Espíritu a las Iglesias.
14 Al ángel de la Iglesia de Laodicea escríbele: Así dice el Amén, el testigo fidedigno y veraz, el principio de la creación de Dios.
15 Conozco tus obras, no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente;
16 pero como eres tibio, ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca.
17 Dices que eres rico, que tienes abundancia y no te falta nada; y no te das cuenta de que eres desgraciado, miserable y pobre, ciego y desnudo.
18 Te aconsejo que me compres oro refinado para enriquecerte, vestidos blancos para cubrirte y no enseñar desnudas tus vergüenzas, y medicina para ungirte los ojos y poder ver.
19 A los que amo yo los reprendo y corrijo. Sé fervoroso y arrepiéntete.
20 Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.
21 Al vencedor lo haré sentarse en mi trono junto a mí, igual que yo vencí y me senté junto a mi Padre en su trono.
22 El que tenga oídos escuche lo que dice el Espíritu a las Iglesias.

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Introducción a Apocalipsis 

APOCALIPSIS

Autor. Quien escribe se llama a sí mismo Juan (1,1.4.9; 22,8) y dice estar confinado en una isla por confesar a Jesucristo. Siendo tan frecuente el nombre de Juan, la cuestión de la autoría se presta a múltiples interpretaciones. En los primeros siglos se le identificó con el apóstol y evangelista. Pero ya en la segunda mitad del s. III se comenzó a dudar e incluso negar su autoría, atribuyendo el libro a otro Juan. Hoy seguimos uniendo este libro a las cartas y al evangelio en un «cuerpo joaneo», pero son pocos los que atribuyen el libro al apóstol, aunque conserven como válido el nombre de otro Juan.
De la lectura, aun somera, deducimos que el autor es de origen judío, mediano conocedor del griego, muy versado en el Antiguo Testamento, especialmente en los profetas, y conocedor de géneros literarios entonces en boga. Del género apocalíptico, además del nombre, tomó muchos recursos, pero se distanció en puntos fundamentales. Mientras los otros autores se esconden en nombres ilustres del pasado -Enoc, Abrahán, Moisés, Isaías, Baruc-, y trasforman el pasado en predicción, nuestro autor se presenta con su propio nombre, se dice contemporáneo de los destinatarios y se ocupa declaradamente del presente (1,19).

Destinatarios, fecha y lugar de composición.
Los destinatarios inmediatos son siete Iglesias de la provincia romana de Asia, a las que Juan se siente particularmente ligado y a las que escribe para compartir sus penas y por el encargo «profético» recibido. Como Pablo escribía desde la prisión, este Juan escribe desde el destierro o confinamiento a unas comunidades que ya saben de hostilidad y acoso, que ya han tenido mártires (2,13; 6,9) y que ahora se enfrentan a la gran persecución. El autor quiere prevenir y alentar a sus hermanos cristianos para la grave prueba que se avecina (3,10), cuando el emperador exigirá adoración y entrega (13,4.16-17; 19,20). ¿A quién se refiere en concreto?
Barajando los datos que proporciona el libro, es probable que el autor aluda al emperador Domiciano, quien exigió en todo el imperio honores divinos, «nuestro Dios y Señor», declaró delito capital el rehusar la adoración, y la leyenda lo miró como a un Nerón redivivo (13,3). En este caso, el libro habría sido escrito en la segunda parte de la década de los 90.
Pero su contenido no se agota en la referencia a la coyuntura histórica concreta. Con tal de no tomarlo a la letra ni como trampolín de especulaciones, el libro sigue trasmitiendo un mensaje ejemplar a todas las generaciones de la Iglesia. Las hostilidades comenzadas en el paraíso (Gn 3) no acabarán hasta que se cumpla el final del Apocalipsis: «Sí, vengo pronto. Amén» (22,20).

Género literario.
La primera palabra del texto es «Apocalipsis» -Revelación-, colocando ya al libro en ese bien definido género literario llamado «apocalíptico». El Antiguo Testamento tiene un solo representante, Daniel. El resto son apócrifos. El escritor apocalíptico se sitúa por lo general en una coyuntura de cambio o vuelco decisivo de la historia. Mira al pasado y rastrea los signos premonitorios que le indican los tiempos precedentes. Contempla un presente preñado de peligros y angustias, y descorre el velo del futuro próximo, viendo en él el juicio solemne y la restauración del reinado de Dios. Después entran las imágenes propias del género. Con todo ello interpreta y resume los signos del pasado y predice los acontecimientos que están a punto de llegar.
Nuestro autor acepta la pauta del género, la aplica y la modifica. No resume el pasado, ni el de Israel ni el de la Iglesia, pues lo supone conocido. El futuro final y definitivo no es inminente, aunque es seguro. Muchas cosas van a suceder en el intermedio. Para decirnos todo esto, Juan usa todos los recursos que le ofrece el lenguaje apocalíptico: las visiones grandiosas, las alegorías, la simbología de los colores y los números, los signos cósmicos, las figuras humanas. El repertorio es enorme, en gran parte tomado del Antiguo Testamento, pero tratado con libertad creativa.
Además, nuestro autor incorpora otros géneros a su obra, por ejemplo, el género epistolar. Es más, el escrito entero, encerrado entre los saludos del comienzo y del final, es como una gigantesca carta, con remitente, para ser leída públicamente por los destinatarios. Juan se siente investido de una misión de profeta y llama a su obra profecía: «palabra de Dios» (1,9), «espíritu profético» (19,10), «palabras proféticas» (22,7). Se considera enviado y portavoz de mensajes divinos.

Contenido. Por su rico imaginario, su extrañeza fantástica y su oscuridad enigmática, este libro ha fascinado a lectores, pensadores y artistas que no siempre han acertado con la correcta perspectiva para interpretarlo. Es más, muchas sectas pseudo-cristianas han manipulado la obra como si fuera una bola de cristal para adivinar el futuro desde la fecha exacta del fin del mundo, hasta el número exacto de los salvados.
Para el cristiano o lector de hoy, la interpretación interior del texto nos puede desconcertar o parecer incomprensible. No así para la mayoría de los contemporáneos de Juan, quienes, familiarizados con la literatura apocalíptica, sabían leer entre líneas, interpretar el lenguaje cifrado y captar el mensaje.
El libro comienza con una grandiosa auto-presentación de Cristo resucitado, Señor y dueño de la historia, «yo soy el primero y el último» (1,17), «el que vive... por los siglos de los siglos» (1,18), y que tiene un mensaje para las «siete Iglesias» (20), o sea, la totalidad de la Iglesia. A través de las siete cartas, Cristo conoce y reconoce, reprocha y amonesta, promete y cumple, pide atención e interpela. Es una llamada solemne a la conversión ante la prueba que se avecina.
Pasadas las siete cartas, el tema de conjunto (4-22) es la lucha de la Iglesia con los poderes hostiles. Juan despliega netamente los campos, como sucede en las guerras. El Jefe de la Iglesia es Jesucristo, tiene sus testigos, sus seguidores «servidores de nuestro Dios» (7,3). Enfrente está Satán que tiene su capital en Babilonia (símbolo de Roma, capital del imperio), con sus agentes y un poder limitado. La lucha va acompañada de impresionantes perturbaciones en el cielo y en la tierra. La concepción apocalíptica impone el dualismo dentro del mundo y de la historia, las antítesis, las oposiciones simétricas de personajes, figuras y escenas, como en un gran drama.
La victoria de Cristo y los suyos es segura, pero pasa por la pasión y la muerte. El Jefe, el Cordero, fue degollado; sus testigos, asesinados (11,1-12); sus siervos han de superar la gran tribulación (7,14). Pero llegará el juicio de la capital enemiga y su caída (17s), la batalla final (19,11-21) y el juicio universal (20,11-15). Después vendrá el final glorioso y gozoso, hacia el cual tiende el curso y el oleaje de la historia. El final tiene la forma de una boda del Mesías-Cordero con la Iglesia.

Lectura profética de la historia. Es una lectura válida para todos los tiempos, mensaje de aliento y de esperanza para todos los seguidores de Jesucristo que luchan contra corriente para que las realidades del reinado de Dios, un mundo mejor, una sociedad más justa, se vayan haciendo presentes. La tarea aparece como utopía imposible, por eso, ayer como hoy, la Iglesia grita: «Ven, Señor Jesús». Así termina la Palabra de Dios del Nuevo Testamento.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Apocalipsis  3,1-22Mensaje a las siete Iglesias: contenido. Las siete Iglesias no son especiales ni simbólicas. Eran las Iglesias de las que el autor se sentía responsable. Las siete estaban a lo largo de una carretera romana que las comunicaba. No eran únicas; sus problemas eran los mismos de los de otras muchas Iglesias. Cada carta es una llamada a la conversión. El número siete puede indicar que son Iglesias que representan a la Iglesia universal, con sus virtudes y defectos en medio de los desafíos creados por la religión imperial.
Las Iglesias de Éfeso, Pérgamo y Tiatira se enfrentaban a los Nicolaítas, quienes probablemente eran un grupo de cristianos que buscaban adaptarse a las normas sociales y religiosas del imperio, con una relajación de costumbres que iba contra el espíritu cristiano (2,1-14).
Éfeso era una ciudad famosa por sus ritos religiosos en honor de la diosa Artemisa, cuyo templo era una de las maravillas del mundo antiguo (Hch_19:23-40). Con sus 300.000 habitantes, Éfeso era la «luz de Asia», gran centro comercial y religioso; una tradición temprana la asoció con el apóstol Juan.
Esmirna, que se gloriaba de su fidelidad a Roma, había recibido a muchos judíos que habían sobrevivido a la destrucción de Jerusalén por los romanos; estos judíos se habían convertido en enemigos de los cristianos que formaban el nuevo Israel de Dios.
Pérgamo, residencia del gobernador romano promotor del culto al emperador, tenía una floreciente industria de pergaminos, con una gran biblioteca y centro cultural.
Tiatira tenía una nueva Jezabel; como la esposa malvada del rey Ajab que fue enemiga personal del profeta Elías y llevó al pueblo a la idolatría, tentaba a los cristianos a la aceptación de los ritos religiosos paganos, a una verdadera prostitución religiosa.
Sardis se encontraba en una situación de coma espiritual. Sus habitantes tenían fama de comodones y lujuriosos. Dos veces había caído en manos de sus enemigos por falta de vigilancia. Tenía una floreciente industria de lana blanca a la que parece referirse el texto de la carta.
Filadelfia recibe un trato más personal, lleno de ternura. Ha permanecido fiel en medio de dificultades y persecuciones; y no ha mezclado la fe con otras doctrinas y prácticas incompatibles con ella. Ahora se debe preparar para una tribulación general.
Laodicea tenía una floreciente escuela de medicina y farmacia para el tratamiento de los ojos; su fama había llegado hasta Roma. La ciudad se consideraba autosuficiente (3,17). Laodicea recibía aguas procedentes de unas fuentes termales de Hierápolis, a seis kilómetros de distancia; las aguas llegaban ya tibias. El «amén» está inspirado en Isa_65:16 y quizás en 2Co_1:20; dice lo categórico y definitivo, sin mezcla ambigua de sí y no. Al amén categórico se opone frontalmente la mezcla y confusión de caliente y frío, las componendas de paganismo y cristianismo (cfr. 2Co_6:14-16), que provocan la náusea de Dios (cfr. Jer_14:19).