Apocalipsis  8 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 13 versitos |
1

El séptimo sello y el incensario

Cuando abrió el séptimo sello, se hizo en el cielo un silencio de media hora.
2 Vi a los siete ángeles que estaban delante de Dios: les entregaron siete trompetas.
3 Otro ángel vino y se colocó junto al altar con un incensario de oro; le dieron incienso abundante para que lo añadiese a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro, delante del trono.
4 De la mano del ángel subió el humo del incienso con las oraciones de los santos hasta la presencia de Dios.
5 Después tomó el ángel el incensario, lo llenó con brasas del fuego del altar y lo arrojó a la tierra. Hubo truenos y estampidos, relámpagos y un terremoto.
6

Las siete trompetas

Los siete ángeles con las siete trompetas se dispusieron a tocarlas.
7 El primero dio un toque de trompeta: hubo granizo y fuego mezclados con sangre, que fue arrojado a la tierra. Se quemó la tercera parte de la tierra, junto con la tercera parte de los árboles y toda la hierba verde.
8 El segundo ángel dio un toque de trompeta: una montaña enorme se desplomó ardiendo en el mar. La tercera parte del mar se volvió sangre,
9 la tercera parte de los seres vivos marinos pereció, y la tercera parte de las naves naufragó.
10 El tercer ángel dio un toque de trompeta: cayó del cielo una estrella gigantesca, ardiendo como una antorcha; cayó sobre la tercera parte de los ríos y sobre los manantiales de agua.
11 La estrella se llama Ajenjo. Un tercio del agua se volvió ajenjo y muchos hombres que bebieron de esas aguas murieron, porque se habían vuelto amargas.
12 El cuarto ángel dio un toque de trompeta: se oscureció la tercera parte del sol, de la luna y de las estrellas, de modo que una tercera parte de todo se oscureció; faltó una tercera parte de la luz del día y lo mismo sucedió con la noche.
13 Vi un águila volando por lo más alto del cielo y oí que gritaba muy fuerte: ¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra cuando suenen las trompetas que van a tocar los otros tres ángeles!

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Introducción a Apocalipsis 

APOCALIPSIS

Autor. Quien escribe se llama a sí mismo Juan (1,1.4.9; 22,8) y dice estar confinado en una isla por confesar a Jesucristo. Siendo tan frecuente el nombre de Juan, la cuestión de la autoría se presta a múltiples interpretaciones. En los primeros siglos se le identificó con el apóstol y evangelista. Pero ya en la segunda mitad del s. III se comenzó a dudar e incluso negar su autoría, atribuyendo el libro a otro Juan. Hoy seguimos uniendo este libro a las cartas y al evangelio en un «cuerpo joaneo», pero son pocos los que atribuyen el libro al apóstol, aunque conserven como válido el nombre de otro Juan.
De la lectura, aun somera, deducimos que el autor es de origen judío, mediano conocedor del griego, muy versado en el Antiguo Testamento, especialmente en los profetas, y conocedor de géneros literarios entonces en boga. Del género apocalíptico, además del nombre, tomó muchos recursos, pero se distanció en puntos fundamentales. Mientras los otros autores se esconden en nombres ilustres del pasado -Enoc, Abrahán, Moisés, Isaías, Baruc-, y trasforman el pasado en predicción, nuestro autor se presenta con su propio nombre, se dice contemporáneo de los destinatarios y se ocupa declaradamente del presente (1,19).

Destinatarios, fecha y lugar de composición.
Los destinatarios inmediatos son siete Iglesias de la provincia romana de Asia, a las que Juan se siente particularmente ligado y a las que escribe para compartir sus penas y por el encargo «profético» recibido. Como Pablo escribía desde la prisión, este Juan escribe desde el destierro o confinamiento a unas comunidades que ya saben de hostilidad y acoso, que ya han tenido mártires (2,13; 6,9) y que ahora se enfrentan a la gran persecución. El autor quiere prevenir y alentar a sus hermanos cristianos para la grave prueba que se avecina (3,10), cuando el emperador exigirá adoración y entrega (13,4.16-17; 19,20). ¿A quién se refiere en concreto?
Barajando los datos que proporciona el libro, es probable que el autor aluda al emperador Domiciano, quien exigió en todo el imperio honores divinos, «nuestro Dios y Señor», declaró delito capital el rehusar la adoración, y la leyenda lo miró como a un Nerón redivivo (13,3). En este caso, el libro habría sido escrito en la segunda parte de la década de los 90.
Pero su contenido no se agota en la referencia a la coyuntura histórica concreta. Con tal de no tomarlo a la letra ni como trampolín de especulaciones, el libro sigue trasmitiendo un mensaje ejemplar a todas las generaciones de la Iglesia. Las hostilidades comenzadas en el paraíso (Gn 3) no acabarán hasta que se cumpla el final del Apocalipsis: «Sí, vengo pronto. Amén» (22,20).

Género literario.
La primera palabra del texto es «Apocalipsis» -Revelación-, colocando ya al libro en ese bien definido género literario llamado «apocalíptico». El Antiguo Testamento tiene un solo representante, Daniel. El resto son apócrifos. El escritor apocalíptico se sitúa por lo general en una coyuntura de cambio o vuelco decisivo de la historia. Mira al pasado y rastrea los signos premonitorios que le indican los tiempos precedentes. Contempla un presente preñado de peligros y angustias, y descorre el velo del futuro próximo, viendo en él el juicio solemne y la restauración del reinado de Dios. Después entran las imágenes propias del género. Con todo ello interpreta y resume los signos del pasado y predice los acontecimientos que están a punto de llegar.
Nuestro autor acepta la pauta del género, la aplica y la modifica. No resume el pasado, ni el de Israel ni el de la Iglesia, pues lo supone conocido. El futuro final y definitivo no es inminente, aunque es seguro. Muchas cosas van a suceder en el intermedio. Para decirnos todo esto, Juan usa todos los recursos que le ofrece el lenguaje apocalíptico: las visiones grandiosas, las alegorías, la simbología de los colores y los números, los signos cósmicos, las figuras humanas. El repertorio es enorme, en gran parte tomado del Antiguo Testamento, pero tratado con libertad creativa.
Además, nuestro autor incorpora otros géneros a su obra, por ejemplo, el género epistolar. Es más, el escrito entero, encerrado entre los saludos del comienzo y del final, es como una gigantesca carta, con remitente, para ser leída públicamente por los destinatarios. Juan se siente investido de una misión de profeta y llama a su obra profecía: «palabra de Dios» (1,9), «espíritu profético» (19,10), «palabras proféticas» (22,7). Se considera enviado y portavoz de mensajes divinos.

Contenido. Por su rico imaginario, su extrañeza fantástica y su oscuridad enigmática, este libro ha fascinado a lectores, pensadores y artistas que no siempre han acertado con la correcta perspectiva para interpretarlo. Es más, muchas sectas pseudo-cristianas han manipulado la obra como si fuera una bola de cristal para adivinar el futuro desde la fecha exacta del fin del mundo, hasta el número exacto de los salvados.
Para el cristiano o lector de hoy, la interpretación interior del texto nos puede desconcertar o parecer incomprensible. No así para la mayoría de los contemporáneos de Juan, quienes, familiarizados con la literatura apocalíptica, sabían leer entre líneas, interpretar el lenguaje cifrado y captar el mensaje.
El libro comienza con una grandiosa auto-presentación de Cristo resucitado, Señor y dueño de la historia, «yo soy el primero y el último» (1,17), «el que vive... por los siglos de los siglos» (1,18), y que tiene un mensaje para las «siete Iglesias» (20), o sea, la totalidad de la Iglesia. A través de las siete cartas, Cristo conoce y reconoce, reprocha y amonesta, promete y cumple, pide atención e interpela. Es una llamada solemne a la conversión ante la prueba que se avecina.
Pasadas las siete cartas, el tema de conjunto (4-22) es la lucha de la Iglesia con los poderes hostiles. Juan despliega netamente los campos, como sucede en las guerras. El Jefe de la Iglesia es Jesucristo, tiene sus testigos, sus seguidores «servidores de nuestro Dios» (7,3). Enfrente está Satán que tiene su capital en Babilonia (símbolo de Roma, capital del imperio), con sus agentes y un poder limitado. La lucha va acompañada de impresionantes perturbaciones en el cielo y en la tierra. La concepción apocalíptica impone el dualismo dentro del mundo y de la historia, las antítesis, las oposiciones simétricas de personajes, figuras y escenas, como en un gran drama.
La victoria de Cristo y los suyos es segura, pero pasa por la pasión y la muerte. El Jefe, el Cordero, fue degollado; sus testigos, asesinados (11,1-12); sus siervos han de superar la gran tribulación (7,14). Pero llegará el juicio de la capital enemiga y su caída (17s), la batalla final (19,11-21) y el juicio universal (20,11-15). Después vendrá el final glorioso y gozoso, hacia el cual tiende el curso y el oleaje de la historia. El final tiene la forma de una boda del Mesías-Cordero con la Iglesia.

Lectura profética de la historia. Es una lectura válida para todos los tiempos, mensaje de aliento y de esperanza para todos los seguidores de Jesucristo que luchan contra corriente para que las realidades del reinado de Dios, un mundo mejor, una sociedad más justa, se vayan haciendo presentes. La tarea aparece como utopía imposible, por eso, ayer como hoy, la Iglesia grita: «Ven, Señor Jesús». Así termina la Palabra de Dios del Nuevo Testamento.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Apocalipsis  8,1-5El séptimo sello y el incensario. El séptimo sello abre la puerta para la revelación de las siete trompetas. Las fuentes bíblicas hablan de siete ángeles especiales que están en la presencia de Dios (Tob_12:15) que revelan las acciones especiales de Dios; Miguel, Gabriel y Rafael son bien conocidos por la Biblia; Uriel, Raguel, Sariel y Remiel aparecen en los libros apócrifos. Estos ángeles son intermediarios de las oraciones de los santos y de la respuesta de Dios para sus elegidos.


Apocalipsis  8,6-13Las siete trompetas. La trompeta era el instrumento musical cuyo sonido llegaba más lejos; nadie podía ignorarlo. La trompeta sonaba como señal de alarma, para reunir a la gente; anunciaba las fiestas y los triunfos del pueblo; en las batallas dirigía el curso de los combates. Pronto se convirtió en instrumento escatológico tradicional (1Ts_4:16). Las trompetas del Apocalipsis son llamadas apremiantes y alarmantes a la conversión porque el fin está cercano. Las plagas provocadas por las trompetas recuerdan a las plagas de Egipto (Éx 7-10). Los objetos relacionados con las trompetas recuerdan los elementos empleados en la liturgia del templo de Jerusalén: trompetas, carbones, copas, perfumes, y el altar. Toda la naturaleza es como un gran templo de Dios. Las plagas contienen alusiones a fenómenos naturales y sucesos históricos de la época del autor. Están descritas en estilo poético y épico para apremiar a los lectores a la conversión.
Los fenómenos naturales y las catástrofes de la historia son señales de los tiempos, signos divinos de la limitación de lo humano. Jesús proclamó que la lluvia no es sólo un fenómeno natural; es un don divino del Padre sobre justos y pecadores (Mat_5:45). Como los siete sellos, las trompetas están dispuestas en dos series de 4. Las tres primeras, como los sellos, están íntimamente relacionadas entre sí, y no afectan a las personas sino a los lugares donde éstas viven y trabajan; son plagas parciales porque aún queda tiempo y espacio para la conversión.
Las dos últimas plagas recuerdan las invasiones de los partos que ya antes habían derrotado a las legiones romanas y tomado Jerusalén; eran una señal de la caducidad del imperio romano. Al final se constata que el poder de Dios puede vencerlo todo menos el endurecimiento voluntario de las personas.