Judith 3 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 10 versitos |
1 Y despacharon una embajada con esta propuesta de paz:
2 – Aquí nos tienes, siervos del emperador Nabucodonosor, postrados ante ti. Trátanos como mejor te parezca.
3 Tienes a tu disposición nuestras casas y todo nuestro territorio, los campos de trigo, nuestras ovejas y vacas, todos los establos de nuestros poblados; dispón de ellos como gustes.
4 Nuestras ciudades y sus habitantes son tus esclavos; avanza hacia ellas en el plan que prefieras.
5 Los embajadores se presentaron a Holofernes y le transmitieron el mensaje.
6 Entonces Holofernes bajó con su ejército hacia la costa del mar, dejó guarniciones en las ciudades fortificadas y se llevó gente escogida para servicios auxiliares.
7 Por toda la región lo recibieron con coronas, danzas y panderos.
8 Pero él destruyó sus santuarios, taló los árboles sagrados y se dedicó a exterminar todos los dioses del país, para que todas las naciones adoraran sólo a Nabucodonosor y todas las tribus lo invocasen como dios, cada una en su lengua.
9 Cuando llegó a la vista de Esdrelón, cerca de Dotán, que está frente a la serranía de Judá,
10 acampó entre Gabá y Escitópolis, y allí se quedó un mes, reuniendo provisiones para el ejército.

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Introducción a Judith

JUDIT

Contexto histórico. Siempre tuvo Israel que enfrentarse con culturas extranjeras, sin perder su identidad o casi recreándola por contraste. Fue relativamente fácil con la cultura egipcia, cananea, babilónica, etc., pero la penetración y difusión del helenismo plantea al pueblo una de sus mayores crisis históricas.
El helenismo representa algo nuevo, sobre todo como irradiación de una cultura atractiva y fascinadora. Si las armas de Alejandro Magno vencieron, la cultura helénica convence. ¿Será una amenaza para Israel, para ese pueblo extraño que vive separado de los demás? ¿Podrá asimilar Israel la cultura griega del helenismo como un día asimiló la cultura cananea?
Hay que distinguir, a corto plazo, dos épocas en el desafío del helenismo. En la primera etapa, algunos espíritus críticos saben volver su mirada inquisitiva y crítica sobre sus propias tradiciones y doctrinas. A esta época podrían pertenecer el libro de Jonás y el Eclesiastés. Sin embargo, la posible asimilación pacífica queda violentamente truncada por la conjunción de dos fuerzas: los excesos de los círculos progresistas y la opresión de un tirano extranjero, Antíoco IV Epífanes, el gran enemigo del pueblo judío, del que hablan los libros de los Macabeos y al que parece referirse el libro de Judit.

El libro de Judit. En estas circunstancias, durante los azares de la rebelión de los Macabeos, nuestro autor anónimo se pone a componer una historia -probablemente hacia finales del s. II a.C.- que sirva para animar a la resistencia. Será una historia conocida y nueva, ideal y realizable; sonará a cosa vieja, pero tendrá una clave de lectura en el momento actual. La acumulación de datos precisos le sirve para enmascarar la referencia peligrosa a los hechos del día; los lectores de la época entendían fácilmente ese guiño malicioso, que suena ya en el nombre de la protagonista («La Judía»).
El argumento, reducido a esqueleto, es de pura ascendencia bíblica, aunque es nuevo el hecho de que el pueblo no haya pecado. Tradicional es el motivo de la mujer que seduce y vence al enemigo (Yael-Sísara, Dalila-Sansón); Judit toma algunos rasgos proféticos, denunciando a los jefes su falta de confianza, presentándose a Holofernes como confidente de Dios. También son tradicionales los motivos del extranjero alabando a Israel, el descubrimiento del asesinato, las danzas y el canto de victoria, la soberbia del extranjero agresor, el castigo del enemigo por la noche y la liberación por la mañana.
A esto se añade la abundante fraseología tradicional, que sumerge al lector en un lenguaje familiar, bastante concentrado. Este recurso literario tiene una función decisiva: el pasado todavía es presente y puede volver a repetirse, incluso adoptando formas nuevas.
El autor narra los hechos con amplitud, en proceso cronológico lineal (salvo dos síntesis históricas). Es maestro en el arte de sustentar y estrechar la acción, en la creación de escenas sugerentes, en la aceleración rítmica cuando llega el momento culminante. Descuella su manejo de la ironía a diversos niveles: caracterización de Nabucodonosor y Holofernes, las palabras de Judit al general enemigo, las alusiones del autor al partido colaboracionista.
En su estilo destaca el amor a las enumeraciones que expresan riqueza, extensión, universalidad, y la expresión enfática, retórica, y los discursos que piden una recitación dramática.

Texto. A través de la complicada y literal traducción griega es fácil, muchas veces, leer el texto del original hebreo que se encuentra detrás, con suficiente seguridad para mejorar dicha traducción.

Mensaje religioso. Es la destacada personalidad de Judit, «La Judía», la que encarna el mensaje religioso del libro, personalidad más simbólica que individual. Judit es encarnación del pueblo, como novia (por la belleza) y como madre, según la tradición profética. Encarna la piedad y fidelidad al Señor y la confianza en Dios, el valor con la sagacidad. Es una figura ideal que podrá inspirar a cualquier hijo de Israel. Como viuda puede representar el sufrimiento del pueblo, aparentemente abandonado de su Señor (Is 49 y 54); puede concentrar toda su fidelidad en el único Señor del pueblo. No teniendo hijos físicos, puede asumir la maternidad de todo el pueblo y convertirse en «bienhechora de Israel». Judit aconseja como Débora, hiere como Yael, canta como María.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Judith 3,1-10El general Holofernes. Las órdenes de Nabucodonosor, como palabras divinas, son cumplidas de inmediato por su general. En pocas líneas se describe una campaña que tardaría meses en realizarse, el avance del exagerado ejército es sencillamente avasallador. En 3,1-4 encontramos tres expresiones de la más absoluta y absurda sumisión: sumisión de las personas, entrega de los bienes de sustento y entrega de ciudades y territorios. Con todo, al imperio no le basta sólo el sometimiento político y económico, también es necesario el sometimiento religioso, el cual hace valer Holofernes: destruye todo santuario, todo árbol sagrado, toda divinidad para entronizar a Nabucodonosor a fin de que «todas las naciones adoraran sólo a Nabucodonosor y todas las tribus lo invocasen como dios, cada una en su lengua» (3,8). En este punto, no sólo geográfico -el ejército se halla en la misma frontera judía- sino también ideológico, se van a desarrollar las escenas siguientes. Israel no se resignará tan fácilmente -al menos un sector- a dejarse contar entre los que pacíficamente se han sometido a las pretensiones del emperador.