Judith 9 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 14 versitos |
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Oración de Judit

Era el momento en que acababan de ofrecer en el templo de Jerusalén el incienso vespertino. Judit se echó ceniza en la cabeza, y postrada en tierra, se descubrió el sayal que llevaba a la cintura y gritó al Señor con todas sus fuerzas:
2 Señor, Dios de mi padre Simeón,
al que pusiste una espada en la mano
para vengarse de los extranjeros
que forzaron vergonzosamente a una doncella,
la desnudaron para violentarla
y profanaron su seno deshonrándola.
Aunque tú habías dicho: No hagan eso, lo hicieron.
3 Por eso entregaste sus jefes a la matanza,
y su lecho, envilecido por su engaño,
con engaño quedó ensangrentado:
heriste a esclavos con amos, y a los amos en sus tronos,
4 entregaste sus mujeres al pillaje, sus hijas a la cautividad;
sus despojos fueron repartidos entre tus hijos queridos,
que, encendidos por tu celo,
y horrorizados por la mancha causada a su sangre,
te habían pedido auxilio.
¡Dios, Dios mío, escucha a esta viuda!
5 Tú hiciste aquello, y lo de antes y lo de después.
Tú proyectas el presente y el futuro,
lo que tú quieres, sucede;
6 tus proyectos se presentan y dicen: Aquí estamos.
Porque todos tus caminos están preparados,
y tus designios, previstos de antemano.
7 Ahí están los asirios:
en el apogeo de su fuerza,
orgullosos de sus caballos y jinetes,
soberbios por el vigor de su infantería,
seguros de sus escudos, lanzas, arcos y hondas;
¡y no saben que tú eres el Señor, que pone fin a la guerra!
8 ¡Tu nombre es el Señor!
Quebranta su fuerza con tu poder,
aplasta su dominio con tu cólera.
Porque han decidido profanar tu templo,
manchar la tienda donde reside tu nombre glorioso,
echar abajo con el hierro los salientes de tu altar.
9 Mira su soberbia, descarga tu ira sobre sus cabezas,
ayuda a esta viuda a realizar la hazaña que ha pensado.
10 Por mi lengua seductora
hiere a esclavos con amos, al señor con el siervo;
quebranta su arrogancia a manos de una mujer.
11 Tu poder no está en el número ni tu imperio en los guerreros;
eres Dios de los humildes, socorredor de los pequeños,
protector de los débiles, defensor de los desanimados,
salvador de los desesperados.
12 Sí, sí, Dios de mi padre,
Dios de la herencia de Israel, dueño de cielo y tierra,
creador de las aguas, rey de toda la creación,
escucha mi súplica
13 y concédeme hablar seductoramente
para herir de muerte a los que han planeado
una venganza cruel contra tus fieles,
tu santa morada, el monte Sión
y la casa que es posesión de tus hijos.
14 Haz que todo tu pueblo y todas las tribus
vean y conozcan que tú eres el único Dios,
Dios de toda fuerza y de todo poder,
y que no hay nadie que proteja a la raza israelita fuera de ti.

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Introducción a Judith

JUDIT

Contexto histórico. Siempre tuvo Israel que enfrentarse con culturas extranjeras, sin perder su identidad o casi recreándola por contraste. Fue relativamente fácil con la cultura egipcia, cananea, babilónica, etc., pero la penetración y difusión del helenismo plantea al pueblo una de sus mayores crisis históricas.
El helenismo representa algo nuevo, sobre todo como irradiación de una cultura atractiva y fascinadora. Si las armas de Alejandro Magno vencieron, la cultura helénica convence. ¿Será una amenaza para Israel, para ese pueblo extraño que vive separado de los demás? ¿Podrá asimilar Israel la cultura griega del helenismo como un día asimiló la cultura cananea?
Hay que distinguir, a corto plazo, dos épocas en el desafío del helenismo. En la primera etapa, algunos espíritus críticos saben volver su mirada inquisitiva y crítica sobre sus propias tradiciones y doctrinas. A esta época podrían pertenecer el libro de Jonás y el Eclesiastés. Sin embargo, la posible asimilación pacífica queda violentamente truncada por la conjunción de dos fuerzas: los excesos de los círculos progresistas y la opresión de un tirano extranjero, Antíoco IV Epífanes, el gran enemigo del pueblo judío, del que hablan los libros de los Macabeos y al que parece referirse el libro de Judit.

El libro de Judit. En estas circunstancias, durante los azares de la rebelión de los Macabeos, nuestro autor anónimo se pone a componer una historia -probablemente hacia finales del s. II a.C.- que sirva para animar a la resistencia. Será una historia conocida y nueva, ideal y realizable; sonará a cosa vieja, pero tendrá una clave de lectura en el momento actual. La acumulación de datos precisos le sirve para enmascarar la referencia peligrosa a los hechos del día; los lectores de la época entendían fácilmente ese guiño malicioso, que suena ya en el nombre de la protagonista («La Judía»).
El argumento, reducido a esqueleto, es de pura ascendencia bíblica, aunque es nuevo el hecho de que el pueblo no haya pecado. Tradicional es el motivo de la mujer que seduce y vence al enemigo (Yael-Sísara, Dalila-Sansón); Judit toma algunos rasgos proféticos, denunciando a los jefes su falta de confianza, presentándose a Holofernes como confidente de Dios. También son tradicionales los motivos del extranjero alabando a Israel, el descubrimiento del asesinato, las danzas y el canto de victoria, la soberbia del extranjero agresor, el castigo del enemigo por la noche y la liberación por la mañana.
A esto se añade la abundante fraseología tradicional, que sumerge al lector en un lenguaje familiar, bastante concentrado. Este recurso literario tiene una función decisiva: el pasado todavía es presente y puede volver a repetirse, incluso adoptando formas nuevas.
El autor narra los hechos con amplitud, en proceso cronológico lineal (salvo dos síntesis históricas). Es maestro en el arte de sustentar y estrechar la acción, en la creación de escenas sugerentes, en la aceleración rítmica cuando llega el momento culminante. Descuella su manejo de la ironía a diversos niveles: caracterización de Nabucodonosor y Holofernes, las palabras de Judit al general enemigo, las alusiones del autor al partido colaboracionista.
En su estilo destaca el amor a las enumeraciones que expresan riqueza, extensión, universalidad, y la expresión enfática, retórica, y los discursos que piden una recitación dramática.

Texto. A través de la complicada y literal traducción griega es fácil, muchas veces, leer el texto del original hebreo que se encuentra detrás, con suficiente seguridad para mejorar dicha traducción.

Mensaje religioso. Es la destacada personalidad de Judit, «La Judía», la que encarna el mensaje religioso del libro, personalidad más simbólica que individual. Judit es encarnación del pueblo, como novia (por la belleza) y como madre, según la tradición profética. Encarna la piedad y fidelidad al Señor y la confianza en Dios, el valor con la sagacidad. Es una figura ideal que podrá inspirar a cualquier hijo de Israel. Como viuda puede representar el sufrimiento del pueblo, aparentemente abandonado de su Señor (Is 49 y 54); puede concentrar toda su fidelidad en el único Señor del pueblo. No teniendo hijos físicos, puede asumir la maternidad de todo el pueblo y convertirse en «bienhechora de Israel». Judit aconseja como Débora, hiere como Yael, canta como María.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Judith 9,1-14Oración de Judit. Después de su discurso con fuerte acento profético, Judit pronuncia una plegaria personal, una súplica inspirada en motivos de diversos salmos. El piadoso judío sabía por experiencia que ante Dios no valen arrogancias, que ante él, el arrogante y el soberbio son como si no existieran, y que la mirada de Dios está fija en el humilde. En una palabra, Judit suplica a Dios que se cumpla la convicción fundamental de su fe y de la fe del pueblo: Dios es la única fuerza de los débiles y pequeños.