JUECES
El título del libro es antiguo, aunque no original. Mientras el libro de Josué se centra en un único protagonista, que le da su nombre, este otro se reparte entre muchos protagonistas sucesivos, que quedan asumidos bajo un título común. «Juez» es un oficio bastante definido y homogéneo; en cambio, al leer el libro nos encontramos con jefes militares, una profetisa, un extraño soldado consagrado, un usurpador y varios jefes pacíficos mal definidos, entre otros. Para ganar en claridad podríamos reunir en un grupo a los personajes que intervienen militarmente contra la opresión o la agresión extranjera -los llamados jueces mayores-, y en otro, al resto, registrado en forma de lista en 10,1-5 y 12,8-15 -los jueces menores-. De estos últimos no se cuentan maravillosas hazañas, no han merecido cantos épicos; solamente se consigna que se sucedieron en el cargo de «jueces», lo ejercieron vitaliciamente durante veintitrés, veintidós, siete, diez, ocho años, murieron y fueron sepultados en su tierra. Estos personajes aparecen en una lista de fórmulas repetidas, con todas las apariencias de lista oficial, conservada quizás en los archivos de la administración judicial. En cambio, los «jueces mayores» no se suceden continuamente, sino que surgen cuando el Espíritu del Señor los arrebata; no dirimen litigios, sino vencen al enemigo en campaña abierta o con estratagemas; rehúsan un cargo vitalicio, como Gedeón (8,22s), o mueren relativamente jóvenes, como Sansón. El sociólogo Max Weber llamó a los mayores «jefes carismáticos», con una fórmula que ha hecho fortuna, porque contrapone la institución (jueces menores) al carisma (jueces mayores).
Composición y contexto histórico del libro. ¿Cómo se explica la unificación de este material heterogéneo? Podemos imaginarnos así el trabajo del autor que compuso el libro definitivo -sin bajar a muchos detalles-: Quiso llenar el espacio de vacío histórico que discurre en el suelo de Canaán antes de la monarquía, de manera que aparezca una continuidad. Para ello echa mano del material antiguo a su disposición: por una parte, «cantares de gesta» típicos de una edad heroica, transmitidos oralmente y recogidos en colecciones menores; por otra, una lista de funcionarios centrales, que representan una verdadera institución. Con estos materiales heterogéneos construye una historia seguida, una cronología sin huecos. Realiza un trabajo de unificación, superpuesto al material preexistente.
El libro logra presentar una continuidad de salvación. Esa continuidad se desenvuelve en una alternancia irregular de momentos espectaculares y tiempos cotidianos. Todo el material está proyectado sobre la totalidad de Israel, sean los jueces institucionales (hecho probablemente histórico), sean los liberadores locales o los de la confederación.
En una primera operación tenemos que dividir el libro en una sección inicial que se refiere todavía a la conquista (1,1-2,10), un cuerpo que comprende los jueces y salvadores (2,11-16,31), un par de episodios tribales «antes de la monarquía» (17-21). En el libro de los Jueces, como en pocos del Antiguo Testamento, se puede apreciar la existencia de materiales antiguos y la elaboración artificiosa en un conjunto unificado. El material antiguo se remonta por etapas orales hasta poco después de los hechos; la composición final parece caer en tiempo del destierro, como parte de la gran Historia Deuteronomística.
El balance final es que no podemos reconstruir una historia del período. Pero sí podemos saborear unos cuantos relatos magistrales.
Mensaje religioso. La idea teológica que recorre todo el Deuteronomio, la fragilidad humana y la inagotable paciencia y providencia de Dios aparece en el libro de los Jueces como un componente del esquema narrativo con que viene tratado cada episodio: pecado del pueblo, castigo a manos de los enemigos y la aparición de un salvador carismático que lleva de nuevo a la comunidad recalcitrante a los caminos de Dios. Un paso más en la afirmación de la fe de Israel en tiempos difíciles: Dios no abandonará a su pueblo.
Jueces 10,1-18Jueces menores I - Liturgia penitencial. Después de la muerte de Abimelec, que no produjo ningún cambio positivo en el pueblo, lo único que pueden hacer los israelitas es irse a casa. Aparece fugazmente la primera lista de jueces menores, Tolá y Yair (10,1-5) -la segunda lista la tendremos en 12,8-15-. El autor nos informa muy poco de estos dos jueces. Sabemos el periodo que duro su gobierno, pero las funciones que estos jueces desempeñaron no son del todo claras.
Tan pronto murieron este par de jueces, el autor enfatiza la iniquidad del pueblo de Israel, esta vez no solo adora a los dioses de los cananeos, sino también a los dioses de Siria, de Fenicia, de Moab, de los amonitas, y de los filisteos. Después de leer esta letanía de dioses extranjeros, el lector se puede preguntar: ¿Hay alguna otra deidad que Israel no adoró? Ante esta deplorable situación, lo único que le queda a Dios es entregarlos a los otros dioses. Después de experimentar la opresión, Israel clama a Dios, pero esta vez tendrá que negociar y «hacer algo extraordinario» para que Dios se llene de misericordia. Israel confiesa y reconoce que ha adorado a los baales, pero Dios no «está» dispuesto a acceder a las peticiones de su pueblo. Dios siempre ha sido fiel, pero Israel no. Esta vez la situación de Israel es desesperanzadora, Dios ha jurado no volver a salvarlos. Sin Dios el futuro de Israel es incierto, por tal motivo tiene que hacer algo urgentemente, para que Dios muestre misericordia. Los israelitas, expertos en negociar, se mueven de modo distinto, si no son capaces de alcanzar el favor de Dios por medio de la palabra, pasan a la acción, quitando a los dioses extranjeros y adorando sólo al Señor. Ante este «cambio» que manifiesta el pueblo de Israel, Dios no se puede resistir, los perdona y les brinda su amistad una vez más.