Jueces 19 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 30 versitos |
1

El crimen de Guibeá
Gn 19

En aquel tiempo no había rey en Israel. En la serranía de Efraín vivía un levita que tenía una concubina de Belén de Judá.
2 Ella le fue infiel y se marchó a casa de su padre, a Belén de Judá, y estuvo allí cuatro meses.
3 Su marido se puso en camino tras ella, a ver si la convencía para que volviese. Llevó consigo un criado y un par de burros. Llegó a casa de su suegro, y al verlo, el padre de la chica salió todo contento a recibirlo.
4 Su suegro, el padre de la chica, lo retuvo, y el levita se quedó con él tres días, comiendo, bebiendo y durmiendo allí.
5 Al cuarto día madrugó y se preparó para marchar. Pero el padre de la chica le dijo:
– Repara antes tus fuerzas, prueba un bocado y luego te irás.
6 Se sentaron a comer y beber juntos. Después el padre de la chica dijo al yerno:
– Anda, quédate otro día, que te sentará bien.
7 El levita se disponía a marchar; pero su suegro le insistió tanto, que cambió de parecer y se quedó allí.
8 A la mañana del quinto día madrugó para marchar, y el padre de la chica le dijo:
– Anda, repón fuerzas.
Y se entretuvieron comiendo juntos, hasta avanzado el día.
9 Cuando el levita se levantó para marchar con su concubina y el criado, el suegro, el padre de la chica, le dijo:
– Mira, ya se hace tarde; pasa aquí la noche, que te sentará bien; mañana madrugas y haces el camino a casa.
10 Pero el levita no quiso quedarse y emprendió el viaje; así llegó frente a Jebús – o sea, Jerusalén– . Iba con los dos burros aparejados, la concubina y el criado.
11 Llegaron cerca de Jebús al atardecer, y le dice el criado a su amo:
– Podemos desviarnos hacia esa ciudad de los jebuseos y hacer noche en ella.
12 Pero el amo le respondió:
– No vamos a ir a una ciudad de extranjeros, de gente no israelita. Seguiremos hasta Guibeá.
13 Y añadió:
– Vamos a acercarnos a uno de esos lugares, y pasaremos la noche en Guibeá o en Ramá.
14 Siguieron su camino, y cuando el sol se ponía llegaron a Guibeá de Benjamín.
15 Se dirigieron allá para entrar a pasar la noche. El levita entró en el pueblo y se instaló en la plaza, pero nadie los invitó a su casa a pasar la noche.
16 Ya de tarde llegó un viejo de su labranza. Era oriundo de la sierra de Efraín, y, por tanto, emigrante también él en Guibeá. Los del pueblo eran benjaminitas.
17 El viejo alzó los ojos y vio al viajero en la plaza del pueblo. Le preguntó:
–¿Adónde vas y de dónde vienes?
18 Le respondió:
– Vamos de paso, desde Belén de Judá hasta la serranía de Efraín; yo soy de allí y vuelvo de Belén a mi casa; pero nadie me invita a la suya,
19 y eso que traigo paja y forraje para los burros, y tengo comida para mí, para tu servidora y para el criado que acompaña a tu servidor. No nos falta nada.
20 El viejo le dijo:
–¡Sé bienvenido! Yo me haré cargo de todo lo que necesites. No voy a permitir que pases la noche en la plaza.
21 Lo metió en su casa, dio de comer a los burros, los viajeros se lavaron los pies y se pusieron a cenar.
22

La tragedia

Estaban pasando un momento agradable cuando los del pueblo, unos pervertidos, rodearon la casa, y golpeando la puerta, gritaron al viejo, dueño de la casa:
– Saca al hombre que ha entrado en tu casa, para que nos aprovechemos de él.
23 El dueño de la casa salió afuera y les rogó:
– Por favor, hermanos, por favor, no hagan una barbaridad con ese hombre, porque ese hombre es mi huésped; ¡no cometan tal infamia!
24 Miren, están mi hija y su concubina; las voy a sacar para que abusen de ellas y hagan con ellas lo que quieran; pero a ese hombre no se les ocurra hacerle tal infamia.
25 Como no querían hacerle caso, el levita tomó a su mujer y la sacó afuera. Ellos se aprovecharon de ella y la maltrataron toda la noche hasta la madrugada; cuando amanecía la soltaron.
26 Al rayar el día volvió la mujer y se desplomó ante la puerta de la casa donde se había hospedado su marido; allí quedó hasta que clareó.
27 Su marido se levantó a la mañana, abrió la puerta de la casa, y salía ya para seguir el viaje, cuando encontró a la concubina caída a la puerta de la casa, las manos sobre el umbral.
28 Le dijo:
– Levántate, vamos.
Pero no respondía. Entonces la recogió, la cargó sobre el burro y emprendió el viaje hacia su pueblo.
29 Cuando llegó a su casa, agarró un cuchillo, tomó el cadáver de su concubina, lo despedazó en doce trozos y los envió por todo Israel.
30 Cuantos lo vieron comentaban:
– Nunca ocurrió ni se vio cosa igual desde el día en que salieron los israelitas de Egipto hasta hoy. Reflexionen, deliberen y decidan.

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Introducción a Jueces

JUECES

El título del libro es antiguo, aunque no original. Mientras el libro de Josué se centra en un único protagonista, que le da su nombre, este otro se reparte entre muchos protagonistas sucesivos, que quedan asumidos bajo un título común. «Juez» es un oficio bastante definido y homogéneo; en cambio, al leer el libro nos encontramos con jefes militares, una profetisa, un extraño soldado consagrado, un usurpador y varios jefes pacíficos mal definidos, entre otros. Para ganar en claridad podríamos reunir en un grupo a los personajes que intervienen militarmente contra la opresión o la agresión extranjera -los llamados jueces mayores-, y en otro, al resto, registrado en forma de lista en 10,1-5 y 12,8-15 -los jueces menores-. De estos últimos no se cuentan maravillosas hazañas, no han merecido cantos épicos; solamente se consigna que se sucedieron en el cargo de «jueces», lo ejercieron vitaliciamente durante veintitrés, veintidós, siete, diez, ocho años, murieron y fueron sepultados en su tierra. Estos personajes aparecen en una lista de fórmulas repetidas, con todas las apariencias de lista oficial, conservada quizás en los archivos de la administración judicial. En cambio, los «jueces mayores» no se suceden continuamente, sino que surgen cuando el Espíritu del Señor los arrebata; no dirimen litigios, sino vencen al enemigo en campaña abierta o con estratagemas; rehúsan un cargo vitalicio, como Gedeón (8,22s), o mueren relativamente jóvenes, como Sansón. El sociólogo Max Weber llamó a los mayores «jefes carismáticos», con una fórmula que ha hecho fortuna, porque contrapone la institución (jueces menores) al carisma (jueces mayores).

Composición y contexto histórico del libro. ¿Cómo se explica la unificación de este material heterogéneo? Podemos imaginarnos así el trabajo del autor que compuso el libro definitivo -sin bajar a muchos detalles-: Quiso llenar el espacio de vacío histórico que discurre en el suelo de Canaán antes de la monarquía, de manera que aparezca una continuidad. Para ello echa mano del material antiguo a su disposición: por una parte, «cantares de gesta» típicos de una edad heroica, transmitidos oralmente y recogidos en colecciones menores; por otra, una lista de funcionarios centrales, que representan una verdadera institución. Con estos materiales heterogéneos construye una historia seguida, una cronología sin huecos. Realiza un trabajo de unificación, superpuesto al material preexistente.
El libro logra presentar una continuidad de salvación. Esa continuidad se desenvuelve en una alternancia irregular de momentos espectaculares y tiempos cotidianos. Todo el material está proyectado sobre la totalidad de Israel, sean los jueces institucionales (hecho probablemente histórico), sean los liberadores locales o los de la confederación.
En una primera operación tenemos que dividir el libro en una sección inicial que se refiere todavía a la conquista (1,1-2,10), un cuerpo que comprende los jueces y salvadores (2,11-16,31), un par de episodios tribales «antes de la monarquía» (17-21). En el libro de los Jueces, como en pocos del Antiguo Testamento, se puede apreciar la existencia de materiales antiguos y la elaboración artificiosa en un conjunto unificado. El material antiguo se remonta por etapas orales hasta poco después de los hechos; la composición final parece caer en tiempo del destierro, como parte de la gran Historia Deuteronomística.
El balance final es que no podemos reconstruir una historia del período. Pero sí podemos saborear unos cuantos relatos magistrales.

Mensaje religioso. La idea teológica que recorre todo el Deuteronomio, la fragilidad humana y la inagotable paciencia y providencia de Dios aparece en el libro de los Jueces como un componente del esquema narrativo con que viene tratado cada episodio: pecado del pueblo, castigo a manos de los enemigos y la aparición de un salvador carismático que lleva de nuevo a la comunidad recalcitrante a los caminos de Dios. Un paso más en la afirmación de la fe de Israel en tiempos difíciles: Dios no abandonará a su pueblo.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jueces 19,1-21El crimen de Guibeá. Con la historia del levita y su concubina, entramos a un mundo de terror. La indignación de Guibeá está rodeada de misterio y ambigüedad. Dios permanece en silencio en toda la historia. En esta narración no hay intervención divina para salvar a la concubina, como en el caso de Lot (Gén_19:8), posiblemente porque la protagonista es una mujer. No aparece ningún mensajero celestial como en el caso de Gedeón (Gén_6:12) y de la madre de Sansón (Gén_13:3); tampoco aparece ningún ángel (Gén_2:1-5) o profeta (Gén_6:7-10) que hablen a favor de la pobre muchacha. Dios no suplica ni argumenta (Gén_10:11-14), ni envía a un salvador (Gén_3:9). Parece que Dios hubiese encontrado en el sacrificio de la concubina la mejor manera de castigar a todo el pueblo por su idolatría.
En las sociedades nómadas la hospitalidad hacia los extranjeros era una obligación sagrada. La historia de Lot y del anciano de Guibeá constituye una evidencia clara de lo importante que era la protección del huésped. Lot prefirió ofrecer a sus hijas vírgenes a los sodomitas (Gén_19:8), y el anciano de Guibeá hará lo mismo para poder salvar el honor de su huésped. La historia del levita hace eco, casi literalmente, de la historia de Lot (Gén_19:1-9), con algunas diferencias. Muchas personas han querido encontrar tanto en la historia de Sodoma, como en esta historia una condenación a la «homosexualidad». Debemos evitar el anacronismo al interpretar la Biblia. La palabra homosexual aparece recién en el s. XIX. En estas dos historias el verdadero crimen es la inhospitalidad, violencia y agresión fálica contra los extranjeros. En ambas historias, el falo sirve como arma de agresión que establece la relación de dominio y sumisión, prácticas muy usadas en las guerras.


Jueces 19,22-30La tragedia. La infortunada mujer es violada durante toda la noche hasta que amanece (25). En toda el relato ella ha permanecido en silencio. Se habla sobre ella, se negocia con su cuerpo, no sabemos si ella quería volver con su marido; su padre y el levita deciden por ella. Ahora, se encuentra más sola que nunca; abandonada por su padre, traicionada por su marido y violada por algunos hombres violentos de la ciudad. La triste historia termina cuando la mujer cae en las manos del levita, en el umbral de la puerta de la casa (27). En este punto el lector se puede preguntar quién es peor, ¿la gente perversa que viola durante toda la noche a la concubina? O, ¿el «desmemoriado» levita que actúa como si nada hubiese pasado con su concubina? La actitud del levita es imperdonable, la sacrifica una vez y la vuelve a sacrificar al querer olvidar el evento de la noche anterior, cuando emerge de la casa de su anfitrión por la mañana. Y le dice las más escalofriantes palabras: «Levántate, vamos» (19,28) como si nada hubiese pasado. ¿Está muerta la mujer? La versión de los LXX oficialmente anuncia que la mujer está muerta; el texto hebreo es más ambivalente al respecto. Cuando el levita entra en casa, toma el cuchillo y descuartiza a la mujer en doce partes, quien, al parecer, se encuentra aún con vida. La anónima concubina, que durante toda la historia ha sido silenciada, ahora «habla» a través de su desmembrado cuerpo a todo Israel, pero su mensaje sigue siendo el de su opresor, porque el levita manipula y malinterpreta la heroica muerte de la mujer.