II Macabeos 9 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 30 versitos |
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Muerte de Antíoco Epífanes
1 Mac 6,1-16

Por aquel tiempo Antíoco se tuvo que retirar en desorden del territorio persa.
2 En efecto, al llegar a la capital, Persépolis, había empezado a saquear el templo y a ocupar la ciudad; ante esto el pueblo se amotinó y recurrió a las armas, y Antíoco, derrotado y puesto en fuga por los habitantes, tuvo que emprender una vergonzosa retirada.
3 Cuando estaba cerca de Ecbatana, le llegó la noticia de lo ocurrido a Nicanor y a los de Timoteo,
4 y fuera de sí por la ira, pensaba desquitarse con los judíos de la injuria que le habían hecho los que le obligaron a emprender la retirada. Por eso ordenó al conductor de su carro avanzar sin detenerse hasta el final del viaje. Pero, ¡viajaba con él la sentencia del cielo! En su arrogancia, Antíoco había dicho:
– Cuando llegue allá convertiré a Jerusalén en un cementerio de judíos.
5 Pero el Señor, que lo ve todo, el Dios de Israel, lo castigó con una enfermedad invisible e insanable; ya que apenas había pronunciado esa frase le sobrevino un incesante dolor de vientre, con unas punzadas agudísimas,
6 cosa perfectamente justa, porque él había atormentado las entrañas de otros con tantísimos tormentos refinados.
7 Pero todavía no desistió de su soberbia. Es más, rebosando arrogancia, respirando contra los judíos el fuego de su cólera, mandó acelerar la marcha. Pero se cayó del carro cuando corría a toda velocidad, y con la violencia de la caída se le dislocaron todos los miembros del cuerpo.
8 El que poco antes pensaba, en su ambición sobrehumana, que podía mandar a las olas del mar; el que se imaginaba poder pesar en la balanza las cumbres de los montes, estaba tendido en tierra, y tenía que ser llevado en una camilla, mostrando a todos la fuerza manifiesta de Dios.
9 Su estado era tal que del cuerpo del impío brotaban los gusanos, y la carne se le desprendía en vida en medio de terribles dolores; y el ejército apenas podía soportar el hedor de su podredumbre.
10 Al que poco antes parecía capaz de tocar las estrellas, nadie podía transportarlo, por su olor inaguantable.
11 Entonces, postrado por la enfermedad, empezó a ceder en su arrogancia. Al aumentar los dolores a cada momento, llegó a reconocer el castigo divino
12 y no pudiendo soportar su propio mal olor, dijo:
– Es justo que un mortal se someta a Dios y no quiera medirse con él.
13 Pero aquel criminal rezaba al Soberano que ya no se apiadaría de él.
14 Decía que declararía libre a la Ciudad Santa, a la que antes se había dirigido rápidamente para arrasarla y convertirla en cementerio;
15 que daría los mismos derechos que a los atenienses a todos los judíos, de quienes había decretado que ni sepultura merecían, sino que los echasen, junto con sus hijos, como comida de las fieras y de las aves de rapiña;
16 que adornaría con bellísimos regalos el templo santo que antes despojó; que regalaría muchos más objetos sagrados; que pagaría los gastos de los sacrificios con sus propios ingresos
17 y que encima se haría judío y recorrería todos los lugares habitados anunciando el poder de Dios.
18 Como los dolores no cesaban de ninguna forma, porque el justo juicio de Dios había caído sobre él, sin esperanza de sanación, escribió a los judíos, en forma de súplica, la carta que copiamos a continuación:
19 El rey y general Antíoco envía muchos saludos a los nobles ciudadanos judíos, deseándoles bienestar y prosperidad.
20 Espero que gracias al cielo se encuentren bien ustedes y sus hijos, y que sus asuntos marchen según sus deseos.
21 Guardo un recuerdo muy afectuoso del respeto y la benevolencia de ustedes. Al volver de Persia he contraído una enfermedad muy molesta, y me ha parecido necesario preocuparme por la seguridad de todos.
22 No es que yo desespere de mi situación – al contrario, espero salir de la enfermedad– ;
23 pero he tenido en cuenta que también mi padre, siempre que organizaba una expedición militar al norte, nombraba un sucesor,
24 para que si ocurría algo imprevisto o llegaban malas noticias, los súbditos de las provincias no se intranquilizaran, sabiendo a quién había quedado confiado el gobierno.
25 Además sé bien que los soberanos vecinos, en las fronteras de nuestro imperio, están espiando la ocasión, a la espera de un acontecimiento; por eso he nombrado rey a mi hijo Antíoco, al que muchas veces recomendé y confié a la mayoría de ustedes mientras yo recorría las provincias del norte. A él le he escrito la carta que va a continuación.
26 Y ahora les pido encarecidamente que recuerden mis beneficios públicos y privados, y mantengan todos para con mi hijo la lealtad que me profesaron a mí.
27 Porque estoy persuadido de que él sabrá acomodarse a ustedes, siguiendo moderada y humanamente mi programa político.
28 Y así aquel asesino y blasfemo, entre dolores atroces, perdió la vida en los montes, en tierra extraña, con un final desastroso, como él había tratado a otros.
29 Felipe, su amigo íntimo, trasladó sus restos; pero no fiándose del hijo de Antíoco, se fue a Egipto, donde reinaba Tolomeo Filométor.
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Introducción a II Macabeos

2 MACABEOS

¿Un libro histórico? No estamos ante una historia en sentido clásico, sino más bien ante la transformación de datos reales en una especie de parábola o símbolo, desarrollado sobre un esquema que se podría resumir así: un Reino de Dios en la tierra, del que forman parte un pueblo de escogidos, y los demás quedan fuera. Los de dentro están ligados a su Dios, que es su verdadero rey: si no lo obedecen son escarmentados; si le son fieles participan de los bienes de esta vida y de una vida después de la muerte. Hay una comunidad entre los ciudadanos vivos y muertos: algunos difuntos viven más allá e interceden por los que viven acá; algunos mueren con culpas que los vivos pueden expiar con oraciones y sacrificios.
Todo era bello y pacífico bajo Onías; pero por el pecado de algunos judíos el Señor se encoleriza y castiga a su pueblo, culminando en el martirio de Eleazar y de los siete hermanos con su madre. Este momento es como una expiación: el Señor pasa de la cólera a la misericordia, y los acontecimientos, incluso los más adversos, se vuelven triunfalmente a favor de los judíos.
Los de fuera, o sencillamente no entran en la representación, o son extras que contemplan, o son ejecutores providenciales de un escarmiento, o son agresores que sufren un castigo ejemplar.

Estilo literario.
El autor dice en el prólogo que su tarea no ha sido fácil, y da a entender en el epílogo que ha quedado satisfecho de su trabajo y espera que les guste a los lectores. ¿Es cierto? ¿Ha conseguido el libro agradarnos a nosotros, como quizás agradó a sus contemporáneos? Hay en el libro una serie de cosas que nos desagradan: el recurso a las apariciones crea la impresión de un «deus ex machina» para los momentos de crisis; las mismas apariciones resultan de una magnificencia infantil; la tendencia a exagerar y esquematizar; el estilo hinchado y retorcido; el patetismo teatral; el placer de contar y multiplicar las bajas enemigas. Algo así sería nuestro libro en clave narrativa.
Leyendo el libro podríamos pensar en un auto sacramental barroco con mucho de tramoya y aparato escénico. El público tiene que quedar prendido en la intensidad de la pasión o de su expresión. Los personajes son más bien símbolos; el tiempo se concentra en los momentos dramáticos; los diálogos, como el de la madre de los Macabeos y sus hijos frente al tirano, están compuestos de cara a un público. También adquieren valor escénico las intervenciones corales de la multitud anónima, creando un clima e induciendo el contagio de los espectadores.
Para disculpar semejantes impresiones algunos apelan a la historia literaria: el libro es producto de su época. Pero la respuesta no basta; tener valor de documento no es tener valor literario. Además, la época no justifica el valor de sus libros, sino que los libros recomiendan o condenan una época literaria. Si lo típico de aquella época eran semejantes producciones, la época no es un momento estelar de la literatura. La obra puede ser objeto de estudio, no de disfrute.

Mensaje religioso. A favor del libro están algunas enseñanzas importantes: la fe en la resurrección, justificada por el poder creativo de Dios; la valentía de los mártires sin distinción de edad; el templo como tesoro de limosnas para los pobres; la protección divina como respuesta a la oración confiada; el triunfo del bien sobre el poder tiránico y su violencia. Son valores que fácilmente se entresacan del libro y se imprimen favorablemente en la memoria.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Macabeos 9,1-29Muerte de Antíoco Epífanes. Estamos ante una nueva versión de la muerte de Antíoco IV Epífanes distinta a la de 1Ma_6:1-16 y 2Ma_1:13-16.


II Macabeos 9,1-4Probablemente no se trata del templo de Persépolis, una importante ciudad que llegó a ser capital de Persia, destruida por Alejandro, sino del templo de Nanea ubicado en Elimaida (1Ma_6:1). Ecbatana era la capital de Media y servía como residencia veraniega de los reyes persas.
Los pecados que hacen al emperador merecedor del castigo divino son bastante semejantes al de los emperadores de todos los tiempos, incluyendo los de hoy. Según el autor, Antíoco es iracundo, vengativo, arrogante (4), torturador (6), soberbio (7), ambicioso (8), se cree Dios (8), es criminal (13), asesino y blasfemo (28). El autor dedica todo un versículo al pecado de creerse Dios (8), pues, «mandar a las olas del mar» (Isa_51:15; Sal_65:8; Sal_89:10) y pesar las montañas (Isa_40:12) eran atributos propios de Dios. Antíoco IV repite el pecado de Adán y Eva, cuando comiendo del árbol prohibido desafían la voluntad de Dios queriendo convertirse en norma suprema de toda la creación.
II Macabeos 9,5-29La descripción del sufrimiento y muerte de Antíoco IV (5.7-10) tiene como fondo teológico la ley del Talión (6; cfr. Lev_24:19s), equivalente al sufrimiento y las predicciones de los hijos mártires (Lev_7:17.19.31.34-37).
Otra pregunta teológica queda en el ambiente: ¿Cómo entender que un Dios que es infinitamente misericordioso, no perdone a Antíoco, como lo había hecho por ejemplo con Nabucodonosor (Dan_4:31-37) y hasta con los ninivitas (Jon_4:11)? Tres razones podrían explicarlo: 1. La teología del autor no es precisamente la de Jesús, que invita a perdonar setenta veces siete (Mat_18:22), sino la de la ley del Talión. Es justo por tanto, que así como sufrieron Eleazar y la madre con sus siete hijos, sufra Antíoco IV. 2. El autor sabe por experiencia que la conversión de los poderosos es más una estrategia para evadir un problema y mantenerse en el poder, que una actitud nacida del corazón (1Ma_7:26-30; 1Ma_10:1-18); 3. Tanto Antíoco IV Epífanes como el faraón, son dos personajes que se conservan en la memoria del pueblo judío como los más grandes símbolos de opresión y sufrimiento.
Las promesas en 13-17 y la carta de Antíoco al límite de su sufrimiento (19-27), reflejan 3 cosas: un reconocimiento personal de su pecado, el poder de Dios y los derechos del pueblo judío.