I Samuel 20 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 42 versitos |
1

David y Jonatán

David huyó de Nayot de Ramá y fue a decirle a Jonatán:
–¿Qué hice yo?¿Cuál es mi delito y mi pecado contra tu padre para que intente matarme?
2 Jonatán le dijo:
–¡Nada de eso! ¡No morirás! Mi padre no hace absolutamente nada sin antes comunicármelo. ¿Por qué me habría de ocultar este asunto? ¡Es imposible!
3 Pero David insistió:
– Tu padre sabe perfectamente que te he caído en gracia, y dirá: Que no se entere Jonatán, no se vaya a llevar un disgusto. Pero, por la vida de Dios y por tu propia vida, estoy a un paso de la muerte.
4 Jonatán le respondió:
– Lo que tú digas lo haré.
5 Entonces David le dijo:
– Mañana precisamente es luna nueva, y me toca comer con el rey. Déjame marchar y me ocultaré en descampado hasta pasado mañana por la tarde.
6 Si tu padre nota mi ausencia, tú le dirás que David te pidió permiso para hacer una escapada a su pueblo, Belén, porque su familia celebra allí el sacrificio anual.
7 Si él dice: está bien, estoy salvado; pero si se pone furioso, quiere decir que tiene decidida mi muerte.
8 Sé leal con este servidor, porque nos une un pacto sagrado. Si he faltado, mátame tú mismo, no hace falta que me entregues a tu padre.
9 Jonatán respondió:
–¡Dios me libre! Si me entero de que mi padre ha decidido que mueras, ciertamente que te avisaré.
10 David preguntó:
–¿Quién me lo avisará, si tu padre te responde con malos modos?
11 Jonatán contestó:
–¡Vamos al campo!
Salieron los dos al campo,
12 y Jonatán le dijo:
– Te lo prometo por el Dios de Israel; mañana a esta hora trataré de averiguar las intenciones de mi padre, si su actitud hacia ti es buena, te enviaré un aviso.
13 Si trama algún mal contra ti, que el Señor me castigue si no te aviso para que te pongas a salvo. ¡El Señor esté contigo como estuvo con mi padre!
14 Si entonces yo todavía vivo, cumple conmigo el pacto sagrado, y si muero,
15 no dejes nunca de favorecer a mi familia. Y cuando el Señor aniquile a los enemigos de David de la faz de la tierra,
16 no se borre el nombre de Jonatán en la casa de David. ¡Que el Señor pida cuenta de esto a los enemigos de David!
17 Jonatán hizo jurar también a David por la amistad que le tenía, porque lo quería con toda el alma,
18 y le dijo:
– Mañana es luna nueva. Se notará tu ausencia, porque verán tu asiento vacío.
19 Pasado mañana tu ausencia llamará mucho la atención. Por lo tanto, vete al sitio donde te escondiste la vez pasada, y colócate junto a aquel montón de piedras;
20 yo dispararé tres flechas en esa dirección, como tirando al blanco,
21 y mandaré un criado que vaya a buscar las flechas. Si le digo: Están más acá, recógelas, puedes venir, es que todo te va bien, no hay problema, ¡por la vida de Dios!
22 Pero si le digo al chico: Están más allá, entonces vete, el Señor quiere que te marches.
23 Y en cuanto a la promesa que nos hemos hecho tú y yo, el Señor estará siempre entre los dos.
24 David se escondió en el campo.
Llegó la luna nueva y el rey se sentó a la mesa para comer;
25 ocupó su puesto de siempre, junto a la pared; Jonatán se sentó enfrente, y Abner a un lado, y se notó que el puesto de David quedaba vacío.
26 Pero aquel día Saúl no dijo nada, porque pensó: A lo mejor es que no está limpio, no se habrá purificado.
27 Pero al día siguiente, el segundo del mes, el sitio de David seguía vacío, y Saúl preguntó a su hijo Jonatán:
–¿Por qué no ha venido a comer el hijo de Jesé ni ayer ni hoy?
28 Jonatán le respondió:
– Me pidió permiso para ir a Belén.
29 Me dijo que lo dejase marchar, porque su familia celebraba en el pueblo el sacrificio anual y sus hermanos le habían mandado ir; que si no me parecía mal, él se iría a ver a sus hermanos. Por eso no ha venido a la mesa del rey.
30 Entonces Saúl se encolerizó contra Jonatán, y le dijo:
–¡Hijo de mala madre! ¡Ya sabía yo que estabas de parte del hijo de Jesé, para vergüenza tuya y de tu madre!
31 Mientras el hijo de Jesé esté vivo sobre la tierra, ni tú ni tu reino estarán seguros. Así que manda ahora mismo que me lo traigan, porque merece la muerte.
32 Jonatán le replicó:
– Y ¿por qué va a morir? ¿Qué ha hecho?
33 Entonces Saúl le arrojó la lanza para matarlo. Jonatán se convenció de que su padre había decidido matar a David.
34 Se levantó de la mesa enfurecido y no comió aquel día, el segundo del mes, afligido porque su padre había deshonrado a David.
35 Por la mañana Jonatán salió al campo con un chiquillo para la cita que tenía con David.
36 Dijo al muchacho:
– Corre a buscar las flechas que yo tire.
El muchacho echó a correr, y Jonatán disparó una flecha, que lo pasó.
37 El muchacho llegó a donde había caído la flecha de Jonatán, y éste le gritó:
–¡La tienes más allá!
38 ¡Corre aprisa, no te quedes parado!
El muchacho recogió la flecha y se la llevó a su amo,
39 sin sospechar nada; sólo Jonatán y David lo entendieron.
40 Jonatán dio sus armas al criado y le dijo:
– Vete, llévalas a casa.
41 Mientras el muchacho se marchaba, David salió de su escondite y se postró tres veces con el rostro en tierra; luego se abrazaron llorando los dos copiosamente.
42 Jonatán le dijo:
– Vete en paz. Como nos lo juramos en el nombre del Señor: que el Señor sea siempre juez de nosotros y de nuestros hijos.

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Introducción a I Samuel

1 SAMUEL

El libro de Samuel se llama así por uno de sus personajes decisivos, no porque sea él el autor. Está artificialmente divido en dos partes, que se suelen llamar primer libro y segundo libro, aunque en realidad constituyen la primera y segunda parte de una misma obra.

Tema del libro.
El tema central es el advenimiento de la monarquía bajo la guía de Samuel como juez y profeta. Samuel actúa como juez con residencia fija e itinerante. Aunque prolonga la serie de jueces precedentes como Débora, Gedeón, Jefté y Sansón, Samuel recibe una vocación nueva: ser mediador de la Palabra de Dios, ser un profeta. Al autor le interesa mucho el detalle y proyecta esa vocación a la adolescencia de su personaje. En virtud de dicha vocación, el muchacho se enfrenta con el sacerdote del santuario central; más tarde introduce un cambio radical: unge al primer rey, lo condena, unge al segundo, se retira, desaparece, y hasta se asoma por un momento desde la tumba. Cuando muere, toman su relevo Gad y Natán.
En otras palabras, el autor que escribe en tiempos de Josías, uno de los reyes buenos, o el que escribe durante el destierro, nos hace saber que la monarquía está sometida a la palabra profética.

Marco histórico.
Con razonable probabilidad podemos situar los relatos en los siglos XI y X a.C. Hacia el año 1030 Saúl es ungido rey, David comenzaría su reinado en Hebrón hacia el 1010 y Salomón en el 971. Los grandes imperios atraviesan momentos de cambios y crisis internas y durante este largo compás de silencio pueden actuar como solistas sobre el suelo de Palestina dos pueblos relativamente recientes en dicho lugar: filisteos e israelitas.

Maestría narrativa. Si lo referente a la historicidad es hipotético, lo que es indudable e indiscutible es la maestría narrativa de esta obra. Aquí alcanza la prosa hebrea una cumbre clásica. Aquí el arte de contar se muestra inagotable en los argumentos, intuidor de lo esencial, creador de escenas impresionantes e inolvidables, capaz de decir mucho en poco espacio y de sugerir más.
El autor o autores sabían contar y gozaban contando; no menos gozaron los antiguos oyentes y lectores; del mismo deleite debemos participar en la lectura del libro, recreándolo en la contemplación gozosa de unos relatos magistrales.

Samuel. En su elogio de los antepasados, Ben Sirá -o Eclesiástico-, traza así el perfil de Samuel: «Amado del pueblo y favorito de su Creador, pedido desde el vientre materno, consagrado como profeta del Señor, Samuel juez y sacerdote» (46,13). Sacerdote porque ofrecía sacrificios. Juez de tipo institucional, porque resuelve pleitos y casos, no empuña la espada ni el bastón de mando. Cuando su judicatura intenta convertirse en asunto familiar por medio de la sucesión de sus hijos, fracasa. Profeta, por recibir y trasmitir la Palabra de Dios. Hch_13:20 s lo llama profeta; Heb_11:32 lo coloca en su lista entre los jueces y David.
Un monte en las cercanías de Jerusalén perpetúa su nombre: «Nebi Samwil». ¿Y no es Samuel como una montaña? Descollante, cercano al cielo y bien plantado en tierra, solitario, invitador de tormentas, recogiendo la primera luz de un nuevo sol y proyectando una ancha sombra sobre la historia.

La monarquía. Fue para los israelitas una experiencia ambivalente, con más peso en el platillo negativo de la balanza. En realidad pocos monarcas respondieron a su misión religiosa y política. Aunque es verdad que los hubo buenos: David, Josafat, Ezequías, Josías (cfr. Eclo 49a). Por otra parte, los salmos dan testimonio de una aceptación sincera y hasta de un entusiasmo hiperbólico por la monarquía. Antes de ser leídos en clave mesiánica los salmos reales expresaron la esperanza de justicia y de paz, como bendición canalizada por el Ungido.
Pues bien, el autor proyecta la ambigüedad y las tensiones al mismo origen de la monarquía -remontarse a los orígenes para explicar el presente o la historia es hábito mental hebreo-. Explícita o implícitamente el libro nos hace presenciar o deducir las dos tendencias, en pro o en contra de la monarquía. Es un acto de honradez del autor el haber concedido la voz en sus páginas a los dos partidos.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Samuel 20,1-42David y Jonatán. Jonatán y David renuevan su pacto de amistad, que los une fuertemente en el momento en que han de separarse. David apela al pacto, oprimido por el peligro de muerte que aprecia con claridad; Jonatán, lleno de presentimientos sombríos, quiere alargar el pacto más allá de la muerte. Saúl los separa: intenta quebrar la lealtad de Jonatán apelando al deber filial y a la esperanza de su sucesión en el trono; no lo consigue, pero los separa de por vida. Jonatán confía en el éxito de su primera intercesión: la primera escena del capítulo precedente resuena aquí, y obliga al lector a tender un puente de continuidad narrativa. David tiene que desengañarlo de tal confianza en la bondad última de Saúl. La salida al campo de los dos amigos (12-23) nos recuerda sin querer aquella otra de dos hermanos llamados Caín y Abel. Jonatán comienza respondiendo a la petición de David, pero muy pronto se remonta mirando al futuro: en sus palabras está renunciando prácticamente a sus derechos de sucesión, está viendo a David como sucesor de Saúl, invoca el favor de Dios para el nuevo rey y el favor del nuevo rey para su persona y su familia. Lealtad más allá de la muerte. Es como si Jonatán rindiese el homenaje que no podrá rendir en vida; como anticipando su muerte, pone a sus descendientes bajo la protección de David. Ésta es la fuerza de la amistad y de la alianza. En los versículos 30-33 Saúl reacciona con violencia inusitada: se trata de la traición del heredero. La orden obliga a Jonatán a tomar partido contra David, pero ante su negativa, Saúl ve consumada la traición, no puede contar con su heredero; en un nuevo arrebato intenta matarlo allí mismo.