I Samuel 5 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 12 versitos |
1

El Arca, en el templo de Dagón

Mientras tanto, los filisteos capturaron el arca de Dios, y la llevaron desde Eben-Ézer a Asdod.
2 Agarraron el arca de Dios, la metieron en el templo de Dagón y la colocaron junto a Dagón.
3 A la mañana siguiente se levantaron los asdodeos y encontraron a Dagón caído al suelo, boca abajo, delante del arca del Señor, lo recogieron y lo colocaron en su sitio.
4 A la mañana siguiente se levantaron y encontraron a Dagón caído al suelo, boca abajo ante el arca del Señor. La cabeza de Dagón y sus dos manos estaban cortadas encima del umbral; sólo le quedaba el tronco.
5 Por eso se conserva hasta hoy esta costumbre en Asdod: los sacerdotes y los que entran en el templo de Dagón no pisan el umbral.
6

El Arca, en territorio filisteo

La mano del Señor se hizo sentir pesadamente sobre los asdodeos, aterrorizándolos, e hiriendo con tumores a la gente de Asdod y su territorio.
7 Al ver lo que sucedía, los asdodeos dijeron:
– El arca del Dios de Israel no debe quedarse entre nosotros, porque su mano es dura con nosotros y con nuestro dios Dagón.
8 Entonces mandaron convocar en Asdod a los príncipes filisteos y les consultaron:
–¿Qué hacemos con el arca del Dios de Israel?
Respondieron:
– Que se traslade a Gat.
Llevaron a Gat el arca del Dios de Israel;
9 pero nada más llegar, descargó el Señor la mano sobre el pueblo, causando un pánico terrible, porque hirió con tumores a toda la población, a chicos y grandes.
10 Entonces trasladaron el arca de Dios a Ecrón; pero cuando llegó allí, protestaron los ecronitas:
–¡Nos han traído el arca de Dios para que nos mate a nosotros y a nuestras familias!
11 Entonces mandaron convocar a los príncipes filisteos, y les dijeron:
– Devuelvan a su sitio el arca del Dios de Israel; si no, nos va a matar a nosotros con nuestras familias.
Todo el pueblo tenía un pánico mortal, porque la mano de Dios había descargado allí con toda su fuerza.
12 A los que no morían, les salían tumores. Y el clamor del pueblo subía hasta el cielo.

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Introducción a I Samuel

1 SAMUEL

El libro de Samuel se llama así por uno de sus personajes decisivos, no porque sea él el autor. Está artificialmente divido en dos partes, que se suelen llamar primer libro y segundo libro, aunque en realidad constituyen la primera y segunda parte de una misma obra.

Tema del libro.
El tema central es el advenimiento de la monarquía bajo la guía de Samuel como juez y profeta. Samuel actúa como juez con residencia fija e itinerante. Aunque prolonga la serie de jueces precedentes como Débora, Gedeón, Jefté y Sansón, Samuel recibe una vocación nueva: ser mediador de la Palabra de Dios, ser un profeta. Al autor le interesa mucho el detalle y proyecta esa vocación a la adolescencia de su personaje. En virtud de dicha vocación, el muchacho se enfrenta con el sacerdote del santuario central; más tarde introduce un cambio radical: unge al primer rey, lo condena, unge al segundo, se retira, desaparece, y hasta se asoma por un momento desde la tumba. Cuando muere, toman su relevo Gad y Natán.
En otras palabras, el autor que escribe en tiempos de Josías, uno de los reyes buenos, o el que escribe durante el destierro, nos hace saber que la monarquía está sometida a la palabra profética.

Marco histórico.
Con razonable probabilidad podemos situar los relatos en los siglos XI y X a.C. Hacia el año 1030 Saúl es ungido rey, David comenzaría su reinado en Hebrón hacia el 1010 y Salomón en el 971. Los grandes imperios atraviesan momentos de cambios y crisis internas y durante este largo compás de silencio pueden actuar como solistas sobre el suelo de Palestina dos pueblos relativamente recientes en dicho lugar: filisteos e israelitas.

Maestría narrativa. Si lo referente a la historicidad es hipotético, lo que es indudable e indiscutible es la maestría narrativa de esta obra. Aquí alcanza la prosa hebrea una cumbre clásica. Aquí el arte de contar se muestra inagotable en los argumentos, intuidor de lo esencial, creador de escenas impresionantes e inolvidables, capaz de decir mucho en poco espacio y de sugerir más.
El autor o autores sabían contar y gozaban contando; no menos gozaron los antiguos oyentes y lectores; del mismo deleite debemos participar en la lectura del libro, recreándolo en la contemplación gozosa de unos relatos magistrales.

Samuel. En su elogio de los antepasados, Ben Sirá -o Eclesiástico-, traza así el perfil de Samuel: «Amado del pueblo y favorito de su Creador, pedido desde el vientre materno, consagrado como profeta del Señor, Samuel juez y sacerdote» (46,13). Sacerdote porque ofrecía sacrificios. Juez de tipo institucional, porque resuelve pleitos y casos, no empuña la espada ni el bastón de mando. Cuando su judicatura intenta convertirse en asunto familiar por medio de la sucesión de sus hijos, fracasa. Profeta, por recibir y trasmitir la Palabra de Dios. Hch_13:20 s lo llama profeta; Heb_11:32 lo coloca en su lista entre los jueces y David.
Un monte en las cercanías de Jerusalén perpetúa su nombre: «Nebi Samwil». ¿Y no es Samuel como una montaña? Descollante, cercano al cielo y bien plantado en tierra, solitario, invitador de tormentas, recogiendo la primera luz de un nuevo sol y proyectando una ancha sombra sobre la historia.

La monarquía. Fue para los israelitas una experiencia ambivalente, con más peso en el platillo negativo de la balanza. En realidad pocos monarcas respondieron a su misión religiosa y política. Aunque es verdad que los hubo buenos: David, Josafat, Ezequías, Josías (cfr. Eclo 49a). Por otra parte, los salmos dan testimonio de una aceptación sincera y hasta de un entusiasmo hiperbólico por la monarquía. Antes de ser leídos en clave mesiánica los salmos reales expresaron la esperanza de justicia y de paz, como bendición canalizada por el Ungido.
Pues bien, el autor proyecta la ambigüedad y las tensiones al mismo origen de la monarquía -remontarse a los orígenes para explicar el presente o la historia es hábito mental hebreo-. Explícita o implícitamente el libro nos hace presenciar o deducir las dos tendencias, en pro o en contra de la monarquía. Es un acto de honradez del autor el haber concedido la voz en sus páginas a los dos partidos.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Samuel 5,1-5El Arca, en el templo de Dagón. La presencia del Arca en territorio filisteo y más concretamente en el santuario de Dagón, dios de los filisteos, se convierte en signo de amenaza, primero para la propia divinidad filistea y luego para el pueblo mismo. Nótese la sutileza con que se enseña quién es el verdadero y único Dios; por dos días consecutivos los habitantes de Asdod encuentran la estatua de su deidad tumbada delante del Arca, el segundo día la hallan incluso mutilada, destruida. Según la manera de pensar de la época, los filisteos debieron haber creído que al derrotar a Israel y tras capturar su máximo emblema religioso, también habían derrotado a su Dios, por eso lo traen al santuario de Dagón a poner bajo sus pies el trofeo de la victoria. Sin embargo, aquí las cosas cambian, si los filisteos han derrotado a Israel, el Dios vivo de Israel somete y domina a Dagón. Los versículos siguientes dan cuenta de la victoria del Dios de Israel sobre Dagón y sobre el pueblo filisteo.


I Samuel 5,6-21El Arca, en territorio filisteo. La presencia del Arca de Dios se ha convertido en un verdadero azote para los filisteos, trasladándola de un lugar a otro, lo único que consiguen es acrecentar la desgracia entre la población. El Dios de Israel decididamente no favorece a los filisteos que por fuerza tienen que deshacerse del Arca para conjurar el peligro.