I Samuel 6 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 21 versitos |
1 El arca del Señor estuvo en país filisteo siete meses.
2

Devolución del Arca

Los filisteos llamaron a los sacerdotes y adivinos y les consultaron:
–¿Qué hacemos con el arca del Señor? Indíquennos cómo la podemos enviar a su sitio.
3 Respondieron:
– Si quieren devolver el arca del Dios de Israel, no la manden vacía, sino pagando una indemnización. Entonces si se sanan, sabremos por qué su mano no nos dejaba en paz.
4 Les preguntaron:
–¿Qué indemnización tenemos que pagarles?
Respondieron:
– Cinco tumores de oro y cinco ratas de oro, uno por cada príncipe filisteo, porque la misma plaga la han sufrido ustedes y ellos.
5 Hagan unas imágenes de los tumores y de las ratas que han asolado el país, y así reconocerán la gloria del Dios de Israel. A ver si el peso de su mano se aparta de ustedes, de su país y de sus dioses.
6 No se pongan tercos, como hicieron los egipcios y el Faraón, y ese Dios los maltrató hasta que dejaron marchar a Israel.
7 Ahora hagan un carro nuevo, tomen dos vacas que estén criando y nunca hayan llevado el yugo y aten las vacas al carro, dejando los terneros encerrados en el establo.
8 Después tomen el arca del Señor y colóquenla en el carro; pongan en una canasta junto al arca los objetos de oro que le pagan como indemnización, y suelten el carro.
9 Fíjense bien: si tira hacia su territorio y sube a Bet-Semes, es que ese Dios nos ha causado esta terrible calamidad; en caso contrario, sabremos que no nos ha herido su mano, sino que ha sido un accidente.
10 Así lo hicieron. Tomaron dos vacas que estaban criando y las ataron al carro, dejando los terneros encerrados en el establo;
11 colocaron en el carro el arca del Señor y la canasta con las ratas de oro y las imágenes de los tumores.
12 Las vacas tiraron derechas hacia el camino de Bet-Semes; caminaban mugiendo, siempre por el mismo camino, sin desviarse a derecha o izquierda. Los príncipes filisteos fueron detrás, hasta el término de Bet-Semes.
13 La gente de este pueblo estaba cosechando el trigo en el valle; alzaron los ojos, y al ver el arca, se alegraron.
14 El carro entró en el campo de Josué, el de Bet-Semes, y se paró allí. Al lado había una gran piedra. Entonces la gente hizo leña del carro y ofreció las vacas en holocausto al Señor.
15 Los levitas habían descargado el arca del Señor y la cesta con los objetos de oro y los habían depositado sobre la piedra grande. Aquel día los de Bet-Semes ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión al Señor.
16 Los cinco príncipes filisteos estuvieron observando, y el mismo día se volvieron a Ecrón.
17 Los tumores de oro que los filisteos pagaron como indemnización al Señor fueron uno por Asdod, uno por Gaza, uno por Ascalón, uno por Gat, uno por Ecrón.
18 Las ratas de oro eran por las ciudades de la Pentápolis filistea, incluyendo ciudades fortificadas y pueblos desguarnecidos. Y la piedra grande donde depositaron el arca del Señor se puede ver hoy en el campo de Josué, el de Bet-Semes.
19 Los hijos de Jeconías, aunque vieron el arca, no hicieron fiesta con los demás, y el Señor castigó a setenta hombres. El pueblo hizo duelo, porque el Señor los había herido con gran castigo,
20 y los de Bet-Semes decían:
–¿Quién podrá resistir al Señor, a ese Dios santo? ¿Adónde podemos enviar el arca para deshacernos de ella?
21 Y mandaron este mensaje a Quiriat Yearim:
– Los filisteos han devuelto el arca del Señor. Bajen a recogerla.

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Introducción a I Samuel

1 SAMUEL

El libro de Samuel se llama así por uno de sus personajes decisivos, no porque sea él el autor. Está artificialmente divido en dos partes, que se suelen llamar primer libro y segundo libro, aunque en realidad constituyen la primera y segunda parte de una misma obra.

Tema del libro.
El tema central es el advenimiento de la monarquía bajo la guía de Samuel como juez y profeta. Samuel actúa como juez con residencia fija e itinerante. Aunque prolonga la serie de jueces precedentes como Débora, Gedeón, Jefté y Sansón, Samuel recibe una vocación nueva: ser mediador de la Palabra de Dios, ser un profeta. Al autor le interesa mucho el detalle y proyecta esa vocación a la adolescencia de su personaje. En virtud de dicha vocación, el muchacho se enfrenta con el sacerdote del santuario central; más tarde introduce un cambio radical: unge al primer rey, lo condena, unge al segundo, se retira, desaparece, y hasta se asoma por un momento desde la tumba. Cuando muere, toman su relevo Gad y Natán.
En otras palabras, el autor que escribe en tiempos de Josías, uno de los reyes buenos, o el que escribe durante el destierro, nos hace saber que la monarquía está sometida a la palabra profética.

Marco histórico.
Con razonable probabilidad podemos situar los relatos en los siglos XI y X a.C. Hacia el año 1030 Saúl es ungido rey, David comenzaría su reinado en Hebrón hacia el 1010 y Salomón en el 971. Los grandes imperios atraviesan momentos de cambios y crisis internas y durante este largo compás de silencio pueden actuar como solistas sobre el suelo de Palestina dos pueblos relativamente recientes en dicho lugar: filisteos e israelitas.

Maestría narrativa. Si lo referente a la historicidad es hipotético, lo que es indudable e indiscutible es la maestría narrativa de esta obra. Aquí alcanza la prosa hebrea una cumbre clásica. Aquí el arte de contar se muestra inagotable en los argumentos, intuidor de lo esencial, creador de escenas impresionantes e inolvidables, capaz de decir mucho en poco espacio y de sugerir más.
El autor o autores sabían contar y gozaban contando; no menos gozaron los antiguos oyentes y lectores; del mismo deleite debemos participar en la lectura del libro, recreándolo en la contemplación gozosa de unos relatos magistrales.

Samuel. En su elogio de los antepasados, Ben Sirá -o Eclesiástico-, traza así el perfil de Samuel: «Amado del pueblo y favorito de su Creador, pedido desde el vientre materno, consagrado como profeta del Señor, Samuel juez y sacerdote» (46,13). Sacerdote porque ofrecía sacrificios. Juez de tipo institucional, porque resuelve pleitos y casos, no empuña la espada ni el bastón de mando. Cuando su judicatura intenta convertirse en asunto familiar por medio de la sucesión de sus hijos, fracasa. Profeta, por recibir y trasmitir la Palabra de Dios. Hch_13:20 s lo llama profeta; Heb_11:32 lo coloca en su lista entre los jueces y David.
Un monte en las cercanías de Jerusalén perpetúa su nombre: «Nebi Samwil». ¿Y no es Samuel como una montaña? Descollante, cercano al cielo y bien plantado en tierra, solitario, invitador de tormentas, recogiendo la primera luz de un nuevo sol y proyectando una ancha sombra sobre la historia.

La monarquía. Fue para los israelitas una experiencia ambivalente, con más peso en el platillo negativo de la balanza. En realidad pocos monarcas respondieron a su misión religiosa y política. Aunque es verdad que los hubo buenos: David, Josafat, Ezequías, Josías (cfr. Eclo 49a). Por otra parte, los salmos dan testimonio de una aceptación sincera y hasta de un entusiasmo hiperbólico por la monarquía. Antes de ser leídos en clave mesiánica los salmos reales expresaron la esperanza de justicia y de paz, como bendición canalizada por el Ungido.
Pues bien, el autor proyecta la ambigüedad y las tensiones al mismo origen de la monarquía -remontarse a los orígenes para explicar el presente o la historia es hábito mental hebreo-. Explícita o implícitamente el libro nos hace presenciar o deducir las dos tendencias, en pro o en contra de la monarquía. Es un acto de honradez del autor el haber concedido la voz en sus páginas a los dos partidos.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas