I Samuel 7 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 17 versitos |
1 Los de Quiriat Yearim fueron, recogieron el arca y la llevaron a Guibeá a casa de Abinadab, y consagraron a su hijo Eleazar para que guardase el arca.
2 Desde el día en que instalaron el arca en Quiriat Yearim pasó mucho tiempo, veinte años. Todo Israel añoraba al Señor.
3 Samuel dijo a los israelitas:
– Si se convierten al Señor de todo corazón deben dejar de lado a los dioses extranjeros, Baal y Astarté, permanecer constantes con el Señor, sirviéndole sólo a él, y él los librará del poder filisteo.
4 Entonces los israelitas retiraron las imágenes de Baal y Astarté y sirvieron sólo al Señor.
5 Samuel ordenó:
– Reunan a todo Israel en Mispá, y rezaré al Señor por ustedes.
6 Se reunieron en Mispá, sacaron agua y la derramaron ante el Señor; ayunaron aquel día y dijeron:
– Hemos pecado contra el Señor.
Samuel juzgó a los israelitas en Mispá.
7 Los filisteos se enteraron de que los israelitas se habían reunido en Mispá, y los príncipes filisteos subieron contra Israel. Al saberlo, a los israelitas les entró miedo,
8 y dijeron a Samuel:
– No dejes de rogar al Señor, nuestro Dios, por nosotros para que nos salve del poder filisteo.
9 Samuel agarró un corderito y lo ofreció al Señor en holocausto; rogó al Señor en favor de Israel, y el Señor le escuchó.
10 Mientras Samuel ofrecía el holocausto, los filisteos se acercaron para dar la batalla a Israel; pero el Señor mandó aquel día sus truenos con gran fragor contra los filisteos y los desbarató; Israel los derrotó.
11 Los israelitas salieron de Mispá persiguiendo a los filisteos, y los fueron destrozando hasta más abajo de Bet-Car.
12 Samuel tomó una piedra y la plantó entre Mispá y Sen, y la llamó Eben-Ézer, explicando:
– Hasta aquí nos ayudó el Señor.
13 Los filisteos tuvieron que someterse, y no volvieron a invadir el territorio israelita. Mientras vivió Samuel, la mano del Señor pesó sobre ellos.
14 Israel reconquistó las ciudades que habían ocupado los filisteos; así, volvieron al poder de Israel desde Ecrón a Gat y su territorio. Y hubo paz entre Israel y los amorreos.
15 Samuel gobernó a Israel hasta su muerte.
16 Todos los años visitaba Betel, Guilgal y Mispá, y allí juzgaba a Israel.
17 Luego volvía a Ramá, donde tenía su casa, allí también juzgaba a Israel. Allí levantó un altar al Señor.

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Introducción a I Samuel

1 SAMUEL

El libro de Samuel se llama así por uno de sus personajes decisivos, no porque sea él el autor. Está artificialmente divido en dos partes, que se suelen llamar primer libro y segundo libro, aunque en realidad constituyen la primera y segunda parte de una misma obra.

Tema del libro.
El tema central es el advenimiento de la monarquía bajo la guía de Samuel como juez y profeta. Samuel actúa como juez con residencia fija e itinerante. Aunque prolonga la serie de jueces precedentes como Débora, Gedeón, Jefté y Sansón, Samuel recibe una vocación nueva: ser mediador de la Palabra de Dios, ser un profeta. Al autor le interesa mucho el detalle y proyecta esa vocación a la adolescencia de su personaje. En virtud de dicha vocación, el muchacho se enfrenta con el sacerdote del santuario central; más tarde introduce un cambio radical: unge al primer rey, lo condena, unge al segundo, se retira, desaparece, y hasta se asoma por un momento desde la tumba. Cuando muere, toman su relevo Gad y Natán.
En otras palabras, el autor que escribe en tiempos de Josías, uno de los reyes buenos, o el que escribe durante el destierro, nos hace saber que la monarquía está sometida a la palabra profética.

Marco histórico.
Con razonable probabilidad podemos situar los relatos en los siglos XI y X a.C. Hacia el año 1030 Saúl es ungido rey, David comenzaría su reinado en Hebrón hacia el 1010 y Salomón en el 971. Los grandes imperios atraviesan momentos de cambios y crisis internas y durante este largo compás de silencio pueden actuar como solistas sobre el suelo de Palestina dos pueblos relativamente recientes en dicho lugar: filisteos e israelitas.

Maestría narrativa. Si lo referente a la historicidad es hipotético, lo que es indudable e indiscutible es la maestría narrativa de esta obra. Aquí alcanza la prosa hebrea una cumbre clásica. Aquí el arte de contar se muestra inagotable en los argumentos, intuidor de lo esencial, creador de escenas impresionantes e inolvidables, capaz de decir mucho en poco espacio y de sugerir más.
El autor o autores sabían contar y gozaban contando; no menos gozaron los antiguos oyentes y lectores; del mismo deleite debemos participar en la lectura del libro, recreándolo en la contemplación gozosa de unos relatos magistrales.

Samuel. En su elogio de los antepasados, Ben Sirá -o Eclesiástico-, traza así el perfil de Samuel: «Amado del pueblo y favorito de su Creador, pedido desde el vientre materno, consagrado como profeta del Señor, Samuel juez y sacerdote» (46,13). Sacerdote porque ofrecía sacrificios. Juez de tipo institucional, porque resuelve pleitos y casos, no empuña la espada ni el bastón de mando. Cuando su judicatura intenta convertirse en asunto familiar por medio de la sucesión de sus hijos, fracasa. Profeta, por recibir y trasmitir la Palabra de Dios. Hch_13:20 s lo llama profeta; Heb_11:32 lo coloca en su lista entre los jueces y David.
Un monte en las cercanías de Jerusalén perpetúa su nombre: «Nebi Samwil». ¿Y no es Samuel como una montaña? Descollante, cercano al cielo y bien plantado en tierra, solitario, invitador de tormentas, recogiendo la primera luz de un nuevo sol y proyectando una ancha sombra sobre la historia.

La monarquía. Fue para los israelitas una experiencia ambivalente, con más peso en el platillo negativo de la balanza. En realidad pocos monarcas respondieron a su misión religiosa y política. Aunque es verdad que los hubo buenos: David, Josafat, Ezequías, Josías (cfr. Eclo 49a). Por otra parte, los salmos dan testimonio de una aceptación sincera y hasta de un entusiasmo hiperbólico por la monarquía. Antes de ser leídos en clave mesiánica los salmos reales expresaron la esperanza de justicia y de paz, como bendición canalizada por el Ungido.
Pues bien, el autor proyecta la ambigüedad y las tensiones al mismo origen de la monarquía -remontarse a los orígenes para explicar el presente o la historia es hábito mental hebreo-. Explícita o implícitamente el libro nos hace presenciar o deducir las dos tendencias, en pro o en contra de la monarquía. Es un acto de honradez del autor el haber concedido la voz en sus páginas a los dos partidos.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Samuel 7,1-17Devolución del Arca. El pueblo filisteo, junto con su Dios, no pueden soportar por más tiempo la presencia del Arca en su territorio y tienen que recurrir, por tanto, a sus sacerdotes y adivinos para que digan la manera de proceder con respecto a ella. La descripción de la salida del Arca del territorio filisteo junto con las condiciones para su transporte y la indemnización que se debe pagar, reflejan la mentalidad sacerdotal de Israel. Nótese que desde el capítulo 4, la gran protagonista de la narración ha sido el Arca, Samuel no se ha vuelto a sentir. El Arca se ha movido de aquí para allá, y sus movimientos han causado verdaderos estragos. ¿Qué es lo que la corriente deuteronomista (D) pretende enseñar a través de estas escenas? No olvidemos la decadencia religiosa, social y política que caracteriza el momento histórico de Israel, su proyecto de sociedad tribal, solidaria e igualitaria cada vez pierde mayor calidad, y no se sabe cuál será en definitiva el destino socio-político del pueblo; esta inestabilidad puede verse reflejada en los movimientos del Arca que producen distintos impactos, es como si Dios estuviera manifestando algo, su voluntad, pero nadie entiende, nadie explica, la Palabra no se revela aún con suficiente claridad; esa «No-Gloria» expresada en el nombre del recién nacido nieto de Elí expresa el divorcio, la ruptura del compromiso de Israel y el estilo y calidad de vida que experimentan en este período de su vida. El Arca regresa a Israel, pero su regreso no produce automáticamente la bendición; esto es, nadie sabe qué hacer; el proyecto del pueblo sacramentalizado en el Arca de la Alianza está totalmente empantanado y ahora sí aparece Samuel como alguien que de algún modo tiene que expresar lo que está haciendo falta en Israel, un vocero de Dios que explique, que aclare, que haga las veces de conciencia del pueblo; y sus primeras palabras son precisamente lo que el pueblo necesitaba para desenredar su destino histórico: «si se convierten al Señor de todo corazón deben dejar de lado a los dioses extranjeros... y él los librará del poder filisteo» (7,3), como queda constatado inmediatamente en 7,7-15; pero no se trata sólo de la liberación de la amenaza de un pueblo más fuerte que Israel; la conversión y el abandono del servicio a otros dioses le abre de nuevo el horizonte para retomar al camino acompañado de nuevo por su Dios. Pablo les hubiera predicado sobre la necesidad de abandonar el hombre viejo para dar paso al hombre nuevo (cfr. Efe_4:22-24); Jesús les hubiera exigido nacer de nuevo del espíritu (cfr. Jua_3:3-7). El período que resume 7,15 ilustra, pues, el giro que tenía que dar Israel; ¿cómo fue ese giro y qué calidad de vida y cuáles debían ser sus compromisos? Los capítulos siguientes nos lo van a ilustrar.