II Samuel  14 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 33 versitos |
1 Joab, hijo de Seruiá, comprendió que el rey echaba de menos a Absalón.
2 Entonces hizo venir a Técoa a una mujer muy hábil y le dijo: "Vas a fingir que estás de duelo: vístete de luto, no te perfumes y aparenta ser una mujer que hace ya mucho tiempo está de duelo por su difunto.
3 Luego te presentarás ante el rey y le repetirás exactamente lo que yo te diga". Y Joab le explicó todo lo que debía decir.
4 La mujer se presentó ante el rey y, postrándose con el rostro en tierra, exclamó: "¡Auxilio, rey!".
5 "¿Qué te pasa, le preguntó el rey. Ella respondió: "¡Pobre de mí! Yo soy una viuda; mi marido ha muerto,
6 y tu servidora tenía dos hijos, que una vez se pelearon en el campo. Como no había nadie para separarlos, uno hirió al otro y lo mató.
7 Y ahora toda la familia se ha levantado contra tu servidora, diciendo: "Entrega al fratricida; vamos a darle muerte para vengar al hermano que él asesinó y acabar así con el heredero". De esta manera apagarán la brasa que aún me queda, privando a mi marido de un nombre y un sobreviviente sobre la faz de la tierra".
8 El rey dijo a la mujer: "Vete a tu casa. Yo me encargaré de este asunto".
9 La mujer de Técoa le respondió: "¡Rey, mi señor, que la falta recaiga sobre mí y sobre la casa de mi padre! El rey y su trono están libres de culpa".
10 "Al que te diga algo, añadió el rey, tráelo aquí y no volverá a molestarte más".
11 La mujer insistió: "¡Dígnese el rey pronunciar el nombre del Señor, tu Dios, para que el vengador de la sangre no aumente la desgracia, eliminando a mi hijo!". Entonces el rey declaró: "¡Por la vida del Señor, no caerá en tierra ni un solo cabello de tu hijo!".
12 La mujer siguió diciendo: "¿Podría esta servidora decirle una palabra a mi señor, el rey?". "Habla", replicó él.
13 Ella añadió: "¿Por qué has pensado semejante cosa contra el pueblo de Dios? Con las palabras que acaba de pronunciar, el rey se ha confesado culpable, ya que no deja volver al que ha desterrado.
14 Todos tenemos que morir, y como el agua que se derrama en tierra y ya no se puede recoger. Dios no vuelve a dar la vida. Que el rey haga entonces un plan, para que el exiliado no esté más tiempo desterrado lejos de nosotros.
15 Si ahora vengo a hablar de este asunto al rey, mi señor, es porque el pueblo me ha atemorizado. Por eso pensé: "Es preciso que hable con el rey, a ver si hace lo que le digo.
16 Seguramente el rey consentirá en librarme del hombre que quiere extirparnos, a mí y a mi hijo, de la herencia de Dios".
17 Tu servidora pensó además: "Que la palabra del rey nos traiga la calma. Porque él es como un ángel de Dios para distinguir el bien del mal" ¡Que el Señor, tu dios, esté contigo!".
18 Entonces el rey tomó la palabra y dijo a la mujer: "Por favor, no me ocultes nada de lo que te voy a preguntar". La mujer respondió: "Dígnese hablar mi señor, el rey".
19 El rey continuó diciendo: "¿No está la mano de Joab detrás de todo esto?". La mujer asintió: "¡Por tu vida, mi señor y rey, tu pregunta ha dado justo en el blanco! Sí, tu servidor Joab es el que me mandó y puso todas estas palabras en boca de tu servidora.
20 Lo hizo para no encarar el asunto de frente. Pero mi señor posee la sabiduría de un ángel de Dios y sabe todo lo que pasa en la tierra".
21 Luego el rey dijo a Joab: "Está bien. Haré lo que has pedido: ve a traer al joven Absalón".
22 Joab cayó con el rostro en tierra, bendijo al rey y dijo: "Rey, mi señor, ahora sé que cuento con tu favor, porque has accedido a mi demanda".
23 Después Joab partió para Guesur y trajo a Absalón a Jerusalén.
24 Pero el rey dijo: "Que se retire a su casa y no venga a verme". Absalón se retiró a su casa y no se presentó ante el rey.
25 No había en todo Israel un hombre más apuesto que Absalón, ni tan elogiado como él: desde la planta de los pies hasta la cabeza, no tenía ningún defecto.
26 Cuando se cortaba la cabellera -y lo hacía cada año, porque le resultaba demasiado pesada- el pelo cortado pesaba doscientos siclos, según la medida del rey.
27 A Absalón le nacieron tres hijos y una hija, llamada Tamar, que era muy hermosa.
28 Absalón estuvo tres años en Jerusalén sin ver al rey.
29 Entonces mandó a buscar a Joab para enviarlo ante el rey, pero él no quiso venir. Lo hizo llamar por segunda vez, y tampoco quiso venir.
30 Por eso, Absalón dijo a sus servidores: "Ustedes saben que Joab tiene un campo al lado del mío, donde ha sembrado cebada. Vayan a prenderle fuego". Y los servidores de Absalón incendiaron el campo.
31 Joab fue a ver a Absalón a su casa y le dijo: "¿Por qué tus servidores han incendiado el campo que me pertenece?".
32 Absalón replicó a Joab: "Yo te mandé a decir que vinieras, a fin de enviarte al rey con este mensaje: "¿Para qué he vuelto de Guesur? ¡Más me valdría estar todavía allí! Ahora quiero comparecer ante el rey, y si tengo alguna culpa, que me haga morir".
33 Joab fue a ver al rey y le llevó la noticia. Entonces el rey llamó a Absalón. Este se presentó ante él, se postró con el rostro en tierra, y el lo abrazó.

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Introducción a II Samuel 


Samuel I

Los libros de SAMUEL formaban originariamente una sola obra, que luego fue dividida en dos partes, debido a la considerable extensión de la misma. Esta obra abarca un amplio e importante período de la historia de Israel. Es el que transcurre entre el fin de la época de los Jueces y los últimos años del reinado de David, o sea, entre el 1050 y el 970 a. C. Israel vive en este tiempo una difícil etapa de transición, que determina el paso del régimen tribal a la instauración de un estado monárquico.
Los hechos que aquí se relatan están centrados en torno a tres figuras protagónicas: Samuel, el profeta austero; Saúl, el primer rey de Israel, y David, el elegido del Señor. Aunque de muy diversa manera, los tres tuvieron una parte muy activa en la agitada vida de su Pueblo y ejercieron sobre ella una influencia decisiva.
Samuel fue el guía espiritual de la nación en los días oscuros de la opresión filistea. Firmemente arraigado en las tradiciones religiosas de Israel, luchó más que ningún otro por mantener viva la fe en el Señor, estimulando al mismo tiempo el fervor patriótico de los israelitas y la voluntad de resistir a la dominación extranjera. Una vez instaurada la realeza, le prestó su apoyo, pero nunca dejó de afirmar que por encima de la autoridad del rey está la Palabra del Señor, manifestada por medio de sus Profetas.
Saúl fue, ante todo, un rey guerrero. El relato bíblico ha conservado ciertos episodios que nos hacen entrever, al mismo tiempo, la importancia histórica de Saúl y la tragedia de su reinado. Hacia el año 1030 a. C., él comienza la guerra de liberación y los filisteos tienen que replegarse a sus fronteras. Pero la violación de las leyes de la guerra santa ( 1Sa_13:8-14 ; 1Sa_13:15 ) le atrae la reprobación de Samuel. Con inflexible severidad, el profeta proclama la caída del rey, y este comienza a perder prestigio. Saúl se vuelve receloso y colérico. La primera víctima de sus celos es David, contra quien desata una encarnizada persecución. Así se desgastan las fuerzas de la monarquía naciente, precisamente cuando el peligro filisteo se hacía cada vez más amenazador. Por último, hacia el 1010 a. C., el desastre de Gelboé marca el trágico fin de este héroe contradictorio y desdichado.
David restauró las ruinas del reino en franco proceso de desintegración. La más significativa de sus hazañas fue ganarse la adhesión de todas las tribus de Israel. Los filisteos fueron rechazados definitivamente y las plazas fuertes cananeas quedaron sometidas al dominio israelita, lográndose así la unidad territorial. Después de la conquista de Jerusalén, el reino davídico tuvo su capital política y religiosa, y las victorias de David sobre los pueblos vecinos aseguraron su hegemonía sobre la Transjordania y sobre los arameos de Siria meridional. Sin embargo, la unidad interna de Israel no llegó a consolidarse realmente. La revuelta de Absalón -apoyada por las tribus del Norte- puso en peligro la estabilidad del reino apenas constituido. A pesar de todo, al término de su larga y azarosa vida, David dejó a su hijo Salomón un reino lleno de gloria y de grandeza.
Basta una somera lectura de los libros de Samuel para descubrir en ellos la presencia de elementos heterogéneos. Fuera de la "Crónica de la sucesión al trono de David" (2 Sam. 9-20), que se caracteriza por su notable unidad, el resto de la obra fue compuesto a partir de tradiciones y documentos de índole bastante diversa. De allí las frecuentes repeticiones y las divergencias en la presentación de los mismos hechos, particularmente en los relatos sobre los orígenes de la monarquía. En la redacción final de la obra se percibe la influencia del Deuteronomio, aunque en menor medida que en los libros de Josué, de los Jueces y de los Reyes.
Los libros de Samuel relatan una historia que llega a su etapa de madurez con la formación del reino de David. En el centro de la narración, el oráculo de Natán ( 2Sa_7:1-17 ) asegura la continuidad de la dinastía davídica en el trono de Israel. Así la historia de David adquiere un significado profético y mesiánico. El recuerdo de esta historia fue perfilando en Israel la figura ideal de un descendiente de David, de un "nuevo" David, el Ungido del Señor, el Mesías. Y "cuando se cumplió el tiempo establecido" ( Gal_4:4 ), "de la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús" ( Act_13:23 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

II Samuel  14,1-33

3. Como Natán en 12. 1-7, Joab quiere llevar a David a pronunciarse sobre un caso ficticio que la mujer de Técoa debe exponer ante él como si fuera un hecho real. Una vez obtenida la sentencia del rey, la ficción se pone al descubierto y la mujer le hace ver a David que sus propias palabras se vuelven contra él.

7. Sobre la venganza de sangre, ver las prescripciones de Num_35:19-21, mitigadas por Deu_19:6-10.