II Samuel  23 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 39 versitos |
1 Estas son las últimas palabras de David: Oráculo de David, hijo de Jesé, oráculo del hombre elevado a lo alto, el ungido del Dios de Jacob y el cantor de los himnos de Israel.
2 El espíritu del Señor habla por mí y su palabra está en mi lengua;
3 ha hablado el Dios de Jacob, la Roca de Israel me ha dicho: El que gobierna a los hombres con justicia, el que gobierna con temor de Dios
4 es como la luz matinal al salir el sol, en una mañana sin nubes: con ese resplandor, después de la lluvia, brota la hierba de la tierra.
5 Sí, mi casa está firme junto a Dios, porque él estableció por mí una alianza eterna, bien estipulada y garantida. ¿Acaso él no hace germinar lo que me da la victoria y lo que cumple mis deseos?
6 En cuanto a los malvados, son todos como espinas que se tiran y no se las recoge con la mano:
7 el que las toca se arma de un hierro o del asta de una lanza. y allí mismo son consumidas por el fuego.
8 Estos son los nombres de los Guerreros de David: Isbaal, el jacmonita, jefe de los Tres. El empuñó su lanza contra ochocientos hombres y los mató de una sola vez.
9 Después de él, Eleazar, hijo de Dodó, el ajojita, uno de los Tres Valientes. Este estaba con David en Pas Damím, donde los filisteos se habían concentrado para el combate. Los hombres de Israel emprendieron la retirada,
10 pero él resistió e hirió a los filisteos, hasta que se le acalambró la mano y se le quedó pegada a la espada. Aquel día, el Señor alcanzó una gran victoria, y el pueblo se reagrupó detrás de Eleazar, pero sólo para recoger los despojos.
11 Después de él, Samá, hijo de Agué, el jararita. Los filisteos se habían concentrado en Lejí. Allí había una parcela de campo toda sembrada de lentejas, y el ejército huyó delante de los filisteos.
12 Pero él se apostó en medio del campo, lo defendió y derrotó a los filisteos. Así el Señor alcanzó una gran victoria.
13 Tres de los Treinta bajaron juntos, durante el tiempo de la cosecha, y se unieron a David en la cueva de Adulam, mientras un destacamento de los filisteos acampaba en el valle de Refaím.
14 David se encontraba entonces en el refugio, y una guarnición filistea estaba en Belén.
15 David manifestó este deseo: "¡Quién me diera de beber agua del pozo que está junto a la Puerta de Belén!".
16 Los Tres Valientes irrumpieron en el campamento filisteo, sacaron agua del pozo que está junto a la Puerta de Belén, la trajeron y se la presentaron a David. Pero él no quiso beberla y la derramó como libación al Señor,
17 diciendo: "¡Líbreme el Señor de hacer tal cosa! ¡Es la sangre de estos hombres, que han ido allí exponiendo su vida!". Y no quiso beberla. Esto es lo que hicieron los Tres Valientes.
18 Abisai, hermano de Joab, hijo de Seruiá, era jefe de los Treinta. El empuñó su lanza contra trescientos hombres y los mató, ganándose un renombre entre los Treinta.
19 Era el más famoso de ellos, y fue su jefe, pero no llegó a igualar a los Tres.
20 Benaías, hijo de Iehoiadá, era un hombre valiente, rico en hazañas, oriundo de Cabsel. El mató a los dos héroes de Moab, y fue él quien bajó a la cisterna un día de nieve para matar al león.
21 También mató a un egipcio muy corpulento, que tenía en la mano una lanza. El enfrentó al egipcio con un garrote, le arrancó la lanza de la mano y lo mató con su propia lanza.
22 Esto es lo que hizo Benaías, hijo de Iehoiadá, y se ganó un renombre entre los Treinta Guerreros.
23 Fue el más famoso de los Treinta, pero no llegó a igualar a los Tres. David lo incorporó a su guardia personal.
24 Asael, hermano de Joab, era uno de los Treinta, y además, Eljanán, hijo de Dodó, de Belén;
25 Samá, de Jarod; Elicá, de Jarod;
26 Jéles, de Bet Pélet; Irá, hijo de Iqués, de Técoa;
27 Abiezer, de Anatot; Sibecai, de Jusá,
28 Salmón, de Ajoj; Majrai, de Netofá;
29 Jeleb, hijo de Baaná, de Netofá; Itai, hijo de Ribai, de Guibeá de los benjaminitas;
30 Benaías, de Pireatón; Hidai, de los torrentes de Gaas;
31 Abí Albón, de Bet Haarabá; Azmávet, de Bajurím;
32 Eliajbá, de Saalbón; Iasen, de Gizón; Jonatán,
33 hijo de Samá, de Harar; Ajiam, hijo de Sarar, de Harar;
34 Elifélet, hijo de Ajasbai, de Bet Maacá; Eliam, hijo de Ajitófel, de Guiló;
35 Jesrai, de Carmel; Paarai, de Arab;
36 Igal, hijo de Natán, de Sobá; Baní, de Gad;
37 Sélec, el amonita; Najrai, de Beerot, escudero de Joab, hijo de Seruiá;
38 Irá, de Iatir; Gareb, de Iatir;
39 Urías, el hitita. Eran treinta y siete en total.

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Introducción a II Samuel 


Samuel I

Los libros de SAMUEL formaban originariamente una sola obra, que luego fue dividida en dos partes, debido a la considerable extensión de la misma. Esta obra abarca un amplio e importante período de la historia de Israel. Es el que transcurre entre el fin de la época de los Jueces y los últimos años del reinado de David, o sea, entre el 1050 y el 970 a. C. Israel vive en este tiempo una difícil etapa de transición, que determina el paso del régimen tribal a la instauración de un estado monárquico.
Los hechos que aquí se relatan están centrados en torno a tres figuras protagónicas: Samuel, el profeta austero; Saúl, el primer rey de Israel, y David, el elegido del Señor. Aunque de muy diversa manera, los tres tuvieron una parte muy activa en la agitada vida de su Pueblo y ejercieron sobre ella una influencia decisiva.
Samuel fue el guía espiritual de la nación en los días oscuros de la opresión filistea. Firmemente arraigado en las tradiciones religiosas de Israel, luchó más que ningún otro por mantener viva la fe en el Señor, estimulando al mismo tiempo el fervor patriótico de los israelitas y la voluntad de resistir a la dominación extranjera. Una vez instaurada la realeza, le prestó su apoyo, pero nunca dejó de afirmar que por encima de la autoridad del rey está la Palabra del Señor, manifestada por medio de sus Profetas.
Saúl fue, ante todo, un rey guerrero. El relato bíblico ha conservado ciertos episodios que nos hacen entrever, al mismo tiempo, la importancia histórica de Saúl y la tragedia de su reinado. Hacia el año 1030 a. C., él comienza la guerra de liberación y los filisteos tienen que replegarse a sus fronteras. Pero la violación de las leyes de la guerra santa ( 1Sa_13:8-14 ; 1Sa_13:15 ) le atrae la reprobación de Samuel. Con inflexible severidad, el profeta proclama la caída del rey, y este comienza a perder prestigio. Saúl se vuelve receloso y colérico. La primera víctima de sus celos es David, contra quien desata una encarnizada persecución. Así se desgastan las fuerzas de la monarquía naciente, precisamente cuando el peligro filisteo se hacía cada vez más amenazador. Por último, hacia el 1010 a. C., el desastre de Gelboé marca el trágico fin de este héroe contradictorio y desdichado.
David restauró las ruinas del reino en franco proceso de desintegración. La más significativa de sus hazañas fue ganarse la adhesión de todas las tribus de Israel. Los filisteos fueron rechazados definitivamente y las plazas fuertes cananeas quedaron sometidas al dominio israelita, lográndose así la unidad territorial. Después de la conquista de Jerusalén, el reino davídico tuvo su capital política y religiosa, y las victorias de David sobre los pueblos vecinos aseguraron su hegemonía sobre la Transjordania y sobre los arameos de Siria meridional. Sin embargo, la unidad interna de Israel no llegó a consolidarse realmente. La revuelta de Absalón -apoyada por las tribus del Norte- puso en peligro la estabilidad del reino apenas constituido. A pesar de todo, al término de su larga y azarosa vida, David dejó a su hijo Salomón un reino lleno de gloria y de grandeza.
Basta una somera lectura de los libros de Samuel para descubrir en ellos la presencia de elementos heterogéneos. Fuera de la "Crónica de la sucesión al trono de David" (2 Sam. 9-20), que se caracteriza por su notable unidad, el resto de la obra fue compuesto a partir de tradiciones y documentos de índole bastante diversa. De allí las frecuentes repeticiones y las divergencias en la presentación de los mismos hechos, particularmente en los relatos sobre los orígenes de la monarquía. En la redacción final de la obra se percibe la influencia del Deuteronomio, aunque en menor medida que en los libros de Josué, de los Jueces y de los Reyes.
Los libros de Samuel relatan una historia que llega a su etapa de madurez con la formación del reino de David. En el centro de la narración, el oráculo de Natán ( 2Sa_7:1-17 ) asegura la continuidad de la dinastía davídica en el trono de Israel. Así la historia de David adquiere un significado profético y mesiánico. El recuerdo de esta historia fue perfilando en Israel la figura ideal de un descendiente de David, de un "nuevo" David, el Ungido del Señor, el Mesías. Y "cuando se cumplió el tiempo establecido" ( Gal_4:4 ), "de la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús" ( Act_13:23 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas