I Reyes 10 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 29 versitos |
1 La reina de Sabá oyó hablar de la fama de Salomón, y fue a ponerlo a prueba, proponiéndole unos enigmas.
2 Llegó a Jerusalén con un séquito imponente, con camellos cargados de perfumes, de muchísimo oro y de piedras preciosas. Cuando se presentó ante Salomón, le expuso todo lo que tenía pensando decirle.
3 Salomón respondió a todas sus preguntas: no hubo para el rey ninguna cuestión tan oscura que no se la pudiera explicar.
4 Cuando la reina de Sabá vio toda la sabiduría de Salomón, la casa que había construido,
5 los manjares de su mesa, los aposentos de sus servidores, el porte y las libreas de sus camareros, sus coperos y los holocaustos que ofrecía en la Casa del Señor, se quedó sin aliento
6 y dijo al rey: "¡Realmente era verdad lo que había oído decir en mi país acerca de ti y de tu sabiduría!
7 Yo no lo quería creer, sin venir antes a verlo con mis propios ojos. Pero ahora compruebo que no me habían contado ni siquiera la mitad: tu sabiduría y tus riquezas superan la fama que llegó a mis oídos.
8 ¡Felices tus mujeres, felices también estos servidores tuyos, que están constantemente delante de ti, escuchando tu sabiduría!
9 ¡Y bendito sea el Señor, tu Dios, que te ha mostrado su favor poniéndote sobre el trono de Israel! Sí, por su amor eterno a Israel, el Señor te estableció como rey para que ejercieras el derecho y la justicia".
10 La reina regaló al rey ciento veinte talentos de oro, una enorme cantidad de perfumes y piedras preciosas; nunca más se recibieron tantos perfumes como los que la reina de Sabá dio al rey Salomón.
11 La flota de Jiram, que había transportado el oro de Ofir, trajo también de allí madera de sándalo en gran cantidad y piedras preciosas.
12 Con la madera de sándalo, el rey hizo unas balaustradas para la Casa del Señor y para la casa del rey, y también cítaras y arpas para los músicos. Nunca más se recibió una madera de sándalo como aquella, ni se la vio más hasta el día de hoy.
13 Por su parte, el rey Salomón dio a la reina de Sabá todo lo que a ella se le ocurrió pedir, aparte de los regalos que le hizo como sólo podía hacerlo el rey Salomón. Después ella emprendió el camino de regreso a su país, acompañada de su séquito.
14 El peso del oro que recibía Salomón en un solo año ascendía a los seiscientos sesenta y seis talentos,
15 sin contar lo que aportaban el tránsito de viajantes, el tráfico de mercaderes, todos los reyes de Arabia y los gobernadores del país.
16 El rey Salomón hizo doscientos grandes escudos de oro trabajado a martillo, empleando para cada uno seiscientos siclos de oro,
17 y trescientos escudos más pequeños, también de oro trabajado a martillo, empleando para cada uno seiscientos siclos de oro, Luego el rey los ubicó en la sala llamada Bosque del Líbano.
18 El rey hizo, además, un gran trono de marfil, al que recubrió de oro fino.
19 El trono tenía seis gradas, unas cabezas de toros en la parte posterior, y brazos a ambos lados del asiento; junto a los brazos había dos leones de pie,
20 y otros doce leones de pie sobre las seis gradas, a uno y otro lado. En ningún reino se había hecho nada igual.
21 Toda la vajilla del rey Salomón era de oro, y todo el mobiliario de la sala llamada Bosque del Líbano, de oro fino; no se usaba la plata, a la que en tiempos de Salomón no se la tenía en cuenta para nada.
22 Porque el rey tenía en el mar una flota mercante, junto con la flota de Jiram, y una vez cada tres años las naves llegaban cargadas de oro, plata, marfil, monos y pavos reales.
23 El rey Salomón superó a todos los reyes de la tierra en riqueza y sabiduría.
24 Todo el mundo trataba de ver a Salomón para oír la sabiduría que Dios había puesto en su corazón.
25 Y cada uno aportaba sus presentes: objetos de plata y oro, trajes, armas, perfumes, caballos y mulas. Así, año tras año.
26 Salomón reunió también carros y caballos: llegó a tener mil cuatrocientos carros y doce mil caballos, que acantonó en las ciudades de guarnición y en Jerusalén, junto a él.
27 El rey hizo que la plata fuera en Jerusalén tan común como las piedras, y que la madera de cedro fuera tan abundante como los sicómoros de la Sefelá.
28 Los caballos de Salomón procedían de Musrí y de Cilicia. Los agentes del rey los adquirían en Cilicia, a un precio fijo.
29 Cada carro importado de Musrí costaba seiscientos siclos de plata; cada caballo, ciento cincuenta. En las mismas condiciones, por medio de esos agentes, se exportaban para todos los reyes hititas y para los reyes de Aram.

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Introducción a I Reyes


Reyes I

Los libros de Samuel presentaban la institución y el afianzamiento de la monarquía, como un proceso ascendente y lleno de promesas para Israel. Los libros de los REYES -que al principio formaban una sola obra, dividida luego en dos partes- continúan esa historia, pero trazan una parábola descendente. Aquí el relato comienza con el reinado de Salomón, que fue la etapa más brillante de todo el período monárquico, y llega hasta el momento en que el Pueblo de Dios vivió su experiencia más dramática y desconcertante: la caída de Jerusalén, el fin de la dinastía davídica y la deportación a Babilonia.
Este trágico desenlace se fue gestando gradualmente. A la muerte de Salomón, el reino de Judá se mantiene fiel a los reyes del linaje davídico y al Templo de Jerusalén. Pero las tribus del Norte, profundamente desilusionadas por el trato recibido en la época salomónica, se separan de Judá y constituyen un estado independiente, designado en adelante con el nombre de "Israel". Durante un par de siglos, los dos reinos separados logran conservar su autonomía política, debido al eclipse momentáneo de los grandes imperios del Antiguo Oriente. Pero la situación cambia radicalmente cuando Asiria comienza a desarrollar sus campañas expansionistas. En el año 721 a. C., Samaría cae en poder de los asirios, y así desaparece el reino de Israel. El reino de Judá sobrevive a la catástrofe, pero sólo por un tiempo. En el 587, las tropas de Nabucodonosor, rey de Babilonia -convertido en el nuevo árbitro de la situación, después de la derrota de Asiria- invaden Jerusalén, arrasan el Templo y se llevan cautiva a una buena parte de la población de Judá.
Los libros de los Reyes recibieron su redacción definitiva cuando todavía estaba muy vivo el recuerdo de este último acontecimiento. En la composición de la obra, se emplearon diversas fuentes, entre las que se destacan los informes provenientes de los archivos reales. Pero, en el relato de los hechos, lo que más interesa no es la historia en sí misma, sino la enseñanza que se debe extraer de ella, como medio para superar la crisis. Por eso, desde las primeras páginas comienza a vislumbrarse la pregunta que está implícita a lo largo de toda la narración: ¿Por qué el Señor ha rechazado a su Pueblo, dispersándolo entre las naciones paganas? ¿Hay un remedio para la catástrofe o el veredicto de condenación es irrevocable?
Para responder a este doloroso interrogante, el autor de estos Libros sigue paso a paso la historia de Israel en tiempos de la monarquía, y confronta la conducta de los reyes con las enseñanzas del Deuteronomio. Según la doctrina deuteronómica, el Señor eligió gratuitamente a Israel y lo comprometió a vivir en conformidad con su Ley. De esta manera, dejó abierto ante él un doble camino: el de la fidelidad, que conduce a la vida, y el de la desobediencia, que acaba en la muerte. Pero todos los reyes de Israel y casi todos los de Judá, en lugar de guiar al Pueblo del Señor por el camino de la fidelidad, lo encaminaron hacia su propia ruina, tolerando y aun fomentando el culto de Baal y de las otras divinidades cananeas. El fracaso de la monarquía, después de sus promisorios comienzos en tiempos de David, muestra que la raíz de todo mal está en apartarse del verdadero Dios.
Pero esta evocación del pasado, con su balance francamente pesimista, encierra también una lección para el presente. A pesar de las infidelidades de los reyes, el Señor nunca dejó de hacerse presente en la vida de su Pueblo a través de los Profetas. Por medio de ellos, Dios hizo oír constantemente su Palabra a fin de llamar a la conversión. Y esa Palabra seguía vigente para el "Resto" de Judá que se purificaba en el exilio. Si las derrotas nacionales habían sido la consecuencia del pecado, la conversión al Señor traería de nuevo la salvación. Las promesas divinas no podían caer en el vacío y el Reino de Dios se iba a realizar más allá de todos los fracasos terrenos.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

I Reyes 10,1-29

1. A pesar de su tono legendario, esta célebre narración tiene un trasfondo histórico. Pero es poco verosímil que la reina de alguna tribu sabea de Arabia haya ido a Jerusalén únicamente para satisfacer su curiosidad. Su intención era, sin duda, establecer un acuerdo comercial con Salomón.

28. Estos dos sitios de Asia Menor eran célebres por la cría de caballos.