I Reyes 15 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 34 versitos |
1 El año decimoctavo del reinado de Jeroboam, hijo de Nebat, Abiam comenzó a reinar sobre Judá.
2 El reinó tres años en Jerusalén. Su madre se llamaba Maacá, y era hija de Abisalom.
3 El imitó todos los pecados que su padre había cometido antes que él, y su corazón no perteneció íntegramente al Señor, su Dios, como el de su padre David.
4 Sin embargo, por consideración a David, el Señor, su Dios, le concedió una lámpara en Jerusalén, asegurándole una descendencia y manteniendo en pie a Jerusalén.
5 Porque David había hecho lo que es recto a los ojos del Señor, sin apartarse jamás de lo que él le había mandado, salvo en el caso de Urías, el hitita
6 [...]
7 El resto de los hechos de Abiam y todo lo que él hizo, ¿no está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Judá? Entre Abiam y Jeroboam hubo guerra.
8 Abiam se fue a descansar con sus padres y lo sepultaron en la Ciudad de David. Su hijo Asá reinó en lugar de él.
9 El vigésimo año de Jeroboam, rey de Israel, comenzó a reinar Asá como rey de Judá.
10 El reinó cuarenta y un años en Jerusalén. Su abuela se llamaba Maacá, y era hija de Abisalom.
11 Asá hizo lo que es recto a los ojos del Señor, igual que su padre David.
12 Expulsó del país a los que se dedicaban a la prostitución sagrada y retiró todos los ídolos fabricados por sus antepasados.
13 Incluso despojó del rango de reina madre a su abuela Maacá, por haber dedicado un horrendo fetiche, quemándolo en el torrente Cedrón.
14 Sin embargo, no desaparecieron los lugares altos, aunque el corazón de Asá perteneció íntegramente al Señor durante toda la vida.
15 El hizo llevar a la Casa del Señor las ofrendas consagradas por su padre y las que él mismo había consagrado: plata, oro y otros utensilios.
16 Entre Asá y Basá, rey de Israel, hubo guerras continuas.
17 Basá, rey de Israel, subió contra Judá y fortificó Ramá, para cortarle las comunicaciones a Asá, rey de Judá.
18 Entonces Asá recogió toda la plata y el oro que aún quedaban en los tesoros de la Casa del Señor y en los de la casa del rey, y se los confió a sus servidores, a los que envió luego a Ben Hadad, hijo de Tabrimón, hijo de Jezión, rey de Aram, que residía en Damasco, con el siguiente mensaje:
19 "Hay una alianza entre tú y yo, como la hubo entre mi padre y el tuyo. Aquí te envío como presente plata y oro. Rompe entonces tu alianza con Basá, rey de Israel, para que se retire de mi territorio".
20 Ben Hadad le hizo caso y envió a los jefes de su ejército contra las ciudades de Israel. Atacó a Iyón, Dan, Abel Bet Maacá, toda la región de Quinéret y todo el territorio de Neftalí.
21 Cuando se enteró Basá, suspendió la fortificación de Ramá y regresó a Tirsá.
22 El rey Asá convocó luego a todos los habitantes de Judá, sin excepción, y se llevaron las piedras y la madera con que Basá estaba fortificando Ramá. Con ellas, el rey Asá fortificó Gueba de Benjamín y Mispá.
23 El resto de todos los hechos de Asá, su valentía, sus obras y las ciudades que construyó, ¿no está escrito todo eso en el libro de los Anales de los reyes de Judá? Cuando ya era anciano, se enfermó de los pies.
24 Asá se fue a descansar con sus padres, y fue sepultado en la Ciudad de David, su padre. Su hijo Josafat reinó en lugar de él.
25 Nadab, hijo de Jeroboam, comenzó a reinar sobre Israel el segundo año de Asá, rey de Judá, y reinó dos años sobre Israel.
26 El hizo lo que es malo a los ojos del Señor; siguió el camino de su padre y persistió en el pecado con que este hizo pecar a Israel.
27 Basá, hijo de Ajías, de la casa de Isacar, conspiró contra él y lo ultimó en Guibetón, que pertenecía a los filisteos, cuando Nadab y todo Israel lo estaban sitiando.
28 Basá dio muerte a Nadab en el tercer año de Asá, rey de Judá, y se constituyó rey en lugar de él.
29 Apenas comenzó a reinar, masacró a toda la casa de Jeroboam, hasta exterminarla, sin dejar a nadie con vida, conforme a la palabra que había dicho el Señor por medio de su servidor Ajías de Silo.
30 Esto sucedió a causa de los pecados que Jeroboam cometió e hizo cometer a Israel, provocando así la indignación del Señor, el Dios de Israel.
31 El resto de los hechos de Nadab, todo lo que él hizo, ¿no está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Israel?
32 [...]
33 El tercer año de Asá, rey de Judá, comenzó a reinar sobre Israel Basá, hijo de Ajías, y reinó veinticuatro años en Tirsá.
34 El hizo lo que es malo a los ojos del Señor; siguió el camino de Jeroboam y persistió en el pecado con que este hizo pecar a Israel.

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Introducción a I Reyes


Reyes I

Los libros de Samuel presentaban la institución y el afianzamiento de la monarquía, como un proceso ascendente y lleno de promesas para Israel. Los libros de los REYES -que al principio formaban una sola obra, dividida luego en dos partes- continúan esa historia, pero trazan una parábola descendente. Aquí el relato comienza con el reinado de Salomón, que fue la etapa más brillante de todo el período monárquico, y llega hasta el momento en que el Pueblo de Dios vivió su experiencia más dramática y desconcertante: la caída de Jerusalén, el fin de la dinastía davídica y la deportación a Babilonia.
Este trágico desenlace se fue gestando gradualmente. A la muerte de Salomón, el reino de Judá se mantiene fiel a los reyes del linaje davídico y al Templo de Jerusalén. Pero las tribus del Norte, profundamente desilusionadas por el trato recibido en la época salomónica, se separan de Judá y constituyen un estado independiente, designado en adelante con el nombre de "Israel". Durante un par de siglos, los dos reinos separados logran conservar su autonomía política, debido al eclipse momentáneo de los grandes imperios del Antiguo Oriente. Pero la situación cambia radicalmente cuando Asiria comienza a desarrollar sus campañas expansionistas. En el año 721 a. C., Samaría cae en poder de los asirios, y así desaparece el reino de Israel. El reino de Judá sobrevive a la catástrofe, pero sólo por un tiempo. En el 587, las tropas de Nabucodonosor, rey de Babilonia -convertido en el nuevo árbitro de la situación, después de la derrota de Asiria- invaden Jerusalén, arrasan el Templo y se llevan cautiva a una buena parte de la población de Judá.
Los libros de los Reyes recibieron su redacción definitiva cuando todavía estaba muy vivo el recuerdo de este último acontecimiento. En la composición de la obra, se emplearon diversas fuentes, entre las que se destacan los informes provenientes de los archivos reales. Pero, en el relato de los hechos, lo que más interesa no es la historia en sí misma, sino la enseñanza que se debe extraer de ella, como medio para superar la crisis. Por eso, desde las primeras páginas comienza a vislumbrarse la pregunta que está implícita a lo largo de toda la narración: ¿Por qué el Señor ha rechazado a su Pueblo, dispersándolo entre las naciones paganas? ¿Hay un remedio para la catástrofe o el veredicto de condenación es irrevocable?
Para responder a este doloroso interrogante, el autor de estos Libros sigue paso a paso la historia de Israel en tiempos de la monarquía, y confronta la conducta de los reyes con las enseñanzas del Deuteronomio. Según la doctrina deuteronómica, el Señor eligió gratuitamente a Israel y lo comprometió a vivir en conformidad con su Ley. De esta manera, dejó abierto ante él un doble camino: el de la fidelidad, que conduce a la vida, y el de la desobediencia, que acaba en la muerte. Pero todos los reyes de Israel y casi todos los de Judá, en lugar de guiar al Pueblo del Señor por el camino de la fidelidad, lo encaminaron hacia su propia ruina, tolerando y aun fomentando el culto de Baal y de las otras divinidades cananeas. El fracaso de la monarquía, después de sus promisorios comienzos en tiempos de David, muestra que la raíz de todo mal está en apartarse del verdadero Dios.
Pero esta evocación del pasado, con su balance francamente pesimista, encierra también una lección para el presente. A pesar de las infidelidades de los reyes, el Señor nunca dejó de hacerse presente en la vida de su Pueblo a través de los Profetas. Por medio de ellos, Dios hizo oír constantemente su Palabra a fin de llamar a la conversión. Y esa Palabra seguía vigente para el "Resto" de Judá que se purificaba en el exilio. Si las derrotas nacionales habían sido la consecuencia del pecado, la conversión al Señor traería de nuevo la salvación. Las promesas divinas no podían caer en el vacío y el Reino de Dios se iba a realizar más allá de todos los fracasos terrenos.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

I Reyes 15,1-34

6. Este versículo es una repetición literal del 14. 30.

32. Este versículo es una repetición literal del v. 16.