I Reyes 16 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 34 versitos |
1 La palabra del Señor llegó entonces a Jehú, hijo de Jananí, contra Basá, en estos términos:
2 "Yo te levanté del polvo y te constituí jefe de mi pueblo Israel. Pero tú has seguido el camino de Jeroboam y has hecho pecar a mi pueblo Israel, provocándome así con sus pecados.
3 Por eso, voy a barrer hasta los últimos restos de Basá y de su casa, y dejaré tu casa como la de Jeroboam, hijo de Nebat.
4 Al de la familia de Basá que muera en la ciudad, lo comerán los perros, y al que muera en descampado, lo comerán las aves del cielo".
5 El resto de los hechos de Basá y todo lo que él hizo, así como su valentía, ¿no está escrito todo eso en el Libro de los Anales de los reyes de Israel?
6 Basá se fue a descansar con sus padres y fue sepultado en Tirsá. Su hijo Elá reinó en lugar de él.
7 Además, por medio del profeta Jehú, hijo de Jananí, la palabra del Señor fue dirigida a Basá y a su casa, por todo el mal que este había hecho a los ojos del Señor, provocando su indignación con la obra de sus manos, hasta el punto de llegar a ser como la casa de Jeroboam, y también por haber exterminado su estirpe.
8 El vigésimo sexto año de Asá, rey de Judá, comenzó a reinar sobre Israel Elá, hijo de Basá, y reinó dos años en Tirsá.
9 Su servidor Zimrí, jefe de media división de los carros de guerra, conspiró contra él; y mientras Elá estaba en Tirsá, bebiendo hasta embriagarse en casa de Arsá, el mayordomo de palacio,
10 entró Zimrí, lo hirió de muerte y reinó en lugar de él. Era el vigésimo séptimo año de Asá, rey de Judá.
11 Apenas se proclamó rey y se sentó en su trono, él acabó con toda la casa de Basá, sin dejarle ningún varón, ni parientes cercanos ni amigos.
12 Zimrí exterminó a toda la casa de Basá, conforme a la palabra que el Señor había pronunciado contra él por medio del profeta Jehú,
13 a causa de todos los pecados que Basá y su hijo Elá habían cometido y habían hecho cometer a Israel, provocando con sus ídolos vanos la indignación del Señor, el Dios de Israel.
14 El resto de los hechos de Elá y todo lo que él hizo, ¿no está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Israel?
15 El vigésimo séptimo año de Asá, rey de Judá, comenzó a reinar Zimrí, y reinó siete días en Tirsá. Mientras tanto, el ejército estaba acampado contra Guibetón, que pertenecía a los filisteos.
16 Cuando el ejército acampado oyó decir: "Zimrí ha tramado una conspiración e incluso ha matado al rey", ese mismo día, en el campamento, todo Israel proclamó rey de Israel a Omrí, el jefe del ejército.
17 Omrí y todo Israel con él subieron de Guibetón y sitiaron a Tirsá.
18 Cuando Zimrí vio que la ciudad era tomada, entró en el torreón del palacio real, prendió fuego al palacio y así murió.
19 Esto sucedió por el pecado que había cometido, haciendo lo que es malo a los ojos del Señor, siguiendo el camino de Jeroboam y persistiendo en el pecado que este había cometido al hacer pecar a Israel.
20 El resto de los hechos de Zimrí y la conspiración que él urdió, ¿no está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Israel?
21 Entonces, el pueblo de Israel se dividió en dos: una mitad del pueblo siguió a Tibní, hijo de Guinat, para hacerlo rey; la otra mitad, en cambio, siguió a Omrí.
22 Pero el partido de Omrí prevaleció sobre los partidarios de Tibní, hijo de Guinat. Tibní murió y Omrí quedó como rey.
23 El trigésimo primer año de Asá, rey de Judá, comenzó a reinar sobre Israel, y reinó doce años. Reinó seis años en Tirsá,
24 y luego le compró a Sémer el monto de Samaría, por dos talentos de plata. Levantó edificaciones en la montaña, y dio a la ciudad que había edificado el nombre de Samaría, por el nombre de Sémer, el dueño del monto.
25 Omrí hizo lo que es malo a los ojos del Señor, y obró peor aún que sus predecesores.
26 Siguió en todo el camino de Jeroboam, hijo de Nebat, y persistió en los pecados con que él hizo pecar a Israel, provocando con sus ídolos vanos la indignación del Señor, el Dios de Israel.
27 El resto de los hechos de Omrí, todo lo que él hizo y las proezas que realizó, ¿no está escrito todo eso en el libro de los Anales de los reyes de Israel?
28 Omrí se fue a descansar con sus padres y fue sepultado en Samaría. Su hijo Ajab reinó en lugar de él.
29 Ajab, hijo de Omrí, comenzó a reinar sobre Israel el trigésimo octavo año de Asá, rey de Judá, y reinó sobre Israel, en Samaría, durante veintidós años.
30 Ajab, hijo de Omrí, hizo lo que es malo a los ojos del Señor, más que todos sus predecesores.
31 Y como si no le hubiera bastado persistir en los pecados de Jeroboam, hijo de Nebat, tomó por esposa a Jezabel, hija de Etbaal, rey de los sidonios, y fue a servir a Baal y se postró delante de él.
32 Erigió además un altar a Baal en el templo que le había construido en Samaría.
33 Ajab hizo también el Poste sagrado, y continuó provocando la indignación del Señor, el Dios de Israel, más que todos los reyes que lo habían precedido.
34 En su tiempo, Jiel de Betel reconstruyó Jericó: poner los cimientos le costó la vida de Abiram, su primogénito, y asentar las puertas le costó la vida de Segub, su hijo menor, conforme a la palabra que había pronunciado el Señor por medio de Josué, hijo de Nun.

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Introducción a I Reyes


Reyes I

Los libros de Samuel presentaban la institución y el afianzamiento de la monarquía, como un proceso ascendente y lleno de promesas para Israel. Los libros de los REYES -que al principio formaban una sola obra, dividida luego en dos partes- continúan esa historia, pero trazan una parábola descendente. Aquí el relato comienza con el reinado de Salomón, que fue la etapa más brillante de todo el período monárquico, y llega hasta el momento en que el Pueblo de Dios vivió su experiencia más dramática y desconcertante: la caída de Jerusalén, el fin de la dinastía davídica y la deportación a Babilonia.
Este trágico desenlace se fue gestando gradualmente. A la muerte de Salomón, el reino de Judá se mantiene fiel a los reyes del linaje davídico y al Templo de Jerusalén. Pero las tribus del Norte, profundamente desilusionadas por el trato recibido en la época salomónica, se separan de Judá y constituyen un estado independiente, designado en adelante con el nombre de "Israel". Durante un par de siglos, los dos reinos separados logran conservar su autonomía política, debido al eclipse momentáneo de los grandes imperios del Antiguo Oriente. Pero la situación cambia radicalmente cuando Asiria comienza a desarrollar sus campañas expansionistas. En el año 721 a. C., Samaría cae en poder de los asirios, y así desaparece el reino de Israel. El reino de Judá sobrevive a la catástrofe, pero sólo por un tiempo. En el 587, las tropas de Nabucodonosor, rey de Babilonia -convertido en el nuevo árbitro de la situación, después de la derrota de Asiria- invaden Jerusalén, arrasan el Templo y se llevan cautiva a una buena parte de la población de Judá.
Los libros de los Reyes recibieron su redacción definitiva cuando todavía estaba muy vivo el recuerdo de este último acontecimiento. En la composición de la obra, se emplearon diversas fuentes, entre las que se destacan los informes provenientes de los archivos reales. Pero, en el relato de los hechos, lo que más interesa no es la historia en sí misma, sino la enseñanza que se debe extraer de ella, como medio para superar la crisis. Por eso, desde las primeras páginas comienza a vislumbrarse la pregunta que está implícita a lo largo de toda la narración: ¿Por qué el Señor ha rechazado a su Pueblo, dispersándolo entre las naciones paganas? ¿Hay un remedio para la catástrofe o el veredicto de condenación es irrevocable?
Para responder a este doloroso interrogante, el autor de estos Libros sigue paso a paso la historia de Israel en tiempos de la monarquía, y confronta la conducta de los reyes con las enseñanzas del Deuteronomio. Según la doctrina deuteronómica, el Señor eligió gratuitamente a Israel y lo comprometió a vivir en conformidad con su Ley. De esta manera, dejó abierto ante él un doble camino: el de la fidelidad, que conduce a la vida, y el de la desobediencia, que acaba en la muerte. Pero todos los reyes de Israel y casi todos los de Judá, en lugar de guiar al Pueblo del Señor por el camino de la fidelidad, lo encaminaron hacia su propia ruina, tolerando y aun fomentando el culto de Baal y de las otras divinidades cananeas. El fracaso de la monarquía, después de sus promisorios comienzos en tiempos de David, muestra que la raíz de todo mal está en apartarse del verdadero Dios.
Pero esta evocación del pasado, con su balance francamente pesimista, encierra también una lección para el presente. A pesar de las infidelidades de los reyes, el Señor nunca dejó de hacerse presente en la vida de su Pueblo a través de los Profetas. Por medio de ellos, Dios hizo oír constantemente su Palabra a fin de llamar a la conversión. Y esa Palabra seguía vigente para el "Resto" de Judá que se purificaba en el exilio. Si las derrotas nacionales habían sido la consecuencia del pecado, la conversión al Señor traería de nuevo la salvación. Las promesas divinas no podían caer en el vacío y el Reino de Dios se iba a realizar más allá de todos los fracasos terrenos.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

I Reyes 16,1-34

23-24. Desde el punto de vista político y militar, el reinado de Omrí marcó una etapa gloriosa para Israel. Pero el libro de los Reyes, que narra la historia desde una perspectiva religiosa, no se detiene sobre este aspecto. Sólo menciona la fundación de Samaría, que será en adelante la capital del reino del Norte, hasta su caída en poder de los asirios.

31. "Etbaal" significa "Baal está con él". Este rey de Tiro y de Sidón era también sacerdote de la diosa Astarté. La condición sacerdotal de su padre podría explicar en parte el celo con que Jezabel trató de implantar en Israel el culto de Baal.

34. Ver Jos_6:26.