I Reyes 22 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 54 versitos |
1 Durante tres años, no hubo guerra entre Aram e Israel.
2 Al tercer año, Josafat, rey de Judá, bajó a visitar al rey de Israel.
3 Este dijo a sus servidores: "Ustedes saben bien que Ramot de Galaad nos pertenece. Sin embargo, nosotros no hacemos nada para quitársela al rey de Aram".
4 Luego preguntó a Josafat: "¿Irías conmigo a combatir a Ramot de Galaad?". Josafat respondió al rey de Israel: "Cuenta conmigo como contigo mismo, con mi gente como con la tuya, con mis caballos como con los tuyos".
5 Pero añadió: "Consulta primero la palabra del Señor".
6 El rey de Israel reunió a los profetas, unos cuatrocientos hombres, y les preguntó: "¿Puedo ir a combatir contra Ramot de Galaad, o debo desistir?". Ellos respondieron: "Sube, y el Señor la entregará en manos del rey".
7 Pero Josafat insistió: "¿No queda por ahí algún profeta del Señor para consultar por medio de él?".
8 El rey de Israel dijo a Josafat: "Sí, queda todavía un hombre por cuyo intermedio se podría consultar al Señor. Pero yo lo detesto, porque no me vaticina nada bueno, sino sólo desgracias: es Miqueas, hijo de Imlá". "No hable el rey de esa manera", replicó Josafat.
9 Entonces el rey de Israel llamó a un eunuco y ordenó: "Que venga en seguida Miqueas, hijo de Imlá".
10 El rey de Israel y Josafat, rey de Judá estaban sentados cada uno en su trono, con sus vestiduras reales, sobre la explanada que está a la entrada de la puerta de Samaría, mientras todos los profetas vaticinaban delante de ellos.
11 Sedecías, hijo de Canaaná, se había hecho unos cuernos de hierro y decía: "Así habla el Señor: Con esto embestirás a Aram hasta acabar con él".
12 Y todos los profetas vaticinaban en el mismo sentido, diciendo: "¡Sube a Ramot de Galaad y triunfarás! ¡El Señor la entregará en manos del rey!".
13 El mensajero que había ido a llamar a Miqueas le dijo: "Mira que las palabras de los profetas anuncian a una sola voz buena fortuna para el rey. Habla tú también como uno de ellos, y anuncia la victoria".
14 Pero Miqueas replicó: "¡Por la vida del Señor, sólo diré lo que el Señor me diga!".
15 Cuando se presentó al rey, este le dijo: "Miqueas, ¿podemos ir a combatir contra Ramot de Galaad, o debemos desistir?". El le respondió: "Sube y triunfarás: el Señor la entregará en manos del rey".
16 Pero el rey le dijo: "¿Cuántas veces tendré que conjurarte a que no me digas más que la verdad en nombre del Señor?".
17 Miqueas dijo entonces: "He visto a todo Israel disperso por las montañas, como ovejas sin pastor, El Señor ha dicho: Estos ya no tienen dueño; vuélvase cada uno a su casa en paz".
18 El rey de Israel dijo a Josafat: "¿No te había dicho que este no me vaticina el bien, sino sólo desgracias?".
19 Miqueas siguió diciendo: "Por eso, escucha la palabra del Señor: Yo vi al Señor sentado en su trono, y todo el Ejército de los cielos estaba de pie junto a él, a derecha e izquierda.
20 El Señor preguntó: "¿Quién seducirá a Ajab, para que suba y caiga en Ramot de Galaad?". Ellos respondieron, uno de una manera y otro de otra.
21 Entonces se adelantó el espíritu y, puesto de pie delante del Señor, dijo: "Yo lo seduciré". "¿Cómo?", preguntó el Señor.
22 El respondió: "Iré y seré un espíritu de mentira en la boca de todos los profetas". Entonces el Señor le dijo: "Tú lograrás seducirlo. Ve y obra sí".
23 Ahora, el Señor ha puesto un espíritu de mentira en la boca de todos los profetas, porque él ha decretado tu ruina".
24 Sedecías, hijo de Canaaná, se acercó a Miqueas y le dio una bofetada, diciendo: "¿Por dónde se me escapó el espíritu del Señor para hablarte de ti?".
25 Miqueas repuso: "Eso lo verás el día en que vayas de una habitación a otra para esconderte".
26 Entonces el rey de Israel ordenó: "Toma a Miqueas y llévalo a Amón, el gobernador de la ciudad, y a Joás, el hijo del rey. Tú les dirás:
27 Así habla el rey: Encierren a este hombre en la cárcel y ténganlo a pan y agua, hasta que yo regrese victorioso".
28 Miqueas replicó "Si tú regresas victorioso, quiere decir que el Señor no ha hablado por mi boca".
29 El rey de Israel y Josafat, rey de Judá, subieron a Ramot de Galaad.
30 Y el rey de Israel dijo a Josafat: "Yo me voy a disfrazar para entrar en batalla, pero tú quédate con tus vestiduras". El rey de Israel se disfrazó y entró en combate.
31 El rey de Aram, por su parte, había dado esta orden a los treinta y dos comandantes de sus carros de guerra: "No ataquen a nadie, ni pequeño ni grande, sino sólo al rey de Israel".
32 Cuando los comandantes de los carros vieron a Josafat, dijeron: "Seguro que ese es el rey de Israel", y se volvieron hacia él para atacarlo. Josafat lanzó un grito,
33 y los comandantes de los carros, al ver que ese no era el rey de Israel, dejaron de perseguirlo.
34 Pero un hombre disparó su arco al azar e hirió al rey por entre las junturas de la coraza. El rey dijo al conductor de su carro: "Vuelve atrás y sácame del campo de batalla, porque estoy malherido".
35 Aquel día, el combate fue muy encarnizado. El rey debió ser sostenido de pie sobre el carro, frente a los arameos, y murió al atardecer. La sangre de su herida había chorreado hasta el fondo del carro.
36 A la puesta del sol, corrió un grito por el campo de batalla: "¡Cada uno a su ciudad! ¡Cada uno a su tierra!
37 ¡El rey ha muerto!". Así entraron en Samaría y sepultaron allí al rey.
38 Y cuando lavaron el carro en el estanque de Samaría, los perros lamieron su sangre y las prostitutas se bañaron en ella, conforme a la palabra que había dicho el Señor.
39 El resto de los hechos de Ajab y todo lo que él hizo, la casa de marfil que edificó y las ciudades que construyó, ¿no está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Israel?
40 Ajab se fue a descansar con sus padres, y su hijo Ocozías reinó en lugar de él.
41 Josafat, hijo de Asá, comenzó a reinar sobre Judá en el cuarto año de Ajab, rey de Israel.
42 Tenía treinta y cinco años cuando inició su reinado, y reinó veinticinco años en Jerusalén. Su madre se llamaba Azubá, hija de Siljí.
43 Siguió en todo el camino de su padre Asá y no se apartó de él, haciendo lo que es recto a los ojos del Señor.
44 Sin embargo, no desaparecieron los lugares altos: el pueblo seguía ofreciendo los lugares altos: el pueblo seguía ofreciendo sacrificios y quemando incienso en los lugares altos.
45 Josafat vivió en paz con el rey de Israel.
46 El resto de los hechos de Josafat, el valor que demostró y las guerras que hizo, ¿no está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Judá?
47 El barrió del país los restos de prostitución sagrada que habían quedado en tiempos de su padre Asá.
48 No había entonces rey en Edom, sino un prefecto del rey.
49 Josafat construyó una flota mercante, para ir a Ofir en busca de oro; pero no pudo ir, porque la flota naufragó en Esión Guéber.
50 Entonces Ocozías, hijo de Ajab, dijo a Josafat: "Que mis servidores vayan con los tuyos en las naves". Pero Josafat no aceptó.
51 Josafat se fue a descansar con sus padres, y fue sepultado con ellos en la Ciudad de David, su padre. Su hijo Joram reinó en lugar de él.
52 Ocozías, hijo de Ajab, comenzó a reinar sobre Israel, en Samaría, el decimoséptimo año de Josafat, rey de Judá, y reinó dos años sobre Israel.
53 El hizo lo que es malo a los ojos del Señor, y siguió el camino de su padre y de su madre, y el camino de Jeroboam hijo de Nebat, que hizo pecar a Israel.
54 Sirvió a Baal y se postró ante él, provocando así la indignación del Señor, tal como lo había hecho su padre.

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Introducción a I Reyes


Reyes I

Los libros de Samuel presentaban la institución y el afianzamiento de la monarquía, como un proceso ascendente y lleno de promesas para Israel. Los libros de los REYES -que al principio formaban una sola obra, dividida luego en dos partes- continúan esa historia, pero trazan una parábola descendente. Aquí el relato comienza con el reinado de Salomón, que fue la etapa más brillante de todo el período monárquico, y llega hasta el momento en que el Pueblo de Dios vivió su experiencia más dramática y desconcertante: la caída de Jerusalén, el fin de la dinastía davídica y la deportación a Babilonia.
Este trágico desenlace se fue gestando gradualmente. A la muerte de Salomón, el reino de Judá se mantiene fiel a los reyes del linaje davídico y al Templo de Jerusalén. Pero las tribus del Norte, profundamente desilusionadas por el trato recibido en la época salomónica, se separan de Judá y constituyen un estado independiente, designado en adelante con el nombre de "Israel". Durante un par de siglos, los dos reinos separados logran conservar su autonomía política, debido al eclipse momentáneo de los grandes imperios del Antiguo Oriente. Pero la situación cambia radicalmente cuando Asiria comienza a desarrollar sus campañas expansionistas. En el año 721 a. C., Samaría cae en poder de los asirios, y así desaparece el reino de Israel. El reino de Judá sobrevive a la catástrofe, pero sólo por un tiempo. En el 587, las tropas de Nabucodonosor, rey de Babilonia -convertido en el nuevo árbitro de la situación, después de la derrota de Asiria- invaden Jerusalén, arrasan el Templo y se llevan cautiva a una buena parte de la población de Judá.
Los libros de los Reyes recibieron su redacción definitiva cuando todavía estaba muy vivo el recuerdo de este último acontecimiento. En la composición de la obra, se emplearon diversas fuentes, entre las que se destacan los informes provenientes de los archivos reales. Pero, en el relato de los hechos, lo que más interesa no es la historia en sí misma, sino la enseñanza que se debe extraer de ella, como medio para superar la crisis. Por eso, desde las primeras páginas comienza a vislumbrarse la pregunta que está implícita a lo largo de toda la narración: ¿Por qué el Señor ha rechazado a su Pueblo, dispersándolo entre las naciones paganas? ¿Hay un remedio para la catástrofe o el veredicto de condenación es irrevocable?
Para responder a este doloroso interrogante, el autor de estos Libros sigue paso a paso la historia de Israel en tiempos de la monarquía, y confronta la conducta de los reyes con las enseñanzas del Deuteronomio. Según la doctrina deuteronómica, el Señor eligió gratuitamente a Israel y lo comprometió a vivir en conformidad con su Ley. De esta manera, dejó abierto ante él un doble camino: el de la fidelidad, que conduce a la vida, y el de la desobediencia, que acaba en la muerte. Pero todos los reyes de Israel y casi todos los de Judá, en lugar de guiar al Pueblo del Señor por el camino de la fidelidad, lo encaminaron hacia su propia ruina, tolerando y aun fomentando el culto de Baal y de las otras divinidades cananeas. El fracaso de la monarquía, después de sus promisorios comienzos en tiempos de David, muestra que la raíz de todo mal está en apartarse del verdadero Dios.
Pero esta evocación del pasado, con su balance francamente pesimista, encierra también una lección para el presente. A pesar de las infidelidades de los reyes, el Señor nunca dejó de hacerse presente en la vida de su Pueblo a través de los Profetas. Por medio de ellos, Dios hizo oír constantemente su Palabra a fin de llamar a la conversión. Y esa Palabra seguía vigente para el "Resto" de Judá que se purificaba en el exilio. Si las derrotas nacionales habían sido la consecuencia del pecado, la conversión al Señor traería de nuevo la salvación. Las promesas divinas no podían caer en el vacío y el Reino de Dios se iba a realizar más allá de todos los fracasos terrenos.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

I Reyes 22,1-53

8. Este profeta de nombre "Miqueas" no debe confundirse con el que figura entre los doce Profetas menores.