II Reyes  10 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 36 versitos |
1 Ajab tenía setenta hijos en Samaría. Jehú escribió unas cartas, y las envió a Samaría, a los jefes de la ciudad, a los ancianos y a los preceptores de los hijos de Ajab. En ellas decía:
2 "Ahí tienen con ustedes a los hijos de su señor, y tienen también los carros, los caballos, una ciudad fortificada y un arsenal. Y bien, apenas reciban esta carta,
3 vean cuál es el mejor y el más capaz entre los hijos de su señor, siéntenlo en el trono de su padre y combatan por la familia de su señor".
4 Ellos sintieron mucho miedo y dijeron: "Dos reyes no han podido resistir delante de él, ¿cómo podremos resistir nosotros?".
5 Entonces el mayordomo de palacio, el gobernador de la ciudad, los ancianos y los preceptores mandaron decir a Jehú: "Somos tus servidores y haremos todo lo que nos digas. No proclamaremos rey a nadie. Obra como mejor te parezca".
6 Jehú les escribió una segunda carta, en la que decía: "Si están de parte mía y aceptan obedecerme, tomen las cabezas de todos los hijos de su señor y vengan a verme mañana a esta misma hora, a Izreel". Ahora bien, los setenta hijos del rey estaban repartidos entre las personas importantes de la ciudad, que los criaban.
7 Cuando recibieron esta carta, tomaron a los hijos del rey, degollaron a los setenta, pusieron sus cabezas en unas canastas y se las enviaron a Izreel.
8 Un mensajero fue entonces a informar a Jehú: "Han traído las cabezas de los hijos del rey". El ordenó: "Expónganlas en dos montones a la entrada de la Puerta, hasta la mañana".
9 A la mañana, él salió y, puesto de pie, dijo a todo el pueblo: "Ustedes son inocentes. Yo conspiré contra mi señor y lo maté. Pero a todos estos, ¿Quién los ultimó?
10 Sepan entonces que no caerá por tierra ni una sola palabra del Señor, nada de lo que él dijo contra la casa de Ajab: el Señor ha cumplido lo que había dicho por medio de su servidor Elías".
11 Jehú acabó con todos los que aún quedaban de la casa de Ajab en Izreel, con todos sus nobles, sus familiares y sus sacerdotes, sin dejarle ni un solo sobreviviente.
12 Luego partió y se fue a Samaría. Cuando iba por el camino, en Bet Equed de los Pastores,
13 Jehú se encontró con los hermanos de Ocozías, rey de Judá, y dijo: "¿Quiénes son ustedes?". "Somos los hermanos de Ocozías, le respondieron, y bajamos a saludar a los hijos de la reina madre".
14 Entonces ordenó: "¡Captúrenlos vivos!". Los capturaron vivos y los mataron junto al pozo de Bet Equed. Eran cuarenta y dos, y no quedó ni uno solo.
15 Jehú partió de allí, y se encontró con Jonadab, hijo de Recab, que venía a su encuentro. El lo saludó y le dijo: "¿Eres tan leal conmigo como yo lo soy contigo?". Jonadab respondió: "Así es". "Si es así, dame la mano", replicó Jehú. El se la dio, y Jehú lo hizo subir a su carro,
16 diciendo: "Ven conmigo y mira el celo que tengo por el Señor". Y lo llevó en su carro.
17 Al llegar a Samaría, ultimó allí a todos los que aún quedaban de la familia de Ajab: los exterminó a todos, conforme a la palabra que el Señor había dicho a Elías.
18 Jehú reunió luego a todo el pueblo y le dijo: "Ajab sirvió poco a Baal; Jehú lo servirá mucho más.
19 Ahora, convóquenme a todos los profetas de Baal, a todos sus fieles y a todos sus sacerdotes. Que no falte nadie, porque voy a ofrecer un gran sacrificio a Baal. Todo el que falte no sobrevivirá". Pero Jehú obraba con astucia, a fin de hacer desaparecer a los fieles de Baal.
20 Luego dijo: "Convoquen a una asamblea solemne en honor de Baal". Así lo hicieron,
21 y Jehú envió mensajeros por todo Israel. Entonces vinieron todos los fieles de Baal, no quedó nadie sin venir. Entraron en el templo de Baal, y el templo se llenó de bote en bote.
22 Jehú dijo al encargado del vestuario: "Saquen las vestiduras para todos los fieles de Baal". El sacó las vestiduras.
23 Entonces Jehú llegó al templo de Baal con Jonadab, hijo de Recab, y dijo a los fieles de Baal: "Revisen bien, y fíjense que no haya aquí ningún servidor del Señor, sino sólo los fieles de Baal".
24 Luego entraron para ofrecer sacrificios y holocaustos. Mientras tanto, Jehú había apostado afuera a ochenta hombres y les había dicho: "El que deje escapar a alguno de los que yo pongo en las manos de ustedes, responderá por él con su propia vida".
25 Y cuando terminó de ofrecer el holocausto, Jehú dijo a los guardias y a los oficiales: "¡Entren y mátenlos! ¡Que no salgo ni uno solo!". Ellos los mataron al filo de la espada y los arrojaron afuera. Luego los guardias y los oficiales llegaron hasta la ciudadela del templo de Baal,
26 sacaron el poste sagrado del templo de Baal y lo quemaron.
27 Después de haber destruido el poste sagrado de Baal, demolieron su templo y lo convirtieron en una cloaca, que existe hasta el día de hoy.
28 Así Jehú exterminó a Baal de Israel.
29 Pero Jehú no se apartó de los pecados con que Jeroboam, hijo de Nebat, había hecho pecar a Israel, a saber, los terneros de oro que había en Betel y en Dan.
30 El Señor dijo a Jehú: "Porque tú has obrado bien, haciendo lo que es recto a mis ojos, y has tratado a la casa de Ajab exactamente como yo quería, tus hijos se sentarán en el trono de Israel hasta la cuarta generación".
31 Pero Jehú no se empeñó en seguir de todo corazón la ley del Señor, el Dios de Israel, ni se apartó de los pecados con que Jeroboam había hecho pecar a Israel.
32 En aquellos días, el Señor comenzó a cercenar a Israel. Jazael los derrotó en toda la frontera de Israel,
33 desde el Jordán hacia el Oriente: todo el país de Galaad, el territorio de Gad, de Rubén, de Manasés, desde Aroer, que está sobre la ribera del torrente Amón, y también Galaad y Basán.
34 El resto de los hechos de Jehú y todo lo que él hizo, todas sus hazañas, ¿no está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Israel?
35 Jehú se fue a descansar con sus padres y lo sepultaron en Samaría. Su hijo Joacaz reinó en lugar de él.
36 Jehú reinó sobre Israel, en Samaría, durante veintiocho años.

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Introducción a II Reyes 


Reyes I

Los libros de Samuel presentaban la institución y el afianzamiento de la monarquía, como un proceso ascendente y lleno de promesas para Israel. Los libros de los REYES -que al principio formaban una sola obra, dividida luego en dos partes- continúan esa historia, pero trazan una parábola descendente. Aquí el relato comienza con el reinado de Salomón, que fue la etapa más brillante de todo el período monárquico, y llega hasta el momento en que el Pueblo de Dios vivió su experiencia más dramática y desconcertante: la caída de Jerusalén, el fin de la dinastía davídica y la deportación a Babilonia.
Este trágico desenlace se fue gestando gradualmente. A la muerte de Salomón, el reino de Judá se mantiene fiel a los reyes del linaje davídico y al Templo de Jerusalén. Pero las tribus del Norte, profundamente desilusionadas por el trato recibido en la época salomónica, se separan de Judá y constituyen un estado independiente, designado en adelante con el nombre de "Israel". Durante un par de siglos, los dos reinos separados logran conservar su autonomía política, debido al eclipse momentáneo de los grandes imperios del Antiguo Oriente. Pero la situación cambia radicalmente cuando Asiria comienza a desarrollar sus campañas expansionistas. En el año 721 a. C., Samaría cae en poder de los asirios, y así desaparece el reino de Israel. El reino de Judá sobrevive a la catástrofe, pero sólo por un tiempo. En el 587, las tropas de Nabucodonosor, rey de Babilonia -convertido en el nuevo árbitro de la situación, después de la derrota de Asiria- invaden Jerusalén, arrasan el Templo y se llevan cautiva a una buena parte de la población de Judá.
Los libros de los Reyes recibieron su redacción definitiva cuando todavía estaba muy vivo el recuerdo de este último acontecimiento. En la composición de la obra, se emplearon diversas fuentes, entre las que se destacan los informes provenientes de los archivos reales. Pero, en el relato de los hechos, lo que más interesa no es la historia en sí misma, sino la enseñanza que se debe extraer de ella, como medio para superar la crisis. Por eso, desde las primeras páginas comienza a vislumbrarse la pregunta que está implícita a lo largo de toda la narración: ¿Por qué el Señor ha rechazado a su Pueblo, dispersándolo entre las naciones paganas? ¿Hay un remedio para la catástrofe o el veredicto de condenación es irrevocable?
Para responder a este doloroso interrogante, el autor de estos Libros sigue paso a paso la historia de Israel en tiempos de la monarquía, y confronta la conducta de los reyes con las enseñanzas del Deuteronomio. Según la doctrina deuteronómica, el Señor eligió gratuitamente a Israel y lo comprometió a vivir en conformidad con su Ley. De esta manera, dejó abierto ante él un doble camino: el de la fidelidad, que conduce a la vida, y el de la desobediencia, que acaba en la muerte. Pero todos los reyes de Israel y casi todos los de Judá, en lugar de guiar al Pueblo del Señor por el camino de la fidelidad, lo encaminaron hacia su propia ruina, tolerando y aun fomentando el culto de Baal y de las otras divinidades cananeas. El fracaso de la monarquía, después de sus promisorios comienzos en tiempos de David, muestra que la raíz de todo mal está en apartarse del verdadero Dios.
Pero esta evocación del pasado, con su balance francamente pesimista, encierra también una lección para el presente. A pesar de las infidelidades de los reyes, el Señor nunca dejó de hacerse presente en la vida de su Pueblo a través de los Profetas. Por medio de ellos, Dios hizo oír constantemente su Palabra a fin de llamar a la conversión. Y esa Palabra seguía vigente para el "Resto" de Judá que se purificaba en el exilio. Si las derrotas nacionales habían sido la consecuencia del pecado, la conversión al Señor traería de nuevo la salvación. Las promesas divinas no podían caer en el vacío y el Reino de Dios se iba a realizar más allá de todos los fracasos terrenos.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

II Reyes  10,1-36

1 . "Setenta" es una cifra redonda, que comprende a la totalidad de los descendientes. Ver Gen_46:27; Jue_8:30; Jue_12:14.

2. Jehú lanza un desafío lleno de sarcasmo contra los posibles partidarios de la familia de Ajab.

4. Estos "dos reyes" eran Jorám, rey de Israel, y Ocozías, rey de Judá (9. 23-28).

15. Los descendientes de "Recab", o recabitas, formaban un grupo de israelitas intransigentes, que se mantenían fieles al ideal de la vida nómada practicada por Israel en el desierto. Según ellos, la vida agrícola y sedentaria llevaba necesariamente a la contaminación con los cultos cananeos y era la raíz de todas las infidelidades de Israel con el Señor. Ver Jer_35:1-19.

21. Este "templo de Baal" es el que Ajab había mandado construir en Samaría ( 1Re_16:32).

24-25. Con esta terrible masacre, Jehú da una nueva prueba de su crueldad y fanatismo. Sin duda estaba convencido de que así cumplía la voluntad del Señor.

30. El profeta Oseas (1. 4) juzgará con menos benevolencia esta sangrienta rebelión.