II Reyes  11 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 20 versitos |
1 Atalía, la madre de Ocozías, al ver que había muerto su hijo, empezó a exterminar a todo el linaje real.
2 Pero Josebá, hija del rey Joram y hermana de Ocozías, tomó a Joás, hijo de Ocozías, lo sacó secretamente de en medio de los hijos del rey que iban a ser masacrados, y lo puso con su nodriza en la sala que servía de dormitorio. Así lo ocultó a los ojos de Atalía y no lo mataron.
3 El estuvo con ella en la Casa del Señor, oculto durante seis años, mientras Atalía reinaba sobre el país.
4 El séptimo año, Iehoiadá mandó buscar a los centuriones de los carios y de la guardia, y los hizo comparecer ante él en la Casa del Señor. Hizo con ellos un pacto comprometiéndolos bajo juramento, y les mostró al hijo del rey.
5 Luego les impartió esta orden: "Van a hacer lo siguiente: Un tercio de ustedes, el que entra de servicio el día sábado y custodia la casa del rey,
6 con el tercio que está apostado en la puerta del Sur y el tercio que está apostado en la puerta de la escolta, montarán guardia en la Casa para vigilar el acceso.
7 Los dos cuerpos formados por los que dejan el servicio el día sábado, montarán guardia en la Casa del Señor, junto al rey, cada uno con las armas en la mano. Cualquiera que intente forzar las filas morirá. Permanezcan junto al rey.
8 Ustedes se pondrán en círculo alrededor del rey, cada uno con las armas en la mano. Cualquiera que intente forzar las filas morirá. Permanezcan junto al rey dondequiera que vaya".
9 Los centuriones ejecutaron exactamente todo lo que les había ordenado el sacerdote Iehoiadá. Cada uno de ellos tomó a sus hombres -los que entraban de servicio y los que eran relevados el día sábado- y se presentaron ante el sacerdote Iehoiadá.
10 El sacerdote entregó a los centuriones las lanzas y los escudos del rey David que estaban en la Casa del Señor.
11 Los guardias se apostaron, cada uno con sus armas en la mano, desde el lado sur hasta el lado norte de la Casa, delante del altar y delante de la Casa, para formar un círculo alrededor del rey.
12 Entonces Iehoiadá hizo salir al hijo del rey y le impuso la diadema y el Testimonio. Se lo constituyó rey, se lo ungió, y todos aplaudieron, aclamando: "¡Viva el rey!".
13 Atalía oyó el griterío de la gente que corría, y se dirigió hacia la Casa del Señor, donde estaba el pueblo.
14 Y al ver al rey de pie sobre el estrado, como era costumbre, a los jefes y las trompetas junto al rey, y a todo el pueblo del país que estaba de fiesta y tocaba las trompetas, rasgó sus vestiduras y gritó: "¡Traición!".
15 Entonces el sacerdote Iehoiadá impartió órdenes a los centuriones encargados de la tropa, diciéndoles: "¡Háganla salir de entre las filas! Si alguien la sigue, que sea pasado al filo de la espada". Porque el sacerdote había dicho: "Que no lo maten en la Casa del Señor".
16 La llevaron a empujones, y por el camino de la entrada de los Caballos llegó a la casa del rey; allí la mataron.
17 Iehoiadá selló la alianza entre el Señor, el rey y el pueblo, comprometiéndose este a ser el pueblo del Señor; y también selló una alianza entre el rey y el pueblo.
18 Luego, todo el pueblo del país se dirigió al templo de Baal, lo derribó y destrozó por completo sus altares y sus imágenes. Y a Matán, el sacerdote de Baal, lo mataron delante de los altares. El sacerdote estableció puestos de guardia en la Casa del Señor.
19 Después tomó a los centuriones, a los carios, a los guardias y a todo el pueblo del país; hicieron descender al rey de la casa del Señor, y por el camino de la puerta de la Escolta, llegaron a la casa del rey. Joás se sentó en el trono real.
20 Toda la gente del país se alegró y la ciudad permaneció en calma. A Atalía la habían pasado al filo de la espada en la casa del rey.

Patrocinio

 
 

Introducción a II Reyes 


Reyes I

Los libros de Samuel presentaban la institución y el afianzamiento de la monarquía, como un proceso ascendente y lleno de promesas para Israel. Los libros de los REYES -que al principio formaban una sola obra, dividida luego en dos partes- continúan esa historia, pero trazan una parábola descendente. Aquí el relato comienza con el reinado de Salomón, que fue la etapa más brillante de todo el período monárquico, y llega hasta el momento en que el Pueblo de Dios vivió su experiencia más dramática y desconcertante: la caída de Jerusalén, el fin de la dinastía davídica y la deportación a Babilonia.
Este trágico desenlace se fue gestando gradualmente. A la muerte de Salomón, el reino de Judá se mantiene fiel a los reyes del linaje davídico y al Templo de Jerusalén. Pero las tribus del Norte, profundamente desilusionadas por el trato recibido en la época salomónica, se separan de Judá y constituyen un estado independiente, designado en adelante con el nombre de "Israel". Durante un par de siglos, los dos reinos separados logran conservar su autonomía política, debido al eclipse momentáneo de los grandes imperios del Antiguo Oriente. Pero la situación cambia radicalmente cuando Asiria comienza a desarrollar sus campañas expansionistas. En el año 721 a. C., Samaría cae en poder de los asirios, y así desaparece el reino de Israel. El reino de Judá sobrevive a la catástrofe, pero sólo por un tiempo. En el 587, las tropas de Nabucodonosor, rey de Babilonia -convertido en el nuevo árbitro de la situación, después de la derrota de Asiria- invaden Jerusalén, arrasan el Templo y se llevan cautiva a una buena parte de la población de Judá.
Los libros de los Reyes recibieron su redacción definitiva cuando todavía estaba muy vivo el recuerdo de este último acontecimiento. En la composición de la obra, se emplearon diversas fuentes, entre las que se destacan los informes provenientes de los archivos reales. Pero, en el relato de los hechos, lo que más interesa no es la historia en sí misma, sino la enseñanza que se debe extraer de ella, como medio para superar la crisis. Por eso, desde las primeras páginas comienza a vislumbrarse la pregunta que está implícita a lo largo de toda la narración: ¿Por qué el Señor ha rechazado a su Pueblo, dispersándolo entre las naciones paganas? ¿Hay un remedio para la catástrofe o el veredicto de condenación es irrevocable?
Para responder a este doloroso interrogante, el autor de estos Libros sigue paso a paso la historia de Israel en tiempos de la monarquía, y confronta la conducta de los reyes con las enseñanzas del Deuteronomio. Según la doctrina deuteronómica, el Señor eligió gratuitamente a Israel y lo comprometió a vivir en conformidad con su Ley. De esta manera, dejó abierto ante él un doble camino: el de la fidelidad, que conduce a la vida, y el de la desobediencia, que acaba en la muerte. Pero todos los reyes de Israel y casi todos los de Judá, en lugar de guiar al Pueblo del Señor por el camino de la fidelidad, lo encaminaron hacia su propia ruina, tolerando y aun fomentando el culto de Baal y de las otras divinidades cananeas. El fracaso de la monarquía, después de sus promisorios comienzos en tiempos de David, muestra que la raíz de todo mal está en apartarse del verdadero Dios.
Pero esta evocación del pasado, con su balance francamente pesimista, encierra también una lección para el presente. A pesar de las infidelidades de los reyes, el Señor nunca dejó de hacerse presente en la vida de su Pueblo a través de los Profetas. Por medio de ellos, Dios hizo oír constantemente su Palabra a fin de llamar a la conversión. Y esa Palabra seguía vigente para el "Resto" de Judá que se purificaba en el exilio. Si las derrotas nacionales habían sido la consecuencia del pecado, la conversión al Señor traería de nuevo la salvación. Las promesas divinas no podían caer en el vacío y el Reino de Dios se iba a realizar más allá de todos los fracasos terrenos.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

Patrocinio

Notas

II Reyes  11,1-21

1. Atalía, hija de Ajab y nieta de Omrí, reyes de Israel, se había casado con Jorám de Judá (8. 18). Sobre la muerte de Ocozías, ver 9. 27-28.

4. Los carios eran mercenarios extranjeros, que formaban la guardia personal del rey. En tiempos de David, los quereteos y peleteos habían desempeñado un papel similar en la coronación de Salomón ( 1Re_1:38).

12. EI Testimonio: podía tratarse de las insignias de la realeza, o bien, de un texto que establecía las obligaciones del rey.