II Reyes  16 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 20 versitos |
1 El decimoséptimo año de Pécaj, hijo de Remalías, inició su reinado Ajaz, hijo de Jotam, rey de Judá.
2 Ajaz tenía veinte años cuando comenzó a reinar, y reinó dieciséis años en Jerusalén. El no hizo lo que es recto a los ojos del Señor, su Dios, a diferencia de su padre David.
3 Siguió el camino de los reyes de Israel; incluso inmoló a su hijo en el fuego, según las costumbres abominables de las naciones que el Señor había desposeído delante de los israelitas.
4 Ofreció sacrificios y quemó incienso en los lugares altos, sobre las colinas y bajo todo árbol frondoso.
5 Entonces Resín, rey de Aram, y Pécaj, hijo de Remalías, rey de Israel, subieron a combatir contra Jerusalén. Asediaron a Ajaz, pero no pudieron entrar en combate.
6 Fue en aquel tiempo cuando Resín, rey de Aram, recuperó a Elat para Aram. El desalojó de Elat a los judíos, y los edomitas entraron en Elat, donde han permanecido hasta el día de hoy.
7 Ajaz envió mensajeros a Tiglat Piléser, rey de Asiria, para decirle: "Soy tu servidor y tu hijo; sube a salvarme del poder del rey de Aram y del rey de Israel, que se han levantado contra mí".
8 Ajaz tomó la plata y el oro que había en la Casa del Señor y en los tesoros de la casa del rey, y los envió como presente al rey de Asiria.
9 El rey de Asiria accedió al pedido: subió contra Damasco y la conquistó, deportó a sus habitantes a Quir y dio muerte a Resín.
10 El rey Ajaz fue a Damasco, al encuentro de Tiglat Piléser, rey de Asiria, y vio el altar que había en Damasco. Entonces envió al sacerdote Urías el modelo y el diseño del altar, con todos sus detalles.
11 El sacerdote Urías construyó el altar: lo hizo de acuerdo con todas las indicaciones que el rey Ajaz envió desde Damasco, antes de que llegara de allí.
12 Cuando llegó a Damasco, el rey observó el altar. Después se acercó y subió hasta él,
13 hizo arder su holocausto y su oblación, derramó su libación y roció el altar con la sangre de sus sacrificios de comunión.
14 En cuanto al altar de bronce que estaba delante del Señor, lo retiró del frente de la Casa, del lugar que ocupaba entre el y la Casa del Señor, y lo puso al lado del nuevo altar, hacia el norte.
15 Luego el rey Ajaz dio esta orden al sacerdote Urías: "Sobre el altar grande harás arder el holocausto de la mañana y la oblación de la tarde, el holocausto del rey y su oblación, el holocausto de todo el pueblo del país, su oblación y sus libaciones; también lo rociarás con toda la sangre de los sacrificios. Del altar de bronce, me ocuparé yo".
16 El sacerdote Urías hizo todo lo que le había ordenado el rey Ajaz.
17 Este desarmó los paneles de las bases y retiró de encima de ellas los recipientes para el agua; hizo bajar el Mar de bronce de encima de los bueyes que lo sostenían y lo puso sobre un pavimento de piedras.
18 Por deferencia al rey de Asiria, suprimió en la Casa del Señor el pórtico del Sábado, que se había construido en el interior, y la entrada exterior reservada al rey.
19 El resto de los hechos de Ajaz, todo lo que él hizo, ¿No está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Judá?
20 Ajaz se fue a descansar con sus padres, y fue sepultado con ellos en la Ciudad de David. Su hijo Ezequías reinó en lugar de él.

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Introducción a II Reyes 


Reyes I

Los libros de Samuel presentaban la institución y el afianzamiento de la monarquía, como un proceso ascendente y lleno de promesas para Israel. Los libros de los REYES -que al principio formaban una sola obra, dividida luego en dos partes- continúan esa historia, pero trazan una parábola descendente. Aquí el relato comienza con el reinado de Salomón, que fue la etapa más brillante de todo el período monárquico, y llega hasta el momento en que el Pueblo de Dios vivió su experiencia más dramática y desconcertante: la caída de Jerusalén, el fin de la dinastía davídica y la deportación a Babilonia.
Este trágico desenlace se fue gestando gradualmente. A la muerte de Salomón, el reino de Judá se mantiene fiel a los reyes del linaje davídico y al Templo de Jerusalén. Pero las tribus del Norte, profundamente desilusionadas por el trato recibido en la época salomónica, se separan de Judá y constituyen un estado independiente, designado en adelante con el nombre de "Israel". Durante un par de siglos, los dos reinos separados logran conservar su autonomía política, debido al eclipse momentáneo de los grandes imperios del Antiguo Oriente. Pero la situación cambia radicalmente cuando Asiria comienza a desarrollar sus campañas expansionistas. En el año 721 a. C., Samaría cae en poder de los asirios, y así desaparece el reino de Israel. El reino de Judá sobrevive a la catástrofe, pero sólo por un tiempo. En el 587, las tropas de Nabucodonosor, rey de Babilonia -convertido en el nuevo árbitro de la situación, después de la derrota de Asiria- invaden Jerusalén, arrasan el Templo y se llevan cautiva a una buena parte de la población de Judá.
Los libros de los Reyes recibieron su redacción definitiva cuando todavía estaba muy vivo el recuerdo de este último acontecimiento. En la composición de la obra, se emplearon diversas fuentes, entre las que se destacan los informes provenientes de los archivos reales. Pero, en el relato de los hechos, lo que más interesa no es la historia en sí misma, sino la enseñanza que se debe extraer de ella, como medio para superar la crisis. Por eso, desde las primeras páginas comienza a vislumbrarse la pregunta que está implícita a lo largo de toda la narración: ¿Por qué el Señor ha rechazado a su Pueblo, dispersándolo entre las naciones paganas? ¿Hay un remedio para la catástrofe o el veredicto de condenación es irrevocable?
Para responder a este doloroso interrogante, el autor de estos Libros sigue paso a paso la historia de Israel en tiempos de la monarquía, y confronta la conducta de los reyes con las enseñanzas del Deuteronomio. Según la doctrina deuteronómica, el Señor eligió gratuitamente a Israel y lo comprometió a vivir en conformidad con su Ley. De esta manera, dejó abierto ante él un doble camino: el de la fidelidad, que conduce a la vida, y el de la desobediencia, que acaba en la muerte. Pero todos los reyes de Israel y casi todos los de Judá, en lugar de guiar al Pueblo del Señor por el camino de la fidelidad, lo encaminaron hacia su propia ruina, tolerando y aun fomentando el culto de Baal y de las otras divinidades cananeas. El fracaso de la monarquía, después de sus promisorios comienzos en tiempos de David, muestra que la raíz de todo mal está en apartarse del verdadero Dios.
Pero esta evocación del pasado, con su balance francamente pesimista, encierra también una lección para el presente. A pesar de las infidelidades de los reyes, el Señor nunca dejó de hacerse presente en la vida de su Pueblo a través de los Profetas. Por medio de ellos, Dios hizo oír constantemente su Palabra a fin de llamar a la conversión. Y esa Palabra seguía vigente para el "Resto" de Judá que se purificaba en el exilio. Si las derrotas nacionales habían sido la consecuencia del pecado, la conversión al Señor traería de nuevo la salvación. Las promesas divinas no podían caer en el vacío y el Reino de Dios se iba a realizar más allá de todos los fracasos terrenos.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

II Reyes  16,1-20

3. Sobre la práctica de los sacrificios humanos, condenada por la Ley, ver nota Jue_11:30-31.

5. "Resín" es el nombre hebreo de "Rasón" (15. 37) y fue el último rey de Damasco, antes de ser conquistada por los asirios. Esta coalición de Arám y de Israel contra Judá fue la ocasión en que el profeta Isaías pronunció los célebres oráculos de los caps. 7-8 de su Libro.

7-8. A pesar de la oposición de Isaías (7. 3-4), Ajaz trata de librarse del asedio declarándose vasallo de Asiria, y de esa manera prepara la ruina de su reino.

18. Probablemente, se trate de ciertos signos exteriores de soberanía, que el rey Ajaz decidió suprimir para expresar su sometimiento al rey de Asiria.