II Reyes  23 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 37 versitos |
1 El rey mandó que se reunieran junto a él todos los ancianos de Judá y de Jerusalén.
2 Luego subió a la Casa del Señor, acompañado de todos los hombres de Judá y de todos los habitantes de Jerusalén -los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo, desde el más pequeño al más grande-, y les leyó todas las palabras del libro de la Alianza, que había sido hallado en la Casa del Señor.
3 Después, de pie sobre el estrado, el rey selló delante del Señor la alianza que obliga a seguir al Señor y a observar sus mandamientos, sus testimonios y sus preceptos, de todo corazón y con toda el alma, cumpliendo las palabras de esta alianza escritas en aquel libro. Y todo el pueblo se comprometió en la alianza.
4 El rey ordenó al sumo sacerdote Jilquías, a los sacerdotes de segundo orden y a los guardianes del umbral, que sacaran del Templo del Señor todos los objetos fabricados en honor de Baal, de Aserá y de todo el Ejército de los cielos; los quemó fuera de Jerusalén, en los baldíos del Cedrón, e hizo llevar sus cenizas a Betel.
5 Suprimió a los sacerdotes que habían establecido los reyes de Judá para quemar incienso en los lugares altos, en las ciudades de Judá y en los alrededores de Jerusalén, y a los que quemaban incienso a Baal, al sol, a la luna, a los signos del zodiaco y a todo el Ejército de los cielos.
6 Sacó del Templo del Señor el poste sagrado, y lo llevó fuera de Jerusalén, al torrente Cedrón; allí lo quemó hasta reducirlo a polvo, y arrojó el polvo a la fosa común.
7 Derribó las casas de las prostitutas sagradas que había en la Casa del Señor, y donde las mujeres tejían mantos para Aserá.
8 Hizo venir de las ciudades de Judá a todos los sacerdotes, y profanó los lugares altos donde esos sacerdotes quemaban incienso, desde Gueba hasta Berseba. Derribó el lugar alto dedicado a los sátiros, que estaba a la entrada de la puerta de Josué, el gobernador de la ciudad, a la izquierda de quien entra por la puerta de la ciudad.
9 Pero los sacerdotes de los lugares altos no podían subir al altar del Señor en Jerusalén, aunque comían los panes ácimos en medio de sus hermanos.
10 Además, profanó el Tófet del valle de Ben Hinnóm, para que nadie inmolara en el fuego a su hijo o a su hija, en honor de Moloc.
11 Suprimió los caballos que los reyes de Judá habían dedicado al sol, a la entrada de la Casa del Señor, hacia la habitación del eunuco Natán Mélec, en los anexos, y quemó el carro del sol.
12 El rey derribó los altares que estaban sobre las terrazas de la habitación alta de Ajaz, construidos por los reyes de Judá, y también los que había hecho Manasés en los dos atrios de la Casa del Señor; allí mismo los destrozó y arrojó el polvo en el torrente Cedrón.
13 El rey profanó los lugares altos que estaban frente a Jerusalén, al sur del monte de la Destrucción, y que Salomón, rey de Israel, había construido en honor de Astarté, el despreciable ídolo de los sidonios, en honor de Quemós, el despreciable ídolo de Moab, y en honor de Milcóm, el abominable ídolo de los amonitas.
14 También destrozó las piedras conmemorativas, cortó los postes sagrados y cubrió de huesos humanos el lugar ocupado por ellos.
15 Josías derribó también el altar que estaba en Betel, el lugar alto que había edificado Jeroboam, hijo de Nebat, el que hizo pecar a Israel; derribó este altar y su lugar alto, quemó el lugar alto, lo redujo a polvo, y quemó el poste sagrado.
16 Al darse vuelta, Josías divisó las tumbas que había allí, sobre la montaña; mandó recoger los huesos de esas tumbas y los quemó sobre el altar; así lo profanó, conforme a la palabra del Señor que había proclamado el hombre de Dios, mientras Jeroboam estaba de pie junto al altar, durante la fiesta. Al darse vuelta, Josías levantó los ojos y vio la tumba del hombre de Dios que había proclamado estas cosas,
17 y preguntó: "¿Qué mausoleo es ese que veo?". La gente de la ciudad le respondió: "Es la tumba del hombre de Dios que vino de Judá y proclamó las cosas que tú acabas de hacer contra el altar de Betel"..
18 Déjenla, dijo el rey; que nadie remueva sus huesos". Así fueron respetados sus huesos y los del profeta que había venido de Samaría.
19 Josías hizo desaparecer también todas las casas de los lugares altos que se encontraban en las ciudades de Samaría, y que habían hecho los reyes de Israel para provocar la indignación del Señor: hizo con ellas lo mismo que había hecho en Betel.
20 Inmoló sobre los altares a todos los sacerdotes de los lugares altos que había allí, y quemó sobre ellos huesos humanos. Luego regresó a Jerusalén.
21 El rey dio esta orden a todo el pueblo: "Celebren una Pascua en honor del Señor, su Dios, como está escrito en este libro de la Alianza".
22 Porque no se había celebrado una Pascua como aquella desde el tiempo en que los Jueces habían gobernado a Israel, ni durante todo el tiempo de los reyes de Israel y de Judá.
23 Fue en el año decimoctavo del rey Josías cuando se celebró esta Pascua en honor del Señor, en Jerusalén.
24 Josías eliminó también a los nigromantes, los adivinos, los ídolos familiares, los fetiches y todas las monstruosidades que se veían en el país de Judá y en Jerusalén, para cumplir las palabras de la Ley, escritas en el libro que el sacerdote Jilquías encontró en la Casa del Señor.
25 Antes de Josías no hubo otro rey como él, que se convirtiera al Señor con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, conforme a toda la Ley de Moisés. Y después de él no surgió otro igual.
26 Sin embargo, el Señor no aplacó el ardor de su ira, que se había encendido contra Judá a causa de la gran indignación que le había provocado Manasés.
27 El Señor dijo: "También apartaré de mi presencia a Judá, como aparté a Israel. Y rechazaré a esta ciudad que elegí, a Jerusalén, y a la Casa de la que dije: Allí estará mi Nombre.
28 El resto de los hechos de Josías y todo lo que él hizo, ¿no está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Judá?
29 En ese tiempo, el faraón Necao, rey de Egipto, subió en apoyo del rey de Asiria, hacia el río Eufrates. El rey Josías le salió al paso, pero Necao le dio muerte en Meguido, apenas lo divisó.
30 Sus servidores cargaron el cadáver en un carro, lo llevaron de Meguido a Jerusalén y lo sepultaron en su tumba. Entonces el pueblo del país tomó a Joacaz, hijo de Josías, lo ungió y lo proclamó rey en lugar de su padre.
31 Joacaz tenía veintitrés años cuando comenzó a reinar, y reinó tres meses en Jerusalén. Su madre se llamaba Jamutal, hija de Jeremías, y era de Libná.
32 El hizo lo que es malo a los ojos del Señor, tal como lo habían hecho sus padres.
33 El faraón Necao lo encadenó en Riblá, en el país de Jamat, para impedir que reinara en Jerusalén, e impuso al país un tributo de cien talentos de plata y un talento de oro.
34 Además, designó rey a Eliaquim, hijo de Josías, como sucesor de su padre, y le cambió su nombre por el de Joaquím. A Joacaz lo tomó prisionero y se lo llevó a Egipto, donde murió.
35 Joaquím entregó al Faraón el oro y la plata, pero tuvo que imponer una contribución al país, para pagar la suma reclamada por el Faraón; él exigió de la población, según los recursos de cada uno, la plata y el oro que se debía entregar al faraón Necao.
36 Joaquím tenía veinticinco años cuando comenzó a reinar, y reinó once años en Jerusalén. Su madre se llamaba Zebidá, hija de Pedaías, y era de Rumá.
37 El hizo lo que es malo a los ojos del Señor, tal como lo habían hecho sus padres.

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Introducción a II Reyes 


Reyes I

Los libros de Samuel presentaban la institución y el afianzamiento de la monarquía, como un proceso ascendente y lleno de promesas para Israel. Los libros de los REYES -que al principio formaban una sola obra, dividida luego en dos partes- continúan esa historia, pero trazan una parábola descendente. Aquí el relato comienza con el reinado de Salomón, que fue la etapa más brillante de todo el período monárquico, y llega hasta el momento en que el Pueblo de Dios vivió su experiencia más dramática y desconcertante: la caída de Jerusalén, el fin de la dinastía davídica y la deportación a Babilonia.
Este trágico desenlace se fue gestando gradualmente. A la muerte de Salomón, el reino de Judá se mantiene fiel a los reyes del linaje davídico y al Templo de Jerusalén. Pero las tribus del Norte, profundamente desilusionadas por el trato recibido en la época salomónica, se separan de Judá y constituyen un estado independiente, designado en adelante con el nombre de "Israel". Durante un par de siglos, los dos reinos separados logran conservar su autonomía política, debido al eclipse momentáneo de los grandes imperios del Antiguo Oriente. Pero la situación cambia radicalmente cuando Asiria comienza a desarrollar sus campañas expansionistas. En el año 721 a. C., Samaría cae en poder de los asirios, y así desaparece el reino de Israel. El reino de Judá sobrevive a la catástrofe, pero sólo por un tiempo. En el 587, las tropas de Nabucodonosor, rey de Babilonia -convertido en el nuevo árbitro de la situación, después de la derrota de Asiria- invaden Jerusalén, arrasan el Templo y se llevan cautiva a una buena parte de la población de Judá.
Los libros de los Reyes recibieron su redacción definitiva cuando todavía estaba muy vivo el recuerdo de este último acontecimiento. En la composición de la obra, se emplearon diversas fuentes, entre las que se destacan los informes provenientes de los archivos reales. Pero, en el relato de los hechos, lo que más interesa no es la historia en sí misma, sino la enseñanza que se debe extraer de ella, como medio para superar la crisis. Por eso, desde las primeras páginas comienza a vislumbrarse la pregunta que está implícita a lo largo de toda la narración: ¿Por qué el Señor ha rechazado a su Pueblo, dispersándolo entre las naciones paganas? ¿Hay un remedio para la catástrofe o el veredicto de condenación es irrevocable?
Para responder a este doloroso interrogante, el autor de estos Libros sigue paso a paso la historia de Israel en tiempos de la monarquía, y confronta la conducta de los reyes con las enseñanzas del Deuteronomio. Según la doctrina deuteronómica, el Señor eligió gratuitamente a Israel y lo comprometió a vivir en conformidad con su Ley. De esta manera, dejó abierto ante él un doble camino: el de la fidelidad, que conduce a la vida, y el de la desobediencia, que acaba en la muerte. Pero todos los reyes de Israel y casi todos los de Judá, en lugar de guiar al Pueblo del Señor por el camino de la fidelidad, lo encaminaron hacia su propia ruina, tolerando y aun fomentando el culto de Baal y de las otras divinidades cananeas. El fracaso de la monarquía, después de sus promisorios comienzos en tiempos de David, muestra que la raíz de todo mal está en apartarse del verdadero Dios.
Pero esta evocación del pasado, con su balance francamente pesimista, encierra también una lección para el presente. A pesar de las infidelidades de los reyes, el Señor nunca dejó de hacerse presente en la vida de su Pueblo a través de los Profetas. Por medio de ellos, Dios hizo oír constantemente su Palabra a fin de llamar a la conversión. Y esa Palabra seguía vigente para el "Resto" de Judá que se purificaba en el exilio. Si las derrotas nacionales habían sido la consecuencia del pecado, la conversión al Señor traería de nuevo la salvación. Las promesas divinas no podían caer en el vacío y el Reino de Dios se iba a realizar más allá de todos los fracasos terrenos.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

II Reyes  23,1-37

3. Ver Deu_5:1-2.

8. "Sátiros": Ver nota Lev_17:7.

10. "Tófet": Ver nota Jer_7:31.

15. El progresivo debilitamiento de Asiria permite a Josías extender su influencia al antiguo reino del Norte. Una de las primeras medidas del rey es destruir el santuario de Betel, donde Jeroboám había puesto uno de los terneros de oro ( 1Re_12:29).

16. Ver I Rey. 13. 1-2.

29. Josías trata de impedir que el Faraón acuda en ayuda de los asirios, ya que la caída definitiva de ese Imperio era la condición indispensable para la realización de sus planes, que apuntaban a la restauración del reino de David.