II Reyes  6 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 33 versitos |
1 La comunidad de profetas dijo a Eliseo: "La sala donde nos reunimos a escucharte es demasiado estrecha para nosotros.
2 Vayamos hasta el Jordán; allí tomaremos cada uno un poste y haremos una sala donde podremos sentarnos". El respondió: "Vayan".
3 Pero uno de ellos dijo: "Por favor, accede a venir con tus servidores". "Iré", respondió él,
4 y se fue con ellos. Cuando llegaron al Jordán, se pusieron a cortar los árboles.
5 Pero a uno de ellos, al derribar un poste, se le cayó el hacha al agua. Entonces lanzó un grito, diciendo: "¡Ay, mi señor, el hacha era prestada!".
6 El hombre de Dios dijo: "¿Dónde cayó?". El le mostró el lugar, y Eliseo partió un pedazo de madera; lo arrojó allí, y el hacha salió a flote.
7 Luego dijo: "Levántala". El discípulo extendió la mano y la recogió.
8 El rey de Aram estaba en guerra con Israel. Cuando él se reunía en consejo con sus oficiales y decía: "Acamparé en tal o cual lugar",
9 el hombre de Dios mandaba decir al rey de Israel: "Cuidado con pasar por tal lugar, porque allí han bajado los arameos".
10 Entonces el rey de Israel enviaba algunos hombres al lugar que le había dicho el hombre de Dios. Eliseo le avisaba, y él tomaba las precauciones debidas. Esto sucedió más de una vez.
11 El rey de Aram se alarmó ante este hecho. Llamó a sus oficiales y les dijo: "Es preciso que me informen quién de entre nosotros está a favor del rey de Israel".
12 Pero uno de los oficiales le respondió: "No, majestad; Eliseo, el profeta de Israel, es el que comunica al rey de Israel las palabras que tú pronuncias aun en tu dormitorio".
13 El rey dijo: "Vayan y vean dónde está, y yo mandaré a detenerlo". Le informaron que estaba en Dotán,
14 y él envió caballos, carros de guerra y un fuerte destacamento, que llegaron durante la noche y cercaron la ciudad.
15 A la mañana siguiente, el servidor del hombre de Dios se levantó de madrugada y salió. Y al ver que las tropas rodeaban la ciudad con caballos y carros de guerra, dijo a Eliseo: "Ay, señor, ¿cómo vamos a hacer?".
16 "No temas, respondió él, porque los que están con nosotros son más que los que están con ellos".
17 Luego Eliseo oró diciendo: "Señor, ábrele los ojos para que vea". El Señor abrió los ojos del servidor, y él vio que la montaña estaba repleta de caballos y carros de guerra alrededor de Eliseo.
18 Cuando los arameos descendían hacia él, Eliseo oró al Señor, diciendo: "¡Por favor, enceguece a esta gente!". Y él los encegueció, conforme a la palabra de Eliseo.
19 Entonces Eliseo les dijo: "No es este el camino ni es esta la ciudad. Síganme y yo los llevaré hacia donde está el hombre que ustedes buscan". Y los llevó a Samaría.
20 Una vez que entraron en la ciudad, Eliseo dijo: "Señor, abre los ojos de esta gente para que vean". El Señor les abrió los ojos, y vieron que estaban dentro de Samaría.
21 El rey de Israel, al verlos, dijo a Eliseo: "¿Tengo que matarlos, padre mío?".
22 El replicó: "No los mates. ¿Acaso haces morir a todos los que tu espada y tu arco han tomado prisioneros? Sírveles pan y agua; que coman y beban y después se vayan con su señor.
23 El rey les hizo servir un gran banquete; ellos comieron y bebieron, y después los despidió para que se fueran con su señor. Las bandas arameas no volvieron a incursionar en territorio de Israel
24 Un tiempo después, Ben Hadad, rey de Aram, movilizó todo su ejército y sitió a Samaría.
25 Hubo entonces mucha hambre en Samaría, y el asedio era tan duro que una cabeza de asno valía ochenta siclos de plata, y unos puñados de estiércol de paloma, cinco siclos de plata.
26 Mientras el rey de Israel pasaba sobre la muralla, una mujer le gritó: "¡Socorro, majestad!".
27 El respondió: "¡No, que te socorra el Señor! ¿Con qué podría socorrerte yo? ¿Con los productos de la era o del lagar?".
28 Luego añadió: "¿Qué te pasa?". Ella respondió: "Esta mujer me dijo: Trae a tu hijo; lo comeremos hoy, y mañana comeremos el mío.
29 Entonces cocinamos a mi hijo y lo comimos. Al día siguiente, yo le dije: Trae a tu hijo para que lo comamos. Pero ella lo había escondido".
30 Al oír las palabras de aquella mujer, el rey rasgó sus vestiduras; y como pasaba sobre el muro, la gente vio el cilicio que llevaba sobre su carne.
31 El rey dijo: "Que Dios me castigue si Eliseo, hijo de Safat, queda hoy con la cabeza sobre el cuello".
32 Eliseo estaba sentado en su casa, y los ancianos estaban sentados con él. El rey le envió a uno de sus hombres; pero antes que llegara el mensajero, Eliseo dijo a los ancianos: "¿Han visto que este hijo de asesino envía a un hombre a cortarme la cabeza? Estén atentos, y cuando llegue el mensajero, empújenlo con la puerta y atránquenla bien. ¿Acaso no se oyen los pasos de su señor que viene detrás de él?".
33 Todavía les estaba hablando, cuando llegó el rey y le dijo: "Todo este mal nos viene del Señor. ¿Qué puedo esperar todavía del Señor?".

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Introducción a II Reyes 


Reyes I

Los libros de Samuel presentaban la institución y el afianzamiento de la monarquía, como un proceso ascendente y lleno de promesas para Israel. Los libros de los REYES -que al principio formaban una sola obra, dividida luego en dos partes- continúan esa historia, pero trazan una parábola descendente. Aquí el relato comienza con el reinado de Salomón, que fue la etapa más brillante de todo el período monárquico, y llega hasta el momento en que el Pueblo de Dios vivió su experiencia más dramática y desconcertante: la caída de Jerusalén, el fin de la dinastía davídica y la deportación a Babilonia.
Este trágico desenlace se fue gestando gradualmente. A la muerte de Salomón, el reino de Judá se mantiene fiel a los reyes del linaje davídico y al Templo de Jerusalén. Pero las tribus del Norte, profundamente desilusionadas por el trato recibido en la época salomónica, se separan de Judá y constituyen un estado independiente, designado en adelante con el nombre de "Israel". Durante un par de siglos, los dos reinos separados logran conservar su autonomía política, debido al eclipse momentáneo de los grandes imperios del Antiguo Oriente. Pero la situación cambia radicalmente cuando Asiria comienza a desarrollar sus campañas expansionistas. En el año 721 a. C., Samaría cae en poder de los asirios, y así desaparece el reino de Israel. El reino de Judá sobrevive a la catástrofe, pero sólo por un tiempo. En el 587, las tropas de Nabucodonosor, rey de Babilonia -convertido en el nuevo árbitro de la situación, después de la derrota de Asiria- invaden Jerusalén, arrasan el Templo y se llevan cautiva a una buena parte de la población de Judá.
Los libros de los Reyes recibieron su redacción definitiva cuando todavía estaba muy vivo el recuerdo de este último acontecimiento. En la composición de la obra, se emplearon diversas fuentes, entre las que se destacan los informes provenientes de los archivos reales. Pero, en el relato de los hechos, lo que más interesa no es la historia en sí misma, sino la enseñanza que se debe extraer de ella, como medio para superar la crisis. Por eso, desde las primeras páginas comienza a vislumbrarse la pregunta que está implícita a lo largo de toda la narración: ¿Por qué el Señor ha rechazado a su Pueblo, dispersándolo entre las naciones paganas? ¿Hay un remedio para la catástrofe o el veredicto de condenación es irrevocable?
Para responder a este doloroso interrogante, el autor de estos Libros sigue paso a paso la historia de Israel en tiempos de la monarquía, y confronta la conducta de los reyes con las enseñanzas del Deuteronomio. Según la doctrina deuteronómica, el Señor eligió gratuitamente a Israel y lo comprometió a vivir en conformidad con su Ley. De esta manera, dejó abierto ante él un doble camino: el de la fidelidad, que conduce a la vida, y el de la desobediencia, que acaba en la muerte. Pero todos los reyes de Israel y casi todos los de Judá, en lugar de guiar al Pueblo del Señor por el camino de la fidelidad, lo encaminaron hacia su propia ruina, tolerando y aun fomentando el culto de Baal y de las otras divinidades cananeas. El fracaso de la monarquía, después de sus promisorios comienzos en tiempos de David, muestra que la raíz de todo mal está en apartarse del verdadero Dios.
Pero esta evocación del pasado, con su balance francamente pesimista, encierra también una lección para el presente. A pesar de las infidelidades de los reyes, el Señor nunca dejó de hacerse presente en la vida de su Pueblo a través de los Profetas. Por medio de ellos, Dios hizo oír constantemente su Palabra a fin de llamar a la conversión. Y esa Palabra seguía vigente para el "Resto" de Judá que se purificaba en el exilio. Si las derrotas nacionales habían sido la consecuencia del pecado, la conversión al Señor traería de nuevo la salvación. Las promesas divinas no podían caer en el vacío y el Reino de Dios se iba a realizar más allá de todos los fracasos terrenos.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

II Reyes  6,1-33

8-9 . Los relatos anteriores destacaban, sobre todo, la actividad de Eliseo como taumaturgo. A partir de ahora, en cambio, se lo ve participar decisivamente en la vida política de Israel. La cronología de los hechos y la identidad de algunos personajes, en particular de los reyes arameos, resultan en muchos casos inciertas.

13. "Dotán" se encontraba a unos veinte kilómetros al norte de Samaría.

28-29. Ver Lev_26:29; Deu_28:53-57; Jer_19:9; Eze_5:10; Lam_2:20; Lam_4:10.

31. Es probable que Eliseo haya aconsejado resistir hasta el final, contando con el apoyo divino. Ahora el rey de Israel se encuentra en una situación desesperada, y por eso pronuncia este juramento contra el profeta. La desesperación del rey contrasta con la serenidad de Eliseo, que preanuncia la inminente liberación (7. 1-2).