Nehemías 11 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 36 versitos |
1 Los jefes del pueblo se establecieron en Jerusalén. El resto del pueblo fue sorteado para que uno de cada diez hombres viviera en Jerusalén, la Ciudad santa, y los otro nueve en las de más ciudades.
2 Y el pueblo bendijo a todos los hombres que se ofrecieron voluntariamente para vivir en Jerusalén.
3 Estos son los jefes de la provincia que se establecieron en Jerusalén, y en las otras ciudades de Judá. Así, todo Israel, los sacerdotes, los levitas, los empleados del Templo y los hijos de los servidores de Salomón, vivían en sus respectivas ciudades, cada uno en su propiedad.
4 En Jerusalén vivían hijos de Judá e hijos de Benjamín. De los hijos de Judá: Atalías, hijo de Uzías, hijo de Zacarías, hijo de Amarías, hijo de Sefatías, hijo de Mahalalel, de los descendientes de Peres;
5 Maaseías, hijo de Baruc, hijo de Col José, hijo de Jazaías, hijo de Adaías, hijo de Ioiarib, hijo de Zacarías, hijo de Selá.
6 El total de los descendientes de Peres que vivían en Jerusalén era de 468 hombres aguerridos.
7 Los hijos de Benjamín eran: Salú, hijo de Mesulam, hijo de Ioed, hijo de Pedaías, hijo de Colaías, hijo de Maaseías, hijo de Itiel, hijo de Isaías,
8 y sus hermanos Gabai y Salai, en un total de 928 hombres aguerridos.
9 Joel, hijo de Sicri, estaba al frente de ellos, y Judá, hijo de Hasenúa, era el segundo jefe de la ciudad.
10 De los sacerdotes: Iedaías, hijo de Ioiarib, Iaquím,
11 Seraías, hijo de Jilquías, hijo de Mesulán, hijo de Sadoc, hijo de Meraiot, hijo de Ajitub, superintendente de la Casa de Dios,
12 y sus hermanos, que estaban dedicados al servicio del Templo: en total, 822; Adaías, hijo de Ierojam, hijo de Pelaías, hijo de Amsí, hijo de Zacarías, hijo de Pasjur, hijo de Malquías,
13 y sus hermanos, jefes de familia: en total, 242; y Amasái, hijo de Azarel, hijo de Ajzái, hijo de Mesilemot, hijo de Imer,
14 y sus hermanos, hombres aguerridos: en total 128. Zabdiel, hijo de Haguedolím, estaba al frente de ellos.
15 De los levitas: Semaías, hijo de Jasub, hijo de Azricam, hijo de Jasabías, hijo de Buní;
16 Sabtái y Jozabad, jefes levíticos encargados de los asuntos exteriores de la Casa de Dios;
17 Matanías, hijo de Micá, hijo de Zabdí, hijo de Asaf, que dirigía el canto de los himnos y entonaba la oración de acción de gracias; Bacbuquías, el segundo entre sus hermanos; Abdá, hijo de Samúa, hijo de Galal, hijo de Iedutún.
18 El total de los levitas en la Ciudad santa era de 284.
19 Los porteros: Acub, Talmón y sus hermanos, que custodiaban las puertas: en total 172.
20 El resto de los israelitas, de los sacerdotes levitas vivían en todas las ciudades de Judá, cada uno en su propiedad.
21 Los empleados del Templo habitaban el Ofel; Sijá y Guispá estaban al frente de ellos.
22 El jefe de los levitas de Jerusalén era Uzí, hijo de Baní, hijo de Jasabías, hijo de Matanías, hijo de Micá; era uno de los hijos de Asaf, que estaban encargados del canto en el culto de la Casa de Dios.
23 Había, en efecto, una ordenanza del rey y un reglamento que fijaba a los cantores, lo que debían hacer cada día.
24 Petajías;, hijo de Mesezabel, de los hijos de Zéraj, hijo de Judá, era comisionado del rey para todos los asuntos del pueblo.
25 En los pueblos de campaña vivía una parte de los hijos de Judá: en Quiriat Arbá y sus poblados; en Dibón y sus poblados; en Icabsel y sus alrededores;
26 en Iesuá, Moladá, Bet Pélet,
27 Jasar Sual, Berseba y sus poblados;
28 en Siclag, Mejoná y sus poblados;
29 en En Rimón, Soreá, Iarmut,
30 Zanóaj, Adulam y sus alrededores, en Laquis y su campaña; en Azecá y sus poblados. Se establecieron desde Berseba hasta el valle de Hinón.
31 Los hijos de Benjamín vivían en Gueba, Micmás, Aiá, Betel y sus poblados;
32 en Anatot, Nob, Anaías,
33 Jasor, Ramá, Guitaim,
34 Jadid, Seboím, Nebalat,
35 Lod, Onó y el valle de los Artesanos.
36 Entre los levitas hubo grupos que fueron de Judá a Benjamín

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Introducción a Nehemías


Esdras y Nehemías

En el año 539 a. C., Ciro el Grande, rey de los persas, entra triunfalmente en Babilonia. Sus victorias anteriores le habían asegurado el dominio sobre las mesetas de Irán y sobre el Asia Menor. Luego afirma su soberanía sobre el Imperio babilónico, y las fronteras de su territorio se extienden hasta Egipto. Así queda constituido el Imperio persa, el más vasto y poderoso de los conocidos hasta entonces.
Con el advenimiento de Ciro, se produce un cambio importante en las condiciones políticas del Antiguo Oriente. El nuevo monarca se distingue por su actitud más humanitaria en favor de los pueblos sometidos. No practica deportaciones masivas, respeta las leyes y costumbres locales, y propicia el retorno a sus respectivos países de las poblaciones desterradas por los reyes de Asiria y Babilonia.
Favorecidos por la política tolerante de los persas, varios grupos de judíos exiliados en Babilonia se ponen en camino para regresar a la Tierra de sus antepasados. La marcha a través del desierto es dura y peligrosa. La meta de tan larga peregrinación es un país en ruinas, que no alcanza a cubrir cuarenta kilómetros de sur a norte. A estas penurias materiales se añade la hostilidad de las poblaciones vecinas, que miran con recelo a los recién llegados y les oponen una enconada resistencia. Pero, a pesar de todos los obstáculos, la obra de la restauración nacional y religiosa se lleva adelante. En algo más de un siglo de persistentes esfuerzos, la comunidad judía de Jerusalén reconstruye su Templo, levanta los muros derruidos de la Ciudad santa y se aferra a la práctica de la Ley, como medio para no perder su identidad dentro del Imperio al que está sometida.
Los libros de ESDRAS y NEHEMÍAS son nuestra principal fuente de información acerca de este importante y difícil período de la historia bíblica. Ambos formaban originariamente una sola obra con los libros de las Crónicas y fueron compuestos en la misma época. Para elaborar esta segunda parte de su relato, el Cronista utiliza y cita textualmente diversos documentos contemporáneos de los hechos: listas de repatriados, genealogías, edictos reales, correspondencia administrativa de la corte persa y, sobre todo, "memorias" personales de Esdras y Nehemías, los dos grandes protagonistas de la restauración judía. En la disposición de materiales tan diversos, el autor no siempre se atiene a la sucesión cronológica de los hechos. Por eso estos Libros, si bien nos ofrecen una información de primera mano, presentan serias dificultades cuando se trata de reconstruir el desarrollo exacto de los acontecimientos. Así, por ejemplo, es muy verosímil que la misión de Nehemías haya precedido en varios años a la de Esdras. Sin embargo, el Cronista ha invertido el orden de los relatos, para dar prioridad a la reforma religiosa, realizada por el sacerdote Esdras, sobre la actividad del laico Nehemías, de carácter más bien político.
Pero estas dificultades no afectan al contenido religioso de los Libros. A un pueblo que ha perdido su independencia política y está propenso a caer en el desaliento, el Cronista le recuerda que el "Resto" de Judá liberado del exilio sigue siendo el depositario de la elección divina. La deportación a Babilonia mostró que las amenazas de los Profetas se habían cumplido al pie de la letra. ¿No será este el momento de escuchar la voz del Señor, de tomar en serio las exigencias morales y sociales de la Ley, que las reformas de Esdras y Nehemías han vuelto a poner en vigor? Si el pueblo se convierte al Señor y le rinde el culto debido, Dios no se dejará ganar en fidelidad y dará pleno cumplimiento a sus promesas de salvación.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas