Job  13 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 28 versitos |
1 Sí, todo esto lo vi con mis propios ojos, lo escuché con mis oídos y lo entendí,
2 Lo que ustedes saben, lo sé yo también: no estoy por debajo de ustedes.
3 Pero yo quiero hablarle al Todopoderoso, mi deseo es discutir con Dios.
4 ¡Ustedes lo encubren todo con sus mentiras, médicos inútiles son todos ustedes!
5 ¡Si se callaran de una vez, darían una prueba de sabiduría!
6 Escuchen, entonces, mi defensa; presten atención a mi querella.
7 ¿Es por Dios que ustedes hablan falsamente y para favorecerlo apelan al engaño?
8 ¿Se muestran parciales en atención a él y pretenden ser los abogados de Dios?
9 ¿Eso los beneficiará cuando él los examine? ¿Jugarán con él como se juega con un hombre?
10 No, él será el primero en acusarlos si toman partido solapadamente.
11 ¿Acaso no los espantará su majestad, y su terror no se abatirá sobre ustedes?
12 Las que ustedes alegan son sentencias de ceniza, sus respuestas son de barro.
13 Dejen de hablarme, soy yo el que hablaré, ¡no importa lo que me pueda pasar!
14 Arriesgaré el todo por el todo y pondré en peligro mi vida.
15 ¡Que él me mate! Ya no tengo esperanza, sólo quiero defender mi conducta ante él.
16 Y esto mismo será un triunfo para mí, porque ningún impío puede comparecer ante él.
17 Oigan, oigan bien mis palabras, que mis declaraciones lleguen a sus oídos.
18 Estoy preparado para el juicio, yo sé que la razón estará de mi par.
19 ¿Hay alguien que me pueda incriminar? Entonces aceptaría quedarme callado y expirar.
20 Concédeme dos cosas solamente, y así no me ocultaré de tu presencia:
21 aparte de mí la palma de tu mano y que tu terror no me atemorice.
22 Luego llámame, y yo te responderé, o hablaré yo, y tú me responderás.
23 ¿Cuántas son mis culpas y mis pecados? Dame a conocer mi rebeldía y mi pecado.
24 ¿Por qué ocultas tu rostro y me consideras tu enemigo?
25 ¿Quieres atemorizar a una hoja llevado por el viento? ¿Vas a perseguir a una paja reseca?
26 ¡Tú me dictas contra mí sentencias amargas y me imputas las culpas de mi juventud,
27 tú que pones mis pies en el cepo, tú que vigilas todos mis senderos y cercas las plantas de mis pies!
28 Así este hombre se deshace como madera carcomida, como ropa devorada por la polilla.

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Introducción a Job 


Job

Por su excepcional valor poético y humano, el libro de JOB ocupa un lugar destacado, no sólo dentro de la Biblia, sino también entre las obras maestras de la literatura universal. Su autor estaba perfectamente familiarizado con la tradición sapiencial de Israel y del Antiguo Oriente. Conocía a fondo los oráculos de los grandes profetas -especialmente las "Confesiones" de Jeremías y algunos escritos de Ezequiel- y había orado con los Salmos que se cantaban en el Templo de Jerusalén. Los viajes acrecentaron su experiencia, y es probable que haya vivido algún tiempo en Egipto. Sobre todo, él sintió en carne propia el eterno problema del mal, que se plantea en toda su agudeza cuando el justo padece, mientras el impío goza de prosperidad.
Esta obra fue escrita a comienzos del siglo V a. C., y para componerla, el autor tomó como base un antiguo relato del folclore palestino, que narraba los terribles padecimientos de un hombre justo, cuya fidelidad a Dios en medio de la prueba le mereció una extraordinaria recompensa. Esta leyenda popular constituye el prólogo y el epílogo del Libro. Al situar a su personaje en un país lejano, fuera de las fronteras de Israel (1. 1), el autor sugiere que el drama de Job afecta a todos los hombres por igual.
No se puede comprender el libro de Job sin tener en cuenta la enseñanza tradicional de los "sabios" israelitas acerca de la retribución divina. Según esa enseñanza, las buenas y las malas acciones de los hombres recibían necesariamente en este mundo el premio o el castigo merecidos. Esta era una consecuencia lógica de la fe en la justicia de Dios, cuando aún no se tenía noción de una retribución más allá de la muerte. Sin embargo, llegó el momento en que esta doctrina comenzó a hacerse insostenible, ya que bastaba abrir los ojos a la realidad para ver que la justicia y la felicidad no van siempre juntas en la vida presente. Y si no todos los sufrimientos son consecuencia del pecado, ¿cómo se explican?
Pero el autor no se contenta con poner en tela de juicio la doctrina tradicional de la retribución. Al reflexionar sobre las tribulaciones de Job -un justo que padece sin motivo aparente- él critica la sabiduría de los antiguos "sabios" y la reduce a sus justos límites. Aquella sabiduría aspiraba a comprenderlo todo: el bien y el mal, la felicidad y la desgracia, la vida y la muerte. Esta aspiración era sin duda legítima, pero tendía a perder de vista la soberanía, la libertad y el insondable misterio de Dios. En el reproche que hace el Señor a los amigos de Job (42. 7), se rechaza implícitamente toda sabiduría que se erige en norma absoluta y pretende encerrar a Dios en las categorías de la justicia humana.
El personaje central de este Libro llegó a descubrir el rostro del verdadero Dios a través del sufrimiento. Para ello tuvo que renunciar a su propia sabiduría y a su pretensión de considerarse justo. No es otro el camino que debe recorrer el cristiano, pero este lo hace iluminado por el mensaje de la cruz, que da un sentido totalmente nuevo al misterio del dolor humano. "Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia" ( Col_1:24 ). "Los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros" ( Rom_8:18 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas