Job  21 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 34 versitos |
1 Job respondió, diciendo:
2 ¡Oigan, oigan bien mis palabras, concédanme al menos este consuelo!
3 Tengan paciencia mientras hablo yo, y una vez que haya hablado, se podrán burlar.
4 ¿Acaso yo me quejo de un hombre o no tengo motivo para estar indignado?
5 Vuélvanse a mí, y quedarán consternados, se pondrán la mano sobre la boca.
6 Cuando me acuerdo, yo mismo me horrorizo y todo mi cuerpo se estremece.
7 ¿Cómo es posible que vivan los malvados, y que aun siendo viejos, se acreciente su fuerza?
8 Su descendencia se afianza ante ellos, sus vástagos crecen delante de sus ojos.
9 Sus casas están en paz, libres de temor, y no los alcanza la vara de Dios.
10 Su toro fecunda sin fallar nunca, su vaca tiene cría sin abortar jamás.
11 Hacen correr a sus niños como ovejas, sus hijos pequeños saltan de alegría.
12 Entonan canciones con el tambor y la cítara y se divierten al son de la flauta.
13 Acaban felizmente sus días y descienden en paz al Abismo.
14 Y ellos decían a Dios: "¡Apártate de nosotros, no nos importa conocer tus caminos!
15 ¿Qué es el Todopoderoso para que lo sirvamos y qué ganamos con suplicarle?".
16 ¿No tienen la felicidad en sus manos? ¿No está lejos de Dios el designio de los malvados?
17 ¿Cuántas veces se extingue su lámpara y la ruina se abate sobre ellos? ¿Cuántas veces en su ira él les da su merecido,
18 y ellos son como paja delante del viento, como rastrojo que se lleva el huracán?
19 ¿Reservará Dios el castigo para sus hijos? ¡Que lo castigue a él, que él lo sienta!
20 ¡Que sus propios ojos vean su fracaso, que beba el furor del Todopoderoso!
21 ¿Qué le importará de su casa después de él, cuando se haya cortado el número de sus meses?
22 Pero ¿puede enseñarse la sabiduría a Dios, a él, que juzga a los seres más elevados?
23 Uno muere en la plenitud de su vigor, enteramente feliz y tranquilo,
24 con sus caderas repletas de grasa y la médula de sus huesos bien jugosa.
25 Otro muere con el alma amargada, sin haber gustado la felicidad.
26 Después, uno y otro yacen juntos en el polvo y los recubren los gusanos.
27 ¡Sí, yo sé lo que ustedes piensan, los razonamientos que alegan contra mí!
28 "¿Dónde está, dicen ustedes, la casa del potentado y la carpa en que habitaban los malvados?".
29 Pero ¿no han preguntado a los que pasan por el camino? ¿No han advertido, por las señales que dan,
30 que el impío es preservado en el día de la ruina y es puesto a salvo en el día del furor?
31 ¿Quién le devuelve el mal que hizo?
32 Es llevado al cementerio, y una lápida monta guardia sobre él.
33 Son dulces para él los terrones del valle; todo el mundo desfila detrás de él, y ante él, una multitud innumerable.
34 ¡Qué inútil es el consuelo que me ofrecen! Sus respuestas son puras falacias.

Patrocinio

 
 

Introducción a Job 


Job

Por su excepcional valor poético y humano, el libro de JOB ocupa un lugar destacado, no sólo dentro de la Biblia, sino también entre las obras maestras de la literatura universal. Su autor estaba perfectamente familiarizado con la tradición sapiencial de Israel y del Antiguo Oriente. Conocía a fondo los oráculos de los grandes profetas -especialmente las "Confesiones" de Jeremías y algunos escritos de Ezequiel- y había orado con los Salmos que se cantaban en el Templo de Jerusalén. Los viajes acrecentaron su experiencia, y es probable que haya vivido algún tiempo en Egipto. Sobre todo, él sintió en carne propia el eterno problema del mal, que se plantea en toda su agudeza cuando el justo padece, mientras el impío goza de prosperidad.
Esta obra fue escrita a comienzos del siglo V a. C., y para componerla, el autor tomó como base un antiguo relato del folclore palestino, que narraba los terribles padecimientos de un hombre justo, cuya fidelidad a Dios en medio de la prueba le mereció una extraordinaria recompensa. Esta leyenda popular constituye el prólogo y el epílogo del Libro. Al situar a su personaje en un país lejano, fuera de las fronteras de Israel (1. 1), el autor sugiere que el drama de Job afecta a todos los hombres por igual.
No se puede comprender el libro de Job sin tener en cuenta la enseñanza tradicional de los "sabios" israelitas acerca de la retribución divina. Según esa enseñanza, las buenas y las malas acciones de los hombres recibían necesariamente en este mundo el premio o el castigo merecidos. Esta era una consecuencia lógica de la fe en la justicia de Dios, cuando aún no se tenía noción de una retribución más allá de la muerte. Sin embargo, llegó el momento en que esta doctrina comenzó a hacerse insostenible, ya que bastaba abrir los ojos a la realidad para ver que la justicia y la felicidad no van siempre juntas en la vida presente. Y si no todos los sufrimientos son consecuencia del pecado, ¿cómo se explican?
Pero el autor no se contenta con poner en tela de juicio la doctrina tradicional de la retribución. Al reflexionar sobre las tribulaciones de Job -un justo que padece sin motivo aparente- él critica la sabiduría de los antiguos "sabios" y la reduce a sus justos límites. Aquella sabiduría aspiraba a comprenderlo todo: el bien y el mal, la felicidad y la desgracia, la vida y la muerte. Esta aspiración era sin duda legítima, pero tendía a perder de vista la soberanía, la libertad y el insondable misterio de Dios. En el reproche que hace el Señor a los amigos de Job (42. 7), se rechaza implícitamente toda sabiduría que se erige en norma absoluta y pretende encerrar a Dios en las categorías de la justicia humana.
El personaje central de este Libro llegó a descubrir el rostro del verdadero Dios a través del sufrimiento. Para ello tuvo que renunciar a su propia sabiduría y a su pretensión de considerarse justo. No es otro el camino que debe recorrer el cristiano, pero este lo hace iluminado por el mensaje de la cruz, que da un sentido totalmente nuevo al misterio del dolor humano. "Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia" ( Col_1:24 ). "Los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros" ( Rom_8:18 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

Patrocinio

Notas