Job  30 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 31 versitos |
1 Pero ahora se ríe de mí hasta la gente más joven que yo., a cuyos padres yo no consideraba dignos de juntarlos con los perros de mis rebaños.
2 ¿De qué me hubiera servido la fuerza de sus manos? Ellos habían perdido todo su vigor:
3 agotados por la penuria y el hambre, roían el suelo reseco, la tierra desierta y desolada.
4 Arrancaban malezas de los matorrales y raíces de retama eran su alimento.
5 Se los expulsaba de en medio de los hombres; se los echaba a gritos, como a un ladrón.
6 Habitaban en los barrancos de los torrentes, en las grietas del suelo y los peñascos.
7 Rebuznaban entre los matorrales, se apretujaban bajo los cardos
8 ¡Gente envilecida, raza sin nombre, echados a golpes del país!
9 ¡Y ahora, ellos me hacen burla con sus cantos, soy el tema de sus dichos jocosos!
10 Abominan y se alejan de mí no les importa escupirme en la cara.
11 Porque Dios aflojó mi cuerda y me humilló, ellos también pierden el freno ante mí.
12 A mi derecha se levanta una turba: se abren camino hasta mi para arruinarme.
13 destruyen mi sendero para perderme: atacan sin que nadie los detenga,
14 irrumpen como por una ancha brecha, avanzan rodando como un torbellino.
15 Los terrores se han vuelto contra mí. mi dignidad es arrastrada como por el viento, mi esperanza de salvación ha pasado como una nube.
16 Y ahora mi vida se diluye en mi interior, me han tocado días de aflicción.
17 De noche, siento taladrar mis huesos, los que me roen no se dan descanso.
18 El me toma de la ropa con gran fuerza, me ciñe como el cuello de mi túnica.
19 El me ha arrojado en el fango, y me asemejó al polvo y la ceniza.
20 Clamo a ti, y no me respondes; me presento, y no me haces caso.
21 Te has vuelto despiadado conmigo, me atacas con todo el rigor de tu mano.
22 Me levantas y me haces cabalgar en el viento, y me deshaces con la tempestad.
23 Sí, ya lo sé, me llevas a la muerte, al lugar de reunión de todos los vivientes.
24 ¿Acaso no tendí mi mano al pobre cuando en su desgracia me pedía auxilio?
25 ¿No lloré con el que vivía duramente y mi corazón no se afligió por el pobre?
26 Yo esperaba lo bueno y llegó lo malo, aguardaba la luz y llegó la oscuridad.
27 Me hierven las entrañas incesantemente, me han sobrevenido días de aflicción.
28 Ando ensombrecido y sin consuelo, me alzo en la asamblea y pido auxilio.
29 Me he convertido en hermano de los chacales y en compañero de los avestruces.
30 Mi piel ennegrecida se me cae, mis huesos arden por la fiebre.
31 Mi cítara sólo sirve para el duelo y mi flauta para acompañar a los que lloran.

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Introducción a Job 


Job

Por su excepcional valor poético y humano, el libro de JOB ocupa un lugar destacado, no sólo dentro de la Biblia, sino también entre las obras maestras de la literatura universal. Su autor estaba perfectamente familiarizado con la tradición sapiencial de Israel y del Antiguo Oriente. Conocía a fondo los oráculos de los grandes profetas -especialmente las "Confesiones" de Jeremías y algunos escritos de Ezequiel- y había orado con los Salmos que se cantaban en el Templo de Jerusalén. Los viajes acrecentaron su experiencia, y es probable que haya vivido algún tiempo en Egipto. Sobre todo, él sintió en carne propia el eterno problema del mal, que se plantea en toda su agudeza cuando el justo padece, mientras el impío goza de prosperidad.
Esta obra fue escrita a comienzos del siglo V a. C., y para componerla, el autor tomó como base un antiguo relato del folclore palestino, que narraba los terribles padecimientos de un hombre justo, cuya fidelidad a Dios en medio de la prueba le mereció una extraordinaria recompensa. Esta leyenda popular constituye el prólogo y el epílogo del Libro. Al situar a su personaje en un país lejano, fuera de las fronteras de Israel (1. 1), el autor sugiere que el drama de Job afecta a todos los hombres por igual.
No se puede comprender el libro de Job sin tener en cuenta la enseñanza tradicional de los "sabios" israelitas acerca de la retribución divina. Según esa enseñanza, las buenas y las malas acciones de los hombres recibían necesariamente en este mundo el premio o el castigo merecidos. Esta era una consecuencia lógica de la fe en la justicia de Dios, cuando aún no se tenía noción de una retribución más allá de la muerte. Sin embargo, llegó el momento en que esta doctrina comenzó a hacerse insostenible, ya que bastaba abrir los ojos a la realidad para ver que la justicia y la felicidad no van siempre juntas en la vida presente. Y si no todos los sufrimientos son consecuencia del pecado, ¿cómo se explican?
Pero el autor no se contenta con poner en tela de juicio la doctrina tradicional de la retribución. Al reflexionar sobre las tribulaciones de Job -un justo que padece sin motivo aparente- él critica la sabiduría de los antiguos "sabios" y la reduce a sus justos límites. Aquella sabiduría aspiraba a comprenderlo todo: el bien y el mal, la felicidad y la desgracia, la vida y la muerte. Esta aspiración era sin duda legítima, pero tendía a perder de vista la soberanía, la libertad y el insondable misterio de Dios. En el reproche que hace el Señor a los amigos de Job (42. 7), se rechaza implícitamente toda sabiduría que se erige en norma absoluta y pretende encerrar a Dios en las categorías de la justicia humana.
El personaje central de este Libro llegó a descubrir el rostro del verdadero Dios a través del sufrimiento. Para ello tuvo que renunciar a su propia sabiduría y a su pretensión de considerarse justo. No es otro el camino que debe recorrer el cristiano, pero este lo hace iluminado por el mensaje de la cruz, que da un sentido totalmente nuevo al misterio del dolor humano. "Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia" ( Col_1:24 ). "Los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros" ( Rom_8:18 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas