Eclesiastés 9 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 18 versitos |
1 Sí, yo me puse a pensar en todo esto y vi que los justos, los sabios y sus acciones están en la mano de Dios. Pero el hombre ni siquiera sabe si es objeto de amor o de aversión. Todo lo que está ante él es vanidad,
2 porque a todos les espera la misma suerte: al justo y al impío, al bueno y al malo, al puro y al impuro, al que ofrece sacrificios y al que no los ofrece; lo mismo le pasa al bueno y al pecador, al que jura y al que teme hacer un juramento.
3 Esto es lo malo en todo lo que sucede bajo el sol: como es igual la suerte de todos, el corazón de los hombres se llena de maldad, la locura está dentro de ellos mientras viven, y después, acaban entre los muertos.
4 Mientras uno está unido a todos los vivientes, siempre hay esperanza, porque "más vale perro vivo que león muerto".
5 Los vivos, en efecto, saben que morirán, pero los muertos no saben nada: para ellos ya no hay retribución, porque su recuerdo cayó en el olvido.
6 Se han esfumado sus amores, sus odios y sus rivalidades, y nunca más podrán compartir todo lo que se hace bajo el sol.
7 Ve, entonces, come tu pan con alegría y bebe tranquilamente tu vino, porque a Dios ya le agradaron tus obras.
8 Que tu ropa sea siempre blanca y nunca falte el perfume en tu cabeza.
9 Goza de la vida con la mujer que amas, mientras dure esa vana existencia que Dios te concede bajo el sol, porque esa es tu parte en la vida y en el esfuerzo que realizas bajo el sol.
10 Todo lo que esté al alcance de tu mano realízalo con tus propias fuerzas, porque no hay obra, ni proyecto, ni ciencia, ni sabiduría, en el Abismo adonde tú irás.
11 Además, yo vi otra cosa bajo el sol: la carrera no la gana el más veloz, ni el más fuerte triunfa en el combate; el pan no pertenece al más sabio, ni la riqueza al más inteligente, ni es favorecido el más capaz, porque en todo interviene el tiempo y el azar.
12 El hombre no sabe cuándo llega su hora: como los peces atrapados en la red fatal, como los pájaros aprisionados por el lazo, así los hombres se ven sorprendidos por la adversidad cuando cae de improviso sobre ellos.
13 También he visto bajo el sol un caso de sabiduría que considero realmente notable
14 Había una pequeña ciudad, con pocos habitantes; un gran rey la atacó, la cercó, y construyó contra ella grandes empalizadas.
15 Allí se encontraba un hombre pobre pero sabio, que salvó la ciudad con su sabiduría. A pesar de eso, nadie se acordó más de ese pobre hombre.
16 Entonces pensé: "Más vale maña que fuerza". pero la sabiduría del pobre es despreciada y nadie escucha sus palabras.
17 Las palabras de los sabios oídas con calma valen más que los gritos del que gobierna a los necios.
18 Vale más la sabiduría que las máquinas de guerra, pero una sola falla malogra mucho bien.

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Introducción a Eclesiastés


Eclesiastés

El autor de este Libro es un "Sabio" de mediados del siglo III a. C. que pone sus reflexiones en boca del ECLESIASTÉS, palabra griega que significa "predicador" o "presidente" de una asamblea religiosa. De ahí el titulo de la obra, cuyo nombre hebreo -COHÉLET-parece significar más o menos lo mismo. El hecho de identificar a este "predicador" con el rey Salomón es un artificio literario común a todos los escritos sapienciales.
El tono dominante del Eclesiastés es más bien sombrío y pesimista. En él se van exponiendo las reflexiones y las actitudes de un hombre a partir de su experiencia personal. Esa experiencia le ha hecho descubrir la caducidad de la vida y la aparente inutilidad de todas las cosas, llevándolo a una amarga convicción, repetida incansablemente a lo largo del Libro: "¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad! ¿Qué provecho saca el hombre de todo el esfuerzo que realiza bajo el sol?"(1. 2-3).
Este Sabio comprueba que nada de lo que tradicionalmente era considerado una retribución por el cumplimiento de la Ley puede satisfacer plenamente al corazón humano. El amor, los placeres, las riquezas y la gloria no dejan más que vacío y desencanto. La misma sabiduría está acompañada de aflicción. Para colmo de males, muchas veces los necios oprimen a los sabios. Más aún, "¡el sabio muere igual que el necio!" y "todo cae en el olvido" (2. 16). La ausencia de la esperanza en una retribución después de la muerte explica esta manera de pensar (9. 4-6). Lo único que vale la pena es gozar moderadamente de las alegrías y de los pocos bienes que Dios pone a nuestro alcance (5. 17-19; 9. 7-10; 11. 7-10).
¿Cómo se puede compaginar el pesimismo del Eclesiastés, por momentos rayano en el escepticismo, con la fe y la esperanza de un israelita que se siente heredero de las promesas hechas por Dios a su Pueblo? Por lo pronto, no se debe olvidar que este Libro no es "toda" la Biblia, sino "una" de sus partes. Escrito en el estilo de los "maestros de sabiduría", abundan en él los aforismos, las paradojas e, incluso, las afirmaciones aparentemente contradictorias que intentan expresar las diversas caras de una misma realidad.
Por otra parte, al escepticismo existencial del autor del Eclesiastés no corresponde un escepticismo religioso. Al contrario, este pensador desilusionado guarda la serenidad del creyente y reconoce que todo ha sido dispuesto por la sabia Providencia divina (3. 10-11). Para él, las cosas buenas son un don de Dios (2. 24-26), y el hombre tendrá que dar cuenta al Creador de su conducta sobre la tierra (12. 14). La enseñanza moral de este "predicador" concuerda muy bien con la de todo el Antiguo Testamento: "Teme al Señor y observa sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre" ( 12. 13).
De todas maneras, al llamar la atención sobre la relatividad de cuanto hay "bajo el sol", este Sabio nos lleva a la búsqueda del único "Absoluto". "El Eclesiastés habla de Dios, se ha dicho con razón, como la sed del agua". Y el Nuevo Testamento, al revelarnos la resurrección de los muertos, viene a colmar la sensación de vacío que deja la lectura de este Libro: "La creación quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza" ( Rom_8:20 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas