Isaías 12 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 6 versitos |
1 Tú dirás en aquel día: Te doy gracias, Señor, porque te habías irritado contra mí, pero se ha apartado tu ira y me has consolado.
2 Este es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación.
3 Ustedes sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación.
4 Y dirán en aquel día: Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, anuncien entre los pueblos sus proezas, proclamen qué sublime es su Nombre
5 Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso: ¡que sea conocido en toda la tierra!
6 ¡Aclama y grita de alegría. habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel!

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Introducción a Isaías

Las colecciones proféticas

Me pondré en mi puesto de guardia
y me apostaré sobre el muro;
vigilaré para ver qué me dice el Señor
y qué responde a mi reproche.
El Señor me respondió y dijo:
Escribe la visión,
grábala sobre unas tablas
para que se pueda leer de corrido.
Porque la visión aguarda el momento fijado,
ansía llegar a término y no fallará;
si parece que se demora, espérala,
porque vendrá seguramente, y no tardará.

Hab_2:1-3 .

Nosotros hemos visto confirmada la palabra de los Profetas,
y ustedes hacen bien en prestar atención a ella,
como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro
hasta que despunte el día
y aparezca el lucero de la mañana en sus corazones.
2Pe_1:19

LAS COLECCIONES PROFÉTICAS

Hacia el 750 a. C., se abre una nueva etapa y comienza la edad de oro en la historia del profetismo bíblico. Hasta ese momento, se habían conservado numerosas tradiciones sobre la vida y la actividad de los Profetas. Esas tradiciones -muchas de las cuales fueron luego incorporadas a los libros de Samuel y de los Reyes- atestiguan la extraordinaria vitalidad del movimiento profético en Israel, pero sólo ocasionalmente y como de paso hacen referencia al mensaje de estos enviados del Señor. A partir del siglo VIII, en cambio, el interés se centra más bien en la "palabra" misma de los Profetas, y así comienzan a formarse las "colecciones" que conservan su predicación fijada por escrito.
La forma más frecuente de transmisión del mensaje profético es el "oráculo" o declaración solemne hecha en nombre del Señor. Pero también se encuentran otros géneros literarios, a saber, la parábola, la alegoría, la exhortación, e incluso el monólogo, como en el caso de las "Confesiones" de Jeremías. Por lo general, los Profetas recurren al lenguaje poético. Su poesía vibrante, construida rítmicamente, está cargada de expresiones simbólicas, a fin de impresionar la imaginación de los oyentes y hacer que las palabras queden bien grabadas en la memoria.
Los oráculos proféticos comienzan casi siempre con esta frase:
"Así habla el Señor". En dicha fórmula está resumida la esencia misma del profetismo bíblico. El profeta se presenta como el mensajero y el portavoz del Señor. En su boca está la Palabra de Dios ( Jer_1:9 ; Eze_31:1 ). Él tiene la firme convicción de que ha recibido un mensaje del Señor y que debe comunicarlo necesariamente ( Jer_20:9 ; Amo_3:8 ). Esto implica que el profeta no dispone a su antojo del mensaje divino. Depende total y enteramente de Dios, que no sólo habla cuando quiere, sino que a veces parece guardar silencio y mantiene a su enviado en una actitud de espera ( Jer_42:4-7 ).
Pero los Profetas no sólo hablan con "palabras". Cuando el lenguaje resulta insuficiente y poco eficaz, suelen valerse de acciones simbólicas, muchas veces desconcertantes, pero llenas de significado. Lo que pretenden con esos gestos es provocar extrañeza y llamar la atención, con el fin de sacudir la inercia de sus contemporáneos y llevarlos a la conversión. En algunas ocasiones, como en la experiencia matrimonial de Oseas, es la vida misma del profeta la que se convierte en símbolo viviente del mensaje que él anuncia.
Los Profetas eran hombres de acción. Si bien algunas veces recibieron del Señor la orden de poner por escrito una visión determinada ( Isa_8:1 ; Isa_30:8 ; Hab_2:2 ) o una serie de oráculos ( Jer_36:2 ), sin embargo, ninguno de ellos pensó en escribir un libro. Fueron sus discípulos los que recogieron el mensaje profético, lo fijaron por escrito y formaron las colecciones incorporadas posteriormente al canon de los Libros sagrados. Esta formación progresiva de los Libros proféticos explica el "desorden" y la falta de continuidad que se advierte con frecuencia en la recopilación de los diversos oráculos.
Los Profetas aparecen siempre que Dios quiere comunicar su Palabra. Cada uno de ellos tiene su personalidad propia y su mensaje característico. Amós y Miqueas reivindican la justicia social. Isaías insiste en la importancia de la fe. Oseas proclama el inagotable amor del Señor hacia su Pueblo. Sofonías anuncia la salvación como un bien reservado a los humildes y a los pobres. Jeremías descubre y valoriza la religión del corazón. Ezequiel pone de relieve la responsabilidad personal en la relación del hombre con Dios. Pero más allá de estas diferencias, el mensaje fundamental de los Profetas es siempre el mismo: todos ellos denuncian la idolatría, la corrupción moral, el formalismo y la hipocresía; desenmascaran las falsas seguridades, defienden apasionadamente al débil y al oprimido, y por encima de todo, reclaman la fidelidad a la Alianza.
Con frecuencia, los Profetas predicen tremendos castigos, pero a la vez infunden con su palabra una inquebrantable esperanza. Al interpretar los acontecimientos a la luz de Dios, que se manifiesta por medio de los "signos de los tiempos", ellos abarcan con su mirada el pasado, el presente y el futuro. Esto les hace comprender que la meta final de la historia humana no puede ser otra que la plena manifestación del designio salvador de Dios. Pero los oráculos proféticos no son, como se piensa con demasiada frecuencia, una
predicción detallada y casi fotográfica de los acontecimientos futuros. Son más bien una promesa, expresada por lo general en forma simbólica, lo suficientemente concreta como para suscitar la esperanza de Israel y lo bastante flexible como para dejar siempre abierto el desarrollo de la historia futura a la imprevisible acción de Dios. De esta manera, los Profetas prepararon la instauración del Reino mesiánico y anunciaron de una u otra forma el advenimiento de Cristo.

ISAÍAS

El libro de ISAÍAS es el más extenso de los escritos proféticos. En él se encuentran reunidos los oráculos que pronunció aquel gran profeta del siglo VIII a. C., y algunos relatos referentes a su actividad. Pero también contiene muchos otros escritos provenientes de épocas posteriores. A lo largo de varios siglos, los discípulos y continuadores del profeta trabajaron en la redacción de esta obra densa y compleja, que lleva el nombre de Isaías. En líneas generales, la obra consta de tres grandes partes, que corresponden a tres etapas distintas de la historia de Israel.
La primera sección (caps. 1-39) proviene en su mayor parte del mismo profeta Isaías, aunque también contiene algunos fragmentos de origen diverso, en especial, el llamado "Apocalipsis de Isaías" (caps. 24-27) y el epílogo sobre la actividad del profeta en tiempos del rey Ezequías (caps. 36-39).
La segunda sección (caps. 40-55) tiene un trasfondo histórico muy distinto. Cuando el Pueblo judío estaba desterrado en Babilonia, un profeta anónimo dirigió un mensaje de esperanza a los exiliados, anunciándoles su próxima liberación. Los oráculos de este profeta fueron luego incorporados al libro de Isaías, y a su autor se lo designa habitualmente con el nombre de "Déutero Isaías" o "Segundo Isaías".
La tercera sección (caps. 56-66) reúne una colección de oráculos pronunciados por varios profetas de la escuela de Isaías, cuando el "Resto" de Israel ya había regresado del exilio y trataba de instalarse nuevamente en la Tierra de sus antepasados.
A pesar de su enorme complejidad literaria, el libro de Isaías es mucho más que una simple recopilación de oráculos provenientes de épocas y autores diversos. Hay en él ciertos temas que se repiten con insistencia: la santidad de Dios, la necesidad de la fe, el "Resto" de Israel, la esperanza mesiánica, la gloria futura de Jerusalén. El hecho de que escritos tan variados hayan sido puestos bajo el nombre de Isaías atestigua la gran influencia ejercida por este profeta y la importancia de su obra. Dicha influencia se extiende incluso hasta el Nuevo Testamento. Ningún otro libro del Antiguo Testamento es tan citado como este, para mostrar que Jesús es el Mesías prometido y esperado.


Primera Parte del Libro de Isaías


Isaías era originario de Jerusalén y pertenecía a una familia de elevada posición social. Por su maestría en el uso del lenguaje poético y por su sensibilidad para los asuntos políticos y dinásticos, se puede pensar que recibió una educación esmerada, en estrecho contacto con las escuelas de escribas y "sabios" donde se formaban los funcionarios de la corte real. Comenzó su actividad profética cuando aún era relativamente joven, y continuó ejerciéndola, con períodos intermitentes, durante no menos de cuarenta años.
Hacia el año 740 a. C., una grandiosa visión en el Templo cambió por completo el curso de su vida. En ese momento se le manifestó con toda su fuerza estremecedora la "santidad" del Dios viviente. Anonadado por esta visión, Isaías tomó conciencia de su propia indignidad y comprendió hasta qué punto sus compatriotas se habían alejado del Señor. Esta experiencia es la "clave" para entender toda su misión profética.
El mensaje de Isaías está íntimamente ligado con los acontecimientos de su época. Asiria había reafirmado su poderío y trataba de formar un vasto imperio, extendiendo su dominación hasta la costa oriental del Mediterráneo. Este intento chocaba contra las ambiciones de Egipto, que no quería perder su influencia sobre Siria y Palestina. Al verse entre dos fuegos, el reino de Judá trató de conjurar el peligro mediante una política fluctuante, inclinándose alternativamente hacia uno y otro lado.
Con una tenacidad inquebrantable, Isaías se opuso a todas estas maniobras políticas. Para él, la única actitud debida ante el Dios santo que habita en Sión, es la renuncia a toda seguridad fundada en la astucia política o en la fuerza de las armas. Sólo la fe en el Señor -una fe que por momentos puede parecer absurda- puede salvar a Judá. Nada de lo que acontece en el mundo escapa a la soberanía de Dios, que dirige el destino de los pueblos conforme a un "plan" oculto, muchas veces desconcertante, pero siempre más sabio que la sagacidad de los hombres. Aún en los momentos de mayor peligro, Isaías promete a Jerusalén la liberación, con tal de que ponga toda su confianza en el Señor.
Isaías es el gran "clásico" de la poesía bíblica. Su expresión es clara, sobria y vigorosa. Pero él es, sobre todo, el más grande de los profetas mesiánicos. Su fe está profundamente arraigada en la tradición davídica. La dinastía de David ha sido establecida para siempre en Jerusalén, que no sólo es el centro de Judá y de Israel, sino el punto hacia el que convergerán todas las naciones de la tierra (2. 1-6). El Mesías anunciado por Isaías es un descendiente de David, que hará reinar la justicia y la paz sobre la tierra (7. 10-17; 9. 1-6; 11. 1-9). Sin embargo, antes de interpretar estos textos en la plenitud del sentido que les confiere el Nuevo Testamento, es preciso comprenderlos en el sentido más modesto que tuvieron en su origen, cuando Israel sólo podía vislumbrar oscuramente el imprevisible cumplimiento de estos oráculos mesiánicos en la persona y en la obra de Jesús.


Segunda Parte del Libro de Isaías

Más de un siglo después de la muerte del profeta Isaías, el pueblo de Judá pierde su independencia. En el 587 a.C., Jerusalén es destruida por los ejércitos de Babilonia y una buena parte de la población es llevada al exilio. Pero, poco tiempo más tarde, también este poderoso imperio comienza a tambalearse. Ciro el Grande, rey de los persas, inicia una fulgurante campaña por todo el Antiguo Oriente y sus victorias hacen prever la inminente caída de Babilonia.
En este horizonte histórico, un nuevo profeta -llamado "Déutero Isaías" o "Segundo Isaías"- dirige a los desterrados un mensaje de liberación, denominado habitualmente "Libro de la consolación de Israel". Sus palabras están cargadas de entusiasmo y esperanza. El exilio ha sido el fuego purificador del que Israel resurgirá completamente renovado. El único Dios, Creador del universo, Señor de la historia y Redentor de su Pueblo, ha encomendado a Ciro la misión de liberar al "Resto" de Judá. Así, en medio del exilio, el recuerdo del Éxodo adquiere una nueva actualidad: el Señor prepara para su Pueblo un nuevo Éxodo, más admirable aún que el primero. Jerusalén ha sido humillada, pero el Señor se ha compadecido de sus ruinas y ella verá gozosamente el retorno de sus hijos.
En esta segunda parte del libro de Isaías hay cuatro poemas que merecen especial atención: son los "Cantos del Servidor del Señor" (42. 1-7; 49. 1-6; 50. 4-11; 52. 13-53. 12). Este misterioso Servidor ha sido amado y elegido por Dios (42. 1; 49. 1), colmado de su espíritu (42. 1) e instruido por el Señor (50. 4-5). Su misión consiste en reunir a Israel (42. 6; 49. 5-6), en llevar la luz y la salvación a las naciones (42. 1-6; 49. 6) y en expiar los pecados (53. 4-12). Él es humilde y misericordioso (42. 2-3), pero intrépido en el cumplimiento de su misión (42. 3-4; 49. 2; 50. 5-6). Aunque es inocente (53. 9), sufre la persecución y la afrenta y es sometido a un juicio injusto (53. 7-8). Por la humillación, el sufrimiento y la muerte libremente aceptados, él expía los pecados de los hombres. Por eso recibe finalmente de Dios una extraordinaria recompensa (53. 10-12). Estos poemas son una sorprendente anticipación de la figura y de la obra de Jesús, que redime a la humanidad pecadora mediante el misterio de la Cruz y la Resurrección.


Tercera Parte del Libro de Isaías

En la tercera parte, el libro de Isaías nos hace entrever las penurias y las esperanzas de la comunidad judía de Jerusalén, a su retorno del exilio. Allí hay pobreza y miseria, tendencias a la idolatría y dudas sobre el poder del Señor. Tampoco faltan los jefes ambiciosos, preocupados únicamente por su propio interés (56. 9 - 57. 13). En estas circunstancias difíciles, la mirada profética se dirige hacia el futuro: la Gloria del Señor resplandecerá en Jerusalén, y la Ciudad santa se convertirá en el punto de atracción de todas las naciones de la tierra (60. 1-4). Los extranjeros acudirán a la Montaña santa de Sión, y su Templo será una "Casa de oración para todos los pueblos" (56. 7). El Señor va a crear "un cielo nuevo y una tierra nueva" (65. 17; 66. 22), y por medio de Israel hará llegar la salvación a todos los hombres (66. 18). Esta perspectiva que trasciende todo particularismo anticipa y prepara el universalismo cristiano.
A los que han perdido la esperanza y se quejan de la aparente indiferencia del Señor frente a los males que afligen a su Pueblo, el profeta les recuerda la fidelidad de Dios y denuncia los pecados que son un obstáculo para la llegada de la salvación. De manera particular, los exhorta a abandonar la idolatría y a practicar la justicia, a la vez que señala las características de la religiosidad agradable a Dios: el verdadero ayuno consiste en compartir el pan con el hambriento, en vestir al desnudo y en mostrarse solidario con el hermano necesitado (58. 5-7).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas