Jeremías  1 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 19 versitos |
1 Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes de Anatot, en territorio de Benjamín.
2 La palabra del Señor le llegó en los días de Josías, hijo de Amón, rey de Judá, en el año decimotercero de su reinado;
3 y también en los días de Joaquím, hijo de Josías, rey de Judá, hasta el fin del undécimo año de Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá, es decir, hasta la deportación de Jerusalén en el quinto mes.
4 La palabra del Señor llegó a mí en estos términos:
5 "Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones".
6 Yo respondí: "¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven".
7 El Señor me dijo: "No digas: "Soy demasiado joven", porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene.
8 No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte -oráculo del Señor -".
9 El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: "Yo pongo mis palabras en tu boca.
10 Yo te establezco en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar".
11 La palabra del Señor llegó a mí en estos términos: "¿Qué ves, Jeremías?". Yo respondí: "Veo una rama de almendro".
12 Entonces el Señor me dijo: "Has visto bien, porque yo vigilo sobre mi palabra para realizarla".
13 La palabra del Señor llegó a mí por segunda vez, en estos términos: "¿Qué ves?". Yo respondí: "Veo una olla hirviendo, que se vuelca desde el Norte".
14 Entonces el Señor me dijo: "Del Norte se desencadenará la desgracia contra todos los habitantes del país.
15 Porque ahora voy a convocar a todas las familias de los reinos del Norte -oráculo del Señor-. Ellos vendrán, y cada uno instalará su trono a la entrada de las puertas de Jerusalén, contra todos los muros que la rodean y contra todas las ciudades de Judá.
16 Pronunciaré mis sentencias contra ellos, por todas sus maldades, porque me han abandonado, han quemado incienso a dioses extraños, y se han postrado ante las obras de sus manos.
17 En cuanto a ti, cíñete la cintura, levántate y diles todo lo que yo te ordene. No te dejes intimidar por ellos, no sea que te intimide yo delante de ellos.
18 Mira que hoy hago de ti una plaza fuerte, una columna de hierro, una muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes de Judá y a sus jefes, a sus sacerdotes y al pueblo del país.
19 Ellos combatirán contra ti, pero no te derrotarán, porque yo estoy contigo para librarte -oráculo del Señor -".

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Introducción a Jeremías 


Jeremías

Entre las grandes figuras del Antiguo Testamento, ninguna tiene una personalidad tan atrayente y conmovedora como JEREMÍAS. Los demás profetas nos han dejado un mensaje, sin decirnos nada, o muy poco, acerca de sí mismos. Él, en cambio, nos abre su alma en varios poemas de una sinceridad estremecedora, que nos hacen penetrar en el drama de su existencia.
Jeremías era miembro de una familia sacerdotal de Anatot, un pequeño pueblo de la tribu de Benjamín, situado a unos pocos kilómetros al norte de Jerusalén (1. 1). Nació poco más de un siglo después de Isaías, y todavía era muy joven cuando el Señor lo llamó a ejercer el ministerio profético (1. 6). En los primeros años de su actividad profética, sus esfuerzos están dirigidos a "desarraigar" el pecado en todas sus formas. Bajo la influencia de Oseas, su gran predecesor en el reino del Norte, Jeremías insiste en que la Alianza es una relación de amor entre el Señor e Israel. Si el pueblo no mantiene su compromiso de fidelidad, el Señor lo rechazará como a una esposa adúltera. Pero sus invectivas violentas y sus anuncios sombríos se pierden en el vacío. Entonces Jeremías se rinde ante la evidencia. El pueblo entero está irremediablemente pervertido (13. 23). El pecado de Judá está grabado con un buril de diamante en las tablas de su corazón (17. 1). Un profeta puede traer a los hombres una palabra nueva, pero no puede darles un corazón nuevo (7. 25-28).
Jeremías vio confirmada esta dolorosa experiencia en los años que precedieron a la caída de Jerusalén. Desde el 605 a. C., Nabucodonosor, rey de Babilonia, impone su hegemonía en Palestina. Frente a este hecho, los grupos dirigentes de Judá no saben a qué atenerse. La gran mayoría es partidaria de la resistencia armada, con el apoyo de Egipto, aun a riesgo de perderlo todo. Una pequeña minoría, por el contrario, propicia el sometimiento a Babilonia, con la esperanza de poder sobrevivir y de mantener una cierta autonomía bajo la tutela del poderoso Imperio babilónico. Muy a pesar suyo, Jeremías se ve comprometido en estos debates. Su posición no ofrece lugar a dudas: es preciso reconocer la supremacía de Nabucodonosor, no por razones políticas, sino porque el Señor lo ha elegido como instrumento para castigar los pecados de Judá (27. 1-22). Una vez que haya cumplido esta misión, también él tendrá que dar cuenta al Señor, que rige el destino de los pueblos y realiza sus designios a través de ellos (27. 6-7). Sin embargo, las palabras de Jeremías no encontraron ningún eco entre los partidarios de la rebelión, y en el 587 sobrevino la catástrofe final, tantas veces anunciada por el profeta: Jerusalén fue arrasada por las tropas de Nabucodonosor y una buena parte de la población de Judá tuvo que emprender el camino del destierro.
Tal como ha llegado hasta nosotros, el libro de Jeremías es uno de los más desordenados del Antiguo Testamento. Este desorden atestigua que el Libro atravesó por un largo proceso de formación antes de llegar a su composición definitiva. En el origen de la colección actual están los oráculos dictados por el mismo Jeremías (36. 32). A este núcleo original se añadieron más tarde otros materiales, muchos de ellos reelaborados por sus discípulos, y una especie de "biografía" del profeta, atribuida generalmente a su amigo y colaborador Baruc. Finalmente, al comienzo del exilio, un redactor anónimo reunió todos esos elementos en un solo volumen.
A lo largo de su actividad profética, Jeremías no conoció más que el fracaso. Pero la influencia que él no logró ejercer durante su vida, se acrecentó después de su muerte. Sus escritos, releídos y meditados asiduamente, permitieron al pueblo desterrado en Babilonia superar la tremenda crisis del exilio. Al encontrar en los oráculos de Jeremías el relato anticipado del asedio y de la caída de Jerusalén, los exiliados comprendieron que ese era un signo de la justicia del Señor y no una victoria de los dioses de Babilonia sobre el Dios de Israel. En el momento en que se veían privados de las instituciones religiosas y políticas que constituían los soportes materiales de la fe, Jeremías continuaba enseñándoles, más con su vida que con sus palabras, que lo esencial de la religión no es el culto exterior sino la unión personal con Dios y la fidelidad a sus mandamientos. Y mientras padecían el aparente silencio del Señor en una tierra extranjera, la promesa de una "Nueva Alianza" (31. 31-34) los alentaba a seguir esperando en él.
Así el aparente "fracaso" de Jeremías -como el de Jesucristo en la Cruz- fue el camino elegido por Dios para hacer surgir la vida de la muerte. No en vano la tradición cristiana ha visto en Jeremías la imagen más acabada del "Servidor sufriente" (Is. 52. 13 - 53. 12).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

Jeremías  1,1-19

2. "Josías" comenzó a reinar en el 640 a. C. Favorecido por la declinación y la caída del Imperio asirio, el joven rey promovió una drástica reforma política y religiosa, que marcó una etapa importante en la historia de Judá. Pero su trágica y prematura muerte en el enfrentamiento de Meguido (609 a. C.) frustró las esperanzas que él había suscitado. Ver 2 Rey. 22.1 - 23.30.

3. Ver 2 Rey. 23. 36 - 25. 21.

9. Ver Isa_6:7.

10. Ver 31. 28; 18. 7, 9; 24. 6; 32. 41; 42. 10; 45. 4.

11-12. En hebreo, el "almendro" es designado con una palabra que significa "vigilante", porque es el primero en florecer, aún antes de despuntar la primavera. Como el almendro vela en medio de la naturaleza dormida, así el Señor está siempre alerta para asegurar el cumplimiento de sus palabras.

13. La "olla" que hierve sobre el brasero es el símbolo de la desgracia que está a punto de abatirse sobre el país. Del "Norte" provenían generalmente los ejércitos invasores de Palestina.