Jeremías  32 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 44 versitos |
1 Palabra que llegó a Jeremías de parte del Señor, el décimo año de Sedecías, rey de Judá, que era el año decimoctavo de Nabucodonosor.
2 En ese entonces, el ejército del rey de Babilonia estaba asediando a Jerusalén, y el profeta Jeremías estaba preso en el patio de la guardia, en la casa del rey de Judá.
3 Allí lo había puesto preso Sedecías, porque profetizaba en estos términos: "Así habla el Señor: Miren que yo voy a entregar esta ciudad en manos del rey de Babilonia, y él la tomará;
4 Sedecías no escapará de las manos de los caldeos, sino que caerá en manos del rey de Babilonia; él le hablará cara a cara y lo verá con sus propios ojos;
5 Sedecías será llevado a Babilonia, y allí permanecerá hasta que yo me ocupe de él -oráculo del Señor-. Si ustedes combaten contra los caldeos, no conseguirán nada".
6 Jeremías dijo: "La palabra del Señor me llegó en estos términos:
7 Janamel, hijo de tu tío Salúm, viene hacia ti para decirte: Compra mi campo que está en Anatot, porque a ti te corresponde adquirirlo, en virtud del derecho de rescate".
8 Janamel, el hijo de mi tío, vino a verme en el patio de la guardia, según la palabra del Señor, y me dijo: "Cómprame mi campo que está en Anatot, en el país de Benjamín, porque tú tienes el derecho de adquisición y de rescate: cómpramelo". Yo comprendí que esa era la palabra del Señor ;
9 compré a Janamel, el hijo de mi tío, el campo que está en Anatot, y le pesé la plata: diecisiete siclos de plata.
10 Hice la escritura, la sellé, la certifiqué con testigos y pesé la plata en una balanza.
11 Luego tomé la escritura de la compra -la que había sido sellada, con las cláusulas y las estipulaciones, y la que había quedado abierta -
12 y la entregué a Baruc, hijo de Nerías, hijo de Maasías, en presencia de Janamel, el hijo de mi tío, en presencia de los testigos que habían firmado la escritura de la compra, y en presencia de todos los judíos que estaban en el patio de la guardia.
13 Luego, a la vista de ellos, di esta orden a Baruc:
14 "Así habla el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: Toma estas escrituras -la que está sellada y la que está abierta- y mételas en una vasija de arcilla, para que se conserven por mucho tiempo.
15 Porque así habla el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: De nuevo se comprarán casas, campos y viñas en este país".
16 Después de entregar la escritura de la compra a Baruc, hijo de Nerías, yo dirigí al Señor esta súplica;
17 "¡Ah, Señor! Tú has hecho el cielo y la tierra con tu gran fuera y tu brazo poderoso: para ti no hay nada imposible.
18 Tú das prueba de fidelidad a millares, y retribuyes la iniquidad de los padres en el pecho de sus hijos después de ellos. ¡Dios grande y fuerte, cuyo nombre es Señor de los ejércitos,
19 grande en consejo y poderoso en obras, que tienes los ojos abiertos sobre los caminos de los hombres, para dar a cada uno según su conducta y según el fruto de sus acciones!
20 Tú has hecho signos y prodigios en el país de Egipto, y también en Israel y entre los hombres hasta el día de hoy, y así te has ganado un renombre, como se ve en el día de hoy.
21 Tú has hecho salir a tu pueblo Israel del país de Egipto, con signos y prodigios, con mano fuerte y brazo poderoso, provocando un gran terror.
22 Tú les has dado esta tierra, como se lo habías jurado a sus padres, una tierra que mana leche y miel.
23 Pero cuando entraron y tomaron posesión de ella, no escucharon tu voz ni caminaron según tu Ley: no hicieron nada de lo que tú les habías mandado, y tú les enviaste toda esta desgracia.
24 Ahora, los terraplenes llegan hasta la ciudad para expugnarla, y la ciudad va ser entregada, por la espada, el hambre y la peste, en manos de los caldeos que combaten contra ella. Así se ha cumplido lo que tú habías dicho, y tú lo estás viendo.
25 Sin embargo, eres tú el que me ha dicho: "Compra el campo a precio de plata y toma unos testigos", mientras la ciudad es entregada en manos de los caldeos".
26 La palabra del Señor llegó a Jeremías en estos términos:
27 Yo, el Señor, soy el Dios de todo ser viviente: ¿hay algo imposible para mí?
28 Por eso, así habla el Señor: Yo voy a entregar esta ciudad en manos de los caldeos y en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y él la tomará.
29 Los caldeos que combaten contra esta ciudad entrarán en ella, le prenderán fuego y la quemarán, con las casas sobre cuyos techos se quemaba incienso a Baal y se derramaban libaciones a otros dioses, a fin de agraviarme.
30 Porque los hijos de Israel y los hijos de Judá han hecho desde su juventud lo que es malo a mis ojos; porque los hijos de Israel no han hecho más que agraviarme con la obra de sus manos -oráculo del Señor-.
31 Sí, esta ciudad ha sido para mí un motivo de ira y de furor, desde el día en que fue edificada hasta el día de hoy, y yo la apartaré lejos de mi rostro,
32 a causa de todo el mal que los hijos de Israel y los hijos de Judá han cometido para agraviarme: ellos, sus reyes, sus príncipes, sus sacerdotes y sus profetas, los hombres de Judá y los habitantes de Jerusalén.
33 Ellos me han vuelto la espalda, no el rostro; y aunque traté de enseñarles incansablemente, no han escuchado ni aprendido la lección.
34 Han puesto sus ídolos inmundos en la Casa que es llamada con mi Nombre, para volverla impura.
35 Han edificado los lugares altos de Baal que están en el valle de Ben Hinnóm, para hacer pasar por el fuego en honor de Moloc a sus hijos y a sus hijas, cosas que yo no les había mandado ni se me había pasado por la mente: ¡cometer esta abominación para hacer pecar a Judá!
36 Y ahora, así habla el Señor, el Dios de Israel, a esta ciudad de la que ustedes dicen: "Va a caer en manos del rey de Babilonia, por la espada, el hambre y la peste".
37 Yo los reuniré de todos los países adonde los había expulsado a causa de mi ira, de mi furor y de mi gran irritación; los haré volver a este lugar y haré que vivan seguros.
38 Ellos serán mi Pueblo y yo seré su Dios.
39 Les daré un corazón íntegro y una conducta íntegra, a fin de que me teman constantemente, para su propia felicidad y la de sus hijos después de ellos.
40 Estableceré con ellos una alianza eterna, por la cual nunca dejaré de seguirlos para hacerles el bien, y pondré mi temor en sus corazones, para que nunca se aparten de mí.
41 Mi alegría será colmarlos de bienes, y los plantaré sólidamente en este país, con todo mi corazón y con toda mi alma.
42 Porque así habla el Señor: Así como atraje sobre este país toda esta gran desgracia, así también atraeré sobre ellos todo el bien que les prometo.
43 Entonces se comprarán campos en este país del que ustedes dicen: "Es un país desolado, sin hombres ni animales, que va a caer en manos de los caldeos".
44 Se comprarán campos a precio de plata, se firmarán escrituras, se las sellará, se pondrán testigos en el país de Benjamín, en los alrededores de Jerusalén, en todas las ciudades de Judá, en las ciudades de la Montaña, en las ciudades de la Sefelá y en las ciudades del Négueb. Porque yo cambiaré su suerte -oráculo del Señor-.

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Introducción a Jeremías 


Jeremías

Entre las grandes figuras del Antiguo Testamento, ninguna tiene una personalidad tan atrayente y conmovedora como JEREMÍAS. Los demás profetas nos han dejado un mensaje, sin decirnos nada, o muy poco, acerca de sí mismos. Él, en cambio, nos abre su alma en varios poemas de una sinceridad estremecedora, que nos hacen penetrar en el drama de su existencia.
Jeremías era miembro de una familia sacerdotal de Anatot, un pequeño pueblo de la tribu de Benjamín, situado a unos pocos kilómetros al norte de Jerusalén (1. 1). Nació poco más de un siglo después de Isaías, y todavía era muy joven cuando el Señor lo llamó a ejercer el ministerio profético (1. 6). En los primeros años de su actividad profética, sus esfuerzos están dirigidos a "desarraigar" el pecado en todas sus formas. Bajo la influencia de Oseas, su gran predecesor en el reino del Norte, Jeremías insiste en que la Alianza es una relación de amor entre el Señor e Israel. Si el pueblo no mantiene su compromiso de fidelidad, el Señor lo rechazará como a una esposa adúltera. Pero sus invectivas violentas y sus anuncios sombríos se pierden en el vacío. Entonces Jeremías se rinde ante la evidencia. El pueblo entero está irremediablemente pervertido (13. 23). El pecado de Judá está grabado con un buril de diamante en las tablas de su corazón (17. 1). Un profeta puede traer a los hombres una palabra nueva, pero no puede darles un corazón nuevo (7. 25-28).
Jeremías vio confirmada esta dolorosa experiencia en los años que precedieron a la caída de Jerusalén. Desde el 605 a. C., Nabucodonosor, rey de Babilonia, impone su hegemonía en Palestina. Frente a este hecho, los grupos dirigentes de Judá no saben a qué atenerse. La gran mayoría es partidaria de la resistencia armada, con el apoyo de Egipto, aun a riesgo de perderlo todo. Una pequeña minoría, por el contrario, propicia el sometimiento a Babilonia, con la esperanza de poder sobrevivir y de mantener una cierta autonomía bajo la tutela del poderoso Imperio babilónico. Muy a pesar suyo, Jeremías se ve comprometido en estos debates. Su posición no ofrece lugar a dudas: es preciso reconocer la supremacía de Nabucodonosor, no por razones políticas, sino porque el Señor lo ha elegido como instrumento para castigar los pecados de Judá (27. 1-22). Una vez que haya cumplido esta misión, también él tendrá que dar cuenta al Señor, que rige el destino de los pueblos y realiza sus designios a través de ellos (27. 6-7). Sin embargo, las palabras de Jeremías no encontraron ningún eco entre los partidarios de la rebelión, y en el 587 sobrevino la catástrofe final, tantas veces anunciada por el profeta: Jerusalén fue arrasada por las tropas de Nabucodonosor y una buena parte de la población de Judá tuvo que emprender el camino del destierro.
Tal como ha llegado hasta nosotros, el libro de Jeremías es uno de los más desordenados del Antiguo Testamento. Este desorden atestigua que el Libro atravesó por un largo proceso de formación antes de llegar a su composición definitiva. En el origen de la colección actual están los oráculos dictados por el mismo Jeremías (36. 32). A este núcleo original se añadieron más tarde otros materiales, muchos de ellos reelaborados por sus discípulos, y una especie de "biografía" del profeta, atribuida generalmente a su amigo y colaborador Baruc. Finalmente, al comienzo del exilio, un redactor anónimo reunió todos esos elementos en un solo volumen.
A lo largo de su actividad profética, Jeremías no conoció más que el fracaso. Pero la influencia que él no logró ejercer durante su vida, se acrecentó después de su muerte. Sus escritos, releídos y meditados asiduamente, permitieron al pueblo desterrado en Babilonia superar la tremenda crisis del exilio. Al encontrar en los oráculos de Jeremías el relato anticipado del asedio y de la caída de Jerusalén, los exiliados comprendieron que ese era un signo de la justicia del Señor y no una victoria de los dioses de Babilonia sobre el Dios de Israel. En el momento en que se veían privados de las instituciones religiosas y políticas que constituían los soportes materiales de la fe, Jeremías continuaba enseñándoles, más con su vida que con sus palabras, que lo esencial de la religión no es el culto exterior sino la unión personal con Dios y la fidelidad a sus mandamientos. Y mientras padecían el aparente silencio del Señor en una tierra extranjera, la promesa de una "Nueva Alianza" (31. 31-34) los alentaba a seguir esperando en él.
Así el aparente "fracaso" de Jeremías -como el de Jesucristo en la Cruz- fue el camino elegido por Dios para hacer surgir la vida de la muerte. No en vano la tradición cristiana ha visto en Jeremías la imagen más acabada del "Servidor sufriente" (Is. 52. 13 - 53. 12).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

Jeremías  32,1-44

7. Según la costumbre ( Rut_4:6), sancionada por una legislación ( Lev_25:25), el pariente más cercano tenía el derecho y la obligación de adquirir la propiedad de un familiar, cuando esta corría el peligro de pasar a manos de extraños por falta de herederos o de recursos económicos. Ver nota Isa_41:14.