Jeremías  36 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 32 versitos |
1 El cuarto año de Joaquím, hijo de Josías, rey de Judá, llegó a Jeremías esta palabra de parte del Señor :
2 Toma un rollo y escribe en él todas las palabras que yo te he dicho acerca de Israel, de Judá y de todas las naciones, desde que comencé a hablarte en tiempos de Josías, hasta el día de hoy.
3 Tal vez los de la casa de Judá, al enterarse de todo el mal que tengo pensado hacerles, se vuelvan cada uno de su mal camino, y así yo pueda perdonarles su iniquidad y su pecado.
4 Jeremías llamó a Baruc, hijo de Nerías, y Baruc escribió en un rollo, bajo el dictado de Jeremías, todas las palabras que el Señor le había dicho.
5 Luego Jeremías dio esta orden a Baruc: "Yo estoy impedido; no puedo entrar en la Casa del Señor.
6 Por eso irás tú, y leerás las palabras del Señor en el rollo que has escrito bajo mi dictado. Lo harás a oídos del pueblo, en la Casa del Señor, en el día del ayuno; y que lo oigan también todos los hombres de Judá que vengan de sus ciudades.
7 Tal vez su plegaria llegue hasta el Señor, y se vuelva cada uno de su mal camino. Porque es grande la ira y el furor con que el Señor ha amenazado a este pueblo".
8 Baruc, hijo de Nerías, hizo exactamente lo que le había ordenado el profeta Jeremías, leyendo en el rollo las palabras del Señor, en la Casa del Señor.
9 El quinto año de Joaquím, hijo de Josías, en el noveno mes, se convocó para un ayuno del Señor a todo el pueblo de Jerusalén y a todo el pueblo que llegaba de las ciudades de Judá a Jerusalén.
10 Entonces Baruc leyó en el rollo las palabras de Jeremías, en la Casa del Señor, en la sala de Guemarías, hijo de Safán, el secretario, en el atrio superior, a la entrada de la puerta Nueva de la Casa del Señor ; y lo hizo en presencia de todo el pueblo.
11 Miqueas, hijo de Guemarías, hijo de Safán, al oír todas las palabras del Señor escritas en el rollo,
12 bajó a la casa del rey, a la sala del secretario, donde estaban sesionando todos los jefes: Elisamá, el secretario, Delaías, hijo de Semaías, Elnatán, hijo de Acbor, Guemarías, hijo de Safán, Sedecías, hijo de Ananías, y todos los demás jefes.
13 Y Miqueas les contó todo lo que había oído cuando Baruc leía en el rollo, delante de todo el pueblo.
14 Entonces todos los jefes enviaron a Iehudí, hijo de Natanías, hijo de Selemías, hijo de Cusí, para que dijera a Baruc: "Toma el libro que has leído en presencia del pueblo y ven". Baruc, hijo de Nerías, tomo consigo el rollo y se presentó ante ellos.
15 Ellos le dijeron: "Siéntate y léelo delante de nosotros". Baruc lo leyó delante de ellos.
16 Y cuando oyeron todas las palabras, temblando, se miraron unos a otros, y exclamaron: "Es preciso que comuniquemos al rey todas estas palabras".
17 Luego interrogaron a Baruc, diciendo: "Indícanos cómo has escrito todas estas palabras".
18 Baruc les respondió: "Jeremías me dictaba de viva voz todas estas palabras, y yo escribía con tinta en el rollo".
19 Los jefes dijeron a Baruc: "Ve y ocúltate, tú lo mismo que Jeremías; que nadie sepa dónde están".
20 Y después de depositar el rollo en la sala de Elisamá, el secretario, se presentaron ante el rey en la corte, y lo pusieron al tanto de todo.
21 El rey envió a Iehudí para que tomara el rollo, y este lo tomó de la sala del secretario Elisamá, Iehudí lo leyó delante del rey y de todos los jefes que estaban de pie junto a él.
22 El rey estaba sentado en la sala de invierno -era entonces el noveno mes- y había ante él un brasero encendido.
23 Y a medida que Iehudí leía tres o cuatro columnas, el rey las cortaba con el cortaplumas del secretario y las arrojaba al fuego del brasero. Así hasta que todo el rollo se consumió por completo en el fuego del brasero.
24 Pero ni el rey ni sus servidores temblaron al oír todas estas palabras, ni se rasgaron las vestiduras.
25 Y aunque Elnatán, Delaías y Guemarías intervinieron ante el rey para que no quemara el rollo, él no les hizo caso.
26 Luego el rey ordenó a Ierajmel, hijo del rey, a Seraías, hijo de Azriel, y a Selemías, hijo de Abdel, que apresaran a Baruc, el escriba, y a Jeremías, el profeta. Pero el Señor los mantuvo ocultos.
27 La palabra del Señor llegó a Jeremías, después que el rey quemó el rollo con las palabras que había escrito Baruc bajo el dictado de Jeremías, en estos términos:
28 "Toma otro rollo y escribe en él todas las palabras que estaban en el primer rollo, el que quemó Joaquím, rey de Judá.
29 Y tú dirás contra Joaquím, rey de Judá: Así habla el Señor: Tú has quemado este rollo, diciendo: ¿Por qué has escrito que el rey de Babilonia vendrá indefectiblemente, que él arrasará este país y hará desaparecer de él a hombres y animales?
30 Por eso, así habla el Señor contra Joaquím, rey de Judá: El no tendrá un descendiente que se siente en el trono de David, y su cadáver será arrojado al calor durante el día y al frío durante la noche.
31 A él, a su descendencia y a sus servidores, los castigaré por su iniquidad, y haré venir sobre ellos, sobre los habitantes de Jerusalén y sobre la gente de Judá, todo el mal con que los amenacé, sin que ellos me escucharan".
32 Entonces Jeremías tomó otro rollo y se lo entregó a Baruc, hijo de Nerías, el escriba. Este escribió en él, bajo el dictado de Jeremías, todas las palabras del rollo que Joaquím, rey de Judá, había quemado en el fuego. Y además, fueron añadidas muchas otras palabras como aquellas.

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Introducción a Jeremías 


Jeremías

Entre las grandes figuras del Antiguo Testamento, ninguna tiene una personalidad tan atrayente y conmovedora como JEREMÍAS. Los demás profetas nos han dejado un mensaje, sin decirnos nada, o muy poco, acerca de sí mismos. Él, en cambio, nos abre su alma en varios poemas de una sinceridad estremecedora, que nos hacen penetrar en el drama de su existencia.
Jeremías era miembro de una familia sacerdotal de Anatot, un pequeño pueblo de la tribu de Benjamín, situado a unos pocos kilómetros al norte de Jerusalén (1. 1). Nació poco más de un siglo después de Isaías, y todavía era muy joven cuando el Señor lo llamó a ejercer el ministerio profético (1. 6). En los primeros años de su actividad profética, sus esfuerzos están dirigidos a "desarraigar" el pecado en todas sus formas. Bajo la influencia de Oseas, su gran predecesor en el reino del Norte, Jeremías insiste en que la Alianza es una relación de amor entre el Señor e Israel. Si el pueblo no mantiene su compromiso de fidelidad, el Señor lo rechazará como a una esposa adúltera. Pero sus invectivas violentas y sus anuncios sombríos se pierden en el vacío. Entonces Jeremías se rinde ante la evidencia. El pueblo entero está irremediablemente pervertido (13. 23). El pecado de Judá está grabado con un buril de diamante en las tablas de su corazón (17. 1). Un profeta puede traer a los hombres una palabra nueva, pero no puede darles un corazón nuevo (7. 25-28).
Jeremías vio confirmada esta dolorosa experiencia en los años que precedieron a la caída de Jerusalén. Desde el 605 a. C., Nabucodonosor, rey de Babilonia, impone su hegemonía en Palestina. Frente a este hecho, los grupos dirigentes de Judá no saben a qué atenerse. La gran mayoría es partidaria de la resistencia armada, con el apoyo de Egipto, aun a riesgo de perderlo todo. Una pequeña minoría, por el contrario, propicia el sometimiento a Babilonia, con la esperanza de poder sobrevivir y de mantener una cierta autonomía bajo la tutela del poderoso Imperio babilónico. Muy a pesar suyo, Jeremías se ve comprometido en estos debates. Su posición no ofrece lugar a dudas: es preciso reconocer la supremacía de Nabucodonosor, no por razones políticas, sino porque el Señor lo ha elegido como instrumento para castigar los pecados de Judá (27. 1-22). Una vez que haya cumplido esta misión, también él tendrá que dar cuenta al Señor, que rige el destino de los pueblos y realiza sus designios a través de ellos (27. 6-7). Sin embargo, las palabras de Jeremías no encontraron ningún eco entre los partidarios de la rebelión, y en el 587 sobrevino la catástrofe final, tantas veces anunciada por el profeta: Jerusalén fue arrasada por las tropas de Nabucodonosor y una buena parte de la población de Judá tuvo que emprender el camino del destierro.
Tal como ha llegado hasta nosotros, el libro de Jeremías es uno de los más desordenados del Antiguo Testamento. Este desorden atestigua que el Libro atravesó por un largo proceso de formación antes de llegar a su composición definitiva. En el origen de la colección actual están los oráculos dictados por el mismo Jeremías (36. 32). A este núcleo original se añadieron más tarde otros materiales, muchos de ellos reelaborados por sus discípulos, y una especie de "biografía" del profeta, atribuida generalmente a su amigo y colaborador Baruc. Finalmente, al comienzo del exilio, un redactor anónimo reunió todos esos elementos en un solo volumen.
A lo largo de su actividad profética, Jeremías no conoció más que el fracaso. Pero la influencia que él no logró ejercer durante su vida, se acrecentó después de su muerte. Sus escritos, releídos y meditados asiduamente, permitieron al pueblo desterrado en Babilonia superar la tremenda crisis del exilio. Al encontrar en los oráculos de Jeremías el relato anticipado del asedio y de la caída de Jerusalén, los exiliados comprendieron que ese era un signo de la justicia del Señor y no una victoria de los dioses de Babilonia sobre el Dios de Israel. En el momento en que se veían privados de las instituciones religiosas y políticas que constituían los soportes materiales de la fe, Jeremías continuaba enseñándoles, más con su vida que con sus palabras, que lo esencial de la religión no es el culto exterior sino la unión personal con Dios y la fidelidad a sus mandamientos. Y mientras padecían el aparente silencio del Señor en una tierra extranjera, la promesa de una "Nueva Alianza" (31. 31-34) los alentaba a seguir esperando en él.
Así el aparente "fracaso" de Jeremías -como el de Jesucristo en la Cruz- fue el camino elegido por Dios para hacer surgir la vida de la muerte. No en vano la tradición cristiana ha visto en Jeremías la imagen más acabada del "Servidor sufriente" (Is. 52. 13 - 53. 12).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas