Jeremías  48 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 47 versitos |
1 Para Moab. Así habla el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: ¡Ay de Nebo, porque ha sido devastada! ¡Ha sido tomada Quiriataim, la ciudadela está humillada y deshecha!
2 ¡Ya no existe la gloria de Moab! En Jesbón traman el mal contra ella: "¡Vengan, extirpémosla como nación!". También tú, Madmén, serás reducida a silencio, la espada avanza detrás de ti.
3 Oigan el clamor de Joronaim: ¡devastación y desastre total!
4 ¡Moab ha sido destrozado, se hacen oír los gritos hasta Soár!
5 Sí, por la cuesta de Lujit la gente sube llorando; sí, por la pendiente de Joronaím se oye un grito: "¡Desastre!".
6 ¡Huyan, sálvese quien pueda, como un matorral en el desierto!
7 Por haber confiado en tus obras y en tus tesoros, también tú serás capturado. Quemós irá hacia el destierro, con sus sacerdotes y sus príncipes.
8 El devastador ocupará cada ciudad, ni una sola escapará perecerá el valle y será arrasada la meseta, como lo ha dicho el Señor.
9 Traigan sal para Moab, porque será completamente destruido; sus ciudades serán una desolación, donde nadie habita.
10 ¡Maldito el que ejecuta con negligencia el trabajo del Señor! ¡Maldito el que aparta su espada de la sangre!
11 Moab vivió tranquilo desde su juventud, él reposaba sobre sus heces; no lo trasvasaban de vasija en vasija -no había ido al destierro-. Así se conservó su sabor y no se alteró su aroma.
12 Por eso, llegarán los días -oráculo del Señor- en que yo enviaré trasvasadores que lo trasvasarán; ellos vaciarán sus vasijas y romperán sus tinajas.
13 Y Moab se avergonzará de Quemós, como la casa de Israel se avergonzó de Betel, en quien confiaba.
14 ¿Cómo pueden decir: "Somos guerreros, hombres valientes para el combate"?
15 El devastador de Moab subió contra él, lo mejor de sus jóvenes baja el matadero -oráculo del Rey cuyo nombre es Señor de los ejércitos-.
16 La ruina de Moab es inminente, se precipita su desgracia.
17 Conduélanse por él, todos ustedes, sus vecinos, todos lo que conocen su nombre. Digan: "¡Cómo se ha quebrado el cetro poderoso, el bastón lleno de gloria!".
18 ¡Baja de la gloria, siéntate en el estiércol, hija que habitas en Dibón! Porque el devastador de Moab ha subido contra ti, ha destruido tus plazas fuertes.
19 Párate en el camino, al acecho, habitante de Aroer; pregunta al fugitivo y al prófugo, dile: "¿Qué ha sucedido?".
20 ¡Moab está derrotado! ¡Sí, ha sido deshecho! ¡Lancen gritos y alaridos! ¡Anuncien sobre el Arnón: Moab está devastado!
21 Llega un juicio al país de la meseta, a Jolón e Iahsá, contra Mefaat,
22 contra Dibón, contra Nebo, contra Bet Diblataim,
23 contra Quiriataim, contra Bet Gamul, contra Bet Meón,
24 contra Queriot, contra Bosrá, y contra todas las ciudades del país de Moab, lejanas y cercanas.
25 ¡Ha sido abatido el poder de Moab y se ha roto su brazo! -oráculo del Señor-.
26 ¡Embriáguenlo, porque ha desafiado al Señor! que Moab se revuelque en su vómito y se convierta también él en un motivo de risa.
27 ¿Acaso no te reías de Israel? ¿Lo han sorprendido entre ladrones, para que siempre que hables de él sacudas la cabeza?
28 ¡Abandonen las ciudades y habiten en las rocas, habitantes de Moab! ¡Hagan como la paloma que pone su nido en las laderas de un barranco!
29 Hemos oído el orgullo de Moab, el muy orgullosos: ¡qué altanería, qué orgullo, qué arrogancia, qué altivez en su corazón!
30 Yo conozco su petulancia -oráculo del Señor- sus vanas habladurías, sus obras inconsistentes.
31 Por eso gimo a causa de Moab, lanzo gritos por todo Moab, suspiro por la gente de Quir Jaréset.
32 Lloro por ti como por Iazer, viña de Sibmá; tus sarmientos sobrepasaban el mar, llegaban hasta Iazer. Pero sobre tu cosecha y tu vendimia ha irrumpido un devastador.
33 El gozo y la alegría se han retirado de los vergeles del país de Moab. Yo hice secar el vino de las cubas, el pisador no pisa las uvas, el grito del pisador ya no es grito de vendimia.
34 El clamor de Jesbón llega hasta Elealé; alzan la voz hasta Iahás, desde Soár hasta Joronaim y Eglat Selisiá. Porque hasta las aguas de Nimrim son una desolación.
35 Yo haré desaparecer de Moab -oráculo del Señor- al que sube a los lugares altos y quema incienso a sus dioses.
36 Por eso mi corazón lanza un quejido por Moab como una flauta; mi corazón lanza un quejido como una flauta por la gente de Quir Jaréset. Por eso se han perdido las ganancias que habían obtenido.
37 Porque están rapadas todas las cabezas y raídas todas las barbas; en todas las manos hay incisiones y todos llevan cilicio.
38 Sobre los techos de Moab y en sus plazas no hay más que lamentos; porque yo he destrozado a Moab como un vaso que nadie quiere -oráculo del Señor-.
39 ¡Cómo ha quedado deshecho! ¡Giman! ¡Con qué vergüenza Moab ha vuelto la espalda! Moab se ha convertido en la risa y el espanto de sus vecinos.
40 Porque así habla el Señor: ¡Miren! El planea como un águila, extiende sus alas hacia Moab.
41 Las ciudades son tomadas, conquistadas las plazas fuertes. El corazón de los valientes de Moab, en ese día, es como el corazón de una parturienta.
42 Moab ha sido aniquilado como pueblo, por haber desafiado al Señor.
43 ¡Pánico, fosa y red sobre ti, habitante de Moab! -oráculo del Señor-.
44 El que escape del pánico caerá en la fosa; el que suba de la fosa será atrapado en la red. Porque yo atraeré esto sobre Moab, el año en que tengan que dar cuenta.
45 A la sombra de Jesbón se detienen los fugitivos exhaustos, pero sale un fuego de Jesbón y una llama de la ciudad de Sijón; ella devora las sienes de Moab y el cráneo de los turbulentos.
46 ¡Ay de ti, Moab! ¡Ha perecido el pueblo de Quemós! Porque tus hijos son llevados prisioneros, y tus hijas al cautiverio.
47 Pero yo cambiaré la suerte de Moab, en los días futuros -oráculo del Señor-. Hasta aquí el juicio de Moab.

Patrocinio

 
 

Introducción a Jeremías 


Jeremías

Entre las grandes figuras del Antiguo Testamento, ninguna tiene una personalidad tan atrayente y conmovedora como JEREMÍAS. Los demás profetas nos han dejado un mensaje, sin decirnos nada, o muy poco, acerca de sí mismos. Él, en cambio, nos abre su alma en varios poemas de una sinceridad estremecedora, que nos hacen penetrar en el drama de su existencia.
Jeremías era miembro de una familia sacerdotal de Anatot, un pequeño pueblo de la tribu de Benjamín, situado a unos pocos kilómetros al norte de Jerusalén (1. 1). Nació poco más de un siglo después de Isaías, y todavía era muy joven cuando el Señor lo llamó a ejercer el ministerio profético (1. 6). En los primeros años de su actividad profética, sus esfuerzos están dirigidos a "desarraigar" el pecado en todas sus formas. Bajo la influencia de Oseas, su gran predecesor en el reino del Norte, Jeremías insiste en que la Alianza es una relación de amor entre el Señor e Israel. Si el pueblo no mantiene su compromiso de fidelidad, el Señor lo rechazará como a una esposa adúltera. Pero sus invectivas violentas y sus anuncios sombríos se pierden en el vacío. Entonces Jeremías se rinde ante la evidencia. El pueblo entero está irremediablemente pervertido (13. 23). El pecado de Judá está grabado con un buril de diamante en las tablas de su corazón (17. 1). Un profeta puede traer a los hombres una palabra nueva, pero no puede darles un corazón nuevo (7. 25-28).
Jeremías vio confirmada esta dolorosa experiencia en los años que precedieron a la caída de Jerusalén. Desde el 605 a. C., Nabucodonosor, rey de Babilonia, impone su hegemonía en Palestina. Frente a este hecho, los grupos dirigentes de Judá no saben a qué atenerse. La gran mayoría es partidaria de la resistencia armada, con el apoyo de Egipto, aun a riesgo de perderlo todo. Una pequeña minoría, por el contrario, propicia el sometimiento a Babilonia, con la esperanza de poder sobrevivir y de mantener una cierta autonomía bajo la tutela del poderoso Imperio babilónico. Muy a pesar suyo, Jeremías se ve comprometido en estos debates. Su posición no ofrece lugar a dudas: es preciso reconocer la supremacía de Nabucodonosor, no por razones políticas, sino porque el Señor lo ha elegido como instrumento para castigar los pecados de Judá (27. 1-22). Una vez que haya cumplido esta misión, también él tendrá que dar cuenta al Señor, que rige el destino de los pueblos y realiza sus designios a través de ellos (27. 6-7). Sin embargo, las palabras de Jeremías no encontraron ningún eco entre los partidarios de la rebelión, y en el 587 sobrevino la catástrofe final, tantas veces anunciada por el profeta: Jerusalén fue arrasada por las tropas de Nabucodonosor y una buena parte de la población de Judá tuvo que emprender el camino del destierro.
Tal como ha llegado hasta nosotros, el libro de Jeremías es uno de los más desordenados del Antiguo Testamento. Este desorden atestigua que el Libro atravesó por un largo proceso de formación antes de llegar a su composición definitiva. En el origen de la colección actual están los oráculos dictados por el mismo Jeremías (36. 32). A este núcleo original se añadieron más tarde otros materiales, muchos de ellos reelaborados por sus discípulos, y una especie de "biografía" del profeta, atribuida generalmente a su amigo y colaborador Baruc. Finalmente, al comienzo del exilio, un redactor anónimo reunió todos esos elementos en un solo volumen.
A lo largo de su actividad profética, Jeremías no conoció más que el fracaso. Pero la influencia que él no logró ejercer durante su vida, se acrecentó después de su muerte. Sus escritos, releídos y meditados asiduamente, permitieron al pueblo desterrado en Babilonia superar la tremenda crisis del exilio. Al encontrar en los oráculos de Jeremías el relato anticipado del asedio y de la caída de Jerusalén, los exiliados comprendieron que ese era un signo de la justicia del Señor y no una victoria de los dioses de Babilonia sobre el Dios de Israel. En el momento en que se veían privados de las instituciones religiosas y políticas que constituían los soportes materiales de la fe, Jeremías continuaba enseñándoles, más con su vida que con sus palabras, que lo esencial de la religión no es el culto exterior sino la unión personal con Dios y la fidelidad a sus mandamientos. Y mientras padecían el aparente silencio del Señor en una tierra extranjera, la promesa de una "Nueva Alianza" (31. 31-34) los alentaba a seguir esperando en él.
Así el aparente "fracaso" de Jeremías -como el de Jesucristo en la Cruz- fue el camino elegido por Dios para hacer surgir la vida de la muerte. No en vano la tradición cristiana ha visto en Jeremías la imagen más acabada del "Servidor sufriente" (Is. 52. 13 - 53. 12).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

Patrocinio

Notas

Jeremías  48,1-47

1. "Nebo" era una ciudad situada en la ladera de la montaña del mismo nombre ( Num_32:38; Deu_32:49; Deu_34:1 ), sobre la orilla oriental del Jordán, frente a Jericó.

7. "Quemós" era el dios nacional de Moab ( 1Re_11:7; 2Re_23:13).

9. La "sal" se esparcía sobre el suelo para hacerlo estéril. Ver Jue_9:45.