Jeremías  49 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 39 versitos |
1 Para los amonitas. Así habla el Señor: ¿Acaso Israel no tiene hijos, no tiene heredero? ¿Por qué Milcóm ha heredado Gad y su pueblo se establecido en sus ciudades?
2 Por eso llegan los días -oráculo del Señor- en que haré oír a Rabá de los amonitas el grito de guerra: ella será una colina desolada, sus ciudades serán incendiadas, e Israel heredará a sus herederos, dice el Señor.
3 ¡Gime, Jesbón, porque Hai ha sido devastada, lancen gritos, hijas de Rabá! ¡Pónganse un cilicio, laméntense, y vayan de aquí para allá por los cercos, porque Milcóm va al cautiverio, con sus sacerdotes y sus príncipes!
4 ¿Por qué te glorías de los valles, de tu fértil valle, hija apóstata, tú que confías en tus tesoros y dices: "¿Quién me atacará?".
5 Yo hago venir sobre ti el pánico -oráculo del Señor de los ejércitos- desde todos tus alrededores: ustedes serán expulsados, cada uno por su lado, y nadie reunirá a los fugitivos.
6 Después de esto, cambiaré la suerte de los amonitas -oráculo del Señor-.
7 Para Edom. Así habla el Señor de los ejércitos: ¿No hay más sabiduría en Temán? ¿Están faltos de consejo los inteligentes o se desgastó su sabiduría?
8 ¡Huyan, vuelvan la espalda, escóndanse bajo tierra habitantes de Dedán, porque yo atraigo la ruina sobre Esaú, es el momento de dar cuenta!
9 Si llegan hasta ti vendimiadores, no dejarán ni un racimo; si son ladrones nocturnos, arrasarán a su gusto.
10 Sí, yo mismo desnudé a Esaú, puse al descubierto sus escondites, y no puede ocultarse. Su raza y sus hermanos han sido devastados, sus vecinos ya no existen.
11 ¡Deja a tus huérfanos, yo los haré vivir, y que tus viudas confíen en mí!
12 Porque así habla el Señor: Los que no estaban condenados a beber la copa, la tuvieron que beber. Y tú ¿vas a quedar impune? ¡No, no vas quedar impune, sino que la vas a beber!
13 Sí, lo juro por mí mismo -oráculo del Señor-: Bosrá se convertirá en devastación, oprobio, desierto y maldición, y todas sus ciudades serán ruinas eternas.
14 He oído un mensaje de parte del Señor, un heraldo ha sido enviado a las naciones: "¡Reúnanse! ¡Al asalto de la ciudad! ¡De pie para el combate!".
15 Porque yo te hago pequeño entre las naciones, despreciable entre los hombres.
16 Te engañó tu suficiencia, la soberbia de tu corazón, a ti, que habitas en las hendiduras de la roca, que ocupas la altura de una colina. Aunque eleves tu nido como el águila, de allí te precipitaré -oráculo del Señor-.
17 Edom se convertirá en una devastación; todo el que pase junto a ella quedará pasmado, y silbará de estupor al ver todas sus plagas.
18 Como en la catástrofe de Sodoma y Gomorra, y de sus ciudades vecinas -dice el Señor- allí no habitará más ningún hombre, no residirá ningún ser humano.
19 Como un león que sube de la espesura del Jordán a una pradera siempre verde, así yo los haré huir de allí en un instante, y allí estableceré a mi elegido. Porque ¿quién es como yo? ¿Quién me citará a juicio? ¿Quién es el pastor que se me opondrá?
20 Por eso, oigan el plan del Señor sobre Edom, sus proyectos sobre los habitantes de Temán: Sí, hasta las ovejas más pequeñas serán arrastradas, su pradera se asombrará a causa de ellas.
21 Por el estruendo de su caída tiembla la tierra, y el eco resuena hasta el Mar Rojo.
22 ¡Miren! El sube, planea como el águila, despliega sus alas sobre Bosrá; el corazón de los guerreros de Edom, en aquel día, será como el corazón de una parturienta.
23 Para Damasco. Jamat y Arpad están avergonzadas, porque han oído una mala noticia; su corazón se deshace de ansiedad, no puede calmarse.
24 Damasco desfallece, emprende la huida, la asalta el terror, es presa de la angustia y los dolores como una parturienta.
25 ¡Cómo está abandonada la ciudad gloriosa, la ciudad de la alegría!
26 Por eso sus jóvenes caerán en sus plazas y todos los hombres de guerra perecerán aquel día -oráculo del Señor de los ejércitos-.
27 Yo prenderé fuego a la fortaleza de Damasco y él devorará los palacios de Ben Hadad.
28 Para Quedar y los reinos de Jasor, derrotados por Nabucodonosor, rey de Babilonia. Así habla el Señor: ¡De pie! ¡Al asalto de Quedar! ¡Devasten a los hijos del Oriente!
29 Tomen sus carpas y sus rebaños, sus toldos y sus equipajes; quítenles sus camellos y griten contra ellos: "¡Terror por todas partes!".
30 Huyan, emigren rápidamente, escóndanse bajo tierra, habitantes de Jasor -oráculo del Señor- porque Nabucodonosor, rey de Babilonia, ha tramado un plan contra ustedes, ha urdido contra ustedes un proyecto.
31 ¡De pie! ¡Avancen contra una nación despreocupada, que se siente segura -oráculo del Señor- que no tiene puertas ni cerrojos, y vive apartada!
32 Sus camellos serán el botín, y sus muchos rebaños, la presa. Yo dispersaré a los cuatro vientos a los "Sienes rapadas", de todos lados atraeré su ruina -oráculo del Señor-.
33 Jasor será una guarida de chacales, una desolación para siempre; allí no habitará ningún hombre, no residirá ningún ser humano.
34 Palabra que el Señor dirigió al profeta Jeremías acerca de Elam, al comienzo del reinado de Sedecías, rey de Judá:
35 Así habla el Señor de los ejércitos: Yo voy a quebrar el arco de Elam, principio de su fuerza.
36 Haré venir contra Elam cuatro vientos desde los cuatro confines del cielo. Los dispersaré a los cuatro vientos, y no habrá ni una sola nación adonde no lleguen los expulsado de Elam.
37 Aterraré a Elam delante de sus enemigos y delante de los que atentan contra su vida; atraeré sobre ellos una desgracia, el ardor de mi ira -oráculo del Señor-. Enviaré la espada detrás de ellos, hasta haberlos exterminado.
38 Porque pondré mi trono en Elam, y haré desaparecer de allí al rey y a los príncipes -oráculo del Señor-.
39 Pero en los días futuros, yo cambiaré la suerte de Elam -oráculo del Señor-.

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Introducción a Jeremías 


Jeremías

Entre las grandes figuras del Antiguo Testamento, ninguna tiene una personalidad tan atrayente y conmovedora como JEREMÍAS. Los demás profetas nos han dejado un mensaje, sin decirnos nada, o muy poco, acerca de sí mismos. Él, en cambio, nos abre su alma en varios poemas de una sinceridad estremecedora, que nos hacen penetrar en el drama de su existencia.
Jeremías era miembro de una familia sacerdotal de Anatot, un pequeño pueblo de la tribu de Benjamín, situado a unos pocos kilómetros al norte de Jerusalén (1. 1). Nació poco más de un siglo después de Isaías, y todavía era muy joven cuando el Señor lo llamó a ejercer el ministerio profético (1. 6). En los primeros años de su actividad profética, sus esfuerzos están dirigidos a "desarraigar" el pecado en todas sus formas. Bajo la influencia de Oseas, su gran predecesor en el reino del Norte, Jeremías insiste en que la Alianza es una relación de amor entre el Señor e Israel. Si el pueblo no mantiene su compromiso de fidelidad, el Señor lo rechazará como a una esposa adúltera. Pero sus invectivas violentas y sus anuncios sombríos se pierden en el vacío. Entonces Jeremías se rinde ante la evidencia. El pueblo entero está irremediablemente pervertido (13. 23). El pecado de Judá está grabado con un buril de diamante en las tablas de su corazón (17. 1). Un profeta puede traer a los hombres una palabra nueva, pero no puede darles un corazón nuevo (7. 25-28).
Jeremías vio confirmada esta dolorosa experiencia en los años que precedieron a la caída de Jerusalén. Desde el 605 a. C., Nabucodonosor, rey de Babilonia, impone su hegemonía en Palestina. Frente a este hecho, los grupos dirigentes de Judá no saben a qué atenerse. La gran mayoría es partidaria de la resistencia armada, con el apoyo de Egipto, aun a riesgo de perderlo todo. Una pequeña minoría, por el contrario, propicia el sometimiento a Babilonia, con la esperanza de poder sobrevivir y de mantener una cierta autonomía bajo la tutela del poderoso Imperio babilónico. Muy a pesar suyo, Jeremías se ve comprometido en estos debates. Su posición no ofrece lugar a dudas: es preciso reconocer la supremacía de Nabucodonosor, no por razones políticas, sino porque el Señor lo ha elegido como instrumento para castigar los pecados de Judá (27. 1-22). Una vez que haya cumplido esta misión, también él tendrá que dar cuenta al Señor, que rige el destino de los pueblos y realiza sus designios a través de ellos (27. 6-7). Sin embargo, las palabras de Jeremías no encontraron ningún eco entre los partidarios de la rebelión, y en el 587 sobrevino la catástrofe final, tantas veces anunciada por el profeta: Jerusalén fue arrasada por las tropas de Nabucodonosor y una buena parte de la población de Judá tuvo que emprender el camino del destierro.
Tal como ha llegado hasta nosotros, el libro de Jeremías es uno de los más desordenados del Antiguo Testamento. Este desorden atestigua que el Libro atravesó por un largo proceso de formación antes de llegar a su composición definitiva. En el origen de la colección actual están los oráculos dictados por el mismo Jeremías (36. 32). A este núcleo original se añadieron más tarde otros materiales, muchos de ellos reelaborados por sus discípulos, y una especie de "biografía" del profeta, atribuida generalmente a su amigo y colaborador Baruc. Finalmente, al comienzo del exilio, un redactor anónimo reunió todos esos elementos en un solo volumen.
A lo largo de su actividad profética, Jeremías no conoció más que el fracaso. Pero la influencia que él no logró ejercer durante su vida, se acrecentó después de su muerte. Sus escritos, releídos y meditados asiduamente, permitieron al pueblo desterrado en Babilonia superar la tremenda crisis del exilio. Al encontrar en los oráculos de Jeremías el relato anticipado del asedio y de la caída de Jerusalén, los exiliados comprendieron que ese era un signo de la justicia del Señor y no una victoria de los dioses de Babilonia sobre el Dios de Israel. En el momento en que se veían privados de las instituciones religiosas y políticas que constituían los soportes materiales de la fe, Jeremías continuaba enseñándoles, más con su vida que con sus palabras, que lo esencial de la religión no es el culto exterior sino la unión personal con Dios y la fidelidad a sus mandamientos. Y mientras padecían el aparente silencio del Señor en una tierra extranjera, la promesa de una "Nueva Alianza" (31. 31-34) los alentaba a seguir esperando en él.
Así el aparente "fracaso" de Jeremías -como el de Jesucristo en la Cruz- fue el camino elegido por Dios para hacer surgir la vida de la muerte. No en vano la tradición cristiana ha visto en Jeremías la imagen más acabada del "Servidor sufriente" (Is. 52. 13 - 53. 12).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

Jeremías  49,1-39

1. "Milcóm" era el dios nacional de los amonitas ( 1Re_11:5). En la repartición del territorio de Palestina, el país de los amonitas había tocado en suerte a la tribu de "Gad", pero más tarde aquellos reconquistaron sus antiguas posesiones.

7-16. Estos versículos se vuelven a encontrar parcialmente en Abd_1:1-9

23. Este oráculo contra Damasco fue pronunciado después de la victoria de Nabucodonosor en la batalla de Carquemis (46. 2). Poco tiempo más tarde, este comenzó a conquistar las ciudades arameas.

28. En el 599 a. C., Nabucodonosor realizó algunas incursiones contra las tribus árabes. Este oráculo es probablemente un eco de esas campañas.

34. "Elám" era un reino que se extendía al este de Mesopotamia y cuya capital era Susa. Si bien tuvo un pasado glorioso, ese reino fue decayendo progresivamente hasta quedar definitivamente sometido a los persas. En realidad, Elám no había tenido contacto con Judá, pero el profeta quiere destacar la soberanía universal del Señor, que llega incluso hasta los pueblos más lejanos.