Jeremías  5 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 31 versitos |
1 Recorran las calles de Jerusalén, miren e infórmense bien; busquen por sus plazas a ver si encuentran un hombre, si hay alguien que practique el derecho, que busque la verdad y yo perdonaré a la ciudad.
2 Aun cuando dicen: "¡Por la vida del Señor!", en realidad, juran falsamente.
3 ¿Acaso tus ojos, Señor, no están puestos en la verdad? Tú los golpeaste, y no les dolió, los exterminaste, y rehusaron aceptar la lección; endurecieron su rostro más que una roca, no quisieron convertirse.
4 Yo decía: "Sólo la gente del pueblo es la que obra estúpidamente porque no conocen el camino del Señor, el derecho de su Dios".
5 Me dirigiré a los grandes y les hablaré: Ellos sí que conocen el camino del Señor, el derecho de su Dios" Pero también ellos han quebrado el yugo, han roto las ataduras.
6 Por eso los ataca el león de la selva, los devasta el lobo de las estepas, el leopardo está al acecho rente a sus ciudades: todo el que sale de ellas es despedazado. Porque son numerosas sus rebeldías, incontables sus apostasías.
7 ¿Cómo podré perdonarte esto? Tus hijos me han abandonado, han jurado por lo que no es Dios. Yo los sacié, y ellos fueron adúlteros, van en tropel a los prostíbulos.
8 Son caballos bien cebados y fogosos, cada uno relincha por la mujer de su vecino.
9 ¿No los voy a castigar por esto? -oráculo del Señor-. De una nación semejante, ¿no me voy a vengar?
10 Suban a sus terrazas y destruyan, pero no lleven a cabo el exterminio. Arranquen sus sarmientos, ya que no pertenecen al Señor.
11 Porque no han hecho más que traicionarme la casa de Israel y la casa de Judá -oráculo del Señor-.
12 Ellos renegaron del Señor, diciendo: "¡El no cuenta! ¡No nos pasará nada malo, no veremos ni la espada ni el hambre!
13 Los profetas no son más que viento, y no está en ellos la palabra del Señor".
14 Por eso, así habla el Señor, el Dios de los ejércitos: Por haber pronunciado esta palabra, [13 b] les sucederá lo siguiente: [14 c] Yo haré que mis palabras sean un fuego en tu boca, y ese pueblo será la leña que el fuego devorará.
15 Yo haré venir contra ustedes, casa de Israel, a una nación lejana -oráculo del Señor-: es una nación invencible, una nación antiquísima, una nación cuya lengua no conoces y a la que no entiendes cuando habla.
16 Su aljaba es como un sepulcro abierto, todos ellos son guerreros valerosos.
17 Ella devorará tu cosecha y tu pan, devorará tus rebaños y tu ganado, devorará tu viña y tu higuera, destruirá con la espada tus plazas fuertes, en las que tienes puesta tu confianza.
18 Sin embargo, tampoco en aquellos días -oráculo del Señor- consumaré el exterminio con ustedes.
19 Y cuando ellos digas: "¿Por qué razón el Señor, nuestro Dios, nos ha hecho todo esto?", tú les responderás: "Así como ustedes me han abandonado y han servido en su propio país a dioses extraños, así servirán a extranjeros en un país que no es el de ustedes".
20 Anuncien esto en la casa de Jacob, proclámenlo en Judá, diciendo:
21 Escuchen bien esto, pueblo estúpido y sin inteligencia: ellos tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen.
22 ¿No me temen a mí? -oráculo del Señor-. ¿No temblarán delante de mí, que puse la arena como frontera del mar, límite eterno e infranqueable? Sus olas se agitan, pero son impotentes, braman, pero no traspasan.
23 Este pueblo tiene un corazón rebelde e indócil, se han apartado y se han ido,
24 y no han dicho en su corazón: "Temamos al Señor, nuestro Dios, que da la lluvia, la lluvia de otoño y la lluvia de primavera a su debido tiempo, y que nos asegura las semanas fijas para la cosecha".
25 Las iniquidades de ustedes han desordenado esto, sus pecados los han privado de estos bienes.
26 Sí, en mi pueblo hay hombres malvados, que están al acecho, agazapados como cazadores, tienden trampas, atrapan a los hombres.
27 Como una jaula llena de pájaros, así están sus casas llenas de engaño. Por eso se hacen poderosos y ricos,
28 están gordos, rozagantes, traspasan los límites del mal. Ellos no hacen justicia, no hacen justicia al huérfano, y prosperan, no juzgan con rectitud a los indigentes.
29 ¿No los voy a castigar por esto? -oráculo del Señor-. De una nación semejante, ¿no me voy a vengar?
30 Es algo espantoso, horrible, lo que sucede en el país:
31 los profetas profetizan falsamente y los sacerdotes dominan a su arbitrio. ¡Y mi pueblo le gusta que sea así! Pero ¿qué harán ustedes al fin?

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Introducción a Jeremías 


Jeremías

Entre las grandes figuras del Antiguo Testamento, ninguna tiene una personalidad tan atrayente y conmovedora como JEREMÍAS. Los demás profetas nos han dejado un mensaje, sin decirnos nada, o muy poco, acerca de sí mismos. Él, en cambio, nos abre su alma en varios poemas de una sinceridad estremecedora, que nos hacen penetrar en el drama de su existencia.
Jeremías era miembro de una familia sacerdotal de Anatot, un pequeño pueblo de la tribu de Benjamín, situado a unos pocos kilómetros al norte de Jerusalén (1. 1). Nació poco más de un siglo después de Isaías, y todavía era muy joven cuando el Señor lo llamó a ejercer el ministerio profético (1. 6). En los primeros años de su actividad profética, sus esfuerzos están dirigidos a "desarraigar" el pecado en todas sus formas. Bajo la influencia de Oseas, su gran predecesor en el reino del Norte, Jeremías insiste en que la Alianza es una relación de amor entre el Señor e Israel. Si el pueblo no mantiene su compromiso de fidelidad, el Señor lo rechazará como a una esposa adúltera. Pero sus invectivas violentas y sus anuncios sombríos se pierden en el vacío. Entonces Jeremías se rinde ante la evidencia. El pueblo entero está irremediablemente pervertido (13. 23). El pecado de Judá está grabado con un buril de diamante en las tablas de su corazón (17. 1). Un profeta puede traer a los hombres una palabra nueva, pero no puede darles un corazón nuevo (7. 25-28).
Jeremías vio confirmada esta dolorosa experiencia en los años que precedieron a la caída de Jerusalén. Desde el 605 a. C., Nabucodonosor, rey de Babilonia, impone su hegemonía en Palestina. Frente a este hecho, los grupos dirigentes de Judá no saben a qué atenerse. La gran mayoría es partidaria de la resistencia armada, con el apoyo de Egipto, aun a riesgo de perderlo todo. Una pequeña minoría, por el contrario, propicia el sometimiento a Babilonia, con la esperanza de poder sobrevivir y de mantener una cierta autonomía bajo la tutela del poderoso Imperio babilónico. Muy a pesar suyo, Jeremías se ve comprometido en estos debates. Su posición no ofrece lugar a dudas: es preciso reconocer la supremacía de Nabucodonosor, no por razones políticas, sino porque el Señor lo ha elegido como instrumento para castigar los pecados de Judá (27. 1-22). Una vez que haya cumplido esta misión, también él tendrá que dar cuenta al Señor, que rige el destino de los pueblos y realiza sus designios a través de ellos (27. 6-7). Sin embargo, las palabras de Jeremías no encontraron ningún eco entre los partidarios de la rebelión, y en el 587 sobrevino la catástrofe final, tantas veces anunciada por el profeta: Jerusalén fue arrasada por las tropas de Nabucodonosor y una buena parte de la población de Judá tuvo que emprender el camino del destierro.
Tal como ha llegado hasta nosotros, el libro de Jeremías es uno de los más desordenados del Antiguo Testamento. Este desorden atestigua que el Libro atravesó por un largo proceso de formación antes de llegar a su composición definitiva. En el origen de la colección actual están los oráculos dictados por el mismo Jeremías (36. 32). A este núcleo original se añadieron más tarde otros materiales, muchos de ellos reelaborados por sus discípulos, y una especie de "biografía" del profeta, atribuida generalmente a su amigo y colaborador Baruc. Finalmente, al comienzo del exilio, un redactor anónimo reunió todos esos elementos en un solo volumen.
A lo largo de su actividad profética, Jeremías no conoció más que el fracaso. Pero la influencia que él no logró ejercer durante su vida, se acrecentó después de su muerte. Sus escritos, releídos y meditados asiduamente, permitieron al pueblo desterrado en Babilonia superar la tremenda crisis del exilio. Al encontrar en los oráculos de Jeremías el relato anticipado del asedio y de la caída de Jerusalén, los exiliados comprendieron que ese era un signo de la justicia del Señor y no una victoria de los dioses de Babilonia sobre el Dios de Israel. En el momento en que se veían privados de las instituciones religiosas y políticas que constituían los soportes materiales de la fe, Jeremías continuaba enseñándoles, más con su vida que con sus palabras, que lo esencial de la religión no es el culto exterior sino la unión personal con Dios y la fidelidad a sus mandamientos. Y mientras padecían el aparente silencio del Señor en una tierra extranjera, la promesa de una "Nueva Alianza" (31. 31-34) los alentaba a seguir esperando en él.
Así el aparente "fracaso" de Jeremías -como el de Jesucristo en la Cruz- fue el camino elegido por Dios para hacer surgir la vida de la muerte. No en vano la tradición cristiana ha visto en Jeremías la imagen más acabada del "Servidor sufriente" (Is. 52. 13 - 53. 12).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas