Jeremías  7 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 34 versitos |
1 Palabra que llegó a Jeremías de parte del Señor, en estos términos:
2 Párate a la puerta de la Casa del Señor, y proclama allí esta palabra. Tú dirás: Escuchen la palabra del Señor, todos ustedes, hombres de Judá que entran por estas puertas para postrarse delante del Señor.
3 Así habla el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: Enmienden su conducta y sus acciones, y yo haré que ustedes habiten en este lugar.
4 No se fíen de estas palabras ilusorias: "¡Aquí está el Templo del Señor, el Templo del Señor, el Templo del Señor!".
5 Pero si ustedes enmiendan realmente su conducta y sus acciones, si de veras se hacen justicia unos a otros,
6 si no oprimen al extranjero, al huérfano y a la viuda, si no derraman en este lugar sangre inocente, si no van detrás de otros dioses para desgracia de ustedes mismos,
7 entonces yo haré que ustedes habiten en este lugar, en el país que he dado a sus padres desde siempre y para siempre.
8 ¡Pero ustedes se fían de palabras ilusorias, que no sirven para nada!
9 ¡Robar, matar, cometer adulterio, jurar en falso, quemar incienso a Baal, ir detrás de otros dioses que ustedes no conocían!
10 Y después vienen a presentarse delante de mí en esta Casa que es llamada con mi Nombre, y dicen: "¡Estamos salvados!", a fin de seguir cometiendo todas estas abominaciones.
11 ¿Piensan acaso que es una cueva de ladrones esta Casa que es llamada con mi Nombre? Pero yo también veo claro -oráculo del Señor-.
12 Vayan a mi lugar santo de Silo, donde yo hice habitar mi Nombre en otro tiempo, y vean lo que hice con él a causa de la maldad de mi pueblo Israel.
13 Y ahora, porque ustedes cometieron todas esas acciones -oráculo del Señor-, porque yo les hablé incansablemente y ustedes no escucharon, porque yo los llamé y ustedes no respondieron,
14 yo trataré a la Casa que es llamada con mi Nombre, en la cual ustedes han puesto su confianza, y al lugar que les he dado a ustedes lo mismo que a sus padres, de la misma manera que traté a Silo.
15 Los arrojaré lejos de mi rostro, como arrojé a todos los hermanos de ustedes, a toda la descendencia de Efraím.
16 En cuanto a ti, no ruegues por este pueblo, no eleves gritos ni plegarias en favor de él, no me insistas, porque no te escucharé.
17 ¿No ves acaso lo que ellos hacen en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén?
18 Los hijos juntan leña, los padres encienden el fuego, las mujeres amasan la pasta para hacer tortas a la Reina del cielo, y se derraman libaciones a otros dioses, a fin de agraviarme.
19 Pero ¿es a mí al que agravian? -oráculo del Señor-. ¿No es más bien a ellos mismos, para su propia confusión?
20 Por eso, así habla el Señor: Miren que mi ira y mi furor se van a derramar sobre este lugar, sobre los hombres y los animales, sobre los árboles de los campos y los frutos del suelo: ¡arderá mi furor y no se extinguirá!
21 Así habla el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: ¡Añadan holocaustos a sus sacrificios y cómanse la carne!
22 Porque el día en que hice salir a sus padres del país de Egipto, no les hablé ni les ordené nada acerca de holocaustos y sacrificios.
23 Esta fue la orden que les di: Escuchen mi voz, así yo seré su Dios y ustedes serán mi Pueblo; sigan por el camino que yo les ordeno, a fin de que les vaya bien.
24 Pero ellos no escucharon ni inclinaron sus oídos, sino que obraron según sus designios, según los impulsos de su corazón obstinado y perverso; se volvieron hacia atrás, no hacia adelante.
25 Desde el día en que sus padres salieron de Egipto hasta el día de hoy, yo les envié a todos mis servidores los profetas, los envié incansablemente, día tras día.
26 Pero ellos no me escucharon ni inclinaron sus oídos, sino que se obstinaron y obraron peor que sus padres.
27 Tú les dirás todas estas palabras y no te escucharán: los llamarás y no te responderán.
28 Entonces les dirás: "Esta es la nación que no ha escuchado la voz del Señor, su Dios, ni ha recibido la lección. La verdad ha desaparecido, ha sido arrancada de su boca".
29 Córtate la cabellera y arrójala, entona un canto fúnebre sobre los montes desolados, porque el Señor ha desechado y rechazado a la generación que provocó su ira.
30 Porque la gente de Judá hizo lo que es malo a mis ojos -oráculo del Señor-. Ellos han puesto sus ídolos en la Casa que es llamada con mi Nombre, para hacerla impura;
31 edificaron el lugar alto de Tófet, que está en el valle de Ben Hinnóm, para quemar a sus hijos y a sus hijas, cosa que yo no ordené ni se me pasó por la mente.
32 Por eso, llegarán los días -oráculo del Señor- en que no se dirá más "el Tófet" ni "valle de Ben Hinnóm", sino "valle de la Masacre", y se enterrará a los muertos en Tófet, por falta de sitio.
33 Los cadáveres de este pueblo serán pasto de las aves del cielo y de las fieras de la tierra, sin que nadie las espante.
34 Y yo haré desaparecer de las ciudades de Judá y de las calles de Jerusalén el grito de alegría y el grito de júbilo, el canto del esposo y el canto de la esposa, porque el país se convertirá en una ruina.

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Introducción a Jeremías 


Jeremías

Entre las grandes figuras del Antiguo Testamento, ninguna tiene una personalidad tan atrayente y conmovedora como JEREMÍAS. Los demás profetas nos han dejado un mensaje, sin decirnos nada, o muy poco, acerca de sí mismos. Él, en cambio, nos abre su alma en varios poemas de una sinceridad estremecedora, que nos hacen penetrar en el drama de su existencia.
Jeremías era miembro de una familia sacerdotal de Anatot, un pequeño pueblo de la tribu de Benjamín, situado a unos pocos kilómetros al norte de Jerusalén (1. 1). Nació poco más de un siglo después de Isaías, y todavía era muy joven cuando el Señor lo llamó a ejercer el ministerio profético (1. 6). En los primeros años de su actividad profética, sus esfuerzos están dirigidos a "desarraigar" el pecado en todas sus formas. Bajo la influencia de Oseas, su gran predecesor en el reino del Norte, Jeremías insiste en que la Alianza es una relación de amor entre el Señor e Israel. Si el pueblo no mantiene su compromiso de fidelidad, el Señor lo rechazará como a una esposa adúltera. Pero sus invectivas violentas y sus anuncios sombríos se pierden en el vacío. Entonces Jeremías se rinde ante la evidencia. El pueblo entero está irremediablemente pervertido (13. 23). El pecado de Judá está grabado con un buril de diamante en las tablas de su corazón (17. 1). Un profeta puede traer a los hombres una palabra nueva, pero no puede darles un corazón nuevo (7. 25-28).
Jeremías vio confirmada esta dolorosa experiencia en los años que precedieron a la caída de Jerusalén. Desde el 605 a. C., Nabucodonosor, rey de Babilonia, impone su hegemonía en Palestina. Frente a este hecho, los grupos dirigentes de Judá no saben a qué atenerse. La gran mayoría es partidaria de la resistencia armada, con el apoyo de Egipto, aun a riesgo de perderlo todo. Una pequeña minoría, por el contrario, propicia el sometimiento a Babilonia, con la esperanza de poder sobrevivir y de mantener una cierta autonomía bajo la tutela del poderoso Imperio babilónico. Muy a pesar suyo, Jeremías se ve comprometido en estos debates. Su posición no ofrece lugar a dudas: es preciso reconocer la supremacía de Nabucodonosor, no por razones políticas, sino porque el Señor lo ha elegido como instrumento para castigar los pecados de Judá (27. 1-22). Una vez que haya cumplido esta misión, también él tendrá que dar cuenta al Señor, que rige el destino de los pueblos y realiza sus designios a través de ellos (27. 6-7). Sin embargo, las palabras de Jeremías no encontraron ningún eco entre los partidarios de la rebelión, y en el 587 sobrevino la catástrofe final, tantas veces anunciada por el profeta: Jerusalén fue arrasada por las tropas de Nabucodonosor y una buena parte de la población de Judá tuvo que emprender el camino del destierro.
Tal como ha llegado hasta nosotros, el libro de Jeremías es uno de los más desordenados del Antiguo Testamento. Este desorden atestigua que el Libro atravesó por un largo proceso de formación antes de llegar a su composición definitiva. En el origen de la colección actual están los oráculos dictados por el mismo Jeremías (36. 32). A este núcleo original se añadieron más tarde otros materiales, muchos de ellos reelaborados por sus discípulos, y una especie de "biografía" del profeta, atribuida generalmente a su amigo y colaborador Baruc. Finalmente, al comienzo del exilio, un redactor anónimo reunió todos esos elementos en un solo volumen.
A lo largo de su actividad profética, Jeremías no conoció más que el fracaso. Pero la influencia que él no logró ejercer durante su vida, se acrecentó después de su muerte. Sus escritos, releídos y meditados asiduamente, permitieron al pueblo desterrado en Babilonia superar la tremenda crisis del exilio. Al encontrar en los oráculos de Jeremías el relato anticipado del asedio y de la caída de Jerusalén, los exiliados comprendieron que ese era un signo de la justicia del Señor y no una victoria de los dioses de Babilonia sobre el Dios de Israel. En el momento en que se veían privados de las instituciones religiosas y políticas que constituían los soportes materiales de la fe, Jeremías continuaba enseñándoles, más con su vida que con sus palabras, que lo esencial de la religión no es el culto exterior sino la unión personal con Dios y la fidelidad a sus mandamientos. Y mientras padecían el aparente silencio del Señor en una tierra extranjera, la promesa de una "Nueva Alianza" (31. 31-34) los alentaba a seguir esperando en él.
Así el aparente "fracaso" de Jeremías -como el de Jesucristo en la Cruz- fue el camino elegido por Dios para hacer surgir la vida de la muerte. No en vano la tradición cristiana ha visto en Jeremías la imagen más acabada del "Servidor sufriente" (Is. 52. 13 - 53. 12).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

Jeremías  7,1-34

4. "Templo del Señor": la triple repetición de estas palabras pone de relieve el sentido mágico y supersticioso que se atribuía al Templo, cuya inmunidad ante cualquier ataque de un enemigo era un artículo de fe para Israel (Sal. 46; 48; 76).

11. "Una cueva de ladrones": como los ladrones, que primero matan y roban, y luego se refugian en su guarida, así también los israelitas se creen seguros bajo la protección del Templo, sin tener en cuenta que para beneficiarse de la presencia del Señor en el Santuario es necesario observar sus mandamientos. Con estas mismas palabras, Jesús condenará más tarde los abusos de los que vendían en el Templo las víctimas para los sacrificios ( Mat_21:13; Mar_11:17; Luc_19:46).

12. El templo de "Silo" fue destruido por los filisteos hacia el 1050 a. C. Ver Sal_78:60-61.

15. "Efraím" representa a todo el reino del Norte, que fue destruido por los asirios en el 722 a. C.

18. La "Reina del cielo" es Istar, la diosa asirio-babilónica del amor, venerada en Canaán con el nombre de Astarté e identificada con el planeta Venus.

22-23. Ver Amo_5:25; Ose_6:6; Miq_6:6-8.

29. "Córtate la cabellera": el profeta alude al voto de los "nazireos", que no se cortaban el cabello para expresar su consagración al Señor ( Num_6:5, Num_6:9; Jue_13:5-7; Jue_16:17; 1Sa_1:11).Judá puede cortarse el cabello, porque ha dejado de ser un pueblo consagrado al Señor.

31. "Tófet" era el sitio donde se quemaban los niños inmolados a Moloc. Ver 19. 6-14; 2Re_23:10. Este término hebreo significa probablemente "hoguera" o "brasero" ( Isa_30:33).