Jeremías  9 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 25 versitos |
1 ¡Ah, si tuviera en el desierto un albergue de caminantes! Yo abandonaría a mi pueblo y me iría lejos de ellos. Porque todos son adúlteros, una banda de traidores.
2 Tienden su lengua como un arco: la mentira, y no la verdad, es lo que reina en el país, porque ellos van de mal en peor y no me conocen -oráculo del Señor-.
3 Que cada uno se cuide de su amigo y nadie se fíe de su hermano, porque el hermano suplanta al hermano y el amigo no hace más que calumniar.
4 Cada uno se burla de su amigo, ellos no dicen la verdad; han habituado sus lenguas a mentir, están pervertidos, son incapaces de convertirse.
5 ¡Violencia y más violencia! ¡Engaño y más engaño! Ellos se niegan a conocerme -oráculo del Señor -
6 Por eso, así habla el Señor de los ejércitos: Yo voy a depurarlos y a probarlos, porque ¿qué puedo hacer ante su maldad?
7 Su lengua es una flecha mortífera, las palabras de boca no son más que engaño; se habla de paz al amigo y por dentro se le tiende una celada.
8 ¿No los voy a castiga por esto? -oráculo del Señor-. De una nación semejante, ¿no me voy a vengar?
9 Yo haré resonar en las montañas llantos y gemidos, y en las praderas del desierto, un canto fúnebre. Porque están abrasadas, nadie transita por ellas, y no se escucha el rumor de los rebaños; desde los pájaros del cielo hasta el ganado todos huyeron, se han ido.
10 Yo haré de Jerusalén un montón de escombros, una guarida de chacales, reduciré las ciudades de Judá a una desolación, sin ningún habitante.
11 ¿Quién es el hombre bastante sabio para comprender todo esto? ¿A quien le habló la boca del Señor para que lo anuncie? ¿Por qué ha perecido el país, ha sido abrasado como el desierto por donde nadie transita?
12 Dice el Señor: Ellos abandonaron mi Ley, la que yo había puesto delante de ellos; no escucharon mi voz ni procedieron conforme a ella,
13 sino que siguieron los impulsos de su corazón obstinado, y a los Baales, que sus padres les enseñaron a conocer.
14 Por eso, así habla el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: Yo les haré comer ajenjo, y les daré de beber agua envenenada.
15 Los dispersaré entre las naciones, que ni ellos ni sus padres conocían, y enviaré la espada detrás de ellos, hasta exterminarlos por completo.
16 Así habla el Señor de los ejércitos: ¡Atención! Llamen a las plañideras, y que vengan! ¡Manden a buscar a las más expertas, y que vengan!
17 ¡Que se apuren a lanzar gemidos por nosotros! ¡Que nuestros ojos se deshagan en lágrimas y brote el llanto de nuestras pupilas!
18 Porque se oye desde Sión el rumor de los gemidos: "¡Cómo hemos sido devastados, cubiertos de vergüenza! Tenemos que abandonar el país, porque han derribado nuestros hogares".
19 ¡Sí, escuchen, mujeres, la palabra del Señor, que reciban sus oídos la palabra de su boca! Enseñen a sus hijas este gemido y unas a otras, este canto fúnebre:
20 "La Muerte ha trepado por nuestras ventas, ha entrado en nuestros palacios, arrancando de las calles a los niños, y a los jóvenes de las plazas.
21 Los cadáveres de los hombres yacen como estiércol sobre la superficie de los campos, como una gavilla detrás del segador, y nadie los recoge".
22 Así habla el Señor: Que el sabio no se gloríe de su sabiduría, que el fuerte no se gloríe de su fuerza ni el rico se gloríe de su riqueza.
23 El que se gloría, que se gloríe de esto: de tener inteligencia y conocerme. Porque yo soy el Señor, el que practica la fidelidad, el derecho y la justicia sobre la tierra. Sí, es eso lo que me agrada, -oráculo del Señor -
24 Llegarán los días -oráculo del Señor- en que yo castigaré a todo circunciso que es un incircunciso:
25 a Egipto, a Judá, a Edom, a los amonitas, a Moab y a todos los "Sienes rapadas" que habitan en el desierto. Porque todas las naciones son incircuncisas, y toda la casa de Israel es incircuncisa de corazón.

Patrocinio

 
 

Introducción a Jeremías 


Jeremías

Entre las grandes figuras del Antiguo Testamento, ninguna tiene una personalidad tan atrayente y conmovedora como JEREMÍAS. Los demás profetas nos han dejado un mensaje, sin decirnos nada, o muy poco, acerca de sí mismos. Él, en cambio, nos abre su alma en varios poemas de una sinceridad estremecedora, que nos hacen penetrar en el drama de su existencia.
Jeremías era miembro de una familia sacerdotal de Anatot, un pequeño pueblo de la tribu de Benjamín, situado a unos pocos kilómetros al norte de Jerusalén (1. 1). Nació poco más de un siglo después de Isaías, y todavía era muy joven cuando el Señor lo llamó a ejercer el ministerio profético (1. 6). En los primeros años de su actividad profética, sus esfuerzos están dirigidos a "desarraigar" el pecado en todas sus formas. Bajo la influencia de Oseas, su gran predecesor en el reino del Norte, Jeremías insiste en que la Alianza es una relación de amor entre el Señor e Israel. Si el pueblo no mantiene su compromiso de fidelidad, el Señor lo rechazará como a una esposa adúltera. Pero sus invectivas violentas y sus anuncios sombríos se pierden en el vacío. Entonces Jeremías se rinde ante la evidencia. El pueblo entero está irremediablemente pervertido (13. 23). El pecado de Judá está grabado con un buril de diamante en las tablas de su corazón (17. 1). Un profeta puede traer a los hombres una palabra nueva, pero no puede darles un corazón nuevo (7. 25-28).
Jeremías vio confirmada esta dolorosa experiencia en los años que precedieron a la caída de Jerusalén. Desde el 605 a. C., Nabucodonosor, rey de Babilonia, impone su hegemonía en Palestina. Frente a este hecho, los grupos dirigentes de Judá no saben a qué atenerse. La gran mayoría es partidaria de la resistencia armada, con el apoyo de Egipto, aun a riesgo de perderlo todo. Una pequeña minoría, por el contrario, propicia el sometimiento a Babilonia, con la esperanza de poder sobrevivir y de mantener una cierta autonomía bajo la tutela del poderoso Imperio babilónico. Muy a pesar suyo, Jeremías se ve comprometido en estos debates. Su posición no ofrece lugar a dudas: es preciso reconocer la supremacía de Nabucodonosor, no por razones políticas, sino porque el Señor lo ha elegido como instrumento para castigar los pecados de Judá (27. 1-22). Una vez que haya cumplido esta misión, también él tendrá que dar cuenta al Señor, que rige el destino de los pueblos y realiza sus designios a través de ellos (27. 6-7). Sin embargo, las palabras de Jeremías no encontraron ningún eco entre los partidarios de la rebelión, y en el 587 sobrevino la catástrofe final, tantas veces anunciada por el profeta: Jerusalén fue arrasada por las tropas de Nabucodonosor y una buena parte de la población de Judá tuvo que emprender el camino del destierro.
Tal como ha llegado hasta nosotros, el libro de Jeremías es uno de los más desordenados del Antiguo Testamento. Este desorden atestigua que el Libro atravesó por un largo proceso de formación antes de llegar a su composición definitiva. En el origen de la colección actual están los oráculos dictados por el mismo Jeremías (36. 32). A este núcleo original se añadieron más tarde otros materiales, muchos de ellos reelaborados por sus discípulos, y una especie de "biografía" del profeta, atribuida generalmente a su amigo y colaborador Baruc. Finalmente, al comienzo del exilio, un redactor anónimo reunió todos esos elementos en un solo volumen.
A lo largo de su actividad profética, Jeremías no conoció más que el fracaso. Pero la influencia que él no logró ejercer durante su vida, se acrecentó después de su muerte. Sus escritos, releídos y meditados asiduamente, permitieron al pueblo desterrado en Babilonia superar la tremenda crisis del exilio. Al encontrar en los oráculos de Jeremías el relato anticipado del asedio y de la caída de Jerusalén, los exiliados comprendieron que ese era un signo de la justicia del Señor y no una victoria de los dioses de Babilonia sobre el Dios de Israel. En el momento en que se veían privados de las instituciones religiosas y políticas que constituían los soportes materiales de la fe, Jeremías continuaba enseñándoles, más con su vida que con sus palabras, que lo esencial de la religión no es el culto exterior sino la unión personal con Dios y la fidelidad a sus mandamientos. Y mientras padecían el aparente silencio del Señor en una tierra extranjera, la promesa de una "Nueva Alianza" (31. 31-34) los alentaba a seguir esperando en él.
Así el aparente "fracaso" de Jeremías -como el de Jesucristo en la Cruz- fue el camino elegido por Dios para hacer surgir la vida de la muerte. No en vano la tradición cristiana ha visto en Jeremías la imagen más acabada del "Servidor sufriente" (Is. 52. 13 - 53. 12).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

Patrocinio

Notas

Jeremías  9,1-26

22-23. Ver 1Co_1:31; 2Co_10:17.

25. "Sienes rapadas" era el nombre que se daba a un grupo de tribus árabes, por su manera de cortarse el cabello y la barba. Estas tribus practicaban la circuncisión, lo mismo que los israelitas y los demás pueblos aquí enumerados. Jeremías alude probablemente a una coalición de estas naciones contra Babilonia, llevada a cabo en tiempos de alguno de los tres últimos reyes de Judá.