Deuteronomio  29 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 28 versitos |
1 Moisés convocó a todo Israel, y le dijo: Ustedes han visto con sus propios ojos lo que el Señor hizo en Egipto al Faraón, a sus servidores y a todo su país:
2 Las grandes hazañas que ustedes mismos han presenciado, y aquellos signos y prodigios admirables.
3 Pero hasta el día de hoy, el Señor no les había dado inteligencia para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír.
4 Yo los hice caminar por el desierto durante cuarenta años, sin que se les gastara la ropa que llevaban puesta ni las sandalias que tenían en los pies.
5 No fue pan lo que comieron, ni vino u otro licor lo que bebieron, para que ustedes supieran que yo soy el Señor, su Dios.
6 Al llegar a este lugar, Sijón, rey de Jesbón, y Og, rey de Basán, nos salieron al encuentro para combatir, pero nosotros los derrotamos.
7 Así conquistamos sus territorios y se los dimos en herencia a las tribus de Rubén y de Gad, y a la mitad de la tribus de Rubén y de Gad, a la mitad de la tribu de Manasés.
8 Por eso, observen fielmente las cláusulas de esta alianza y pónganlas en práctica, para prosperar en todas sus empresas.
9 Hoy todos ustedes han comparecido ante el Señor, su Dios: los jefes con sus tribus, sus ancianos y sus escribas, todos los hombres de Israel
10 con sus mujeres y sus hijos, y también los extranjeros que se han incorporado a sus campamentos, desde el leñador hasta el aguatero.
11 Todos están aquí para entrar en la alianza del Señor, tu Dios, esa alianza corroborada con una imprecación, que el Señor, tu Dios, hoy hace contigo,
12 a fin de convertirte en su pueblo y ser tu Dios, como te lo ha prometido y como lo juró a tus padres, a Abraham, a Isaac y a Jacob.
13 Esta alianza, corroborada con una imprecación, no la hago sólo con ustedes.
14 La hago con aquel que hoy está aquí con nosotros delante del Señor nuestro Dios, y con aquel que no está.
15 Ustedes saben muy bien que nosotros estuvimos en Egipto, y que luego pasamos por varias otras naciones.
16 Allí vieron los ídolos abominables y los fetiches que ellas tienen, y que no son más que madera y piedra, plata y otro.
17 ¡Que no haya entre ustedes ni hombres ni mujer, ni clan ni tribu, cuyo corazón se aparte hoy del Señor, nuestro Dios, para ir a servir a los dioses de esas naciones! ¡Que no haya entre ustedes una raíz que produzca hierbas venenosas o ajenjo!
18 Porque si alguien, al oír los términos de esa imprecación, se congratula diciendo: "Todo me irá bien aunque persista en mi obstinación, ya que el terreno regado no tiene más sed",
19 el Señor no lo perdonará. Al contrario, la ira y los celos del Señor se encenderán contra ese hombre, hasta que cada una de las sanciones enumeradas en este Libro caigan sobre él, y el Señor borre su nombre de la tierra.
20 El Señor lo apartará, para su desgracia, de todas las tribus de Israel, conforme a las sanciones de la alianza consignadas en el libro de esta Ley.
21 Y las generaciones futuras -los niños que nacerán después de ustedes y los extranjeros que vendrán de tierras lejanas- verán las calamidades y las enfermedades que el Señor habrá infligido a ese país.
22 Y al ver todo su suelo devastado por el azufre y la sal, donde no se siembra ni crece nada ni brota ninguna hierba -como sucedió en la catástrofe de Sodoma y Gomorra, de Admá y Seboím, a las que él Señor destruyó en su ira y su furor-
23 Todas las naciones preguntarán: "¿Por qué el Señor trató así a esta tierra? ¿De dónde procede este enojo tan tremendo?"
24 Y las mismas naciones responderán: "Porque abandonaron la alianza que el Señor, el Dios de sus padres, hizo con ellos cuando los hizo salir de Egipto.
25 Fueron a servir a otros dioses y a postrarse delante de ellos, a dioses que no conocían y que él no les había dado en suerte.
26 Por eso el Señor se irritó contra este país y atrajo sobre él todas las maldiciones consignadas en este Libro.
27 El Señor los arrancó de su suelo, con enojo, furia y gran indignación, y los deportó a otra tierra, como sucede todavía hoy.
28 Las cosas ocultas conciernen al Señor, nuestro Dios pero las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos, para que practiquemos siempre todas las palabras de esta Ley.

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Introducción a Deuteronomio 


Deuteronomio


DEUTERONOMIO es una palabra de origen griego, que significa "segunda ley". Tal designación expresa sólo en parte el contenido del quinto libro del Pentateuco, ya que este, más que un código de leyes en sentido estricto, es una larga y vibrante exhortación destinada a "recordar" a Israel el sentido y las exigencias de la Alianza. De allí que las prescripciones concretas estén siempre acompañadas de advertencias y reproches, de promesas y amenazas.
El Deuteronomio está estructurado como una serie de discursos dirigidos por Moisés a los israelitas antes de su entrada en Canaán. Esta forma literaria se explica por las circunstancias que dieron origen a la composición del Libro. Desde tiempos muy antiguos, los sacerdotes levíticos prolongaron la actividad de Moisés, proclamando solemnemente en las celebraciones litúrgicas la Alianza del Señor con su Pueblo elegido. En estas celebraciones, ellos no se limitaban a repetir una Ley fijada para siempre, sino que la completaban y actualizaban, a fin de responder a nuevas situaciones y necesidades. Así las leyes contenidas en los códigos tradicionales de Israel se vieron enriquecidas con elementos originales de importancia, que luego quedaron consignados en la legislación deuteronómica. Entre estos aportes merecen especial atención la ley sobre la unidad del Santuario, los criterios para discernir a los auténticos profetas y las severas prescripciones contra la idolatría. Todo esto estaba destinado a contrarrestar el pernicioso influjo que la religión de Baal y los cultos cananeos ejercían sobre la fe de Israel.
La composición del Deuteronomio atravesó por diversas etapas. Su redacción primitiva puede situarse en el siglo VIII a.C., en los ambientes levíticos del reino del Norte. Después de la destrucción de Samaría, estos grupos se refugiaron en Judá y el Libro quedó depositado en los archivos del Templo de Jerusalén. En el año 622 a.C., el rey Josías mandó reparar el Templo, y allí se encontró un "libro de la Alianza" ( 2Ki_23:2 ), que fue leído en presencia del rey y dio un nuevo impulso a la reforma religiosa iniciada por él. Este "libro de la Alianza" era sin duda el Deuteronomio, aunque en una forma más breve que la actual. A partir de ese momento, la legislación deuteronómica se convirtió en objeto de asidua meditación y proporcionó un criterio de primer orden para interpretar toda la historia de Israel. Posteriormente, la obra original fue completada y enriquecida con nuevos aportes, hasta que pasó a formar parte del Pentateuco.
Entre todos los escritos del Antiguo Testamento, el Deuteronomio se destaca por su estilo peculiar. Su lenguaje es solemne, pero al mismo tiempo directo, cálido y preocupado por suscitar una incondicional fidelidad al Señor. Es un estilo que quiere hablar sobre todo al corazón. La repetición incansable de ciertas palabras y giros confiere a toda la obra una notable fuerza persuasiva.
El paso frecuente del "tú" al "ustedes" es otra característica del estilo deuteronómico. Esta alternancia es un procedimiento oratorio para interpelar a los oyentes: el "tú" apunta menos a los individuos en particular que a la conciencia de la comunidad, en la que cada uno debe verse representado y medir su propia responsabilidad.
El Deuteronomio traza para Israel un programa de vida, inspirado en la predicación de los Profetas, en los escritos sapienciales y en las tradiciones históricas del Pentateuco, desde los tiempos patriarcales hasta la entrada en la Tierra prometida. El Dios que aquí se manifiesta no es una divinidad fría y distante, sino el Dios misericordioso que está cerca de su Pueblo y le revela su Ley, porque lo ama y espera ser amado con la misma intensidad. De esa manera, el Deuteronomio marca un jalón decisivo en el camino hacia la revelación definitiva de Dios en el Nuevo Testamento, donde el Apóstol san Juan afirma: "Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él" ( 1Jo_4:16 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas