Josué 15 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 63 versitos |
1 El territorio que tocó en suerte a la tribu de los hijos de Judá, limitaba en su extremo meridional, hacia el sur, con Edom y el desierto de Sin.
2 Su frontera sur se extendía desde los bordes del mar de la Sal -de la punta que da hacia el sur-
3 hasta la parte meridional de la subida de los Escorpiones; luego pasaba por Sin y subía hasta el sur de Cadés Barné; de allí pasaba a Jesrón, subía hasta Adar y daba vuelta hacia Carcaá;
4 finalmente pasaba por Asmón y llegaba al Torrente de Egipto, para ir a terminar en el mar. Este será para ustedes el límite meridional.
5 La frontera oriental era el mar de la Sal hasta la desembocadura del Jordán. La frontera norte, a su vez, partía de la parte del mar, que está junto a la desembocadura del Jordán;
6 Luego subía hasta Bet Joglá, pasaba al norte de Be Ha Arabá y legaba hasta la Piedra de Boján, el rubenita.
7 Después ascendía del valle de Acor a Debir, y daba vuelta hacia Guilgal, que está frente a la subida de Adumím al sur del Torrente. La frontera pasaba inmediatamente junto a las aguas de En Semes, llegaba a En Roguel,
8 y volvía a subir, viniendo desde el sur, por el valle de Ben Hinnóm, por el oeste, y al extremo septentrional del valle de los Refaím.
9 Desde la cima del monte, la frontera daba vuelta hacia la fuente de Neftóaj, y seguía hasta el monte Efrón, para volverse luego hacia Baalá, o sea, hacia Quiriat Iearím.
10 Desde Baalá, la frontera giraba hacia el oeste, hacia el monte Seír, y pasando por el flanco septentrional del monte Iearím -o sea Quesalóm- bajaba hasta Bet Semes y llegaba hasta Timná.
11 Después seguía hasta la pendiente de Ecrón, hacia el norte, giraba hacia Sicrón, y cruzando por el monte de Baalá, salía por Iabneel para ir a terminar en el mar.
12 Finalmente, el límite occidental estaba formado por el Mar Grande y su playa. Estos eran los límites que bordeaban el territorio asignado a los clanes de los hijos de Judá.
13 A Caleb, hijo de Iefuné, se le asignó una parte en medio de los hijos de Judá, como el Señor se lo había ordenado a Josué. Esa parte era Quiriat Arbá -Arbá era el padre de Anac y Quiriat Arbá es Hebrón-.
14 Caleb expulsó de allí a los tres hijos de Anac -Sesai, Ajimán y Talmai- descendientes de Anac.
15 Luego subió contra los habitantes de Debir, que antes se llamaba Quiriat Séfer.
16 Entonces Caleb dijo: "Al que derrote y conquiste a Quiriat Séfer, yo le daré como esposa a mi hija Acsá".
17 El que la conquistó fue Otniel, hijo de Quenaz y hermano de Caleb, y este le dio como esposa a su hija Acsá.
18 Cuando ella llegó a la casa de su esposo, este le sugirió que pidiera un campo a su padre. Ella se bajó del asno, y Caleb le preguntó: "¿Qué quieres?".
19 "Quiero que me hagas un regalo, le respondió. Ya que me has mandado al territorio del Négueb, concédeme al menos un manantial". Y él le dio el manantial de Arriba y el manantial de Abajo.
20 Esta fue la herencia de los clanes de la tribu de Judá.
21 Las ciudades fronterizas pertenecientes a la tribu de los hijos de Judá, hacia la frontera de Edom, en el Négueb, eran las siguientes: Cabseel, Eder, Iagur,
22 Quiná, Dimoná, Adadá,
23 Quedes, Jasor, Itnam,
24 Zif, Télem, Bealot,
25 Jasor Jadatá, Queriot, Jesrón -o sea Jasor-
26 Amam, Semá, Moladá,
27 Jasar Gadá, Jesmón, Bet Pélet,
28 Jasar Sual, Berseba, Biziotiá,
29 Baalá, Iyim, Esem,
30 Eltolad, Quesil, Jormá,
31 Siquelag, Madmaná, Sansaná;
32 Lebaot, Silijím, En Rimón: en total veintinueve ciudades con sus poblados.
33 En la Sefelá: Estaol Sorá, Asna,
34 Zanóaj, En Ganín, Tupúaj, Enán,
35 Iarmut, Adulán, Socó, Azecá,
36 Saaraim, Aditaim, Ha Guederá, Guedorotaim: en total catorce ciudades con sus poblados.
37 Senan, Jadasá, Migdal Gad.
38 Dilán, Ha Mispá, Iocteel,
39 Laquís, Boscat, Eglón,
40 Cabón, Lajmás, Quitlís,
41 Guederot, Bet Dagón, Naamá, Maquedá: en total dieciséis ciudades con sus poblados.
42 Libná, Eter, Asán,
43 Iftaj, Asná, Nesib,
44 Queilá, Aczib, Maresá: en total, nueve ciudades con sus poblados.
45 Ecrón, con las ciudades dependientes y sus poblados,
46 y a partir de Ecrón, hacia el mar, todas aquellas ciudades que están al lado de Asdod, con sus poblados:
47 Asdod con las ciudades dependientes y sus poblados, Gaza con las ciudades dependientes y sus poblados, hasta el Torrente de Egipto, limitando con el mar Grande.
48 En la Montaña: Samir, Iatir, Socó,
49 Daná, Quiriat Séfer -o sea, Debir-
50 Anab, Estemoa, Aním,
51 Gosén, Jolón, Guiló: en total, once ciudades con sus poblados.
52 Arab, Dumá, Esán,
53 Ianúm, Bet Tapúaj, Afec,
54 Jumtá, Quiriat Arbá -o sea, Hebrón- y Sior: en total nueve ciudades con sus poblados.
55 Maón, Carmel, Zif, Iutá,
56 Izreel, Zanoaj,
57 Ha Caín, Guibeá y Timná: en total, diez ciudades con sus poblados.
58 Jaljul, Bet Sur, Guedor,
59 Maarat, Bet Anot, Eltecón: en total seis ciudades con sus poblados.
60 Quiriat Baal -o sea, Quiriat Iearim- y Ha Rabá: en total, dos ciudades con sus poblados.
61 En el desierto: Bet Ha Arabá, Midím, Secacá,
62 Nigsán, la ciudad de la Sal y Engadí: en total, seis ciudades con sus poblados.
63 Pero los hijos de Judá no pudieron desposeer a los jebuseos, que ocupaban Jerusalén. Por eso los jebuseos viven todavía hoy en Jerusalén, junto a los hijos de Judá.

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Introducción a Josué


LA HISTORIA PROFÉTICA


La palabra del Señor llegó a Natán en estos términos:
"Ve a decirle a mi servidor David:
Así habla el Señor:
Yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes,
a uno que saldrá de tus entrañas,
y afianzaré su realeza.
Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí,
y tu trono será estable para siempre".

2Sa_7:4-5 , 2Sa_7:12, 16
¡Les aseguro que muchos profetas y reyes
quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron,
oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!

Luk_10:24
La palabra del Señor llegó a mí en estos términos:
"Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía;
antes de que salieras del seno, yo te había consagrado,
te había constituido profeta para las naciones".
El Señor extendió su mano,
tocó mi boca y me dijo:
"Yo pongo mis palabras en tu boca.
Yo te establezco en este día
sobre las naciones y sobre los reinos,
para arrancar y derribar,
para perder y demoler,
para edificar y plantar".
Jer_1:4-5 , Jer_1:9-10

Moisés dijo:
"El Señor Dios suscitará para ustedes,
de entre sus hermanos,
un profeta semejante a mí,
y ustedes obedecerán a todo lo que él les diga.
El que no escuche a ese profeta será excluido del pueblo".
Y todos los profetas que han hablado a partir de Samuel,
anunciaron también estos días.
Ustedes son los herederos de los profetas
y de la Alianza que Dios hizo con sus antepasados.
Act_3:22-25


LA HISTORIA PROFÉTICA

Después de la "Ley", la Biblia hebrea contiene dos conjuntos de escritos, agrupados bajo el título de LOS PROFETAS. La primera parte es de carácter narrativo e incluye los libros de JOSUÉ, JUECES, SAMUEL y REYES. La segunda está compuesta por los libros de ISAÍAS, JEREMÍAS, EZEQUIEL y los DOCE PROFETAS llamados "menores". Para distinguir estos dos grupos de escritos "proféticos", la tradición judía, ya a partir del siglo II a. C., dio al primero el nombre de "Profetas anteriores", y al segundo, el de "Profetas posteriores".
Tal vez pueda parecer extraño que varios Libros de contenido "histórico" -como los de Josué, Jueces, Samuel y Reyes- hayan sido incluidos entre los escritos "proféticos". Pero esta vinculación de "historia" y "profecía" se manifiesta llena de sentido, si tenemos en cuenta la imagen que la Biblia nos da del profetismo y la manera como los antiguos israelitas narraban la historia.
Cuando se emplea la palabra "profeta", se suele pensar en alguien dotado de una clarividencia tal que lo capacita para
predecir hechos futuros o lejanos. Sin embargo, esta idea corresponde muy imperfectamente a lo que fueron en realidad los Profetas de Israel. Ellos se presentaron como portavoces del Señor. Vivieron intensamente los problemas de su tiempo y hablaron a sus contemporáneos por el mandato y la autoridad que habían recibido de Dios. Con la mirada puesta en el momento presente, discernían la presencia y la acción del Señor en la vida de Israel y del mundo. Para confirmar el carácter divino de su misión, anunciaban eventualmente el futuro, pero lo hacían siempre con la intención de iluminar una situación determinada y de provocar un cambio de actitud en los destinatarios de su mensaje. La lucidez para descubrir la voz de Dios, que habla a través de los acontecimientos, es la característica de la interpretación profética de la historia.
Esta visión que los Profetas tenían de la historia no sólo se encuentra en sus propios escritos, sino que también se trasluce en los libros de la Biblia comúnmente llamados "históricos". El rasgo distintivo de la historia bíblica no es tanto la presentación material de los hechos, cuanto el descubrimiento del significado que ellos encierran. A lo largo de los Libros históricos -como de toda la Biblia- se perfila con claridad y de manera constante el designio salvífico de Dios, que ama, guía y juzga a su Pueblo. Ese designio está jalonado de promesas y cumplimientos parciales, que orientan todo el curso de la historia humana hacia su consumación definitiva en el Reino de Dios.
Además, los Libros históricos atestiguan la extensión y vitalidad del movimiento profético en Israel. Estos textos presentan a los Profetas en acción, plenamente solidarios con las luchas de su Pueblo, y a la vez, siempre dispuestos a reprocharles sus injusticias y su idolatría. En ellos se conserva el recuerdo de grandes figuras proféticas, como las de Samuel, Natán, Elías y Eliseo. Pero también se menciona a otros Profetas, muchos de ellos anónimos, como aquellos que en tiempos de Ajab y Jezabel prefirieron morir antes que renegar de su fe en el Señor ( 1Ki_18:4 ; 1Ki_19:14 ).
Ciertas formas de profetismo aparecen también fuera de Israel. Tanto en la Mesopotamia como en Canaán y en Egipto, había hombres y mujeres que hablaban en nombre de la divinidad, y muchas veces su lenguaje era similar al de los Profetas del Pueblo de Dios. La misma Biblia atestigua la existencia de "profetas de Baal", con sus diversas manifestaciones extáticas ( 1Ki_18:19-29 ). Pero mientras que en los otros pueblos el profetismo fue un fenómeno más bien marginal y episódico, en Israel marcó profundamente toda la vida religiosa, las instituciones políticas y las estructuras sociales. Los orígenes del profetismo bíblico se remontan a la época de la instalación de los israelitas en Canaán. Sus primeras manifestaciones aparecen vinculadas al culto de algunos santuarios, como los de Betel, Ramá y Guilgal. Allí había "agrupaciones de Profetas", cuya característica principal era el éxtasis provocado de diversas maneras, especialmente por la música y las danzas frenéticas ( 1Sa_10:5-6 ; 1Sa_19:18-24 ). Sus demostraciones de entusiasmo religioso revestían con frecuencia formas extravagantes. Pero estas agrupaciones proféticas, si bien fueron decayendo progresivamente, ejercieron al principio una influencia positiva en Israel. Con su vida austera, con su celo fanático por el Señor y su repudio total de la cultura y la religión cananeas, contribuyeron a mantener intacta la fe del Pueblo de Dios, esa fe heredada de Moisés, a quien la tradición bíblica considera el primero y el más grande de los Profetas ( Deu_18:18 ; Deu_34:10 ).
Por otra parte, en los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes, se encuentran muchas páginas que presentan una gran afinidad con las ideas y el estilo del Deuteronomio. Esta afinidad espiritual y literaria permite afirmar que la colección de los "Profetas anteriores", en su redacción definitiva, es la obra de una escuela de escribas "deuteronomistas", que meditan sobre el pasado de Israel con el fin de extraer una enseñanza para el presente. La actividad de esta escuela comenzó en los últimos años de la monarquía y continuó durante el exilio. Precisamente cuando Israel estaba disperso en el exilio, se hacía necesario recordarle que la raíz de todos sus males era la infidelidad a la Alianza, y que el único camino de salvación consistía en convertirse al Dios vivo y verdadero.



Josué

El libro de JOSUÉ describe la conquista de la Tierra prometida como el resultado de la acción conjunta de todo Israel. Las campañas se suceden una tras otra, en medio de los mayores prodigios. Josué -el único jefe de todas las tribus- anima al pueblo y lo conduce a la victoria. El paso de los israelitas provoca el terror de sus enemigos, y los cananeos son consagrados al exterminio total (caps. 1-12).
Una vez conquistado el territorio, Josué procede a distribuirlo entre los israelitas. Los caps. 14-19 señalan los límites asignados a cada tribu. A modo de complemento, el cap. 20 enumera las ciudades de refugio, y el cap. 21 da una lista de las ciudades levíticas.
El final del Libro relata el regreso de las tribus de la Transjordania, presenta el testamento espiritual de Josué, y conserva una vieja tradición sobre la asamblea de Siquém y sobre la alianza sagrada concluida entre las tribus (caps. 22-24).
Una primera lectura de este Libro deja la impresión de que los israelitas, bajo la conducción de Josué, conquistaron el territorio cananeo de una manera rápida y total. Sin embargo, un análisis más cuidadoso del texto muestra que la conquista quedó incompleta (13. 1-6), que algunos grupos actuaron por cuenta propia (14. 6-13) y que hubo algunos retrocesos (19. 47). Además, la alianza con los gabaonitas (9. 3-27) indica que no todos los cananeos fueron exterminados. Estas reservas se acentúan si se tienen en cuenta otros textos bíblicos, en particular el comienzo del libro de los Jueces. De la comparación resulta que la "conquista" fue un proceso lento y difícil, en el que cada tribu luchó por su propio territorio y fue a menudo derrotada. Sólo en tiempos de David los israelitas se apoderaron definitivamente del país de Canaán.
Parece evidente, entonces, que el libro de Josué presenta un cuadro idealizado y simplificado de una realidad histórica mucho más compleja. Este hecho es explicable porque la historia quiere convertirse en soporte de una enseñanza. Su intención es mostrar a Dios actuando en la historia, para entregar a su Pueblo la Tierra que había prometido a los Patriarcas. Al mismo tiempo, los relatos expresan la interpretación que Israel daba de su propia existencia: su entrada en Canaán no había sido una obra de los hombres, sino de Dios (23. 9-10).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

Josué 15,1-63

32. El total no corresponde a la enumeración, que suma treinta y cinco ciudades. Esta notable diferencia se explica, probablemente, porque a la parte de la tribu de Judá se añadieron las ciudades de la tribu de Simeón. Ver nota Jue_1:3.