I Juan 3 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 24 versitos |
1 ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él.
2 Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
3 El que tiene esta esperanza en él, se purifica, así como él es puro.
4 El que comete el pecado comete también la iniquidad, porque el pecado es la iniquidad.
5 Pero ustedes saben que él se manifestó para quitar el pecado, y que él no tiene pecado.
6 El que permanece en él, no peca, y el que peca no lo ha visto ni lo ha conocido.
7 Hijos míos, que nadie los engañe: el que practica la justicia es justo, como él mismo es justo.
8 Pero el que peca procede del demonio, porque el demonio es pecador desde el principio. Y el Hijo de Dios se manifestó para destruir las obras del demonio.
9 El que ha nacido de Dios no peca, porque el germen de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque ha nacido de Dios.
10 Los hijos de Dios y los hijos del demonio se manifiestan en esto: el que no practica la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.
11 La noticia que oyeron desde el principio es esta: que nos amemos los unos a los otros.
12 No hagamos como Caín, que era del Maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano, en cambio, eran justas.
13 No se extrañen, hermanos, si el mundo los aborrece.
14 Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la Vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte.
15 El que odia a su hermano es un homicida, y ustedes saben que ningún homicida posee la Vida eterna.
16 En esto hemos conocido el amor: en que él entregó su vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos.
17 Si alguien vive en la abundancia, y viendo a su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios?
18 Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad.
19 En esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios
20 aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas.
21 Queridos míos, si nuestro corazón no nos hace ningún reproche, podemos acercarnos a Dios con plena confianza,
22 y él nos concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.
23 Su mandamiento es este: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó.
24 El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.

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Introducción a I Juan


PRIMERA CARTA DE SAN JUAN

La PRIMERA CARTA DE SAN JUAN está dirigida a varias comunidades de Asia Menor, donde a fines del siglo I este Apóstol gozaba de una gran autoridad. Por el tono polémico de ciertos pasajes de la Carta, se puede concluir que dichas comunidades atravesaban por una grave crisis. Algunos «falsos profetas» (4. 1) comprometían con su enseñanza la pureza de la fe (2. 22), y su comportamiento moral no era menos reprobable. Pretendiendo estar libres de pecado (1. 8) no se preocupaban de observar los mandamientos, en particular, el del amor al prójimo (2. 4, 9).
Para combatir estos errores, Juan muestra quiénes son los que poseen realmente la filiación divina y están en comunión con Dios. Con este fin, propone una serie de signos que manifiestan visiblemente la presencia de la Vida divina en los verdaderos creyentes. Entre esos signos, en el orden doctrinal, se destaca el reconocimiento de Jesús como el Mesías «manifestado en la carne» (4. 2) y en el orden moral, sobresale la práctica del amor fraterno, el cual es objeto en esta Carta de un desarrollo particularmente amplio. Para Juan, el auténtico creyente es «el que ama a su hermano»: sólo él «permanece en la luz» (2. 10), «ha nacido de Dios y conoce a Dios» (4. 7). El que no ama, en cambio, está radicalmente incapacitado para conocer a Dios, «porque Dios es amor» (4. 8).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

I Juan 3,1-24

4. La «iniquidad» es un pecado determinado -el de los «anticristos» (2. 18)- que Juan en su Evangelio denomina «el pecado del mundo» ( Jua_1:29). Consiste en la incredulidad, o sea, en el rechazo de Cristo y de toda su obra salvífica.

6. La impecabilidad es uno de los bienes prometidos para los tiempos mesiánicos, ya iniciados con la Venida del Hijo de Dios al mundo. En la medida que el cristiano permanece unido a Cristo y es dócil a la acción santificadora de su Palabra, «no puede pecar» (v. 9).

9. El «germen» es la Palabra de Dios, principio interior de regeneración y santificación para el creyente. Ver nota v. 6.

5 6. Estas palabras deben entenderse en el contexto del rito de la iniciación cristiana, tal como se practicaba en algunas comunidades de la Iglesia primitiva, donde la Eucaristía se daba inmediatamente después del Bautismo. El «testimonio» del Espíritu es la gracia de la fe dada al catecúmeno que ha escuchado la Palabra de Dios, y coincide con la «unción» de 2. 20, 27. El «agua» es la inmersión bautismal y la «sangre» es la Eucaristía. Sin embargo, Juan refiere siempre las realidades sacramentales a hechos históricos de la vida de Jesús. Por eso, «el agua y la sangre» aluden también al bautismo de Jesús en el Jordán y a su muerte en la cruz, como asimismo, al agua y la sangre que Juan vio correr del costado abierto del Salvador.

7. La traducción latina llamada comúnmente «Vulgata» añade «en el cielo: el Padre, la Palabra y el Espíritu Santo; y estos tres son uno solo. Y son tres los que dan testimonio en la tierra:».

16. El «pecado que lleva a la muerte» es el pecado de los «anticristos» y de los «falsos profetas» (2. 18; 4. 1) que, al apartarse de la comunidad cristiana, han perdido la comunión con Jesús, fuente de toda Vida, y por eso mismo se encaminan hacia la muerte eterna. En realidad, Juan no prohíbe orar por esta clase de pecadores. Da a entender solamente que su conversión sería un verdadero milagro de orden espiritual, y no puede asegurar que las súplicas hechas en favor de ellos sean siempre eficaces.

18. Ver nota 3. 6.

21. La Carta concluye abruptamente con esta advertencia contra la recaída en las prácticas del paganismo, a la que los primeros cristianos estaban siempre expuestos.