I Juan 5 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 21 versitos |
1 El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de él,
2 La señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.
3 El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga,
4 porque el que ha nacido de Dios, vence al mundo. Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe.
5 ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
6 Jesucristo vino por el agua y por la sangre; no solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre. Y el Espíritu es la verdad.
7 Son tres los que dan testimonio:
8 el Espíritu, el agua y la sangre; y los tres están de acuerdo.
9 Si damos fe al testimonio de los hombres, con mayor razón tenemos que aceptar el testimonio de Dios. Y Dios ha dado testimonio de su Hijo.
10 El que cree en el Hijo de Dios tiene en su corazón el testimonio de Dios. El que no cree a Dios lo hace pasar por mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo.
11 Y el testimonio es este: Dios nos dio la Vida eterna, y esa Vida está en su Hijo.
12 El que está unido al Hijo, tiene la Vida; el que no lo está, no tiene la Vida.
13 Les he escrito estas cosas, a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen la Vida eterna.
14 Tenemos plena confianza de que Dios nos escucha si le pedimos algo conforme a su voluntad.
15 Y sabiendo que él nos escucha en todo lo que le pedimos, sabemos que ya poseemos lo que le hemos pedido.
16 El que ve a su hermano cometer un pecado que no lleva a la muerte, que ore y le dará la Vida. Me refiero a los que cometen pecados que no conducen a la muerte, porque hay un pecado que lleva a la muerte; por este no les pido que oren.
17 Aunque toda maldad es pecado, no todo pecado lleva a la muerte.
18 Sabemos que el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Hijo de Dios lo protege, y el Maligno no le puede hacer nada.
19 Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero está bajo el poder del Maligno.
20 Y sabemos también que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al que es Verdadero; y nosotros permanecemos en el que es Verdadero, en su Hijo Jesucristo. El es el Dios verdadero y la Vida eterna.
21 Hijitos míos, cuídense de los ídolos...

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Introducción a I Juan


PRIMERA CARTA DE SAN JUAN

La PRIMERA CARTA DE SAN JUAN está dirigida a varias comunidades de Asia Menor, donde a fines del siglo I este Apóstol gozaba de una gran autoridad. Por el tono polémico de ciertos pasajes de la Carta, se puede concluir que dichas comunidades atravesaban por una grave crisis. Algunos «falsos profetas» (4. 1) comprometían con su enseñanza la pureza de la fe (2. 22), y su comportamiento moral no era menos reprobable. Pretendiendo estar libres de pecado (1. 8) no se preocupaban de observar los mandamientos, en particular, el del amor al prójimo (2. 4, 9).
Para combatir estos errores, Juan muestra quiénes son los que poseen realmente la filiación divina y están en comunión con Dios. Con este fin, propone una serie de signos que manifiestan visiblemente la presencia de la Vida divina en los verdaderos creyentes. Entre esos signos, en el orden doctrinal, se destaca el reconocimiento de Jesús como el Mesías «manifestado en la carne» (4. 2) y en el orden moral, sobresale la práctica del amor fraterno, el cual es objeto en esta Carta de un desarrollo particularmente amplio. Para Juan, el auténtico creyente es «el que ama a su hermano»: sólo él «permanece en la luz» (2. 10), «ha nacido de Dios y conoce a Dios» (4. 7). El que no ama, en cambio, está radicalmente incapacitado para conocer a Dios, «porque Dios es amor» (4. 8).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

I Juan 5,1-21

6. Estas palabras deben entenderse en el contexto del rito de la iniciación cristiana, tal como se practicaba en algunas comunidades de la Iglesia primitiva, donde la Eucaristía se daba inmediatamente después del Bautismo. El «testimonio» del Espíritu es la gracia de la fe dada al catecúmeno que ha escuchado la Palabra de Dios, y coincide con la «unción» de 2. 20, 27. El «agua» es la inmersión bautismal y la «sangre» es la Eucaristía. Sin embargo, Juan refiere siempre las realidades sacramentales a hechos históricos de la vida de Jesús. Por eso, «el agua y la sangre» aluden también al bautismo de Jesús en el Jordán y a su muerte en la cruz, como asimismo, al agua y la sangre que Juan vio correr del costado abierto del Salvador.

7. La traducción latina llamada comúnmente «Vulgata» añade «en el cielo: el Padre, la Palabra y el Espíritu Santo; y estos tres son uno solo. Y son tres los que dan testimonio en la tierra:».

16. El «pecado que lleva a la muerte» es el pecado de los «anticristos» y de los «falsos profetas» (2. 18; 4. 1) que, al apartarse de la comunidad cristiana, han perdido la comunión con Jesús, fuente de toda Vida, y por eso mismo se encaminan hacia la muerte eterna. En realidad, Juan no prohíbe orar por esta clase de pecadores. Da a entender solamente que su conversión sería un verdadero milagro de orden espiritual, y no puede asegurar que las súplicas hechas en favor de ellos sean siempre eficaces.

18. Ver nota 3. 6.

21. La Carta concluye abruptamente con esta advertencia contra la recaída en las prácticas del paganismo, a la que los primeros cristianos estaban siempre expuestos.