Eclesiástico 38 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 34 versitos |
1 Honra al médico por sus servicios, como corresponde, porque también a él lo ha creado el Señor.
2 La curación procede del Altísimo, y el médico recibe presentes del rey.
3 La ciencia del médico afianza su prestigio y él se gana la admiración de los grandes.
4 El Señor hizo brotar las plantas medicinales, y el hombre prudente no las desprecia.
5 ¿Acaso una rama no endulzó el agua, a fin de que se conocieran sus propiedades?
6 El Señor dio a los hombres la ciencia, para ser glorificado por sus maravillas.
7 Con esos remedios el médico cura y quita el dolor, y el farmacéutico prepara sus ungüentos.
8 Así, las obras del Señor no tienen fin, y de él viene la salud a la superficie de la tierra.
9 Si estás enfermo, hijo mío, no seas negligentes, ruega al Señor, y él te sanará.
10 No incurras en falta, enmienda tu conducta y purifica tu corazón de todo pecado.
11 Ofrece el suave aroma y el memorial de harina, presenta una rica ofrenda, como si fuera la última.
12 Después, deja actuar al médico, porque el Señor lo creó; que no se aparte de ti, porque lo necesitas.
13 En algunos casos, tu mejoría está en sus manos,
14 y ellos mismos rogarán al Señor que les permita dar una alivio y curar al enfermo, para que se restablezca.
15 El hombre que peca delante de su Creador, ¡que caiga en manos del médico!
16 Hijo mío, por un muerto, derrama lágrimas, y entona un lamento, como quien sufre terriblemente. Entierra su cadáver en la forma establecida y no descuides su sepultura.
17 Llora amargamente, golpéate el pecho, y observa el duelo que él se merece, uno o dos días, para evitar comentarios, y luego consuélate de tu tristeza.
18 Porque la tristeza lleva a la muerte y un corazón abatido quita las fuerzas.
19 En la desgracia la tristeza es permanente, y el corazón maldice una vida miserable.
20 No te dejes llevar por la tristeza, aléjala, acordándote de tu fin.
21 Nunca lo olvides: ¡no hay camino de retorno! Al muerto, no podrás serle útil y te harás mal a ti.
22 "Recuerda mi destino, que será también el tuyo: ayer a mí y hoy a ti".
23 Ya que el muerto descansa, deja en paz su memoria, y trata de consolarte, porque ha partido su espíritu.
24 La sabiduría del escriba exige tiempo y dedicación, y el que no está absorbido por otras tareas, se hará sabio.
25 ¿Cómo se hará sabio el que maneja el arado y se enorgullece de empuñar la picana, el que guía los bueyes, trabaja con ellos, y no sabe hablar más que de novillos?
26 El pone todo su empeño en abrir los surcos y se desvela por dar forraje a las terneras.
27 Lo mismo pasa con el artesano y el constructor, que trabajan día y noche; con los que graban las efigies de los sellos y modifican pacientemente los diseños: ellos se dedican a reproducir el modelo y trabajan hasta tarde para acabar la obra.
28 Lo mismo pasa con el herrero, sentado junto al yunque, con la atención fija en el hierro que forja: el vaho del fuego derrite su carne y él se debate con el calor de la fragua; el ruido del martillo ensordece sus oídos y sus ojos están fijos en el modelo del objeto; pone todo su empeño en acabar sus obras y se desvela por dejarlas bien terminadas.
29 Lo mismo pasa con el alfarero, sentado junto a su obra, mientras hace girar el torno con sus pies: está concentrado exclusivamente en su tarea y apremiado por completar la cantidad;
30 con su brazo modela la arcilla y con los pies vence su resistencia; pone todo su empeño en acabar el barnizado y se desvela por limpiar el horno.
31 Todos ellos confían en sus manos, y cada uno se muestra sabio en su oficio.
32 Sin ellos no se levantaría ninguna ciudad, nadie la habitaría ni circularía por ella.
33 Pero no se los buscará para el consejo del pueblo ni tendrán preeminencia en la asamblea; no se sentarán en el tribunal del juez ni estarán versados en los decretos de la Alianza.
34 No harán brillar la instrucción ni el derecho, ni se los encontrará entre los autores de proverbios. Sin embargo, ellos afianzan la creación eterna y el objeto de su plegaria son los trabajos de su oficio.

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Introducción a Eclesiástico


Segundo Libro de los Macabeos

El segundo libro de los MACABEOS no es la continuación del primero, sino en parte paralelo a él, ya que se refiere a los mismos acontecimientos del período comprendido entre el 175 y el 160 a. C., tomados de un poco más atrás y relatados en un estilo diferente. Como lo señala su autor (2. 23), él se limitó a resumir una obra mucho más extensa, redactada en cinco volúmenes por Jasón de Cirene, un ferviente judío de sólida formación helenista. Todo parece indicar que este resumen se llevó a cabo en Alejandría, poco después del 124 a. C.
Este Libro pertenece a un género literario muy difundido en aquella época, denominado "historia dramática" o "patética", en el cual la narración de los hechos históricos se convierte en un medio para conmover, entusiasmar o edificar al lector. Eso explica el empleo de ciertos recursos "efectistas", destinados a suscitar la adhesión o la repulsa, como son el lenguaje declamatorio y ampuloso, los epítetos hirientes, el tono mordaz con que se trata a los adversarios y la acentuada predilección por los elementos maravillosos.
A lo largo de toda su obra, que es una especie de "panegírico religioso", el autor trata de inculcar el amor y la devoción hacia el Templo de Jerusalén, centro de la vida del Pueblo judío. Esta idea ya está presente en las "Cartas" que figuran al comienzo del Libro e imprime su sello al plan que ha guiado la composición del mismo. De hecho, la historia relatada en él se desarrolla en cinco actos centrados alrededor del Templo, y al final del Libro se deja clara constancia de que para Judas y sus hombres "lo primero y principal era el Templo consagrado" (15. 18).
La forma explícita con que este Libro afirma la resurrección de los muertos y la claridad con que destaca el valor de la oración por los difuntos y de la intercesión de los mártires, le han merecido una especial acogida por parte de la Iglesia.



CARTAS A LOS JUDÍOS DE EGIPTOY PRÓLOGO DEL AUTOR

Al comienzo del Libro, el autor transcribe dos cartas escritas por los judíos de Jerusalén. En la primera, estos exhortan a sus hermanos de Egipto a celebrar en unión con ellos la fiesta de la Dedicación del Templo. Dicha carta está fechada en el 124 a. C., es decir, en el cuadragésimo aniversario de la Purificación del Santuario realizada por Judas Macabeo (164 a. C.).
La segunda es anterior y bastante más extensa. Aunque no lleva fecha, parece que fue escrita pocos días antes de la Dedicación del Templo en el 164 a. C., con el fin de poner de relieve la importancia de la Fiesta que se iba a celebrar dentro de poco (1. 18). Después de un breve relato sobre la muerte de Antíoco IV Epífanes, en esta carta se evocan los hechos portentosos que acompañaron a la restauración del Templo en la época de Nehemías. La mayor parte de los datos están tomados de escritos apócrifos o de tradiciones populares, que no pueden ser considerados como documentos históricos. Las dos cartas van seguidas de un Prólogo, donde el autor explica sus intenciones y su método de trabajo.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

Eclesiástico 38,1-39

5. Se trata de una alusión al episodio de Mará, donde un trozo de árbol "endulzó el agua" para que pudiera beber el pueblo. Ver Exo_15:25.

15. "íQue caiga en manos del médico!", es decir que contraiga una enfermedad grave. El texto hebreo dice: "Peca contra su Creador el que se hace el fuerte frente al médico", o sea, el que cree que puede prescindir de sus servicios.