Eclesiástico 40 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 30 versitos |
1 Una penosa tarea ha sido impuesta a todo hombre y un yugo pesado agobia a los hijos de Adán, desde el día que salen del vientre materno, hasta el día que retornan a la madre común.
2 Les da mucho que pensar y los llena de temor la ansiosa expectativa del día de la muerte.
3 Desde el que está sentado en un trono gloriosos hasta el humillado en el polvo y la ceniza;
4 desde el que lleva púrpura y corona hasta el que va vestido miserablemente, sólo sienten rabia y envidia, turbación e inquietud, miedo a la muerte, resentimiento y rivalidad;
5 y a la hora en que cada uno descansa en su lecho, el sueño de la noche perturba sus pensamientos.
6 Descansa un poco, casi nada, y empieza a debatirse como en pleno día, agitado por sus propias pesadillas, como quien huye de un campo de batalla.
7 En el momento de sentirse a salvo, se despierta y ve con sorpresa que su temor era infundado.
8 Esto le toca a todo ser viviente, sea hombre o animal, pero a los pecadores, siete veces más:
9 muerte, sangre, rivalidad y espada, adversidad, hambre, destrucción y flagelo.
10 Todo esto fue creado para los impíos, y a causa de ellos sobrevino el diluvio.
11 Todo lo que sale de la tierra, retorna a la tierra, y lo que sale de las aguas, vuelve al mar.
12 El soborno y la injusticia desaparecerán, pero la fidelidad permanece para siempre.
13 La riqueza de los injustos se secará como un torrente, es como el fragor de un trueno que estalla en la tormenta.
14 Cuando uno de ellos se apodera de algo, se alegra, pero los transgresores desaparecerán por completo.
15 Los retoños de los impíos no multiplican sus ramas, y las raíces impuras están sobre una roca escarpada.
16 Caña que brota en cualquier agua y al borde de un río será arrancada antes que toda otra hierba.
17 La generosidad es como un vergel exuberante y la limosna permanece para siempre.
18 Dulce es la vida del que se basta a sí mismo y del que trabaja, pero más todavía la del que encuentra un tesoro.
19 Tener hijos y fundar una ciudad perpetúan el nombre, pero más se estima a una mujer irreprochable.
20 El vino y la música alegran el corazón, pero más todavía el amor a la sabiduría.
21 La flauta y el arpa emiten sonidos melodiosos, pero más todavía una lengua dulce.
22 La gracia y la belleza atraen la mirada, pero más todavía el verdor de los campos.
23 El amigo y el compañero se ayudan oportunamente, pero más todavía la mujer y el marido.
24 Los hermanos y los bienhechores son útiles en la adversidad, pero más todavía salva la limosna.
25 El oro y la plata hacen marchar con paso firme, pero más todavía se aprecia un consejo.
26 La riqueza y la fuerza reconfortan el corazón, pero más todavía el temor del Señor. Con el temor del Señor, nada falta, y ya no es necesario buscar otra ayuda.
27 El temor del Señor es como un vergel exuberante, y protege más que cualquier gloria.
28 Hijo mío, no vivas de la mendicidad, porque más vale morir que mendigar.
29 No merece llamarse vida la del que está pendiente de la mesa de otro. El mancha su boca con comida ajena, y el hombre instruido y bien educado se cuida de hacerlo.
30 En boca del desvergonzado la mendicidad es dulce, pero en sus entrañas será fuego ardiente.

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Introducción a Eclesiástico


Segundo Libro de los Macabeos

El segundo libro de los MACABEOS no es la continuación del primero, sino en parte paralelo a él, ya que se refiere a los mismos acontecimientos del período comprendido entre el 175 y el 160 a. C., tomados de un poco más atrás y relatados en un estilo diferente. Como lo señala su autor (2. 23), él se limitó a resumir una obra mucho más extensa, redactada en cinco volúmenes por Jasón de Cirene, un ferviente judío de sólida formación helenista. Todo parece indicar que este resumen se llevó a cabo en Alejandría, poco después del 124 a. C.
Este Libro pertenece a un género literario muy difundido en aquella época, denominado "historia dramática" o "patética", en el cual la narración de los hechos históricos se convierte en un medio para conmover, entusiasmar o edificar al lector. Eso explica el empleo de ciertos recursos "efectistas", destinados a suscitar la adhesión o la repulsa, como son el lenguaje declamatorio y ampuloso, los epítetos hirientes, el tono mordaz con que se trata a los adversarios y la acentuada predilección por los elementos maravillosos.
A lo largo de toda su obra, que es una especie de "panegírico religioso", el autor trata de inculcar el amor y la devoción hacia el Templo de Jerusalén, centro de la vida del Pueblo judío. Esta idea ya está presente en las "Cartas" que figuran al comienzo del Libro e imprime su sello al plan que ha guiado la composición del mismo. De hecho, la historia relatada en él se desarrolla en cinco actos centrados alrededor del Templo, y al final del Libro se deja clara constancia de que para Judas y sus hombres "lo primero y principal era el Templo consagrado" (15. 18).
La forma explícita con que este Libro afirma la resurrección de los muertos y la claridad con que destaca el valor de la oración por los difuntos y de la intercesión de los mártires, le han merecido una especial acogida por parte de la Iglesia.



CARTAS A LOS JUDÍOS DE EGIPTOY PRÓLOGO DEL AUTOR

Al comienzo del Libro, el autor transcribe dos cartas escritas por los judíos de Jerusalén. En la primera, estos exhortan a sus hermanos de Egipto a celebrar en unión con ellos la fiesta de la Dedicación del Templo. Dicha carta está fechada en el 124 a. C., es decir, en el cuadragésimo aniversario de la Purificación del Santuario realizada por Judas Macabeo (164 a. C.).
La segunda es anterior y bastante más extensa. Aunque no lleva fecha, parece que fue escrita pocos días antes de la Dedicación del Templo en el 164 a. C., con el fin de poner de relieve la importancia de la Fiesta que se iba a celebrar dentro de poco (1. 18). Después de un breve relato sobre la muerte de Antíoco IV Epífanes, en esta carta se evocan los hechos portentosos que acompañaron a la restauración del Templo en la época de Nehemías. La mayor parte de los datos están tomados de escritos apócrifos o de tradiciones populares, que no pueden ser considerados como documentos históricos. Las dos cartas van seguidas de un Prólogo, donde el autor explica sus intenciones y su método de trabajo.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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