Times New Roman ;;; Riched20 5.40.11.2210;
Epístola 2 a los Corintios.
Introducción.
Entorno histórico.
El período de tiempo entre la primera y segunda a los Corintios es de los más oscuros para nosotros en la vida del Apóstol. A poco que nos fijemos, podremos observar que la segunda de dichas cartas presupone una serie de coyunturas materiales y morales que no coinciden fácilmente en el marco histórico que podemos formar a base de los Hechos y de la primera a los Corintios. Se habla de una grave injuria hecha a Pablo en Corinto (2:5-10), así como de una carta que les escribió en medio de muchas lágrimas (2:4; 7:8-12); se habla también de que le han acusado de inconstancia en sus promesas de visitarlos (1:15-18) y de que él estaba sin sosiego hasta tener noticias de los corintios (2:12-13; 7:5-7). ¿A qué alude todo esto?
La opinión tradicional, y que modernamente siguen todavía bastantes autores (Gornely, Fillion, Prat, M. Sales, Rosadini, Bover), trata de explicar todo a base de los datos suministrados por la carta primera a los Corintios. Esa injuria irrogada a Pablo serían los escándalos del incestuoso (cf. 1 Cor 5:1-5), que constituían una ofensa para él, en cuanto fundador y pastor de aquella comunidad; la carta escrita en lágrimas sería la primera a los Corintios, en la que hay frases muy duras, que revelan un corazón apenado (cf. 1 Cor 4:18-21; 5:1-2; 6:8; 9:1-6; 11:17-22). Y en cuanto a su promesa de hacer un viaje a Corinto y a su preocupación por tener noticias de los corintios, lo primero siempre quedará oscuro por falta de otros datos, y lo segundo nada tiene de particular, dado el amor que les profesaba y las graves admoniciones que acababa de hacerles en su carta.
Así quieren explicar estos autores esa atmósfera de tensión contra Pablo que parece descubrirnos la carta segunda a los Corintios. Sin embargo, la mayoría de los autores modernos (Alio, Ricciotti, Spicq, Re Wikenhauser, Cambier, Benoit) van por otro camino. Creen que para asentar sólidamente la exégesis de la carta segunda a los Corintios, la base ha de ser la misma segunda a los Corintios, no la primera. Y es que entre la primera y la segunda, a juzgar por esta última, hay que suponer una serie de acontecimientos de los que ni Hechos ni primera a los Corintios nos suministran noticias. En líneas generales, las cosas habrían sucedido así: enterado San Pablo de que su carta a los Corintios no había producido los efectos deseados, sino que más bien se había agravado la crisis, no sin intervención de ciertos pseudoapóstoles llegados de fuera (cf. 2 Cor 3:1; 10:2; 11:13; 12:11), determinó hacer una rápida visita a Corinto (cf. 2 Cor 2:1; 12:21), yendo directamente desde Efeso por mar, y no a través de Macedonia, como últimamente les había anunciado (cf. 1 Cor 16:5). Estando en Corinto, encontró mucha oposición, y parece que hasta se le insultó públicamente, con no pequeño escándalo de la comunidad, que, además, debió de mostrarse en un principio bastante negligente en castigar al culpable (cf. 2 Cor 2:5-10). El Apóstol, por motivos que nos son desconocidos, quizás de prudencia pastoral, juzgó oportuno no proceder con rigor (cf. 2 Cor 13:2), y partió de nuevo para Efeso, no sin antes prometerles una próxima visita, que luego no realizó (cf. 2 Cor 1:15-18). En lugar de la visita, que de nuevo habría de ser en tristeza (cf. 2 Cor 2:1), les envió una severa carta, hoy perdida, la escrita con muchas lágrimas (cf. 2 Cor 2:4; 7:8), que confió a Tito, con el encargo de que, cumplida su misión, fuera luego a encontrarse con él en Tróade, que era donde, según sus cálculos, pensaba estar a la sazón (cf. 2 Cor 2:12-13; 7:6-7).
Desde luego, en toda esta reconstrucción no todo puede darse por apolíticamente demostrado. Sin embargo, las razones en que dicha reconstrucción se apoya son muy serias. Querer aplicar al caso del incestuoso la ofensa para la que pide perdón el Apóstol (2 Cor 2:5-11), y a la primera a los Corintios lo que dice de la carta en lágrimas (2 Cor 2:3-4; 7:8-12), nos parece que es hacer bastante violencia a los textos. Todo da la impresión de que se trata de una ofensa hecha directamente a él 196, la cual fue causa muy principal de la carta en lágrimas (cf, 2 Cor 2:9; 7:12), cosas ambas difícilmente aplicables al pecado del incestuoso. Tampoco la primera a los Corintios, no obstante algunos textos que puedan alegarse en contra, está caracterizada por esa dureza con que se supone fue escrita la carta en lágrimas y de la que el Apóstol trata como de disculparse (cf. 2 Cor 7:8-9). Tanto más que en la misma segunda a los Corintios hay textos tan duros y más que en la primera (cf. 10, 6-12; 11:13-20; 13:2); ¿cómo, pues, tratar de disculparse de un modo de proceder que luego va a repetir en la carta que está escribiendo? Por lo demás, ese viaje a Corinto entre la primera y la segunda carta se deduce indirectamente de las palabras mismas de Pablo, que habla de que va a ir a visitarles por tercera vez (2 Cor 12:14; 13:1). La primera visita fue la de la fundación de la iglesia (cf. Act 18:1-18); pero ¿cuándo había tenido lugar la segunda? Ponerla durante su estancia en Efeso y antes de escribir la primera a los Corintios, conforme hacen algunos autores (Bisping, Weber), parece que debe ser totalmente excluido, dado que el Apóstol afirma estar informado por otros, no por propia experiencia, de la situación de aquella iglesia (cf. 1 Cor 1:1é; 5,é; 11:18). Ni hay indicio alguno en la primera Carta de que les hubiera hecho una visita en tristeza, como debió ser esa segunda visita (cf. 2:1; 13:2). Menos aún parece deba admitirse la opinión de los que, como Cornely y M. Sales, para salir de la dificultad, dividen en dos fases la evangelización primera de Corinto, suponiendo que el Apóstol la interrumpió durante algún tiempo por haber tenido que salir de la ciudad. No queda, pues, sino admitir el viaje intermedio entre la primera y segunda a los Corintios, como, por lo demás, lo están pidiendo esos otros textos que aluden a la ofensa contra Pablo y a la carta en lágrimas.
Ocasión de la carta.
Que la carta está escrita por el Apóstol desde Macedonia, una vez que había dejado Efeso e iba camino de Corinto, no parece caber duda (cf. 2:13; 7:5; 8:1; 9:2-4; Act 20:1-2). Algunos antiguos manuscritos, entre los cuales el códice Vaticano y la versión siríaca Peshitto, precisan que el lugar de redacción fue Filipos. Nada se puede alegar en contra.
Esto supuesto, ¿qué fue lo que movió al Apóstol a escribir esta segunda carta a los Corintios? La respuesta ha de estar en armonía con lo que acabamos de decir sobre la ambientación histórica de la carta. Pablo, que había enviado a Tito a Corinto como portador de la carta en lágrimas, esperaba ansioso noticias sobre el resultado. Habían calculado de encontrarse en Tróade, por donde el Apóstol pensaba pasar camino de Macedonia y Grecia; pero, a causa probablemente del alboroto promovido por el platero Demetrio (cf. Act 19:24-40), hubo de adelantar su salida de Efeso, por lo que, al llegar a Tróade, no encontró a Tito (cf. 2:13). Se encontraron más tarde en Macedonia (cf. 7:5-6).
Las noticias que le dio fueron, en general, buenas: el ofensor había sido debidamente castigado y la comunidad había prestado entera sumisión al Apóstol (7:6-16). Sin embargo, el mal no había desaparecido del todo. Allí seguían ciertos elementos peligrosos, predicadores llegados de fuera, que habían logrado infiltrarse en la comunidad con cartas de recomendación (cf. 3:1; 11:13) y acusaban a Pablo de ambicioso e inconstante (cf. 1:17; 7:2; 10:2; 11:7) y de que se atribuía indebidamente la misión de apóstol (cf. 11:22-12:13). A fin, pues, de salir al paso a esas calumnias y hacer que su próxima visita a Corinto fuera más tranquila que la anterior (cf. 13,10), juzgó oportuno enviar a los corintios una nueva carta, en la que, junto a una gran ternura de corazón para con los arrepentidos, aparece una gran severidad para con los recalcitrantes agitadores, que tanto daño estaban haciendo. Al mismo tiempo, aprovecha la ocasión para insistir en la organización de la colecta a favor de los fieles de Jerusalén (c.8-9), de que ya les había hablado anteriormente (cf. 1 Cor 16:1-4).
Tenía lugar todo esto a fines del año 57, y probablemente la carta la llevó a Corinto el mismo Tito (cf. 8:16-24). Es de creer que Pablo había retrasado algún tanto su salida de Efeso, proyectada para las fiestas de Pentecostés (cf. 1 Cor 16:8), debido a los incidentes que motivaron su rápido viaje por mar a Corinto.
Estructura o plan general.
Es una carta sumamente personal en la que Pablo, ante los ataques de que era objeto por parte de los agitadores judaizantes, defiende su modo de proceder, encarándose con los adversarios y manifestando ante los fieles cuáles habían sido los verdaderos móviles de su actuación.
Damos a continuación el esquema de la carta:
Introducción (1:1-11).
Saludo epistolar (1:1-2) y acción de gracias (1:3-11).
I. Apología de Pablo y de su apostolado (1:12-7:16).
a) No ha habido doblez ni ligereza en su modo de proceder (1:12-2:17).
b) La gloria del ministerio apostólico, del que él está investido (3:1-6:10).
c) Vibrante exhortación a la plena unión de corazones con él, y alegría por las noticias que en este sentido le trajo Tito (6:11-7:16).
II. La colecta en favor de los fieles de Jerusalén (8:1 -9:15).
a) Llamada a la generosidad de los corintios (8:1-15).
b) Recomendación de Tito y de sus dos compañeros (8:16-24).
c) Grandes beneficios que se derivan de la limosna (9:1-15).
III. Pablo y sus adversarios (10:1-13:10).
a) Réplica a las acusaciones de debilidad y de ambición (ßï, é -18).
b) Sus títulos de gloria (11:1-12:18).
c) Severas advertencias a los obstinados (12:19-13:10). Epílogo (13:11-13).
Recomendaciones (13:11-12) y bendición final (13:13).
El esquema anterior abarca la carta integramente, es decir, tal como se conserva en nuestras ediciones de la Biblia y en todos los códices y manuscritos, incluso los más antiguos. Es de notar, sin embargo, que gran número de críticos (Hausrath, Pfleiderer, Volter, Kennedy, Krenkel, Windisch) niegan la unidad de la carta, afirmando que ha sido compuesta a base de fragmentos de otras cartas. Se refieren sobre todo a tres secciones: 6:14-7:1, que sería probablemente un fragmento de la carta mencionada en 1 Cor 5:9; c.8-9, que serían dos billetes paulinos distintos sobre la colecta; c. 10-13, que serían o bien un fragmento de la carta escrita en lágrimas (Hausrath) o quizás una quinta carta de San Pablo escrita a raíz de un ataque contra él por parte de los judaizantes (Krenkel). Las razones en que se apoyan son de crítica interna: esas secciones no encajan en el contexto. Así, por lo que se refiere a 6:14-7:1, no se ve a qué viene ahí esa perícopa, que interrumpe el pensamiento de 6:11-13, continuado en 7:2; por lo que se refiere a los c.8-9, todo da la impresión de que 9:1 no es continuación de 8:24; y, por lo que se refiere a los c. 10-13 (violentos y mordaces), hay un cambio de tono tan radical respecto de los c.1-9 (serenos y afectuosos), que difícilmente pueden pertenecer a una misma carta.
¿Qué decir a todo esto? Desde luego, las razones alegadas tienen su peso, y presentan un problema muy delicado. No se trata propiamente de discutir el origen paulino de la carta, que incluso esos críticos admiten, sino de saber si ya desde el principio salió así de las manos de San Pablo, o más bien se formó con fragmentos de otras cartas en tiempos ya muy antiguos, cuando se trataba de coleccionar los escritos del Apóstol. Nuestra opinión es que no vemos motivos suficientes para abandonar la tesis tradicional. En efecto, debemos tener en cuenta que en ningún manuscrito ni en ningún autor antiguo hay indicio alguno de que estas partes existieran alguna vez separadas, y que, además, la psicología de San Pablo no se opone a estos cambios más o menos bruscos en una misma carta (cf. Rom 16:17-20). Por lo demás, la carta toda presenta un plan homogéneo, ordenada a conseguir la plena reconciliación del Apóstol con la comunidad cristiana de Corinto. Cierto que los cuatro últimos capítulos, en que el Apóstol alude sobre todo a los promotores de la agitación, abundan más en expresiones duras; pero tampoco faltan las expresiones afectuosas (cf. 11:2; 12:15), así como las duras en los primeros (cf. 1:13; 5:20). Incluso es posible, opinión actualmente del agrado de muchos (Ricciotti, Spicq, Re), que el cambio de tono en los últimos capítulos se deba a las malas noticias recibidas de Corinto a última hora, mientras el Apóstol dictaba la carta al amanuense, trabajo largo, que podía durar bastantes días, sobre todo dadas sus muchas ocupaciones.
En cuanto a 6:14-7:1 y c.8-9, tampoco vemos motivos para considerar estos pasajes como adiciones posteriores a la carta primitiva, conforme explicamos en el lugar respectivo del comentario.
Perspectivas doctrinales.
Esta segunda carta a los Corintios es, entre todas las del Apóstol, la que nos revela más al vivo la grandeza de su alma en lo que tiene de humano y de sobrenatural a la vez. Al ser atacado, hubo de defenderse, y en la defensa dio rienda suelta a los diversos sentimientos que agitaban su ánimo, resultando una carta con pasajes a veces de un colorido y dramatismo difícilmente superables.
La idea central es la defensa del ministerio apostólico, de qué él se considera investido. Lo mismo cuando trata de explicar su modo de proceder que cuando se encara con sus adversarios, que cuando exhorta a los fieles a que vivan plenamente la vida cristiana, el hilo conductor permanece inalterado: es apóstol de Jesucristo y heraldo de la verdad, con todas las dificultades y toda la gloria que eso lleva consigo. Creemos que, si para todos es de gran aplicación la doctrina expuesta en esta carta, lo es de manera muy particular para los pastores de almas, que se habrán de encontrar a "veces en circunstancias muy parecidas a las del Apóstol.
Como dice en 2:14: Sean dadas gracias a Dios, que en todo tiempo nos hace triunfar en Cristo, y por nosotros manifiesta en todo lugar el aroma de su conocimiento. Ahí tenemos como sintetizada la tesis de Pablo: detrás de los predicadores evangélicos están Dios y Cristo, que son quienes fundamentan el origen de su apostolado y quienes les impulsan y sostienen en sus trabajos, para que como enviados o embajadores suyos (cf. 5:20), sin peligro de desfallecimiento y hasta con alegría, hagan llegar a todos los hombres la obra divina de reconciliación, inaugurada con la muerte y resurrección de Cristo (cf. 1:21-22; 4:1-6; 5:11-20; 10:4-5).
Esta tesis de Pablo señalando la verdadera naturaleza del ministerio apostólico, la había expuesto ya en su primera carta diciendo y recalcando a los corintios que el agente principal de toda obra apostólica es Dios, y que a nosotros, ministros y cooperadores de Dios, lo único que se nos pide es fidelidad a la misión encomendada, sin que sean los fieles los que deban juzgarnos (cf. 1 Cor 3:5-4:13). Ahora sigue insistiendo en el mismo tema y apuntando quizás a desfiguraciones del ministerio apostólico que hacían esos pseudo-apóstoles de origen judío que le atacaban (cf. 11:13:22), expone en una especie de midrash, a base de un pasaje del Éxodo, la inmensa superioridad de los ministros o servidores de la Nueva Alianza sobre los de la Antigua (cf. 3:6-18). Este parangón entre antigua y nueva economía religiosa, que aquí presenta Pablo para hacer resaltar la grandeza del ministerio apostólico cristiano, es tema capital en su teología (cf. Gal 3:1-5:23; Rom 4:1-8:15). En frase gráfica dirá, comparando ambas alianzas, que la antigua es letra que mata, mientras que la nueva es espíritu que da vida (3:6). Notemos el término espíritu (ðíåýìá), que repite hasta seis veces en el pasaje (v.6:8 2Cr_17:18 ), y que es uno de los términos predilectos de Pablo siempre que habla de la economía religiosa cristiana. Con frecuencia lo vemos aplicado a la persona del Espíritu Santo, llamado también Espíritu de Dios o Espíritu de Cristo (cf. 1:22; 5:5; 13:13; 1 Cor 2:10-14; 12:3-4; Gal 4:6; Rom 8:9-11; 15:18; Ef 3:16), pero con no menos frecuencia lo usa para designar el espíritu del hombre (cf. 2:13; 7:13; 1 Cor 2:11; 16:18), esa faceta o parte más íntima de la persona humana, que es como el campo de acción del Espíritu Santo en el ser humano hasta el punto de que a veces es difícil saber si Pablo está hablando del espíritu del hombre o del Espíritu de Dios actuando en él (cf. Rom 8:1-11). Lo cierto es que Pablo ve siempre la obra religiosa cristiana como influenciada y penetrada de la acción del Espíritu; de ahí que sea espíritu que da vida (3:6), y de ahí la grandeza de los ministros de la Nueva Alianza.
Un aspecto del ministerio cristiano que Pablo pinta muy al vivo en esta carta es el que pudiéramos denominar de la debilidad-fortaleza, esa paradoja que habrá de llenar la vida de todo apóstol de Cristo (cf. 1:8-10; 3:4-5; 4:7-12; 6:3-10; 7:5-6; 11:23-33; 12:7-10) 197. Es con esta ocasión precisamente, ante el desgaste que los continuos trabajos de su vida de apóstol le van ocasionando, y previendo que puede estar cercano el día de su muerte sin que haya llegado la parusía del Señor, cuando Pablo nos completa su pensamiento sobre la vida de ultratumba, con referencia explícita a esa etapa entre la muerte de cada uno y la resurrección gloriosa al final de los tiempos. Dada la importancia del tema, que sólo volvemos a ver aludido en Fil 1:21-23, parece oportuno que lo examinemos un poco detenidamente.
Condición de los muertos en el tiempo que media hasta la parusia.
Al referirse a la vida de ultratumba, como explicamos en la introducción a la primera carta a los Tesalonicenses, Pablo suele llevar directamente la atención del lector al tiempo de la resurrección corporal en la parusía, que es cuando el hombre conseguirá plenamente su salvación. Pero ¿qué sucede desde la muerte de cada uno hasta entonces ? Es aquí, en esta segunda carta a los Corintios, donde por primera vez hallamos respuesta de Pablo; sin que eso quiera decir, como también explicamos entonces, que anteriormente Pablo hubiera pensado de otra manera. Simplemente, no habían surgido las circunstancias para hablar del tema.
Pues bien, ¿qué es lo que aquí dice Pablo ? El Apóstol no abandona su viejo anhelo de que la parusía le coja en vida, y así poder ser sobrevestido sin haber sido desnudado, es decir, llegar a la transformación gloriosa de nuestro ser carnal sin haber pasado por la muerte (cf. 5:1-5). Sin embargo, no descarta la otra eventualidad (cf. 5:3). ¿Qué sucedería en ese caso? La respuesta de Pablo podría ser resumida así: no le preocupa quedar desnudo si es que la parusía tarda, antes al contrario, prefiere morir, mejor que seguir aquí en vida, a fin de estar presente al Señor (5:6-9). Es exactamente la misma idea que expresa también en Fil 1:21-23. Afirmación básica que nos aclara extraordinariamente el pensamiento de Pablo sobre la vida de ultratumba. Tratemos de precisar algo más.
La afirmación de Pablo para una mentalidad griega como era la de los corintios a los que el Apóstol se dirigía, podía ser entendida sin dificultad. Para los griegos, y de modo especial para los platónicos, el alma, que era donde residía el verdadero valor del hombre, era de naturaleza espiritual e inmortal, y con la muerte se liberaba del cuerpo, partiendo hacia Dios, libre ya de todos los trabajos y penalidades que su encierro en el cuerpo llevaba consigo. Pero ¿era eso lo que quería decir Pablo? Por supuesto, Pablo no concreta tanto, sino que habla simplemente de que, con la muerte, logramos alcanzar el estar con el Señor, lo cual es mucho mejor que vivir acá en la tierra, permaneciendo lejos o ausentes del Señor. De otra parte, sabemos que Pablo es semita, y que para un semita, con visión rígidamente unitaria del hombre, era impensable un estado de felicidad sin el cuerpo. Este es el dilema del que es difícil salir, si tratamos de encasillar a Pablo en una concepción antropológica puramente semita. Pero ¿hay derecho a hacerlo? Creemos que no, conforme explicaremos en la introducción a la primera carta a los Tesalonicenses. Pablo no está atado a ninguna concepción antropológica determinada, ni semita ni griega, al exponer el mensaje cristiano. Quizás haya algo de las dos cosas. Es su mismo modo de expresarse el que debe servirnos de base para interpretarlo. Pues bien, ¿qué presupone el modo de hablar de Pablo?
Desde luego, queda claro que Pablo no concibe la muerte, al menos la del justo, como aniquilación total del hombre, ni tampoco como disminución tal de su existencia, que quede reducido a algo umbrátil, estado de dormición o somnolencia, tipo sheol judío. Para la fe de Pablo, mientras el cuerpo sigue reducido a polvo esperando la resurrección, algo sigue viviendo del hombre, que le permite ser dichoso junto al Señor. ¿Hemos de ver ahí ya la idea de un alma de naturaleza espiritual, inmortal, que constituye el componente fundamental del hombre? Nosotros creemos que sí. El modo de hablar de Pablo está presuponiendo claramente la idea de un substrato espiritual subsistente, llamémosle como queramos, que constituye lo más íntimo y fundamental del hombre, y que sigue viviendo después de la muerte. ¿Por qué no llamarlo alma? Como escribe Cerfaux, esta noción de alma, representada con los términos øõ÷Þ, ðíåýìá, etc., se hallaba difundida un poco por doquier en los tiempos neotestamentarios. Lucas la expresa en términos griegos (cf. Act 20:10; Lc 12:20). Se la encuentra en la literatura apócrifa. y en el rabinismo. Es concepción básica en la doctrina de la inmortalidad (con o sin resurrección). No hay razón alguna para privar de ella a San Pablo. 198 Tendríamos, pues, que en Pablo semita ese dualismo más o menos latente de la antropología judía queda muy acentuado, aproximándose así al dualismo abierto de los griegos.
Tengamos en cuenta que Pablo lleva ya mucho tiempo viviendo en estrecho contacto con la cultura griega. Poco antes de esta su afirmación sobre la supervivencia junto a Cristo después de la muerte, Pablo ha hablado del hombre exterior (ó Ýîù çìþí Üíèñùðïò) que se va desmoronando con las penalidades apostólicas, mientras que el interior (ó Ýóù) se va renovando y fortificando día tras día (4:16), expresiones que, como dice J. Héring, podrían estar escritas por Filón o cualquier otro platónico ^9. Hombre exterior, como está pidiendo el contexto, es para Pablo el hombre en su aspecto caduco, mortal y visible, que se va gastando y acabando con las fatigas apostólicas (cf. 4:8-11; 12:15); el hombre interior, por el contrario, de que vuelve a hablar en otras dos ocasiones (Rom 7:22; Ef 3:16), es el hombre en su yo profundo e invisible, abierto a la gracia divina, y en continuo avance de crecimiento hasta su culminación en la gloria eterna del cielo. Parece que, en el pensamiento de Pablo, la idea de hombre interior es afín a la idea de inteligencia (vous), esa faceta o parte más elevada del hombre con que juzgamos rectamente de las cosas morales, tan aludida entre los platónicos. Así se deduce de la comparación entre Rom 7:21-22, donde se habla de hombre interior, y Rom 7:23-25, en que dicha expresión queda sustituida por inteligencia. 200 Vemos, pues, que en Pablo hay una aproximación, incluso terminológica, al dualismo de los griegos. Ni ello se opone a la concepción unitaria del hombre y a que en realidad es el ser humano quien muere y es el ser humano el que será salvado.
Todavía una última observación. Pablo ha hablado de la supervivencia de los justos junto con Cristo, pero ¿qué pensar de los pecadores ? De su castigo en el juicio final habla Pablo con frecuencia; pero ¿y hasta entonces? La Iglesia católica afirma que, al igual que para los justos el premio, también para los pecadores el castigo comenzará a partir de la muerte. Es lo que claramente deja entenderse también en la parábola del rico epulón (cf. Lc 16:19-31). Pablo no dice nunca nada explícito al respecto; sin embargo, es obvio suponer que sea también ése su pensamiento, pues de lo contrario necesitaríamos una intervención milagrosa de Dios para traer de nuevo a los pecadores a la vida en orden al castigo, lo cual resulta muy extraño.
Dado, pues, que aquí la supervivencia no puede explicarse ya, como en el caso de los justos, por su vinculación a Cristo, ¿no estará ello suponiendo, lo mismo en la mente de Pablo que en la de la comunidad primitiva, la idea de una supervivencia natural del hombre, por razón de ese yo o substrato espiritual subsistente que llamamos alma? Así lo creemos.
II Corintios 12,1-21
Las revelaciones divinas de Pablo, 12:1-10.
1 Si es menester gloriarse, aunque no conviene, vendré a las visiones y revelaciones del Señor. 2 Sé de un hombre en Cristo que hace catorce años si en el cuerpo no lo sé, si fuera del cuerpo tampoco lo sé, Dios lo sabe fue arrebatado hasta el tercer cielo; 3 y sé que este hombre si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe 4 fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede decir. 5 De tales cosas me gloriaré, pero de mí mismo no he de gloriarme, si no es de mis flaquezas. 6 Si quisiera gloriarme, no haría el loco, pues diría verdad. Me abstengo, no obstante, para que nadie juzgue de mí por encima de lo que en mí ve y oye de mí, 7 a causa de la alteza, de mis revelaciones. Por lo cual, para que yo no me engría, fue me dada una espina en la carne, un emisario de Satanás, que me abofetea, para que no me engría. 8 Por esto rogué tres veces al Señor que se retirase de mí, 9 y El me dijo: Te basta mi gracia, que en la flaqueza llega al colmo el poder. Muy gustosamente, pues, continuaré gloriando me en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo. 10 Por lo cual me complazco en las enfermedades, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias por Cristo; pues cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte.
Continúa San Pablo haciendo el recuento de sus glorias. Aquí, sin embargo, más que en sus fatigas y penalidades, se fija en las revelaciones con que Dios le ha favorecido.
Aunque habla de visiones y revelaciones, en plural (v.1), concretando no describe sino una (v.2-4). Que tuvo muchas, nos consta por otros lugares (cf. Hec_9:3-9; Hec_16:9; Hec_18:9; Hec_22:18; Hec_27:23; 1Co_9:1; 1Co_15:8; Gal_1:12; Gal_2:2), y al menos algunas de ellas, como la de Damasco, eran perfectamente conocidas de los fieles. Aquí, sin embargo, se fija en una, a la que da una importancia especial y que describe como quien está haciendo la confidencia de un hecho desconocido. No da su nombre, sino que usa la perífrasis sé de un hombre en Cristo (= un cristiano, v.2), pero es claro que está refiriéndose a sí mismo (cf. v.7). La visión había tenido lugar hacía catorce años (v.2). Si, pues, la carta está escrita a fines del año 57, hemos de colocarla hacia los años 43-44, en los principios de sus tareas apostólicas. Del tiempo se acuerda perfectamente; el modo, en cambio, lo ignora. No sabe si fue en el cuerpo o fuera del cuerpo, es decir, si solamente fue su alma la que fue arrebatada hasta el tercer cielo o fue conjuntamente con el cuerpo. La expresión el tercer cielo (v.2), para designar el lugar donde mora Dios, está tomada del lenguaje que le era familiar, en conformidad con la ciencia astronómica de entonces, distinguiendo el cielo atmosférico, el de los astros y el superior o empíreo. Se corresponde con la otra expresión paraíso (v.3), que es de sabor más judío (cf. Gen_2:8), y ya fue empleada por Jesucristo para designar el lugar donde van las almas de los justos después de la muerte (cf. Lev_23:43). Allí, en ese paraíso o tercer cielo, San Pablo oyó palabras inefables que el hombre no puede decir (v.4). Se considera impotente para expresar lo que allí contempló. Todo hace suponer que el Apóstol llegó hasta el máximo que puede alcanzar una persona en la vida, acercándose a la directa contemplación de Dios.
Después de estas manifestaciones, San Pablo da como un paso atrás, temiendo que alguno le considere más de lo que es, y dice que, aunque pudiera gloriarse de la alteza de esas revelaciones que Dios le ha concedido, él prefiere gloriarse de sus flaquezas, que es cosa más suya (v.5-6). Con esta ocasión hace (v.7) una declaración importante: la de que, para que no se engriese con esas revelaciones, Dios le dio una espina en la carne, un emisario de Satanás, que le abofetee (?????? ?? ????? , ??????? ?????? , ??? ?? ???????? ). Mucho se ha discutido sobre el sentido de estas expresiones. Creemos, con la mayoría de los autores modernos (Cornely, Fillión, Prat, Alio, Spicq), que el Apóstol alude a alguna enfermedad corporal que le hacía sufrir fuertemente, sea en sentido físico, sea también en sentido moral, en cuanto parecía un obstáculo a su labor misionera. Lo más probable es qué esta enfermedad, sobre cuya naturaleza es aventurado afirmar nada concreto, sea la misma que la aludida en Gal_4:13-14. Nada tiene de extraño que la llame emisario de Satanás, pues era corriente entre los judíos atribuir las enfermedades al demonio (cf. Lev_13:16; Job_2:6); y, además, siempre es verdad que el demonio se aprovecha de todos los tantos (cf. 2:11) para hacernos daño y llevarnos al pesimismo 211.
San Pablo rogó tres veces al Señor, como Jesús en Getsemaní (cf. Mat_26:44), que le quitara esa enfermedad (v.8); pero, como Jesús, también él hubo de aceptar la prueba, confortado con la respuesta del mismo Jesús: Te basta mi gracia, que en la flaqueza llega al colmo el poder (v.9). Respuesta sublime, que constituye un magnífico resumen de la doctrina que Pablo ha venido inculcando en toda la carta. No es extraño, pues, que, apoyado en ella, vuelva a hacer lista de sus debilidades para gloriarse en ellas (v.10).
Por qué ha hecho su apología,Mat_12:11-21.
11 He hecho el loco: vosotros me habéis obligado. Porque necesitaba ser estimado de vosotros, pues en nada fui inferior a esos preclaros apóstoles, aunque nada soy. 12 Las señales de apóstol se realizaron entre vosotros en mucha paciencia, en señales y prodigios y milagros. 13 ¿Pues en qué habéis sido inferiores a las otras iglesias, sino en que no os fui gravoso ? Perdonadme este agravio. 14 He aquí que por tercera vez estoy para ir a vosotros, y no os seré gravoso; porque no busco vuestros bienes, sino a vosotros; pues no son los hijos los que deben atesorar para los padres, sino los padres para los hijos. 15 Yo de muy buena gana me gastaré y me desgastaré hasta agotarme por vuestra alma, aunque, amándoos con mayor amor, sea menos amado. 16 Bien, en nada os fui gravoso, pero en mi astucia os cacé con engaño. 17 ¿Os he explotado acaso por medio de alguno de los que os envié? 18 Yo animé a Tito a ir y envié con él al hermano; ¿acaso Tito os explotó ? ¿No procedimos ambos según el mismo espíritu? ¿No seguimos los mismos pasos?19 Hace tiempo creéis que tratamos de justificarnos ante vosotros. Ante Dios, en Cristo, hablamos; y todo, carísimos, para vuestra edificación. 20 Pues temo que cuando vaya no os halle cual querría y no me halléis vosotros cual querríais; temo que haya contiendas, envidias, iras, ambiciones, detracciones, murmuraciones, hinchazones, sedicio-es; 21 que al llegar de nuevo a vosotros sea de Dios humillado a causa vuestra, y tenga que llorar por muchos de los que antes pecaron y no hicieron penitencia de su impureza, de su fornicación y de su lascivia.
El Apóstol se queja de la pasividad de los corintios, que no han sabido defenderle frente a las calumnias de los adversarios. Por eso ha tenido que hacer el loco, defendiéndose y alabándose él (v.11). Y tenían motivos para conocerle, pues había vivido entre ellos en mucha paciencia, en señales, y prodigios y milagros (v.1a). Estos tres últimos términos prácticamente son equivalentes, y aluden a los milagros realizados por Pablo en Corinto; cosa, sin embargo, de que Lucas, al describirnos la estancia del Apóstol en aquella ciudad (cf. Hec_18:1-18), guarda silencio. Aparece, pues, claro que las narraciones de Lucas en los Hechos no siempre son completas.
La única cosa en que podéis quejaros de mí, añade irónicamente el Apóstol, es que no os fui gravoso (? .13), recibiendo de vosotros el sustento, como recibí de algunas otras iglesias (cf. 11:9) y, en general, exigían los demás apóstoles a las suyas (cf. 1Co_9:4-6). Y aún recalca la ironía: perdonadme este agravio. Luego, dejada toda ironía, dice que, al ir ahora a Corinto por tercera vez (cf. 13:1), piensa seguir con el mismo proceder, y que está dispuesto a gastarse y desgastarse por el bien de sus almas, aunque ellos cada vez le amen menos (v.14-15). Revela aquí San Pablo todo el amor de su corazón.
A continuación (v.16-18) responde a una calumnia que parece propalaban contra él sus adversarios: la de que engañaba astutamente a los corintios, diciendo que no les exigía nada, y enviando luego a sus colaboradores o delegados para recibir donativos, de los que él se aprovechaba. Pablo no responde directamente, sino que apela a la experiencia misma de los corintios. ¿Es que Tito os explotó? ¿No seguimos siempre ambos los mismos pasos? La alusión a la conducta de Tito parece referirse al tiempo de su estancia entre los corintios, cuando fue portador de la carta en lágrimas (cf. 7:6-7), no al de la visita para la colecta que ahora, en la presente carta, les notificaba (cf. 8:17). Eso no obsta para que el primer inciso: animé a Tito a ir y envié con él al hermano (v.18a), pueda referirse a la visita de la colecta, siendo aoristos epistolares, como en 8:17.
últimamente (v. 19-21), San Pablo deshace un reparo. Que no crean, como sin duda vienen pensando algunos desde que comenzaron a leer la carta, que trata de justificarse ante ellos, cual si fuera él el acusado y ellos los jueces. No; si ha hecho su apología, es simplemente porque la cree necesaria para edificación de los corintios, es decir, para su bien espiritual, de modo que no se dejen seducir por los que tratan de apartarles del recto camino (v.1g). Quiere evitar sentirse humillado al llegar a Corinto, por la conducta indigna de los que más bien debieran serle motivo de orgullo (cf. 1:14; 3:2; 7:4; 8:24; 9:2), viéndose obligado a castigar (v.20-21).