I Tesalonicenses 1 Sagrada Biblia (Nacar-Colunga, 1944) | 10 versitos |
1 Pablo y Silvano y Timoteo, a la iglesia de Tesalónica en Dios Padre y en el Señor Jesucristo: gracia y paz sean con vosotros.
2 Siempre estamos dando gracias a Dios por todos vosotros y recordándoos en nuestras oraciones,
3 haciendo sin cesar ante nuestro Dios y Padre memoria de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestra caridad y de la perseverante esperanza en nuestro Señor Jesucristo,
4 sabedores de vuestra elección, amados de Dios.
5 Pues nuestro evangelio entre vosotros no fue sólo en palabras, sino en poder y en Espíritu Santo y en mucha plenitud, según que sabéis cuáles fuimos entre vosotros para vuestro bien.
6 Os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, recibiendo la palabra con gozo en el Espíritu Santo, aun en medio de grandes tribulaciones,
7 hasta venir a ser ejemplo para todo los fieles de Macedonia y de Acaya.
8 Desde vosotros, en efecto, ha resonado la palabra del Señor, no sólo en Macedonia y en Acaya, sino que en todo Jugar vuestra fe en Dios se ha divulgado, sin que tengamos necesidad de decir palabra,
9 pues ellos mismos refieren la acogida que nos hicisteis y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero
10 y esperar del cielo a Jesús, su Hijo, a quien resucitó de entre los muertos, quien nos librará de la ira venidera.

Patrocinio

 
 

Introducción a I Tesalonicenses

Times New Roman ;;; Riched20 5.40.11.2210;

Epístola 1 a los Tesalonicenses.

Introducción.

La iglesia de Tesalónica.
Tesalónica, importante ciudad de Macedonia, situada al fondo del golfo Térmico en el mar Egeo, había sido evangelizada por San Pablo en su segundo viaje apostólico, cuando, obligado a dejar Filipos, se dirigía por la vía Egnatia hacia el Occidente, buscando campos apropiados para sembrar la palabra evangélica. Sobre detalles de la fundación de esta iglesia, ya hablamos al comentar Act 17:1-9.
Parece que los fieles procedían en su gran mayoría del gentilismo (cf. 1 Tes 1:9; Act 17:4). La manera como se expresa San Pablo en su carta da la impresión de que estaban siendo víctimas de intrigas y persecuciones (cf. 1 Tes 2:14; 3:1-5). Es casi seguro que los agitadores eran los judíos, numerosos en Tesalónica (cf. Hch_17:1-2 ), y que ya habían intrigado contra Pablo durante la evangelización de la ciudad, obligándole a salir de allí (cf. Act 17:5-10).

Ocasión de la carta.
Hay en la carta algunos datos que pueden darnos mucha luz. Dice el Apóstol que estaba tan preocupado por los tesalonicenses que, aun a trueque de quedar solo en Atenas, les envió a Timoteo para que les exhortara y confirmara en la fe, y que ahora, al volver Timoteo con buenas noticias, ha recibido gran alegría (cf. 3:1-6). Sabemos también que cuando Pablo escribe la carta, además de Timoteo, estaba con él Silas (cf. 1:1). Todos estos datos no parecen dejar lugar a duda de que la carta está escrita desde Corinto, en el segundo viaje apostólico, cuando, hacia el año 51, Silas y Timoteo, procedentes de Macedonia, se reunieron con Pablo (cf. Act 18:5). No consta que en el tercer viaje apostólico (54-58) San Pablo estuviera en Atenas, ni tampoco que tuviera por compañero a Silas, quien por esas fechas parece que acompañaba a San Pedro (cf. 1 Pe 5:12).
Supuesta la cuestión de tiempo, falta aún por determinar concretamente la ocasión o motivo de la carta. En realidad, esto ya casi queda indicado: las noticias que de Tesalónica llevó Timoteo. San Pablo había tenido que salir de allí precipitadamente a causa de las intrigas y persecución por parte de los judíos (cf. Act 17:5-10). Su estancia en Berea (cf. Act 17:11-14) y luego en Atenas (cf. Act 17:15-34), de donde pasó a Corinto (cf. Act 18:1), había sido corta. La preocupación por sus queridos tesalonicenses, a quienes había dejado en medio de la persecución, seguía aún fresca en su mente (cf. 1 Tes 2:17-3:5). La llegada de Timoteo con noticias sobre los tesalonicenses le indujo a escribir esta carta, una de las más afectuosas que salieron de su pluma, y cuando habían pasado sólo unos meses desde la fundación de aquella iglesia 294.

Estructura o plan general.
La carta es como un desahogo del corazón de Pablo ante las noticias que le da Timoteo (1-3), con una segunda parte de exhortaciones prácticas (4-5), en las cuales intercala la aclaración sobre la suerte de los difuntos y la parusía de Cristo, cuya fecha es desconocida y para la que debemos estar siempre preparados (4:13-5:11).
He aquí el esquema:
Introducción (1:1-10).
Saludo (1:1) y acción de gracias (1:2-10).
I. Pablo y los tesalonicenses (2:11-3:13).
a) Conducta de Pablo entre los tesalonicenses y elogio de éstos (2:11-16).
b) Deseo de volver a verles y alegría por las buenas noticias que
le dio Timoteo (2:17-3:13).
II. Exhortaciones morales (4:1-5:22).
a) Santidad de vida (4:1-12).
b) La resurrección de los muertos y la parusía (4:13-5:11).
c) Recomendaciones varias (5:12-22).
Epílogo (5:23-28).
Oración por los tesalonicenses (5:23-24) y súplicas finales (5:25-28).

Perspectivas doctrinales.
Contiene esta carta, la más antigua del epistolario paulino, la primera instantánea del apostolado cristiano en el mundo griego. Su interés, bajo este aspecto, es del todo singular y extraordinario, máxime teniendo en cuenta cuánto insisten hoy los críticos en hacer resaltar el poder creador de la comunidad primitiva, incluso en orden a puntos fundamentales de la fe cristiana. Pues bien, en este escrito, probablemente el más antiguo del Nuevo Testamento, tenemos ya los puntos fundamentales de esa fe cristiana, no puestos en serie, en una especie de catecismo o exposición dogmática, sino saliendo espontáneos de la pluma del Apóstol en una carta llena de frescor y sencillez pastoral.
Reduciendo a esquema doctrinal esas afirmaciones frescas y espontáneas de Pablo, podríamos distinguir cuatro grandes capítulos:
a) Dios es el principio y autor principal de la obra de la salud (cf. 1:9; 2:14).
b) Esta obra de salud la realiza Dios por mediación de Jesucristo, muerto y resucitado (cf. 4:14; 5:9-10), cuya segunda venida esperamos (cf. 2:19; 3:13; 5:23), momento en el que la salvación de cada uno, actual ya por la santificación del Espíritu (cf. 1:5-6; 4:8), se hará plena y definitiva (cf. 4:16-18; 5:11).
c) A la llamada de Dios el hombre debe responder con la fe y una vida de santidad y buenas obras (cf. 1:3; 2:13; 3:12-13; 4:1-12; 5:5-8).
d) Hay que tratar con especial veneración a los dirigentes o responsables de la comunidad (cf. 5:12).
Dejando ya la esquematización, que más bien es cosa nuestra, diremos que Pablo en esta carta no intenta exponer un punto doctrinal, como en la carta a los Romanos o en la carta a los Galanas, sino que su enfoque es meramente pastoral, es decir, animar a los tesalonicenses a llevar una vida verdaderamente cristiana (cf. 4:1-12; 5:1-22) y a no dejarse inquietar por los que atacan la autoridad de su misión de apóstol (cf. 2:3-12) ni por las tribulaciones que sufren (cf. 2:14-16; 3:1-13) ni por la suerte de sus muertos (cf. 4:13). Es al tratar de este último punto, cuando toca el tema de la parusía o segunda venida del Señor, tema candente, a lo que parece, en esa primera etapa del apostolado de Pablo. De él vamos a hablar un poco más detenidamente.
La parusía de Cristo: Es un término que Pablo repite varias veces (2:19; 3:13; 4:15; 5:23). Evidentemente, se está aludiendo al retorno glorioso del Señor, al final de los tiempos, para entrar triunfante en su gloria, acompañado de los elegidos, idea que es constante en todos los escritos neotestamentarios, úsese o no el término parusía (cf. 2 Tes 2:1; 1 Cor 15:23; Rom 8:19-24; Col 3:4; Act 3:20-21; Sant 5:7-8; 2 Pe 3:4-10; 1 Jn 2:28; Mt 24:37-39). Este término parusía era entonces de uso muy frecuente en el mundo griego, no ya sólo en su sentido general o etimológico de venida o presencia (cf. 1 Cor 16:17; 2 Cor 7:6-7; Fil 1:26), sino también en sentido ya técnico para indicar la entrada solemne de un soberano en su reino o en alguna ciudad que visitaba 295. Era, pues, fácil el tránsito al caso de Cristo entrando triunfante en su reino. Como dice Cerfaux, para las comunidades primitivas, la parusía es la gran fiesta cristiana esperada con impaciencia. 296
Una cosa conviene tener bien en cuenta desde un principio, y es que Pablo, al referirse a la parusía de Cristo, no está tratando de aclarar doctrinalmente cómo y cuándo tendría ésta lugar, sino que lo que intenta es inculcar a los tesalonicenses que no se deben entristecer por sus muertos, como los paganos, pues cuando llegue el retorno glorioso de Cristo, también ellos, junto con los que se hallen en vida, se unirán a Cristo para estar siempre con El (cf. 4:13-18); lo que sí importa mucho, ante la ignorancia de la fecha, es que vivan vigilantes, con una vida propia de cristianos (cf. 5:1-11). Estas dos ideas, la de esperanza del retorno glorioso de Cristo y la de vigilancia constante para que dicha venida no nos tome de sorpresa, las encontramos también en los Evangelios (cf. Mt 24:29-44; Mc 13:24-37; Lc 28:36), con lenguaje muy semejante, comúnmente denominado apocalíptico. Hay quienes piensan (Orchard, Spadafora.) en dependencia literaria de Pablo respecto a los Sinópticos, o también viceversa; sin embargo, no parece que existan tales dependencias, pues para explicar las semejanzas, lo mismo de doctrina que de expresiones, basta atender a que tanto los Sinópticos como Pablo se inspiran en las mismas tradiciones, procedentes de las enseñanzas escatológicas de Cristo (cf. 1 Tes 4:15), y a que ése era el lenguaje corriente en la apocalíptica judía 297.
Un punto resulta difícil, y es el relativo a cuál fuera el pensamiento de Pablo sobre la inminencia de la parusía, momento al que, según la perspectiva bíblica, van ligadas verdades fundamentales de nuestra religión, como la resurrección corporal de los muertos y el juicio final. Su modo de hablar en 4:15-17, usando la primera persona al referirse a los que se hallen en vida (çìåßò oí ò'üïíôåò oí ðåñéëåéðüìåíïé), parece dar por supuesto que él y sus lectores vivirán hasta el día de la parusía y, consiguientemente, ésta iba a ser inminente. El Apóstol se habría equivocado. La objeción es clásica, y ya la Pont. Comisión Bíblica, en 1915, se refirió a ella, diciendo que, sea una u otra la explicación, ha de ser siempre a base de no admitir error en el Apóstol, cosa que sería incompatible con el carisma de apostolado y con la inspiración de la Escritura 298.
Por de pronto, no obstante ese uso de la primera persona de plural, ya sería extraño suponer que Pablo estaba convencido de que ni él ni ninguno de sus lectores (pues la expresión afecta lo mismo a Pablo que a los destinatarios de la carta) habría de morir antes de la parusía. Ello nos obliga a ser muy cautos en la interpretación de esa expresión. Creemos que nada se opone a que la interpretemos como simple enálage de persona, es decir, ponerse él mismo en escena, aunque quizás no le afecte personalmente lo que allí se afirma (cf. Gal 5:26), cosa que no sabe. Incluso es posible, como algunos suponen, que la frase nosotros los vivos, los que quedamos, dos veces repetida, la recoja Pablo del uso entre los tesalonicenses, de modo parecido a lo que sucede en 1 Cor 6:12-14 con otras de los corintios, en cuyo caso la expresión paulina resultaría todavía más obvia y sencilla 2. Vamos a tratar de explicar más detenidamente la que creemos ser actitud de Pablo respecto a la parusía.
Creemos que Pablo, lo mismo al principio (cf. 1 Tes 5:1-11) que en medio (cf. 2 Cor 5:1-3) que al fin de su vida de apostolado (cf. 2 Tim 4:1-8), da claras muestras de que ignora el tiempo de la parusía; en consonancia con lo ya dicho por Cristo (cf. Mt 24:36; Act 1:7). Sin embargo, dentro de esa línea fundamental de pensamiento, parece que a lo largo de su vida apostólica hubo cierta evolución o cambio de enfoque al referirse a este tema. Todo da la impresión de que en un principio, al colocarse a sí mismo entre los vivientes del tiempo de la parusía (1 Tes 4:15-17), aunque en realidad no afirma nada concreto, pues puede explicarse la expresión como enálage de persona, está dejando traslucir cierta esperanza de que sea así, cosa que además sabemos que deseaba ardientemente (cf. 1 Cor 16:22; 2 Cor 5:2-4). Es la actitud de quien espera una cosa que está dentro de lo posible, e incluso tiene cierta esperanza de conseguirla, aunque en realidad nada sabe con certeza. Es bien seguro que si Pablo hubiera sabido con certeza que la parusía quedaba todavía muy lejos, no hubiera hablado del modo que lo hace; su lenguaje es el propio de quien no lo sabe, pero desea e incluso tiene confianza de que sea pronto. Algo parecido a lo que sucedía con la esperanza mesiánica para los israelitas del Antiguo Testamento: siempre estaban esperando esa época y la veían como al alcance de la mano, particularmente en tiempos de opresión y angustia, pero en realidad nada sabían sobre tiempos concretos.
Tal habría sido la actitud de Pablo en un principio, en que parece que sintió más intensamente que después la esperanza de vivir el instante de la parusía (cf. 1 Tes 4:13-5:11; 1 Cor 15:12-58). Poco a poco, probablemente bajo la presión de la experiencia, esa posible e incluso esperada proximidad de la parusía habría ido perdiendo ambiente en su mente, al igual que en la de los demás cristianos (cf. 2 Pe 3:8-10); de ahí que, más que llamar la atención de sus lectores hacia el momento de la parusía concepción escatológica futurista, al modo de la apocalíptica judía la llama hacia el hecho verdaderamente central de la salud mesiánica, que fue la muerte y resurrección de Cristo, hecho ya realizado, que nos afecta radicalmente a todos los cristianos (cf. Gal 2:20; Rom 8:1-11; Col_2:12-15 ; Ef 2:5-6). Hoy se insiste mucho en este cambio operado en el Apóstol, pasando de una concepción escatológica futurista a una concepción más bien de escatología presentista o realizada. 300 Creemos que es una realidad ese cambio. Pero notemos bien, contra lo que a veces suele afirmarse, que es sólo un cambio de enfoque, o de perspectiva, no un cambio de pensamiento o de doctrina. De hecho, también en las primeras cartas se hace refereacia a la obra de salud en nosotros por Cristo (cf. 1 Tes 4:8; 5:5.19; 2 Tes 2:13-14; 1 Cor 1:30; 3:16-17; 12:13); y, a su vez, en las posteriores se sigue haciendo referencia a la fase mesiánica de plenitud todavía futura (cf. Rom 8:18-25; Fil 3:20-21; Col 3:1-4; Tit 2:13-14). Como atinadamente dice Cerfaux, sólo confundiendo actitud, esperanzas y enseñanzas, puede decirse que Pablo cambia de parecer o que se contradice. 301
Todavía debemos tocar otra cuestión, a la que no todos responden del mismo modo. La cuestión puede quedar formulada con una pregunta: ¿por qué San Pablo, para consolar a los tesalanicenses, les remite a la esperanza de la resurrección en la parusía, y no habla más bien de que, a partir ya de la muerte, el justo será feliz junto a Cristo, conforme el mismo Pablo da claramente a entender en 2 Cor 5:6-10 y Fil 1:21-23?
Hay bastantes autores (J. Weiss, F. Guntermann, J. Dupont.) que a esto responden tomando como base que hubo en Pablo un cambio en su modo de concebir el ser del hombre. Dicen que en sus primeras cartas Pablo escribe bajo la idea de la concepción antropológica semita, con una visión unitaria del hombre, en el que alma y cuerpo no son sino aspectos o facetas de la única realidad viviente e indivisible, que es el hombre; de ahí la necesidad de referirse a la esperanza de la resurrección, pues para una mente semita es impensable un estado de gloria y felicidad sin el cuerpo. Sería la concepción que se refleja en 1 Tes 4:13-18 y 1 Cor 15:12-58. Más tarde, sin embargo, en cartas posteriores (cf. 2 Cor 5:1-10; Fil 1:21-23) Pablo escribirá bajo la idea de la concepción helenista, es a saber, con una visión más bien dualista del hombre, compuesto de cuerpo y alma, la cual puede vivir separada de él y es capaz sin él de dicha y de felicidad 302.
Pues bien, creemos que las frases paulinas deben ser examinadas en si mismas, y tratar de encasillar a Pablo, antes o después, en una concepción antropológica puramente semita o puramente griega, es olvidar su total independencia para proclamar el mensaje cristiano valiéndose de la terminología en uso, pero sin estar nunca atado a ninguna concepción antropológica determinada, ni la semita ni la helenista. Tanto más, que esa concepción llamada semita no era ya coto cerrado e intangible entre los judíos, como lo demuestra el libro de la Sabiduría al hablar de las almas en manos de Dios. llenos de inmortalidad (3:1-4) y de que el cuerpo corruptible agrava el alma (9:15) 303.
Por lo que se refiere concretamente a la cuestión propuesta, es cierto que con anterioridad a 2 Cor 5:6-8 no encontramos nunca frase alguna del Apóstol en que se refiera a la unión de los cristianos con Cristo en una vida feliz inmediatamente después de la muerte; pero deducir de ahí que Pablo dudó en un principio de ello y no tenía otra esperanza respecto de los difuntos que la de la antigua concepción judía, es a saber, existencia umbrátil en el sheol esperando la hora de la resurrección, sería llevar las cosas demasiado lejos. En efecto, todos sus escritos dan fe de que Pablo, ya desde sus primeras actividades apostólicas, supone al cristiano incorporado a Cristo, participando de su vida bajo la acción del Espíritu. Así lo dejan claramente entender las fórmulas: en Cristo-en Cristo Jesús-en el Señor., continuamente repetidas en sus cartas, eco de aquel cur me persequeris de la escena de Damasco (cf. Act 9:4). Pues bien, esto supuesto, no es concebible que, al mismo tiempo, considerara la muerte del cristiano como un descenso al sheol, a una existencia umbrátil, de letargo e inconsciencia, cual si Cristo no hubiese resucitado. Más lógico parece suponer que, desde un principio, Pablo tuvo unidas ambas ideas: fe en la resurrección corporal en la parusía y fe en la pervivencia junto a Cristo, a partir ya de la muerte, de ese yo o núcleo fundamental del ser humano, que en la terminología corriente llamamos alma y que Pablo mismo en 2 Cor 5:6-7 y Fil 1:21-23 dice que sigue subsistiendo después de la muerte.
Ninguna oposición hay entre ambas concepciones. Si en un principio Pablo insiste en lo de la resurrección corporal, es porque sólo entonces él hombre todo, en su parte carnal y espiritual, adquiere definitivamente su estado de dicha y felicidad junto a Cristo, y lo adquiere colectivamente, es decir, junto con los demás cristianos, en el gran día del triunfo de Cristo, derrotadas todas las potencias hostiles con repercusión en el cosmos entero (cf. 1 Cor 15:24-28; Rom 8:18-23). El segundo aspecto es, a saber, esa idea de pervivencia feliz junto a Cristo a partir de la muerte, es profundamente individualista, como muy bien dice el P. Lyonnet, mientras que el primero es esencialmente comunitario, y era éste sin duda el que dominaba su esperanza, lo mismo que la de los otros primitivos cristianos 304, máxime estando, como lo estaban, bajo el anhelo e incluso esperanza de la inminencia de la parusía. Es a esa etapa final del triunfo de Cristo a la que Pablo suele dirigir su pensamiento, sin prestar atención a la suerte de cada individuo en la etapa intermedia, cosa que hace respecto de sí mismo en un contexto muy distinto (cf. 2 Cor 5:6-7; Fil 1:21-23). Algo parecido, aunque al revés, de lo que sucede en Lucas, quien, al contrario que Pablo, parece fijarse sobre todo en la escatología individual (cf. Lc 16:22-31; 23:43), sin que eso quiera decir que no admita también (cf. Lc 21:8-36) la escatología general o colectiva 305.
Por lo demás, resultaría muy difícil de explicar que Pablo, en el breve tiempo que medió entre la primera y la segunda carta a los Corintios, hubiese cambiado de opinión. Más lógico resulta pensar que, desde un principio, mantenía unidas en su mente ambas concepciones: fe en la resurrección y fe en la pervivencia junto a Cristo a partir de la muerte 305*.


Fuente: Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)

Patrocinio

Notas

I Tesalonicenses 1,1-10

Introducción, 1:1-10.

Saludo epistolar, 1:1.
1 Pablo y Silvano y Timoteo, a la iglesia de Tesalónica en Dios Padre y en el Señor Jesucristo: gracia y paz sean con vosotros.

San Pablo asocia en el saludo a Silvano y a Timoteo, sus dos principales colaboradores en la fundación de las iglesias de Mace-donia (cf. Hec_15:40; Hec_16:3; Hec_17:14). En los Hechos se habla de Silas, no de Silvano; pero, evidentemente, se trata del mismo personaje. Parece ser que Silvano era el nombre latino, de cierta semejanza con el hebreo Silas, elegido por éste para sus relaciones con el mundo greco-romano.
Lo que Pablo y sus dos fieles colaboradores piden para los tesa-lonicenses es gracia y paz (????? ??? ?????? ), fórmula usual en las cartas paulinas y que ya hemos explicado anteriormente (cf. Rom_1:7). También hemos explicado el término iglesia, con que aquí es designada la comunidad cristiana de Tesalónica (cf. Hec_5:11). En cuanto a la expresión en Dios Padre y en el Señor Jesucristo (?? ??? ????? ??? ????? ????? ?????? ), es de notar que en el texto griego Dios Padre y Jesucristo van en la misma línea, bajo una misma preposición, expresándose así de algún modo, en lo que puede hacerlo una fórmula literaria, la unidad de la naturaleza divina en la diversidad de personas.
Por lo que respecta a la preposición en de dicha frase, resulta difícil precisar qué alcance deba dársele. No cabe duda que San Pablo se vale de esa partícula para significar la unión o comunión de la iglesia tesalonicense con el Padre y con Cristo; pero ¿de qué unión se trata? Muchos hablan de unión por la fe y la caridad, sin más explicaciones; otros creen que se alude a que la fundación y conservación de la iglesia tesalonicense, como de todas las demás, es obra del Padre como causa eficiente, y de Cristo como causa meritoria, resultando así íntima unión entre los tres extremos. Creemos que esa frase pregnante debe explicarse no sólo por su texto, sino teniendo en cuenta el conjunto de la doctrina paulina, como aparece en otros lugares. Y esta doctrina es que, si ya en el orden natural estamos como sumergidos en el elemento divino, de modo que vivimos y nos movemos en Dios (cf. Hec_17:28), mucho más en el orden sobrenatural, al entrar a formar parte de un cuerpo mistico, cuya cabeza es Cristo, sin cuya savia y unión a El no podemos vivir, y el cual, a su vez, está en el Padre, fuente y raíz primera de todo bien natural y sobrenatural. Es lo que ya antes había dicho Jesucristo: Yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad (Jua_17:23).

Acción de gracias por la conversión de los tesalonicenses,Jua_1:2-10.
2 Siempre estamos dando gracias a Dios por todos vosotros y recordándoos en nuestras oraciones, 3 haciendo sin cesar ante nuestro Dios y Padre memoria de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestra caridad y de la perseverante esperanza en nuestro Señor Jesucristo, 4 sabedores de vuestra elección, amados de Dios. 5 Pues nuestro evangelio entre vosotros no fue sólo en palabras, sino en poder y en Espíritu Santo y en mucha plenitud, según que sabéis cuáles fuimos entre vosotros para vuestro bien. 6 Os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, recibiendo la palabra con gozo en el Espíritu Santo, aun en medio de grandes tribulaciones, 7 hasta venir a ser ejemplo para todo los fieles de Macedonia y de Acaya. 8 Desde vosotros, en efecto, ha resonado la palabra del Señor, no sólo en Macedonia y en Acaya, sino que en todo Jugar vuestra fe en Dios se ha divulgado, sin que tengamos necesidad de decir palabra, 9 pues ellos mismos refieren la acogida que nos hicisteis y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero 10 y esperar del cielo a Jesús, su Hijo, a quien resucitó de entre los muertos, quien nos librará de la ira venidera.

Es la acostumbrada entrada en materia de las cartas paulinas, haciendo el elogio de los destinatarios en forma de acción de gracias a Dios.
Lo que aquí alaba el Apóstol en los tesalonicenses, y que le mueve a dar gracias a Dios 306, es su fidelidad al Evangelio, que concreta en la práctica de las tres virtudes teologales: obras de la fe, trabajos de la caridad, firmeza de la esperanza (v.3). Prácticamente obras de la fe y trabajos de la caridad son expresiones equivalentes, con alusión a las obras penosas y duras que los tesalonicenses venían realizando, en medio de las persecuciones, movidos por su fe y su caridad. En cuanto a la esperanza, más que referirla en general a la confianza de que Dios nos dará en su día los bienes del cielo, parece que San Pablo está pensando concretamente en la parusía o segunda venida de Cristo (cf. v.10), que es la preocupación que domina estas dos cartas a los tesalonicenses, alabando en ellos el que tantos trabajos sufridos no hayan enfriado su firme esperanza de la parusía. Es frecuente en San Pablo enumerar juntas, como hace aquí, las tres virtudes teologales, infundidas en el alma, junto con la gracia, desde el primer momento de la justificación, y que son como el compendio de la vida cristiana (cf. 1Co_13:13; Col_1:4-5). No tienen otra función que la de unirnos a Dios. A la cabeza está la fe, que es la que nos introduce en la vida cristiana; la esperanza nos coloca en un clima de gozo, que es propio de los hijos de Dios, y, finalmente, la caridad nos lleva a la intimidad con Dios viviendo su propia vida y su propio amor.
Otro motivo que mueve a San Pablo a dar gracias a Dios, cuando piensa en los tesalonicenses, es el saber que han sido objeto de la elección divina (v.4). No se trata aquí de la predestinación a la gloria o salvación final, en el sentido en que suelen hablar los teólogos, sino de la vocación eficaz a la fe o entrada en el cristianismo, como se describe luego en los versículos siguientes. Cierto que esta vocación a la fe tiene como resultado lógico la gloria eterna; pero este resultado, por culpa nuestra, puede fallar, y de él San Pablo nada dice (cf. Rom_8:28-30). Si emplea el término elección y no el de vocación, que es el corriente (cf. Rom_1:6; 1Co_1:24; 2 Tes i,n), quizá sea debido a que quiere hacer resaltar la singular benevolencia de Dios con los tesalonicenses en comparación con otros muchos; pues, aunque vocación y elección de hecho se identifican, la elección añade a la vocación la idea de preferencia. Mientras que la vocación mira al término de llegada (llamados a la fe o incorporación a Cristo), la elección se fija más bien en el punto de partida (elegidos de entre otros muchos).
A partir del v.5, San Pablo explica cómo tuvo lugar esa elección o entrada de los tesalonicenses en el cristianismo. El pues (??? ), más que causal, tiene sentido explicativo. Habla primeramente de que, cuando él les predicó el Evangelio, no fue sólo cuestión de palabras, como cuando se trata de una obra humana, sino que hubo manifiesta intervención de Dios, lo que era claro indicio de que los había elegido, pues así quería intervenir (v.5). En efecto, la expresión en poder y en Espíritu Santo y en mucha plenitud (?? ??????? ??? ?? ????????? áyíco ??? ?? ?????????? ????? ) claramente alude a una intervención especial divina, aunque, si tratamos de dar en detalle su sentido, la frase no es del todo clara. Hay bastantes autores que la interpretan en el sentido de que la predicación en Tesalónica habría sido acompañada de milagros (en poder) y de carismas (en Espíritu Santo), y todo eso en gran abundancia (en mucha plenitud). No consta, sin embargo, que San Pablo emplee nunca el término poder (??????? ), en singular, como equivalente de milagros. Por eso otros muchos autores, quizás más acertadamente, dan al término poder el sentido de acción o fuerza divina que acompañaba la predicación de Pablo, operando eficazmente en la conversión de los tesalonicenses; y esta fuerza procedía del Espíritu Santo, traduciéndose para Pablo en plena convicción de que tendría allí éxito su predicación, lo que le llenaba de entusiastico, cuya cabeza es Cristo, sin cuya savia y unión a El no podemos vivir, y el cual, a su vez, está en el Padre, fuente y raíz primera de todo bien natural y sobrenatural. Es lo que ya antes había dicho Jesucristo: Yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad (Jua_17:23).

Acción de gracias por la conversión de los tesalonicenses,Jua_1:2-10.
2 Siempre estamos dando gracias a Dios por todos vosotros y recordándoos en nuestras oraciones, 3 haciendo sin cesar ante nuestro Dios y Padre memoria de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestra caridad y de la perseverante esperanza en nuestro Señor Jesucristo, 4 sabedores de vuestra elección, amados de Dios. 5 Pues nuestro evangelio entre vosotros no fue sólo en palabras, sino en poder y en Espíritu Santo y en mucha plenitud, según que sabéis cuáles fuimos entre vosotros para vuestro bien. 6 Os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, recibiendo la palabra con gozo en el Espíritu Santo, aun en medio de grandes tribulaciones, 7 hasta venir a ser ejemplo para todo los fieles de Macedonia y de Acaya. 8 Desde vosotros, en efecto, ha resonado la palabra del Señor, no sólo en Macedonia y en Acaya, sino que en todo Jugar vuestra fe en Dios se ha divulgado, sin que tengamos necesidad de decir palabra, 9 pues ellos mismos refieren la acogida que nos hicisteis y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero 10 y esperar del cielo a Jesús, su Hijo, a quien resucitó de entre los muertos, quien nos librará de la ira venidera.

Es la acostumbrada entrada en materia de las cartas paulinas, haciendo el elogio de los destinatarios en forma de acción de gracias a Dios.
Lo que aquí alaba el Apóstol en los tesalonicenses, y que le mueve a dar gracias a Dios 306, es su fidelidad al Evangelio, que concreta en la práctica de las tres virtudes teologales: obras de la fe, trabajos de la caridad, firmeza de la esperanza (v.3). Prácticamente obras de la fe y trabajos de la caridad son expresiones equivalentes, con alusión a las obras penosas y duras que los tesalonicenses venían realizando, en medio de las persecuciones, movidos por su fe y su caridad. En cuanto a la esperanza, más que referirla en general a la confianza de que Dios nos dará en su día los bienes del cielo, parece que San Pablo está pensando concretamente en la parusía o segunda venida de Cristo (cf. v.10), que es la preocupación que domina estas dos cartas a los tesalonicenses, alabando en ellos el que tantos trabajos sufridos no hayan enfriado su firme esperanza de la parusía. Es frecuente en San Pablo enumerar juntas, como hace aquí, las tres virtudes teologales, infundidas en el alma, junto con la gracia, desde el primer momento de la justificación, y que son como el compendio de la vida cristiana (cf. 1Co_13:13; Gol 1:4-5). No tienen otra función que la de unirnos a Dios. A la cabeza está la fe, que es la que nos introduce en la vida cristiana; la esperanza nos coloca en un clima de gozo, que es propio de los hijos de Dios, y, finalmente, la caridad nos lleva a la intimidad con Dios viviendo su propia vida y su propio amor.
Otro motivo que mueve a San Pablo a dar gracias a Dios, cuando piensa en los tesalonicenses, es el saber que han sido objeto de la elección divina (v.4). No se trata aquí de la predestinación a la gloria o salvación final, en el sentido en que suelen hablar los teólogos, sino de la vocación eficaz a la fe o entrada en el cristianismo, como se describe luego en los versículos siguientes. Cierto que esta vocación a la fe tiene como resultado lógico la gloria eterna; pero este resultado, por culpa nuestra, puede fallar, y de él San Pablo nada dice (cf. Rom_8:28-30). Si emplea el término elección y no el de vocación, que es el corriente (cf. Rom_1:6; 1Co_1:24; 2Te_1:11), quizá sea debido a que quiere hacer resaltar la singular benevolencia de Dios con los tesalonicenses en comparación con otros muchos; pues, aunque vocación y elección de hecho se identifican, la elección añade a la vocación la idea de preferencia. Mientras que la vocación mira al término de llegada (llamados a la fe o incorporación a Cristo), la elección se fija más bien en el punto de partida (elegidos de entre otros muchos).
A partir del v.5, San Pablo explica cómo tuvo lugar esa elección o entrada de los tesalonicenses en el cristianismo. El pues (??? ), más que causal, tiene sentido explicativo. Habla primeramente de que, cuando él les predicó el Evangelio, no fue sólo cuestión de palabras, como cuando se trata de una obra humana, sino que hubo manifiesta intervención de Dios, lo que era claro indicio de que los había elegido, pues así quería intervenir (v.5). En efecto, la expresión en poder y en Espíritu Santo y en mucha plenitud (?? ??????? ??? ?? ????????? áyíco ??? ?? ?????????? ????? ) claramente alude a una intervención especial divina, aunque, si tratamos de dar en detalle su sentido, la frase no es del todo clara. Hay bastantes autores que la interpretan en el sentido de que la predicación en Tesalónica habría sido acompañada de milagros (en poder) y de carismas (en Espíritu Santo), y todo eso en gran abundancia (en mucha plenitud). No consta, sin embargo, que San Pablo emplee nunca el término poder (??????? ), en singular, como equivalente de milagros. Por eso otros muchos autores, quizás más acertadamente, dan al término poder el sentido de acción o fuerza divina que acompañaba la predicación de Pablo, operando eficazmente en la conversión de los tesalonicenses; y esta fuerza procedía del Espíritu Santo, traduciéndose para Pablo en plena convicción de que tendría allí éxito su predicación, lo que le llenaba de entusiasmo y de valor. Casi con las mismas palabras describe el Apóstol su predicación en Corinto (cf. 1Co_2:5); con la diferencia de que en Corinto su estado de ánimo era diverso, y en lugar de la plenitud (?????????? ) que le venía de arriba, se encontraba en debilidad, temor y mucho temblor (cf. 1Co_2:3).
Los tesalonicenses, a pesar de las persecuciones, recibieron con gran alegría y fervor la predicación hecha en esas condiciones (v.6); y eso corrió en seguida por todas partes, con gloria y contento del Apóstol (v.7-10). Lo de que en todo lugar, y no sólo en Macedonia y en Acaya, se ha divulgado la fe de los tesalonicenses (v.8) tiene evidentemente su parte de hipérbole. Quizás por Priscila y Aquila, que acababan de llegar de Roma (cf. Hec_18:2), supo que hasta en Roma las comunicaciones con la capital eran continuas se hablaba de cómo se había recibido el Evangelio en Tesalónica, y ello hizo que escribiera entusiasmado y para alabanza de los tesalonicenses: en todo lugar se habla de vosotros. De hecho, concreta luego el Apóstol, a cualquier parte que llega no necesita contar cómo fue su predicación en Tesalónica, pues se adelantan a decirle cómo le recibieron y cómo se convirtieron de los ídolos al Dios vivo y esperar el retorno glorioso de Jesús, quien nos librará de la ira venidera (?????? ??? ???????? ???? ?? ??? ????? ??? ????????? ). En estas últimas palabras hay una clara alusión a la parusía, tema dominante de estas cartas. Aunque el verbo griego está en presente (???????? ), ningún inconveniente hay en traducir librará con valor de futuro, como en otras ocasiones (cf. Lev_22:20), con referencia al castigo que al final de los tiempos vendrá sobre los malvados (cf. 2Te_1:8-9). Ni con esto se excluye el juicio particular, que seguirá enseguida después de la muerte (cf. Flp_1:23), sino que Pablo, a la manera de los antiguos profetas, suele presentar bajo una sola perspectiva, la del juicio final, las diversas manifestaciones del juicio divino. De suyo no habría inconveniente en traducir nos libró, en pasado, pues la victoria ha sido ya ganada con la muerte y resurrección de Cristo, a la que nos incorporamos en el bautismo.
Es de notar la expresión Dios vivo y verdadero (v.g), en contraposición a la muerte y mentira de los ídolos (cf. Jer_10:1-16; Jua_17:3; 1Co_8:4-6). Eso es lo que nos diferencia de los gentiles, así como la esperanza en Jesús es lo que nos diferencia de los judíos. En este último versículo (v.10), no obstante su brevedad, se contienen los principales elementos del dogma cristiano sobre Jesucristo: filiación divina, muerte redentora, resurrección gloriosa, segunda venida como juez supremo.