II Tesalonicenses  2 Sagrada Biblia (Nacar-Colunga, 1944) | 17 versitos |
1 Por lo que hace a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con El, os rogarnos, hermanos,
2 que no os turbéis de ligero, perdiendo el buen sentido, y no os alarméis, ni por espíritu, ni por discurso, ni por epístola atribuida a nosotros, como si el día del Señor estuviese inminente.
3 Que nadie en modo alguno os engañe, porque antes ha de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre del pecado, el hijo de la perdición,
4 que se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta sentarse en el templo de Dios y proclamarse Dios a sí mismo.
5 ¿No recordáis que estando entre vosotros ya os decía esto?
6 Y ahora sabéis qué es lo que le contiene, hasta que llegue el tiempo de manifestarse.
7 Porque el misterio de iniquidad está ya en acción; sólo falta que el que le retiene sea apartado."
8 Entonces se manifestará el inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca, destruyéndole con el esplendor de su venida;"
9 aquel inicuo, cuya venida, por acción de Satanás, irá acompañada de todo género de portentos, señales y prodigios engañosos,
10 y de seducciones de iniquidad para los destinados a la perdición, por no haber recibido el amor de la verdad que los salvaría.
11 Por eso Dios les envía un poder engañoso,
12 para que crean en la mentira y sean condenados cuantos, no creyendo en la verdad, se complacieron en la iniquidad.
13 Pero nosotros debemos dar incesantes gracias a Dios por vosotros, hermanos amados del Señor, a quienes Dios ha elegido como primicias para haceros salvos por la santificación del Espíritu y la fe en la verdad.
14 A ésta precisamente os llamó por medio de nuestra cvangelización, para que alcanzaseis la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
15 Manteneos, pues, hermanos, firmes y guardad las tradiciones en que habéis sido adoctrinados, ya de palabra, ya por carta nuestra.
16 El mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que de gracia nos amó y nos otorgó una consolación eterna, una buena esperanza,
17 consuele vuestros corazones y los confirme en toda obra y palabra buena.

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Introducción a II Tesalonicenses 

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Epístola 2 a los Tesalonicenses.

Introducción.

Ocasión de la carta.
No tenemos datos precisos ni sobre el tiempo ni sobre los motivos de esta segunda carta a los tesalonicenses. El hecho, sin embargo, de que con el Apóstol se hallen Silas y Timoteo (cf. 1:1), igual que cuando escribió la primera, induce en seguida a pensar que no son muy distantes las fechas. Tanto más, que el estado de la iglesia de Tesalónica, que supone esta carta, es en todo semejante al de la primera, y el lenguaje de Pablo muy semejante también, con fórmulas literarias no pocas veces idénticas, sin duda porque seguían todavía frescas en su mente. De hecho, entre los autores es general la opinión de que esta segunda carta a los tesalonicenses está escrita desde Corinto, a muy poca distancia de la anterior. Quizá en los primeros meses del año 52.
En cuanto a la ocasión o motivos que indujeron al Apóstol a escribirla, aunque no haya datos precisos, puede deducirse con bastante seguridad de la lectura de la misma. Las relaciones comerciales entre Tesalónica y Corinto eran continuas, y Pablo debió de enterarse muy pronto del efecto que causó entre los tesalonicenses su primera carta. Todo hace suponer, en efecto, que quedaron tranquilos en lo referente a la suerte de sus familiares muertos, habiéndoles asegurado claramente el Apóstol que no se hallarían en condiciones de inferioridad en el día de la parusía; en cambio, por lo que se refiere al segundo aspecto de la crisis, o sea, el de la convicción de que la parusía sobrevendría en un plazo muy breve, parece que la primera carta, con sus afirmaciones generales de que vendrá de improviso, como el ladrón en la noche, debiendo estar siempre preparados, más bien acentuó el problema. Sobre todo, porque pronto aparecieron algunos más exaltados que hacían circular alarmantes noticias sobre el particular, apoyándose en propias revelaciones y en supuestas cartas de Pablo (cf. 2 Tes 2:2; 3:17).
Ni paró la cosa en el campo teórico, sino que rápidamente se extendió también en el de la práctica. Si, cuando la primera carta, los fuera de orden, que no querían trabajar, estaban todavía en número restringido y Pablo alude a ellos sin hacer hincapié especial (cf. 1 Tes 4:11; 5:14), ahora, dada la manera de hablar del Apóstol (cf. 2 Tes 3:6-15), debía de haber aumentado considerablemente el número.
Ante este doble error, teórico y práctico, de fatales consecuencias para la vida de la comunidad, Pablo siente la necesidad de poner enseguida remedio, y con el primer correo envía a los tesalonicenses esta nueva carta.

Estructura o plan general.
Más aún que en la primera, el contenido o tema de esta segunda carta a los tesalonicenses es casi exclusivamente escatológico. Después de la parte introductoria, haciendo el elogio de los tesalonicenses y aludiendo a la retribución que les espera (v.1), el Apóstol trata de precisar su pensamiento en lo relativo a la proximidad de la parusía, sin retirar en nada sus afirmaciones anteriores sobre la incertidumbre de esa fecha, pero añadiendo, en consonancia con lo que ya había anunciado Jesucristo, que habrán de preceder ciertas señales (c.2), y como esas señales todavía no han llegado, sigúese que no hay motivo de turbación de ninguna clase (c.2), ni tampoco para ese proceder de los que, demasiado exaltados por el futuro acontecimiento, no querían trabajar (c.3).
A continuación damos el esquema de la carta:
Introducción (1:1-12).
Saludo (1:1-2) y acción de gracias (1:3-12).
I. La parusía o segunda venida de Jesucristo (2:1-17).
a) La parusía y sus signos precursores (2:1-12)
b) Constancia en la fe (2:13-17).
II. Exhortaciones morales (3:1-15).
a) Demanda de oraciones y confianza en los tesalonicenses (3:1-5).
b) Cuidado con los que no quieren trabajar (3:6-15).
Epílogo (3:16-18).
Saludos (3:16-17) y bendición final (3:18).

Perspectivas doctrinales.
Igual que la primera, también esta segunda carta a los tesalonicenses es de carácter esencialmente pastoral. No se trata de exponer un determinado punto doctrinal, sino simplemente de seguir animando a los tesalonicenses a que se mantengan firmes en su fe y en la práctica de la vida cristiana, sin dejarse turbar por las persecuciones ni por las alarmas de una parusía inminente. En orden a lo primero, les recuerda, como motivo de consuelo, que existe un justo juicio de Dios, que a su tiempo premiará a los justos y castigará a los pecadores (cf. 1:4-12); y, en orden a lo segundo, insiste en que, antes de que llegue la parusía, habrán de proceder ciertos signos anunciadores (cf. 2:1-12). El que ahora, al hablar de la parusía, insista en la dilación, diciendo que deberán preceder ciertas señales, cosa que no había dicho en la primera carta, no es motivo para suponer que entonces pensase de otra manera; si aquí insiste en eso, es porque así convenía contra esos fieles exageradamente exaltados ante la inminencia de la parusía que incluso dejaban de trabajar (cf. 3:6-15), mientras que en la primera carta no tenía por qué aludir a la demora, sino más bien ponerse en la hipótesis de una parusía relativamente cercana, contentándose con insistir en la necesidad de la vigilancia. De esos dos puntos: juicio futuro y señales de la parusía, vamos a tratar más en detalle.
El juicio futuro. La idea de un futuro juicio divino universal, sobre justos y pecadores, al que Pablo aludirá frecuentemente en sus cartas (cf. 1 Cor 3:13-16; 2 Cor 5:10; Gal 6:7-9; Rom 2:5-16; 14, 10-12; Gol 3:24-25; 2 Tim 4:1), la tenemos expresada ya claramente en esta segunda carta a los tesalonicenses (1:5-10). En la primera Pablo había aludido ya a este juicio, pero muy someramente (cf. 1 Tes 1:10; 5:9).
La descripción que de este juicio hace el Apóstol, recoge elementos tradicionales del género apocalíptico judío, adaptados a la nueva fe en Cristo. Son claras las reminiscencias literarias de Is 2:10-21 y 66:4-16 en los v.8-9: Tomando venganza con llamas de fuego. lejos de la faz del Señor. Todo esto es muy de tener en cuenta, para no dar a las expresiones paulinas un sentido demasiado concreto y literal; pues en el estilo apocalíptico no siempre es fácil saber dónde termina el símbolo y dónde comienza la realidad. De lo que no cabe duda es de que Pablo afirma el hecho de ese futuro juicio divino universal., juicio del que dice en sus cartas que pertenece a Dios (cf. Rom 14:10), pero cuya ejecución queda confiada a Jesucristo (cf. Rom 2:16), hasta el punto de que ese momento final definitivo es presentado como el día de Jesucristo o del Señor (cf. 1 Tes 5:2; 2 Tes 1:7; 1 Cor 1:8; 2 Cor 1:14; Fil 1:10).
Esta idea de un juicio final universal no excluye que también Pablo, en otros lugares de sus cartas, hable de juicios actuales de Dios, interviniendo en el curso de la historia (cf. Rom 1:18-32; 1 Cor 11:30-32); pero su atención, igual que la de los demás autores neotestamentarlos 318, va sobre todo a ese juicio último y definitivo, que debe asegurar el triunfo de la voluntad divina, rompiendo todas las resistencias que encuentre, lo mismo entre los hombres (cf. 2 Tes 1:6-9; Rom 2:12-16) que entre los poderes que dominan en el mundo (cf. 2 Tes 2:7-8; 1 Cor 15:25-28; Rom 16:20). Es presentado como un juicio público, a vista de todo el universo, donde cada uno recibirá lo que merece por sus obras y por su actitud frente a Cristo 319. En definitiva, se trata de la victoria de Dios y de Cristo, a la que se da amplitud cósmica, donde el plano físico no sólo no aparece disociado, sino que aparece ligado en cierto modo al plano moral (cf. 1 Cor 15:24-28; Rom 8:19-23).
Todavía una última consideración. Este juicio público final no excluye que haya habido antes un juicio divino particular, determinando la suerte de cada uno. Pablo no habla nunca explícitamente de este juicio particular; pero claramente lo deja entender en el hecho mismo de hablar de cristianos que resucitarán en gloria (cf. 1 Cor 15:52; 1 Tes 4:14) y dejar otros muchos hombres como señalados para el juicio público de condenación (cf. 2 Tes 1:8; Rom 2:8). Esto supone una discriminación previa, que es lo que solemos llamar en teología el juicio particular. Dicho juicio se realizará para todo hombre a partir del momento mismo de la muerte; de ahí que Pablo pueda decir que para él la muerte será una ganancia (cf. Fil 1:23; 2 Gor 5:8).
Las señales de la parusía. Tratando Pablo de calmar las inquietudes de los tesalonicenses (cf. 2:1-2), les dice que, antes de que tenga lugar la parusía ha de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre del pecado (2:3), habiendo en la actualidad un obstáculo que está impidiendo la manifestación de ese hombre del pecado (2:6-7); pero, apartado ese obstáculo, se manifestará el hombre del pecado, el cual será destruido fulminantemente por Cristo en su parusía (2:8).
Esto es lo que escribe Pablo en 2 Tes 2:1-12, pasaje que sin duda tenemos que considerar como uno de los más oscuros de todas sus cartas 320. En resumen, se trata de concretar qué apostasía es esa a que alude, quién ese hombre del pecado y cuál ese obstáculo que está deteniendo la manifestación del hombre del pecado. Las respuestas han sido muy varias y debemos reconocer que no se ha presentado ninguna plenamente satisfactoria. Apenas podemos salir de conjeturas. Lo que ya en su tiempo decía San Agustín refiriéndose al obstáculo: Sinceramente confieso que no sé a qué se refiere el Apóstol 321, podemos aplicarlo en cierto modo a todo el pasaje; de ahí las innumerables interpretaciones que se han propuesto. Sin embargo, es evidente que algo habrá querido decir Pablo. Trataremos, pues, de presentar aquellas interpretaciones que nos parezcan más probables.
Por de pronto, una cosa juzgamos cierta, y es que todo eL pasaje, de marcado sabor apocalíptico, está dentro del marco tradicional veterotestamentario que, a partir ya del Génesis, presenta a Satanás y sus fautores terrenos enfrentándose a la acción divina entre los hombres (cf. Gen 3:4-5; Is 14:13-15; Ez 28:2-10; Dan_7:19-27 ; Sal 2:1-5; Sab 2:10-24). La única diferencia, por lo demás muy lógica, es que las fuerzas anti-Dios del Antiguo Testamento se presentan ahora como anti-Cristo, sin que por eso dejen de ser anti-Dios. Como entonces, también ahora, por dura que sea la lucha, la victoria definitiva está de parte de Dios y de los suyos (cf. 2:8-12).
Hasta aquí no hay dificultad. Sea una u otra la interpretación concreta de esas enigmáticas expresiones paulinas, la verdad teológica fundamental quedará siempre la misma: victoria de Dios y de los suyos en la lucha contra el mal. Sin embargo, esa conclusión es demasiado general, y parece claro que Pablo, al hablar de apostasía., manifestación del ser humano del pecado., obstáculo, está refiriéndose a acontecimientos concretos en una época determinada. ¿Cuáles pueden ser?
No pocos autores (Orchard, Romeo, Spadafora, Rinaldi.) interpretan el pasaje paulino dentro de una perspectiva histórica, es decir, con referencia a la destrucción de Jerusalén. La expresión paulina hombre del pecado, nada extraña dentro del estilo apocalíptico, aludiría al judaísmo ciego e impenitente de entonces; a su vez, el obstáculo sería la autoridad romana, que tenía a raya a la sinagoga (Spadafora) o también la Iglesia cristiana de Jerusalén, que con sus oraciones era allí como un oasis aplacando a Dios, hasta que, obligada por las persecuciones, hubo de abandonar Jerusalén, dejando así el camino libre a la impiedad de los judíos y al castigo divino (Brunec). Creemos, por nuestra parte, que esta interpretación, limitando la perspectiva de Pablo a la destrucción de Jerusalén y del pueblo judío, no responde a lo que está pidiendo el contexto todo del pasaje, que hace explícita referencia a la parusía (2:1; cf. 1 Tes 4:13-5.11) y final de los tiempos (2:8-12; cf. 1:5-10). Tampoco encontramos base para explicar las expresiones paulinas como alusivas a personajes y situaciones de aquella época histórica, conforme suponen no pocos críticos, que en el hombre del pecado ven señalado a Calígula, Nerón o algún otro de los emperadores con pretensiones de honores divinos, y en el obstáculo ven a los que se oponían a esas pretensiones 322. Creemos que el tono todo del pasaje, fuertemente enraizado en el pensamiento vetero-testamentario y en la catequesis apostólica, apunta más bien a acontecimientos futuros de dimensiones cósmicas, y no a hechos y personajes concretos contemporáneos.
Esto supuesto, ¿cuál podrá ser la significación precisa de las expresiones paulinas? No ofrece seria dificultad la referencia a la apostasía (2:3). Parece que, incluso en la apocalíptica judía, la apos-tasía entró como elemento normal en las descripciones escatológicas, a partir del i Mac 2:15-16; tanto que se hizo popular la expresión dolores de parto mesiánico, para señalar esas persecuciones y tiempos difíciles que precederán a la venida del Mesías 323. También Jesucristo, según la narración de los evangelistas, habló de que al final de los tiempos surgirán pseudoprofetas que engañarán a muchos y habrá gran enfriamiento en la caridad, con peligro de ser seducidos incluso los elegidos, si ello fuera posible (cf. Mat_24:11-12 .24; Lc 18:8). La misma doctrina encontramos en el Apocalipsis, hablando de la bestia que luchará con los fieles y los vencerá, quedando sólo aquellos cuyos nombres están en el libro de la vida (cf. Ap 13:7-8). Esta referencia, pues, que hace Pablo a la apostasía, como signo precursor a la parusía, está dentro de la creencia cristiana primitiva; de ahí que pueda escribir a sus lectores: ¿No recordáis que estando entre vosotros ya os decía esto ? (2:5),
Más dificultad ofrecen las otras dos expresiones hombre del pecado y obstáculo. Comenzando por hombre del pecado, la primera cuestión es la de saber si Pablo estará pensando en un personaje concreto individual, o más bien en una colectividad, es, a saber, el conjunto de las fuerzas del mal que se oponen a Cristo. La opinión tradicional, a la que algunos teólogos quisieron incluso dar valor dogmático 324, ha sido la de que se trata de una persona concreta e individual, sumamente perversa y fascinadora, que aparecerá al final de los tiempos y provocará la gran apostasía. Así parecen pedirlo las expresiones hombre del pecado, hijo de la perdición, etcétera, conque lo designa San Pablo. Éste personaje recibirá luego en la tradición eclesiástica la denominación de Anticristo, expresión que vemos ya empleada en i Jn 2:18-22 y 4:3. Sin embargo, hoy son muchos los autores (Alio, Buzy, Amiot, Bonsir-ven.) que suponen en Pablo la idea de un Anticristo más bien colectivo, pues en los v.6-8 lo concibe como algo que se manifestará en el futuro, pero que ya está operando en la actualidad y que podría manifestarse en el presente a no haber obstáculo que se lo esté impidiendo. Esto supone que coexiste con la generación de Pablo y lo mismo coexistirá con las generaciones venideras, aunque hay un obstáculo que impide su plena manifestación, la cual llegará únicamente cuando desaparezca el obstáculo; es entonces cuando dichas fuerzas del mal o Anticristo lograrán la apostasía.
Realmente la respuesta no es fácil. En orden a una interpretación de Anticristo colectivo, no sería dificultad el que San Pablo, para describirlo, emplee rasgos personales (v.3-4), pues es corriente en el estilo apocalíptico pintar las colectividades bajo símbolos individuales^ (cf. Dan 7:1-28; Ap 6:1-8), tanto más que algunas veces se trata de imágenes ya hechas. Pero ¿es seguro que en los v.6-7 San Pablo concibe al Anticristo como ya actuando? Creemos que la cosa no es clara. Propiamente no se dice que el obstáculo actúa contra el Anticristo, sino que impide que se revele el Anticristo; la actuación es más bien contra el misterio de iniquidad (v.7), y no es seguro que, en el pensamiento de Pablo, este misterio de iniquidad haya de identificarse con el Anticristo. Dada la implicación de Satanás en toda esta lucha contra Cristo (cf. v.g), es muy posible que Pablo esté pensando en el plan maligno de Satanás para frustrar en cuanto sea posible la obra de Cristo 325, plan que Satanás está llevando a cabo en vida de San Pablo, valiéndose de esos muchos anticristos, de que habla San Juan (1 Jn 2:18). Pero hay un obstáculo que lucha contra ese misterio de iniquidad; de no existir tal obstáculo, el misterio de iniquidad provocaría la revelación del Anticristo, personaje en el que alcanzaría su punto culminante toda la lucha de los anticristos anteriores. Tendremos, pues, un Anticristo individual, y no sólo colectivo. Todo bien pensado, quizás sea ésta la interpretación que mejor responda al texto paulino 326.
En cuanto al obstáculo, la problemática es todavía mayor. No es posible precisar la naturaleza de ese obstáculo o impedimento que está deteniendo la manifestación del Anticristo (v.6-7). Entre las innumerables hipótesis propuestas señalaremos únicamente las tres que se hallan más difundidas y que, a nuestro juicio, merecen ser tomadas seriamente en consideración 327.
Primeramente, la que pudiéramos llamar opinión tradicional, sostenida ya por bastantes Padres y que todavía siguen hoy defendiendo muchos autores (Fillion, Vosté, Bover, Holzner.). El obstáculo que se opone al misterio de la iniquidad y está impidiendo la revelación del Anticristo sería, en la mente de Pablo, el imperio romano (ôï êáôÝ÷ïí) y su representante el emperador (ó êáôÝ÷ùí), no precisamente en cuanto determinada realidad concreta material, sino mirando más bien al aspecto formal, es decir, al orden civil o principio mismo de autoridad, entonces como encarnado en el imperio romano. De hecho, Pablo acude a las autoridades civiles para defenderse de sus enemigos (cf. Act 25:11-12), y los considera como representantes de Dios en orden a la represión del mal (cf. Rom 13:1-7). Nada tendría, pues, de extraño que mirase al imperio romano y al orden que éste representaba, como un obstáculo para la difusión de las fuerzas del mal y la manifestación del Anticristo.
Otra opinión, que cada día va ganando más terreno (Alio, Buzy, Huby, Amiot), es la de que ese obstáculo son los predicadores evangélicos, que extienden por el mundo la buena nueva de Cristo. Sus defensores se apoyan sobre todo en las semejanzas de este pasaje paulino con Ap 11:3-10, donde, bajo el símbolo de los dos testigos, se alude a los predicadores evangélicos, que serán vencidos y muertos por la bestia una vez que hayan acabado de proclamar su testimonio. No cabe duda que las semejanzas son sorprendentes: como los dos testigos vencen a sus enemigos mientras ejercen su oficio de predicar (cf. Ap 11:5) y únicamente cuando acaban su testimonio serán vencidos por la bestia, dejándole libre el campo en su lucha contra Dios (cf. Ap 11:7-10; 13:7-8), así el obstáculo de San Pablo está venciendo a las fuerzas del anticristo (cf. v.6) y únicamente será vencido al final, dejando a éstas libre el campo para su plena manifestación de impiedad (cf. v.7-8). También Jesucristo se expresa en términos muy parecidos, anunciando que el Evangelio será predicado en todo el mundo (victoria de los predicadores contra las fuerzas del mal), y únicamente entonces vendrá el fin, precisamente cuando surgirán falsos profetas que inducirán a error a muchos (cf. Mt 24:14.24) 328.
Finalmente, una tercera opinión, propuesta por el P. Prat, ha logrado también bastantes adeptos (Colunga, González Ruiz, Colón). Creen estos autores que Pablo, al hablar del obstáculo que detiene la plena manifestación del anticristo, está pensando en el arcángel Miguel con sus huestes celestes. Se trata, en efecto, de un pasaje de estilo apocalíptico, y en la literatura apocalíptica es corriente presentar al arcángel Miguel como el gran defensor del pueblo de Israel (cf. Dan 10:13.21; 12:1; Jud_1:1 :9), y, para los cristianos, de la Iglesia (cf. Ap 12:7-9). San Pablo no haría sino valerse de una idea entonces corriente. Un ejemplo tenemos en Dan 10:13-21, donde aparecen luchando los ángeles de Persia y de Grecia cual si fuesen los mismos reinos interesados, interviniendo luego en la lucha también el arcángel Miguel, por cuanto esa contienda no era extraña a los intereses de Israel. La victoria, pues, pasajera sobre Miguel no significaría otra cosa que la victoria sobre la Iglesia o pueblo a él encomendado, particularmente en su elemento activo y batallador. Es decir, que, en sustancia, esta opinión coincide con la anterior.
Mientras no se halle otra mejor, entre las interpretaciones que se han dado hasta hoy, es ésta la que consideramos más fundada.
Nos queda una última cuestión, más o menos aludida ya en la exposición que venimos haciendo, pero que conviene presentar de modo directo. Es la siguiente. Cuando Pablo habla de la apostasía y del hombre del pecado, como señales que deben preceder a la parusía, ¿está hablando de dos señales o de una sola? La interpretación es posible en ambos sentidos. Cierto que en el v. 3 parece establecerse distinción, pero luego, a partir del v.4, ya sólo se habla del anticristo y de su manifestación, como dando a entender que la apostasía forma parte del mismo acontecimiento, es decir, que la apostasía, al menos en gran parte, es obra del anticristo.
¿Cuándo tendrá lugar? Referente a este aspecto, San Pablo no dice nada. Sin embargo, todo da la impresión de que él concibe esa apostasía, al menos en gran parte, como una defección de la doctrina de Cristo Si esto es así, ello supone que dicha doctrina ha sido ya predicada y creída en gran parte al menos del mundo; de lo contrario, apenas tendría sentido hablar con tanto realce de apostasía general. Por lo demás, es esto lo que nos enseñó ya Jesucristo, quien, a raíz precisamente de haber anunciado la aparición de los pseudo-profetas de los últimos tiempos, añade: Será predicado este evangelio en todo el mundo., y entonces vendrá el fin (Mt 24:14). Y aún debemos concretar más. Por el hecho de que Pablo afirme que hasta tanto que no aparezca esa señal, la parusía no vendrá, no se sigue que haya de venir en seguida e inmediatamente después de la aparición de la señal. Pablo no determina la distancia positiva que habrá entre una y otra cosa, ni ello interesaba al fin que se proponía de tranquilizar a los tesalonicenses, pues para esto bastaba con saber que antes de esas señales no vendrá el fin. Pero luego podrá mediar o no mediar mucho tiempo, circunstancia que Dios no ha querido revelar a nadie (cf. 1 Tes 5:1-3; Mat 24:36). Cierto que la perspectiva literaria (cf. v.8) une inmediatamente ambas venidas, la del anticristo y la de Cristo, pero eso puede ser sólo perspectiva literaria, a fin de acentuar el triunfo esplendente de Cristo sobre las fuerzas del mal. La misma frase con el aliento de su boca, tomada de Is 11:4, no tiene otra finalidad sino acentuar lo esplendente de ese triunfo de Cristo y lo efímero de la victoria del anticristo. Su triunfo será ciertamente breve, en comparación del triunfo de Cristo sobre él, que será definitivo.


Fuente: Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)

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Notas

II Tesalonicenses  2,1-17

I. La Parusía o Segunda Venida de Jesucristo, 2:1-17.

La parusía y sus signos precursores, 2:1-12.
l Por lo que hace a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con El, os rogarnos, hermanos, 2 que no os turbéis de ligero, perdiendo el buen sentido, y no os alarméis, ni por espíritu, ni por discurso, ni por epístola atribuida a nosotros, como si el día del Señor estuviese inminente. 3 Que nadie en modo alguno os engañe, porque antes ha de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre del pecado, el hijo de la perdición, 4 que se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta sentarse en el templo de Dios y proclamarse Dios a sí mismo. 5 ¿No recordáis que estando entre vosotros ya os decía esto? 6 Y ahora sabéis qué es lo que le contiene, hasta que llegue el tiempo de manifestarse. 7 Porque el misterio de iniquidad está ya en acción; sólo falta que el que le retiene sea apartado. 8 Entonces se manifestará el inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca, destruyéndole con el esplendor de su venida; 9 aquel inicuo, cuya venida, por acción de Satanás, irá acompañada de todo género de portentos, señales y prodigios engañosos, 10 y de seducciones de iniquidad para los destinados a la perdición, por no haber recibido el amor de la verdad que los salvaría. 11 Por eso Dios les envía un poder engañoso, 12 para que crean en la mentira y sean condenados cuantos, no creyendo en la verdad, se complacieron en la iniquidad.

Tras los anteriores preliminares un tanto genéricos, Pablo entra de lleno en la cuestión que motiva la carta: lo de si es inminente o no la parusía. Al hablar de parusía y de nuestra reunión con Cristo (v.1), este pasaje queda íntimamente relacionado con :11, en que se habla también de parusía y de reunión con Cristo. Que los ánimos de los tesalonicenses estaban inquietos a este respecto, lo prueba claramente el lenguaje con que comienza amonestándoles el Apóstol: No os turbéis de ligero, perdiendo el buen sentido, ni os alarméis., como si el día del Señor estuviese inminente (v.2). También indica el Apóstol en qué apoyaban su argumentación los propagadores de esa falsa alarma: Espíritu., discurso., epístola atribuida a nosotros (v.2). Es decir, recurrían a supuestas profecías o revelaciones del Espíritu, a dichos atribuidos a Pablo, e incluso a cartas que no eran suyas (cf. 3:17).
Tal era el estado de ánimo de los tesalonicenses y tal la cuestión a la que intenta responder el Apóstol. La idea general de su respuesta es clara, y puede ser resumida así: Recomendación a los tesalonicenses a que estén tranquilos y no se dejen turbar por falsas alarmas de que es inminente la parusía (v.1-2), pues antes 33° ha de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre del pecado (v.3-4), como recordarán que ya les explicó cuando estuvo entre ellos (v-5). También saben, puesto que se lo explicó entonces, qué es lo que está impidiendo la manifestación de ese hombre del pecado (v.6), el cual se manifestará una vez desaparecido dicho impedimento (v.7:8a), pero será exterminado fulminantemente por Cristo en su parusía (v.8b-12).
En la introducción a esta carta nos referimos ya a la interpretación de este pasaje en visión de conjunto. Ahora nos fijaremos más bien en el análisis de los términos. Primeramente, por lo que se refiere al término apostasía. Cuando San Pablo habla de la apostasía (v.3), evidentemente se trata de una apostasía en el orden religioso. De suyo, el término apostasía indica simplemente abandono de algo, y puede tratarse incluso de un partido político. Sin embargo, ya en los Setenta se emplea siempre en sentido religioso (defección de la ley divina), y lo mismo en Hec_21:21, único lugar del Nuevo Testamento, aparte del actual, en que se emplea este término. Por lo que atañe al caso presente, es claro que ha de interpretarse en sentido religioso, como exige la unión a manifestación del hombre del pecado y como está pidiendo todo el contexto.
La presencia del artículo (la apostasía) indica que se trata de una apostasía bien determinada, conocida ya de los tesalonicenses, sobre la que sin duda habían sido instruidos por el Apóstol (v.5). Es casi seguro que se trata de esa misma apostasía o defección en la fe a que se refirió Jesucristo en su discurso escatológico, cuando habló de que al final de los tiempos surgirán seudoprofetas que engañarán a muchos, y habrá gran enfriamiento de la caridad.
A continuación habla el Apóstol de el hombre del pecado (ó ???????? ??? ???????? ), el hijo de la perdición (o ???? ??? ???????? ), el inicuo (? ?????? ). Expresiones semíticas que caracterizan bien la depravación moral de este personaje. La descripción que hace de él, presentándolo como adversario de Dios y de cuanto se relaciona con Dios, sin admitir más Dios que a sí mismo (v.4), está inspirada en el lenguaje de los profetas, particularmente en Daniel, hablando de Antíoco (Dan_11:36); Isaías, hablando del rey de Babilonia (Isa_14:13), y Ezequiel, hablando del rey de Tiro (Eze_28:2). No es fácil saber hasta dónde llega la imagen y dónde comienza la realidad. Desde luego, la expresión sentarse en el templo de Dios no es necesario tomarla a la letra, conforme hacen algunos intérpretes, refiriéndola bien al templo de Jerusalén, bien al templo moral de la Iglesia. Puede tratarse simplemente de un modo de hablar metafórico, fundado en reminiscencias bíblicas, significando simplemente que se arrogará derechos de Dios.
La actuación del anticristo y su poder seductor están descritos en los v.9-12. Es muy de notar, en primer lugar, la relación que pone el Apóstol entre Satanás y el anticristo, considerando a éste como instrumento del primero (cf. v.q). Exactamente igual que hace San Juan, hablando de la bestia y del dragón (cf. Apo_13:2-4). En cuanto a esos prodigios engañosos que el anticristo realizará con el poder de Satanás (v.g; cf. Mat_24:24), nótese que no tendrán eficacia sobre los hombres buenos y sinceros, sino sólo sobre los destinados a la perdición, por no haber recibido el amor de la verdad (???? ???????????? , ?? 3' ?? ??? ?????? ??? ???£???? ??? ???????? ). Evidentemente, esta última expresión está aludiendo a la verdad evangélica, a la que el Apóstol personifica en cierto modo, cual si fuese llamando amorosamente al corazón de los hombres para que la reciban y se salven. Por no haber acogido esa verdad, que se presentaba amorosamente con milagros auténticos y llevaba a la salud, ahora, ¡qué irrisión!, acogen la mentira, que se presenta con milagros engañosos y lleva a la condenación (v. 11-12). Aunque el Apóstol habla de que es Dios quien envía ese poder engañoso, para que crean en la mentira y sean condenados (v. 11-12; cf. 1:8), esto no ha de tomarse a la letra, como si Dios intentara el engaño y luego la condenación de algunos hombres, sino que es una manera de hablar semítica, atribuyéndole directamente todo lo que permite y hacen las causas segundas (cf. Rom_1:24; Hec_12:23).
Por lo que respecta al obstáculo o impedimento que está deteniendo la manifestación de ese inicuo u hombre del pecado (v.6-7), San Pablo usa primeramente un participio neutro (?? ??????? , ? .6) y luego un participio masculino (ó ??????? , ? .7). En la interpretación a esta carta expusimos ya las diversas opiniones en la interpretación de este difícil texto de San Pablo. Ese ahora sabéis (v.6) parece dar a entender que los tesalonicenses, al menos después de lo que aquí les escribe Pablo, conocen cuál es ese obstáculo que les está impidiendo el que el anticristo se manifieste ya entonces y haya de esperar hasta que llegue su tiempo, que es el que Dios le ha fijado (v.6-7).

Constancia en la fe,Hec_2:13-17.
13 Pero nosotros debemos dar incesantes gracias a Dios por vosotros, hermanos amados del Señor, a quienes Dios ha elegido como primicias para haceros salvos por la santificación del Espíritu y la fe en la verdad.14 A ésta precisamente os llamó por medio de nuestra cvangelización, para que alcanzaseis la gloria de nuestro Señor Jesucristo. 15 Manteneos, pues, hermanos, firmes y guardad las tradiciones en que habéis sido adoctrinados, ya de palabra, ya por carta nuestra. 16 El mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que de gracia nos amó y nos otorgó una consolación eterna, una buena esperanza, 17 consuele vuestros corazones y los confirme en toda obra y palabra buena.

En contraposición al cuadro sombrío que acaba de pintar sobre los malvados (cf. v. 10-12), San Pablo pinta ahora otro lleno de luz, como dando a entender a los tesalonicenses que todo aquello no debe preocuparlos, pues a ellos los ha elegido Dios para la gloria (v. 13-14), la cual ciertamente conseguirán si permanecen firmes en la fe recibida (v.13). Y como la perseverancia, al igual que la vocación a la fe, es gracia de Dios, termina pidiendo para ellos esa perseverancia (v.16-17).
La expresión como primicias (v.13; cf. Rom_16:5; 1Co_15:20) parece aludir a haber sido la iglesia de los tesalonicenses una de las primeras fundadas por Pablo en Europa 331. Cuando habla de que llegarán a la bendicion o gloria final mediante la santificación del Espíritu y la fe en la verdad (? .13), está señalando los dos medios principales para conseguirla: uno, de parte de Dios, y es la gracia santificadora del Espíritu (cf. Rom_15:16; 1Co_6:11; 1Te_4:8), otro, de parte del hombre, y es la fe prestada al Evangelio, que es la verdad (cf. v.10). La mención aquí de la gloria de Jesucristo (v.14), a la que los tesalonicenses serán asociados, indica que San Pablo sigue aún con la perspectiva de la parusía (cf. 1:1? ; ? Tes 4:18).
Es muy de notar el consejo que da a los tesalonicenses de que guarden las tradiciones en que han sido adoctrinados, ya de palabra, ya por carta (v.15). Se refiere evidentemente al mensaje evangélico, e indica dos cauces para conocerlo: la viva voz o catequesis oral y la carta o documento escrito. Ambos cauces son apostólicos y tienen el mismo valor. Claro es que, si hay tradiciones apostólicas que hay que admitir (cf. 1Co_11:2.23), hay también tradiciones humanas engañosas, que es necesario rechazar (cf. Col_2:8). La oración a Jesucristo y al Padre, pidiendo firmeza en la fe para los tesalonicenses (v.16-17), es semejante a la ya dirigida en la primera carta (cf. 1Te_3:11-13).