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Las Cartas Pastorales.
Se trata de tres cartas (I-II Tim-Tit) que forman un grupo homogéneo dentro del Corpus paulinum y, desde principios del siglo XVIII, suelen ser designadas bajo la denominación general de Cartas pastorales.
Van dirigidas, no directamente a las iglesias, como el resto de las cartas paulinas, a excepción de la de Filemón, sino a los pastores de esas iglesias, dándoles instrucciones en torno al ejercicio del ministerio. Aunque 1 Tim insiste particularmente sobre la organización de la Iglesia, Tito sobre la vida cristiana, y I1 Tim sobre la sana doctrina, todas tres tienen el mismo estilo, contienen idéntica doctrina, apuntan a las mismas tendencias heréticas y suponen prácticamente las mismas condiciones históricas.
El problema fundamental de estas cartas es el de su autenticidad paulina. Ya hablamos de ello en la introducción general al epistolario paulino; pero conviene que expongamos el tema un poco más en detalle. No ya sólo críticos acatólicos, son también bastantes los autores católicos que niegan la autenticidad paulina de estas cartas, y tratan de sacar consecuencias. Oigamos, por ejemplo, a H. Küng: Es en las Pastorales, escritos tardíos del Nuevo Testamento, donde la concepción paulina de que cada cristiano ha recibido el Espíritu y sus dones, cede el paso a una teología de la función ministerial fuertemente acentuada, según la cual, el Espíritu se comunica en la ordenación por la imposición de manos. Cierto que las Pastorales pertenecen al canon del Nuevo Testamento y reclaman una consideración objetiva y seria, pero son escritos tardíos, mientras que las cartas paulinas tienen la prerrogativa de estar más cerca de las fuentes 332. ¿Es verdad que estas cartas son escritos tardíos y no pertenecen a Pablo? Por lo que respecta a que sean escritos tardíos, también en la opinión tradicional se han considerado siempre como los últimos escritos de Pablo; en ese sentido, no hay inconveniente en hablar de escritos tardíos. Pero, ¿consta que no son de Pablo ?
Creemos que en este punto conviene ser muy cautos. Con razón escribe Cerfaux que, ante la incertidumbre de los argumentos de orden interno, la crítica ha aprendido más bien a ser circunspecta y a conceder cada vez mayor importancia a las atestaciones tradicionales.; ni vemos la menor razón de abandonarlas 333. El P. Spicq, en su última edición del comentario a las Pastorales, sigue defendiendo como altamente probable, por no decir cierta, la autenticidad paulina de las Pastorales 334. Lo mismo hacen F. Montagnini y H. Ridderbos en sus recientes comentarios 335. Algo más precavido se muestra A. Vogtle, contentándose con decir que la autenticidad paulina sigue permaneciendo defendible. y, en todo caso, es claro que las Pastorales desarrollan un aspecto auténtico del pensamiento paulino 336. Por el contrario, N. Brox en la colección Regensburger Neues Testament, encargado de una nueva edición del comentario a las Pastorales, se inclina ya abiertamente por la no autenticidad, en contra de lo que defendía J. Freundorfer en ediciones anteriores 337.
Lo que principalmente mueve a dudar de la autenticidad de las Pastorales es esa preponderancia que se concede a las prescripciones morales sobre la enseñanza doctrinal propiamente dicha. La vida cristiana parece quedar reducida a cierta moral de equilibrio, con listas de virtudes y de vicios a estilo de la ética pagana. Falta dicen esa moral dinámica y radicalmente exigente de las cartas anteriores; en lugar de gracia-caridad-Espíritu Santo., se habla sobre todo de piedad (åõóÝâåéá: cf. 1 Tim 1:2; 3:16; 4:7-8; 6:3-11; 2 Tim 3:5; Tit 1:1), término muy usado en el helenismo, pero que no encontramos nunca en cartas anteriores de Pablo. Tampoco el término fe, cuando se usa, tiene ese sentido de movimiento de adhesión a Jesucristo, como en cartas anteriores, sino más bien sentido de fidelidad al depósito de verdades que hay que conservar y transmitir (cf. 1 Tim 4:1; 6:21; 2 Tim 2:2; Tit 1:4). Esto, aparte las dificultades ya clásicas de una Iglesia demasiado institucionalizada y de unos errores combatidos que serían posteriores a Pablo.
Pues bien, que haya cierto cambio de estilo y presentación doctrinal en relación con cartas anteriores, no cabe ponerlo en duda. Pero notemos cómo también aquí se hace resaltar la impotencia del hombre para merecer la justificación (cf. 1 Tim 1:12-17; 2 Tim 1:9; Tit 3:3-7) y la gratuidad de la salud en Jesucristo (cf. 1 Tim 1:15-16; 2:5; 2 Tim 3:15; Tit 2:11-14), dos ideas clave de la teología paulina. Por lo demás, es lógico que las circunstancias en que habrían sido escritas estas cartas, al final ya de la vida del Apóstol y con una Iglesia en marcha, le llevaran a este nuevo modo de referirse al mensaje evangélico.
El peligro más grave no lo ve Pablo fuera de la Iglesia, sino dentro de ella, debido a ciertos cristianos que no respetan la doctrina tradicional y propagan doctrinas erróneas, de ahí sus consejos apremiantes a los pastores de esas iglesias, que son los que van a sucederle a él, a punto ya de derramarse en libación (cf. 2 Tim 4:1-8). Como dice G. A. Denzer, es cierto que las Pastorales se diferencian de las demás epístolas paulinas por el tono y los temas en que centran su interés; sin embargo, estas diferencias no prueban que se trate de autores diferentes. Ni hay que exagerar las diferencias. También en las demás epístolas subraya Pablo la importancia de las buenas obras, y la fe implica la aceptación de unas verdades que han sido transmitidas desde la época de Cristo. 338
Por lo demás, ningún inconveniente en suponer, como hace el P. Benoit, que la redacción inmediata de las cartas sea obra de un secretario, cosa que era corriente en la epistolografía antigua, y explicaría mejor algunas diferencias de estilo. En cuanto a lo de afirmar que estas cartas presentan una Iglesia demasiado institucionalizada y se apunta a errores que pertenecen a época posterior, séanos permitido dudar de ello, conforme expondremos luego más adelante.
318 Gf. R. Pautrel-D. Mollat, Art. jugement: Dict. Bibl.-Suppl., vol.4, 001.1321-1394. 319 Notemos que esta actitud frente a Cristo, juez supremo en la parusía, está tomada ya en esta vida; de ahí que algunos autores neotestamentarios, particularmente San Juan, hablan de que el juicio se hace ya ahora en la tierra, según la actitud que se adopte ante Cristo (cf. Jn 3:18; 5:24; 12:47-48). Sin embargo, eso no es obstáculo para seguir también haciendo referencia al iuicio último í solemne, en el que se manifestará plenamente lo que 320 Cf. B. Rigaux, L'Antéchrist et l'opposition au royanme messianique dans I'Anden et le Nouveau Testament (París 1932); D. Buzy, L'adversaire et l'obstacle: Rech. de Se. Relig. 24 (1934) 402-431; J. M. Bover, El principio de autoridad, obstáculo a la aparición del Anticristo: Razón y Fe, 118 (1939) 94-103; J. M. González Ruiz, La incredulidad de Israel y los impedimentos del Anticristo: Est. Bibl. 10 (1951) 189-203; M. Brunec, De Homine peccati: Verb. Dom. 35 (1957) 3-33; G. H. Giblin, The Threat to Faith. An Exegetical and Theolo-gical Re-Examination of 2 Thess. 2 (Roma 1967). 321 Cf. August., De civit. Dei, 20:19:2: PL 41:686. 322 De Calígula (t 4i) sabemos que intentó colocar su estatura en el Templo mismo de Jerusalén, y fueron los legados de Siria los que refrenaron esas veleidades autodivinizantes del emperador (cf. Jos. flav., Antiquit. XVIII, 8:5; Philo, Legat. ad Caium, 33-34)· En cuanto a Nerón, sabemos por Tácito y Suetonio, que estaba muy extendida entre el pueblo la leyenda del Nerón redivivo. Según esta leyenda, Nerón no habría muerto, sino que habría huido a los Partos, y los que ahora le impedían volver a reinar eran sus sucesores: Galba, Vespasiano, Tito.; pero, removido el obstáculo, Nerón volvería a su trono y continuaría las persecuciones. Es ésta precisamente una de las razones por las que algunos críticos niegan la autenticidad paulina de esta carta; pues dicha leyenda no puede surgir hasta después de la muerte de Nerón (año 68) y, consiguientemente, es posterior a Pablo. Sobre esta leyenda del Ñero redivivus, cf. B. Rigaux, L'Antécrist (París 1932) P-35O-353; E. B. Allo, L'Apocalypse (París 1933) p.286-289. 323 Cf. Jub. 23:14-23; 4 Esdr. 5:1-3. 324 Cf. F. Suárez, De myst. vitae Christi, disp.54, sect.i, n.y: Antichristum. significare quemdam certum ac singularem hominem. est res certissima et de fide. 325 Cf. P. H. Furley, The Mystery of Lavvlesness: Cath. Bibl. Quart. 8 (1946) 189. 326 Es la opinión a la que se asocia también M. Meinertz, cuando escribe: Aun cuando en la esfera de la escatología profética algunas figuras que se presentan como personas no son en realidad más que personificaciones, no cabe duda de que San Pablo considera al Anticristo como persona individual, en la cual se hallan como sintetizados y alcanzan su punto culminante los diversos anticristos de que habla San Juan (cf. i Jn 2:18-22; 4:3; 2Jn_1:7 ) y sus maquinaciones anticristianas (M. Meinertz, Teología del Nuevo Testamento [Madrid 1963] 473-474). 327 A título de curiosidad y para que se vea hasta dónde llega a veces la fantasía, plácenos transcribir aquí este párrafo de Ricciotti: Una identificación que tuvo gran éxito entre las diversas confesiones protestantes, y no sólo en los comienzos de la Reforma, sino aun en tiempos bastante recientes, es la de descubrir en el anticristo al Papa de Roma: naturalmente que quien contiene a este anticristo es la doctrina protestante. No puede dudarse de que, si las cuestiones religiosas tuvieran hoy en día en la masa la resonancia que tuvieron antaño, se reconocería al anticristo en Hitler o Stalin, Ghurchill o Mussolini, Roosevelt o el Mikado, según las propias opinones, pero siempre siguiendo el método de los antiguos protestantes: naturalmente, el que retiene sería quien en las parejas de estos nombres no fue elegido como anticristo. 328 Dentro de los defensores de esta opinión podemos incluir en cierto modo a O. Cull-mann, quien dice que el TO Katejon (neutro) es la predicación a los gentiles que debe llegar a todo el mundo, y el O Katejon (masculino) es Pablo, que tiene conciencia de ser el instrumento elegido por Dios para ese apostolado (cf. O. Cullmann, Des sources de l'Evan-gile a la formation de la théologie chrétienne [Neuchátel 1969] p.56-75). Esta limitación que hace Cullmann, restringiendo el obstáculo al apostolado de Pablo mismo en persona, nos parece difícil de sostener. Nunca en sus cartas alude Pablo a su muerte como algo de tanta trascendencia que dejara paso libre a la revelación del anticristo. 329 Hay algunos autores que niegan la conclusión, dando a la preposición áðü, no sentido local (lejos de), sino causal, y traducen: serán castigados a eterna ruina por la faz del Señor y la gloría de su poder. Querría el Apóstol significar que la presencia misma del Señor aterrará a los reprobos, que no podrán aguantar su majestad y serán como rechazados portella. Sin embargo, parece mucho más probable el sentido local, que es el ordinario de coró, y el que tiene en Js 2:10-21, a cuyo pasaje parece aludir implícitamente el Apóstol. Además, la analogía con el texto del Señor apartaos de mí (Mt 25:41) y con la recompensa, por contraste, concedida a los justos, que será la de estar siempre con Cristo (cf. v.y; 1 Tes 4:17), pide también claramente el sentido local. En cuanto a que el castigo será eterno (áßþíéïí), hemos de notar que de suyo el término cucóviov no designa necesariamente una duración sin fin, sino una duración completa, más o menos larga, según el contexto (cf. i Mac 2:54; Sal 76:5). En este caso, sin embargo, el contexto pide duración sin fin; pues el castigo eterno se contrapone al premio de estar siempre con el Señor, y ello tendrá lugar al fin del mundo, fuera ya del tiempo. Ni juzgamos fundada la opinión de algunos críticos que interpretan ese a eterna ruina como destrucción definitiva o aniquilamiento; pues resucitar simplemente para oír la sentencia de aniquilamiento, es hipótesis que apenas tiene sentido. 330 Donde nosotros traducimos todo buen deseo de santidad (ðáóáí åõäïêßáí ayaSco-°"ÚVT1â), otros traducen: todo su bondadoso beneplácito, con referencia no a los fieles, sino a Dios respecto de los fieles. Sin embargo, siguiendo a otros muchos autores, preferimos referir la frase a los fieles, sentido que cuadra mejor con el adjetivo todo y con el inciso siguiente obra de la fe. Además, el término Üãá3ùóýíçò se emplea con frecuencia aplicado a las criaturas, pero no lo encontramos aplicado a Dios. 330* Esta anterioridad de la apostasía y de la manifestación del hombre del pecado respecto de la parusía está claramente afirmada por Pablo. Su argumentación tranquilizando a los tesalonicenses se basa precisamente en ella: puesto que no han tenido lugar esos signos precursores, sigúese que la parusía no es todavía inminente. Sin embargo, debemos notar que en el texto griego la construcción gramatical presenta cierta oscuridad, debido a que la proposición comenzada en el v.3: . porque si antes no viniere la apostasía y se manifestare., queda incompleta. Es decir, falta la apódosis, lo mismo que en Rom 5:12. Habría, pues, que completar así: . os engañe, porque, si antes no viniere la apostasía y se manifestare el hombre del pecado. proclamarse Dios a sí mismo, el día de Señor no vendrá. Nuestra traducción en el texto se ha hecho atendiendo al sentido, sin ligarnos a la construcción gramatical. 331 £n vez de primicias (üðôáñ÷Þí), hay bastantes códices que leen desde el principio (áð' áñ÷Þò), lección que algunos autores (Vogels, Rigaux) consideran como la genuina. Se afirmaría la elección de los tesalonicenses ab aeterno, idea que es muy paulina (cf. 1 Cor 2:7; Ef 1:4; 3:9; Gol 1:26; 2 Tim 1:9). 332 Cf. H. Küng, La estructura carismática de la Iglesia: Conc. 4 (1965) 50-52. 333 Gf. L. Cerfaux, Introducción a la Biblia de Robert-Feuillet, II (Barcelona 1965) p.483. 334 Cf. C. Spicq, Les Építres Pastorales, 2.a ed. (París 1969) p.ióo. 335 Cf. F. Montagnini, Introduzione alia Biblia di Ballarini-Cipriani (Torino 1966); H. Ridderpos, De Pastoraje Brieven (Kampen 1967). También/. Jeremías sigue defendiendo la autenticidad paulina de las Pastorales (cf. J. Jeremías, Epístolas a Timoteo y a Tito [Madrid 1970] pág. 17-27). 336 Cf. A. Vogtle, Das Neue Testament und die nene katholische Exegese, I (Freiburg i. B. 1966). 337 Cf. N. Brox, Die Pastoralbriefe, 4. ed. (Regensburg 1969). Un comentario también reciente es el de P. dornier (Les Építres pastorales, París 1969), quien propone la hipótesis de considerar las cartas como de Pablo, pero después de la muerte del Apóstol, un discípulo, perteneciente sin duda a la iglesia de Roma, habría tomado (hacia los años 70-80) esa edición paulina, hoy perdida, y habría presentado una edición más desarrollada y que respondía mejor a las necesidades de la Iglesia de su tiempo (p.25). Sería el texto que hoy tenemos. 338 Cf. Q. A. Denzer, Comentario bíblico San Jerónimo, IV (Madrid 1972) p.249.
Epístola 1 a Timoôeï.
Introducción.
Breve Biografía de Timoteo.
Fue Timoteo uno de los colaboradores más unidos a Pablo y que gozó de su completa confianza. El libro de los Hechos lo nombra seis veces (Act 16:1; 17:14.15; 18:5; 19:22; 20:4), y dieciocho las epístolas paulinas (Rom 16:21; 1 Cor 4:17; 16:10; 2 Cor 1:1.19; Flp 1:1; 2:19; Col 1:1; é Tes 1:1; 3:2.6; 2 Tes 1:1; 1 Tim 1:2.18; 6:20; 2 Tim 1:2; Flm_1:1 ; Heb 13:23). A base de estos datos podemos reconstruir bastante bien su biografía.
Había nacido en Listra, de padre gentil y de madre judía, y parece que fue convertido a la fe en el primer viaje misional de Pablo, tomándolo luego como auxiliar de apostolado al volver a pasar por Listra en el segundo viaje (cf. Act 16:1-3; 2 Tim 1:5). Desde entonces, como son buena prueba los textos de Hechos y epístolas antes citados, aparece como compañero casi inseparable del Apóstol en sus viajes, y con él se halla también durante la prisión romana. Libre el Apóstol de la prisión y vuelto a Oriente, le encargó el gobierno de la iglesia de Efeso. Parece que era de carácter algo tímido (cf. 1 Cor 16, n) y de salud delicada (cf. 1 Tim 5:23). La tradición eclesiástica, ya desde Eusebio 339, le ha considerado como el primer obispo de Efeso. El Martirologio romano celebra su fiesta, de obispo mártir, el 26 de enero.
Ocasión de la carta.
Hay dos cosas ciertas: que Timoteo está en Efeso (cf. 1:3) y que Pablo le escribe para instruirle en orden a la manera de comportarse en el gobierno de los fieles (cf. 3:15). También parece cierto que le escribe desde Macedonia, de donde pensaba regresar pronto a Efeso (cf. 1:3; 3:14; 4:13)·
Pero ¿a qué momento de la vida del Apóstol hay que referir estos hechos? Sabemos que la iglesia de Efeso fue fundada por el Apóstol durante su tercer viaje misional, prolongando allí su estancia por espacio de tres años, probablemente los años 55-57, conforme a la cronología que juzgamos más probable y que en nuestro comentario hemos venido adoptando (cf. Act 19:1-40; 20:31). De Efeso, pasando por Macedonia, adonde había enviado delante a Timoteo (cf. Act 19:22; 2 Cor 1:1; 9:2), Pablo va a Corinto (cf. Hch_20:1-2 ; 1 Cor 16:5-8), y de allí a Jerusalén, donde le cogen prisionero (cf. Act 20:3-21:33). Es evidente, pues, que la carta no puede estar escrita antes de la cautividad romana de Pablo: la situación histórica que supone (Timoteo encargado de la iglesia de Efeso, y Pablo en Macedonia con intención de volver pronto a Efeso) no encaja en esas fechas. Además, todo da impresión en la carta de que la iglesia de Efeso no estaba en los comienzos, sino bastante desarrollada, pues Pablo habla de errores ya extendidos (1:3-4; cf· Act 20:29) y encarga a Timoteo que no elija para el episcopado a los neófitos (3:6). Aunque por falta de datos no nos es posible reconstruir con seguridad el orden de los hechos, lo más probable es que el Apóstol, una vez liberado de la prisión romana, realizase su proyectado viaje a España (cf. Rom 15:24-28), volviendo luego a Oriente, conforme a intenciones también anteriormente manifestadas (cf. Flm_1:22 ). Estando en Oriente, probablemente en Macedonia, escribió esta carta a Timoteo, a quien poco antes había dejado encargado del gobierno de la iglesia de Efeso. Tenía esto lugar entre los años 64-67.
Estructura o plan general.
El contenido de esta primera carta a Timoteo, al igual que el de la segunda y el de la de Tito, es de carácter esencialmente pastoral. Trata San Pablo de instruirle acerca del ejercicio de su ministerio, para lo que da avisos muy concretos, hasta el punto de que en esta carta, al igual que en las otras dos, podemos ver ya los comienzos del derecho eclesiástico. No un derecho frío y esquematizado, sino un derecho encarnado en la vida cotidiana del pastor con su grey.
A continuación damos el esquema de la carta:
Introducción
Saludo epistolar (1:1-2).
Cuerpo de la carta: Instrucciones a Timoteo para el gobierno pastoral de Efeso (1:3-6:19).
1) Hay que salvaguardar la verdadera doctrina (1:3-20).
2) Cómo debe estar organizado el culto público (2:1-15).
3) Los ministros sagrados (3:1-16).
4) Los falsos doctores y modo de combatirlos (4:1-16).
5) Comportamiento con los fieles, según sus diversos estados (5:1-62).
6) Nueva puesta en guardia contra los falsos doctores (6:3-19).
Epílogo:
Recomendaciones finales y bendición (6:20-21).
Perspectivas doctrinales.
En esta carta y lo mismo vale para las otras dos de su grupo , más que de precisar el mensaje cristiano, que se considera cosa ya hecha, se trata de poner en guardia contra innovaciones arbitrarias. Ese mensaje es como un depósito recibido, que hay que custodiar y transmitir a través de determinados dirigentes cuidadosamente elegidos (cf. 1 Tim 6:20; 2 Tim 2:2). Entre estos dirigentes, aparte Timoteo y Tito que aparecen con poderes especiales (cf. 1 Tim 1:3-18; 3:15; 4:6.14; 5:22; 2 Tim 2:2; 4:2-5; Tit 1:5; 2:15), se habla expresamente de obispos (cf. 1 Tim 3:2; Tit 1:7), presbíteros (cf. 1 Tim 5:17-19; Tit 1:5) y diáconos (cf. 1Ti_3:8-13 ), con funciones muy concretas respecto de los fieles.
Es este aspecto precisamente, el relativo a la organización eclesiástica, el que da su matiz más característico a estas cartas: errores que hay que combatir (cf. 1 Tim 1:3-4), Iglesia de Dios que es columna y sostén de la verdad (cf. 1 Tim 1:15), ministros sagrados que están al servicio de esa Iglesia (cf. 1 Tim 3:5). Son éstos los tres puntos que en esta introducción a 1 Tim vamos a tratar de presentar en visión de conjunto. Aunque lo hacemos aquí, en realidad tendremos presentes también la II a Timoteo y la de Tito, pertenecientes al mismo marco histórico.
Los errores combatidos. Es un tema al que Pablo alude con mucha frecuencia, encargando expresamente a Timoteo y a Tito que se opongan valientemente a esos errores (cf. 1 Tim 1:3-4; 2 Tim 4:1-5; Tit 1:10-11; 2:15), y si sus promotores no hacen caso, que se separen de ellos (cf. Tit 3:10-11; 1 Tim 1:20).
No es fácil precisar el contenido y naturaleza de esos errores a que apunta San Pablo. Hay algunas alusiones concretas, como negación de la resurrección (cf. 2 Tim 2:18), y prohibición del matrimonio y de ciertos alimentos (cf. 1 Tim 4:3; Tit 1:14-15); pero, aparte esas doctrinas heterodoxas en materia concreta, prevalece la orientación de considerar a esos agitadores como gente indisciplinada y superficial que, sin mandato alguno, se infiltraban en las comunidades. Pablo dice de ellos que están llenos de orgullo (cf. 1 Tim 6:4.20; 2 Tim 4:3), gustan de fábulas y genealogías (cf. 1 Tim 1:4; 4:7; Tit 1:14; 3:9) y de introducirse entre el elemento femenino (cf. 2 Tim 3:6), discuten de todo (cf. 2 Tim 2:16-17; Tit 1:10) y ven en la religión una oportunidad para sacar provecho (cf. 1 Tim 6:5; Tit 1:11). Parece que eran de origen judío, pues Pablo habla de fábulas judaicas (Tit 1:14; 3:9; 1 Tim 1:7), y encarga a Tito que no se fíe de los de la circuncisión (cf. Tit 1:10-11).
Entre los críticos ha sido corriente la opinión de ver ahí aludidos los errores gnósticos que el autor de las Pastorales trataría de refutar: 1 Tim 1:3-4, contra las genealogías y emanaciones de eones; 1 Tim 4:1-7, contra la prohibición del matrimonio, del que, según los gnósticos, los pneumáticos debían abstenerse para no contribuir a la propagación de la especie humana y prolongar así la cautividad de los espíritus en la materia. Sin embargo, nada hay en los textos paulinos que nos autorice a estas identificaciones. Probablemente estos agitadores judaizantes, que alardean de conocer a Dios (cf. Tit 1:16; 1 Tim 6:20), pertenecen a la misma corriente esenia de Qumrán, que parece estaba muy difundida, y de la que ya hablamos en la introducción a Golosenses. Son tendencias que preceden al gnosticismo ya perfilado del siglo n, y que muy bien podemos llamar pre-gnósticos. Es una pre-gnosis dice Gerfaux que en Alejandría se vincula más a la filosofía y a la contemplación, mientras que en Asia Menor y en Siria va más bien hacia la mitología y la magia 340.
La Iglesia, casa de Dios y columna-sostén de la verdad. No creemos equivocarnos si decimos que la raíz o punto de arranque de toda la trama de las Pastorales, orientando la actuación de Tito y Timoteo, puede verse apuntada en ese texto con que se describe a la Iglesia: casa de Dios., columna y sostén de la verdad (cf. 1 Tim 3:15). Precisamente porque la Iglesia es casa de Dios, columna y sostén de la verdad, tienen su razón de ser todos esos consejos y amonestaciones que Pablo da a sus colaboradores en la obra evangélica. Son dos imágenes que se superponen, sumamente expresivas, con las que el Apóstol nos da a conocer cuál es la idea que él tiene de la Iglesia. Directamente está refiriéndose a la iglesia de Efeso, que es donde debe actuar Timoteo, pero es claro que, en el fondo, su pensamiento va a la Iglesia universal, de la que Efeso es sólo una pequeña parcela.
Tratemos de precisar el significado y alcance de la expresión paulina. Y, primeramente, la imagen casa de Dios. Esta imagen puede tomarse en doble sentido: sea con significado de familia de Dios, idea que San Pablo deja entrever con frecuencia en sus cartas (cf. Rom 8:15.29; Gal 6:10; Ef 2:19; Heb 3:5-6) y cuyo sentido tiene ciertamente en 1 Tim 3:4-5, sea con significado de edificio, o templo de Dios, idea que también deja entrever frecuentemente el Apóstol (cf. 1 Cor 3:16-17; 2 Cor 6:16; Ef 2:21; 4:12; 1Pe_2:4-5 ) Y Que aquí parece aconsejar la expresión (de motivo arquitectónico) que la sigue: columna y sostén de la verdad. Lo más probable es que en la mente de Pablo, al presentar a la Iglesia como casa de Dios, anden juntos ambos sentidos.
En efecto, es obvio pensar que para Pablo, lo mismo que para cualquier judío, la expresión casa de Dios, de tan hondas raíces veterotestamentarias (cf. Gen 28:22; i Sam 1:24; i Re 8:10-11; 2 Re 21:4; Esd 6:3; Sal 27:4; Ez 43:5), evocase en primer lugar la idea de presencia de Dios en medio de su pueblo, concretamente para Pablo el pueblo cristiano. Para los israelitas, esa presencia divina estaba como concentrada en un templo o lugar material; para Pablo, en cambio, ya no era así, sino que la misma comunidad cristiana era considerada como un edificio en el Espíritu Santo (cf. 1 Cor 3:9-13; 14:4-5; 2 Cor 13:10; Rom 15:20), un templo humano donde Dios moraba (cf. 1 Cor 3:16-17; 2 Cor 6:16; Ef 2:21) y del que son los cristianos las piedras vivas (cf. i Pe 2:4-5). Ello quiere decir que, para la concepción de Pablo, es en la Iglesia nuevo templo que sustituye al de Jerusalén donde Dios se hace presente, viniendo al encuentro de sus fieles: les habla por medio de la Escritura, se manifiesta por medio de los carismas, recibe el culto de los suyos., y todo bajo la vigilancia de los pastores que, como administradores o ecónomos de Dios (cf. 1Ti_3:4-5 ; Tit 1:7), han de administrar y regir su casa (cf. 1 Tim 1:3-4; 2:8-15; 4:14-16; 6:20-21; 2 Tim 1:13-14; 2:1-2; 4:1-4; Tit 1:5-9; 2:1-10; 3:8-11). A esta imagen de templo, así explicada, está íntimamente vinculada la de familia, pues esas piedras vivas injertadas en Cristo, que son los cristianos, forman una especie de familia, de la que Dios es padre y señor (cf. Rom 14:1-12; Gal 6:10; Ef 2:19-22). Lo que constituye la unidad de familia es la fe o respuesta del hombre a la llamada de Dios; y, aunque en todo momento y circunstancia somos familia y templo de Dios, lo somos sobre todo al reunimos como en familia en las asambleas cultuales.
Hasta aquí, la imagen casa de Dios; a ella añade San Pablo la de columna y sostén de la verdad, tomada también del mundo de la construcción. Si con la primera, de significado más amplio, se apunta a la naturaleza misma de la Iglesia, con la segunda se mira más bien a su misión en el mundo, como guardiana de la verdad o, lo que es lo mismo, de la revelación de Dios en Cristo (cf. 1Ti_3:16 ; 6:20; Jn 1:17). Tenemos aquí lo que no tardará en llamarse poder magisterial de la Iglesia. En realidad, esto no es sino consecuencia de lo primero, es decir, de que Dios habita en la Iglesia.
Es posible que la imagen columna-sostén, aplicada a la Iglesia, se la haya sugerido a Pablo la espléndida columnata del templo de Artemisa en Efeso, bien conocida de Timoteo y de los lectores de la carta; a ese mismo marco imaginativo pertenecería también la expresión grande es el misterio de la piedad (1 Tim 1:16), especie de contrapunto a las aclamaciones de los Efesios en favor de Artemisa (cf. Act 19:34), Y la 16 Pablo no hace sino designar de otro modo lo que antes llamó simplemente verdad. Sea de eso lo que fuere, lo cierto es que Pablo considera a la Iglesia como columna-sostén de la verdad: del mismo modo que en un edificio las columnas con sus basamentos sostienen toda la construcción, así hace la Iglesia, casa-familia de Dios, respecto de la verdad o revelación en Cristo. Esta firmeza y solidez de la Iglesia, manteniendo incólume la doctrina revelada, la vuelve a poner de relieve San Pablo en su segunda carta a Timoteo, cuando escribe: Pero el sólido fundamento de Dios se mantiene firme (2 Tim 2:19). Ese sólido fundamento de Dios, que, según otras perspectivas, es Cristo (cf. 1 Cor 3:11), o son los apóstoles (cf. Ef 2:20; Ap 21:14), aquí parece claro que es, conforme pide el contexto, la fe de la Iglesia, pues con esas palabras muestra Pablo su alegría porque, no obstante la defección de algunos, como Himeneo y Fileto, el conjunto de la comunidad cristiana permanece fiel.
Añade Pablo que, a semejanza de lo que sucede en muchos edificios públicos, sobre ese sólido fundamento que es la Iglesia hay insculpida una doble inscripción-sello: El Señor conoce. Apártese de la iniquidad. (2 Tim 2:19), Estos sellos-inscripciones apuntaban, según los casos, a diversas finalidades, como la de señalar la propiedad (cf. 2 Cor 1:22; Ef 1:13; 4:30; Ap 7:3-4) o la autenticidad (cf. Rom 4:11; 1 Cor 9:2); en nuestro caso parece que se apunta más bien a señalar el destino y carácter de la Iglesia. La primera inscripción hace referencia a la ciencia de Dios que conoce a todos los que son suyos y los pone a seguro o, lo que es lo mismo, la Iglesia-casa de Dios no desviará jamás de la recta doctrina; la segunda inscripción indica que todo el que pertenece a Cristo y entra en el edificio-familia de la Iglesia, debe necesariamente renunciar al pecado, llevando visible ante el mundo esta condición o, lo que es lo mismo, la Iglesia es santa por naturaleza (cf. 2 Cor 1:21-22; Ef 5:26-27; Tit 2:14). Verdad y santidad, dos caracteres indelebles de la Iglesia que nadie podrá quitarle.
Los ministerios eclesiásticos. Dada la importancia del tema, séanos permitido coger las cosas desde un principio para luego centrarnos en las Pastorales 341. Es un hecho, como aparece por el conjunto todo de los escritos neotestamentarios, que el cristianismo nació muy vinculado al judaismo, hasta el punto de que en un principio los fieles, todos de procedencia judía, no tenían inconveniente en seguir asistiendo a las funciones del Templo (cf. Act 2:46; 3:1). Pronto, sin embargo, comienza a irse acentuando la separación, de que son claro testimonio las cartas paulinas y el libro de los Hechos. Al frente de ese movimiento cristiano, y como sus responsables, aparecen siempre los Doce, a los que muy pronto es agregado Pablo (cf. Act 1:21-26; 15:1-2; 1 Cor 15:1-11; Gal 1:11-24). Esto es totalmente claro.
Pero los Apóstoles no están solos en la función directiva. A su lado y colaborando con ellos, aparecen muy pronto otros personajes encargados también de funciones directivas en la comunidad. De ello son asimismo testimonio lo mismo el libro de los Hechos que las cartas paulinas, antes ya de las Pastorales. Por lo que se refiere al libro de los Hechos, notemos estos nombres: apóstoles (14:4.14), profetas y doctores (13:1; 15:32), evangelistas (21:8), presbíteros (11:30; 14:23; 15:2-23; 16:4; 20:17; 1Ti_21:18 ), obispos (20:28) y diáconos (6:1-6). Por lo que se refiere a Pablo, encontramos los mismos nombres: apóstoles-profetas-doctores-evangelistas (1 Cor 12:28; Rom 12:6-8; Ef. 4:11), obispos y diáconos (Fil 1:1), faltando únicamente el de presbíteros en sus escritos anteriores a las Pastorales. A su vez, Pablo habla también, sin designarlos con nombre propio, de los que presiden y amonestan (1 Tes 5:12), término éste de presidencia (ó ðñïúóôÜìåíïò), que vuelve a usar al hacer la lista de carismas (Rom 12:8; cf. 1 Cor 12:28) y que también usará en las Pastorales aplicado a los presbíteros-obispos (cf. 1 Tim 3:4-5; 5:17) Y a los diáconos (cf. 1 Tim 3:12).
Estos son los hechos. En orden a conclusiones, será conveniente proceder por partes. La primera conclusión, y ésta incontrovertible, es la de que, como dijimos antes, junto a los'apóstoles, y colaborando con ellos, aparecen ya desde un principio otros personajes que toman también parte en la dirección de las comunidades. Otra cosa es el que podamos determinar con precisión cuáles eran los servicios o funciones asignadas a cada uno de esos nombres. Parece ser, a juzgar por todos los indicios, que los apóstoles tenían como misión característica la de difundir el Evangelio allí donde no había sido aún predicado. Tal parece ser el sentido en no pocos lugares de las cartas de Pablo (cf. 1 Cor 9:5; 12:28; 2 Cor 11:5.13; 12:11; Rom 16:7; Ef 2:20; 3:5; 4:11) y también en Ap 2:2-3 Y en 1a Didaché (11:3-6). Respecto a los profetas y doctores, de que también nos habla la Didaché (15:1-2), parece que desarrollaban su misión sobre todo en la liturgia comunitaria (cf. Act 13:1-3; 1 Cor 14:1-40), y eran designados con esos nombres por razón de la función que desempeñaban: los que anuncian el mensaje bajo el impulso e iluminación del Espíritu (= profetas) y los dedicados a la instrucción cristiana ordinaria (= doctores). Por lo que toca a los evangelistas, disponemos de muy pocos datos. La Didaché no habla nunca de ellos. En los Hechos sólo se nombran una vez aplicando el título a Felipe (cf. 21:8), al paso que Pablo los menciona dos veces: en Ef 4:11, formando lista con los apóstoles-profetas-doctores, y en 2 Tim 4:5, encargando a éste que haga obra de evangelista. Lo más probable es que se trate de misioneros ambulantes del Evangelio, ocupando junto con los apóstoles y detrás de ellos el puesto de vanguardia de la predicación cristiana. Este título de evangelista parece que siguió usándose bastante tiempo en la Iglesia, una vez que había desaparecido ya el de apóstol, reservado prácticamente a los Doce y a Pablo 342.
En cuanto a presbíteros-obispos-diáconos, son tres términos que han quedado consagrados definitivamente en el lenguaje cristiano, y sus funciones son puestas muy de relieve en las Pastorales: presbíteros (1 Tim 5:17-19; Tit 1:5-6), obispos (1 Tim 3:2-7; Tit 1: 7-9), diáconos (1 Tim 3:8-13). Todo hace suponer que el término presbítero, en su aplicación dentro de la Iglesia, tuvo su origen en el ámbito palestinense (cf. Act 11:30), y de allí pasó al cristianismo helenístico; lo contrario habría sucedido con el término obispo, nacido más bien en las comunidades helenistas (cf. Fil 1:1), no en las palestinenses. Parece que en la época en que fueron escritas las Pastorales se había hecho ya la fusión de ambos términos, y las funciones vendrían a ser las mismas (cf. 1 Tim 3:2-7 Tit 1: 5-9); es decir, al hablar de presbíteros y de obispos, no se apunta a personajes de categoría distinta, como sucede en la actualidad, sino que hay sinonimia entre ambos términos. Desde luego, no hay texto alguno bíblico en que aparezca la fórmula obispo y presbíteros, u otra equivalente, que supusiera distinción. Esto lo encontramos por primera vez en las cartas de San Ignacio de Antioquía, donde aparece el obispo en el vértice de la jerarquía y debajo de él los presbíteros y diáconos 343.
Hay autores, como el P. Spicq, que creen que las Pastorales suponen ya un paso adelante respecto de los otros escritos neotesta-mentarios, pues se habla siempre de obispo en singular (cf. 1Ti_3:2 ; Tit 1:7), y no en plural, como anteriormente (cf. Fil 1:1; Hch_20:28 ); ello sería indicio de que el obispo era ya único en cada comunidad. No que fuera como el de las cartas de San Ignacio de An-tioquía, de rango o dignidad superior a la de los presbíteros, pues nunca se habla de subordinación especial de éstos a él, sino que, aun siendo uno de entre los presbíteros, tendría una función especial, la episcopé o presidencia.
Aunque la teoría es seductora, hemos de confesar que la razón alegada, es, a saber, que el término obispo se emplea en singular, no logra convencernos. Puede muy bien tratarse de un singular genérico, y concretamente en el caso de Tit 1:7, eso está pidiendo claramente el contexto: Te dejé en Creta para que constituyeses por las ciudades presbíteros que sean irreprochables., pues es preciso que el obispo ( todo obispo) sea inculpable, etc. El razonamiento carecería de lógica si los términos presbítero y obispo no fuesen equivalentes, igual que en Act 20:17 y 28. Decir, como hace el P. Spicq, que la intención del Apóstol apunta al obispo, no a los presbíteros, y que, si encarga a Tito que elija presbíteros irreprochables, es porque de ellos ha de salir el obispo, nos parece un pensamiento demasiado alambicado, que es posible, absolutamente hablando, pero que no tenemos necesidad ninguna de introducir aquí. En la carta de Clemente Romano (a.95), donde se habla también con frecuencia de presbíteros (cf. 44:5; 47:6; 54:2; 57:1) y obispos (cf. 42:3-4; 44:4), todo da la impresión de que los términos siguen siendo sinónimos.
La función de estos presbíteros-obispos, sin que queden excluidas tareas de administración (cf. Act 11:30), era velar por los intereses espirituales de la comunidad con funciones de tipo doctrinal y de gobierno (cf. Fil 1:1; 1 Tim 3:2-5; 5:17; Tit 1:5-9; Hch_15:2-23 ; 20:28; 21:18; San 5:14; 1 Pe 5:1-5). Sería aventurado pretender precisar hasta dónde se extendían sus atribuciones, dada la escasez de datos en que tenemos que movernos. Sin embargo, todo da la impresión de que esos presbíteros-obispos, que dirigían la vida espiritual de los fieles, y que aparecen como algo regularmente establecido en todas las iglesias, no gozaban del poder de instituir nuevos dirigentes ministeriales, que será lo más característico del obispo posterior, pues aparecen sujetos a otros, como Timoteo y Tito, que son los que instituyen esos ministros y a los que Pablo da instrucciones a este respecto (cf. 1 Tim 3:1-15; Tit 1:5-9).
En cuanto a la función de los diáconos, todo hace suponer, dadas las condiciones exigidas, que estaban especialmente encargados de los bienes temporales y del cuidado de los pobres (cf. 1 Tim 3:8-13; Act 6:1-6). Ciertos textos (cf. 1 Tim 3:11; Rom 16:1) permiten deducir que estas funciones diaconales eran confiadas, a veces, a las mujeres.
Un punto que nos interesaría mucho saber es el de poder precisar cómo se llegaba a esas funciones. Ante todo, notemos que es a Tito y a Timoteo a quienes se dan instrucciones para que haya aptos ministros eclesiásticos. ¿Existía de por medio algún rito? A este respecto, es de suma importancia lo que explícitamente dice Pablo con referencia a Timoteo, es, a saber, que ha sido integrado en el orden de los ministerios eclesiásticos mediante la imposición de manos (cf. 1 Tim 4:14; 2 Tim 1:6). Y lo que dice de Timoteo es claro que vale lo mismo para los otros colaboradores del Apóstol e incluso para los presbíteros-obispos que Timoteo y Tito deben establecer, pues es sólo aplicación de algo que se supone más general (cf. 1 Tim 5:22; Act 14:23). Y si Timoteo, a través de una imposición de manos, recibe un carisma que ciertamente implica presidencia y autoridad (cf. 1 Tim 5:20; Tit 2:15), ¿por qué no aplicar eso mismo como lo más lógico a los que amonestan y presiden de 1 Tes 5:12-13 y a los señalados con funciones de gobierno en 1 Cor 12:28 y Rom 12:87 Igual se diga de los obispos y diáconos de Fil 1:1. Pruebas positivas no las hay; pero, si ésa era la práctica en la época de las Pastorales, ningún motivo hay para dudar de que no fuera así ya desde un principio, conforme deja entender el texto de Act 6:6. Incluso podemos incluir dentro de la misma perspectiva a los apóstoles-profetas-doctores-evange-listas, de que Pablo ha hablado en sus cartas anteriores, pues también ellos, conforme explicamos al comentar Act 13:1-3, pertenecían al ministerio regular eclesiástico, igual que los obispos-presbíteros y diáconos.
Queda, finalmente, el problema de la sucesión apostólica344. ¿Dice algo Pablo al respecto? Creemos que sí. En la segunda carta a Timoteo, reflejo de las últimas preocupaciones del Apóstol (cf. 4, 6-8), le encarga expresamente: Lo que de mí oíste ante muchos testigos, encomiéndalo a hombres fieles, capaces de enseñar a otros (2 Tim 2:2). Tenemos, pues, claramente la idea de sucesión: el Apóstol, primer testigo (lo que de mí oíste); Timoteo, primer destinatario; finalmente, hombres fieles, sin determinación individual, como perdidos en un futuro desconocido, pero ya particularizados en cuanto hay que ajustarse a unas normas de elección de candidatos. No mucho tiempo después Clemente Romano, de fines del siglo i, nos ofrecerá un testimonio de suma importancia a este respecto. Trata Clemente de poner el ministerio eclesiástico al abrigo de toda revuelta popular, y alega éste como motivo decisivo: el nombramiento de los oficios eclesiásticos no parte de la competencia de los fieles, sino que está estrictamente reservado a los Apóstoles, que recibieron tales poderes del Señor y establecieron normas para la creación de nuevos ministros (cf. 42:1-4; 44:1-2).
Quiénes sean concretamente esos sucesores de los Apóstoles, no es ya cuestión bíblica. La Iglesia católica, apoyada en la tradición, habla de los Obispos 345. Naturalmente, al hablar de obispos, en modo alguno se quiere decir que haya exacta correspondencia con los que en los escritos neotestamentarios llevan esa denominación; la cuestión de nombre importa poco, y más bien hemos de pensar que no es precisamente a través de los llamados presbíteros-obispos en la Biblia como los Obispos vienen a ser sucesores de los Apóstoles, sino a través de otros que, como Tito y Timoteo, gozaban de poderes ministeriales mucho más amplios, al menos al final de la vida del Apóstol, y a quienes se pide que continúen la obra comenzada por ellos (cf. Tit 1:5; 2 Tim 4:5-6) 346.
Es posible que, al principio, estos colaboradores de los Apóstoles, incluso después de la muerte de éstos, continuasen con cierto carácter ambulante, sin sujetarse a una ciudad determinada, de modo parecido a los apóstoles-profetas-doctores-evangelistas, a que antes aludimos, y entre los cuales quizás pudiéramos buscar también a los verdaderos Obispos. Pero sea lo que fuere de ese carácter inicialmente ambulante, pronto las cosas se irán estabilizando, a base de pequeñas parcelas o diócesis bajo un jefe único, como se refleja en las cartas de San Ignacio de Antioquía, sin que sea aventurado suponer que en todo esto pudo tener gran influjo el apóstol San Juan (cf. Ap. 2:1-3:22).
I Timoteo 2,1-15
En las asambleas litúrgicas: oración por todos los hombres, 2:1-7.
1 Ante todo te ruego que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, 2 por los reyes y por todos los constituidos en dignidad, a fin de que gocemos de vida tranquila y quieta con toda piedad y honestidad. 3 Esto es bueno y grato ante Dios nuestro Salvador, 4 el cual quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad. 5 Porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, 6 que se dio a sí mismo como rescate por todos; testimonio dado a su tiempo, 7 para cuya promulgación he sido yo hecho heraldo y apóstol digo verdad en Cristo, no miento , maestro de los gentiles en la fe y en la verdad.
Hasta aquí Pablo se había mantenido en recomendaciones de carácter general sobre defensa de la verdadera doctrina contra los que la desfiguraban; ahora comienzan los avisos de tipo más particular. Y, primeramente, con relación a la oración pública.
Manda el Apóstol que se hagan oraciones por todos los seres humanos (v.1), y en especial por los constituidos en dignidad, comenzando por los reyes (v.2). La razón de esta mención especial de las personas constituidas en dignidad es porque su conducta implica graves consecuencias para el bien de los demás, dependiendo de ellos en gran parte el que podamos gozar de vida tranquila y quieta con toda piedad y honestidad (v.2). Nótese que el emperador 347 era entonces Nerón y que es casi seguro que ya había tenido lugar el incendio de Roma del 64 y la subsiguiente persecución contra los cristianos, a pesar de lo cual Pablo no cambia en nada sus ideas de respeto hacia la autoridad expresadas siete u ocho años antes en Rom_13:1-7. Sin embargo, es posible que las palabras a fin de que gocemos de vida tranquila y quieta con toda piedad y honestidad sean reflejo de temores para el futuro.
La expresión con toda piedad y honestidad viene a ser equivalente a la fórmula hebrea en santidad y justicia (cf. Luc_1:75), en la que está resumido todo el ideal religioso de Israel.
A fin de dar más autoridad a su recomendación, Pablo añade que esto, es decir, el que reguemos por todos y en especial por los constituidos en dignidad, es bueno y grato ante Dios nuestro Salvador (v.3). Y da la razón: porque Dios quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad (v.4). Es obvio, pues, que si quiere que todos se salven, nosotros, rogando por todos, hacemos una cosa grata a Dios. Enseñanza importante sobre el deber y la eficacia de la oración para cooperar a la voluntad de Dios. Es la oración algo que se introduce entre Dios y la voluntad libre del hombre, a fin de atraer sobre ésta gracias de luz y de fuerza por parte de Dios, que libremente la dobleguen a sus planes salvadores. La expresión conocimiento de la verdad viene a equivaler aquí a conocimiento de la verdadera religión, y más que concebir la verdad en un orden especulativo, al estilo de la filosofía griega, es concebida en un orden práctico, como orientación vital de toda la personalidad. Es la concepción que suele encontrarse en el Antiguo Testamento 348.
El razonamiento de San Pablo todavía no se detiene aquí. El Apóstol sigue encadenando verdades, y ahora va a explicar el porqué de esa voluntad salvífica universal de Dios 349. Dice que no puede ser de otra manera, pues Dios es uno, y uno también el mediador entre Dios y los nombres, el hombre Cristo Jesús, que se dio a sí mismo como rescate por todos (v.5-6). Lo que equivale a decir que son dos las razones del universalismo: la unicidad de Dios, primer principio y último fin de todos, y, una vez roto el orden de la creación por el pecado, la unicidad del Mediador, Dios y hombre a la vez, que por todos se dio a sí mismo en rescate 350. El que San Pablo hable de único mediador, que es Jesucristo, no excluye la mediación de los ángeles y santos, y singularmente la de la Virgen María, conforme ha sostenido siempre la Iglesia, pues esa mediación de los santos supone la mediación de Jesucristo, y en ella se funda y de ella recibe toda su fuerza. El término mediador, aparte este lugar, se aplica también a Jesucristo en Heb_8:6 y 9:15. La idea, sin embargo, es muy frecuente: por El tenemos acceso al Padre (Efe_2:18), la paz (Rom_5:1), la victoria ( 1Co_15:57), etc. La misma concepción de Cristo como nuevo Adán (cf. Rom_5:12-21) contiene implícitamente la idea de la mediación. Llama la atención el relieve que, al hablar de Cristo Jesús, da el Apóstol a la palabra hombre (v.5). Creen algunos que esa afirmación está enderezada contra las primeras manifestaciones del docetismo, el cual sostenía que Cristo había tomado sólo un cuerpo aparente y no era verdadero hombre. Sin embargo, también puede ser que se trate simplemente de hacer resaltar que Jesucristo ejerce ese poder de mediador precisamente en cuanto hombre, pues es en cuanto hombre como va a la muerte y paga a Dios el precio de nuestro rescate. Claro que, en realidad, solamente porque también era Dios pudo dar a su muerte un valor infinito, y, por tanto, es en su condición de hombre-Dios como le compete el título de mediador único.
San Pablo termina su razonamiento diciendo que la redención del mundo por la pasión y muerte de Cristo fue un testimonio o prueba manifiesta de la voluntad salvífica universal del Padre, escondida durante siglos y manifestada ahora en el tiempo por El prefijado (v.ób; cf. Gal_4:4; Efe_3:9; Col_1:26). Para promulgar o extender por el mundo ese testimonio, Pablo ha sido elegido heraldo y apóstol (v.7; cf. Gal_1:15-16; Efe_3:7-8; 2Ti_1:11).
Modo de orar,2Ti_2:8-15.
8 Así, pues, quiero que los hombres oren en todo lugar, levantando puras las manos, sin ira ni discusiones* 9 Asimismo, que las mujeres se presenten en hábito honesto, con recato y modestia, sin rizado de cabellos, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, 10 sino con obras buenas, cual conviene a mujeres que hacen profesión de piedad. 11 La mujer aprenda en silencio, con plena sumisión. 12 No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que se mantenga en silencio, 13 pues el primero fue formado Adán, después Eva. 14 Y no fue Adán el seducido, sino Eva, que, seducida, incurrió en la transgresión. 15 Se salvará por la crianza de los hijos, con tal que permaneciere con modestia en la fe, la caridad y la santidad.
Después de aconsejar que se hagan oraciones por todos y en especial por los constituidos en dignidad, San Pablo indica ahora el modo de orar, distinguiendo entre hombres (v.8) y mujeres (v.9-15)·
Por lo que respecta a los hombres, dice que oren en todo lugar, y que lo hagan levantando puras las manos, sin ira ni discusiones (v.8). Se trata, como aparece del contexto, de las oraciones públicas. Ese en todo lugar no ha de tomarse, pues, en sentido absoluto, sino en todo lugar donde se reúnan las asambleas cristianas (cf. Rom_16:5; Gol 4:15; Hec_2:46; Hec_20:7). La costumbre de orar con las manos levantadas hacia el cielo era la ordinaria entre los judíos (cf. Exo_9:29; 1Re_8:38; Isa_1:15; Sal_134:2), y también entre los paganos, como vemos en multitud de monumentos egipcios, asirios, etc. San Pablo quiere que ésa siga siendo la costumbre entre los cristianos; pero que lo hagan con las manos puras (pureza moral) y sin ira ni discusiones, es decir, plenamente dispuestos para la oración (cf. Mat_5:23-24)·
Es interesante, a este respecto, la observación de Tertuliano, quien afirma que, a diferencia de los paganos que elevaban los brazos verticalmente, los cristianos los extienden a lo ancho, a imagen de Cristo crucificado 351.
En cuanto a las mujeres, que no vayan a la oración como a una exhibición de modas (v.9; cf. 1Pe_3:3), sino cual conviene a mujeres cristianas (v.10). Conoce muy bien el Apóstol la debilidad humana y la tentación que puede sentir la mujer, incluso al ir a las asambleas litúrgicas, de buscar llamar la atención con sus trajes, peinados y joyas. Y que no traten de dirigir y dar instrucciones, pues eso corresponde a los hombres (v.11-12; cf. 1Co_14:34-35). En apoyo de lo que les dice y cómo la mujer debe estar sujeta al ser humano, recurre San Pablo a la narración del Génesis, donde claramente aparece la prioridad del hombre en la creación, siendo la mujer, que vino después, ocasión de su caída (v.13-14; cf. Gen_2:7-22; Gen_3:2-6). De la misma narración del Génesis se valió también, para una argumentación semejante, en 1Co_11:7-12. A estas argumentaciones sacadas de la Biblia, muy en uso entre los judíos, no siempre se les pretendía dar carácter de estricta demostración, sino más bien de ilustración (cf. Gal_3:16), como quizás sea también en el caso presente 352.
Por su parte, las mujeres deben mostrar sus propias virtudes femeninas, y San Pablo destaca en particular la maternidad con todo lo que ella entraña de sacrificio y de expiación, como vía normal en la mujer para conseguir la salvación (v.15). Es posible que esta mención especial de la maternidad, como medio de santificación en la mujer, tenga su parte de intención contra los falsos doctores que proscribían el matrimonio (cf. 4:3). Desde luego, el que exalte la maternidad como medio de santificación no significa que aconseje que todas las mujeres sigan ese camino; hay otro, el de la virginidad por Dios, que está por encima (cf. 1Co_7:25-35). Pero eso es un don de Dios, no la vía normal (cf. 1Co_7:7). Lo que sí añade San Pablo es que esa maternidad y crianza de los hijos ha de ir acompañada de fe, caridad, santidad (?? ??????? ??? ????? ??? ??????? ), sin lo cual de nada valdría en orden a la vida eterna 353.
Exige, pues, el Apóstol como condición la perseverancia en la fe, una fe verdadera que fructifique en obras de caridad (cf. Gal_5:6) y de santidad (cf. 1Te_4:3-7).