II Pedro  1 Sagrada Biblia (Nacar-Colunga, 1944) | 21 versitos |
1 Simeón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que han alcanzado la misma preciosa fe por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo:
2 Que la gracia y la paz se os multipliquen mediante el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús.
3 Pues por el divino poder nos han sido otorgadas todas las cosas que tocan a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento del que nos llamó por su propia gloria y virtud,
4 y nos hizo merced de preciosas y ricas promesas para hacernos así partícipes de la divina naturaleza, huyendo de la corrupción que por la concupiscencia existe en el mundo;"
5 habéis de poner todo empeño por mostrar en vuestra fe virtud, en la virtud ciencia,
6 en la ciencia templanza, en la templanza paciencia, en la paciencia piedad,
7 en la piedad fraternidad y en la fraternidad caridad.
8 Si éstas tenéis y en ellas abundáis, no os dejarán ellas ociosos ni estériles en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.
9 Mas el que de ellas carece es de muy corta vista, es un ciego que ha dado al olvido la purificación de sus antiguos pecados.
10 Por lo cual, hermanos, tanto más procurad asegurar vuestra vocación y elección cuanto que, haciendo así, jamás tropezaréis,
11 y tendréis ancha entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
12 Por eso no cesaré de traeros a la memoria estas cosas, por más que las sepáis y estéis afianzados en la verdad que al presente poseéis,
13 pues tengo por deber, mientras habito en esta tienda, estimularos con mis amonestaciones,
14 considerando que pronto veré abatida mi tienda, según nos lo ha manifestado nuestro Señor Jesucristo.
15 Quiero, pues, que, después de mi partida, en todo tiempo recordéis esto.
16 Porque no fue siguiendo artificiosas fábulas como os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, sino como quienes han sido testigos oculares de su majestad.
17 El recibió de Dios Padre el honor y la gloria cuando de la magnífica gloria se hizo oír aquella voz que decía: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias.”
18 Y esta voz bajada del cielo la oímos los que con El estábamos en el monte santo.
19 Y tenernos aún algo más firme, a saber: la palabra profética, a la cual muy bien hacéis en atender, como a lámpara que luce en lugar tenebroso hasta que luzca el día y el lucero se levante en vuestros corazones.
20 Pues debéis ante todo saber que ninguna profecía de la Escritura es de privada interpretación,
21 porque la profecía no ha sido en los tiempos pasados proferida por humana voluntad, antes bien, movidos del Espíritu Santo, hablaron los hombres de Dios.

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Introducción a II Pedro 

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Segunda Epístola de San Pedro.

Introducción.

Autenticidad y Canonicidad de la Carta.
No hay duda que la epístola se presenta como una carta del apóstol San Pedro. El autor se identifica claramente, llamándose Simeón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo 1. Se considera testimonio de la transfiguración sobre el Tabor 2; recuerda la predicción de su muerte hecha por Cristo 3. Afirma haber escrito anteriormente una carta a sus lectores4, aludiendo indudablemente a la primera epístola de San Pedro. Y habla de San Pablo, presentándolo como su colega en el apostolado 5.
Por otra parte, del examen interno de la epístola parece deducirse que la carta pertenece a la última época de la edad apostólica. A veces el autor parece hablar de los apóstoles como si no formara parte de ellos6. La primera generación cristiana parece ya haber desaparecido, los padres han muerto 7. Ya se había llegado a formar una colección, aunque tal vez incompleta, de las epístolas de San Pablo 8. La parusía ya no se presenta tan inminente como en la primera epístola de Pedro 9, pues algunos se extrañan que no haya llegado 10. La diversidad de estilo, de vocabulario y preocupaciones de cada una de las dos epístolas parecen reflejar dos ambientes y dos épocas diversas.
Teniendo en cuenta estas divergencias y las razones que parecen abogar por una época de composición un tanto tardía, no es de extrañar que, ya desde la antigüedad, los escritores se hayan preguntado si ambas cartas habrían sido escritas por un mismo autor.
El origen apostólico de la 2 Pe es difícil de probarlo históricamente por deficiencia de la tradición antigua de la Iglesia y por las razones arriba indicadas. Falta en el Fragmento Muratoriano (hacia 150); la Iglesia siríaca no la recibió hasta el siglo VI. La tradición patrística no nos habla de la autenticidad petrina de esta epístola hasta el siglo ni. Tertuliano (c. a.240) no la cita, ni San Cipriano (f 248). Orígenes (f 255) es el primer escritor eclesiástico que la cita, el cual, aunque personalmente cree que la epístola es de San Pedro n, confiesa que se discutía su autenticidad petrina 12. Eusebio de Cesárea (f 340) la coloca entre el número de los escritos antilegómena, es decir, entre los libros cuya autenticidad era discutida; y él personalmente no la considera como canónica 13.
San Jerónimo (f 420), haciéndose eco de estas dudas, escribía a principios del siglo IV: (Pedro) escribió dos epístolas que son llamadas católicas, la segunda de las cuales muchos niegan que sea de él a causa de la diversidad de estilo con la primera.15 Y en otro lugar explica él mismo esta diferencia de estilo, diciendo: Las dos epístolas que llevan el nombre de Pedro difieren entre ellas tanto por el estilo como por el carácter. Por donde descubrimos que, según las necesidades, se ha servido de diversos intérpretes. 16
Sin embargo, encontramos en la tradición patrística testimonios en favor de la canonicidad de la 2 Pe. El canon del codex Claromon-tanus, que es antiguo, contiene la 1 y 2 Pe. También en el papiro Bodmer IX, del siglo ni, se encuentra la 2 Pe 17. Firmiliano, obispo de Cesárea de Capadocia (f 269), en la Epístola a Cipriano 18, afirma que los santos apóstoles Pedro y Pablo, en sus epístolas, execraron a los herejes y nos amonestaron a huir de ellos. Como la 1 Pe no habla para nada de los herejes, hay que concluir que Firmiliano se refiere a la 2 Pe. Metodio, obispo de Olimpo, en Licia, casi contemporáneo de Firmiliano, cita 2 Pe 3:8 como obra apostólica y, por lo tanto, canónica. San Atanasio (f 373 admite la 2 Pe sin mencionar ninguna duda, y la cita varias veces 19. Lo mismo hace San Gregorio Nacianceno (f 390) 20. También San Basilio (f 379) cita la 2 Pe como una autoridad que dirime una discusión 21. San Ambrosio (f 397) cita la 2 Pe como escritura sagrada 22. El concilio de Laodicea (h. 3.360-365) y las Constitutiones Apostolicae, atribuyen dos epístolas a San Pedro. El concilio Hiponense (a.393) considera las dos epístolas de San Pedro como canónicas 23. El III y IV concilios de Cartago (3.397 Y 459) admiten en el canon la 2 Pe sin hacer ninguna distinción de la l Pe.
Por consiguiente, a partir de la segunda mitad del siglo IV, se puede decir que existe ya acuerdo moralmente unánime entre los testimonios de la tradición sobre el origen apostólico y la canonicidad de la 2 Pe 24. Sin embargo, J. Chaine observa: Por lo que se refiere a la autenticidad de la 2 Pe, la tradición tiene numerosos testimonios favorables, pero también ha conservado el recuerdo de controversias y de negaciones. La tradición no es suficiente, por lo tanto, para zanjar la cuestión de saber si la epístola es o no es de San Pedro. Ante las incertidumbres de la tradición, la respuesta pertenece sobre todo a la crítica interna. 25
Los autores modernos están divididos por lo que se refiere a la autenticidad de la epístola. Unos defienden que San Pedro es el autor de la epístola. Y explican las divergencias en el estilo y en las ideas, así como la insistencia del autor por identificarse con San Pedro, por el hecho de haber utilizado el apóstol un nuevo secretario-redactor distinto del de la 1 Pe. Otros creen que el autor se ha servido de un seudónimo o de una ficción literaria. Y atribuyen la epístola a un cristiano de cultura helenística, aunque perteneciente a la raza judía. Este cristiano, probablemente discípulo de San Pedro, habría compuesto la carta hacia el año 80. Se propone transmitir una enseñanza apostólica, como lo demostraría la insistencia del autor por identificarse con San Pedro. Emplea la seudo-nimia, corriente entre los judíos de aquella época, para mejor acreditar su epístola.
Esta segunda solución está de acuerdo con la decisión del concilio de Trento, que, sin zanjar la cuestión de la autenticidad, coloca la epístola entre los escritos canónicos 26.
Destinatarios
Esta epístola va dirigida, como la 1 Pe, a los cristianos convertidos de la gentilidad que vivían en Asia Menor. Porque de ellos se dice que desde hace poco tiempo se han visto libres de las contaminaciones de los paganos 27. Pero están en peligro de perder la fe y las buenas costumbres a causa de los falsos maestros 28. Estos, viciosos y soberbios, transforman la libertad cristiana en licencia 29, esforzándose en dividir la comunidad de los fieles 30. Desprecian la enseñanza de los apóstoles 31 y rechazan la doctrina referente a Cristo y a los ángeles 32. Se rebelan contra la jerarquía eclesiástica 33. Son hombres licenciosos entregados a los bajos instintos de la carne 34.
San Pablo ya les ha escrito para ponerles en guardia contra los que tentaren apartarlos de la verdad evangélica, especialmente por lo que se refiere al juicio del Señor y a su parusía 35. Tal vez se aluda a la epístola de San Pablo a los de Efeso, que tiene el carácter de una circular.
¿Quiénes eran esos herejes o malos cristianos contra los que habla la epístola? Sabemos que desde la segunda mitad del siglo i después de Cristo en el Asia Menor existían herejes que introducían costumbres licenciosas, que repudiaban la doctrina referente a Cristo y a los ángeles y se entregaban a especulaciones, que hacían presentir la gnosis sistemática del siglo n. Las semejanzas existentes entre los impíos de la 2 Pe y los discípulos de Carpócrates o los arcónticos no bastan para probar la composición tardía de esta epístola.


Ocasión y finalidad de la epístola.
De lo dicho a propósito de los destinatarios, resulta claro que el apóstol, habiendo recibido noticias inquietantes sobre la actividad nefasta de esos herejes en las comunidades cristianas del Asia Menor, se decide a escribirles. Quiere ante todo animarlos y exhortarlos a resistir valientemente a los atractivos del mal, a vivir cristianamente y a guardar intacta su fe en la parusía del Señor.

Doctrina de la epístola.
Dos son los puntos principales que toca la 2 Pe: la parusía y la guarda de una fe incontaminada. La 2 Pe se sitúa en una perspectiva claramente escatológica. A partir de la resurrección, la humanidad está viviendo en la última fase de su historia. Espera la llegada del día del Señor, que marcará el fin del mundo presente e inaugurará una era de justicia 36. La enseñanza dogmática principal de la 2 Pe es la certeza de la parusía y las sanciones que la acompañaran 37. Es en función de esta espera como ha de ser resuelta la alternativa entre la virtud cristiana y la vida licenciosa de los herejes 38. La garantía de esta fe son los oráculos de los profetas y la enseñanza de los apóstoles 39.
Dios es considerado como creador40, juez universal, justo y misericordioso41. La Trinidad es prácticamente profesada: el Padre42, el Hijo 43 y el Espíritu Santo 44.
Jesucristo es llamado Dios 45 y considerado como Hijo de Dios 46. El es nuestro Señor47 y Salvador48, que ahora es glorificado por siempre (3:18) y reina como soberano sobre el reino eterno49. El es el autor de la fe y de los dones que la acompañan (1:2s). Vendrá el día del juicio, es decir, la parusía 50, a premiar a los buenos y a castigar a los malos 51.
El Espíritu Santo es inspirador de los profetas y de las Escrituras 52. Estas toman su valor de la inspiración divina. Las cartas de San Pablo forman también parte de estas Escrituras inspiradas 53.
El hombre, redimido por Jesucristo 54, recibe de El la fe, que está basada en el conocimiento íntimo, perfecto, de Dios y de Jesucristo 55. La fe crece por la práctica de las virtudes 56. Defiende al hombre del pecado57 y le garantiza el acceso al reino eterno58. La fe trae como consecuencia el hacer al hombre partícipe de la vida divina, es decir, le da la gracia, que es presentada por 2 Pe como una participación de la naturaleza divina 59. El hombre debe crecer en la gracia y en el conocimiento de Jesucristo 60 y estar preparado para el juicio divino61.

Lengua y estilo.
El estilo de la 2 Pe es, en general, bastante fluido, con cierta tendencia al énfasis oratorio. El vocabulario es bastante elegante y a veces un tanto rebuscado. En las partes polémicas de la epístola la frase se hace a veces retorcida, llena de anacolutos, de transiciones menos elegantes62, de repeticiones insistentes. A pesar de lo reducida que es la epístola, contiene 56 hapax legómena, de los cuales 33 no se encuentran en ninguna otra parte de la Biblia. La 2 Pe está escrita, como dice el P. Abel, en un griego aprendido de los libros63. Es, por lo tanto, un griego correcto, y demuestra que el autor poseía una buena cultura griega.
Aunque ciertas palabras o expresiones sean semejantes a las de la 1 Pe 64, el lenguaje de la 2 Pe difiere bastante de la i Pe: es menos sencillo, menos afectivo. Ideas análogas son expresadas con palabras completamente diferentes65. Un mismo ejemplo da lugar a interpretaciones muy diversas 66.
Las diferencias de estilo entre ambas epístolas son atribuidas por San Jerónimo a dos secretarios diversos que habrían ayudado a San Pedro en la composición de las dos epístolas.

La 2 Pe y la epístola de Judas.
Por el contrario, existe grande afinidad entre la 2 Pe y la de Judas. A veces el paralelismo es tan estrecho que no se podría explicar adecuadamente por una común dependencia de otra fuente. El saludo y la despedida son muy semejantes en ambas epístolas; las doctrinas características son las mismas (Cristo preexistente, criterios de la ortodoxia, etc.), los adversarios son los mismos. El orden y la concatenación de ideas son frecuentemente las mismas; a veces incluso las palabras y las expresiones son idénticas 67. Tanto en la segunda Pe como en Judas se encuentran las mismas recomendaciones 68. Por consiguiente, existe indudable dependencia entre ambas. ¿Cuál es la primera? La mayoría de los críticos creen que la epístola de Judas es anterior, como lo demuestra su estilo más conciso, más espontáneo, más claro. Los retoques y refundición redaccional pertenecen a la 2 Pe. Se puede decir que toda la epístola de Judas está incorporada en la 2 Pe. Confrontando ambas epístolas, resulta claro que el autor de la 2 Pe conoce el texto de Judas y omite algunas cosas intencionadamente. Se explica bien que Pedro haya pasado por alto los textos de Judas que se inspiraban en obras apócrifas y podían comprometer su carta 69. Por el contrario, sería difícil admitir que Judas los haya añadido intencionadamente a la diatriba de Pedro contra los falsos cristianos. Además, en la 2 Pe encontramos los ejemplos bíblicos de Noé y de Lot, cuya supresión en Judas sería difícil de explicar en el caso de admitir la dependencia de Judas respecto de Pedro. Por otra parte, si Judas hubiera conocido la carta de Pedro, sería difícil comprender por qué ha conservado únicamente la parte central relativa a las aberraciones de los falsos doctores. Varios textos de la 2 Pe sólo son plenamente comprensibles si se confrontan con los lugares paralelos de Judas 70.

División.
La 2 Pe, además del saludo inicial y la exhortación y doxología final, consta de tres partes:
1. Saludo (1:1-2).
2. Exhortación a la santidad (1:3-21).
a) La liberalidad divina (1:3-11).
b) El testimonio apostólico (1:12-18).
c) La palabra profética (1:19-21).
3. Los falsos doctores (2:1-22).
a) El peligro que suponen (2:1-3).
b) Las lecciones del pasado (2:4-10).
c) El castigo futuro (2:11-22).
4. El día del Señor (3:1-16).
a) Exhortación a creer en la parusía (3:1-2).
b) La incredulidad de los falsos doctores (3:3-4).
c) Su reputación (3:5-10).
d) Exhortación a prepararse convenientemente para ese día (3,n-16).
5. Exhortación y doxología final (3:17-18).

1 2 Pe 1:1. 2 1:16-18. 3 I.13-15; cf. Jua_21:18 . 4 2 Pe 3:4; cf. 1 Pe 4:7-17; 5 3:1s. 6 3:2. 7 3:4 8 3:15-16. 9 5:1 10 2 Pe 3:9-10. 11 In Lev hom. 4:4: PG 12:437; Jua_14:1179 ; In los. 7:1: PG 12:857. 12 Apud Eusebio, Hist. Eccl 6:258; PG 20:584. 13 Híst. Ecd. 3:25: PG 20:215.269. 14 Enarr. in 2 Pe 3:5: PG 39.1774- Sin embargo, la comenta y hace uso de la 2 Pe en su tratado De Trinitate 1:15.285.32: PG 39:313.409.416.429. 15 De vir. illustr. i: PL 23:638. 16 Epist. ad Hedib. 120:11: GSEL 55:508. 17 Cf. RB(196i) 137- 18 75:6: PL 3:11-59 = GSEL 3:8135. 19 Oratio c. Árlanos 1:16; De Trinitate 1:7: PG 26:45; 28:1125. 20 Carm. líber I 12; Sect. 1:12:37: PG 37:474. 21 Adv. Eun. 5: PG 29:712. 22 De Fide 1:19; 3:12; Epist. 43:10: PL 16:557.608.839.1134. 23 EB 16-17. 24 Gf. J. Chaine, Les Építres catholiques* (París 1939) p.1-12. 25 Ibid. p.13. 26 Cf. R. Leconte, Les Építres catholiques, en La Sainte Bible de Jérusalem (París 1953) 96; D 784; J. gantinat, Les Építres catholiqu.es, en Introduction a la Bible de A. Robert-A. Feuillet vol.2 (Tournai 1959) p-595· 27 2 Pe 2:1-8-20. 29 2:25. 30.13:35; 31 1:16. 32 2:10-12. 33:17. 33 Cf. Jud_1:16 ss. 34 Cf. Jud_1:10 :19. 35 3:15. 36 2 Pe 3:10.13. 37 1:11.19; 3:4-5. 38 2:1.2.19. 39 1:4.16ss; 3:2. 40 3:5. 41 2:3ss; 3:7.9.15. 42 1:17. 43 1:17- 44 1:21. 45 1:1 46 1:17 47 1:8-11: 4·16; 2:20; 3:2.15:18. 48 1:1-11; 2:20; 3:2.18. 49 1:19; 2:9. 50 1:11. 51 1:11; 2:2.93.12. 52 1:19-21. 53 3:15-16. 54 2:1. 55 I,2S.8; 2:20. 56 1:5-8; 3:11.14.17.18. 57 1:10. 58 1:11 59 1:4; cf. 2 Cor 3:18; Heb 3:14; 6:4; Jn 1:12; 5:53ss; 1 Jn 1:3. 60 3:18. 61 3)14· Cf. G. Thils, L'einseignement de S. Fierre. Études bibliques 2.a ed. (París 1943) 62 1:19; 2:1.8.12.22. 63 Grammaire du Grec Biblique. Études bibliques (París 1927) p.XXXI. 64 Cf. 1 Pe 2:12 = 2 Pe 1:16; 1 Pe 4:3 = 2 Pe 2:2. 65 Cf. 1 Pe 1:7.13; 4:13 y 2 Pe 1:16; 3:4.12. 66 Cf. 1 Pe 3:20-21 y 2 Pe 2:5; 3:5-7- 67 Cf. 2 Pe 2:1-3:3 y Jud_1:4-18 68 2 Pe 3:23 y Jud_1:17-18 . 69 Cf. Jud_1:7 :9.13.14.15. 70 Cf. R. Leconte, o.c. p. 90-91.


Fuente: Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)

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Notas

II Pedro  1,1-21

Capitulo 1.

Saludos, 1:1-2.
El saludo adopta la forma que era común en aquel tiempo y que encontramos en otros escritos del Nuevo Testamento. Los destinatarios son designados de una manera muy general. A la gracia y la paz se añade el conocimiento de Cristo, que es uno de los temas favoritos de nuestra epístola.

1 Simeón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que han alcanzado la misma preciosa fe por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo: 2 Que la gracia y la paz se os multipliquen mediante el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús.

El autor de la epístola se presenta bajo el nombre de Simeón Pedro. Simeón corresponde a la forma hebrea Shime'on, que es más antigua. Esta forma hebraica se emplea pocas veces en el Nuevo Testamento 1. El Nuevo Testamento emplea más bien la forma helenizada Simón. San Pedro es llamado siempre en el Nuevo Testamento si exceptuamos 2 Pe y Hec_15:14 Simón. Esto explica la lección de Simón en B. La forma semítica Simeón, que casi había desaparecido, tal vez sea aquí un arcaísmo intencional.
Al doble nombre añade un doble epíteto: siervo o ministro y apóstol de Jesucristo, por haber sido llamado por El al apostolado para convertir al mundo.
El autor de la 2 Pe, preocupado por los peligros que amenazan la fe de los cristianos, pasa inmediatamente a hablar de ella. Afirma que la fe concedida como don a los paganos convertidos es del mismo precio que la que recibieron los mismos apóstoles. El que Dios los haya llamado a la misma fe de los apóstoles fue un favor puramente gratuito, concedido por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, es decir, imparcialmente a todos los que la deseaban, fueran judíos o paganos. Para la justicia de Dios no hay acepción de personas ni de naciones, sino que derrama su gracia sobre todos sin distinción 2. La fe de que nos habla el autor sagrado se refiere al depósito de las verdades reveladas 3. Este depósito lo poseen por un don gratuito de Dios.
La expresión nuestro Dios y Salvador Jesucristo, ¿designa una sola persona divina o más bien dos? Los autores se dividen. Pero la ausencia del artículo delante de Sajador, la comparación con fórmulas similares de esta misma epístola 4 y los paralelos paulinos 5 y los joánicos 6, creemos que prueban suficientemente que el nombre de Dios es aplicado aquí a Jesucristo. La divinidad de Cristo era bien conocida y proclamada por los apóstoles desde los comienzos de la Iglesia7.
El apóstol desea a sus lectores abundancia de gracia y de paz. Estos dones sólo se obtendrán por el único medio eficaz, que es un conocimiento cada día más pleno de Dios y de nuestro Señor Jesús. Cuanto más se avanza en el conocimiento práctico de Dios y de Jesucristo, tanta mayor gracia se obtiene de Dios y tanta mayor felicidad se goza, porque el conocimiento de Dios es la base y el fundamento de todo el edificio de nuestra salvación. Por eso decía Jesús: Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo. 8 Y en la 2 Pe, Cristo es presentado siempre como el objeto del conocimiento de los fieles 9.




Exhortación a la Santidad,Hec_1:3-21.

La liberalidad divina,Hec_1:3-11.
3 Pues por el divino poder nos han sido otorgadas todas las cosas que tocan a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento del que nos llamó por su propia gloria y virtud, 4 y nos hizo merced de preciosas y ricas promesas para hacernos así partícipes de la divina naturaleza, huyendo de la corrupción que por la concupiscencia existe en el mundo; 5 habéis de poner todo empeño por mostrar en vuestra fe virtud, en la virtud ciencia, 6 en la ciencia templanza, en la templanza paciencia, en la paciencia piedad, 7 en la piedad fraternidad y en la fraternidad caridad. 8 Si éstas tenéis y en ellas abundáis, no os dejarán ellas ociosos ni estériles en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. 9 Mas el que de ellas carece es de muy corta vista, es un ciego que ha dado al olvido la purificación de sus antiguos pecados. 10 Por lo cual, hermanos, tanto más procurad asegurar vuestra vocación y elección cuanto que, haciendo así, jamás tropezaréis, 11 y tendréis ancha entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Al recordarles las extraordinarias bendiciones que recibieron por la fe, les muestra cuan ventajoso sea cooperar seriamente a la obra de Dios en nosotros. El poder divino 10 de Jesús ha dado a los cristianos todo lo necesario para la vida sobrenatural y para la auténtica piedad n. Jesucristo ha sido el que nos ha hecho conocer íntimamente al Padre, al cual se atribuye el don de nuestra vocación a la fe. Cristo, al manifestar en su propia persona los atributos divinos por medio de sus milagros y de su incomparable santidad, logró atraerlos a la fe.
Por medio de estos mismos atributos (5Ã ùí = per quae; no per quem, Vgta), es decir, por la gloria y la virtud de Jesucristo, Dios nos ha dado, por puro acto de su bondad, las preciosas y ricas promesas (v.4), que ya habían sido hechas en el Antiguo Testamento y se realizaron en Cristo. Los bienes mesiánicos prometidos se concretizan especialmente en la justificación, o sea en la gracia, que nos hace hijos de Dios y en cierto sentido semejantes a Dios. La regeneración del cristiano es efecto de la gracia santificante, la cual es la participación de la vida divina: divinae consortes naturae = ·9åßáâ êïéíùíïß öýóåùò. La expresión ·åßá öýóéò es griega, y aparece con frecuencia en los filósofos y en los escritores griegos, los cuales hablan de la physis divina (Platón, Aristóteles, Jenofonte, Epicuro, Dio-doro Sículo, Josefo Flavio, Filón) 12. La fórmula physis divina designa al Ser divino, a la misma divinidad. Es la misma naturaleza divina como opuesta a todo lo que no es Dios. La fórmula lapidaria de San Pedro es audaz al mismo tiempo que clara, ya que esclarece el más espléndido efecto de la gracia santificante. ¿Cómo se ha de entender ese consorcio con la naturaleza divina? San Pedro, en la 1Pe_5:1, se presenta como participante (êïéíùíüò) de la gloria que ha de revelarse. Aquí precisa más el sentido de esa gloria, llamándola naturaleza divina. Esta comunión no indica una simple relación, sino una verdadera participación o comunión de Dios con el hombre, que no se puede reducir únicamente a una semblanza moral. El cristianopar-ticipa de la misma naturaleza divina, es decir, de todo el cúmulo de perfecciones contenidas de una manera formal-eminente en la esencia divina. De Cristo surge una fuerza nueva, sobrenatural, de la que participan todos los que están unidos con El por la fe y el amor. Cuando San Pablo habla de nuestra comunión con Cristo o con el Espíritu Santo, se refiere a una comunión con las fuerzas sobrenaturales que emanan de Jesucristo y del Espíritu Santo, y que nos constituyen hijos adoptivos de Dios y herederos de su gloria 13. Para San Juan, la vida que nos viene de Cristo es la vida común al Padre y al Hijo 14.
El cristiano participa, por lo tanto, de la naturaleza divina. Pero no se debe extender esta participación hasta sostener que sea una identidad sustancial con la naturaleza divina en sentido panteístico; o bien concebirla como una conversión de nuestra naturaleza en la divina, como entendieron ciertos racionalistas y ciertos místicos quietistas. La teología católica ve en esta comunión un efecto de la gracia santificante, que hace al alma verdadera y realmente partícipe de la naturaleza divina, aunque se trata de una participación analógica y accidental. Dios nos hace participantes de su naturaleza divina mediante la gracia, con la cual nos asemejamos más y más a El 16.
Esta participación de la naturaleza divina comienza ya en este mundo, como parecen insinuarlo las palabras que siguen en la 2 Pe: huyendo de la corrupción que por la concupiscencia existe en el mundo (v.4).
Para tener parte en el extraordinario favor de la participación de la naturaleza divina es necesario evitar la corrupción moral que reina en el mundo. La eficacia de la obra divina en el cristiano depende de su cooperación, porque hay oposición entre la naturaleza divina y la corrupción moral. El que ama al mundo con sus concupiscencias no puede tener la vida divina en él 17.
El proceso descrito por el autor sagrado en los v.3-4 es el siguiente: primero, la vocación a la fe, que es el fundamento de todos los demás dones divinos; después, el conocimiento de Dios. Y, finalmente, por medio de este conocimiento llegamos a la participación de la naturaleza divina y a la huida de la corrupción moral.
El hombre debe responder a estos dones divinos con la práctica de las virtudes. El autor sagrado, con una construcción concatenada en forma gradual (climax), inculca la práctica de ocho virtudes. De esta manera quiere significar que las virtudes nacen unas de las otras y se completan mutuamente. Al don de la fe, que es principio de toda justificación, el cristiano ha de unir la energía moral, la fuerza y el vigor de animo (áñåôÞ) para obrar el bien. A la energía moral ha de juntarse la ciencia (ãíþóéâ) práctica, que hace conocer el bien que ha de hacerse y el mal que ha de evitarse. Energía moral y ciencia práctica son correlativas: ésta da las directrices y aquélla las ejecuta. A la ciencia va unida la templanza (åãêñÜôåéá, í. 6), por medio de la cual el hombre se domina a sí mismo y a sus pasiones. La templanza es necesaria para que la ciencia o el conocimiento no sea turbado por la pasión o los excesos. A la templanza se ha de unir la paciencia (õðïìïíÞ) en las aflicciones, mediante la cual perseverarán en el bien a pesar de las dificultades y no sentirán desaliento en la espera de la parusía 18. A la paciencia ha de ir unida la piedad (åõóÝâåéá) para con Dios, que le confiere todo el valor religioso que puede poseer la paciencia.
La verdadera piedad que Dios espera de nosotros es el que amemos a nuestros hermanos (öéëáäåëößá, í.7) 19, como miembros que son de una sola familia. Pero el amor fraterno no basta, es necesario amar a todos los hombres amando primero a Dios. La caridad (áãÜðç) para con Dios y para con el prójimo es lo que realmente ha de distinguir al verdadero cristiano. Esto es lo que nos enseña el sermón de la Montaña 20. El amor fraterno tiene su perfección en el amor del prójimo 21. La caridad constituye la coronación y la plenitud de todas las virtudes 22 y es el lazo que las une entre sí 23. Por eso dice muy bien San Ignacio Mártir 24: La fe es el principio, la caridad es el término de la vida cristiana; y el concilio Tridentino habla de la fe perfecta, que se manifiesta en la caridad 25.
La práctica de las virtudes tendrá como efecto la fertilidad, el adelantamiento espiritual, es decir, el progreso religioso del alma. El crecimiento en las virtudes llevará al conocimiento (Ýðßãíùóéí) de nuestro Señor Jesucristo (v.8). Es necesario santificarse para comprender mejor a Cristo. El conocimiento de Jesús es el punto de partida de la vida cristiana (cf. v.3) y es también su término y coronamiento. Este conocimiento de Jesucristo es uno de los temas en torno al cual gira la presente epístola 26. Para el autor sagrado el mejor remedio contra las falsas doctrinas es el conocimiento de Jesucristo. Este conocimiento es algo dinámico, por eso puede ser causa y objeto de la virtud.
El que no practique las virtudes carecerá de conocimiento verdadero de Jesucristo y será semejante a un miope, a un ciego (v.9), porque no ve o ve imperfectamente las cosas celestiales. La gnosis del Señor permanece oculta para él. En lugar de adelantar en el conocimiento de Cristo, llega hasta olvidar su bautismo, que le había purificado de sus antiguos pecados, y a vivir como si nunca hubiera sido regenerado 27. Por eso es necesario cooperar a la gracia divina recibida en el bautismo practicando las virtudes. De esta manera asegurarán la vocación y elección que han recibido (v.10). Vocación y elección en este pasaje son sinónimos. No se trata directamente de la elección a la gloria, sino de la vocación a la fe y a la gracia obtenida por medio del bautismo. El esfuerzo puesto en la práctica de las virtudes les ayudará a preservarse de cometer pecados y los capacitará para entrar en el reino eterno de nuestro Señor, en donde recibirán las magníficas promesas de que nos habla el v.4 (v.11).
La expresión haciendo así jamas tropezaréis (v.10) no significa que el autor sagrado piense en una impecabilidad absoluta de los elegidos. únicamente viene como a garantizar la perseverancia en la medida en que se guarde fidelidad a las directrices formuladas.
El concilio Tridentino 28 cita este versículo de San Pedro como prueba de la necesidad y de la posibilidad de practicar los mandamientos.



Veracidad del Testimonio Apostólico,1Pe_1:12-18.
El autor sagrado manifiesta en estos versículos el objeto de su carta. Quiere confirmar una vez más la veracidad de su predicación sobre la venida de Cristo.

12 Por eso no cesaré de traeros a la memoria estas cosas, por más que las sepáis y estéis afianzados en la verdad que al presente poseéis, 13 pues tengo por deber, mientras habito en esta tienda, estimularos con mis amonestaciones, 14 considerando que pronto veré abatida mi tienda, según nos lo ha manifestado nuestro Señor Jesucristo. 15 Quiero, pues, que, después de mi partida, en todo tiempo recordéis esto. 16 Porque no fue siguiendo artificiosas fábulas como os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, sino como quienes han sido testigos oculares de su majestad. 17 El recibió de Dios Padre el honor y la gloria cuando de la magnífica gloria se hizo oír aquella voz que decía: Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias.18 Y esta voz bajada del cielo la oímos los que con El estábamos en el monte santo.

La importancia vital de las verdades ya expuestas incita al autor sagrado a volver de nuevo sobre ellas. Les explica los motivos por los cuales les escribe estas cosas. Estos motivos son el celo apostólico (v.13) y la persuasión de que su muerte está próxima (v.14). Sabedor de la responsabilidad que pesa sobre sus espaldas, sobre todo ahora que nuestro Señor le ha revelado la proximidad de su muerte, quiere recordarles la obligación que tienen de practicar la virtud. La revelación de la que habla nuestro autor tal vez haga referencia a Jua_21:18s, en donde Jesús anuncia a Pedro su martirio. Otros autores, como, por ejemplo, De Ambroggi 30, piensan que aquí se trataría más bien de una revelación ulterior de Cristo como aquella del Quo vadis? 31.
El autor sagrado, sabiendo que el tiempo de abandonar su tienda terrena está ya cercano (v.14), piensa en el modo de conservar entre ellos viva su enseñanza incluso después de su muerte (v.15). El modo de recordarles sus amonestaciones será mediante la lectura de su carta en las asambleas cristianas. Este tal vez sea el sentido de la vaga declaración del apóstol. Muchos autores (Camerlynck, Bigg.) piensan que este versículo ha dado origen a los numerosos apócrifos atribuidos a San Pedro: Evangelio de Pedro, Apocalipsis de Pedro, Kerigma o predicación de Pedro, etc.
En el í. 16 el hagiógrafo pasa de la primera persona del singular a la del plural. Con lo cual parece querer indicar que el autor sagrado se incluía a sí mismo entre aquellos que colaboraron en la evangelización de los lectores. En el nosotros de estos v.16-18 sin duda que el autor sagrado habla de sí mismo y de los demás apóstoles que fueron testigos de la transfiguración de Cristo. El objeto de la predicación de Pedro, lo mismo que la de los otros apóstoles, versaba principalmente sobre el poder divino y la venida o parusía de nuestro Señor Jesucristo (v.16). San Pedro en su predicación, que nos ha sido conservada en el evangelio de Marcos 32, acentúa la venida del Hijo del hombre en el esplendor de su poder.
La enseñanza cristiana acerca de la parusía no está entretejida con fábulas hábilmente inventadas, como pensaban y enseñaban los falsos doctores 33. El autor sagrado invoca dos testimonios en favor de la esperanza cristiana enseñada por los apóstoles. El primero es el del Padre celestial en la transfiguración de Jesucristo 34. Los apóstoles contemplaron entonces el deslumbrante resplandor de Cristo, que manifestaba su dignidad íntima. La transfiguración había venido, pues, a ser una prueba del poder divino del Salvador y una garantía de su retorno glorioso.
Nuestro autor emplea el término Ýôôüôôôçæ (= testigo, espectador), que era usado en el lenguaje de los misterios paganos para designar al fiel iniciado en los más altos grados de los arcanos divinos. Aquí el hagiógrafo da a este término un sentido cristiano, designando con él a los apóstoles que fueron espectadores privilegiados de las manifestaciones más grandiosas de la gloria de Cristo: transfiguración y resurrección.
La gloria divina de Jesucristo procede de la magnifica gloria (í. 17), que es el Padre. La nube luminosa, de que nos hablan los sinópticos 35, era lo que llamaban los judíos sekhina, es decir, la gloria divina manifestada por una actividad sensible o mediante la nube de las teofanías de Yahvé. El resplandor de Cristo en la transfiguración 36 es ya un testimonio divino; pero la voz celeste precisa la revelación divina. La descripción que nos ofrece la 2 Pe se acerca más a la de Mat_17:5 que a la de Mar_9:7 y Lev_9:35. Tal vez fuera utilizado el evangelio de San Mateo en la comunidad a la que pertenecía el autor de 2 Pe.
El autor se presenta como testigo de la transfiguración (v.18) de Cristo, que tuvo lugar sobre el monte santo 37. Se ve que la catequesis daba ya este nombre al monte donde se transfiguró Jesús, que muy probablemente se ha de identificar con el Tabor.



La palabra profética,Lev_1:19-21.
19 Y tenernos aún algo más firme, a saber: la palabra profética, a la cual muy bien hacéis en atender, como a lámpara que luce en lugar tenebroso hasta que luzca el día y el lucero se levante en vuestros corazones. 20 Pues debéis ante todo saber que ninguna profecía de la Escritura es de privada interpretación, 21 porque la profecía no ha sido en los tiempos pasados proferida por humana voluntad, antes bien, movidos del Espíritu Santo, hablaron los hombres de Dios.

El segundo argumento lo constituyen las antiguas profecías. ¿Qué profecías son éstas? Deben de ser las profecías referentes a la parusía. El autor sagrado quiere demostrar que su enseñanza sobre la parusía es verdadera. La palabra profética (v.19) probablemente no se refiera a un oráculo particular, sino a un anuncio que se desprende de los textos del Antiguo Testamento que tratan de la gloria del Mesías (Camerlynck, Mayor, Bigg, Chaine) 38. San Pedro, en un discurso de Hec_3:20-21, habla de la restauración de todas las cosas, según Dios había anunciado por boca de sus santos profetas, refiriéndose sin duda a los tiempos de la parusía.
¿En qué sentido la palabra profética es mas firme, âåâáéüôåñïò? Muchos exegetas creen que el autor sagrado aduce un nuevo argumento que considera superior al precedente, no considerado en absoluto, porque ambos provienen de Dios, sino en relación con los destinatarios a los cuales se dirigía San Pedro, y que serían de origen judío. Otros, en cambio, piensan de modo diverso, porque los lectores de la epístola no eran judíos, sino en gran parte paganos convertidos. Además, la construcción de la frase griega êáé å÷ïìåí no es equivalente a Ý'÷ïìåí äå; sugiere más bien la idea de consecuencia que la de progresión. Por lo cual se podría traducir toda la frase: Y tenemos así mejor confirmada la palabra profética. Con lo cual querría decir: hemos asistido en la transfiguración de Cristo a una realización parcial de tales profecías, lo cual hace más sólida en nosotros la esperanza de llegar a ver el cumplimiento definitivo 39.
Para el autor sagrado, después de haber sido testigo de la transfiguración, los oráculos referentes a la parusía de Jesús adquieren un significado más pleno y claro. Y por eso exhorta a sus lectores a prestarles gran atención, porque son como una lámpara que luce en lugar tenebroso hasta que luzca el día (v.19). Las profecías mesiánicas son una luz provisoria, si bien sumamente preciosa, en espera de la aurora de la perfecta luz que será la parusía del Señor 40. Pero para obtener provecho de esta luz que es el Antiguo Testamento 41, hay que emplearla como conviene. Toda profecía tiene a Dios por autor, y sólo El puede explicar el sentido preciso de ella. Por eso, las Sagradas Escrituras no pueden ser interpretadas ni explicadas según el parecer privado de cada uno. Sólo Cristo y aquellos a los que eligió para enseñar en su nombre tienen autoridad para interpretar la Sagrada Escritura (v.20). Es a saber, los apóstoles, la tradición y, en definitiva, la Iglesia. La llave de toda la Escritura es la Iglesia, a la cual parece referirse implícitamente el autor sagrado. Por eso, dice el concilio Tridentino42, y lo repetirá más tarde el concilio Vaticano43: Nemo suae prudentiae innixus, in rebus fidei et morum. Sacram Scripturam ad suos sensus contorquens, contra eum sensum quem tenuit et tenet sancta mater Ecclesia, cuius est iudicare de vero sensu et ínterpretatione Scripturarum sancta -rum, aut etiam contra unanimem consensum Patrum, ipsam Scripturam sacram interpretar! Audeat.44
Las palabras de la 2 Pe van dirigidas contra los falsos doctores, que interpretaban la palabra profética a su modo. Al mismo tiempo condenan directamente las teorías del libre examen de los protestantes.
La razón de que la Sagrada Escritura no puede ser interpretada según la voluntad de cada hombre es que se trata no de una obra humana, sino de una obra divina. El Espíritu Santo es el autor principal de la Sagrada Escritura, porque los profetas hablaron movidos, impulsados, llevados (öåñüìåíïé) por este Espíritu divino45 para que dijeran aquello y sólo aquello que él quería comunicar a los demás hombres. El profeta es el intérprete de Dios, habla en su nombre, o bien escribe, es como un instrumento en manos de Dios. La metáfora, sin embargo, no autoriza a privar al profeta de su libertad y de su actividad propia. El hagiógrafo, cuando escribe bajo la moción del Espíritu Santo, conserva su libertad y su inteligencia propias. Dios puede regir las facultades humanas sin destruirlas. Este texto de la 2Pe_1:21 nos descubre algo de lo que es la naturaleza de la inspiración escrituraria al poner de relieve la colaboración divino-humana en la composición de la Sagrada Escritura. Esta inefable colaboración hace que la obra, que es totalmente de Dios, sea, al mismo tiempo, totalmente del hombre 46. Es uno de los textos del Nuevo Testamento que más claramente nos habla de la naturaleza y del hecho de la inspiración bíblica.

1 Cf. Luc_2:25.34; Hec_13:1; Hec_15:14. 2 Cf. Rom_1:17. 3 Cf. 1Ti_4:1.6. 4 1:11; 2:2ï; 3:2.18. 5 Rom_9:5; Tit_2:13; 3:4- 6 Jua_1:1ss; Jua_20:28. 7 Cf. ZNTW (1904) p.335ss. 8 Jua_17:3 9 1:3.8; 2:20; 3:18. 10 Esta expresión, propia de la filosofía griega, es empleada por el autor sagrado para designar la realidad de la divinidad de Cristo. 11 Aquí piedad (åõóÝâåéá) parece significar la buena conducta moral de los cristianos. 12 Según H.Windisch (Excursus sobre Hellenistische Fromigkeit im 2 Pe, en Handbuch zum N.T.3, Tubinga 1951), la espiritualidad helenista hablaba de la participación de la naturaleza divina concedida a los hombres por la äýíáìç de Dios, y del conocimiento de Dios. Cf. también A. J. Festugiére, L'ideal religieux des Crees et l'évangile (París 1936) p. 4735. 13 Gal_4:4-7; Rom_8:14-24; Cf. 1:5. 14 Jua_5:26; Jua_14:20-23; Jua_17:20-26; 1 Jn 1:2s. El N.T., en diversos lugares, también nos dice que nacemos de Dios (Jua_1:13); que somos hijos de Dios, engendrados por El (Jua_3:5; Gal_4:6s), partícipes de su vida (Jua_5:21). 15 Suma Teológica 3 q.2 a.io ad i. 16 Cf. A. Charue, Les építres catholiques, en La Sainte Bible de Pirot, vol.12 P-484J P· De Ambroggi, Le Epistole cattoliche 2.a ed. (Turín-Roma 1949) p.17is; Dom R. M. Díaz, Epís-toles catoliques, en La Biblia de Montserrat vol.22 (Montserrat 1958) p.122s. 17 Cf. 1Jn_2:15ss. 18 Cf. 2Pe_3:4. 19 Gf. 1Jn_4:7. Otras enumeraciones de virtudes: Gal_5:22-23; 2Co_6:4-5. 20 Mat_5:43-48. 21 Cf. Jua_13:345; Jua_15:12.17; 1Jn_2:10; 1Jn_3:14. 22 Rom 13:10. 23 Gol 3:14; cf. 1Co_13:15. 24 Ad Ephesios 14:1. 25 Ses.6 c.7 y c.10. 26 Cf. 1:2.3.5; 2:20; 3:18. 27 Cf. Tit_3:5; Epíst. de Bernabé é1:1é; San Justino, Apol. I 61. 28 Ses.6 c.11i. 29 D 804.830.La idea de incertidumbre acerca de la salvación definitiva aparece con frecuencia en los escritos del Nuevo Testamento (1Co_10:12; Flp_2:12; 1Pe_1:17; Rev_3:11). 30 O.c. p.176. 31 Cf. Actas de Pedro c.35, edición de L. Vonaux (París 1922) p-426; Hegesipo, Histp-ñae 3:2: Csel 66:186; Orígenes, In lo. 20:12: PG 14:600; C. Fouard, S. Paul, ses dernié-res années, ed. 10 (París 1918) p.30i. La imagen de la tienda, empleada en el v.13, trat su origen de la vida nómada (Isa_38:12), y quiere significar que la vida humana es efímera, como lo es la morada del nómada. Hoy está aquí, mañana en otro lado. 32 9:1; 13:26. 33 Las fábulas en el í. Ô. están tomadas siempre en sentido peyorativo (cf. 1Ti_1:4; 2Ti_4:4; Tit_1:14). Son producto de la imaginación, y, en cuanto tales, se oponen a la verdadera historia evangélica. Los gnósticos interpretaban la historia evangélica como si fuera un mito. 34 Mar_9:2ss; Mat_17:1-9. 35 Cf. Mt 17:5- 36 Cf. Mat_17:2. 37 Cf. Luc_9:28. 38 La expresión palabra profética es empleada a veces para designar a la Sagrada Escritura en general (cf. Filón, Leg. Alleg. 3:43). 39 De Ambroggi, o.c. p.175s. 40 Cf. Isa_60:1-2; Luc_1:78. 41 En el í. Ô. ãñáöÞ se emplea siempre como una designación de A. T. La profecía de a Escritura era, pues, la del A. T., la profecía por excelencia. 42 Ses.4, De edit, et usu Sacr. Libr.: EB 62. 43 De Revelat. c.2: EB 78. 44 Gf. D 786.1788. 45 La lección de la Vulgata: locuti sunt sancti Dei nomines, se encuentra en varios códices griegos: S(A)KL. Otros códices (BP), en lugar de Üãéïé, tienen orno 3åïû= a Deo. Y una tercera serie de códices (C, etc.) presentan la lección áðü 3åïÏ Üãéïé = a Deo sancti. Tischendorf, Westcott-Hort, Nestle, aceptan la lección del cód. B: coro 3eoO Üíèñùðïé, que parece ser la más probable, aunque es la más difícil. El sentido sería: Locuti sunt a Deo homines, i.e., movidos por Dios hablaron los hombres, o sea, los profetas. 46 Cf. A. Âåá, De Sacrae Scripturae inspiratione (Romae IQ35) P-36. Véanse también Tomás, Suma Teológica 2-2 q.171-174; P. Svnave-P. Benoit, La Prophetie dans S. Thomas d Aquin (Somme Théologique, edic. Rev. des Jeunes, París 1947); G. M. Perrella, Introducción general a la Sagrada Escritura (Edit. El Perpetuo Socorro, Madrid 1954); H. Hopfl-L. Leloir, Introductio generalis in Sacram Scripturam (Romae 1958); G. Courtade, Inspiration: DBS IV (París 1949) col.482-559; J. M. Vosté, De divina inspiratione et veritate S. Scripturae (Romae 1932); P. De Ambroggi: ScuolCat 71 (1943) 349-63.