Apocalipsis  1 Sagrada Biblia (Nacar-Colunga, 1944) | 20 versitos |
1 Apocalipsis de Jesucristo, que, para instruir a sus siervos sobre las cosas que han de suceder pronto, ha dado Dios a conocer por su ángel a su siervo Juan,
2 el cual da testimonio de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo, de todo lo que él ha visto.
3 Bienaventurado el que lee, y los que escuchan las palabras de esta profecía, y los que observan las cosas en ella escritas, pues el tiempo está próximo.
4 Juan, a las siete Iglesias que hay en Asia: Con vosotros sean la gracia y la paz, de parte del que es, del que era y del que viene, y de los siete espíritus que están delante de su trono,
5 y de Jesucristo, el testigo veraz, el primogénito de los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre,
6 y nos ha hecho un reino y sacerdotes de Dios, su Padre, a El la gloria y el imperio por los siglos de los siglos, amén.
7 Ved que viene en las nubes del cielo, y todo ojo le verá, y cuantos le traspasaron; y se lamentarán todas las tribus de la tierra. Sí, amén."
8 Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios; el que es, el que era, el que viene, el todopoderoso."
9 Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la paciencia en Jesús, hallándome en la isla llamada Patmos, por la palabra de Dios y por el testimonio de Jesús,
10 fui arrebatado en espíritu el día del Señor y oí tras de mí una voz fuerte, como de trompeta, que decía:
11 Lo que vieres escríbelo en un libro y envíalo a las siete iglesias, a Efeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea.
12 Me volví para ver al que hablaba conmigo;"
13 y vuelto vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros a uno, semejante a un hijo de hombre, vestido de una túnica talar y ceñidos los pechos con un cinturón de oro.
14 Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve; sus ojos, como llamas de fuego;"
15 sus pies, semejantes al azófar, como azófar incandescente en el horno, y su voz, como la voz de muchas aguas.
16 Tenía en su diestra siete estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos, y su aspecto era como el sol cuando resplandece en toda su fuerza.
17 Así que le vi, caí a sus pies como muerto; pero él puso su diestra sobre mí, diciendo:"
18 No temas, yo soy el primero y el último, el viviente, que fui muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno.
19 Escribe, pues, lo que vieres, tanto lo presente como lo que ha de ser después de esto.
20 Cuanto al misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra y los siete candeleros de oro, las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros las siete iglesias.

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Introducción a Apocalipsis 

Times New Roman ;;;

Apocalipsis.

Introducción.

Título.
El término apocalipsis es la transcripción de la primera palabra griega, áðïêÜëõøç, con la que empieza nuestro libro: Apocalipsis de Jesucristo. El substantivo apocalipsis = revelación proviene del verbo griego áðïêáëýðôù, que significa revelar, descorrer el velo, descubrir. En el Nuevo Testamento, un apocalipsis es, pues, esencialmente, una revelación, hecha por Dios a los hombres, de cosas ocultas conocidas sólo por El 2. Aquí la revelación va dirigida a San Juan, el cual recibe la misión de comunicarla a las siete iglesias de la provincia proconsular de Asia: Efeso, Esmirna, Pergamo, Tia-tira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. Estas siete iglesias representan a todas las comunidades cristianas del Asia a las cuales dirige San Juan su mensaje. Es probable que nuestro autor tome apocalipsis en el sentido de manifestación de Jesucristo como Señor y como Juez, pues es el sentido que mejor responde al contenido de su mensaje.
En la época en que escribía San Juan, el término apocalipsis servía para designar - tanto entre los judíos como entre los cristianos - libros que contenían revelaciones divinas acerca de diferentes objetos, especialmente sobre el futuro 3. Y estas revelaciones divinas podían ser hechas directamente por Dios, o por medio de ángeles. Pero, sin revelación divina, no se podía dar apocalipsis, porque el hombre es incapaz de conocer por sí mismo los secretos celestes.

Género apocalíptico.
Para la verdadera inteligencia del Apocalipsis importa más que nada conocer el género literario en que fue escrito. El género apocalíptico, propio de nuestro libro, tuvo gran éxito en ciertos ambientes judíos en la época en que escribía San Juan. A partir del siglo II a.C. comienza una gran floración de apocalipsis, la mayor parte de ellos apócrifos, que se irá extendiendo más y más hasta el siglo ni d. Hasta nosotros ha llegado un cierto número de estas obras apócrifas, como los libros de Henoc, el libro de los Jubileos, los Testamentos de los doce Patriarcas, los Secretos de Henoc, la Asunción de Moisés, el Cuarto libro de Esdras, el Apocalipsis de Abrahan, de Isaías, de Baruc, de Sofonías, de Ezequiel, la Vida de Adán y Eva, Salmos de Salomón, Oráculos sibilinos, etc. Todos tienen de común el pretender descubrir a los hombres lo que Dios sólo, o los seres celestiales, conocen, es decir, sucesos futuros referentes al pueblo de Dios y a la vetsaida de los tiempos escatológicos. Y lo hacen con el fin de consolar a los espíritus abatidos y de infundirles nuevos ánimos, en medio de las persecuciones y desgracias por las que tuvo que pasar Israel. Ante la terrible persecución de Antíoco Epífanes (168-165 a.C.), ante la toma de Jerusalén por Pompeyo (63 a.C.), y ante la destrucción del templo y del pueblo judío (70 y 135 d.C.), no tiene nada de extraño que muchos fieles yahvistas pensasen en el próximo fin de la religión y de la raza elegida. Fue entonces cuando comenzaron a aparecer escritos apocalípticos que cantaban la gloria del futuro Israel. Estos apocalipsis eran mensajes de esperanza para los judíos fieles, pues les recordaban la fidelidad de Dios a sus promesas. Pero, al mismo tiempo, eran una amenaza para los gentiles y los judíos apóstatas, e incluso a veces una invitación a la conversión.
Los grandes sucesos por medio de los cuales Dios obrará la liberación de Israel son presentados por la literatura apocalíptica como inminentes. Pero, al no encontrar una solución inmediata para los males nacionales del momento presente, se refugian en un futuro glorioso íntimamente ligado con los últimos días. Los autores apocalípticos recurren de ordinario a visiones divinas, a intervenciones de ángeles, que se presentan como guías o intérpretes de los hechos misteriosos que han contemplado. Esas visiones o revelaciones suelen tener lugar en las esferas celestes. Los hechos históricos contemporáneos del autor apocalíptico son presentados bajo una forma oscura y misteriosa. Y lo que esos autores no conocen por la historia lo presentan como envuelto en los velos de la profecía. Pretenden desligarse del presente para trasladarse a los tiempos futuros.
Por el hecho de que los libros apocalípticos suelen hablar del triunfo de Israel y de la religión yahvista sobre los imperios y pueblos paganos, de ordinario emplean la seudonimia. De este modo trataban de evitar la persecución de la autoridad, cuya inminente caída profetizaban como segura. Y, por otra parte, el autor quería autorizar y acreditar su mensaje ante sus contemporáneos, presentándose bajo el nombre de algún personaje célebre del Antiguo Testamento, como Abrahán, Moisés, Isaías, Henoc.
Otra nota característica de la literatura apocalíptica es su esoterismo. El mensaje suele ir dirigido a un grupo de iniciados. Para explicar la aparición repentina de una obra hasta entonces desconocida, simulan que acababa de encontrarse o que se hallaba en poder de un grupo restringido de personas. En sus descripciones no buscan la claridad, sino que complican las escenas para hacerlas más misteriosas. Muchas de las imágenes empleadas son plásticamente irrealizables. A veces se emplea también un lenguaje criptográfico y hasta cifrado, que sólo un cierto número de personas podía comprender 4.
El apocalipsis es, por lo tanto, una revelación hecha a ciertos hombres, directamente por Dios o por ministerio de los ángeles, ¿e cosas ocultas, especialmente de secretos divinos 5.
El hecho de que la revelación apocalíptica se refiera casi siempre a cosas ocultas del futuro hace que el apocalipsis sea al mismo tiempo una especie de profecía. Y tanto es así que a veces resulta difícil delimitar las fronteras exactas entre el apocalipsis y la profecía. Las visiones de Ezequiel, de Zacarías y de Daniel están, desde el punto de vista literario, a medio camino entre las sobrias profecías de Amos e Isaías y las complicadas revelaciones de muchos apocalipsis apócrifos. El Apocalipsis de San Juan también guarda este medio, y se asemeja bastante a los escritos de Ezequiel y Daniel 6, de los que toma muchas de sus imágenes y símbolos. El género apocalíptico se muestra más bien como un desarrollo del género profetice 7. Por otra parte, sin embargo, el género apocalíptico difiere bastante del género profético, pues es esencialmente alegórico, voluntariamente misterioso y siempre necesita interpretación.
La misión esencial del profeta es el recordar constantemente al pueblo sus obligaciones y las exigencias de la alianza. Para mejor llevar a cabo su misión puede recibir revelaciones especiales acerca de un suceso futuro, que él anuncia como signo cuyo cumplimiento justificará sus palabras y su misión 8. Otras veces, el profeta conoce y anuncia con antelación los castigos que han de abatirse sobre el pueblo de Dios. Y una vez que el castigo ha llegado, anuncia perspectivas de restauración y de renovación religiosa. El profeta es un vidente, un hombre que recibe de Dios revelación de hechos futuros que sus contemporáneos no conocen. Pero esta previsión del futuro es secundaria en la profecía; y se da al profeta sólo para favorecer su misión primordial, que es recordar al pueblo sus obligaciones morales.
Por el contrario, en la apocalíptica el elemento principal es la previsión y anuncio de cosas futuras, mientras que las preocupaciones morales inmediatas se esfuman y pasan a segundo término 9. El autor de un apocalipsis es, ante todo, un vidente. La revelación de las cosas misteriosas del futuro la recibe bajo la forma de visiones que consigna por escrito 10. Pero estas visiones no constituyen el objeto de la revelación, sino que son símbolos que sirven para expresarla. Los autores apocalípticos difieren de los profetas clásicos - según el P. Lagrange - en que, en lugar de tomar sus visiones del ambiente circundante, se elevan más alto; no piden a Dios que descienda, sino que prefieren subir hasta El para ver de cerca sus maravillas. 11
El simbolismo es una de las principales características del género apocalíptico. Todas las imágenes que el autor apocalíptico emplea son símbolos: una espada significa destrucción y exterminio; una corona representa la realeza del que la lleva; una palma, el triunfo; las alas, la agilidad para moverse. Un candelabro representa a una Iglesia determinada 12; una estrella, a un ángel; las siete cabezas de la Bestia pueden representar siete colinas (¿las de Roma?) o siete reyes 13. Los números son también casi siempre simbólicos, y no se deben tomar por lo que valen, sino por lo que simbolizan. El siete simboliza la plenitud, la perfección; el seis (=7 menos 1), por el contrario, representa la imperfección; el ocho, la sobreabundancia; el cuatro simboliza el mundo creado (= los cuatro elementos, los cuatro puntos cardinales); el doce representa al Israel antiguo y al nuevo (la Iglesia cristiana); mil designa una gran ciudad, y lo mismo el cuadrado de doce (=144 multiplicado por 1000). Incluso los mismos colores tienen valor simbólico: el blanco es signo de la victoria, de la pureza, de la alegría 14; el rojo es símbolo de la violencia; ej negro, de la muerte 15; el escarlata, de lujo y magnificencia 16.
Por eso, cuando un autor apocalíptico quiere describir una visión, se sirve de estos símbolos para expresar las ideas que Dios le sugiere. Como la finalidad que se propone no es la de describir una visión imaginable y coherente, sino la de traducir en lenguaje apocalíptico las ideas recibidas de Dios, de ahí que proceda por acumulación de símbolos, de cifras y de colores, sin preocuparse de su incoherencia. Teniendo esto en cuenta, sería un error querer imaginarse plásticamente, por ejemplo, la Bestia de siete cabezas y de diez cuernos del Apocalipsis de San Juan 17. ¿Cómo habría que repartir los diez cuernos sobre siete cabezas?
De donde se sigue que, en la interpretación del Apocalipsis de San Juan, es esencial el prescindir de lo plástico e imaginable, para contentarse con traducir intelectualmente los símbolos sin detenerse en los detalles más o menos sorprendentes. La Bestia representa al Imperio romano con sus emperadores (las cabezas) y sus reyes vasallos (los cuernos) 18. De los símbolos hay que extraer la idea, teniendo en cuenta su elasticidad y, a veces, hasta su incoherencia. El Apocalipsis de San Juan es una obra de un escritor oriental, de exuberante fantasía; de un vidente que vislumbra los destinos de la humanidad en un horizonte de eternidad. Sus visiones tienen mucho de flotante e inconsistente 19.
En la descripción de una visión apocalíptica, los detalles concretos poseen con frecuencia un valor simbólico y constituyen por sí mismos una enseñanza. A veces el mismo autor del Apocalipsis nos indica la interpretación de ciertos símbolos. Pero esto no es lo ordinario. Frecuentemente San Juan parece presuponer que sus lectores estaban al corriente del valor simbólico que él daba a sus imágenes. De ahí que hoy día no alcancemos a comprender el significado de ciertos símbolos, que debieron de ser claros para los contemporáneos del vidente de Patmos.
A hacer más oscura la interpretación de un escrito apocalíptico también contribuye el hecho de que el autor apocalíptico se esfuerza siempre por abstraer, al menos aparentemente, de su verdadera época. Se transporta siempre - como dice el P. Alio - a un punto convencional del pasado, al tiempo de un gran personaje como Henoc o Esdras, cualificado para recibir revelaciones divinas. Y es a este personaje al que hace hablar. Una de las características esenciales de los (apocalipsis) apócrifos es, por lo tanto, la seudonimia. Todos reposan sobre ficciones literarias. El autor pretendido podrá, pues, describir a modo de profecía los principales sucesos históricos que hayan tenido lugar desde su época hasta la del verdadero autor; y éste continuará esa serie de predicciones post eventum - sin que nada, en el tono ni en la forma literaria, denote el cambio - por sus propias especulaciones sobre el futuro. Construye de este modo un bloque que abarca hasta el fin del mundo, y descubre todos los designios de Dios en toda la historia de la humanidad. Es una verdadera filosofía de la historia 20. A veces el autor apocalíptico, no disponiendo de hechos históricos conocidos que le puedan servir de trama, tendrá que recurrir a las tradiciones alegóricas, a los lugares comunes de estrellas, metales, pedrerías, monstruos fantásticos, que muchas veces procederán de mitos y leyendas profanas. De aquí resulta con frecuencia la falta de unidad y la dificultad de armonizar los diversos puntos de vista escatológicos 21.
El Apocalipsis de San Juan ofrece numerosas semejanzas con los escritos apócrifos del género apocalíptico. Como éstos, se compone de visiones, con partes descriptivas y partes proféticas. El estilo empleado es figurado y misterioso. Se sirve de las mismas imágenes y expresiones que encontramos en la apocalíptica judía. Sin embargo, las diferencias son muy grandes. En primer lugar, el Apocalipsis del Nuevo Testamento no es un escrito seudónimo, sino que es presentado como obra de Juan, el vidente de Patmos 22.
Va dirigido a las iglesias donde él mismo había trabajado. Y trata de cosas que eran de primerísima actualidad. Por lo cual, cualquier fraude sería fácil de descubrir. Su unidad de enseñanza es perfecta. Juan nunca se ocupa de cosas inútiles (de los secretos cósmicos, etc.), como hacen frecuentemente los escritos apocalípticos. A imitación de los profetas antiguos, escribe con el fin primario de exhortar, de animar a sus hermanos sacudidos por la persecución y los peligros. La idea teológica central es el triunfo definitivo de Jesucristo sobre el mal en sus distintas manifestaciones históricas. La Iglesia y los fieles cristianos están ahora sometidos a sufrimientos y persecuciones; pero todo esto es algo pasajero. Cristo destruirá pronto todo lo que se opone a la implantación de su Iglesia en el mundo; y los cristianos que hayan permanecido fieles cantarán un cántico de alegría por toda la eternidad en el cielo. A veces San Juan no sólo exhorta y anima, sino que también reprende.

El Apocalipsis de San Juan y el Antiguo Testamento.
Si bien el Apocalipsis de Juan bebe abundantemente en la tradición apocalíptica judía, no es ésta la única ni la más impotante fuente del simbolismo joánico. Es más bien en los últimos profetas del Antiguo Testamento: Ezequiel, Zacarías, Daniel, en donde se puede encontrar el origen inmediato de los símbolos más importantes del Apocalipsis 23. El libro comido por Juan en Ap 10:9-10, es una adaptación de Ezequiel 24. Otro tanto sucede con la guerra de Gog y Magog 25, de la que nos habla San Juan en Ap 20:8. La descripción del cielo y del trono de Dios, con los cuatro animales que lo sostienen 26, depende indudablemente de la visión del carro divino de Ezequiel 27. El templo mesiánico de Ezequiel 28 tal vez haya influido en la concepción de la Jerusalén celestial, morada de los santos 29. También los lamentos sobre la ruina de Roma 30 parecen inspirarse en la elegía sobre la ruina de Tiro 31. La visión del ángel que mide el templo 32 y la ciudad 33 depende de Zacarías 34 y de Ezequiel 35. Los dos testimonios o testigos de Ap 11 constituyen una referencia a Zacarías36. De igual modo la visión de los caballos angélicos 37 depende de la visión de Zacarías 38 sobre los cuatro carros. La descripción del Hijo del hombre 39 está compuesta de rasgos que se inspiran en diversos pasajes del Antiguo Testamento 40. La primera Bestia de Ap 13 es una combinación de los cuatro monstruos que en Daniel41 representan la sucesión de cuatro imperios paganos. La imagen de la Mujer, en los dolores de parto, perseguida por el Dragón42, nos transporta a los orígenes de la humanidad, cuando Eva se dejó seducir por la serpiente. El arca de la alianza en el templo43 y la nube que llena el templo44 aluden a 2 Mac 2:5-8. para describir las persecuciones contra la Iglesia, San Juan se sirve largamente de las visiones del profeta Daniel, en las que describe la persecución de Antíoco Epífanes45. La visión de los que han triunfado de la Bestia 46, al lado de un mar de cristal y entonando el cántico de Moisés, alude al Ex 14-15. El tema del Éxodo y de la liberación de los israelitas de Egipto es ampliamente explotado para escribir todas las grandes liberaciones del pueblo de Dios 47.
La fuente principal, por consiguiente, del simbolismo de Juan es el Antiguo Testamento. Sin embargo, San Juan no se ha limitado únicamente a copiar a sus antecesores, sino que transforma las imágenes que él toma del Antiguo Testamento, imprimiéndoles el sello de su originalidad. Su inspiración profética es la que dirige el desarrollo de su obra. Como todo judío, con un conocimiento profundo de las Sagradas Escrituras, cuando quiere expresar una idea, le vienen espontáneamente a la pluma las expresiones del profetismo tradicional.

Procedimientos de composición en el Apocalipsis de San Juan.
Son muchos los autores modernos que defienden la unidad literaria del Apocalipsis, apoyándose en la lengua, tan característica de nuestro libro, con sus solecismos y semitismos, y en sus procedimientos de composición literaria. Si el Apocalipsis parece contener repeticiones, expresiones que chocan, etc., esto proviene del método de composición empleado por Juan.
Uno de los artificios literarios empleados por el Apocalipsis, el más claro, es el de las series septenarias: las siete cartas a las siete iglesias, los siete sellos, las siete trompetas, las siete copas. Algunos autores, apoyándose en este procedimiento literario tan característico, piensan que el Apocalipsis estaría enteramente construido mirando al número siete. Según el P. Loenertz 48 y, en parte, el P. Levie 49, cada serie septenaria va precedida por una sección preparatoria: i septenario: Cartas a las siete iglesias, Ap 1:9-3:22 (sec. preparatoria = 1:9-20); 2 septenario: Los siete sellos, Ap 4:1-7:17 (sec. preparatoria = 4:1-5:14); 3 septenario: Las siete trompetas, Ap 8:1-11:14 (sec. preparatoria = 8:1-6); 4 septenario: Señales en el cielo Ap 11:15-14:20 (sec. preparatoria = 11:15-19); 5 septenario: Las siete copas, Ap 15:1-16:16 (sec. preparatoria = 15:1-16:1); 6 septenario: Las voces celestes, Ap 16:17-19:5 (sec. preparatoria = 16, 17-21); 7 septenario: Las visiones del fin, Ap 19:6-22:5 (sec. preparatoria = 19:6-10).
Otro de los artificios de composición del Apocalipsis lo constituyen las anticipaciones y anuncios hechos en términos propios de alguna escena que sólo se describirá más tarde. Estas anticipaciones aparecen siempre en lugares análogos. Por donde se ve claramente que se trata de algo hecho conscientemente por el autor sagrado. Así, Ap 2:7 es una anticipación de 22:2; Ap 2:11 es una anticipación de 20:14; la nueva Jerusalén de Ap 3:12 es una anticipación de 21:2; el pasaje Ap 11:1-13 es una anticipación del capítulo 13; Ap 14:8 es una anticipación de los capítulos 17-19; Ap 14:10 es una anticipación del capítulo 16; Ap 16:12-14 es una anticipación de 19, 17-21; Ap 19:7-9 es una anticipación de los capítulos 21:22.
Estas y otras muchas anticipaciones dan la impresión de que todas las partes del libro guardan entre sí una sólida coherencia y que la exposición del autor sagrado progresa de una manera más bien cíclica que rectilínea. De aquí la ley de las ondulaciones, como la llama el P. Alio 50. Esta presupone la hipótesis de la recapitulación, expuesta por primera vez por Victorino de Pettau, según la cual el Apocalipsis no expone una serie continua y cronológica de sucesos futuros, sino que describe los mismos sucesos bajo diversas formas. Es una repetición cíclica de la misma historia, con frecuentes anticipaciones - como indicamos arriba - y retrocesos. Por consiguiente, las repeticiones del Apocalipsis no serían simples yuxtaposiciones de fuentes análogas, sino que se explicarían en el sentido de que, en el interior de una misma serie, una visión esquemática se explica después en forma más amplia, aportando a la primera una precisión y una nueva claridad. Por muy variadas que sean las imágenes, se encuentran enlazadas entre sí por tales analogías, que uno se siente inmediatamente inclinado a creer en la cuasi identidad de muchas cosas que ellas representan51.
Otros autores hablan del desdoblamiento de las representaciones joánicas en dos fases sucesivas: una acústica y otra óptica. San Juan en la narración de un mismo hecho, primero lo oye y luego lo ve. Esto puede desorientar al lector, haciéndole considerar como sucesos objetivamente diversos lo que en realidad no es otra cosa que una doble representación de un mismo hecho 52.
También encontramos en el Apocalipsis la ley de la perpetua antítesis 53. En casi todos los cuadros, o en cada una de las series, se encuentran frases y figuras antitéticas. Dentro de las mismas series hay lugares fijos, determinados, destinados exclusivamente a hacer resaltar la antítesis general. Es lo que el P. Alio llama la ley de periodicidad en la posición de la antítesis54. Las antítesis se encuentran ordinariamente al final de las visiones preparatorias que preceden a los septenarios, es decir, en cada sexto momento de los septenarios, si exceptuamos el de las cartas. San Juan tiene continuamente ante la vista la oposición de dos sociedades, de dos ciudades: la de los amigos de Dios, es decir, la verdadera Jerusalén, y la de los enemigos de Dios, es a saber: Babilonia, gobernada por el Dragón. La segunda parte del Apocalipsis (12-22) está toda ella dominada por las grandes antítesis de Cordero-Dragón, Mujer-Dragón, nueva Jerusalén-Babi-lonia. Además de estas antítesis claramente determinadas existen otras visiones o dichos sobre el poder del mundo y del diablo, que continuamente se alternan con otras sobre el poder de Dios y la victoria de los fieles. Igualmente las visiones que se refieren al mal alternan con otras que tratan del bien, y las que hablan de castigos, con otras que se refieren a la gloria55.

Autenticidad y canonicidad del Apocalipsis.
El mismo autor del Apocalipsis nos ha dejado su nombre: Juan 56. La tradición cristiana antigua identifica unánimemente este Juan con el apóstol San Juan, hijo del Zebedeo. Unos cincuenta años después de la muerte de San Juan en Efeso escribía allí mismo San Justino (f 153) su Dialogo con Trifón, en el que dice expresamente: Además hubo entre nosotros un varón, por nombre Juan, uno de los apóstoles de Cristo, el cual profetizó en la Revelación (Apocalipsis) que le fue hecha, que los que hubieren creído en Cristo pasarían mil años en Jerusalén57. San Policarpo (f 155), que fue discípulo inmediato del apóstol San Juan, considera el Apocalipsis como divinamente inspirado, y cita expresiones idénticas a las del Apocalipsis58. De Papías (áßâï) nos dice Andrés de Cesárea que afirmaba la autenticidad del Apocalipsis59. También San Ireneo (hacia 190), heredero de las tradiciones efesinas por haber vivido en Efeso cierto tiempo, identifica al autor del Apocalipsis con el apóstol San Juan 60. Tiene igualmente mucha importancia el claro testimonio del Fragmento de Muratori (de hacia 170): Apocalypsis etiam lohannis. Recipimus.61
En el resto del siglo II, y en la primera mitad del siglo siguiente, fueron muchos los escritores eclesiásticos que consideraron el Apocalipsis como obra del apóstol San Juan. Es usado por Clemente de Alejandría (hacia 21 5)62, por Orígenes (hacia 233)63 y por Tertuliano (hacia 207)64. Algunos autores de esta época, o incluso del siglo anterior, llegaron hasta escribir comentarios sobre el Apocalipsis. De estos últimos fue Melitón, obispo de Sardes (hacia 170), una de las ciudades a las que va dirigido el Apocalipsis 65.
Es evidente el peso que tiene el argumento de unanimidad de la tradición en los dos primeros siglos, acerca de la autenticidad y canonicidad del Apocalipsis.
La unanimidad se vio, sin embargo, rota en el siglo ðé, cuando los herejes alogos (negadores del Logos), entre los que se contaba un cierto Cayo, presbítero romano de principios del siglo ni, atribuyeron el Apocalipsis a Cerinto. Cayo, por reacción contra el abuso que hacían de él los montañistas, le negó todo valor canónico66. Con mayor moderación, San Dionisio, obispo de Alejandría (248-264), puso también en duda el origen apostólico del Apocalipsis, sin rechazar la canonicidad. Los argumentos en que se funda son literarios y teológicos, no de tradición. La causa de esto fue el hecho de que San Dionisio creía que en el Apocalipsis se enseñaba la doctrina milenarista. Y para quitar a los herejes milenaristas el fundamento bíblico del Apocalipsis, en el que se apoyaban, negó su autenticidad 67. Eusebio de Cesárea, que nos refiere las noticias precedentes, parece inclinarse en favor de la opinión de San Dionisio de Alejandría 68. Tampoco consideran el Apocalipsis como auténtico y canónico San Cirilo de Jerusalén, San Gregorio Nacianceno. Teodoreto y San Juan Crisóstomo nunca citan el Apocalipsis, lo cual parece indicar que no lo consideraban como libro sagrado. Falta también en la versión siríaca Peshitta.
Estos testimonios discordantes representan, sin embargo, una pequeña parte de la tradición patrística. Su actitud fue motivada no por razones de tradición, sino por motivos de polémica. Frente a esta actitud discordante se alza toda la Iglesia occidental, y con ella también muchos Padres orientales, como San Basilio, San Atanasio, San Gregorio Niseno, San Cirilo de Alejandría y San Epifanio 69. La Iglesia latina ha reconocido siempre la autenticidad apostólica y la canonicidad del Apocalipsis, y ha salido siempre en defensa de la tradición primitiva. Por eso es lícito afirmar que existe una tradición casi unánime de la Iglesia que considera el Apocalipsis como obra del apóstol San Juan.
Los documentos oficiales o cuasi oficiales que poseemos de la Iglesia universal confirman la tradición casi unánime de los Padres. El documento más antiguo que ha llegado hasta nosotros es el catálogo de los Libros Sagrados del concilio provincial de Hipona (año 393)· En él se encuentra el Apocalipsis como libro canónico 70. Lo mismo sucede en los catálogos de los concilios provinciales Cartaginense III y Cartaginense IV (años 397 y 419)71· Una carta del papa San Inocencio I a Exuperio, obispo de Tolosa (año 405), considera el Apocalipsis de San Juan como libro canónico 72. Igualmente, el catálogo de los Libros Sagrados, atribuido al papa San Gelasio (hacia 495), acepta el Apocalipsis de San Juan apóstol en el canon de las Sagradas Escrituras73. El concilio Toledano IV (a.633) castiga con la excomunión al que rechace el Apocalipsis de San Juan como no auténtico ni canónico 74. El concilio Florentino, en el decreto Pro lacobitis (4 de febrero de 1441), recibe y considera como inspirado el Apocalipsis de San Juan75. Y finalmente, el concilio Tridentino, el día 8 de abril de 1546, definió solemnemente el canon de las Sagradas Escrituras. En su decreto De canonicis Scripturis declara: Si alguien no recibiera por sagrados y canónicos estos libros - entre ellos es nombrado el Apocalipsis del apóstol Juan - íntegros con todas sus partes, según acostumbraron ser leídos en la Iglesia católica y se contienen en la antigua edición latina Vulgata, y despreciare a ciencia y conciencia las predichas tradiciones, sea anatema 76. Por consiguiente, el concilio Tridentino ha definido la canonicidad del Apocalipsis. Sin embargo, respecto de su autenticidad la Iglesia no ha definido nada. De ahí que los autores católicos puedan discutir acerca de ella.
En los tiempos modernos ha habido críticos, y los hay todavía hoy, que dudan de la autenticidad joánica del Apocalipsis o la niegan claramente. Y sinceramente hablando hay que reconocer que la atribución del Apocalipsis al apóstol San Juan, autor del cuarto evangelio, presenta serias dificultades, como lo reconocen al presente diversos autores católicos77.
Desde el punto de vista literario se encuentran indudables semejanzas en lo referente al estilo, vocabulario, fraseología, gramática. Sin embargo, las diferencias entre el Apocalipsis y el cuarto evangelio son también muy notables. Estas diferencias son tales que, según el parecer de importantes críticos, no se podrían explicar todas, ni por la diferencia de los temas tratados, ni por las diferentes, condiciones en las que fueron escritos el cuarto evangelio y el apocalipsis, ni por la distancia del tiempo. Otro tanto sucede con las ideas teológicas. No se encuentran en el Apocalipsis la mayor parte de los términos característicos del cuarto evangelio y de las epístolas de San Juan: amor, verdad, luz, tinieblas, mundo, en sentido peyorativo. La doctrina del Espíritu Santo, que tanta importancia tiene en el cuarto evangelio, apenas es esbozada en el Apocalipsis. Cristo es llamado, en ambos escritos, Cordero (de Dios), pero con dos palabras griegas distintas (Üìíüâ, Üñíßïí). La concepción escatológica es muy distinta. En el Apocalipsis se vive en espera de la venida de Cristo. El Hijo del hombre es Cristo glorioso que vendrá al final de los tiempos para juzgar a los impíos. El anticristo es una potencia política que se opone al establecimiento del reino de Dios. En el evangelio y en las epístolas, en cambio, Cristo ya ha venido, en cierto modo, y habita en el corazón de los fieles. El Hijo del hombre es Cristo exaltado por la resurrección, el cual ya ha llevado a cabo el juicio sobre los hombres, separando los fieles de los que no aceptan a Jesucristo. Los anticristos ejercen una influencia nefasta, esparciendo falsas doctrinas cristológicas. El Espíritu Santo, que habita en las almas de los fieles, realiza ya el reino de Dios entre nosotros 78.
Hay otras razones que aducen los críticos en contra de la autenticidad joánica del Apocalipsis. Las más importantes son las siguientes: el cuarto evangelio tiene como nota característica la originalidad y la personalidad, que le sitúan en un nivel distinto de los sinópticos. En cambio, el Apocalipsis no muestra esa nota de originalidad y personalidad. Frecuentemente el autor sagrado se limita a un reempleo literal de profecías del Antiguo Testamento, principalmente de Ezequiel. También resulta extraño que el autor del Apocalipsis no se dé nunca el título de apóstol en una época en que los ministerios eclesiásticos estaban claramente diferenciados 79. Además, no encontramos en el Apocalipsis ni una sola alusión a hechos concretos de la vida terrestre de Cristo. Esto resulta algo extraño en uno que habría vivido durante años en compañía de Jesucristo.
Todos estos hechos hay que tenerlos en cuenta cuando se trata de solucionar el problema de la autenticidad joánica. Hay autores católicos modernos que, apoyados en los hechos antedichos, consideran como probable autor del Apocalipsis a un discípulo de San Juan apóstol. Esto correspondería bien con los datos históricos transmitidos por Eusebio de Cesárea y las Constitutiones apostoli-cae 80, que hablan de un hombre llamado Juan. Este habría sido constituido por el apóstol San Juan obispo de Efeso a fines del siglo I.
Es importante tener presente que la cuestión del autor del Apocalipsis no es una cuestión de fe. Si el Apocalipsis hubiera sido escrito por un discípulo de Juan, tendríamos el mismo problema que en la epístola a los Hebreos, escrita por un discípulo de San Pablo 81. Esto no impide que el Apocalipsis sea inspirado, del mismo modo que los demás libros del Nuevo Testamento 82.
Sin embargo, el argumento de tradición y las semejanzas existentes entre el Apocalipsis y el cuarto evangelio conservan todavía toda su fuerza. Solamente se encuentra en el Apocalipsis y en el cuarto evangelio el término Logos, aplicado a Cristo, que es característico de San Juan Apóstol. También se emplean en el Apocalipsis las expresiones agua viva o agua de vida 83, que son propias del lenguaje joánico. Se emplean con frecuencia los términos testimonio (ìáñôõñßá) y verdadero (Üëçâéíüò), que son expresiones muy empleadas por el cuarto evangelio 84.
Las diferencias de lenguaje entre el Apocalipsis y el cuarto evangelio tal vez provengan, al menos en parte, del género literario apocalíptico empleado por el autor sagrado. El Apocalipsis depende frecuentemente del Antiguo Testamento, especialmente del Génesis, Ezequiel, Zacarías y Daniel85. Y es muy probable que conociera los escritos apocalípticos judíos. Por otra parte, las incorrecciones gramaticales pueden provenir de las circunstancias en que fue compuesto el Apocalipsis. San Juan estaba desterrado en la isla de Patmos, condenado probablemente a trabajos forzados. Y no tenía la tranquilidad de ánimo suficiente para redactar un libro en estilo elegante y bien pulido. Además, es muy probable que no tuviera a su lado ningún discípulo helenista que le pudiera corregir su obra. En cambio, para la composición del cuarto evangelio dispuso de amanuenses y de correctores 86.

Tiempo y lugar de composición.
El mismo Apocalipsis nos dice que San Juan recibió la gran revelación (= apocalipsis) cuando se encontraba deportado en la isla de Patmos, a causa de la palabra de Dios 87. Ahora bien, según la tradición más antigua y más digna de fe, que nos ha sido transmitida por San Ireneo 88 y más tarde por Victorino de Pettau (f 303) 89, la deportación de San Juan a Patmos tuvo lugar hacia el final del reinado de Domiciano (81-96 d.C.). San Jerónimo, fundándose seguramente en Eusebio 90, precisa todavía más, afirmando que San Juan recibió las visiones del Apocalipsis en el año 140 15 de Domiciano, es decir, el año 95 d.C. 91. Existen, sin embargo, otros testimonios antiguos, como el de las Acta lohannis y el del Canon de Muratori, ambos del siglo n, que se inclinan por el tiempo de Nerón. San Epifanio (s.IV) coloca la deportación de San Juan bajo el emperador Claudio (Nerón?) 92. La Synopsis de vita et morte prophetarum y Teofilacto la atribuyen al tiempo de Trajano.
Las condiciones históricas que el libro supone se adaptan perfectamente al reinado de Domiciano, pues fue un emperador cruel y perseguidor 93. Exigió de sus súbditos el culto divino para sí mismo 94; y a los que se oponían los asesinaba o los deportaba 95. Las cartas a las siete iglesias corresponden bastante bien a las condiciones religiosas del Asia Menor hacia el final del siglo I. Algunas de las iglesias habían decaído de su fervor primitivo. Por eso, San Juan echa en cara a alguna de esas iglesias su pereza y decaimiento en el fervor religioso 96. Y, al mismo tiempo, las previene contra la infiltración de doctrinas perniciosas difundidas por falsos profetas y por los herejes nicolaítas 97. La persecución ha comenzado ya en Esmirna y en Pérgamo 98. Este cambio en el seno de las comunidades cristianas no es posible que haya tenido lugar poco tiempo después de San Pablo, sino que más bien tuvieron que pasar bastantes años para que decreciese el fervor religioso.
En efecto, San Pablo, cuando escribe a los Efesios y a los Colosenses desde su prisión romana, no considera estas iglesias ya invadidas por el error. Es verdad que los errores amenazaban la comunidad cristiana, principalmente la de Colosas; pero los errores todavía no habían inficionado las iglesias, como supone el Apocalipsis. Además, en tiempo de San Pablo, y, por lo tanto, bajo Nerón, la organización jerárquica de las iglesias era aún embrionaria. El Apocalipsis, por el contrario, parece suponer un gobierno monárquico en cada iglesia, pues se dirige al ángel - al obispo - de cada una de ellas. Alguna de estas iglesias han decaído mucho de su primer fervor cristiano, y hasta parece que se hallan invadidas por errores. Todo esto parece pedir un intervalo considerable entre la época de San Pablo y la del Apocalipsis.
Algunos autores, como, por ejemplo, el Ñ. Ì. E. Boismard, que admiten dos o más redacciones del Apocalipsis, colocan una de ellas en tiempos de Nerón, y la otra al final del reinado de Domiciano. La interpretación del capítulo 17 del Ap, en el que se dice que el emperador perseguidor es el sexto de la lista de los emperadores 10°, parece favorecer a primera vista este modo de ver. Porque para llegar a Domiciano habría que comenzar a contar desde Nerón, lo que no parece probable. En cambio, para llegar a Nerón basta con comenzar con César, que fue el verdadero fundador del Imperio romano. En cuyo caso se explica bien lo que se dice en Ap 13:3: la Bestia, herida de muerte, ha vuelto a resurgir. El Imperio romano, que pudo considerarse como deshecho con la muerte de César, volvió a tomar vida y mayores energías en la persona de Augusto. Al ver esta especie de resurrección de la Bestia, los pueblos se postran para adorarla 101. Fue, en efecto, el emperador Augusto el primero que recibió los honores divinos.
Otros escrituristas, como Gelin 102, Feuillet 103, distinguen dos fechas de composición: la perspectiva de las visiones miraría a la época de Vespasiano, y la publicación del Apocalipsis habría tenido lugar al final del reinado de Domiciano. En este caso, el Apocalipsis estaría artificialmente antidatado, cosa bastante frecuente en el género apocalíptico. Esto mismo explicaría, en parte, las repeticiones aparentes del libro, conservando su unidad literaria.
En lo que coinciden casi todos los autores es que fue escrito en época tardía dentro del siglo i. Esto es lo que también exigen ciertas características internas del libro, ya indicadas: decaimiento del fervor en las comunidades cristianas, fundadas en tiempo de San Pablo; herejías mucho más desarrolladas que las que suponen las epístolas de Santiago y la primera de San Pedro. Se puede, pues, aceptar la fecha sugerida por la tradición: habría sido compuesto el Apocalipsis hacia el año 95.
En cuanto al lugar de composición, la tradición se inclina por la isla de Patmos, en donde San Juan habría recibido la revelación = apocalipsis.

Destinatarios.
El Apocalipsis va dirigido inmediatamente a las siete iglesias del Asia Menor proconsular, es decir, a las iglesias de Efeso, Esmirna, Pérgamo, Filadelfia, Sardes, Laodicea y Tiatira. Sin embargo, estas iglesias vienen como a representar a la Iglesia universal, a la que en definitiva va dirigido el Apocalipsis.

Ocasión y finalidad del Apocalipsis.
La ocasión próxima de la composición del Apocalipsis - al menos según lo que da a entender el mismo libro 104 - fue la revelación que Juan recibió en la isla de Patmos. Dios le ordena expresamente poner por escrito las visiones habidas y consignarlas a los fieles. La razón de por qué tuvo esta revelación fueron las condiciones infaustas por las que estaban pasando los cristianos del Asia.
El culto imperial amenazaba con sumergir entre sus aguas ponzoñosas a todas las cristiandades del Asia Menor. Este culto idolátrico, que había comenzado a desarrollarse en tiempos de Augusto, adquirió proporciones gigantescas en el reinado de Domiciano, el cual se hacía llamar en las actas oficiales: dominus et deus noster. 105
Como los cristianos se oponían a este culto imperial, el cruel emperador desencadenó una cruenta persecución contra ellos. San Juan quiere con su libro consolar a los cristianos perseguidos e infundirles nuevo valor para que sigan luchando valientemente por Cristo. El Apocalipsis es, pues, un libro de consolación dirigido a los fieles perseguidos a muerte por el poder civil.
Pero no solamente el poder civil se ensañaba en los cristianos, sino también el sincretismo religioso oriental. Lo constituían los diversos cultos asiáticos, especialmente el de Cibeles, sostenidos por un poderoso sacerdocio. Este se aliaba con el poder civil para extinguir o adulterar las florecientes cristiandades del Asia Menor 106. También contribuían a sembrar el desconcierto en el rebaño de Cristo las persecuciones de los judíos y de los herejes cerintianos y nicolaítas.
San Juan se levanta en el Apocalipsis contra los graves peligros que amenazan a los fieles, y les exhorta a permanecer firmes en la doctrina de Cristo. Y pone ante sus ojos la perspectiva gloriosa del triunfo definitivo. Ese triunfo llegará pronto 107, y los cristianos verán tiempos mejores, en los que Jesucristo y su Iglesia reinarán sobre todos sus enemigos, tanto internos como externos. Por eso San Juan les exhorta reiteradamente a sufrir con paciencia las tribulaciones y persecuciones y a oponerse valientemente a la recepción de la marca o señal de la Bestia - el poder imperial -, reconociendo su carácter divino 108. Los himnos que cantan los cristianos que ya han triunfado, en la liturgia celeste, son como una respuesta a las aclamaciones del culto pagano tributado a los emperadores.
San Juan también se propone con su libro excitar las iglesias a vigilar con celo por la pureza de la fe, amenazada entonces por diversos errores doctrinales.

Argumento del Apocalipsis.
El Apocalipsis se presenta como un libro profético 109 que, mediante diversos vaticinios e imágenes, describe los hechos presentes y futuros de la Iglesia. Esta, siempre perseguida, pero siempre triunfante, alcanzará finalmente la perfecta victoria sobre sus enemigos. El autor sagrado presenta el poder pagano de su tiempo luchando encarnizadamente contra Cristo y su Iglesia. Los anticristos de que nos habla el Apocalipsis son personificaciones de fuerzas colectivas del mundo, que, a través de los siglos, tratan de destruir el poder de Jesucristo. Si bien el Apocalipsis se refiere inmediatamente a la lucha que sostenía la Iglesia con los poderes paganos, a finales del siglo i tiene, sin embargo, un valor y un significado permanente, ya que la Iglesia en la tierra es esencialmente militante. Tiene que hacer frente continuamente a todos los errores y persecuciones que surgen a través de los siglos 110.
El vidente de Patmos presenta la historia de la salvación como una gran liturgia del mundo, en la cual, por virtud del sacrificio del Cordero, se logra vencer el mal y las almas son incorporadas al reino de Dios. Por este motivo, en todas la visiones, excepto en la última se alude al Pontífice celeste y a su sacrificio 111. También se anuncia la venida gloriosa de Cristo y las últimas calamidades que precederán a su venida.

Doctrina del Apocalipsis.
El Apocalipsis es rico en enseñanzas doctrinales. Su doctrina teológica está bastante desarrollada y viene como a completar la de los evangelios y epístolas. Refleja bastante bien las creencias cristianas de finales del siglo I.
1) Dios. - El autor sagrado subraya de una manera especial la trascendencia divina. Esto se explica fácilmente si tenemos presente que en aquellos tiempos los emperadores exigían honores divinos. Dios es presentado como el Dios de la majestad, del poder y de la gloria 112. Es el Dios tres veces santo; El solo existe, pues a El solo conviene el Yo;113. Es el Señor de todas las cosas, pues les da el ser y las conserva 114. Por eso, es el Principio y el Fin de todas las cosas, el Alfa y la Omega 115. Dios es lo suficientemente poderoso para intervenir en la historia de los hombres en el momento por El determinado desde la eternidad.
2) Cristoíogía. - Se habla relativamente poco en el Apocalipsis del Cristo terrestre. En cambio, se da gran realce al Cristo glorioso en el cielo, que es descrito bajo diversas formas. Ante todo aparece como el juez enviado por Dios para vengarse de los enemigos de su Iglesia 116. Es el Hijo del hombre, que Daniel había visto venir sobre las nubes del cielo para el juicio escatológico 117. Es también el Rey-Mesías, que será entronizado en Sión y conseguirá derrotar a los reyes de la tierra rebelados contra Dios 118. Cristo es la estrella de la mañana que se da ella misma como recompensa a los cristianos 119 para que puedan vivir en su intimidad 12°. El da a los hombres la gracia y la paz 121. Recibe, como Dios, la adoración de todo el mundo creado 122. Pero, al mismo tiempo, Cristo es hombre capaz de sufrir y morir por los demás hombres. Es el Cordero muerto y resucitado 123, que ha vencido el mal con su muerte 124 y ha librado a los hombres de la esclavitud del demonio 125. Por este motivo, Cristo ha obtenido un derecho sobre la humanidad y sobre su destino. El domina las naciones 126 y dirige la historia humana 127.
3) El Espíritu Santo tiene menos importancia en el Apocalipsis que en el cuarto evangelio. Su teología es bastante embrionaria. En el prólogo 128 es presentado como dispensador de la gracia y de la paz, juntamente con el Padre y con Jesucristo. Por tres veces 129 se habla de los siete espíritus que están delante del trono de Dios: expresión que puede referirse al Espíritu Santo septiforme o a siete ángeles. El Espíritu Santo exhorta a las iglesias 13°; y, al mismo tiempo, une su voz a la de la Iglesia para implorar el retorno de Cristo 131. En general, el Espíritu aparece - en conformidad con la tradición del Antiguo Testamento - como el Espíritu de profecía 132.
4) Soteriología. - La salvación se atribuye a Dios únicamente, por oposición a los falsos salvadores imperiales 133. Jesucristo es el agente de esa salvación 134. El hombre, para obtenerla, ha de cooperar con sus buenas obras 135.
5) Angelología. - Está bastante desarrollada en el Apocalipsis. El autor sagrado nos presenta una pléyade de ángeles en torno de Dios y del Cordero. Son los anunciadores de los juicios divinos 136. Los ángeles que pertenecen a las jerarquías superiores tienen por función principal alabar a Dios 137. Todos toman parte activa en el gobierno de los hombres y de las cosas 138.
La demonología del Apocalipsis es de extraordinario interés para la teología. Satanás y los demás espíritus malignos tienen gran importancia en el libro. Satanás aparece como el gran enemigo de Dios. Arrojado del cielo 139, se vengará combatiendo sobre la tierra a los cristianos y a la Iglesia 140. Con este fin suscita dos Bestias l41: una que simboliza al Imperio romano y otra al sacerdocio pagano. Satanás y sus ayudantes se servirán de todos los medios, hasta de la persecución sangrienta, para seducir a los fieles. Sin embargo, Satanás no podrá hacer nada contra la voluntad de Dios. Será reducido a la impotencia en el día que Dios determine 142. Dios es, pues, más fuerte que el mal. Y, en consecuencia, podrá ayudar a los fieles contra los perseguidores.
6) Eclesiología. - La Iglesia constituye el punto central en torno al cual gira todo el Apocalipsis. Contra ella se desencadena la lucha de Satanás 143. Pero Cristo interviene en favor de ella. La Iglesia es el reino de Dios y de Cristo que se ha de establecer definítivamente después del exterminio de las potencias malignas 144. Pero ya se puede considerar como iniciado sobre la tierra 145. Es un reino de sacerdotes, en cuanto que todos los fieles están encargados de ofrecer a Dios el cántico de toda la creación como sacrificio de alabanza 146. Las relaciones íntimas de la Iglesia con Cristo son descritas bajo la imagen del matrimonio 147: la Iglesia es la esposa del Cordero, es decir, de Cristo, pues todos los fieles están unidos a Cristo por los lazos del amor 148. Su misión principal es alabar a Dios y servirle 149. La Iglesia del cielo está íntimamente unida a la de la tierra. Incluso ora con las mismas fórmulas de esta última, y constituye como su prolongación. Al final de los tiempos sólo habrá una Iglesia, la Jerusalén celeste 150.
7) Escatología. - La lucha de Satanás y de los poderes del mal contra Dios y su Iglesia durará cuanto dure el mundo. Después de la caída de la Roma perseguidora, la Iglesia conocerá una era de prosperidad y de paz. Esto sucederá cuando se detengan las persecuciones generalizadas contra la Iglesia. No obstante, la Iglesia siempre tendrá que pasar por períodos difíciles. Pero los fieles han de tener plena confianza, porque, por muy fuertes que sean las persecuciones, Dios siempre saldrá vencedor 151. En el último día, cuando Dios venza definitivamente a Satanás y lo arroje por siempre al infierno, entonces tendrá lugar el reino celestial en un universo totalmente renovado, del cual será excluido el mal152.
¿Cuándo tendrá lugar este paso de la Jerusalén terrestre a la Jerusalén celeste? El autor sagrado no lo dice. Sin embargo, nos advierte que el paso del mundo presente al mundo futuro será precedido por un asalto general de los poderes del mal contra la Iglesia153. Mas el retorno de Cristo triunfante la salvará 154 y señalará el comienzo del último juicio 155 y la llegada del mundo nuevo 156.
Los signos cósmicos de que nos habla el Apocalipsis 157 no han de ser tomados a la letra. Se trata de expresiones e imágenes estereotipadas y tradicionales en el profetismo del Antiguo Testamento, empleadas para designar una intervención divina en la historia humana.
8) El milenarismo. - Según el Apocalipsis 158, Satanás es arrojado al abismo, en donde permanecerá encadenado durante mil años. En el decurso de ese tiempo todos los mártires vuelven a la vida y reinan con Cristo 159. Después Satanás - suelto de nuevo - entabla una última batalla contra la Iglesia antes de ser arrojado definitivamente al estanque de fuego y azufre 160. Una vez ejecutado esto tiene lugar el último juicio precedido por la resurrección general de los muertos 161.
En los primeros siglos de la era cristiana hubo cierto número de Padres 162 que interpretaron estas visiones del Apocalipsis en sentido estrictamente literal. Cristo ha de volver un día sobre la tierra. Entonces resucitarán los mártires e incluso todos los justos, y reinarán mil años sobre la tierra. Después tendrá lugar la resurrección general, el último juicio y el comienzo del reino celestial. Estos Padres, sin embargo, admitían un milenarismo espiritual, es decir, un reino lleno de goces del espíritu y de bienes temporales. Existió también ya desde antiguo otro milenarismo carnal, según el cual los goces del milenio serían prevalentemente de tipo material, un tanto grosero y hasta pueril. Esto dio origen a extravagancias totalmente inadmisibles en la Iglesia cristiana. Los defensores más conocidos de este milenarismo en la antigüedad fueron Cerinto, Nepote, obispo de Arsínoe, Coragio y Apolinar de Laodicea 163.
En nuestro tiempo, la interpretación milenarista ha sido resucitada de nuevo por ciertas sectas protestantes, como los anabaptistas, los labadistas, los darbistas, los testigos de Jehová, y por varios autores acatólicos, los cuales insisten en la resurrección de los buenos y de los condenados, que creen encontrar afirmada en 1 Cor 15:23-24. Durante la última guerra mundial (1939-1944) la tesis milenarista volvió a hacer su aparición incluso entre los católicos. Por eso, un decreto del Santo Oficio (21 de julio de 1944) declaró formalmente que el sistema del milenarismo mitigado no podía ser enseñado sin peligro (tuto doceri non posse) 164.
Y, en efecto, el milenarismo, en cuanto enseña que Jesucristo ha de volver a vivir visiblemente entre los hombres por un período de mil años, bien sea rodeado de muchos justos resucitados, o bien sin presuponer la resurrección de estos justos, no puede ser admitido. La Iglesia Ortodoxa considera el milenarismo como una doctrina errónea y temeraria 165, pues no se apoya ni en la enseñanza de Cristo ni en la de los apóstoles. La doctrina de la fe enseña solamente dos venidas de Cristo: la primera tuvo lugar en su encarnación y nacimiento; la segunda se realizará cuando venga glorioso en la parusía, a la que seguirán inmediatamente el juicio final y la retribución 166. Por consiguiente, no hay lugar para el reino milenarista.
Teniendo en cuenta el simbolismo de San Juan y del Apocalipsis, nada hay que obligue a interpretar Ap 20:4-5 en sentido estrictamente literal. La influencia de Ezequiel sobre el autor del Apocalipsis ha sido muy grande. Ahora bien, en Ezequiel 37:1-14 la resurrección de los huesos secos simboliza la restauración de Israel, después de las pruebas del destierro babilónico. Por otra parte, esta visión precede inmediatamente a la que presenta a Gog, rey de Magog, invadiendo la Tierra Santa 167. Otro tanto sucede en el Apocalipsis, en donde la visión de la primera resurrección precede inmediatamente a la de la invasión de la Tierra Santa por Gog y Magog 168. En consecuencia, la primera resurrección de Ap 20:4-5 ha de simbolizar normalmente la renovación de la Iglesia, después del período de las grandes persecuciones. Y el reino de mil años correspondería, en este caso, a la fase terrestre de la Iglesia, desde el final de las persecuciones hasta el fin de los tiempos.
La mayoría de los autores, siguiendo a San Agustín 169, prefieren dar a este pasaje del Apocalipsis una interpretación espiritual. El Obispo de Hipona, apoyándose en Jn 5:24-29, en donde se habla de una resurrección espiritual de los muertos por el pecado, vivificados por la palabra de Jesús, distingue una doble resurrección: una espiritual, cuando el hombre escucha y acepta la palabra de Dios; otra corporal, que tendrá lugar al final de los tiempos, cuando resuciten los muertos. Según esto, la primera resurrección de Ap 20:4-5 ha de ser entendida en sentido espiritual: se trata de la resurrección espiritual de todos aquellos que encuentran la vida permaneciendo unidos a la doctrina de Cristo. El reino de mil años correspondería en dicho caso a toda la fase terrestre de la vida de la Iglesia, desde Pentecostés hasta el fin de los tiempos. Para entender mejor esto hay que tener en cuenta que el Apocalipsis no pretende describir una serie de visiones, que se sucederían en un orden estrictamente histórico. Por eso, no es necesario establecer unión cronológica entre las visiones de los capítulos 19 y 20 del Apocalipsis 170.

División del Apocalipsis.
Los autores dividen el Apocalipsis de diversas maneras. El P. Alio 171, por ejemplo, siguiendo a Bengel, lo divide en tres partes: 1) Introducción y cartas a las iglesias (Ap 1-3); 2) revelación profé-tica del futuro (Ap 4-22:5); 3) conclusión (Ap 22:6-21). Nosotros, fundándonos en las palabras del mismo Apocalipsis: Escribe lo que vieres, tanto lo presente como lo que ha de ser después de esto 172, lo dividimos en dos partes principales: Revelación a las siete iglesias del Asia sobre su estado espiritual (Ap 1:4-3:22) y visiones proféticas sobre el futuro (Ap 4:1-22:5), a las que hay que añadir un prólogo (Ap 1:1-3) Y un epílogo (Ap 22:6-21).
I. prólogo: Título del libro y afirmación de su origen divino (Ap 1:1-3).
II. primera parte: Revelación sobre el estado espiritual de las siete iglesias del Asia Menor (1:4-3:22).
1. Saludo de Juan a las siete iglesias de Asia (1:4-8).
2. Visión introductoria a todo el libro (1:9-20).
3. Las siete cartas a las iglesias (c.2-3):
a) Carta a la iglesia de Efeso (2:1-7).
b) Carta a la iglesia de Esmirna (2:8-11).
c) Carta a la iglesia de Pérgamo (2:12-17).
d) Carta a la iglesia de Tiatira (2:18-29).
e) Carta a la iglesia de Sardes (3:1-6).
f) Carta a la iglesia de Filadelfia (3:7-13).
g) Carta a la iglesia de Laodicea (3:14-22).
III. segunda parte: Las visiones proféticas sobre el futuro (4:1-22:5):
1. Visiones introductorias a la parte profética (c.4-5):
a) El Dios omnipotente y su corte (4:1-11).
b) El Cordero redentor recibe el libro de los siete sellos (5:1-14).
2. Ejecución de los decretos del libro de los siete sellos (6:1-11:19):
a) La apertura de los siete sellos manifiesta los símbolos de la justicia divina (6:1-8:1):
b) Con la apertura de los cuatro primeros sellos aparecen cuatro jinetes, que simbolizan el dominio extranjero, la guerra, el hambre y la peste (6:1-8).
2) Apertura del quinto sello. Los mártires en sus oraciones piden justicia (6:9-11).
3) Al abrir el sexto sello grandes cataclismos presagian la ira del Cordero (6:12-17).
4) Preservación de los justos en medio de los azotes (7:1-8).
5) Triunfo de los elegidos en el cielo (7:9-17).
6) Apertura del séptimo sello: silencio de media hora (8:1).
7) Visión de las siete trompetas (8:2-11:19).
1) Las oraciones de los santos aceleran la llegada del gran día (8:2-6).
2) Suenan las cuatro primeras trompetas produciendo diversas calamidades (8:7-12).
3) Un águila anuncia tres calamidades que se abatirán sobre la humanidad (8:13).
4) Quinta trompeta: Primera calamidad = Invasión de insectos infernales que atormentan a los hombres (9:1-12).
5) Sexta trompeta: Segunda calamidad = Ejército diabólico que extermina a la tercera parte de los hombres (9:13-21).
6) Inminencia del castigo: Un ángel anuncia la llegada del reino de Dios (10:1-7).
7) Juan come un librito para profetizar de nuevo (10:8-11).
8) Misión de los dos testigos y victoria de la Iglesia (11:1-13).
9) La séptima trompeta aporta el establecimiento completo del reino de Dios (11:14-19).
8. Ejecución de los decretos del librito abierto, que Juan recibió del ángel (12:1-22:5):
a) Visión de la Mujer y del Dragón (12:1-18):
1) La mujer da a luz un Niño (12,i-6).
2) Miguel lucha contra el Dragón y lo arroja del cielo (12, 7-12).
3) La Mujer huye al desierto (12:13-18).
b) Tercera calamidad: El Dragón transmite su poder a la Bestia (0.13):
1) La Bestia del Occidente: el Imperio romano (13:1-10).
2) La Bestia del Oriente: el sacerdocio pagano, que se esfuerza por embaucar a los hombres (13:11-18).
c) El Cordero y sus fieles servidores (14:1-5).
d) Tres ángeles anuncian la hora del juicio (14:6-13).
e) Siega y vendimia simbólicas de los gentiles (14:14-20).
f) Visión de las siete copas derramadas (c. 15-16):
1) Los vencedores de la Bestia entonan el cántico de Moisés y del Cordero (15:1-4).
2) Los siete azotes de las siete cpoas (15:5-16:21).
g) El castigo de Babilonia-Roma (17:1-19:10):
1) La gran Ramera (17:1-7).
2) Simbolismo de la Bestia y de la Ramera (17:8-18).
3) Un ángel anuncia solemnemente la caída de Babilonia (18:1-3),
4) El pueblo de Dios ha de huir de Babilonia (18:4-8).
5) Descripción de la ruina de Babilonia mediante los lamentos de los que vivían de ella (18:9-19).
6) Regocijo de los santos (18:20-24).
7) Cántico triunfal en el cielo (19:1-10).
h) Exterminio de las Bestias (= las naciones paganas) (19:11-20:15):
1) El Rey de reyes aparece con su ejército (19:11-16).
2) Un ángel proclama el exterminio de los enemigos de Cristo (19:17-18).
3) La Bestia y sus partidarios son vencidos y arrojados al estanque de fuego (19:19-21).
4) El Milenio, o sea el reino de mil años (20:1-6).
5) Ultima batalla escatológica de Satán contra la Iglesia (20:7-10).
6) Juicio final delante del trono de Dios (20:11-15).
i) La nueva Jerusalén (21:1-22:5):
1) La Jerusalén celestial (21:1-8).
2) Descripción de la Jerusalén futura, Esposa del Cordero (21:9-23)·
3) En ella todos encontrarán abundantes bendiciones y la bienaventuranza eterna (21:24-22:5).
IV. epílogo (22:6-21):
1. Las palabras de esta profecía son confirmadas por el ángel, por Cristo y por Juan (22:6-9).
2. Palabras de Cristo, a la Iglesia y a toda la humanidad (22:10-16).
3. El Espíritu y la Iglesia terrestre le responden con un llamamiento amoroso e insistente (22:17).
4. Juan prohibe alterar su libro (22:18-19).
5. Jesús promete su próxima venida, la cual implora el profeta (22:20).
6. Conclusión epistolar en forma de bendición (22:21).

Diversas Interpretaciones del Apocalipsis.
El carácter misterioso del Apocalipsis ha dado lugar a interpretaciones casi innumerables 173. Pero todas ellas se pueden reducir a cuatro sistemas principales.
1) Muchos autores, principalmente acatólicos 174, afirman que el Apocalipsis alude a los sucesos políticos contemporáneos del autor. Describiría la historia de aquel tiempo, es decir, la del período que corre entre la persecución de Nerón y la destrucción de Jerusalén (a.66-70). De esto se seguiría que el Apocalipsis no contiene vaticinios propiamente dichos, sino meras conjeturas acerca del futuro. Todo lo explican apoyándose en la historia contemporánea del Apocalipsis: los cinco reyes, que ya cayeron 175, serían Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón; el sexto sería Vespasiano, y el séptimo, que todavía no vino y permanecerá poco tiempo, lo identifican con Tito; el octavo, que era y ahora ya no es 176, lo entienden de Nerón redivivo.
2) Para otros muchos autores, sobre todo católicos, el Apocalipsis predeciría de una manera profética toda la historia de la Iglesia desde los orígenes hasta el fin del mundo. Y esto lo haría siguiendo las diversas épocas de la Iglesia, designadas por los siete sellos, las siete trompetas, las siete copas, etc. Así lo han creído muchos autores de la Edad Media, como Joaquín de Fiore (f 1201) 177, Nicolás de Lira (f 1340) 178, etc. Entre los escritores más recientes sostienen esta interpretación P. Drach, F. Kaulen, J. Belser, F. Gutjahr, L. Poirier. Otros autores, como A. Salmerón, L. de Alcázar 179, J. B. Bossuet, A. Calmet, F. Allioli, L. Billot, creen que las imágenes apocalípticas empleadas en el Apocalipsis se refieren tan sólo a la primera edad de la Iglesia, es decir, hasta el siglo iv ó v. Según éstos, el Apocalipsis describiría las luchas de la Iglesia con el Imperio romano y con las herejías de los primeros siglos del cristianismo 180.
3) Muchos otros escritores antiguos 181, seguidos por bastantes autores posteriores 182, interpretan el Apocalipsis en sentido escatológico. Para éstos, nuestro libro narraría los últimos hechos de la Iglesia anteriores al juicio universal y a la consumación final. Las calamidades que describe serían las señales precursoras del fin del mundo. F. Ribera, por ejemplo, nos dice 183 que los once primeros capítulos del Apocalipsis narran las calamidades anteriores al anticristo. Y los restantes capítulos describirían el reino del anticristo y las persecuciones desencadenadas por él contra la Iglesia. En general, los defensores de la tesis escatológica suelen coincidir en no restringir demasiado el tiempo escatológico, pues éste empezaría propiamente con la encarnación de Cristo. En cuyo caso vendría como a abarcar toda la historia de la Iglesia 184.
4) La exégesis científica contemporánea relaciona más estrechamente el Apocalipsis con la historia del siglo I. Sin embargo, tanto H. B. Swete 185 como E. B. Alio 186, J. Bonsirven, etc., estiman que del Apocalipsis hay que retener, sobre todo, su espíritu y un cierto número de datos que se repiten y se completan, valederos para todos los tiempos, porque expresan el drama, que durará tanto como el mundo, de la lucha de Satanás contra Dios y contra la Iglesia 187. Es, ante todo - como dice el P. Alio -, una filosofía de la historia religiosa (valedera) para todos los tiempos.188
La segunda parte del Apocalipsis (c.4-22) no trata propiamente de exhortaciones, con el fin de despertar el fervor religioso de los cristianos, recordándoles las recompensas y castigos divinos, como sucede en la primera parte (c.1-3). En la segunda parte encontrada en nueve períodos: 1) Los siete sellos. Abarcan desde Cristo hasta Juliano el Apóstata 2) Las siete trompetas. Desde Juliano hasta Gosroes y Mahoma. 3) Las siete copas. Desde Garlomagno hasta Enrique IV de Alemania. 4) Medición del templo (Ap 11:1), simboliza el papa Félix, que instituye la fiesta de la Dedicación de las iglesias. 5) Apertura del templo celeste (Ap 11:19), se refiere a la institución de la fiesta de la Purificación. 6) Los dos testigos: el patriarca de Constantinopla, Menas, y el papa Silverio. 7) La Mujer (Ap 12): Jerusalén destruida por Gosroes (605). 8) El Hijo varón: el emperador Heraclio. 9) Satanás encerrado: fundación de la Orden de Predicadores. Cf. S. Bartina, Apocalipsis de San Juan, en La Sagrada Escritura, Nuevo Testamento III (BAC, Madrid 1962) p.580.
Digamos más bien una serie de visiones de tipo apocalíptico. Ahora bien, los escritos apocalípticos son propios de un período de grave crisis o de persecución religiosa. El Apocalipsis de San Juan parece suponer esta grave situación religiosa, pues en Ap 6:9-11 se habla de mártires degollados por la palabra de Dios. En Ap 7:14 se alude a una gran muchedumbre con palmas en la mano que acaba de triunfar de la gran tribulación, es decir, de una persecución sangrienta. En el capítulo 13 nos son presentadas dos Bestias, que se sirven de todos los medios para imponer a los cristianos un culto idolátrico. Los que se resisten serán exterminados 189.
Ahora bien, esa persecución sangrienta, a la que alude el Apocalipsis, es - en opinión de la mayoría de los autores modernos - la persecución desencadenada por Roma contra los primeros cristianos. Es Roma la que se esconde bajo el nombre de Babilonia 190, la ciudad de las siete colinas 191, que ha derramado la sangre de muchos mártires y ha querido imponer al mundo el culto de sus emperadores divinizados. Por cuya razón hay que considerar como cierto que el Apocalipsis, lo mismo que la casi totalidad de los escritos apocalípticos, fue escrito ante todo haciendo referencia a una situación histórica bien precisa. Se propone levantar el ánimo de los cristianos del siglo i, cuando Roma desencadenó las primeras persecuciones contra la Iglesia.
Los fieles se preguntaban por qué Dios permitía tales violencias contra los cristianos. Cristo, al resucitar, ¿no había triunfado de la muerte, del demonio, del mundo y de todos los poderes malignos? 192 San Juan compuso el Apocalipsis para responder a esta coyuntura histórica y a esta crisis de conciencia bien determinada. Por eso, toda interpretación del Apocalipsis ha de partir de este hecho.
El autor sagrado responde al interrogante de los fieles siguiendo los principios de la tradición apocalíptica. Los fieles han de tener confianza, porque la persecución durará sólo algún tiempo. Cristo vendrá pronto 193 y exterminará a las Bestias y a los perseguidores de su Iglesia. San Juan es encargado de anunciar, ante todo, este misterio. Babilonia-Roma será destruida 194, Satanás y sus ejércitos serán arrojados al estanque de fuego 195. Y entonces el reino de Dios será definitivamente instaurado, bajo la autoridad del Cordero 196. El mensaje apocalíptico de Juan es, pues, un mensaje de esperanza en el poder de Dios, en medio de las mayores pruebas 197.

1 Áñ 1:1. - 2 Cf. Mt 11:25.27; 16:17; Rom 1:17; 1 Cor 2:10. Además, apocalipsis en el Í. Ô. puede designar bien la manifestación de verdades sobrenaturales (Le 2:32; Rom 16:25; Ef 1:17), bien una revelación particular hecha por Dios o por Jesucristo (Gal 1:12; 2 Cor 12:1; Ef 3:3; Ap 1:1), bien la aparición de Cristo al fin de los tiempos (2 Tes 1:7; 1 Cor 1:7; Rom 2:5; 1 Pe f7)· o bien la manifestación gloriosa de los hijos de Dios (Rom 8:19). Cf. J. B. Frey, Apoca-lyptique: DBS I 327. - 3 J. B. Frey, ibid., 328. - 4 M. García Cordero, Eí libro de los siete sellos: Colección Agnus (Salamanca 1962) p.22s; . Rigaux, Género literario apocalíptico: EstBib 13 (1954) 225-227; J. B. frey, Apocalyptique: BS I 326-354; J. bloch, On the Apocalyptic injudaism (Fiiadelfia 1953) p.154l G. E. Ladd, The Revelation andjewish Apocalyptique: Évangelische Quartalschrift 29 (1957) 94-100. - 5 J. B. frey, a.c.: DBS I 327. - 6 El libro de Daniel podemos considerarlo, según el P. Lagrange, como "el primero y más Perfecto de los apocalípticos (Les prophéties messianiques de Daniel: RB 13 [1904] 494ss). Gf. M. García Cordero, Biblia comentada: III. Libros proféticos (BAC, Madrid 1961) p.986-988. - 7 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem (París 1950) p.7. - 8 Cf. 1 Sam 10:155; Is 7:14; Jer 28:1555; 44:29-30. - 9 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introduction a la Bible de A. Robert-A. feuillet II (Desclée, Tournai 1959) p.712s. - 10 Ap 1:11. - 11 M. J. Lagrange, Le Messianisme chez lesjuifs (París 1909) p.41. - 12 Ap 1:20. - 13 Ap 17:9-10. - 14 Ap 19:8. - 15 Ap 6:1-8. - 16 Ap 17:4. Sobre el simbolismo del Apocalipsis véanse G. B. Escande, L'Apocalypse, document de la Rédemption. Essai sur la langue symbolique (Ginebra 1926); C. Glemen, Visionen und Bilder in der Offenbarungjohannis: ThStKr 107 (1936) 236-265; K. L. Schmidt, Die Bilder-sprache in der Johannes-Apocalypse: ThZ 3 (1947) 161-177; H. Langenberg, Dieprophetische Bildsprache der Apocalypse (Metzingen 1952) p.31i. - 17 Ap 13:1. - 18 M. E. Boismard, L' Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.8s. - 19 Cf. J. Bover-f. cantera, Sagrada Biblia 4.a ed. (BAC, Madrid 1957) ñ.é624· - 20 E. B. Allo, L'Apocalypse: Études Bibliques 3.a ed. (París 1933) p.XXXIs. - 21 Así sucede en el Henoc etiópico, en el Apocalipsis de Baruc y en el 4 Esdras. - 22 Ap 1:1.4.9. - 23 E. B. Allo, o.c. p.LXIV. - 24 Ez 3:1-2. - 25 Ez 38. - 26 Ap 4. - 27 Ez 1; 9-10. - 28 Ez 40 y capítulos siguientes. - 29 Ap 21-22. - 30 Ap 18. - 31 EZ27. - 32 Ap 11. - 33 AP21. - 34 Zac 2:1ss. - 35 Ez 40:3. - 36 Zac 3. - 37 Ap 6. - 38 Zac 6. - 39 Ap 1:75.13-20. - 40 Zac3:4; Dan7:8ss; 10,5ss; cf. Is 11:4149:2, etc. - 41 Dan 7:1-8.23-27. - 42 Ap 12:1-17. - 43 Ap 1:10. - 44 Ap 15:8. - 45 Comparar Dan 7 con Ap 13:1-8; 12:14; 17:12; 20:4; Dan3:5ss.15 con Ap 13:15; Dan 8:10 con Ap 12:4. - 46 Ap 15:2-3. - 47 Compara Ex 3:14 con Ap 1:4.8; 4:8; 11:17; 16:5; Ex 7-10 con Ap 9 y 16; Ex 25 con Ap 11:19. Cf. E. B. Allo, o.c. p.LXV; M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. alaBible de A. Robert-A. Feuillet, II p.717s; L. De Alcázar, In eas Veteris Testamentipartesquas respexit Apocalypsis libri quinqué (Lyon 1631) p.312; J. Cambier, Les images de l'Ancien Testa-ment dans l'Apocalypse de S. Jean: NRTh 77 (1955) 113-122; V. Soria, Apocalypsis y Génesis: CultBib 12 (1955) 364-369. El P. D. Dubarle cree que la imagen de la Mujer coronada de estrellas (Ap 12) depende del Cant (cf. La Femme couronné d'étoiles (Ap 12): Mélanges Bibli-ques rédigés en l'honneur de A. Robert [París 1957] P· 512-518). - 48 The Apocalypse of St. John (Londres 1947)· - 49 L'Apocalypse de Saint Jean devant la critique moderne: NRTh (1924) 513-525·596-6é8. - 50 O.c. p.LXXXVs. - 51 E. B. Allo, o.c. p.LXXXVI. - 52 J. M. Bover-F. Cantera, Sagrada Biblia (BAC, Madrid 1957) p.162s. - 53 Cf. Ap 9:13-21 y 11:1-13; 14:14-20 y 15:2-3; 16:14 Y 16:15. - 54 E. B. Allo, o.c. p.LXXXVII. - 55 Cf. Dom Gurú M. camps, Apocalipsi, en La Biblia de Montserrat XXII (1958) p.228s. - 56 Ap 1:1.4.9; 22:8. - 57 San Justino M., Diálogo con Trifón 81:4: PG 6:669. - 58 San Policarpo, Ad Phü. 6:8: PG 5:1005-1016. - 59 Andrés De Cesárea, Comm. in Apocalypsin pról.: PG 106.220. - 60 San Ireneo, Adv. haer. 4:20:11; 5:26:1; 5:30:3: PG 7:1040.1192.1207. - 61 EB.6: Fragmentum Muratorianum lín.7i. - 62 Strom. 4:25:157; 5:6:35: PG 8:1365; 9:61. - 63 In loannem, 1:14: PG 14:48.61; In Matth. 16:6: PG 13:1385. - 64 Adv. Marcionem 3:14:24: PL 2:46.340.368; De resurrectione carnis 25: PL 2:877. - 65 Eusebio (Hist. Eccl 4:26: PG 20:392) nos dice que Melitón compuso unos tratados que tenían por título: Acerca del diablo y del Apocalipsis de Juan. - 66 Gf. Eusebio, Hist. Eccl 3:28:2. - 67 Gf. Eusebio, Hist. Eccl 7:25:1-27: PG 20:69788. Los milenaristas se apoyaban en Ap 20:4-7 para admitir un reino terreno y carnal de mil años. Los cristianos muertos resucitarían para reinar con Cristo sobre la tierra. - 68 Eusebio, Hist. Eccl. 3:25:2: PG 20:268. - 69 San Basilio, Contr. Eunomium 2:14: PG 29:600; San Atanasio, Epist. fest. 39: PG 26:1437; Contr. Árlanos or. 2:23.45: PG 26:196.244; San Gregorio Niseno, Contr. Apollina-rem 37: PG 45:1208; San Cirilo De Alejandría, De adoratione in spiritu et veritate 6: PG 68, 433; San Epifanio, Haer. 51:3: PG 41:892. - 70 EB 17. Cf. Mansi, 3:924; San Agustín, Retractationes I 16: PL 32:612. - 71 EB 19. Gf. Mansi, 3:891. - 72 EB 21. Cf. PL 20:501. Se puede ver la edición crítica de esta carta hecha por H. Wurm en Apollinaris 12 (1939) 74-78. - 73 EB 27. Gf. PL 19:79:80s; Mansi, 8:145ss. - 74 EB 34 Cf. Mansi, 10:624. - 75 EB 47. Cf. Mansi, 3161736.1738. - 76 EB 59-60. Cf. Mansi, 33:22. - 77 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Jérusalem (París 1950) p.17s. - 78 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible, de A. Robert-A. Feuillet II p. 740-741. - 79 Cf. 1 Cor 12:285; Ef 4:11. - 80 Eusebio, Hist. Eccl 3:39:7; Constitutiones apostolicae 7:46:7. - 81 Cf. Responsum XIII Pont. Commissionis Biblicae (24 junio 1914) acerca del autor y del modo de composición de la epíst. a los Hebreos: EB 417. - 82 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.20. - 83 Ap 21:6; 22:17; cf. Jn 4:10.1353; 7:38. - 84 Apo_3:14; 6:10; 16:7; 19:2.9.11; Apo_21:5s; cf. Jn 1:9-4:23; 7:28; 15:1; 17:3; 6:32; 1 Jn 2:8. - 85 Cf. A. schlater, Das A. T. ¿n der johanneischen Apocalypse: Beitrage zur Fórderung christlicher Theologie 16:6 (1912); K. L. Schmidt, Die Bildersprache in der Áñ.: ThZ 3 (1947) 161-177. - 86 Gf. E. B. Allo, o.c. p.CCXXIX-CCXXXI; M. García Cordero, o.c. p.ió. - 87 Ap 1:9. - 88 Adv. haer. 5:30:3: PG 7:1207. - 89 In Apocalypsim éï,éé; 17:10: PL 5:333.338. - 90 Hist. Eccl. 3:18:4: PG 20:252. - 91 De viris illustribus 9: PL 23:625. - 92 San Epifanio, Haer. 51:12.33: PG 41:909.949- - 93 Plinio el Joven le llama Immanissima bellua (Panegyr. Traiani 48). - 94 Cf. Suetonio, Domitíanus 13. - 95 Cf. Plinio, Hi'sí. Nat. 4:12.23. - 96 Ap 2:4.14.2055; 3:2ss.16ss. - 97 Ap 2:6.15.2053. - 98 Ap 2:10.13. - 99 L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.20-22. - 100 Ap 17:10. - 101 Ap 13:3-4 - 102 A. Gelin, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Pirot-Clamer, XII (París 1951) P-586. - 103 A. Feuillet, Essai d'interpretaron du ch.n de l'Apocalypse: NTSt 4 (1957s) 183-200. - 104 Ap 1:1-11. - 105 Suetonio, Domitianus 13. Cf. A. J. Festugiére Et Fabre, Le monde gréco-romain au temps de N.-S. II 7-34. - 106 Cf. P. Touilleux, L'Apocalypse et les cuites de Domitien et de Cybéle (París 1935) p,805s; M. García Cordero, o.c. p.igs. - 107 cf. Ap 1:3; 3:11; 11:14; 22:7.12.20. ios Cf. Ap 13:16. - 109 Cf. Ap 1:3.19, etc. - 110 M. García Cordero, o.c. p.20. - 111 Cf. Ap 1:12-16; 4-5; 8:3-5; n,19; 14:1-5; 15:2-4; 19:11-16. Véanse J. Peschek, Ge-heime Offenbarung und Tempeldienst (Paderborn 1929); A. cabaniss, Ë Note on the Liturgy of Apocalypse: Interpretaron 7 (1952) 78-86; J. comblin, La Liturgie de la Nouvelle Jérusalem (Ap 21:1-22:5): EThl 29 (1953) 5-40; T. F. Torrance, Liturgie et Apocalypse: Verbum Caro 11 (1957) 28-40; G. Delling, Zum gottesdienstlichen Stil der Johannesapokalypse: NT 3 (1959) 107-137; M. H. Shepherd, Jr.,The Pashcal Liturgy and the Apocarse (Richmond 1960) P-99; B. brinkmann, De visione litúrgica in Apocalypsi S. loannis: VD n (1931) 335-342. - 112 Ap 4:2; 6:10; 11:4.15; 15:3. - 113 Ap 4:8; cf. Ex 3:14. - 114 Ap 4:8.11. - 115 Ap 1:8; 21:6. - 116 Ap 1:7.13; 19:1ss. - 117 Dan 7:13; Ap 1:7.13; 14:1 - 118 Ap 12:5; 19:15. - 119 Ap 2:28; 22:16. - 120 AP 2:1; 3:20. - 121 AÑ1-5· - 122 Ap 5:12-14. - 123 Ap 5:6. - 124 Ap 5:5. - 125 AP 5:9s. - 126 Ap 1:5 - 127 Ap 5:5; 6:1ss. Cf. D. M. Beck, The Christology ofthe Apocalypse (Nueva York 1942); E. Schmitt, Die christologische Interpretation ais das Grundlegende der Apokalypse: Theologi-sche Quartalschrift 140 (1960) 257-290. - 128 Ap 1:4. - 129 Ap 1:4; 3:1; 4:5. - 130 AP 2-3. - 131 Ap 22:17. - 132 Ap 2:7 y passim. - 133 Ap 7:10; 12:10; 19:1. - 134 Ap 1:5; 5:9; 7:14; 12:11. - 135 Ap 7:14; 12:11; 2Cr_20:12; 14:13. Cf. H. Crouzel, LedogmedelaRédemptiondansl'Ap.: BullLE 58 (1957) 6Sss. - 136 Ap 4:2-8; 5:115; 7:1; 8:7-10:11. - 137 Ap 4-5. Cf. J. Michl, Die Engelvorstellungen in der Apokalypse des hl Johannes: I Die Engel und Gott (Munich 1937). - 138 Ap 7,iss; 8:2ss; 14:16; 16:5. 141 Ap 13. - 139 Ap 12:7-9- 142 Ap 20:1-2. - 140 Ap 12:12.17- 143 Ap 12. - 144 Ap 1:6; 5:10; 11:18; 19:6; 20:6. - 145 Ap 5:10; 20:6. - 146 Ap 5:9-10; cf. Ex 19:6. Véase A. Skrinjar, Dignitates et officia Ecclesiae Apocalypti-cae: VD 23 (1943) 22-29.47-54-77-88. - 147 Ap 21:2.10; 19:7. - 148 Ap 3:20; 14:4-5; cf. Jer 2:2-3; 19:9; 21.2:9. - 149 Ap 14:1-3; 22:3-4; cf. 7.12. - 150 Ap 6:9; 7:1-17; 8:2; 14:1-5; 15:2-4. - 151 Ap 19:21; 20:10. - 152 Ap 20:11; 21,iss. - 153 Ap 19:19; 20:8-9. - 154 Ap 19:11-21; 20:9ss. - 155 Ap 20:11. - 156 M. E. boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Jérusalem p.22-26. - 157 Cf. Ap 6:12-17. - 158 Ap 20:1-6. - 159 AP20:4. - 160 Ap 20:753. - 161 Ap 20:11-15. - 162 Entre esos Padres se cuentan Papías (cf. Eusebio, Hist. Eccl. 3:39: PG 20:374), San Justino (cf. Dial, con Trifón 81:4: PG 6:668s), San Ireneo (Adv. haer. 5:30:4; 5:36:3: PG 7 1207-1224), San Hipólito (cf. San Jerónimo, De viris ill 61: PL 23:671-674), Tertuliano (Adv. Marcionem 3:24: PL 2:384-386), la Epíst. de Bernabé (15:4-9) y otros. - 163 Gf. Eusebio, Hist. Eccl. 3:28: PG 20:2743; Orígenes, De principiis 2:11: PG 11:241· - 164 El tenor del decreto es como sigue: Postremis hisce temporibus non semel ab hac Suprema S. Congregatione S. Officii quaesitum est, quid sentiendum de systemate millenarismi mitigati, docentis scilicet Ghristum Dominum ante finalem iudicium, sive praevia sive non praevia plurium iustorum resurrectione, visibiliter in hanc terram regnandi causa esse ven-turum. Re igitur examini subiecta in conventu plenario feriae IV, diei 19 iulii 1944, Emi. ac Revmi. Domini Cardinales, rebus fidei et morum tutandis praepositi, praehabito RR. Consultorum voto respondendum decreverunt, sistema millenarismi tuto doceri non posse. Cf. AAS 36 (1944) 212; G. Gilleman, Condamwtion du millénarisme mitigé: NRTh 67 (1945) 239-241; I. F. sa-güés, Millenarismus omnis reiciendus est, en Sacrae Theologiae Summa IV (BAC, Madrid 1962) p.1022-1207. - 165 Tomás, 4 Sent. dist.43 q.i a.3. - 166 Cf. D 423. - 167 Ez 38-39. - 168 Ap 20:7-10. - 169 De civitate Dei 20:7:1-2: PL 41:666-668. - 170 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Jntrod. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet II P-731-733; L. gry, Le millénarisme dans ses origines et son developpement (París 1904); C, Mo-Rrondo, Estudios milenarios (Jaén 1922); G. bardy, Millénarisme: DTC X 1760-1763; J. M. bover, El miíenarismo.yeZ magisterio eclesiástico: EstBib 2 (1951) 3-22; A. Wikenhauser, Das Problem des tausendj ahrigen Reiches in der Johannes-Apokalypse: Rómische Quartalschrift 40 (1932) 13-25; F. AlcAÑiz, Ecclesia patrística et millenarismus (Granada 1933); A. skrinjar, Apokalipsis. De regno Christi: VD 14 (1934) 289-295; H. Bietenhard, Das tausendjahrige Reich. Eme biblischtheologische Studie2 (Zürich 1955) 174ss; A. Colunga, El milenio: Sal 3 (1956) 220-227; J. F. walvoord, The Prophetic Contex ofthe Millenium: Bibliotheca Sacra ú 14 Ü957) i-9:97-10iss; A. gelin, Millénarisme: DBS V 1289-1294; G. E. Ladd, Revelation 20 and the Millenium: Review and Expositor 57 (1960) 167-175. - 171 o.c. p.XCVII-CXI. - 172 Ap 1:19. - 173 Cf. E. B. allo, L'Apocalypse p.CCXXXV-GGLXXIV; E. lohmeyer, Die Offenbar-ung des Johannes: Theologische Rundschau N. F. 6 (1934) 264-314; A. Vitti, Ultimi studi sull'Apocalisse: Bi 21 (1940) 64-78; A. Feuillet, Les diverses méthodes d'interprétation de l'Apocalypse et les commentaires receñís: AmiCler 71 (1961) 257-70. - 174 Son éstos: E. Renán, D. Vólter, O. Pfleiderer, E. Vischer, F. Spitta, H. J. Holtzmann, Bousset, Swete, Charles, A. Loisy, etc. - 175 Ap 17:10. - 176 Ap 17:11. - 177 Para Joaquín de Fiore, el Apocalipsis describe siete períodos sucesivos de la Iglesia: i) lucha de los apóstoles contra los judíos (Ap 2-3); 2) lucha de los mártires contra los romanos (Ap 4-7); 3) lucha de los doctores contra los arríanos (Ap 8-n); 4) lucha de los vírgenes (las Ordenes religiosas) contra musulmanes (Ap 12-14); 5) lucha de la Iglesia contra Babilonia = Sacro Imperio Romano; 6) época del anticristo; 7) milenio y consumación. - 178 Este escritor nos da una explicación del Apocalipsis estrictamente cronológica, dividi- - 179 Vestigatio arcani sensus in Apocalypsi (Amberes 1614) p.io25. - 180 Cf. H. Rongy, L'Application de l'Apocalypse a l'histoire universelle de l'Église primi-tive: RevEcclLiége 23 (1931-32) 92-96.220-24. - 181 San Ireneo, San Hipólito, San Victorino de Pettau, San Gregorio Magno, San Agustín, San Beda. - 182 F. Ribera, B, Pereyra, C. a Lapide, A. Bisping, L. C. Fillion, R. Cornely, Crampón, J· Ch. K. Hofmann. - 183 F. Ribera, In sacram beati lohannis Apost. et Ev. Apocalypsim Comm. (Salamanca É59è· - 184 Cf. San Agustín, De civ. Dei 20:8:1: PL 41:670. 5 The Apocalypse of the St. John (Londres 1909). - 186 S. Jean, l'Apocalypse (París 1933). - 187 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet II P-727. - 188 E. B. Allo, o.c. p.CCLXXIII. - 189 Gf. Ap 16:6; 17:6; 18:24; 19:2; 20:4; 21:8. iw Ap17,S. - 191 Ap 17:9. - 192 Gf. Jn 16:33. - 193 Ap 1:3-7; 22:10.12.20. - 194 Ap 14:8; 17-18. - 195 Ap 19:11-21; 20:7-10. - 196 Ap 5:10; 11:17; 19:6.16. - 197 Gf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet, II p.728s; A. Colunga, Los sentidos del Apocalipsis: CT 38 (1928) 300-331; J. M. Bover, El buen sentido en la interpretación del Apocalipsis: Razón y Fe 45 (1916) 48-54; L. Turrado, Sobre algunas cosas que llaman más la atención al leer el Apocalipsis: Gultbib 8 (1951) 180-185; J. G. Cepeda, Para entender el Apocalipsis: GultBib 12 (1955) 353-356.


Fuente: Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)

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Notas

Apocalipsis  1,1-20

Prólogo: título del libro y afirmación de su origen divino, 1:1-3.
San Juan comienza su libro por una especie de introducción, en la que nos presenta su escrito, nos habla de su contenido y de su origen divino. Y termina este pequeño prólogo con un macarismo, en el que declara bienaventurado al que escucha y pone en práctica las cosas que están escritas en dicho libro.

1 Apocalipsis de Jesucristo, que, para instruir a sus siervos sobre las cosas que han de suceder pronto, ha dado Dios a conocer por su ángel a su siervo Juan, 2 el cual da testimonio de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo, de todo lo que él ha visto. 3 Bienaventurado el que lee, y los que escuchan las palabras de esta profecía, y los que observan las cosas en ella escritas, pues el tiempo está próximo.

La palabra griega apocalipsis vale tanto como revelación, como manifestación de algo oculto. Y puede referirse a la manifestación de secretos de orden natural o sobrenatural. En el Nuevo Testamento, sin embargo, designa la manifestación de verdades sobrenaturales! San Pablo es el que más emplea el término apocalipsis 2; algunas veces utiliza dicha expresión para significar la manifestación gloriosa de Cristo y de los fieles 3, pero el sentido más frecuente en San Pablo es el de revelación de los secretos divinos4. Más tarde se aplicará dicha palabra para designar el libro en que está contenida la revelación de las cosas ocultas, de los secretos divinos, comunicados a los hombres por Dios. Unas veces esas revelaciones serán puras invenciones, y entonces tendremos los apocalipsis apócrifos; otras veces las revelaciones serán auténticas, verdaderas, y en ese caso tendremos el Apocalipsis de San Juan, o partes de otros libros del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Por consiguiente, el término apocalipsis es muy apropiado para designar el último libro de la Biblia, que contiene la revelación divina comunicada a su siervo Juan, por medio de un ángel, sobre las cosas que están para suceder.
Jesucristo mismo es el que comunica a Juan los secretos de esta revelación divina, como se ve por el contexto inmediato, así como por la visión de Rev_1:9 y por las cartas a las siete iglesias5, en donde el mismo Cristo en persona aparece como revelador. El ángel intermediario es solamente una exigencia del género literario apocalíptico 6.
El origen primordial de la revelación es Dios. En todo el Nuevo Testamento, Dios Padre es la fuente de cuanto existe, porque El creó el mundo y El lo conserva. El predestinó a los santos y El, llevado de su amor hacia los hombres, les da a su Unigénito. El conduce las almas a Jesús. Mientras que el Hijo tiene como misión cumplir la voluntad de su Padre y darla a conocer a los hombres. Jesucristo es, pues, el que nos descubre los misterios del Padre, los misterios de su naturaleza y de su providencia. El es el verdadero revelador de su Padre. Esta es una idea muy propia de San Juan7.
A pesar de que Apocalipsis de Jesucristo pueda tomarse en el sentido de una revelación comunicada por Cristo a San Juan, de hecho se trata de una revelación que tiene por objeto al mismo Cristo. Jesucristo es el centro de todo el Apocalipsis. Toda la revelación comunicada a Juan gira en torno a la manifestación de Cristo en la historia de la Iglesia y del mundo. Y el contenido de esta revelación es lo que ha de suceder pronto (v.1), es decir, los juicios de Dios sobre el mundo. San Juan, a imitación de los profetas del Antiguo Testamento, considera la ejecución de los juicios de Dios ya cercana. La razón de esto hemos de buscarla en la manera que tienen los profetas de contemplar el futuro mesiánico: sus visiones y profecías son cuadros sin perspectiva, en los que el futuro lejano se entremezcla con el presente, sin delimitación de planos y de épocas. Por eso, para ellos, lo lejano en el tiempo se presenta ya como en el horizonte, próximo a realizarse e íntimamente unido a los sucesos que anuncian. También la literatura apocalíptica suele insistir en que los hechos que predice sucederán pronto o inmediatamente. De donde hemos de deducir que la proximidad de ejecución de los hechos, anunciados por los escritos proféticos y apocalípticos, es relativa, y no hemos de interpretarla según nuestras maneras de pensar actuales.
La presentación sobria y sin títulos que se hace de Juan es un indicio de veracidad 8. Al final del Apocalipsis 9 será reiterada de nuevo la garantía dada a sus visiones. Esta insistencia encaja bien en el tono de la literatura joánica 10.
Los beneficiarios de la revelación recibida por Juan serán los sierros de Jesucristo, es decir, los fieles cristianos del Asia Menor, 9 Y por medio de ellos, todos los cristianos de la Iglesia universal. 10 Apocalipsis es un libro de consolación dirigido a los fieles de fines del siglo I, que se sentían desalentados y como acobardados ante la hostilidad de los poderes públicos, y decepcionados por la tardanza de la par usía del Señor. El vidente de Patmos les dice que la manifestación gloriosa de Cristo está próxima, y que mientras tanto han de mantenerse firmes en la prueba para que cuando venga Jesucristo, puedan presentarse a El purificados. Y entonces los que hayan permanecido fieles reinarán gloriosos con Cristo triunfador.
San Juan se siente después como obligado a dar testimonio y a atestiguar ante la Iglesia y ante el mundo la verdad de la palabra de Dios (v.2), es decir, todo lo que ha visto y nos irá declarando en el curso del libro. Esta palabra de Dios es, según Juan, una profecía (v.3), o sea una exhortación que consuela, instruye y estimula 11. Esta profecía despertará en los corazones cristianos la certeza de la victoria sobre las fuerzas enemigas de Dios. San Juan la coloca de golpe al mismo rango que las profecías del Antiguo Testamento, porque proclama bienaventurados a los que la lean y la escuchen con obediencia. El que cumpla el mensaje del Apocalipsis vencerá y obtendrá de Cristo una grande recompensa. En el Apocalipsis existen siete bienaventuranzas o macarismos 12. El macarismo, que se encuentra en la literatura griega y latina, es una forma literaria muy propia de la literatura bíblica, mediante la cual se proclama feliz a alguien a causa de una buena acción, de una virtud, por la cual será recompensado. El macarismo consta de cuatro elementos: a) ha de empezar con la expresión bienaventurado, que en hebreo es 'asrey, en griego ìáêÜñéïò, y en latín beatus (Vulgata); b) después viene la persona a la cual se dirige el macarismo; c) se alude a la causa que ha motivado la alabanza: una buena acción, una virtud.; d) y, finalmente, se expresa la recompensa de la buena acción, que suele ser descrita con imágenes exuberantes. Puede suceder, sin embargo, que alguno de estos cuatro elementos no esté expresado, en cuyo caso será suficiente atender al contexto para suplirlo 13.
Juan apremia a los cristianos, a los que se dirige, para que reciban el mensaje y conformen su conducta a las instrucciones morales de la profecía. Esto es tanto más necesario y útil cuanto que el tiempo esta próximo 14. En la perspectiva teológica de San Juan, los hechos se suceden con celeridad tal que el cristiano dispone de poco tiempo para prepararse a la venida gloriosa de Cristo 15.
La manifestación gloriosa de Jesucristo constituirá el tiempo de la plena salud, el tiempo en que cada uno ha de recibir su recompensa, que con tanta instancia promete Juan a los fieles, a través de todo el libro, para animarlos a la lucha.




Primera parte: Revelación sobre el estado espiritual de

Las Siete Iglesias de Asia, 1:4-3:22.
D espués del prólogo 16, que ofrece ciertas semejanzas con el encabezamiento de los libros proféticos del Antiguo Testamento 17, San Juan comienza su libro con una fórmula epistolar. En esto tal vez trate de imitar el modo de empezar de las epístolas paulinas y de los demás apóstoles.



Saludo de Juan a las siete iglesias de Asia, 1:4-8.
4 Juan, a las siete Iglesias que hay en Asia: Con vosotros sean la gracia y la paz, de parte del que es, del que era y del que viene, y de los siete espíritus que están delante de su trono, 5 y de Jesucristo, el testigo veraz, el primogénito de los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre, 6 y nos ha hecho un reino y sacerdotes de Dios, su Padre, a El la gloria y el imperio por los siglos de los siglos, amén. 7 Ved que viene en las nubes del cielo, y todo ojo le verá, y cuantos le traspasaron; y se lamentarán todas las tribus de la tierra. Sí, amén. 8 Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios; el que es, el que era, el que viene, el todopoderoso.

San Juan se dirige a las siete Iglesias de la provincia proconsular de Asia, que comprendía la parte sudoccidental de la actual Turquía, y cuya capital era Efeso. Las siete iglesias locales o distritos religiosos, a modo de diócesis, eran: Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. De cada una de ellas hablará con más detalle en Ap 2-3. W. M. Ramsay 1S ha mostrado que las iglesias son escogidas siguiendo una vía imperial circular, al oeste de la provincia proconsular. Sin duda que en Asia Menor había más de siete iglesias; sin embargo, el número siete, número simbólico que indicaba plenitud, totalidad, es evidentemente elegido para simbolizar el conjunto de las cristiandades de la provincia proconsular de Asia. La tradición nos dice que San Juan residió la última época de su vida en Efeso. Y en dicha ciudad y en las regiones circunvecinas, donde estaban situadas las siete iglesias, ejerció su apostolado. Las cartas dirigidas a estas iglesias pueden ser consideradas como dirigidas de un modo mediato a todas las iglesias cristianas. Según esto, dice muy bien el Fragmento de Muratori: lohannes enim in Apocalypsi, licet septem ecclesiis scribat, tamen ómnibus dicit.19
A esas iglesias San Juan desea la gracia y la paz (v.4), comenzando con esta expresión el saludo epistolar. A semejanza de San "ablo, el autor del Apocalipsis junta el saludo griego gracia, ×Üñéò, con el saludo hebreo paz, salom, para significar todo el conjunto de bendiciones que deseaba a los fieles a quienes escribía. El término ×Üñéâ, gracia, sólo aparece aquí y en la fórmula final del Apocalipsis 20. También es digno de tenerse en cuenta que en el cuarto evangelio se lee ×Üñéò sólo tres veces en el prólogo, y, en las epístolas joánicas, una sola vez en el saludo de la 2 Jn. Este fenómeno se explica si tenemos presente que San Juan suele expresar la idea de gracia con otras expresiones, como la luz, la vida, el amor. Junto con la gracia, que es la benevolencia divina 21, les desea la paz, aquella paz que Jesucristo dejó a los discípulos al despedirse de ellos, y que el mundo no puede dar 22. Esta gracia y esta paz proceden de Dios Padre, al cual designa con la extraña expresión de el que es, el que era y el que viene. Parece ser que esta frase es una explicación targúmica del nombre de Yahvé, para significar la eternidad de Dios, que domina todos los tiempos. El Targum de Jonatán (s.III-IV d.C.) sobre Deu_32:39 tiene: Yo soy aquel que es, y que fue y que será. De igual modo, los escritores paganos atribuyen a Júpiter esta misma expresión: Júpiter es, fue y será. El futuro sera, que emplea el Targum de Jonatán y Pausanias, parece más apropiado para abarcar toda la duración de los tiempos. Sin embargo, nuestro profeta sustituyó el que sera por el que viene, que concuerda mejor con el tema del libro, que es el de la venida de Dios a juzgar al mundo. Åñ÷üìåíïò implica una intervención de Dios en la historia humana para llevar a cabo su plan salvífico. Después de mencionar al Padre Eterno como el que es, el que era y el que viene, el autor sagrado pasa a hablarnos de los siete espíritus que están delante de su trono. A propósito de esta expresión son posibles dos interpretaciones. La primera es la que cree que aquí San Juan se refiere a los siete ángeles de la tradición judía, que sirven ante el trono de Yahvé 23. Y el hecho de que se hable de ellos antes de Jesucristo sería únicamente para indicar su posición junto al trono de Dios, sin que se quiera expresar jerarquía 24. La segunda interpretación, que nos parece la más probable, es la que ve en esta frase una alusión al Espíritu Santo septiforme 25. Esta manera de ver está avalada por varias razones: en la fórmula trinitaria inicial, los siete espíritus son mencionados antes de Jesucristo, y están colocados en el mismo rango que el Padre y el Hijo. Además, la gracia y la paz que Juan desea a sus lectores, son un don divino, que, en el Nuevo Testamento, es concedido por Dios y nunca por los ángeles. De ahí que la tradición latina admita unánimemente que este pasaje se refiere al Espíritu Santo. En cambio, la tradición griega está dividida: unos admiten la referencia al Espíritu Santo y otros a los siete ángeles 26. Por consiguiente, creemos que la fórmula de Rev_1:4-5 es trinitaria y que supone la igualdad de las personas divinas, fuente indivisible de vida y de felicidad27. El hecho de que San Juan ernplee la imagen de los siete espíritus para designar al Espíritu Santo, tal vez haya sido motivada por el simbolismo del número siete, que tanta importancia tiene en el Apocalipsis. Por otra parte, también el texto de Isaías de los siete dones del Mesías 28, y el de Zacarías sobre los siete ojos divinos 29, pudieron sugerir la imagen al vidente de Patmos. Del mismo modo que los siete cuernos y los siete ojos del Cordero simbolizan el poder absoluto y el conocimiento perfecto de Jesucristo, así también los siete espíritus simbolizan la plenitud de los dones divinos del Espíritu Santo, con los cuales consolará y fortificará a los fieles en la lucha que tienen entablada con las Bestias.
A Jesucristo se le designa, en nuestro pasaje (v.5), con varios apelativos, muy propios del Apocalipsis. Se le llama primeramente testigo veraz, como en Rev_3:14. Designación muy propia de San Juan, pues él mismo nos dice en el cuarto evangelio que Cristo vino al mundo a dar testimonio de la verdad. 30 El segundo título de Jesucristo es el ser primogénito de los muertos. Esto significa que El es el primero que resucitó a una vida gloriosa e inmortal, y que, por lo tanto, es el fundamento y el garante de nuestra propia resurrección, como afirma también San Pablo 31. La expresión primogénito de los muertos supone una concepción curiosa del Seol-Hades: el Seol, o región de los difuntos, es concebido como una mujer encinta que retiene en su seno a los muertos, y la resurrección, como un nacimiento 32. El tercer apelativo dado a Cristo es el de príncipe de los reyes de la tierra, pues le ha sido dado todo poder en la tierra y en el cielo 33. ã San Pablo enseña que, por las humillaciones de su pasión, Jesucristo recibió del Padre el título de Señor, con pleno poder en el cielo, en la tierra y hasta en los infiernos 34. El título de Cristo-Rey es como el tema principal del Apocalipsis, e insinúa una oposición a los emperadores romanos 35. San Juan desea destacar la soberanía de Jesucristo sobre todos los poderes, principalmente sobre el poder imperial que se oponía violentamente a la difusión de la Iglesia en la tierra. Esto era necesario para consolar e infundir nuevo valor a los cristianos, mostrándoles la superioridad de Cristo sobre todos los poderes terrenos.
Jesucristo, además de ser Rey y Señor de toda la creación, es también el Redentor, que nos ama, y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre (í.5) 36. Jesucristo nos amó y nos dio la mayor prueba posible de su amor muriendo por nosotros 37 y librándonos de los pecados en virtud de su sangre derramada. San Pablo dice lo mismo en su epístola a los Efesios: Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios 38 El rescate por la sangre es una doctrina común del cristianismo primitivo 39. Cristo es el Pontífice de la nueva alianza, que, en virtud de su sangre, se ha convertido en Mediador supremo entre Dios y nosotros y nos ha hecho participantes de su soberanía real y sacerdotal.
Jesucristo, después de absolvernos de nuestros pecados, nos ha constituido reyes-sacerdotes de Dios Padre (v.6). Formamos, pues, ahora un reino sacerdotal, una clase sacerdotal especial, como la que formaban los levitas en el Antiguo Testamento. Juan se refiere en este pasaje al Exo_19:5-6, en donde se dice que Yahvé eligió a Israel e hizo de él un reino sacerdotal, una nación santa. Para los antiguos, el rey era el sumo sacerdote del dios nacional, lo mismo que el jefe de familia era el sacerdote familiar. Israel, la nación santa, la más próxima a Dios, estaba consagrada de un modo especial al culto de Yahvé, y en cuanto tal había de ejercer el sacerdocio en nombre de todos los pueblos de la tierra. San Pedro40 aplica las palabras del éxodo a los cristianos: sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable. Es en la Iglesia en donde se cumplen las promesas hechas al pueblo judío 41, pues los cristianos constituyen la continuación del Israel de Dios. Jesucristo se ha dignado comprar con su sangre para Dios hombres de todas las razas para hacer de ellos un reino y sacerdotes42. Es decir, Cristo, en cuanto Sumo Sacerdote del Padre 43, ha conferido a sus fieles una parte de ese sacerdocio para que cada uno ofrezca su cuerpo como hostia viva, santa, grata a Dios44. Esta oblación, unida a la de Jesucristo, siempre resulta grata al Padre celestial, al cual es debida la gloria y la majestad de un imperio eterno45. El cristiano, incorporado a Cristo por el bautismo, se encuentra en una situación totalmente particular de proximidad y de unión íntima con El. Por cuya razón goza de un poder especial de intercesión delante de Dios, como gozaba el sacerdote levítico en la Antigua Alianza. Este sacerdocio de los fieles no presupone la transmisión de un poder especial, propio del sacramento del orden. El sacerdocio de los cristianos tiene más bien como finalidad el recordarles su dignidad de hijos de Dios, el valor de su bautismo y las obligaciones que en él han contraído, y el servicio religioso al que han sido llamados. Lo mismo que el antiguo pueblo israelita ocupaba una posición privilegiada entre todos los pueblos respecto de Dios, porque podía acercarse a El, gozar de sus intimidades y hacer de intermediario entre Yahvé y todos los demás pueblos, así también los cristianos, por la gracia de adopción como hijos de Dios y por su íntima unión con Cristo, ocupan una posición absolutamente única que les permite interceder por las almas46.
La doxología del v.6 parece evocar en la mente del autor sagrado la última venida triunfal de Cristo sobre las nubes del cielo, ante la mirada atónita de todos los pueblos (v.y). El profeta está tan seguro de la próxima venida de Jesucristo, que lo presenta ya como avanzando en medio de las nubes. La imagen de la parusía de Cristo rodeado de nubes proviene del profeta Daniel, que en visión nocturna ve venir en las nubes del cielo a uno como hijo de hombre47. Nuestro Señor también se sirvió de ella delante del sumo sacerdote para confesar su mesianidad y su triunfo futuro48. La relación que tiene esta confesión de Jesús ante Caifas con su pasión redentora, recuerda a Juan un texto del profeta Zacarías: Y a aquel a quien traspasaron, le llorarán como se llora al hijo único, y se lamentarán por él como se lamenta por el primogénito. 49 El profeta alude a un llanto general a causa de la muerte de un justo traspasado, que parece haber sido víctima inocente del pueblo elegido. Yahvé llevará a cabo una efusión de gracias divinas sobre los moradores de Jerusalén, por cuyo medio Dios producirá en ellos un cambio interior, que les hará convertirse de nuevo a El y llorar, con un duelo nacional, la muerte del misterioso justo. San Juan aplica el texto de Zacarías a Jesucristo crucificado por el mismo pueblo judío: Cristo es el Justo traspasado de la profecía. Pero también llegará un tiempo en que los judíos reconocerán su pecado y se lamentarán en señal de dolor y de arrepentimiento. En nuestro texto son todas las tribus de la tierra las que condividen los remordimientos de Israel.
La alusión a la crucifixión y a la lanzada de Cristo es bastante clara, tanto más cuanto que es Juan quien nos transmite la noticia de esta última50. La crucifixión parece asociada, en el v.7, a la gloria parusíaca, como en Mat_24:30.
La doble afirmación con que se termina el v.7: Sí, amén, indica la solemnidad y la convicción de lo que acaba de decir. Recuérdese el amén, amén del cuarto evangelio.
Del mismo modo que sucede al final de los oráculos proféticos, una declaración divina garantiza la verdad de lo que acaba de decir.
Las últimas palabras de esta sección están puestas en boca del Señor Dios (= Yahvé-Elohim). El que habla es el Padre, el cual hace una declaración de su eternidad: Yo soy el alfa y la omega (v.8), o sea el principio y el fin de las cosas. Esta designación simbólica de la divinidad - que en otros lugares será aplicada al mismo Cristo - por la primera y la última de las letras del alfabeto griego, tal vez sea la imitación de un procedimiento tomado de los rabinos. Estos también solían designar a Yahvé con la primera y la última de las letras del alfabeto hebreo: a/e/ y tau. En la literatura rabínica también se dice que el sello de Dios es el 'emet, es decir, la fidelidad y la firmeza; y esa expresión está escrita con la primera, la mediana y la última letra del alefato hebreo51. La expresión de San Juan también pudiera tener estrecha relación con la mística helenística de las letras, que era frecuente entonces. Así la serie áåçéïõù en los papiros mágicos, significa la universalidad del mundo, y sirve, al mismo tiempo, para designar a la divinidad 52.
Finalmente, el autor sagrado insiste de nuevo sobre la eternidad de Dios y sobre el poder absoluto que tiene sobre toda la creación: (Yo soy). el que es, el que era, el que viene, el todopoderoso (v.8). Con esto quiere tranquilizar a sus lectores, pues el Dios justo y triunfador del pasado continuará siendo el mismo en todos los tiempos, ya que su soberanía sobre todos los seres es absoluta.



Visión Introductoria a Todo el Libro, 1:9-20.
San Juan recibe de Jesucristo, que se le aparece en la isla de Patmos, el encargo de escribir a las siete Iglesias de Asia. La visión viene a ser como la introducción a todo el libro. En este sentido se puede comparar con las visiones de la vocación de Isaías 53, de Jeremías 54 y de Ezequiel 55.

9 Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la paciencia en Jesús, hallándome en la isla llamada Patmos, por la palabra de Dios y por el testimonio de Jesús, 10 fui arrebatado en espíritu el día del Señor y oí tras de mí una voz fuerte, como de trompeta, que decía: n Lo que vieres escríbelo en un libro y envíalo a las siete iglesias, a Efeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea. 12 Me volví para ver al que hablaba conmigo; 13 y vuelto vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros a uno, semejante a un hijo de hombre, vestido de una túnica talar y ceñidos los pechos con un cinturón de oro. 14 Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve; sus ojos, como llamas de fuego; 15 sus pies, semejantes al azófar, como azófar incandescente en el horno, y su voz, como la voz de muchas aguas. 16 Tenía en su diestra siete estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos, y su aspecto era como el sol cuando resplandece en toda su fuerza. 17 Así que le vi, caí a sus pies como muerto; pero él puso su diestra sobre mí, diciendo: 18 No temas, yo soy el primero y el último, el viviente, que fui muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno. 19 Escribe, pues, lo que vieres, tanto lo presente como lo que ha de ser después de esto. 20 Cuanto al misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra y los siete candeleros de oro, las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros las siete iglesias.

El autor sagrado hace su presentación personal a semejanza de los profetas de la Antigua Alianza 56. Juan - su nombre ya nos era conocido desde Ap 1:1 - tiene una visión hallándose en la pequeña isla de Patmos. Hoy día esta isla se llama Patino, y forma parte de las islas Esperadas. Está situada enfrente de Milito y de Efeso, en el mar Egeo. Tiene unos doce kilómetros de largo por cinco de ancho en su parte más amplia. Según Plinio57, los romanos utilizaban el islote de Patmos como lugar de deportación para algunos condenados especiales. San Juan también fue deportado a esta isla, castigado a causa del Evangelio, como nos dice él expresamente (v.9). Victorino, obispo de Pettau, en Styria, martirizado bajo Diocleciano, nos dice que San Juan fue condenado por Domiciano a trabajos forzados en las canteras situadas al norte de la isla de Patmos: in metallum damnatus.58 Esto mismo es confirmado por San Jerónimo 59.
El apóstol se nos presenta como hermano en la fe y como compañero en la tribulación, sufrida por la fe; como copartícipe en el reino sacerdotal60 y en la paciencia con que soporta la tribulación. San Juan ha tenido que pasar por grandes pruebas exteriores y persecuciones a causa del Evangelio. Su destierro en el islote de Patmos era una señal evidente de los sufrimientos que había tenido que soportar. Pero todo lo sufrió con paciencia (õðïìïíÞ), es decir, con fe, esperanza y firmeza. Juan es el prototipo del verdadero cristiano que sabe aguantar y perseverar en la fe, a pesar de las muchas dificultades que se le opongan. Y esta perseverancia en el servicio de Cristo será la que consiga el triunfo del reino de Jesucristo en medio de todas las persecuciones desencadenadas contra él.
Después de la presentación, San Juan comienza inmediatamente con la narración de la primera visión. Esta tuvo lugar en el día del Señor, es decir, en domingo, día venerado por los cristianos a causa de la resurrección del Señor, que tuvo lugar en tal día61. Este texto del Apocalipsis (v.10) constituye la primera mención expresa del domingo cristiano. La expresión, que se hizo técnica, pudo nacer en los ambientes asiáticos como reacción contra la designación de día de Augusto, que indicaba un día mensual establecido en honor del emperador 62. Juan fue arrebatado en éxtasis, para que, desligado de la vida de los sentidos, percibiese mejor las cosas divinas. En este estado oye una voz fuerte, como de trompeta, que le intimaba la orden de escribir lo que viese para transmitirlo a las siete iglesias de Asia (v.11). Se trata del Apocalipsis entero. Las siete ciudades nombradas, unidas por magníficas vías, formaban un círculo fácil de recorrer para un mensajero llegado de Patmos a Efeso. Pero, ¿cuál es la razón de nombrar sólo siete iglesias, cuando en la misma región había muchas otras de mayor importancia? Ramsay cree que la razón hay que buscarla en el hecho de que la provincia romana de Asia estaba dividida en siete distritos postales, cada uno de los cuales tenía por centro una de esas siete ciudades, las cuales formaban un círculo alrededor de la provincia. De cada uno de estos centros era fácil enviar la carta a otras ciudades 63.
Juan, al volverse para ver al que le hablaba, lo primero que contempla son siete candelabros de oro. En medio de ellos había uno semejante a un hijo de hombre (v.12-13). Es Jesucristo que se le aparece en sus funciones de juez escatológico, como en Dan_7:13. Jesús empleó con mucha frecuencia esta expresión daniélica, aplicándosela a sí mismo 64. Era un título mesiánico que ponía de realce las cualidades humanas de Cristo. La Iglesia cristiana primitiva lo empleó muy raramente, prefiriendo llamarle Señor, con el fin de poner de manifiesto su carácter divino. El autor del Apocalipsis describe las prerrogativas de Cristo simbólicamente; su túnica talar lo caracteriza como sacerdote 65, y su cinturón de oro designa la dignidad regia del Mesías66. El sumo sacerdote de la Antigua Ley llevaba también una larga túnica talar, ceñida con una faja de cuatro dedos de ancho 67. Los cabellos blancos, como la nieve 68, significan la eternidad del personaje que ve Juan. Los ojos llameantes indican la mirada que todo lo penetra y de la que nadie puede huir. Es su ciencia divina 69. Una majestad aterradora parece como desprenderse de toda su persona: sus pies son como azófar (una aleación de cobre y cinc) incandescente; su voz, potente como el ruido de muchas aguas; su aspecto, resplandeciente como el sol. Esta descripción se apoya indudablemente en las narraciones de Ezequiel y Daniel, que contemplan a su personaje resplandeciente cual bronce bruñido70. Ezequiel contempla a una figura semejante a un hombre que se erguía sobre el trono; y lo que de él aparecía, de cintura arriba, era como el fulgor de un metal resplandeciente, y de cintura abajo, como el resplandor del fuego, y todo en derredor suyo resplandecía71. Y Daniel todavía nos describe con mayor detalle a un varón vestido de lino y con un cinturón de oro puro. Su cuerpo era como de crisólito, su rostro resplandecía como el relámpago, sus ojos eran como brasas de fuego, sus brazos y sus pies parecían de bronce bruñido, y el sonido de su voz era como rumor de muchedumbre 72.
El fuego, a causa de su resplandor y de su acción purificadora, es un símbolo bíblico muy frecuente para representar la santidad divina. Dios es la santidad misma, totalmente separado de la más mínima impureza humana. Por eso, los profetas y autores apocalípticos suelen representar a la divinidad rodeada de fuego.
El vidente de Patmos percibe en la visión que Jesucristo tenía en su mano derecha, es decir, en su poder, siete estrellas, que representaban las siete iglesias a las cuales se dirige Juan73. Como se nos dirá en el v.ao de este capítulo, las estrellas simbolizan los ángeles protectores de las siete iglesias, que debían velar por cada una de ellas. De la boca de Cristo sale una espada de dos filos, que es el símbolo de su autoridad de juez supremo, a cuyos fallos nadie puede resistir (v.14-16)74.
Todos los elementos de esta descripción contribuyen a darnos una imagen impresionante del misterioso personaje que se le aparece a Juan, el cual, como ya dejamos indicado, no es otro que Jesucristo glorioso.
A la vista de esta aparición, San Juan sufre un desmayo, del que le hace volver Cristo, que le conforta, inspirándole confianza. Escenas semejantes las encontramos en los profetas Ezequiel y Daniel75. Las palabras que le dirige Cristo son tranquilizadoras, y se proponen infundirle ánimo. Con este mismo fin, Jesucristo enumera sus títulos y poderes: yo soy el primero y el último (v.18). Esta designación, tomada probablemente de Isa_44:6, en donde se aplica a Yahvé, es sinónima de la expresión alfa y omega 76. Dios siempre es el mismo; y por eso Juan no ha de temer, pues Jesucristo es tan misericordioso como cuando él le conoció en este mundo.
A continuación Cristo se presenta como resucitado. Y reivindica una triple prerrogativa: en primer lugar afirma su poder sobre la vida (tengo las llaves), la muerte y el infierno (= Seol-Hades). Seguramente el autor sagrado alude aquí al descenso de Cristo a los infiernos para librar a los allí detenidos 77. Jesucristo es señor del infierno porque tiene las llaves, es decir, el poder para penetrar en aquel lugar misterioso en donde estaban reunidos los muertos78. Y es dueño de la muerte, porque sobre ella ejerce su soberanía.
Cuando quiere la puede soltar para que actúe en el mundo y la puede volver a encerrar bajo llave cuando lo estime conveniente. Este poder extraordinario de Cristo ha de servir para tranquilizar a San Juan, y para justificar ante sus ojos y ante los de las siete iglesias el mensaje que va a comunicarle.
Una segunda prerrogativa de Cristo es la de tener derecho de gobierno sobre las iglesias. Y, finalmente, es dueño de los destinos de esas mismas iglesias y del mundo entero. Estas dos últimas prerrogativas están expresadas en el v.1q, cuando Cristo ordena a Juan escribir para las siete iglesias tanto lo presente como lo que ha de suceder después. Las cosas presentes se refieren al estado de las siete iglesias, y las cosas futuras parecen aludir a lo que dirá en el resto del Apocalipsis. Por consiguiente, la profecía tendrá por objeto no sólo el futuro, sino también el presente. San Pablo concebía el carisma de la profecía como un don que Dios da para exhortar, consolar y edificar79.
Las iglesias están representadas por siete candeleros (v.20), porque participan de la luz de Cristo. El hijo del hombre, Cristo, vive en medio de ellos (cf. v.13). Las siete estrellas en la mano diestra de Cristo representan los ángeles de las siete iglesias. Según las concepciones judías, entonces vigentes, no sólo el mundo material estaba regido por ángeles 80, sino también las personas y las comunidades. De ahí que San Juan considere cada iglesia regida por un ángel, que era el responsable de su buena conducta81. Estos ángeles tutelares eran los obispos de las diversas iglesias, que, a su vez, representaban a Cristo ante las comunidades.

1 Gf. Luc_2:32; Efe_1:17. - 2 De diecisiete veces que se emplea el término apocalipsis en el Í. Ô., catorce veces pertenecen a las epístolas de San Pablo. - 3 Cf. 2Te_1:7; Rom_2:5; Rom_8:19; 1Co_1:7; ver 1Pe_1:7.13; 1Pe_4:13. - 4 Rom_16:25; 2Co_12:1; Gal_1:12; Gal_2:2; Efe_3:3. - 5 Ap 2-3- - 6 Cristo reveló a su Padre al mundo, pero aquí lo hace por medio de un ángel (cf. Apo_22:6.16) para acomodarse al estilo apocalíptico. A partir de Ezequiel, Zacarías y Daniel, los ángeles eran los guías de los videntes y los intérpretes de sus visiones. El ángel, enviado por Jesu-isto y como ministro suyo, viene a comunicar la revelación a Juan. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento es frecuente el ministerio de los ángeles entre Dios y los hombres (£,240:1-44:3; Zac_1:9; Zac_2:3; Dan_7:16; Zac_8:15-26; Zac_9:20-27; Zac_10:4-21; Zac_12:5-12; Rev_22:6-9). - 7 Cf. Jua_1:18; Jua_5:20ss; Jua_7:16; Jua_14:10; Jua_17:8. - 8 Cf. Rev_1:9, en donde vuelve a presentarse como Juan, recordando al mismo tiempo a Js lectores que, como ellos, ha tenido que sufrir la tribulación en la isla de Patmo^. Véase también Rev_22:8. - 9 Rev_22:8-9. - 10 Jua_19:35; Jua_21:21; 1Jn_1:1-3. - 11 Gf. 1 Cor 14. - 12 Cf. Rev_1:3; Rev_14:13; Rev_16:15; Rev_16:19.9; Rev_20:6; Rev_22:7.14. El nombre de macarismo proviene del adjetivo griego ìáêÜñéïò: feliz, dichoso, bienaventurado. Por eso los griegos llaman ìáêáñéó-ìïß las bienaventuranzas del sermón de la Montaña. - 13 Cf. S. Bartina, Los macarismos del Nuevo Testamento. Estudio de la forma: EstEcl 34 (1960) 57-88. Véase también el Excursus I: Los siete macarismos del Apocalipsis, del mismo autor, en La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento III (BAC, Madrid 1962) p.618-621. - 14 Cf. Rev_22:10. - 15 Cf. M. García Cordero, El libro de los siete sellos (Salamanca 1962) ñ.34· - 16 Cf, Jer_1:1-3. - 18 The Letters to the Seven Churches of Asia (Londres 1904). - 19 Cf. EB 4 Jn.57-59. - 20 Rev_22:21-21 Cf. Luc_1:30. - 22Jn_1:14:127. - 23 Cf. Tob_12:15. Ver también el Targum de Jonatán sobre Gen_11:7 : Dijo Dios a los siete ángeles que están en su presencia. - 24 Cf. P. Jouon, Apocalypse 1:4: RSR 21 (1931) 486-487. - 25 Cf. Isa_11:2-3(LXX). - 26 Cf. J. M. Bover, Los siete espíritus del Apocalipsis: Razón y Fe 52 (1918) 289-99; J. Lebreton, Histoire du dogrne de la Trinité7 (París 1927) p.628-631; E. B. Allo, Apocalypse (París 1933) p.8-9; A. Skrinjar, Les sept Esprits: Bi 16 (1936) 1-24.113-140; J. Michl, Die En-elvorstellungen in der Apokalypse des heiligen Johannes: I. Die Engel um Gott (München 1937) 112-210; E. Schweizer, Die sieben Geister in der Apokalypse: Evangelische Theologie n (1951-1952) 502-512; L. F. Rivera, Los siete espíritus del Apocalipsis: Revista Bíblica 64 (Buenos Aires 1952) 35-39- - 27 Así lo cree también el P. E. B. Allo. Véase su obra U Apocalypse p.6. - 28 Isa_11:2-3. - 29 Zac_3:9; Zac_4:10. - 30 Jua_18:37. - 31 Cf. 1Co_15:20; Col_1:18. - 32 Cf. Hec_2:24. Véase también IV Esdrás 4:33-42. J. Chaine, Deséente du Christ aux en-fers: DBS II 414-415. - 33 Mt 28:18. - 34 Flp_2:6-9. - 35 Cf. A. Gelin, Apocalypse, en La Sainte Bible de Pirot-Clamer, XII (París 1938) P-596s. - 36 Los v. 5-6 constituyen una especie de doxología, la primera de las muchas contenidas en el Apocalipsis. Deben de ser sin duda ecos de las asambleas cristianas, que nos son conocidas por la 1 Cor y la Didajé. Estas doxologías, introducidas a veces con Allelu-Yah (Ap iq,iss), parecen ser una herencia del judaismo. Son de gran importancia teológica, sobre todo para la cristología. - 372Jn_15:13. - 38 Efe_5:2. - 39 Cf. Mar_10:45; Rom_3:24; Heb 0:11-22. - 40 1Pe_2:9. Cf. M. García Cordero, El sacerdocio real en 1Pe_2:9 : CultBib 16 (1959) 321-323; véase en Recueil L. Cerfaux (Gembloux 1954) II p.283-315, el artículo Regale Sacer-dotium; R. B. Y. Scott, A Kingdom of Priests, en Oudtestamentische Studien VIII (Leiden 1950) p.213-219; J- Lécuyer, Le sacerdoce dans le mystére du Christ (París 1957) p.iyiss. - 41 Exo_19:6; cf. Rev_5:10; Rev_20:6. - 42 Rev_5:9-10. - 43 Heb_7:20. - 44 Rom_12:1. - 45 Cf. W. H. Brownlee, The Priestly Character ofthe Church in the Apocalypse: NTStS (1959) 224-225. - 46 Cf. A. Gharue, Les építres Catholiques, en La Sainte Bible, de Pirot-Clamer, XII P-453S. Véase también M. García Cordero, a.c.: CultBib 16 (1959) 322S. - 47 Dan_7:13. - 48 Mat_26:64; Me 14:62. Jesús también empleó la imagen de Daniel en el discurso escato-logico (Mat_24:30; Mar_13:26; Lev_21:27). - 49 Zac_12:10. - 50 Jn 19:34- - 51 Cf. G. Kittel, Theologisches Worterbuch zum N. T. I 2 ; S. bartina, Apocalipsis de San Juan, en La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento III p.óoó. - 52 E. B. Allo, o.c. p.8. - 53Jn_1:6.155. - 54 Jer_1:4ss. - 55 Ez 1-2. - 56 Dan_7:28; Dan_8:1. - 57 Hist. Nat. 4:12:23. Cf. G. camps, Patmos: DBS VII 73-81. - 58 Comm. in Apocalypsin: PL 5:317. - 59 De viris illustr. 9: PL 23:625. Véase también A. berjon, San Juan en Patmos: CultBib 10 (1953) 51-52. - 60 Cf. Apo_1:6. - 61 Cf. Hec_20:7-8; 1Co_16:1-2. La Didajé (1Co_14:1) afirma claramente que los cristianos se reunían el domingo para la fracción del pan. Y San Ignacio de Antioquía dice expresamente: Vivid, no ya sabatizando, sino según el día dominical (Ad Magn. 9:1: F. X. Funk, I 235-239). - 62 Cf. A. Gelin, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Pirot-Clamer (París 195i)p.598. - 63 W. M. Ramsay, The Letters to the Seven Churches of Asia (Londres 1906) p.iqiss. - 64 Mat_16:13-27; Mat_17:9 : Me 9:8s. - 65 Cf. Lev_8:13. - 66 Dan_10:5. - 67 Exo_28:4.31-32; Exo_29:5· Cf. josefo flavio, Ant. 3:7:4. - 68 Cf. Dan 7:9- - 69 Cf. Dan_10:6. - 70 Eze_1:7; Dan_10:6. - 71 Eze_1:26-27. - 72 Dan_10:6. - 73 Cf, S. Bartina, En su mano derecha siete ásteres: EstEcl 26 (1952) 71-78. - 74 Cf. S. Bartina, Una espada salía de la boca de su vestido: EstBib 20 (1961) 207-217. - 75 Eze_1:28; Eze_2:1-2; Dan_8:18; Eze_10:15-19. - 76 Rev_1:8; Rev_22:13. La expresión Yo soy el primero y el último se encuentra otras dos veces en el Apocalipsis (Rev_2:8; Rev_22:13) y siempre es aplicada a Jesucristo. - 77 Cf. Jua_5:26-28; 1Pe_3:19; 1Sa_2:6. - 78 Isa_38:10. - 79 1Co_14:3. - 80 Cf. Rev_7:1; Rev_14:18; Rev_16:5. - 81 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.so; A. Skrinjar, Antiquitas christiana de angelis septem ecclesiarum (Ap 1-3): VD 22 (1942) 18-24.51-56; W. H. Brownlee, The Priestly Character of the Church in the Apocalypse: NTSt 5 (19583) 224-225.