Apocalipsis  14 Sagrada Biblia (Nacar-Colunga, 1944) | 20 versitos |
1 Vi, y he aquí el Cordero, que estaba sobre el monte Sión, y con El ciento cuarenta y cuatro mil, que llevan su nombre y el nombre de su Padre escrito en sus frentes,
2 y oí una voz del cielo, como voz de grandes aguas, como voz de gran trueno; y la voz que oí era de citaristas, que tocaban sus cítaras"
3 y cantaban un cántico nuevo, delante del trono y de los cuatro vivientes y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico, sino los ciento cuarenta y cuatro mil, los que fueron rescatados de la tierra."
4 Estos son los que no se mancharon con mujeres y son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero adondequiera que va. Estos fueron rescatados de entre los hombres, como primicias para Dios y para el Cordero,
5 y en su boca no se halló mentira, son inmaculados.
6 Vi otro ángel que volaba por medio del cielo y tenía un evangelio eterno para pregonarlo a los moradores de la tierra y a toda nación, tribu, lengua y pueblo,
7 diciendo a grandes voces: Temed a Dios y dadle gloría, porque llegó la hora de su juicio, y adorad al que ha hecho el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.
8 Un segundo ángel siguió, diciendo: Cayó, cayó Babilonia la grande, que a todas las naciones dio a beber del vino del furor de su fornicación.
9 Un tercer ángel los siguió, diciendo con voz fuerte: Si alguno adora la Bestia y su imagen y recibe su marca en la frente o en la mano,
10 éste beberá del vino del furor de Dios, que ha sido derramado sin mezcla en la copa de su ira, y será atormentado con el fuego y el azufre delante de los santos ángeles y delante del Cordero,
11 y el humo de su tormento subirá por los siglos de los siglos, y no tendrán reposo día y noche aquellos que adoren a la Bestia y a su imagen y los que reciban la marca de su nombre.
12 Aquí está la paciencia de los santos, aquellos que guardan los preceptos de Dios y la fe de Jesús.
13 Oí una voz del cielo que decía: Escribe: Bienaventurados los que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, para que descansen de sus trabajos, pues sus obras los siguen.
14 Miré y vi una nube blanca, y sentado sobre la nube a uno semejante a un hijo de hombre, con una corona de oro sobre su cabeza y una hoz en su mano.
15 Salió del templo otro ángel, y gritó con fuerte voz al que estaba sentado sobre la nube: Arroja la hoz y siega, porque es llegada la hora de la siega, porque está seca la mies de la tierra.
16 El que estaba sentado sobre la nube arrojó su hoz sobre la tierra, y la tierra quedó segada.
17 Otro ángel salió del templo que está en el cielo, y tenía también en su mano una hoz afilada.
18 Y salió del altar otro ángel que tenía poder sobre el fuego y clamó con fuerte voz al que tenía la hoz afilada, diciendo: Arroja la hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque sus uvas están maduras.
19 El ángel arrojó su hoz sobre la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en la gran cuba del furor de Dios,
20 y fue pisada la uva fuera de la ciudad, y salió la sangre de la cuba hasta los frenos de los caballos por espacio de mil seiscientos estadios.

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Introducción a Apocalipsis 

Times New Roman ;;;

Apocalipsis.

Introducción.

Título.
El término apocalipsis es la transcripción de la primera palabra griega, áðïêÜëõøç, con la que empieza nuestro libro: Apocalipsis de Jesucristo. El substantivo apocalipsis = revelación proviene del verbo griego áðïêáëýðôù, que significa revelar, descorrer el velo, descubrir. En el Nuevo Testamento, un apocalipsis es, pues, esencialmente, una revelación, hecha por Dios a los hombres, de cosas ocultas conocidas sólo por El 2. Aquí la revelación va dirigida a San Juan, el cual recibe la misión de comunicarla a las siete iglesias de la provincia proconsular de Asia: Efeso, Esmirna, Pergamo, Tia-tira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. Estas siete iglesias representan a todas las comunidades cristianas del Asia a las cuales dirige San Juan su mensaje. Es probable que nuestro autor tome apocalipsis en el sentido de manifestación de Jesucristo como Señor y como Juez, pues es el sentido que mejor responde al contenido de su mensaje.
En la época en que escribía San Juan, el término apocalipsis servía para designar - tanto entre los judíos como entre los cristianos - libros que contenían revelaciones divinas acerca de diferentes objetos, especialmente sobre el futuro 3. Y estas revelaciones divinas podían ser hechas directamente por Dios, o por medio de ángeles. Pero, sin revelación divina, no se podía dar apocalipsis, porque el hombre es incapaz de conocer por sí mismo los secretos celestes.

Género apocalíptico.
Para la verdadera inteligencia del Apocalipsis importa más que nada conocer el género literario en que fue escrito. El género apocalíptico, propio de nuestro libro, tuvo gran éxito en ciertos ambientes judíos en la época en que escribía San Juan. A partir del siglo II a.C. comienza una gran floración de apocalipsis, la mayor parte de ellos apócrifos, que se irá extendiendo más y más hasta el siglo ni d. Hasta nosotros ha llegado un cierto número de estas obras apócrifas, como los libros de Henoc, el libro de los Jubileos, los Testamentos de los doce Patriarcas, los Secretos de Henoc, la Asunción de Moisés, el Cuarto libro de Esdras, el Apocalipsis de Abrahan, de Isaías, de Baruc, de Sofonías, de Ezequiel, la Vida de Adán y Eva, Salmos de Salomón, Oráculos sibilinos, etc. Todos tienen de común el pretender descubrir a los hombres lo que Dios sólo, o los seres celestiales, conocen, es decir, sucesos futuros referentes al pueblo de Dios y a la vetsaida de los tiempos escatológicos. Y lo hacen con el fin de consolar a los espíritus abatidos y de infundirles nuevos ánimos, en medio de las persecuciones y desgracias por las que tuvo que pasar Israel. Ante la terrible persecución de Antíoco Epífanes (168-165 a.C.), ante la toma de Jerusalén por Pompeyo (63 a.C.), y ante la destrucción del templo y del pueblo judío (70 y 135 d.C.), no tiene nada de extraño que muchos fieles yahvistas pensasen en el próximo fin de la religión y de la raza elegida. Fue entonces cuando comenzaron a aparecer escritos apocalípticos que cantaban la gloria del futuro Israel. Estos apocalipsis eran mensajes de esperanza para los judíos fieles, pues les recordaban la fidelidad de Dios a sus promesas. Pero, al mismo tiempo, eran una amenaza para los gentiles y los judíos apóstatas, e incluso a veces una invitación a la conversión.
Los grandes sucesos por medio de los cuales Dios obrará la liberación de Israel son presentados por la literatura apocalíptica como inminentes. Pero, al no encontrar una solución inmediata para los males nacionales del momento presente, se refugian en un futuro glorioso íntimamente ligado con los últimos días. Los autores apocalípticos recurren de ordinario a visiones divinas, a intervenciones de ángeles, que se presentan como guías o intérpretes de los hechos misteriosos que han contemplado. Esas visiones o revelaciones suelen tener lugar en las esferas celestes. Los hechos históricos contemporáneos del autor apocalíptico son presentados bajo una forma oscura y misteriosa. Y lo que esos autores no conocen por la historia lo presentan como envuelto en los velos de la profecía. Pretenden desligarse del presente para trasladarse a los tiempos futuros.
Por el hecho de que los libros apocalípticos suelen hablar del triunfo de Israel y de la religión yahvista sobre los imperios y pueblos paganos, de ordinario emplean la seudonimia. De este modo trataban de evitar la persecución de la autoridad, cuya inminente caída profetizaban como segura. Y, por otra parte, el autor quería autorizar y acreditar su mensaje ante sus contemporáneos, presentándose bajo el nombre de algún personaje célebre del Antiguo Testamento, como Abrahán, Moisés, Isaías, Henoc.
Otra nota característica de la literatura apocalíptica es su esoterismo. El mensaje suele ir dirigido a un grupo de iniciados. Para explicar la aparición repentina de una obra hasta entonces desconocida, simulan que acababa de encontrarse o que se hallaba en poder de un grupo restringido de personas. En sus descripciones no buscan la claridad, sino que complican las escenas para hacerlas más misteriosas. Muchas de las imágenes empleadas son plásticamente irrealizables. A veces se emplea también un lenguaje criptográfico y hasta cifrado, que sólo un cierto número de personas podía comprender 4.
El apocalipsis es, por lo tanto, una revelación hecha a ciertos hombres, directamente por Dios o por ministerio de los ángeles, ¿e cosas ocultas, especialmente de secretos divinos 5.
El hecho de que la revelación apocalíptica se refiera casi siempre a cosas ocultas del futuro hace que el apocalipsis sea al mismo tiempo una especie de profecía. Y tanto es así que a veces resulta difícil delimitar las fronteras exactas entre el apocalipsis y la profecía. Las visiones de Ezequiel, de Zacarías y de Daniel están, desde el punto de vista literario, a medio camino entre las sobrias profecías de Amos e Isaías y las complicadas revelaciones de muchos apocalipsis apócrifos. El Apocalipsis de San Juan también guarda este medio, y se asemeja bastante a los escritos de Ezequiel y Daniel 6, de los que toma muchas de sus imágenes y símbolos. El género apocalíptico se muestra más bien como un desarrollo del género profetice 7. Por otra parte, sin embargo, el género apocalíptico difiere bastante del género profético, pues es esencialmente alegórico, voluntariamente misterioso y siempre necesita interpretación.
La misión esencial del profeta es el recordar constantemente al pueblo sus obligaciones y las exigencias de la alianza. Para mejor llevar a cabo su misión puede recibir revelaciones especiales acerca de un suceso futuro, que él anuncia como signo cuyo cumplimiento justificará sus palabras y su misión 8. Otras veces, el profeta conoce y anuncia con antelación los castigos que han de abatirse sobre el pueblo de Dios. Y una vez que el castigo ha llegado, anuncia perspectivas de restauración y de renovación religiosa. El profeta es un vidente, un hombre que recibe de Dios revelación de hechos futuros que sus contemporáneos no conocen. Pero esta previsión del futuro es secundaria en la profecía; y se da al profeta sólo para favorecer su misión primordial, que es recordar al pueblo sus obligaciones morales.
Por el contrario, en la apocalíptica el elemento principal es la previsión y anuncio de cosas futuras, mientras que las preocupaciones morales inmediatas se esfuman y pasan a segundo término 9. El autor de un apocalipsis es, ante todo, un vidente. La revelación de las cosas misteriosas del futuro la recibe bajo la forma de visiones que consigna por escrito 10. Pero estas visiones no constituyen el objeto de la revelación, sino que son símbolos que sirven para expresarla. Los autores apocalípticos difieren de los profetas clásicos - según el P. Lagrange - en que, en lugar de tomar sus visiones del ambiente circundante, se elevan más alto; no piden a Dios que descienda, sino que prefieren subir hasta El para ver de cerca sus maravillas. 11
El simbolismo es una de las principales características del género apocalíptico. Todas las imágenes que el autor apocalíptico emplea son símbolos: una espada significa destrucción y exterminio; una corona representa la realeza del que la lleva; una palma, el triunfo; las alas, la agilidad para moverse. Un candelabro representa a una Iglesia determinada 12; una estrella, a un ángel; las siete cabezas de la Bestia pueden representar siete colinas (¿las de Roma?) o siete reyes 13. Los números son también casi siempre simbólicos, y no se deben tomar por lo que valen, sino por lo que simbolizan. El siete simboliza la plenitud, la perfección; el seis (=7 menos 1), por el contrario, representa la imperfección; el ocho, la sobreabundancia; el cuatro simboliza el mundo creado (= los cuatro elementos, los cuatro puntos cardinales); el doce representa al Israel antiguo y al nuevo (la Iglesia cristiana); mil designa una gran ciudad, y lo mismo el cuadrado de doce (=144 multiplicado por 1000). Incluso los mismos colores tienen valor simbólico: el blanco es signo de la victoria, de la pureza, de la alegría 14; el rojo es símbolo de la violencia; ej negro, de la muerte 15; el escarlata, de lujo y magnificencia 16.
Por eso, cuando un autor apocalíptico quiere describir una visión, se sirve de estos símbolos para expresar las ideas que Dios le sugiere. Como la finalidad que se propone no es la de describir una visión imaginable y coherente, sino la de traducir en lenguaje apocalíptico las ideas recibidas de Dios, de ahí que proceda por acumulación de símbolos, de cifras y de colores, sin preocuparse de su incoherencia. Teniendo esto en cuenta, sería un error querer imaginarse plásticamente, por ejemplo, la Bestia de siete cabezas y de diez cuernos del Apocalipsis de San Juan 17. ¿Cómo habría que repartir los diez cuernos sobre siete cabezas?
De donde se sigue que, en la interpretación del Apocalipsis de San Juan, es esencial el prescindir de lo plástico e imaginable, para contentarse con traducir intelectualmente los símbolos sin detenerse en los detalles más o menos sorprendentes. La Bestia representa al Imperio romano con sus emperadores (las cabezas) y sus reyes vasallos (los cuernos) 18. De los símbolos hay que extraer la idea, teniendo en cuenta su elasticidad y, a veces, hasta su incoherencia. El Apocalipsis de San Juan es una obra de un escritor oriental, de exuberante fantasía; de un vidente que vislumbra los destinos de la humanidad en un horizonte de eternidad. Sus visiones tienen mucho de flotante e inconsistente 19.
En la descripción de una visión apocalíptica, los detalles concretos poseen con frecuencia un valor simbólico y constituyen por sí mismos una enseñanza. A veces el mismo autor del Apocalipsis nos indica la interpretación de ciertos símbolos. Pero esto no es lo ordinario. Frecuentemente San Juan parece presuponer que sus lectores estaban al corriente del valor simbólico que él daba a sus imágenes. De ahí que hoy día no alcancemos a comprender el significado de ciertos símbolos, que debieron de ser claros para los contemporáneos del vidente de Patmos.
A hacer más oscura la interpretación de un escrito apocalíptico también contribuye el hecho de que el autor apocalíptico se esfuerza siempre por abstraer, al menos aparentemente, de su verdadera época. Se transporta siempre - como dice el P. Alio - a un punto convencional del pasado, al tiempo de un gran personaje como Henoc o Esdras, cualificado para recibir revelaciones divinas. Y es a este personaje al que hace hablar. Una de las características esenciales de los (apocalipsis) apócrifos es, por lo tanto, la seudonimia. Todos reposan sobre ficciones literarias. El autor pretendido podrá, pues, describir a modo de profecía los principales sucesos históricos que hayan tenido lugar desde su época hasta la del verdadero autor; y éste continuará esa serie de predicciones post eventum - sin que nada, en el tono ni en la forma literaria, denote el cambio - por sus propias especulaciones sobre el futuro. Construye de este modo un bloque que abarca hasta el fin del mundo, y descubre todos los designios de Dios en toda la historia de la humanidad. Es una verdadera filosofía de la historia 20. A veces el autor apocalíptico, no disponiendo de hechos históricos conocidos que le puedan servir de trama, tendrá que recurrir a las tradiciones alegóricas, a los lugares comunes de estrellas, metales, pedrerías, monstruos fantásticos, que muchas veces procederán de mitos y leyendas profanas. De aquí resulta con frecuencia la falta de unidad y la dificultad de armonizar los diversos puntos de vista escatológicos 21.
El Apocalipsis de San Juan ofrece numerosas semejanzas con los escritos apócrifos del género apocalíptico. Como éstos, se compone de visiones, con partes descriptivas y partes proféticas. El estilo empleado es figurado y misterioso. Se sirve de las mismas imágenes y expresiones que encontramos en la apocalíptica judía. Sin embargo, las diferencias son muy grandes. En primer lugar, el Apocalipsis del Nuevo Testamento no es un escrito seudónimo, sino que es presentado como obra de Juan, el vidente de Patmos 22.
Va dirigido a las iglesias donde él mismo había trabajado. Y trata de cosas que eran de primerísima actualidad. Por lo cual, cualquier fraude sería fácil de descubrir. Su unidad de enseñanza es perfecta. Juan nunca se ocupa de cosas inútiles (de los secretos cósmicos, etc.), como hacen frecuentemente los escritos apocalípticos. A imitación de los profetas antiguos, escribe con el fin primario de exhortar, de animar a sus hermanos sacudidos por la persecución y los peligros. La idea teológica central es el triunfo definitivo de Jesucristo sobre el mal en sus distintas manifestaciones históricas. La Iglesia y los fieles cristianos están ahora sometidos a sufrimientos y persecuciones; pero todo esto es algo pasajero. Cristo destruirá pronto todo lo que se opone a la implantación de su Iglesia en el mundo; y los cristianos que hayan permanecido fieles cantarán un cántico de alegría por toda la eternidad en el cielo. A veces San Juan no sólo exhorta y anima, sino que también reprende.

El Apocalipsis de San Juan y el Antiguo Testamento.
Si bien el Apocalipsis de Juan bebe abundantemente en la tradición apocalíptica judía, no es ésta la única ni la más impotante fuente del simbolismo joánico. Es más bien en los últimos profetas del Antiguo Testamento: Ezequiel, Zacarías, Daniel, en donde se puede encontrar el origen inmediato de los símbolos más importantes del Apocalipsis 23. El libro comido por Juan en Ap 10:9-10, es una adaptación de Ezequiel 24. Otro tanto sucede con la guerra de Gog y Magog 25, de la que nos habla San Juan en Ap 20:8. La descripción del cielo y del trono de Dios, con los cuatro animales que lo sostienen 26, depende indudablemente de la visión del carro divino de Ezequiel 27. El templo mesiánico de Ezequiel 28 tal vez haya influido en la concepción de la Jerusalén celestial, morada de los santos 29. También los lamentos sobre la ruina de Roma 30 parecen inspirarse en la elegía sobre la ruina de Tiro 31. La visión del ángel que mide el templo 32 y la ciudad 33 depende de Zacarías 34 y de Ezequiel 35. Los dos testimonios o testigos de Ap 11 constituyen una referencia a Zacarías36. De igual modo la visión de los caballos angélicos 37 depende de la visión de Zacarías 38 sobre los cuatro carros. La descripción del Hijo del hombre 39 está compuesta de rasgos que se inspiran en diversos pasajes del Antiguo Testamento 40. La primera Bestia de Ap 13 es una combinación de los cuatro monstruos que en Daniel41 representan la sucesión de cuatro imperios paganos. La imagen de la Mujer, en los dolores de parto, perseguida por el Dragón42, nos transporta a los orígenes de la humanidad, cuando Eva se dejó seducir por la serpiente. El arca de la alianza en el templo43 y la nube que llena el templo44 aluden a 2 Mac 2:5-8. para describir las persecuciones contra la Iglesia, San Juan se sirve largamente de las visiones del profeta Daniel, en las que describe la persecución de Antíoco Epífanes45. La visión de los que han triunfado de la Bestia 46, al lado de un mar de cristal y entonando el cántico de Moisés, alude al Ex 14-15. El tema del Éxodo y de la liberación de los israelitas de Egipto es ampliamente explotado para escribir todas las grandes liberaciones del pueblo de Dios 47.
La fuente principal, por consiguiente, del simbolismo de Juan es el Antiguo Testamento. Sin embargo, San Juan no se ha limitado únicamente a copiar a sus antecesores, sino que transforma las imágenes que él toma del Antiguo Testamento, imprimiéndoles el sello de su originalidad. Su inspiración profética es la que dirige el desarrollo de su obra. Como todo judío, con un conocimiento profundo de las Sagradas Escrituras, cuando quiere expresar una idea, le vienen espontáneamente a la pluma las expresiones del profetismo tradicional.

Procedimientos de composición en el Apocalipsis de San Juan.
Son muchos los autores modernos que defienden la unidad literaria del Apocalipsis, apoyándose en la lengua, tan característica de nuestro libro, con sus solecismos y semitismos, y en sus procedimientos de composición literaria. Si el Apocalipsis parece contener repeticiones, expresiones que chocan, etc., esto proviene del método de composición empleado por Juan.
Uno de los artificios literarios empleados por el Apocalipsis, el más claro, es el de las series septenarias: las siete cartas a las siete iglesias, los siete sellos, las siete trompetas, las siete copas. Algunos autores, apoyándose en este procedimiento literario tan característico, piensan que el Apocalipsis estaría enteramente construido mirando al número siete. Según el P. Loenertz 48 y, en parte, el P. Levie 49, cada serie septenaria va precedida por una sección preparatoria: i septenario: Cartas a las siete iglesias, Ap 1:9-3:22 (sec. preparatoria = 1:9-20); 2 septenario: Los siete sellos, Ap 4:1-7:17 (sec. preparatoria = 4:1-5:14); 3 septenario: Las siete trompetas, Ap 8:1-11:14 (sec. preparatoria = 8:1-6); 4 septenario: Señales en el cielo Ap 11:15-14:20 (sec. preparatoria = 11:15-19); 5 septenario: Las siete copas, Ap 15:1-16:16 (sec. preparatoria = 15:1-16:1); 6 septenario: Las voces celestes, Ap 16:17-19:5 (sec. preparatoria = 16, 17-21); 7 septenario: Las visiones del fin, Ap 19:6-22:5 (sec. preparatoria = 19:6-10).
Otro de los artificios de composición del Apocalipsis lo constituyen las anticipaciones y anuncios hechos en términos propios de alguna escena que sólo se describirá más tarde. Estas anticipaciones aparecen siempre en lugares análogos. Por donde se ve claramente que se trata de algo hecho conscientemente por el autor sagrado. Así, Ap 2:7 es una anticipación de 22:2; Ap 2:11 es una anticipación de 20:14; la nueva Jerusalén de Ap 3:12 es una anticipación de 21:2; el pasaje Ap 11:1-13 es una anticipación del capítulo 13; Ap 14:8 es una anticipación de los capítulos 17-19; Ap 14:10 es una anticipación del capítulo 16; Ap 16:12-14 es una anticipación de 19, 17-21; Ap 19:7-9 es una anticipación de los capítulos 21:22.
Estas y otras muchas anticipaciones dan la impresión de que todas las partes del libro guardan entre sí una sólida coherencia y que la exposición del autor sagrado progresa de una manera más bien cíclica que rectilínea. De aquí la ley de las ondulaciones, como la llama el P. Alio 50. Esta presupone la hipótesis de la recapitulación, expuesta por primera vez por Victorino de Pettau, según la cual el Apocalipsis no expone una serie continua y cronológica de sucesos futuros, sino que describe los mismos sucesos bajo diversas formas. Es una repetición cíclica de la misma historia, con frecuentes anticipaciones - como indicamos arriba - y retrocesos. Por consiguiente, las repeticiones del Apocalipsis no serían simples yuxtaposiciones de fuentes análogas, sino que se explicarían en el sentido de que, en el interior de una misma serie, una visión esquemática se explica después en forma más amplia, aportando a la primera una precisión y una nueva claridad. Por muy variadas que sean las imágenes, se encuentran enlazadas entre sí por tales analogías, que uno se siente inmediatamente inclinado a creer en la cuasi identidad de muchas cosas que ellas representan51.
Otros autores hablan del desdoblamiento de las representaciones joánicas en dos fases sucesivas: una acústica y otra óptica. San Juan en la narración de un mismo hecho, primero lo oye y luego lo ve. Esto puede desorientar al lector, haciéndole considerar como sucesos objetivamente diversos lo que en realidad no es otra cosa que una doble representación de un mismo hecho 52.
También encontramos en el Apocalipsis la ley de la perpetua antítesis 53. En casi todos los cuadros, o en cada una de las series, se encuentran frases y figuras antitéticas. Dentro de las mismas series hay lugares fijos, determinados, destinados exclusivamente a hacer resaltar la antítesis general. Es lo que el P. Alio llama la ley de periodicidad en la posición de la antítesis54. Las antítesis se encuentran ordinariamente al final de las visiones preparatorias que preceden a los septenarios, es decir, en cada sexto momento de los septenarios, si exceptuamos el de las cartas. San Juan tiene continuamente ante la vista la oposición de dos sociedades, de dos ciudades: la de los amigos de Dios, es decir, la verdadera Jerusalén, y la de los enemigos de Dios, es a saber: Babilonia, gobernada por el Dragón. La segunda parte del Apocalipsis (12-22) está toda ella dominada por las grandes antítesis de Cordero-Dragón, Mujer-Dragón, nueva Jerusalén-Babi-lonia. Además de estas antítesis claramente determinadas existen otras visiones o dichos sobre el poder del mundo y del diablo, que continuamente se alternan con otras sobre el poder de Dios y la victoria de los fieles. Igualmente las visiones que se refieren al mal alternan con otras que tratan del bien, y las que hablan de castigos, con otras que se refieren a la gloria55.

Autenticidad y canonicidad del Apocalipsis.
El mismo autor del Apocalipsis nos ha dejado su nombre: Juan 56. La tradición cristiana antigua identifica unánimemente este Juan con el apóstol San Juan, hijo del Zebedeo. Unos cincuenta años después de la muerte de San Juan en Efeso escribía allí mismo San Justino (f 153) su Dialogo con Trifón, en el que dice expresamente: Además hubo entre nosotros un varón, por nombre Juan, uno de los apóstoles de Cristo, el cual profetizó en la Revelación (Apocalipsis) que le fue hecha, que los que hubieren creído en Cristo pasarían mil años en Jerusalén57. San Policarpo (f 155), que fue discípulo inmediato del apóstol San Juan, considera el Apocalipsis como divinamente inspirado, y cita expresiones idénticas a las del Apocalipsis58. De Papías (áßâï) nos dice Andrés de Cesárea que afirmaba la autenticidad del Apocalipsis59. También San Ireneo (hacia 190), heredero de las tradiciones efesinas por haber vivido en Efeso cierto tiempo, identifica al autor del Apocalipsis con el apóstol San Juan 60. Tiene igualmente mucha importancia el claro testimonio del Fragmento de Muratori (de hacia 170): Apocalypsis etiam lohannis. Recipimus.61
En el resto del siglo II, y en la primera mitad del siglo siguiente, fueron muchos los escritores eclesiásticos que consideraron el Apocalipsis como obra del apóstol San Juan. Es usado por Clemente de Alejandría (hacia 21 5)62, por Orígenes (hacia 233)63 y por Tertuliano (hacia 207)64. Algunos autores de esta época, o incluso del siglo anterior, llegaron hasta escribir comentarios sobre el Apocalipsis. De estos últimos fue Melitón, obispo de Sardes (hacia 170), una de las ciudades a las que va dirigido el Apocalipsis 65.
Es evidente el peso que tiene el argumento de unanimidad de la tradición en los dos primeros siglos, acerca de la autenticidad y canonicidad del Apocalipsis.
La unanimidad se vio, sin embargo, rota en el siglo ðé, cuando los herejes alogos (negadores del Logos), entre los que se contaba un cierto Cayo, presbítero romano de principios del siglo ni, atribuyeron el Apocalipsis a Cerinto. Cayo, por reacción contra el abuso que hacían de él los montañistas, le negó todo valor canónico66. Con mayor moderación, San Dionisio, obispo de Alejandría (248-264), puso también en duda el origen apostólico del Apocalipsis, sin rechazar la canonicidad. Los argumentos en que se funda son literarios y teológicos, no de tradición. La causa de esto fue el hecho de que San Dionisio creía que en el Apocalipsis se enseñaba la doctrina milenarista. Y para quitar a los herejes milenaristas el fundamento bíblico del Apocalipsis, en el que se apoyaban, negó su autenticidad 67. Eusebio de Cesárea, que nos refiere las noticias precedentes, parece inclinarse en favor de la opinión de San Dionisio de Alejandría 68. Tampoco consideran el Apocalipsis como auténtico y canónico San Cirilo de Jerusalén, San Gregorio Nacianceno. Teodoreto y San Juan Crisóstomo nunca citan el Apocalipsis, lo cual parece indicar que no lo consideraban como libro sagrado. Falta también en la versión siríaca Peshitta.
Estos testimonios discordantes representan, sin embargo, una pequeña parte de la tradición patrística. Su actitud fue motivada no por razones de tradición, sino por motivos de polémica. Frente a esta actitud discordante se alza toda la Iglesia occidental, y con ella también muchos Padres orientales, como San Basilio, San Atanasio, San Gregorio Niseno, San Cirilo de Alejandría y San Epifanio 69. La Iglesia latina ha reconocido siempre la autenticidad apostólica y la canonicidad del Apocalipsis, y ha salido siempre en defensa de la tradición primitiva. Por eso es lícito afirmar que existe una tradición casi unánime de la Iglesia que considera el Apocalipsis como obra del apóstol San Juan.
Los documentos oficiales o cuasi oficiales que poseemos de la Iglesia universal confirman la tradición casi unánime de los Padres. El documento más antiguo que ha llegado hasta nosotros es el catálogo de los Libros Sagrados del concilio provincial de Hipona (año 393)· En él se encuentra el Apocalipsis como libro canónico 70. Lo mismo sucede en los catálogos de los concilios provinciales Cartaginense III y Cartaginense IV (años 397 y 419)71· Una carta del papa San Inocencio I a Exuperio, obispo de Tolosa (año 405), considera el Apocalipsis de San Juan como libro canónico 72. Igualmente, el catálogo de los Libros Sagrados, atribuido al papa San Gelasio (hacia 495), acepta el Apocalipsis de San Juan apóstol en el canon de las Sagradas Escrituras73. El concilio Toledano IV (a.633) castiga con la excomunión al que rechace el Apocalipsis de San Juan como no auténtico ni canónico 74. El concilio Florentino, en el decreto Pro lacobitis (4 de febrero de 1441), recibe y considera como inspirado el Apocalipsis de San Juan75. Y finalmente, el concilio Tridentino, el día 8 de abril de 1546, definió solemnemente el canon de las Sagradas Escrituras. En su decreto De canonicis Scripturis declara: Si alguien no recibiera por sagrados y canónicos estos libros - entre ellos es nombrado el Apocalipsis del apóstol Juan - íntegros con todas sus partes, según acostumbraron ser leídos en la Iglesia católica y se contienen en la antigua edición latina Vulgata, y despreciare a ciencia y conciencia las predichas tradiciones, sea anatema 76. Por consiguiente, el concilio Tridentino ha definido la canonicidad del Apocalipsis. Sin embargo, respecto de su autenticidad la Iglesia no ha definido nada. De ahí que los autores católicos puedan discutir acerca de ella.
En los tiempos modernos ha habido críticos, y los hay todavía hoy, que dudan de la autenticidad joánica del Apocalipsis o la niegan claramente. Y sinceramente hablando hay que reconocer que la atribución del Apocalipsis al apóstol San Juan, autor del cuarto evangelio, presenta serias dificultades, como lo reconocen al presente diversos autores católicos77.
Desde el punto de vista literario se encuentran indudables semejanzas en lo referente al estilo, vocabulario, fraseología, gramática. Sin embargo, las diferencias entre el Apocalipsis y el cuarto evangelio son también muy notables. Estas diferencias son tales que, según el parecer de importantes críticos, no se podrían explicar todas, ni por la diferencia de los temas tratados, ni por las diferentes, condiciones en las que fueron escritos el cuarto evangelio y el apocalipsis, ni por la distancia del tiempo. Otro tanto sucede con las ideas teológicas. No se encuentran en el Apocalipsis la mayor parte de los términos característicos del cuarto evangelio y de las epístolas de San Juan: amor, verdad, luz, tinieblas, mundo, en sentido peyorativo. La doctrina del Espíritu Santo, que tanta importancia tiene en el cuarto evangelio, apenas es esbozada en el Apocalipsis. Cristo es llamado, en ambos escritos, Cordero (de Dios), pero con dos palabras griegas distintas (Üìíüâ, Üñíßïí). La concepción escatológica es muy distinta. En el Apocalipsis se vive en espera de la venida de Cristo. El Hijo del hombre es Cristo glorioso que vendrá al final de los tiempos para juzgar a los impíos. El anticristo es una potencia política que se opone al establecimiento del reino de Dios. En el evangelio y en las epístolas, en cambio, Cristo ya ha venido, en cierto modo, y habita en el corazón de los fieles. El Hijo del hombre es Cristo exaltado por la resurrección, el cual ya ha llevado a cabo el juicio sobre los hombres, separando los fieles de los que no aceptan a Jesucristo. Los anticristos ejercen una influencia nefasta, esparciendo falsas doctrinas cristológicas. El Espíritu Santo, que habita en las almas de los fieles, realiza ya el reino de Dios entre nosotros 78.
Hay otras razones que aducen los críticos en contra de la autenticidad joánica del Apocalipsis. Las más importantes son las siguientes: el cuarto evangelio tiene como nota característica la originalidad y la personalidad, que le sitúan en un nivel distinto de los sinópticos. En cambio, el Apocalipsis no muestra esa nota de originalidad y personalidad. Frecuentemente el autor sagrado se limita a un reempleo literal de profecías del Antiguo Testamento, principalmente de Ezequiel. También resulta extraño que el autor del Apocalipsis no se dé nunca el título de apóstol en una época en que los ministerios eclesiásticos estaban claramente diferenciados 79. Además, no encontramos en el Apocalipsis ni una sola alusión a hechos concretos de la vida terrestre de Cristo. Esto resulta algo extraño en uno que habría vivido durante años en compañía de Jesucristo.
Todos estos hechos hay que tenerlos en cuenta cuando se trata de solucionar el problema de la autenticidad joánica. Hay autores católicos modernos que, apoyados en los hechos antedichos, consideran como probable autor del Apocalipsis a un discípulo de San Juan apóstol. Esto correspondería bien con los datos históricos transmitidos por Eusebio de Cesárea y las Constitutiones apostoli-cae 80, que hablan de un hombre llamado Juan. Este habría sido constituido por el apóstol San Juan obispo de Efeso a fines del siglo I.
Es importante tener presente que la cuestión del autor del Apocalipsis no es una cuestión de fe. Si el Apocalipsis hubiera sido escrito por un discípulo de Juan, tendríamos el mismo problema que en la epístola a los Hebreos, escrita por un discípulo de San Pablo 81. Esto no impide que el Apocalipsis sea inspirado, del mismo modo que los demás libros del Nuevo Testamento 82.
Sin embargo, el argumento de tradición y las semejanzas existentes entre el Apocalipsis y el cuarto evangelio conservan todavía toda su fuerza. Solamente se encuentra en el Apocalipsis y en el cuarto evangelio el término Logos, aplicado a Cristo, que es característico de San Juan Apóstol. También se emplean en el Apocalipsis las expresiones agua viva o agua de vida 83, que son propias del lenguaje joánico. Se emplean con frecuencia los términos testimonio (ìáñôõñßá) y verdadero (Üëçâéíüò), que son expresiones muy empleadas por el cuarto evangelio 84.
Las diferencias de lenguaje entre el Apocalipsis y el cuarto evangelio tal vez provengan, al menos en parte, del género literario apocalíptico empleado por el autor sagrado. El Apocalipsis depende frecuentemente del Antiguo Testamento, especialmente del Génesis, Ezequiel, Zacarías y Daniel85. Y es muy probable que conociera los escritos apocalípticos judíos. Por otra parte, las incorrecciones gramaticales pueden provenir de las circunstancias en que fue compuesto el Apocalipsis. San Juan estaba desterrado en la isla de Patmos, condenado probablemente a trabajos forzados. Y no tenía la tranquilidad de ánimo suficiente para redactar un libro en estilo elegante y bien pulido. Además, es muy probable que no tuviera a su lado ningún discípulo helenista que le pudiera corregir su obra. En cambio, para la composición del cuarto evangelio dispuso de amanuenses y de correctores 86.

Tiempo y lugar de composición.
El mismo Apocalipsis nos dice que San Juan recibió la gran revelación (= apocalipsis) cuando se encontraba deportado en la isla de Patmos, a causa de la palabra de Dios 87. Ahora bien, según la tradición más antigua y más digna de fe, que nos ha sido transmitida por San Ireneo 88 y más tarde por Victorino de Pettau (f 303) 89, la deportación de San Juan a Patmos tuvo lugar hacia el final del reinado de Domiciano (81-96 d.C.). San Jerónimo, fundándose seguramente en Eusebio 90, precisa todavía más, afirmando que San Juan recibió las visiones del Apocalipsis en el año 140 15 de Domiciano, es decir, el año 95 d.C. 91. Existen, sin embargo, otros testimonios antiguos, como el de las Acta lohannis y el del Canon de Muratori, ambos del siglo n, que se inclinan por el tiempo de Nerón. San Epifanio (s.IV) coloca la deportación de San Juan bajo el emperador Claudio (Nerón?) 92. La Synopsis de vita et morte prophetarum y Teofilacto la atribuyen al tiempo de Trajano.
Las condiciones históricas que el libro supone se adaptan perfectamente al reinado de Domiciano, pues fue un emperador cruel y perseguidor 93. Exigió de sus súbditos el culto divino para sí mismo 94; y a los que se oponían los asesinaba o los deportaba 95. Las cartas a las siete iglesias corresponden bastante bien a las condiciones religiosas del Asia Menor hacia el final del siglo I. Algunas de las iglesias habían decaído de su fervor primitivo. Por eso, San Juan echa en cara a alguna de esas iglesias su pereza y decaimiento en el fervor religioso 96. Y, al mismo tiempo, las previene contra la infiltración de doctrinas perniciosas difundidas por falsos profetas y por los herejes nicolaítas 97. La persecución ha comenzado ya en Esmirna y en Pérgamo 98. Este cambio en el seno de las comunidades cristianas no es posible que haya tenido lugar poco tiempo después de San Pablo, sino que más bien tuvieron que pasar bastantes años para que decreciese el fervor religioso.
En efecto, San Pablo, cuando escribe a los Efesios y a los Colosenses desde su prisión romana, no considera estas iglesias ya invadidas por el error. Es verdad que los errores amenazaban la comunidad cristiana, principalmente la de Colosas; pero los errores todavía no habían inficionado las iglesias, como supone el Apocalipsis. Además, en tiempo de San Pablo, y, por lo tanto, bajo Nerón, la organización jerárquica de las iglesias era aún embrionaria. El Apocalipsis, por el contrario, parece suponer un gobierno monárquico en cada iglesia, pues se dirige al ángel - al obispo - de cada una de ellas. Alguna de estas iglesias han decaído mucho de su primer fervor cristiano, y hasta parece que se hallan invadidas por errores. Todo esto parece pedir un intervalo considerable entre la época de San Pablo y la del Apocalipsis.
Algunos autores, como, por ejemplo, el Ñ. Ì. E. Boismard, que admiten dos o más redacciones del Apocalipsis, colocan una de ellas en tiempos de Nerón, y la otra al final del reinado de Domiciano. La interpretación del capítulo 17 del Ap, en el que se dice que el emperador perseguidor es el sexto de la lista de los emperadores 10°, parece favorecer a primera vista este modo de ver. Porque para llegar a Domiciano habría que comenzar a contar desde Nerón, lo que no parece probable. En cambio, para llegar a Nerón basta con comenzar con César, que fue el verdadero fundador del Imperio romano. En cuyo caso se explica bien lo que se dice en Ap 13:3: la Bestia, herida de muerte, ha vuelto a resurgir. El Imperio romano, que pudo considerarse como deshecho con la muerte de César, volvió a tomar vida y mayores energías en la persona de Augusto. Al ver esta especie de resurrección de la Bestia, los pueblos se postran para adorarla 101. Fue, en efecto, el emperador Augusto el primero que recibió los honores divinos.
Otros escrituristas, como Gelin 102, Feuillet 103, distinguen dos fechas de composición: la perspectiva de las visiones miraría a la época de Vespasiano, y la publicación del Apocalipsis habría tenido lugar al final del reinado de Domiciano. En este caso, el Apocalipsis estaría artificialmente antidatado, cosa bastante frecuente en el género apocalíptico. Esto mismo explicaría, en parte, las repeticiones aparentes del libro, conservando su unidad literaria.
En lo que coinciden casi todos los autores es que fue escrito en época tardía dentro del siglo i. Esto es lo que también exigen ciertas características internas del libro, ya indicadas: decaimiento del fervor en las comunidades cristianas, fundadas en tiempo de San Pablo; herejías mucho más desarrolladas que las que suponen las epístolas de Santiago y la primera de San Pedro. Se puede, pues, aceptar la fecha sugerida por la tradición: habría sido compuesto el Apocalipsis hacia el año 95.
En cuanto al lugar de composición, la tradición se inclina por la isla de Patmos, en donde San Juan habría recibido la revelación = apocalipsis.

Destinatarios.
El Apocalipsis va dirigido inmediatamente a las siete iglesias del Asia Menor proconsular, es decir, a las iglesias de Efeso, Esmirna, Pérgamo, Filadelfia, Sardes, Laodicea y Tiatira. Sin embargo, estas iglesias vienen como a representar a la Iglesia universal, a la que en definitiva va dirigido el Apocalipsis.

Ocasión y finalidad del Apocalipsis.
La ocasión próxima de la composición del Apocalipsis - al menos según lo que da a entender el mismo libro 104 - fue la revelación que Juan recibió en la isla de Patmos. Dios le ordena expresamente poner por escrito las visiones habidas y consignarlas a los fieles. La razón de por qué tuvo esta revelación fueron las condiciones infaustas por las que estaban pasando los cristianos del Asia.
El culto imperial amenazaba con sumergir entre sus aguas ponzoñosas a todas las cristiandades del Asia Menor. Este culto idolátrico, que había comenzado a desarrollarse en tiempos de Augusto, adquirió proporciones gigantescas en el reinado de Domiciano, el cual se hacía llamar en las actas oficiales: dominus et deus noster. 105
Como los cristianos se oponían a este culto imperial, el cruel emperador desencadenó una cruenta persecución contra ellos. San Juan quiere con su libro consolar a los cristianos perseguidos e infundirles nuevo valor para que sigan luchando valientemente por Cristo. El Apocalipsis es, pues, un libro de consolación dirigido a los fieles perseguidos a muerte por el poder civil.
Pero no solamente el poder civil se ensañaba en los cristianos, sino también el sincretismo religioso oriental. Lo constituían los diversos cultos asiáticos, especialmente el de Cibeles, sostenidos por un poderoso sacerdocio. Este se aliaba con el poder civil para extinguir o adulterar las florecientes cristiandades del Asia Menor 106. También contribuían a sembrar el desconcierto en el rebaño de Cristo las persecuciones de los judíos y de los herejes cerintianos y nicolaítas.
San Juan se levanta en el Apocalipsis contra los graves peligros que amenazan a los fieles, y les exhorta a permanecer firmes en la doctrina de Cristo. Y pone ante sus ojos la perspectiva gloriosa del triunfo definitivo. Ese triunfo llegará pronto 107, y los cristianos verán tiempos mejores, en los que Jesucristo y su Iglesia reinarán sobre todos sus enemigos, tanto internos como externos. Por eso San Juan les exhorta reiteradamente a sufrir con paciencia las tribulaciones y persecuciones y a oponerse valientemente a la recepción de la marca o señal de la Bestia - el poder imperial -, reconociendo su carácter divino 108. Los himnos que cantan los cristianos que ya han triunfado, en la liturgia celeste, son como una respuesta a las aclamaciones del culto pagano tributado a los emperadores.
San Juan también se propone con su libro excitar las iglesias a vigilar con celo por la pureza de la fe, amenazada entonces por diversos errores doctrinales.

Argumento del Apocalipsis.
El Apocalipsis se presenta como un libro profético 109 que, mediante diversos vaticinios e imágenes, describe los hechos presentes y futuros de la Iglesia. Esta, siempre perseguida, pero siempre triunfante, alcanzará finalmente la perfecta victoria sobre sus enemigos. El autor sagrado presenta el poder pagano de su tiempo luchando encarnizadamente contra Cristo y su Iglesia. Los anticristos de que nos habla el Apocalipsis son personificaciones de fuerzas colectivas del mundo, que, a través de los siglos, tratan de destruir el poder de Jesucristo. Si bien el Apocalipsis se refiere inmediatamente a la lucha que sostenía la Iglesia con los poderes paganos, a finales del siglo i tiene, sin embargo, un valor y un significado permanente, ya que la Iglesia en la tierra es esencialmente militante. Tiene que hacer frente continuamente a todos los errores y persecuciones que surgen a través de los siglos 110.
El vidente de Patmos presenta la historia de la salvación como una gran liturgia del mundo, en la cual, por virtud del sacrificio del Cordero, se logra vencer el mal y las almas son incorporadas al reino de Dios. Por este motivo, en todas la visiones, excepto en la última se alude al Pontífice celeste y a su sacrificio 111. También se anuncia la venida gloriosa de Cristo y las últimas calamidades que precederán a su venida.

Doctrina del Apocalipsis.
El Apocalipsis es rico en enseñanzas doctrinales. Su doctrina teológica está bastante desarrollada y viene como a completar la de los evangelios y epístolas. Refleja bastante bien las creencias cristianas de finales del siglo I.
1) Dios. - El autor sagrado subraya de una manera especial la trascendencia divina. Esto se explica fácilmente si tenemos presente que en aquellos tiempos los emperadores exigían honores divinos. Dios es presentado como el Dios de la majestad, del poder y de la gloria 112. Es el Dios tres veces santo; El solo existe, pues a El solo conviene el Yo;113. Es el Señor de todas las cosas, pues les da el ser y las conserva 114. Por eso, es el Principio y el Fin de todas las cosas, el Alfa y la Omega 115. Dios es lo suficientemente poderoso para intervenir en la historia de los hombres en el momento por El determinado desde la eternidad.
2) Cristoíogía. - Se habla relativamente poco en el Apocalipsis del Cristo terrestre. En cambio, se da gran realce al Cristo glorioso en el cielo, que es descrito bajo diversas formas. Ante todo aparece como el juez enviado por Dios para vengarse de los enemigos de su Iglesia 116. Es el Hijo del hombre, que Daniel había visto venir sobre las nubes del cielo para el juicio escatológico 117. Es también el Rey-Mesías, que será entronizado en Sión y conseguirá derrotar a los reyes de la tierra rebelados contra Dios 118. Cristo es la estrella de la mañana que se da ella misma como recompensa a los cristianos 119 para que puedan vivir en su intimidad 12°. El da a los hombres la gracia y la paz 121. Recibe, como Dios, la adoración de todo el mundo creado 122. Pero, al mismo tiempo, Cristo es hombre capaz de sufrir y morir por los demás hombres. Es el Cordero muerto y resucitado 123, que ha vencido el mal con su muerte 124 y ha librado a los hombres de la esclavitud del demonio 125. Por este motivo, Cristo ha obtenido un derecho sobre la humanidad y sobre su destino. El domina las naciones 126 y dirige la historia humana 127.
3) El Espíritu Santo tiene menos importancia en el Apocalipsis que en el cuarto evangelio. Su teología es bastante embrionaria. En el prólogo 128 es presentado como dispensador de la gracia y de la paz, juntamente con el Padre y con Jesucristo. Por tres veces 129 se habla de los siete espíritus que están delante del trono de Dios: expresión que puede referirse al Espíritu Santo septiforme o a siete ángeles. El Espíritu Santo exhorta a las iglesias 13°; y, al mismo tiempo, une su voz a la de la Iglesia para implorar el retorno de Cristo 131. En general, el Espíritu aparece - en conformidad con la tradición del Antiguo Testamento - como el Espíritu de profecía 132.
4) Soteriología. - La salvación se atribuye a Dios únicamente, por oposición a los falsos salvadores imperiales 133. Jesucristo es el agente de esa salvación 134. El hombre, para obtenerla, ha de cooperar con sus buenas obras 135.
5) Angelología. - Está bastante desarrollada en el Apocalipsis. El autor sagrado nos presenta una pléyade de ángeles en torno de Dios y del Cordero. Son los anunciadores de los juicios divinos 136. Los ángeles que pertenecen a las jerarquías superiores tienen por función principal alabar a Dios 137. Todos toman parte activa en el gobierno de los hombres y de las cosas 138.
La demonología del Apocalipsis es de extraordinario interés para la teología. Satanás y los demás espíritus malignos tienen gran importancia en el libro. Satanás aparece como el gran enemigo de Dios. Arrojado del cielo 139, se vengará combatiendo sobre la tierra a los cristianos y a la Iglesia 140. Con este fin suscita dos Bestias l41: una que simboliza al Imperio romano y otra al sacerdocio pagano. Satanás y sus ayudantes se servirán de todos los medios, hasta de la persecución sangrienta, para seducir a los fieles. Sin embargo, Satanás no podrá hacer nada contra la voluntad de Dios. Será reducido a la impotencia en el día que Dios determine 142. Dios es, pues, más fuerte que el mal. Y, en consecuencia, podrá ayudar a los fieles contra los perseguidores.
6) Eclesiología. - La Iglesia constituye el punto central en torno al cual gira todo el Apocalipsis. Contra ella se desencadena la lucha de Satanás 143. Pero Cristo interviene en favor de ella. La Iglesia es el reino de Dios y de Cristo que se ha de establecer definítivamente después del exterminio de las potencias malignas 144. Pero ya se puede considerar como iniciado sobre la tierra 145. Es un reino de sacerdotes, en cuanto que todos los fieles están encargados de ofrecer a Dios el cántico de toda la creación como sacrificio de alabanza 146. Las relaciones íntimas de la Iglesia con Cristo son descritas bajo la imagen del matrimonio 147: la Iglesia es la esposa del Cordero, es decir, de Cristo, pues todos los fieles están unidos a Cristo por los lazos del amor 148. Su misión principal es alabar a Dios y servirle 149. La Iglesia del cielo está íntimamente unida a la de la tierra. Incluso ora con las mismas fórmulas de esta última, y constituye como su prolongación. Al final de los tiempos sólo habrá una Iglesia, la Jerusalén celeste 150.
7) Escatología. - La lucha de Satanás y de los poderes del mal contra Dios y su Iglesia durará cuanto dure el mundo. Después de la caída de la Roma perseguidora, la Iglesia conocerá una era de prosperidad y de paz. Esto sucederá cuando se detengan las persecuciones generalizadas contra la Iglesia. No obstante, la Iglesia siempre tendrá que pasar por períodos difíciles. Pero los fieles han de tener plena confianza, porque, por muy fuertes que sean las persecuciones, Dios siempre saldrá vencedor 151. En el último día, cuando Dios venza definitivamente a Satanás y lo arroje por siempre al infierno, entonces tendrá lugar el reino celestial en un universo totalmente renovado, del cual será excluido el mal152.
¿Cuándo tendrá lugar este paso de la Jerusalén terrestre a la Jerusalén celeste? El autor sagrado no lo dice. Sin embargo, nos advierte que el paso del mundo presente al mundo futuro será precedido por un asalto general de los poderes del mal contra la Iglesia153. Mas el retorno de Cristo triunfante la salvará 154 y señalará el comienzo del último juicio 155 y la llegada del mundo nuevo 156.
Los signos cósmicos de que nos habla el Apocalipsis 157 no han de ser tomados a la letra. Se trata de expresiones e imágenes estereotipadas y tradicionales en el profetismo del Antiguo Testamento, empleadas para designar una intervención divina en la historia humana.
8) El milenarismo. - Según el Apocalipsis 158, Satanás es arrojado al abismo, en donde permanecerá encadenado durante mil años. En el decurso de ese tiempo todos los mártires vuelven a la vida y reinan con Cristo 159. Después Satanás - suelto de nuevo - entabla una última batalla contra la Iglesia antes de ser arrojado definitivamente al estanque de fuego y azufre 160. Una vez ejecutado esto tiene lugar el último juicio precedido por la resurrección general de los muertos 161.
En los primeros siglos de la era cristiana hubo cierto número de Padres 162 que interpretaron estas visiones del Apocalipsis en sentido estrictamente literal. Cristo ha de volver un día sobre la tierra. Entonces resucitarán los mártires e incluso todos los justos, y reinarán mil años sobre la tierra. Después tendrá lugar la resurrección general, el último juicio y el comienzo del reino celestial. Estos Padres, sin embargo, admitían un milenarismo espiritual, es decir, un reino lleno de goces del espíritu y de bienes temporales. Existió también ya desde antiguo otro milenarismo carnal, según el cual los goces del milenio serían prevalentemente de tipo material, un tanto grosero y hasta pueril. Esto dio origen a extravagancias totalmente inadmisibles en la Iglesia cristiana. Los defensores más conocidos de este milenarismo en la antigüedad fueron Cerinto, Nepote, obispo de Arsínoe, Coragio y Apolinar de Laodicea 163.
En nuestro tiempo, la interpretación milenarista ha sido resucitada de nuevo por ciertas sectas protestantes, como los anabaptistas, los labadistas, los darbistas, los testigos de Jehová, y por varios autores acatólicos, los cuales insisten en la resurrección de los buenos y de los condenados, que creen encontrar afirmada en 1 Cor 15:23-24. Durante la última guerra mundial (1939-1944) la tesis milenarista volvió a hacer su aparición incluso entre los católicos. Por eso, un decreto del Santo Oficio (21 de julio de 1944) declaró formalmente que el sistema del milenarismo mitigado no podía ser enseñado sin peligro (tuto doceri non posse) 164.
Y, en efecto, el milenarismo, en cuanto enseña que Jesucristo ha de volver a vivir visiblemente entre los hombres por un período de mil años, bien sea rodeado de muchos justos resucitados, o bien sin presuponer la resurrección de estos justos, no puede ser admitido. La Iglesia Ortodoxa considera el milenarismo como una doctrina errónea y temeraria 165, pues no se apoya ni en la enseñanza de Cristo ni en la de los apóstoles. La doctrina de la fe enseña solamente dos venidas de Cristo: la primera tuvo lugar en su encarnación y nacimiento; la segunda se realizará cuando venga glorioso en la parusía, a la que seguirán inmediatamente el juicio final y la retribución 166. Por consiguiente, no hay lugar para el reino milenarista.
Teniendo en cuenta el simbolismo de San Juan y del Apocalipsis, nada hay que obligue a interpretar Ap 20:4-5 en sentido estrictamente literal. La influencia de Ezequiel sobre el autor del Apocalipsis ha sido muy grande. Ahora bien, en Ezequiel 37:1-14 la resurrección de los huesos secos simboliza la restauración de Israel, después de las pruebas del destierro babilónico. Por otra parte, esta visión precede inmediatamente a la que presenta a Gog, rey de Magog, invadiendo la Tierra Santa 167. Otro tanto sucede en el Apocalipsis, en donde la visión de la primera resurrección precede inmediatamente a la de la invasión de la Tierra Santa por Gog y Magog 168. En consecuencia, la primera resurrección de Ap 20:4-5 ha de simbolizar normalmente la renovación de la Iglesia, después del período de las grandes persecuciones. Y el reino de mil años correspondería, en este caso, a la fase terrestre de la Iglesia, desde el final de las persecuciones hasta el fin de los tiempos.
La mayoría de los autores, siguiendo a San Agustín 169, prefieren dar a este pasaje del Apocalipsis una interpretación espiritual. El Obispo de Hipona, apoyándose en Jn 5:24-29, en donde se habla de una resurrección espiritual de los muertos por el pecado, vivificados por la palabra de Jesús, distingue una doble resurrección: una espiritual, cuando el hombre escucha y acepta la palabra de Dios; otra corporal, que tendrá lugar al final de los tiempos, cuando resuciten los muertos. Según esto, la primera resurrección de Ap 20:4-5 ha de ser entendida en sentido espiritual: se trata de la resurrección espiritual de todos aquellos que encuentran la vida permaneciendo unidos a la doctrina de Cristo. El reino de mil años correspondería en dicho caso a toda la fase terrestre de la vida de la Iglesia, desde Pentecostés hasta el fin de los tiempos. Para entender mejor esto hay que tener en cuenta que el Apocalipsis no pretende describir una serie de visiones, que se sucederían en un orden estrictamente histórico. Por eso, no es necesario establecer unión cronológica entre las visiones de los capítulos 19 y 20 del Apocalipsis 170.

División del Apocalipsis.
Los autores dividen el Apocalipsis de diversas maneras. El P. Alio 171, por ejemplo, siguiendo a Bengel, lo divide en tres partes: 1) Introducción y cartas a las iglesias (Ap 1-3); 2) revelación profé-tica del futuro (Ap 4-22:5); 3) conclusión (Ap 22:6-21). Nosotros, fundándonos en las palabras del mismo Apocalipsis: Escribe lo que vieres, tanto lo presente como lo que ha de ser después de esto 172, lo dividimos en dos partes principales: Revelación a las siete iglesias del Asia sobre su estado espiritual (Ap 1:4-3:22) y visiones proféticas sobre el futuro (Ap 4:1-22:5), a las que hay que añadir un prólogo (Ap 1:1-3) Y un epílogo (Ap 22:6-21).
I. prólogo: Título del libro y afirmación de su origen divino (Ap 1:1-3).
II. primera parte: Revelación sobre el estado espiritual de las siete iglesias del Asia Menor (1:4-3:22).
1. Saludo de Juan a las siete iglesias de Asia (1:4-8).
2. Visión introductoria a todo el libro (1:9-20).
3. Las siete cartas a las iglesias (c.2-3):
a) Carta a la iglesia de Efeso (2:1-7).
b) Carta a la iglesia de Esmirna (2:8-11).
c) Carta a la iglesia de Pérgamo (2:12-17).
d) Carta a la iglesia de Tiatira (2:18-29).
e) Carta a la iglesia de Sardes (3:1-6).
f) Carta a la iglesia de Filadelfia (3:7-13).
g) Carta a la iglesia de Laodicea (3:14-22).
III. segunda parte: Las visiones proféticas sobre el futuro (4:1-22:5):
1. Visiones introductorias a la parte profética (c.4-5):
a) El Dios omnipotente y su corte (4:1-11).
b) El Cordero redentor recibe el libro de los siete sellos (5:1-14).
2. Ejecución de los decretos del libro de los siete sellos (6:1-11:19):
a) La apertura de los siete sellos manifiesta los símbolos de la justicia divina (6:1-8:1):
b) Con la apertura de los cuatro primeros sellos aparecen cuatro jinetes, que simbolizan el dominio extranjero, la guerra, el hambre y la peste (6:1-8).
2) Apertura del quinto sello. Los mártires en sus oraciones piden justicia (6:9-11).
3) Al abrir el sexto sello grandes cataclismos presagian la ira del Cordero (6:12-17).
4) Preservación de los justos en medio de los azotes (7:1-8).
5) Triunfo de los elegidos en el cielo (7:9-17).
6) Apertura del séptimo sello: silencio de media hora (8:1).
7) Visión de las siete trompetas (8:2-11:19).
1) Las oraciones de los santos aceleran la llegada del gran día (8:2-6).
2) Suenan las cuatro primeras trompetas produciendo diversas calamidades (8:7-12).
3) Un águila anuncia tres calamidades que se abatirán sobre la humanidad (8:13).
4) Quinta trompeta: Primera calamidad = Invasión de insectos infernales que atormentan a los hombres (9:1-12).
5) Sexta trompeta: Segunda calamidad = Ejército diabólico que extermina a la tercera parte de los hombres (9:13-21).
6) Inminencia del castigo: Un ángel anuncia la llegada del reino de Dios (10:1-7).
7) Juan come un librito para profetizar de nuevo (10:8-11).
8) Misión de los dos testigos y victoria de la Iglesia (11:1-13).
9) La séptima trompeta aporta el establecimiento completo del reino de Dios (11:14-19).
8. Ejecución de los decretos del librito abierto, que Juan recibió del ángel (12:1-22:5):
a) Visión de la Mujer y del Dragón (12:1-18):
1) La mujer da a luz un Niño (12,i-6).
2) Miguel lucha contra el Dragón y lo arroja del cielo (12, 7-12).
3) La Mujer huye al desierto (12:13-18).
b) Tercera calamidad: El Dragón transmite su poder a la Bestia (0.13):
1) La Bestia del Occidente: el Imperio romano (13:1-10).
2) La Bestia del Oriente: el sacerdocio pagano, que se esfuerza por embaucar a los hombres (13:11-18).
c) El Cordero y sus fieles servidores (14:1-5).
d) Tres ángeles anuncian la hora del juicio (14:6-13).
e) Siega y vendimia simbólicas de los gentiles (14:14-20).
f) Visión de las siete copas derramadas (c. 15-16):
1) Los vencedores de la Bestia entonan el cántico de Moisés y del Cordero (15:1-4).
2) Los siete azotes de las siete cpoas (15:5-16:21).
g) El castigo de Babilonia-Roma (17:1-19:10):
1) La gran Ramera (17:1-7).
2) Simbolismo de la Bestia y de la Ramera (17:8-18).
3) Un ángel anuncia solemnemente la caída de Babilonia (18:1-3),
4) El pueblo de Dios ha de huir de Babilonia (18:4-8).
5) Descripción de la ruina de Babilonia mediante los lamentos de los que vivían de ella (18:9-19).
6) Regocijo de los santos (18:20-24).
7) Cántico triunfal en el cielo (19:1-10).
h) Exterminio de las Bestias (= las naciones paganas) (19:11-20:15):
1) El Rey de reyes aparece con su ejército (19:11-16).
2) Un ángel proclama el exterminio de los enemigos de Cristo (19:17-18).
3) La Bestia y sus partidarios son vencidos y arrojados al estanque de fuego (19:19-21).
4) El Milenio, o sea el reino de mil años (20:1-6).
5) Ultima batalla escatológica de Satán contra la Iglesia (20:7-10).
6) Juicio final delante del trono de Dios (20:11-15).
i) La nueva Jerusalén (21:1-22:5):
1) La Jerusalén celestial (21:1-8).
2) Descripción de la Jerusalén futura, Esposa del Cordero (21:9-23)·
3) En ella todos encontrarán abundantes bendiciones y la bienaventuranza eterna (21:24-22:5).
IV. epílogo (22:6-21):
1. Las palabras de esta profecía son confirmadas por el ángel, por Cristo y por Juan (22:6-9).
2. Palabras de Cristo, a la Iglesia y a toda la humanidad (22:10-16).
3. El Espíritu y la Iglesia terrestre le responden con un llamamiento amoroso e insistente (22:17).
4. Juan prohibe alterar su libro (22:18-19).
5. Jesús promete su próxima venida, la cual implora el profeta (22:20).
6. Conclusión epistolar en forma de bendición (22:21).

Diversas Interpretaciones del Apocalipsis.
El carácter misterioso del Apocalipsis ha dado lugar a interpretaciones casi innumerables 173. Pero todas ellas se pueden reducir a cuatro sistemas principales.
1) Muchos autores, principalmente acatólicos 174, afirman que el Apocalipsis alude a los sucesos políticos contemporáneos del autor. Describiría la historia de aquel tiempo, es decir, la del período que corre entre la persecución de Nerón y la destrucción de Jerusalén (a.66-70). De esto se seguiría que el Apocalipsis no contiene vaticinios propiamente dichos, sino meras conjeturas acerca del futuro. Todo lo explican apoyándose en la historia contemporánea del Apocalipsis: los cinco reyes, que ya cayeron 175, serían Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón; el sexto sería Vespasiano, y el séptimo, que todavía no vino y permanecerá poco tiempo, lo identifican con Tito; el octavo, que era y ahora ya no es 176, lo entienden de Nerón redivivo.
2) Para otros muchos autores, sobre todo católicos, el Apocalipsis predeciría de una manera profética toda la historia de la Iglesia desde los orígenes hasta el fin del mundo. Y esto lo haría siguiendo las diversas épocas de la Iglesia, designadas por los siete sellos, las siete trompetas, las siete copas, etc. Así lo han creído muchos autores de la Edad Media, como Joaquín de Fiore (f 1201) 177, Nicolás de Lira (f 1340) 178, etc. Entre los escritores más recientes sostienen esta interpretación P. Drach, F. Kaulen, J. Belser, F. Gutjahr, L. Poirier. Otros autores, como A. Salmerón, L. de Alcázar 179, J. B. Bossuet, A. Calmet, F. Allioli, L. Billot, creen que las imágenes apocalípticas empleadas en el Apocalipsis se refieren tan sólo a la primera edad de la Iglesia, es decir, hasta el siglo iv ó v. Según éstos, el Apocalipsis describiría las luchas de la Iglesia con el Imperio romano y con las herejías de los primeros siglos del cristianismo 180.
3) Muchos otros escritores antiguos 181, seguidos por bastantes autores posteriores 182, interpretan el Apocalipsis en sentido escatológico. Para éstos, nuestro libro narraría los últimos hechos de la Iglesia anteriores al juicio universal y a la consumación final. Las calamidades que describe serían las señales precursoras del fin del mundo. F. Ribera, por ejemplo, nos dice 183 que los once primeros capítulos del Apocalipsis narran las calamidades anteriores al anticristo. Y los restantes capítulos describirían el reino del anticristo y las persecuciones desencadenadas por él contra la Iglesia. En general, los defensores de la tesis escatológica suelen coincidir en no restringir demasiado el tiempo escatológico, pues éste empezaría propiamente con la encarnación de Cristo. En cuyo caso vendría como a abarcar toda la historia de la Iglesia 184.
4) La exégesis científica contemporánea relaciona más estrechamente el Apocalipsis con la historia del siglo I. Sin embargo, tanto H. B. Swete 185 como E. B. Alio 186, J. Bonsirven, etc., estiman que del Apocalipsis hay que retener, sobre todo, su espíritu y un cierto número de datos que se repiten y se completan, valederos para todos los tiempos, porque expresan el drama, que durará tanto como el mundo, de la lucha de Satanás contra Dios y contra la Iglesia 187. Es, ante todo - como dice el P. Alio -, una filosofía de la historia religiosa (valedera) para todos los tiempos.188
La segunda parte del Apocalipsis (c.4-22) no trata propiamente de exhortaciones, con el fin de despertar el fervor religioso de los cristianos, recordándoles las recompensas y castigos divinos, como sucede en la primera parte (c.1-3). En la segunda parte encontrada en nueve períodos: 1) Los siete sellos. Abarcan desde Cristo hasta Juliano el Apóstata 2) Las siete trompetas. Desde Juliano hasta Gosroes y Mahoma. 3) Las siete copas. Desde Garlomagno hasta Enrique IV de Alemania. 4) Medición del templo (Ap 11:1), simboliza el papa Félix, que instituye la fiesta de la Dedicación de las iglesias. 5) Apertura del templo celeste (Ap 11:19), se refiere a la institución de la fiesta de la Purificación. 6) Los dos testigos: el patriarca de Constantinopla, Menas, y el papa Silverio. 7) La Mujer (Ap 12): Jerusalén destruida por Gosroes (605). 8) El Hijo varón: el emperador Heraclio. 9) Satanás encerrado: fundación de la Orden de Predicadores. Cf. S. Bartina, Apocalipsis de San Juan, en La Sagrada Escritura, Nuevo Testamento III (BAC, Madrid 1962) p.580.
Digamos más bien una serie de visiones de tipo apocalíptico. Ahora bien, los escritos apocalípticos son propios de un período de grave crisis o de persecución religiosa. El Apocalipsis de San Juan parece suponer esta grave situación religiosa, pues en Ap 6:9-11 se habla de mártires degollados por la palabra de Dios. En Ap 7:14 se alude a una gran muchedumbre con palmas en la mano que acaba de triunfar de la gran tribulación, es decir, de una persecución sangrienta. En el capítulo 13 nos son presentadas dos Bestias, que se sirven de todos los medios para imponer a los cristianos un culto idolátrico. Los que se resisten serán exterminados 189.
Ahora bien, esa persecución sangrienta, a la que alude el Apocalipsis, es - en opinión de la mayoría de los autores modernos - la persecución desencadenada por Roma contra los primeros cristianos. Es Roma la que se esconde bajo el nombre de Babilonia 190, la ciudad de las siete colinas 191, que ha derramado la sangre de muchos mártires y ha querido imponer al mundo el culto de sus emperadores divinizados. Por cuya razón hay que considerar como cierto que el Apocalipsis, lo mismo que la casi totalidad de los escritos apocalípticos, fue escrito ante todo haciendo referencia a una situación histórica bien precisa. Se propone levantar el ánimo de los cristianos del siglo i, cuando Roma desencadenó las primeras persecuciones contra la Iglesia.
Los fieles se preguntaban por qué Dios permitía tales violencias contra los cristianos. Cristo, al resucitar, ¿no había triunfado de la muerte, del demonio, del mundo y de todos los poderes malignos? 192 San Juan compuso el Apocalipsis para responder a esta coyuntura histórica y a esta crisis de conciencia bien determinada. Por eso, toda interpretación del Apocalipsis ha de partir de este hecho.
El autor sagrado responde al interrogante de los fieles siguiendo los principios de la tradición apocalíptica. Los fieles han de tener confianza, porque la persecución durará sólo algún tiempo. Cristo vendrá pronto 193 y exterminará a las Bestias y a los perseguidores de su Iglesia. San Juan es encargado de anunciar, ante todo, este misterio. Babilonia-Roma será destruida 194, Satanás y sus ejércitos serán arrojados al estanque de fuego 195. Y entonces el reino de Dios será definitivamente instaurado, bajo la autoridad del Cordero 196. El mensaje apocalíptico de Juan es, pues, un mensaje de esperanza en el poder de Dios, en medio de las mayores pruebas 197.

1 Áñ 1:1. - 2 Cf. Mt 11:25.27; 16:17; Rom 1:17; 1 Cor 2:10. Además, apocalipsis en el Í. Ô. puede designar bien la manifestación de verdades sobrenaturales (Le 2:32; Rom 16:25; Ef 1:17), bien una revelación particular hecha por Dios o por Jesucristo (Gal 1:12; 2 Cor 12:1; Ef 3:3; Ap 1:1), bien la aparición de Cristo al fin de los tiempos (2 Tes 1:7; 1 Cor 1:7; Rom 2:5; 1 Pe f7)· o bien la manifestación gloriosa de los hijos de Dios (Rom 8:19). Cf. J. B. Frey, Apoca-lyptique: DBS I 327. - 3 J. B. Frey, ibid., 328. - 4 M. García Cordero, Eí libro de los siete sellos: Colección Agnus (Salamanca 1962) p.22s; . Rigaux, Género literario apocalíptico: EstBib 13 (1954) 225-227; J. B. frey, Apocalyptique: BS I 326-354; J. bloch, On the Apocalyptic injudaism (Fiiadelfia 1953) p.154l G. E. Ladd, The Revelation andjewish Apocalyptique: Évangelische Quartalschrift 29 (1957) 94-100. - 5 J. B. frey, a.c.: DBS I 327. - 6 El libro de Daniel podemos considerarlo, según el P. Lagrange, como "el primero y más Perfecto de los apocalípticos (Les prophéties messianiques de Daniel: RB 13 [1904] 494ss). Gf. M. García Cordero, Biblia comentada: III. Libros proféticos (BAC, Madrid 1961) p.986-988. - 7 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem (París 1950) p.7. - 8 Cf. 1 Sam 10:155; Is 7:14; Jer 28:1555; 44:29-30. - 9 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introduction a la Bible de A. Robert-A. feuillet II (Desclée, Tournai 1959) p.712s. - 10 Ap 1:11. - 11 M. J. Lagrange, Le Messianisme chez lesjuifs (París 1909) p.41. - 12 Ap 1:20. - 13 Ap 17:9-10. - 14 Ap 19:8. - 15 Ap 6:1-8. - 16 Ap 17:4. Sobre el simbolismo del Apocalipsis véanse G. B. Escande, L'Apocalypse, document de la Rédemption. Essai sur la langue symbolique (Ginebra 1926); C. Glemen, Visionen und Bilder in der Offenbarungjohannis: ThStKr 107 (1936) 236-265; K. L. Schmidt, Die Bilder-sprache in der Johannes-Apocalypse: ThZ 3 (1947) 161-177; H. Langenberg, Dieprophetische Bildsprache der Apocalypse (Metzingen 1952) p.31i. - 17 Ap 13:1. - 18 M. E. Boismard, L' Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.8s. - 19 Cf. J. Bover-f. cantera, Sagrada Biblia 4.a ed. (BAC, Madrid 1957) ñ.é624· - 20 E. B. Allo, L'Apocalypse: Études Bibliques 3.a ed. (París 1933) p.XXXIs. - 21 Así sucede en el Henoc etiópico, en el Apocalipsis de Baruc y en el 4 Esdras. - 22 Ap 1:1.4.9. - 23 E. B. Allo, o.c. p.LXIV. - 24 Ez 3:1-2. - 25 Ez 38. - 26 Ap 4. - 27 Ez 1; 9-10. - 28 Ez 40 y capítulos siguientes. - 29 Ap 21-22. - 30 Ap 18. - 31 EZ27. - 32 Ap 11. - 33 AP21. - 34 Zac 2:1ss. - 35 Ez 40:3. - 36 Zac 3. - 37 Ap 6. - 38 Zac 6. - 39 Ap 1:75.13-20. - 40 Zac3:4; Dan7:8ss; 10,5ss; cf. Is 11:4149:2, etc. - 41 Dan 7:1-8.23-27. - 42 Ap 12:1-17. - 43 Ap 1:10. - 44 Ap 15:8. - 45 Comparar Dan 7 con Ap 13:1-8; 12:14; 17:12; 20:4; Dan3:5ss.15 con Ap 13:15; Dan 8:10 con Ap 12:4. - 46 Ap 15:2-3. - 47 Compara Ex 3:14 con Ap 1:4.8; 4:8; 11:17; 16:5; Ex 7-10 con Ap 9 y 16; Ex 25 con Ap 11:19. Cf. E. B. Allo, o.c. p.LXV; M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. alaBible de A. Robert-A. Feuillet, II p.717s; L. De Alcázar, In eas Veteris Testamentipartesquas respexit Apocalypsis libri quinqué (Lyon 1631) p.312; J. Cambier, Les images de l'Ancien Testa-ment dans l'Apocalypse de S. Jean: NRTh 77 (1955) 113-122; V. Soria, Apocalypsis y Génesis: CultBib 12 (1955) 364-369. El P. D. Dubarle cree que la imagen de la Mujer coronada de estrellas (Ap 12) depende del Cant (cf. La Femme couronné d'étoiles (Ap 12): Mélanges Bibli-ques rédigés en l'honneur de A. Robert [París 1957] P· 512-518). - 48 The Apocalypse of St. John (Londres 1947)· - 49 L'Apocalypse de Saint Jean devant la critique moderne: NRTh (1924) 513-525·596-6é8. - 50 O.c. p.LXXXVs. - 51 E. B. Allo, o.c. p.LXXXVI. - 52 J. M. Bover-F. Cantera, Sagrada Biblia (BAC, Madrid 1957) p.162s. - 53 Cf. Ap 9:13-21 y 11:1-13; 14:14-20 y 15:2-3; 16:14 Y 16:15. - 54 E. B. Allo, o.c. p.LXXXVII. - 55 Cf. Dom Gurú M. camps, Apocalipsi, en La Biblia de Montserrat XXII (1958) p.228s. - 56 Ap 1:1.4.9; 22:8. - 57 San Justino M., Diálogo con Trifón 81:4: PG 6:669. - 58 San Policarpo, Ad Phü. 6:8: PG 5:1005-1016. - 59 Andrés De Cesárea, Comm. in Apocalypsin pról.: PG 106.220. - 60 San Ireneo, Adv. haer. 4:20:11; 5:26:1; 5:30:3: PG 7:1040.1192.1207. - 61 EB.6: Fragmentum Muratorianum lín.7i. - 62 Strom. 4:25:157; 5:6:35: PG 8:1365; 9:61. - 63 In loannem, 1:14: PG 14:48.61; In Matth. 16:6: PG 13:1385. - 64 Adv. Marcionem 3:14:24: PL 2:46.340.368; De resurrectione carnis 25: PL 2:877. - 65 Eusebio (Hist. Eccl 4:26: PG 20:392) nos dice que Melitón compuso unos tratados que tenían por título: Acerca del diablo y del Apocalipsis de Juan. - 66 Gf. Eusebio, Hist. Eccl 3:28:2. - 67 Gf. Eusebio, Hist. Eccl 7:25:1-27: PG 20:69788. Los milenaristas se apoyaban en Ap 20:4-7 para admitir un reino terreno y carnal de mil años. Los cristianos muertos resucitarían para reinar con Cristo sobre la tierra. - 68 Eusebio, Hist. Eccl. 3:25:2: PG 20:268. - 69 San Basilio, Contr. Eunomium 2:14: PG 29:600; San Atanasio, Epist. fest. 39: PG 26:1437; Contr. Árlanos or. 2:23.45: PG 26:196.244; San Gregorio Niseno, Contr. Apollina-rem 37: PG 45:1208; San Cirilo De Alejandría, De adoratione in spiritu et veritate 6: PG 68, 433; San Epifanio, Haer. 51:3: PG 41:892. - 70 EB 17. Cf. Mansi, 3:924; San Agustín, Retractationes I 16: PL 32:612. - 71 EB 19. Gf. Mansi, 3:891. - 72 EB 21. Cf. PL 20:501. Se puede ver la edición crítica de esta carta hecha por H. Wurm en Apollinaris 12 (1939) 74-78. - 73 EB 27. Gf. PL 19:79:80s; Mansi, 8:145ss. - 74 EB 34 Cf. Mansi, 10:624. - 75 EB 47. Cf. Mansi, 3161736.1738. - 76 EB 59-60. Cf. Mansi, 33:22. - 77 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Jérusalem (París 1950) p.17s. - 78 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible, de A. Robert-A. Feuillet II p. 740-741. - 79 Cf. 1 Cor 12:285; Ef 4:11. - 80 Eusebio, Hist. Eccl 3:39:7; Constitutiones apostolicae 7:46:7. - 81 Cf. Responsum XIII Pont. Commissionis Biblicae (24 junio 1914) acerca del autor y del modo de composición de la epíst. a los Hebreos: EB 417. - 82 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.20. - 83 Ap 21:6; 22:17; cf. Jn 4:10.1353; 7:38. - 84 Apo_3:14; 6:10; 16:7; 19:2.9.11; Apo_21:5s; cf. Jn 1:9-4:23; 7:28; 15:1; 17:3; 6:32; 1 Jn 2:8. - 85 Cf. A. schlater, Das A. T. ¿n der johanneischen Apocalypse: Beitrage zur Fórderung christlicher Theologie 16:6 (1912); K. L. Schmidt, Die Bildersprache in der Áñ.: ThZ 3 (1947) 161-177. - 86 Gf. E. B. Allo, o.c. p.CCXXIX-CCXXXI; M. García Cordero, o.c. p.ió. - 87 Ap 1:9. - 88 Adv. haer. 5:30:3: PG 7:1207. - 89 In Apocalypsim éï,éé; 17:10: PL 5:333.338. - 90 Hist. Eccl. 3:18:4: PG 20:252. - 91 De viris illustribus 9: PL 23:625. - 92 San Epifanio, Haer. 51:12.33: PG 41:909.949- - 93 Plinio el Joven le llama Immanissima bellua (Panegyr. Traiani 48). - 94 Cf. Suetonio, Domitíanus 13. - 95 Cf. Plinio, Hi'sí. Nat. 4:12.23. - 96 Ap 2:4.14.2055; 3:2ss.16ss. - 97 Ap 2:6.15.2053. - 98 Ap 2:10.13. - 99 L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.20-22. - 100 Ap 17:10. - 101 Ap 13:3-4 - 102 A. Gelin, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Pirot-Clamer, XII (París 1951) P-586. - 103 A. Feuillet, Essai d'interpretaron du ch.n de l'Apocalypse: NTSt 4 (1957s) 183-200. - 104 Ap 1:1-11. - 105 Suetonio, Domitianus 13. Cf. A. J. Festugiére Et Fabre, Le monde gréco-romain au temps de N.-S. II 7-34. - 106 Cf. P. Touilleux, L'Apocalypse et les cuites de Domitien et de Cybéle (París 1935) p,805s; M. García Cordero, o.c. p.igs. - 107 cf. Ap 1:3; 3:11; 11:14; 22:7.12.20. ios Cf. Ap 13:16. - 109 Cf. Ap 1:3.19, etc. - 110 M. García Cordero, o.c. p.20. - 111 Cf. Ap 1:12-16; 4-5; 8:3-5; n,19; 14:1-5; 15:2-4; 19:11-16. Véanse J. Peschek, Ge-heime Offenbarung und Tempeldienst (Paderborn 1929); A. cabaniss, Ë Note on the Liturgy of Apocalypse: Interpretaron 7 (1952) 78-86; J. comblin, La Liturgie de la Nouvelle Jérusalem (Ap 21:1-22:5): EThl 29 (1953) 5-40; T. F. Torrance, Liturgie et Apocalypse: Verbum Caro 11 (1957) 28-40; G. Delling, Zum gottesdienstlichen Stil der Johannesapokalypse: NT 3 (1959) 107-137; M. H. Shepherd, Jr.,The Pashcal Liturgy and the Apocarse (Richmond 1960) P-99; B. brinkmann, De visione litúrgica in Apocalypsi S. loannis: VD n (1931) 335-342. - 112 Ap 4:2; 6:10; 11:4.15; 15:3. - 113 Ap 4:8; cf. Ex 3:14. - 114 Ap 4:8.11. - 115 Ap 1:8; 21:6. - 116 Ap 1:7.13; 19:1ss. - 117 Dan 7:13; Ap 1:7.13; 14:1 - 118 Ap 12:5; 19:15. - 119 Ap 2:28; 22:16. - 120 AP 2:1; 3:20. - 121 AÑ1-5· - 122 Ap 5:12-14. - 123 Ap 5:6. - 124 Ap 5:5. - 125 AP 5:9s. - 126 Ap 1:5 - 127 Ap 5:5; 6:1ss. Cf. D. M. Beck, The Christology ofthe Apocalypse (Nueva York 1942); E. Schmitt, Die christologische Interpretation ais das Grundlegende der Apokalypse: Theologi-sche Quartalschrift 140 (1960) 257-290. - 128 Ap 1:4. - 129 Ap 1:4; 3:1; 4:5. - 130 AP 2-3. - 131 Ap 22:17. - 132 Ap 2:7 y passim. - 133 Ap 7:10; 12:10; 19:1. - 134 Ap 1:5; 5:9; 7:14; 12:11. - 135 Ap 7:14; 12:11; 2Cr_20:12; 14:13. Cf. H. Crouzel, LedogmedelaRédemptiondansl'Ap.: BullLE 58 (1957) 6Sss. - 136 Ap 4:2-8; 5:115; 7:1; 8:7-10:11. - 137 Ap 4-5. Cf. J. Michl, Die Engelvorstellungen in der Apokalypse des hl Johannes: I Die Engel und Gott (Munich 1937). - 138 Ap 7,iss; 8:2ss; 14:16; 16:5. 141 Ap 13. - 139 Ap 12:7-9- 142 Ap 20:1-2. - 140 Ap 12:12.17- 143 Ap 12. - 144 Ap 1:6; 5:10; 11:18; 19:6; 20:6. - 145 Ap 5:10; 20:6. - 146 Ap 5:9-10; cf. Ex 19:6. Véase A. Skrinjar, Dignitates et officia Ecclesiae Apocalypti-cae: VD 23 (1943) 22-29.47-54-77-88. - 147 Ap 21:2.10; 19:7. - 148 Ap 3:20; 14:4-5; cf. Jer 2:2-3; 19:9; 21.2:9. - 149 Ap 14:1-3; 22:3-4; cf. 7.12. - 150 Ap 6:9; 7:1-17; 8:2; 14:1-5; 15:2-4. - 151 Ap 19:21; 20:10. - 152 Ap 20:11; 21,iss. - 153 Ap 19:19; 20:8-9. - 154 Ap 19:11-21; 20:9ss. - 155 Ap 20:11. - 156 M. E. boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Jérusalem p.22-26. - 157 Cf. Ap 6:12-17. - 158 Ap 20:1-6. - 159 AP20:4. - 160 Ap 20:753. - 161 Ap 20:11-15. - 162 Entre esos Padres se cuentan Papías (cf. Eusebio, Hist. Eccl. 3:39: PG 20:374), San Justino (cf. Dial, con Trifón 81:4: PG 6:668s), San Ireneo (Adv. haer. 5:30:4; 5:36:3: PG 7 1207-1224), San Hipólito (cf. San Jerónimo, De viris ill 61: PL 23:671-674), Tertuliano (Adv. Marcionem 3:24: PL 2:384-386), la Epíst. de Bernabé (15:4-9) y otros. - 163 Gf. Eusebio, Hist. Eccl. 3:28: PG 20:2743; Orígenes, De principiis 2:11: PG 11:241· - 164 El tenor del decreto es como sigue: Postremis hisce temporibus non semel ab hac Suprema S. Congregatione S. Officii quaesitum est, quid sentiendum de systemate millenarismi mitigati, docentis scilicet Ghristum Dominum ante finalem iudicium, sive praevia sive non praevia plurium iustorum resurrectione, visibiliter in hanc terram regnandi causa esse ven-turum. Re igitur examini subiecta in conventu plenario feriae IV, diei 19 iulii 1944, Emi. ac Revmi. Domini Cardinales, rebus fidei et morum tutandis praepositi, praehabito RR. Consultorum voto respondendum decreverunt, sistema millenarismi tuto doceri non posse. Cf. AAS 36 (1944) 212; G. Gilleman, Condamwtion du millénarisme mitigé: NRTh 67 (1945) 239-241; I. F. sa-güés, Millenarismus omnis reiciendus est, en Sacrae Theologiae Summa IV (BAC, Madrid 1962) p.1022-1207. - 165 Tomás, 4 Sent. dist.43 q.i a.3. - 166 Cf. D 423. - 167 Ez 38-39. - 168 Ap 20:7-10. - 169 De civitate Dei 20:7:1-2: PL 41:666-668. - 170 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Jntrod. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet II P-731-733; L. gry, Le millénarisme dans ses origines et son developpement (París 1904); C, Mo-Rrondo, Estudios milenarios (Jaén 1922); G. bardy, Millénarisme: DTC X 1760-1763; J. M. bover, El miíenarismo.yeZ magisterio eclesiástico: EstBib 2 (1951) 3-22; A. Wikenhauser, Das Problem des tausendj ahrigen Reiches in der Johannes-Apokalypse: Rómische Quartalschrift 40 (1932) 13-25; F. AlcAÑiz, Ecclesia patrística et millenarismus (Granada 1933); A. skrinjar, Apokalipsis. De regno Christi: VD 14 (1934) 289-295; H. Bietenhard, Das tausendjahrige Reich. Eme biblischtheologische Studie2 (Zürich 1955) 174ss; A. Colunga, El milenio: Sal 3 (1956) 220-227; J. F. walvoord, The Prophetic Contex ofthe Millenium: Bibliotheca Sacra ú 14 Ü957) i-9:97-10iss; A. gelin, Millénarisme: DBS V 1289-1294; G. E. Ladd, Revelation 20 and the Millenium: Review and Expositor 57 (1960) 167-175. - 171 o.c. p.XCVII-CXI. - 172 Ap 1:19. - 173 Cf. E. B. allo, L'Apocalypse p.CCXXXV-GGLXXIV; E. lohmeyer, Die Offenbar-ung des Johannes: Theologische Rundschau N. F. 6 (1934) 264-314; A. Vitti, Ultimi studi sull'Apocalisse: Bi 21 (1940) 64-78; A. Feuillet, Les diverses méthodes d'interprétation de l'Apocalypse et les commentaires receñís: AmiCler 71 (1961) 257-70. - 174 Son éstos: E. Renán, D. Vólter, O. Pfleiderer, E. Vischer, F. Spitta, H. J. Holtzmann, Bousset, Swete, Charles, A. Loisy, etc. - 175 Ap 17:10. - 176 Ap 17:11. - 177 Para Joaquín de Fiore, el Apocalipsis describe siete períodos sucesivos de la Iglesia: i) lucha de los apóstoles contra los judíos (Ap 2-3); 2) lucha de los mártires contra los romanos (Ap 4-7); 3) lucha de los doctores contra los arríanos (Ap 8-n); 4) lucha de los vírgenes (las Ordenes religiosas) contra musulmanes (Ap 12-14); 5) lucha de la Iglesia contra Babilonia = Sacro Imperio Romano; 6) época del anticristo; 7) milenio y consumación. - 178 Este escritor nos da una explicación del Apocalipsis estrictamente cronológica, dividi- - 179 Vestigatio arcani sensus in Apocalypsi (Amberes 1614) p.io25. - 180 Cf. H. Rongy, L'Application de l'Apocalypse a l'histoire universelle de l'Église primi-tive: RevEcclLiége 23 (1931-32) 92-96.220-24. - 181 San Ireneo, San Hipólito, San Victorino de Pettau, San Gregorio Magno, San Agustín, San Beda. - 182 F. Ribera, B, Pereyra, C. a Lapide, A. Bisping, L. C. Fillion, R. Cornely, Crampón, J· Ch. K. Hofmann. - 183 F. Ribera, In sacram beati lohannis Apost. et Ev. Apocalypsim Comm. (Salamanca É59è· - 184 Cf. San Agustín, De civ. Dei 20:8:1: PL 41:670. 5 The Apocalypse of the St. John (Londres 1909). - 186 S. Jean, l'Apocalypse (París 1933). - 187 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet II P-727. - 188 E. B. Allo, o.c. p.CCLXXIII. - 189 Gf. Ap 16:6; 17:6; 18:24; 19:2; 20:4; 21:8. iw Ap17,S. - 191 Ap 17:9. - 192 Gf. Jn 16:33. - 193 Ap 1:3-7; 22:10.12.20. - 194 Ap 14:8; 17-18. - 195 Ap 19:11-21; 20:7-10. - 196 Ap 5:10; 11:17; 19:6.16. - 197 Gf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet, II p.728s; A. Colunga, Los sentidos del Apocalipsis: CT 38 (1928) 300-331; J. M. Bover, El buen sentido en la interpretación del Apocalipsis: Razón y Fe 45 (1916) 48-54; L. Turrado, Sobre algunas cosas que llaman más la atención al leer el Apocalipsis: Gultbib 8 (1951) 180-185; J. G. Cepeda, Para entender el Apocalipsis: GultBib 12 (1955) 353-356.


Fuente: Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)

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Notas

Apocalipsis  14,1-20

Capitulo 14.
E l autor sagrado, después de terminar la descripción de los tres años y medio de persecución, pasa a describirnos el desenlace final. Se trata de un juicio, con el cual se inaugura el reino milenario de Cristo. Las visiones que describen este juicio y el castigo de los perseguidores abarcan hasta Rev_20:6.
El capítulo 14 tiene dos partes bastante distintas. En la primera parte (v.1-5), o sea, en la primera visión, que corresponde a la visión del capítulo 7, San Juan nos ofrece un cuadro radiante de felicidad bienaventurada que va como a coronar esta sección del Apocalipsis (v.5-14). A los seguidores de la Bestia opone San Juan los fieles seguidores del Cordero, reunidos simbólicamente sobre el monte Sión, Jerusalén, en torno del Cordero, porque los 144.000 elegidos representan al Israel nuevo, al Israel de Dios. Allí ofrecen a Dios y al Cordero las primicias de sus alabanzas y, al mismo tiempo, celebran el triunfo de Cristo que se dibuja en el horizonte. La segunda parte (v.6-20) del capítulo 14 es como una introducción a las siete plagas que serán descritas en la sección siguiente (v.15-16).



El Cordero y sus fieles servidores,Rev_14:1-5.
1 Vi, y he aquí el Cordero, que estaba sobre el monte Sión, y con El ciento cuarenta y cuatro mil, que llevan su nombre y el nombre de su Padre escrito en sus frentes, 2 y oí una voz del cielo, como voz de grandes aguas, como voz de gran trueno; y la voz que oí era de citaristas, que tocaban sus cítaras 3 y cantaban un cántico nuevo, delante del trono y de los cuatro vivientes y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico, sino los ciento cuarenta y cuatro mil, los que fueron rescatados de la tierra. 4 Estos son los que no se mancharon con mujeres y son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero adondequiera que va. Estos fueron rescatados de entre los hombres, como primicias para Dios y para el Cordero, 5 y en su boca no se halló mentira, son inmaculados.

La multitud de 144.000 vírgenes rescatados de la tierra hace como de contrapeso a la apostasía de los moradores de la tierra del capítulo 13. Los 144.000 representan la totalidad de los elegidos, del mismo modo que en Rev_7:4-8 simbolizaban la totalidad de los cristianos. Estos fieles de Cristo, que no han querido adorar a la Bestia, son llamados vírgenes (v.4). Esta expresión es probable que haya que tomarla en sentido metafórico. Los 144.000 son vírgenes en el sentido de que no se han manchado con el culto de los ídolos paganos, principalmente con el culto de la Bestia o culto imperial. Roma era la Gran Prostituta *; en cambio, el Cordero de Dios era inmaculado 2. Roma se prostituía mediante su propio culto idolátrico y con la corrupción moral que acompañaba a los cultos paganos. Ante tanta corrupción se levanta una gran multitud, que no sólo ha llevado una vida santa y pura, sino que incluso entre ellos hay muchos que han conservado la virginidad. Todos forman la corona de gloria del Cordero inmaculado.
Tanto el Cordero como los 144.000 vírgenes estaban sobre el monte Sión. Los profetas suelen contemplar el monte Sión como una montaña elevada que sobresale por encima de todos los demás montes, como faro luminoso que atraerá a sí a todos los pueblos: Al fin de los tiempos dice el profeta Miqueas el monte de la casa de Yahvé se alzará a la cabeza de los montes, se elevará sobre los collados, y los pueblos correrán a él. Y vendrán numerosos pueblos, diciendo: Venid, subamos al monte de Yahvé, a la casa del Dios de Jacob, que nos enseñe sus caminos para que marchemos por sus sendas, pues de Sión saldrá la ley y de Jerusalén la palabra de Yahvé 3. La literatura apocalíptica también nos presenta al Mesías reuniendo a sus seguidores y a sus huestes conquistadoras sobre el monte Sión 4. En el Antiguo Testamento, el monte Sión era el símbolo de la fuerza y de la seguridad para Israel, porque Dios habitaba en él y lo protegía contra todo enemigo 5. De igual modo, Sión significa en nuestro pasaje del Apocalipsis un sitio seguro de refugio en el que el Cordero reúne a sus pacíficos ejércitos. Mientras que el Dragón y la Bestia estaban apostados sobre la arena movediza de la playa y las olas del mar, el Cordero está sobre el monte Sión, símbolo de seguridad y estabilidad. Los 144.000 (= 12 x 12.000) vírgenes llevaban el nombre del Cordero y el nombre de su Padre escrito en sus frentes (v.1). El nombre sobre la frente simboliza la consagración de la vida al servicio de Dios. Los siervos llevaban la marca de sus señores; los soldados, la del emperador, a quien habían jurado lealtad. Del mismo modo que en Rev_7:455 el Cordero se aparece a Juan junto al Padre Eterno, rodeado de su corte y de la gran multitud de escogidos. Y mientras el vidente de Patmos contempla esta visión, oye la música de armoniosos cánticos con los cuales los bienaventurados celebran en el cielo la gloria del Cordero (v.2). La felicidad celeste en el Apocalipsis es litúrgica. El cántico que entonaban, acompañándolo con el son de las cítaras 6, era algo secreto y misterioso, pues sólo podía ser cantado por aquellos 144.000. Es, por lo tanto, un cántico nuevo, como todo lo que sucederá en los capítulos 21-Rev_22:5. El rumor de este canto, entonado por un coro tan colosal de 144.000 voces, lo compara San Juan al fragor de una inmensa masa de agua al caer o al estrépito aterrador e impresionante de una terrible tempestad de truenos. Este inmenso himno de alabanza a Dios y al Cordero se contrapone al acto de adoración y reconocimiento de la Bestia por sus seguidores7.
Los 144.000 elegidos que entonaban el cántico son los que fueron rescatados de la tierra (v.3), es decir, de entre los hombres. La tierra aquí tiene el mismo sentido que mundo en el cuarto evangelio, tomado en sentido peyorativo. Fueron rescatados por la sangre del Cordero, y ahora reinan con Cristo en el cielo. Nos parece más en conformidad con el resto del Apocalipsis ver en este coro colosal no un grupo selecto de entre los elegidos 8, sino el símbolo de todos los bienaventurados que alaban a Dios en el cielo. Sólo esos 144.000 podían aprender el cántico, porque, como dice Bossuet, es necesario experimentar la felicidad de los santos para comprenderla. Forman, pues, la porción escogida de la Iglesia desde sus orígenes hasta el fin. Por eso están más unidos al Cordero y lo siguen adondequiera que va (v.4); es decir, que imitan en todo su vida totalmente consagrada a cumplir la voluntad de su Padre. Son vírgenes, porque no se mancharon con mujeres. Esta virginidad es entendida por muchos autores en sentido físico de integridad corporal. Estos 144.000 vírgenes constituirían un grupo selecto en el cielo de los que habían logrado mantenerse libres de todo pecado de índole sexual 9. Sabido es cuan apreciada fue la virginidad desde los comienzos de la Iglesia. San Pablo considera el estado de virginidad como superior a la vida matrimonial 10. Sin embargo, esta interpretación choca con ciertas dificultades: si se toma el texto demasiado literalmente, habría que excluir a la mujeres de ese grupo de almas vírgenes. Además, en el siglo i del que habla principalmente San Juan no sería posible encontrar 144.000 vírgenes, o sea cristianos que hubieran guardado el estado de virginidad por motivos estrictamente religiosos. A nosotros nos parece más probable ver, en esos 144.000 vírgenes, representados a todos aquellos que se mantuvieron alejados del culto pagano, que en la Sagrada Escritura es considerado como una prostitución y un adulterio contra Dios. Son los que se abstuvieron totalmente del culto idolátrico y de la contaminación pagana. Sus obras y su doctrina se habrían conservado en una perfecta pureza, sin dejarse arrastrar por las insinuaciones de los falsos profetas y doctores, auxiliares del Dragón y de la Bestia n. Por esta razón se dice que no se mancharon en cuanto que lograron una perfección espiritual y religiosa sin tacha alguna 12.
El Cordero, a quien siguen los elegidos, es al mismo tiempo su pastor. Jesús les precede, llevando su cruz hasta el Calvario, y ellos caminan en pos de El, llevando también cada uno su cruz. Rescatados de entre los hombres cautivos del pecado por el precio de la sangre del Cordero, constituyen las primicias de la masa de los redimidos ofrendadas a Dios y al Cordero. La Ley de Moisés prescribía la ofrenda de las primicias de los frutos de la tierra 13. Estas primicias, por ser los primeros frutos, eran, naturalmente, considerados como lo más excelente, y por eso eran ofrecidos a Dios 14. Pues tales son los que forman esa multitud de almas escogidas de entre la masa de los seres humanos. De ellos se dice que en su boca no se halló mentira (v.5), porque su vida se ajusta plenamente a la verdad revelada tanto en la doctrina como en las obras 15. Por este motivo son inmaculados y exentos de toda mancha de pecado. La mentira aquí no significa falta de sinceridad en las relaciones sociales con el prójimo, sino, sobre todo, designa la idolatría. Para el autor del Apocalipsis la mentira está absolutamente excluida de la nueva Jerusalén 16.



Tres ángeles Anuncian la Hora del Juicio,Rev_14:6-13.
Antes de empezar a describirnos la guerra de las Bestias con el Cordero, San Juan nos presenta una serie de visiones. Tres ángeles anuncian, uno después de otro, el juicio (Rev_14:6-7), la destrucción de Babilonia (Roma) (Rev_14:8) y el castigo de los adoradores de la Bestia (Rev_14:9-14). Estos castigos marcarán el tiempo de reposo para los que moran en el Señor (Rev_14:12-13). Después vendrá el exterminio de todas las naciones paganas (Rev_14:14-20). La proclamación de los tres ángeles y el anuncio de la felicidad de los santos corresponden bastante estrechamente a la proclamación de los cuatro jinetes de 6,i-8 y a la alegría triunfante de los mártires en 6:9-11.

6 Vi otro ángel que volaba por medio del cielo y tenía un evangelio eterno para pregonarlo a los moradores de la tierra y a toda nación, tribu, lengua y pueblo, 7 diciendo a grandes voces: Temed a Dios y dadle gloría, porque llegó la hora de su juicio, y adorad al que ha hecho el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas. 8 Un segundo ángel siguió, diciendo: Cayó, cayó Babilonia la grande, que a todas las naciones dio a beber del vino del furor de su fornicación. 9 Un tercer ángel los siguió, diciendo con voz fuerte: Si alguno adora la Bestia y su imagen y recibe su marca en la frente o en la mano, 10 éste beberá del vino del furor de Dios, que ha sido derramado sin mezcla en la copa de su ira, y será atormentado con el fuego y el azufre delante de los santos ángeles y delante del Cordero, 11 y el humo de su tormento subirá por los siglos de los siglos, y no tendrán reposo día y noche aquellos que adoren a la Bestia y a su imagen y los que reciban la marca de su nombre. 12 Aquí está la paciencia de los santos, aquellos que guardan los preceptos de Dios y la fe de Jesús. 13 Oí una voz del cielo que decía: Escribe: Bienaventurados los que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, para que descansen de sus trabajos, pues sus obras los siguen.

San Juan vio otro ángel que volaba por medio del cielo (v.6). Es un poco extraña esta frase, otro ángel, después del cuadro precedente en que se habla del Cordero y de su corte. Tal vez sea efecto de una concatenación un tanto imperfecta del Apocalipsis 17. El vidente de Patmos, después de hablarnos del triunfo de los elegidos, vuelve a insistir sobre los juicios punitivos de Dios contra los malvados. El ángel que ve Juan vuela por lo más alto del firmamento, como el águila de Rev_8:13. Quiere que todos los hombres del mundo oigan bien el mensaje que les va a transmitir. El vidente descubre que el ángel trae en sus manos un evangelio eterno. Es la buena nueva de la salvación que viene a comunicar a los hombres. Se le llama evangelio eterno porque es un mensaje eterno e inmutable. Es el Evangelio mismo de Cristo, que no cambia. Lo contrario sucede con la Ley de Moisés, que sí cambia. No se trata, por consiguiente, de un Evangelio nuevo, más perfecto que el de Jesucristo, ni del Evangelio de los tiempos futuros, como pensaba Orígenes, sino que es sencillamente el Evangelio inmutable de Cristo 18. El ángel va a pregonarlo a todos los moradores de la tierra, sin distinción de tribus, lenguas o naciones, para que conozcan los designios de Dios concernientes a la suerte final del mundo 19. Y para que adoren al verdadero Dios (v.7), apartándose al mismo tiempo de la Bestia, bajo cualquier forma que se presente. Los paganos son invitados a convertirse al verdadero Dios y a abandonar sus ídolos antes de que llegue el gran día de la cólera o del juicio divino 20 que se ha de abatir sobre Babilonia (Roma) y sobre la Bestia.
El contenido del mensaje del evangelio eterno era: Temed a Dios y dadle gloria. Temer a Dios, en lenguaje bíblico, es igual que servirle sinceramente y cumplir con exactitud sus preceptos. Se da gloria a Dios cuando se hace en todo la voluntad divina, de manera que la vida resulte una especie de cántico continuo de alabanza. Este continuo homenaje del alma fiel ha de ir dirigido no a los ídolos, sino al Creador del cielo, de la tierra, del mar y de las fuentes de aguas. La imagen del ángel anunciando el juicio próximo e invitando al arrepentimiento y a la conversión es un hermoso símil que se puede aplicar a los predicadores del Evangelio. A San Vicente Ferrer se le suele representar como al ángel del Apocalipsis, diciendo a todos los hombres: Temed a Dios y dadle gloria.
A este primer ángel siguen otros dos, cuya misión es declarar la justicia divina contra los adoradores de los ídolos. El segundo ángel es el anunciador de catástrofes temporales y políticas de los perseguidores de Dios, representados todos ellos bajo la figura de Babilonia (Roma). El ángel grita con voz fuerte, anunciando el juicio de Dios sobre Babilonia. Se trata de la realización de un juicio que va a ser ejecutado dentro de breve tiempo. El ángel habla en perfecto profético, como para expresar la seguridad y la certeza que tiene de la caída de la gran ciudad, perseguidora de la Iglesia y causa de los males religiosos que aquejaban a la humanidad. Babilonia es la Roma pagana, que arrastra a la idolatría a las demás naciones y persigue de muerte a los que abominan de ella. Los cristianos, a los que va dirigido el Apocalipsis, debían de tener cierta familiaridad con este nombre simbólico de Babilonia, que designa ciertamente Roma, como se ve por los capítulo 17-18. Era una designación bastante corriente en los ambientes judíos y cristianos del siglo I 21. Este simbolismo estaba sólidamente asentado en el Antiguo Testamento, en donde abundan las amenazas contra Babilonia 22. Se la llama la ciudad grande por su magnitud, su cultura y su influencia en el mundo antiguo 23. El profeta Jeremías considera a Babilonia como el centro de la idolatría y como la enemiga acérrima de Jerusalén, la capital de los creyentes 24. En nuestro texto del Apocalipsis se aplica a Roma, capital de la primera Bestia 25, lo que en los profetas se decía de Babilonia antigua.
La caída de Roma la nueva Babilonia será descrita en los capítulos 17-18. La expresión que emplea el segundo ángel: Cayó, cayó Babilonia la grande (v.8), está tomada del libro de Isaías, en donde el profeta dice: Llegan tropeles de gentes, caballos de dos en dos, se alza una voz y dice: ¡Cayó, cayó Babilonia! Todas las imágenes de sus dioses yacen por tierra destrozadas. ¡Oh pueblo mío, pisado, trillado como la mies! lo que he oído de parte de Yahvé Sebaot, Dios de Israel, yo te lo hago saber 26. Babilonia es considerada por los profetas como un cúmulo de las más grandes abominaciones. Roma le ha sucedido en esto, pues ha corrompido al mundo, sembrando por doquier con enorme frenesí la idolatría, es decir, la fornicación, en lenguaje bíblico. Al arrastrar a todas las naciones a la idolatría, Roma las ha entregado al furor de la cólera divina. El vino de la ira 21, que Roma ha dado a beber a las demás naciones, significa la embriaguez sensual de sus libertinajes. La fornicación o prostitución espiritual obra como narcótico sobre los habitantes de Roma, que se entregan a toda clase de desenfrenos. Dios permite esto como castigo de la perversión religiosa a la que se habían entregado los adoradores de la Bestia28. En Rev_17:4, la Roma pagana es presentada como una mujer que lleva en su mano la copa embriagante de los cultos paganos y de las abominaciones morales con las que ha emborrachado a los pueblos que le estaban sometidos.
Un tercer ángel clama con fuerte voz, diciendo: Si alguno adora la Bestia y su imagen, o recibe la señal de la Bestia, confesándose por suyo, ese tal beberá del vino del furor de Dios (v.4-10), es decir, recibirá su retribución merecida. Beber del vino fuerte de la ira divina, sin rebajarlo con el agua de la misericordia, equivale a emborrachar con el terrible castigo merecido por la fornicación embriagante del culto imperial 29. El vino puro, sin mezcla alguna de agua y miel, que usaban los antiguos, y que embriagaba a los que lo tomaban, es una imagen bíblica para designar los castigos de Dios 30. En este sentido decía el profeta Jeremías: Así me dijo Yahvé, Dios de Israel: Toma de mi mano esta copa de espumoso vino y házselo beber a todos los pueblos a los que yo te he enviado. Que beban, que se tambaleen, que enloquezcan ante la espada que yo arrojaré en medio de ellos. Y tomé la copa de la mano de Yahvé, y la di a beber a todos los pueblos contra los cuales me envió Yahvé. 31
¿Cuál es el castigo divino que se anuncia bajo la imagen del vino del furor de Dios? En nuestro pasaje del Apocalipsis, el castigo divino es el fuego eterno que atormentará a los adoradores de la Bestia. El lugar en que serán atormentados por toda la eternidad es el estanque de fuego y azufre 32. Esta imagen, que se hizo familiar en la teología judía para significar los tormentos de la gehenna, se inspira en el castigo que sufrieron Sodoma y Comorra 33. También constituye un rasgo claramente judío la idea de que los reprobos habían de sufrir el castigo en presencia de los que habían despreciado y perseguido 34, para mayor confusión de los atormentados. El Libro de Henoc, por ejemplo, dice a este respecto: Yo los entregaré (a los reyes y poderosos) en manos de mi Elegido; como la paja en el fuego, así arderán ellos ante la faz de los santos, y como se sumerge en el agua, así se hundirán ellos delante de la faz de los justos, y ninguna traza de ellos será en adelante encontrada. 35 Pero todavía resultará más espantoso para los adoradores de la Bestia el ser atormentados en presencia del Cordero, su redentor.
El tormento con fuego y azufre es una imagen empleada frecuentemente en la Biblia para significar un fuego muy intenso y más atormentador que el fuego ordinario. En el salmo u,6 se dice que Dios lloverá sobre los impíos carbones encendidos; y que el fuego, y el azufre y un torbellino huracanado será la porción de su cáliz. Isaías amenaza a Asur con una hoguera que el soplo del Señor va a encender como torrente de azufre 36. Ezequiel dice que Dios enviará sobre Gog, entre otras cosas, fuego y azufre 37. Y el vidente de Patmos, hablando del fin de la Bestia, afirma que será arrojada al lago de fuego que arde con azufre. 38 La misma suerte está reservada al diablo 39 y a todos los impíos40. Este castigo no tendrá fin ni reposo, pues durará por los siglos de los siglos y sin interrupción noche y día 41. Un tal castigo escatológico por el fuego se encuentra ya expresado en Isa_66:24, Que a su vez parece haber inspirado al autor del Eco_7:16-17 (LXX). Los apócrifos desarrollan a su antojo la idea de Isa_66:24, enriqueciéndola con nuevos rasgos. La amenaza de la destrucción de Babilonia (Roma) era un castigo temporal, pero ahora el castigo ya es eterno, pues recae sobre los individuos. El v.11 enseña bastante claramente la eternidad de las penas del infierno.
Contrastando con el terrible castigo que han de sufrir los adoradores de la Bestia, San Juan promete a los fieles la bienaventuranza eterna (v.12-13). El vidente de Patmos dirige a los cristianos que se han mantenido fieles una especie de advertencia o reflexión, que constituye una repetición Deu_13:10. Los santos, es decir, aquellos que guardan los preceptos de Dios y la fe, que tiene por objeto a Jesucristo (v.12), han de acostumbrarse a sufrir los padecimientos temporales para evitar los eternos (Bossuet). La existencia de los cristianos en este mundo discurre en una continua lucha por su fe en medio de un mundo adverso. Sólo el que permanezca fiel a la fe de Cristo obtendrá la victoria final. A la vista del fin que aguarda a los impíos, los fieles deben sentirse alentados y mantenerse firmes en la observancia de los preceptos divinos y en la fidelidad a Dios, aunque para ello tengan que soportar las más graves pruebas. Sabido es que, según San Pablo42, la paciencia se perfecciona con la tribulación. Además, la paciencia de los santos es fortificada por la certeza de la ruina de sus perseguidores.
A esta amonestación de San Juan responde una voz del cielo, que dice: Bienaventurados los que mueren en el Señor (í.13). Es la segunda bienaventuranza que encontramos en el Apocalipsis, de las siete que contiene 43. La voz que oye Juan parece ser la del Espíritu Santo, ya que se refiere a Cristo en tercera persona, en el Señor, y se habla expresamente del Espíritu, que es el que manda a San Juan escribir. La voz del Espíritu declara bienaventurados a los que mueren en comunión con Cristo 44. El autor sagrado no se refiere únicamente a los mártires, es decir, a los que mueren por el Señor, sino a todos los cristianos que mueren en el Señor, es a saber: unidos a El por la fe y el amor. La muerte corporal, que para los impíos es el comienzo de la muerte segunda en el lago de fuego y azufre 45, para los fieles de Cristo es el comienzo del descanso de sus trabajos, porque sus obras les acompañan y Dios se las premiará abundantemente. Por eso, los cristianos muertos en el Señor podrán gozar del descanso y de la bienaventuranza eternos antes del día de la parusía: ya desde ahora, Üôô'Üñôé, como dice el texto griego46. Es la misma doctrina que enseña San Pablo en Fu 1:23. Con esta esperanza no hay duda que los fieles se sentirían fortalecidos para soportar las persecuciones con paciencia y fe operante. Y, al mismo tiempo, comprenderían mejor la triste suerte de los infieles, de quienes dice San Pablo que viven sin esperanza. 47



Siega y vendimia simbólicas de los gentiles, 14:14-20.
14 Miré y vi una nube blanca, y sentado sobre la nube a uno semejante a un hijo de hombre, con una corona de oro sobre su cabeza y una hoz en su mano. 15 Salió del templo otro ángel, y gritó con fuerte voz al que estaba sentado sobre la nube: Arroja la hoz y siega, porque es llegada la hora de la siega, porque está seca la mies de la tierra. 16 El que estaba sentado sobre la nube arrojó su hoz sobre la tierra, y la tierra quedó segada. 17 Otro ángel salió del templo que está en el cielo, y tenía también en su mano una hoz afilada. 18 Y salió del altar otro ángel que tenía poder sobre el fuego y clamó con fuerte voz al que tenía la hoz afilada, diciendo: Arroja la hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque sus uvas están maduras. 19 El ángel arrojó su hoz sobre la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en la gran cuba del furor de Dios, 20 y fue pisada la uva fuera de la ciudad, y salió la sangre de la cuba hasta los frenos de los caballos por espacio de mil seiscientos estadios.

Los tres primeros ángeles han anunciado como ya hemos visto la suerte futura de Babilonia (Roma), de las dos Bestias y de sus seguidores. También ha sido proclamada la predicación del Evangelio, que asegura la felicidad eterna de los cristianos. Aquí aparecen otros cuatro personajes, que anuncian el juicio y la destrucción de todas las naciones gentiles, con lo que terminará la persecución de los cristianos. Las naciones paganas serán exterminadas porque no han querido escuchar el mensaje divino. Esta catástrofe es descrita bajo las imágenes de una siega y dé una vendimia, que son tradicionales en la Biblia para expresar un castigo 48. El autor del Apocalipsis parece inspirarse en Joe_4:12-13, que emplea simultáneamente ambas imágenes al hablar del gran día de Yahvé. La realización de la profecía de Rev_14:15-20 será descrita en Rev_19:11-21.
San Juan nos presenta una nueva visión, en la que aparecen, uno en pos de otro, dos cuadros de significado análogo. El primero se halla inspirado en Daniel49. El vidente de Patmos contempla una nube blanca, y sobre ella aparece sentado un ser misterioso, semejante a un hijo de hombre (v.14). Las nubes movidas por el viento constituyen el vehículo habitual sobre el cual Dios se desplaza en las visiones proféticas 50. Aquí, el que aparece sobre una nube blanca es Jesucristo, el cual lleva una corona de oro sobre su cabeza, en señal de victoria, y una hoz en su mano, como ejecutor de la sentencia divina contra los adoradores de la Bestia. No hay duda que se trata de Cristo, como se ve por el misterio con que se le designa. No tiene nombre y es semejante a un hijo de hombre. Bajo esta forma suele San Juan, como Daniel y, en general, los autores apocalípticos, designar a Dios o a los personajes celestes, para indicar la grandeza de su personalidad, que ningún nombre basta a significar. La expresión Hijo del hombre es mesiánica tanto en los Evangelios 51 como en el Apocalipsis 52. De donde se sigue que el que está sentado sobre la nube no puede ser un ángel, sino el mismo Cristo. Y si recibe la orden de segar de un ángel, esto no significa que sea inferior en dignidad a los ángeles53, sino simplemente que Dios Padre comunica a su Hijo por medio de un ángel el mandato de castigar a las naciones paganas 54. San Juan dice en el cuarto Evangelio que el Padre entregó el juicio a Jesucristo, en cuanto es Hijo del hombre55. Pero si el Padre se lo entrega al Hijo del hombre, es señal de que a El pertenece en propiedad, y que el Hijo del hombre lo tiene por delegación.
El vidente de Patmos contempla a otro ángel que sale del templo, su morada, el cual grita con potente voz al que está sentado en la nube: Arroja la hoz y siega, porque la mies ya está madura (v.15). El que estaba sentado sobre la nube arrojó la hoz y la tierra quedó segada (v.16). El templo de donde procede el ángel parece ser el templo celeste, de donde también sale el ángel que ha de hacer la vendimia (v.17) y los ángeles de las siete copas56. En cuyo caso, el ángel que sale del templo celeste sería uno de los más altos mensajeros de Dios Padre, que transmite a Jesús, Juez de los hombres, en cuanto Mesías, la orden de ejecutar su obra definitiva. Si, por el contrario, el templo es el de Jerusalén, imagen de la Iglesia 57, el sentido será aún más satisfactorio. Se trataría del ángel guardián de los fieles que manifiesta a su Jefe los deseos de su Esposa, cuyos méritos están ya completos 58.
Jesucristo tiene en su mano la hoz afilada con la cual va a segar la cosecha, que ya está a punto. La siega de que nos habla el ángel simboliza el juicio. Este mismo sentido es el que tiene en diversos lugares de la Sagrada Escritura 59. Especialmente próximo al nuestro es un texto de Joel, que dice: Que se alcen las gentes y marchen al valle de Josafat, porque allí me sentaré yo a juzgar a todos los pueblos en derredor. Meted la hoz, que está ya madura la mies. Venid, pisad, que está lleno el lagar y se desbordan las cubas, porque es mucha su maldad.60 En estos pasajes se trata del juicio de los enemigos de Dios o del juicio del mundo. Sin embargo, hay otros pasajes en el Nuevo Testamento 61, en los que se habla de la recolección de las almas creyentes e incluso de los elegidos. ¿De quiénes se trata aquí? ¿La siega es un castigo ejecutado sobre los adoradores de la Bestia o una separación del grano bueno y limpio de la paja? Como en el v.16 no se habla para nada de la ira divina, muchos autores creen que la siega de la primera hoz no representa un castigo, sino la recolección de la mies ya madura de los justos 62. Por consiguiente, el sentido de este cuadro sería el mismo de la amonestación precedente. El Señor vendría a recoger a los suyos. Un indicio de esto lo encuentran dichos autores en el color blanco de la nube, que parece indicar no castigo, sino más bien victoria. Sin embargo, el paralelismo con la escena inmediatamente siguiente (v. 17-20) abogaría preferentemente en favor de un castigo, de una plaga que se abatiría sobre buenos y malos.
El acto de arrojar las hoces constituye una de esas acciones simbólicas que se dan con tanta frecuencia en los profetas 63. La doble acción de arrojar las hoces tiene una misma significación.
Después viene un segundo cuadro semejante al primero (v. 17-20). La única diferencia está en que en el primero era el mismo Señor el que hacía la siega, mientras que en el segundo es un ángel el encargado de ejecutarla. Este ángel sale también del templo, que está en el cielo, con una hoz bien afilada, con la cual llevará a efecto la misión punitiva para la que ha sido enviado. Pero ha de esperar la orden divina de ejecutarla. Para comunicársela viene otro ángel, el que está al cuidado del fuego del altar, probablemente el mismo que arrojó las brasas del altar de los perfumes sobre la tierra 64. También podría tratarse del ángel que cuida del fuego del altar de los holocaustos, bajo el cual estaban las almas de los mártires 65, que pedían a Dios justicia. Esta justicia sería la que se dispone a ejecutar ahora el ángel. Las oraciones de los mártires, llevadas por el ángel ante la presencia de Dios, son las que obtienen el exterminio de los pecadores.
A la orden que da el ángel que cuidaba del fuego, el otro ángel arrojó la hoz y vendimió los racimos de la viña de la tierra (v.18). Es decir, recolectó las uvas que ya estaban maduras, con lo cual quiere significar que la maldad de los hombres había llenado la medida. Por eso se puede proceder ya a su castigo. Y, en efecto, el ángel vendimió con su podadera la viña de la tierra y echó sus racimos en el lagar del furor de Dios (v.19). La imagen de la vendimia o del lagar, en donde se pisan las uvas, para significar un castigo divino, es ya empleada por los profetas. Nuestro texto se inspira en Isa_63:1-6, en donde Yahvé, vencedor de Edom, pisa a los enemigos en su furor: ¿Quién es aquel que avanza enrojecido, con vestidos más rojos que los de un lagarero exclama el profeta , tan magníficamente vestido, avanzando en toda la grandeza de su poder? Soy yo el que habla justicia, el poderoso para salvar. ¿Cómo está, pues, rojo tu vestido y tus ropas como las de los que pisan en el lagar? He pisado en el lagar yo solo y no había conmigo nadie de las gentes. He pisado con furor, he hollado con ira, y su sangre salpicó mis vestiduras y manchó mis ropas. Porque estaba en m1 Corazón el día de la venganza y llegaba el día de la redención. Miré, y no había quien me ayudara, me maravillé de que no hubiera quien me apoyase; y salvóme mi brazo, y me sostuvo mi furor, y aplasté a los pueblos en mi ira, y los pisoteé en mi furor, derramando en la tierra su sangre.66 También el mismo Apocalipsis nos presentará, en el capítulo 19, al Verbo de Dios como caballero victorioso que avanza por medio de sus enemigos con sus vestidos empapados en sangre 67.
El ángel, para expresar la venganza de Dios contra los adoradores de la Bestia, vendimia la viña de la tierra, echa las uvas en el lagar y Zas pisa fuera de la ciudad (v.20). Los racimos simbolizan la multitud de los impíos, y el vino, su sangre. Es una terrible hecatombe, que traerá consigo el exterminio de los idólatras. La magnitud del desastre se expresa mediante una imagen hiperbólica: Y desbordó la sangre del lagar hasta los frenos de los caballos por espacio de mil seiscientos estadios. En la literatura apócrifa también se encuentran imágenes parecidas. El Libro de Henoc, por ejemplo, describiendo la matanza de los pecadores entre ellos mismos, afirma: El caballo avanzará cubierto hasta el pecho en la sangre de los pecadores, y el carro quedará sumergido hasta su parte más alta68. La sangre de los adoradores de la Bestia inundará según el Apocalipsis una extensión de i.600 estadios, alrededor de unos 300 kilómetros, pues el estadio tenía unos 192 metros. La extensión de Palestina desde Tiro hasta Wadi el-Aris es de i .664 estadios, o sea unos 300 kilómetros. De ahí que algunos autores piensen que el autor sagrado quiere incluir toda la Palestina como símbolo de la totalidad del Imperio romano 69. Sin embargo, la cifra 1.600 estadios (=40 X 40) tal vez sea meramente convencional, sin valor aritmético, como sucede ordinariamente en el Apocalipsis. En cuyo caso, el número de estadios designaría una gran extensión, y serviría únicamente para dar una idea más cabal de la magnitud del desastre. La cifra indicada es también múltiplo de 4, número que designa las cuatro partes del mundo y los cuatro vientos, de donde se habían de juntar las naciones paganas para la guerra. En la guerra escatológica todos los pueblos se enfrentarán con Dios.
¿En qué lugar se llevará a cabo este juicio punitivo de los idólatras? Según San Juan, tendrá lugar fuera de la ciudad (v.20). Pero ¿de qué ciudad se trata? Según Rev_14:1, el Cordero se hallaba sobre el monte Sión. Luego el juicio sería en los alrededores de Jerusalén. Por otra parte, el profeta Joel70 afirma que el juicio divino tendrá lugar en el valle de Josafat, que se encuentra muy cerca de Jerusalén 71. Y según Zacarías 72 y Ezequiel73, el exterminio de las naciones paganas se llevará a cabo fuera de Jerusalén, en el monte de los Olivos. La literatura apócrifa judía también nos presenta al Mesías sobre el monte Sión juzgando a las naciones 74.
Este sangriento juicio contra los paganos idólatras es un preludio de la gran batalla que será descrita en los capítulos siguientes, y que será ganada por el Verbo 75. Es éste un procedimiento de composición literaria bastante frecuente en el Apocalipsis. Se suele adelantar en una visión esquemática el contenido de toda una revelación que después se irá desarrollando en escenas más amplias, más precisas, que proyectarán nueva luz sobre los hechos descritos.

1 Rev_19:2. 2 Rev_19:8. 3 Miq 4:1-2; Isa_2:2-3; cf. Joe_3:5; Joe_4:17; Sal_110:2; Mat_21:4-5; Rom_11:26. 4 Gf. 4 Esd_13:35-39; Esd_13:5 Esd_2:42-43; Apocalipsis de Baruc 40:1-2. El texto del 5 Esd_2:42-43 es muy parecido al del Apocalipsis de San Juan, del cual depende. 5 Gf. Sal_2:6; Sal_48:155; Sal_53:7. 6 Cf. J. Murray, Instrumenta música Sacrae Scripturae: VD 32 (1954) 84-89. 7 Rev_13:4-12. 8 Hay muchos autores que piensan de modo diverso: cf. E. B. Allo, o.c. p.217; M. García Cordero, o.c. p.156. 9 San Agustín, De virginibus 27-29; San Jerónimo, Adv. lovin,Rev_1:40. Cf. M. García Cordero, ibid. 10 1Co_7:32.34- 11 Siguen esta misma interpretación Alcázar, Bossuet, Calmet, Crampón, Osty, Boismard, Koester, Bezzel, Ragaz y otros. 12 Cf. Hebg,14; 1Pe_1:19. 13 Cf. Exo_23:19; Exo_34:26; Lev_23:10. 14 Cf. 1Co_15:20.23. 15 Es ésta una concepción frecuente en San Juan (Jua_3:20-21; 1Jn_1:6). 16 Apo_21:8; 1Jn_22:15. Hay muchos autores que identifican los 144.000 vírgenes con los 144.000 marcados con el sello de Dios (Rev_7:4). A propósito de esto, cf. M. E. Boismard, Notes sur l'Apocalvpse: RB 59 (1952) 161-172; V. Laridon, Visio Agnicum Virginibus in monte Sion: Collationes Brugenses 48 (1952) 385-392; P. Miranda, El Cordero y su Iglesia (Rev_14:1-5): RevBi 15 (1953) 10-15. 17 Cf. Ap 14:15- 18 Cf. Ch. Masson , L'évangile éternel de VApocalypse 14:6-7: Homrnage a K. Barth (París 1946). 19 Cf. Rev_10:5-7. 20 Cf. Rev_16:14. 21 Cf. Oráculos sibil. 5:143.159; Baruc siríaco 67:7; 1Pe_5:13. 22 Isa_21:1-9; Jer 50:1-51:64. 23 Dan_4:27. 24 Jer_51:7-8. 25 Ap 17:1ss. 26 Isa_21:9-10; cf. Jer_50:2. 27 Cf. Is 51:Isa_17:22; Jer_51:7. 28 E. B. Allo, o.c. p.239. 29 Cf. S. Bartina, o.c. p.734. 30 Sal_75:9; Isa_51:17 31 Jer 25:15 32 Cf. Rev_19:20 33 Gen_19:24; cf. Eze_38:22; Isa_30:33. 34Sab_5:1-5; cf. J. Bonsirven, Le Juda'isme palest. I p.; 35 Libro de Henoc 48:9. 36 Is 30:33- 37 Eze_38:22. 38 Ap IQ.20. 39 Rev_20:95. 40 Apo_21:8. 41 Rev_14:11. 42 Rom 5:3.5. 43 Cf. Rev_1:3; Rev_14:13; Rev_16:15; Rev_19:9; Rev_20:6; Rev_22:7.14. VerS. Bartina, Los macarismos del Nuevo Testamento. Estudio de la forma: EstEcl 34 (1960) 57-88. 44 1Co_15:18; 1Te_4:14. 45 Rev_21:8. 46 La Biblia Nácar-Colunga omite en este lugar, tal vez por un lapsus, la traducción de Üéô* Üñôé = ya desde ahora, que es exigida por el texto griego. 47 1Te_4:13. 48 Isa_17:5; Isa_27:12; Isa_63:355; Jer_25:155; Lam_1:15; Mat_3:12; Lam_13:30.39; Mar_4:29. 49 Dan_7:13. 50 Isa_19:1s; Sal_18:11. 51 Mt 11:19; 16:13; Mar_2:28; Mar_10:45; Luc_6:22; Luc_7:34; Luc_9:22; Luc_12:40; Luc_19:10. 52 Rev_1:13. 53 Heb_1:5-7; Rev_3:1. 54 Cf. Mat_9:38; Mat_24:36; Mar_13:32; Hec_1:7. 55 Jua_5:22.27. 56 Rev_15:6-8. 57 Rev_11:1. 58 Rev_22:17. Cf. E. B. Allo, o.e. p.244 · 59 Isa_18:5; Jer_51:33; Mat_13:39. 60 Joe_4:12-13. 61 Mt 3:12; 9:373; Luc_10:2. 62 Cf. Mat_13:30-43. 63 Gf. 1Re_11:29-39; 2Re_13:14-19. 64 Rev_8:3-5. 65 Rev_6:9-10. 66 Isa_63:1-6; cf. JU.13. 67 Rev_19:13-15. 68 Libro de Henoc 100:3. 69 Cf. S. Bartina, o.c. 70 Ji 4:2.12. 71 La tradición judía y cristiana suelen identificar el valle de Josafat con el valle del Cedrón, que separa el monte Sión del monte de los Olivos. 72 Zac_14:4. 73 El 238-39. 74 Cf. 4 Esd_13:35-38; Baruc sir. 40:1-2; Oráculos sibil 3:663-697. 75 Rev_19:13-15.21.