Apocalipsis  17 Sagrada Biblia (Nacar-Colunga, 1944) | 18 versitos |
1 Vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, y habló conmigo, y me dijo: Ven, te mostraré el juicio de la gran Ramera que está sentada sobre las grandes aguas,
2 con quien han fornicado los reyes de la tierra, y los moradores de la tierra se embriagaron con el vino de su fornicación.
3 Llevóme en espíritu al desierto, y vi una mujer sentada sobre una bestia bermeja, llena de nombres de blasfemia, la cual tenía siete cabezas y diez cuernos.
4 La mujer estaba vestida de púrpura y grana, y adornada de oro y piedras preciosas y perlas, y tenía en su mano una copa de oro, llena de abominaciones y de las impurezas de su fornicación.
5 Sobre su frente llevaba escrito un nombre: Misterio: Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra.
6 Vi a la mujer embriagada con la sangre de los mártires de Jesús, y, viéndola, me maravillé sobremanera.
7 Díjome el ángel: ¿De qué te maravillas? Yo te declararé el misterio de la mujer y de la bestia que la lleva, que tiene siete cabezas y diez cuernos.
8 La bestia que has visto era, pero ya no es, y está a punto de subir del abismo y camina a la perdición; y se maravillarán los moradores de la tierra, cuyo nombre no está escrito en el libro de la vida desde la creación del mundo, viendo la bestia, porque era y no es, y reaparecerá."
9 Aquí está el sentido, que encierra la sabiduría. Las siete cabezas son siete montañas sobre las cuales está sentada la mujer,
10 y son siete reyes, de los cuales cinco cayeron, el uno existe y el otro no ha llegado todavía; pero, cuando venga, permanecerá poco tiempo."
11 La bestia, que era y ya no es, es también un octavo, que es de los siete, y camina a la perdición.
12 Los diez cuernos que ves son diez reyes, los cuales no han recibido aún la realeza, pero con la bestia recibirán la autoridad de reyes por una hora.
13 Estos tienen el solo pensamiento de prestar a la bestia su poder y su autoridad.
14 Pelearán con el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque es el Señor de señores y Rey de reyes, y también los que están con El, llamados, y escogidos, y fieles.
15 Me dijo: Las aguas que ves, sobre las cuales está sentada la ramera, son los pueblos, las muchedumbres, las naciones y las lenguas.
16 Los diez cuernos que ves, igual que la bestia, aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda, y comerán sus carnes, y la quemarán al fuego.
17 Porque Dios puso en su corazón ejecutar su designio, un solo designio, y dar a la bestia la soberanía sobre ella, hasta que se cumplan las palabras de Dios.
18 La mujer que has visto es aquella ciudad grande que tiene la soberanía sobre todos los reyes de la tierra.

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Introducción a Apocalipsis 

Times New Roman ;;;

Apocalipsis.

Introducción.

Título.
El término apocalipsis es la transcripción de la primera palabra griega, áðïêÜëõøç, con la que empieza nuestro libro: Apocalipsis de Jesucristo. El substantivo apocalipsis = revelación proviene del verbo griego áðïêáëýðôù, que significa revelar, descorrer el velo, descubrir. En el Nuevo Testamento, un apocalipsis es, pues, esencialmente, una revelación, hecha por Dios a los hombres, de cosas ocultas conocidas sólo por El 2. Aquí la revelación va dirigida a San Juan, el cual recibe la misión de comunicarla a las siete iglesias de la provincia proconsular de Asia: Efeso, Esmirna, Pergamo, Tia-tira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. Estas siete iglesias representan a todas las comunidades cristianas del Asia a las cuales dirige San Juan su mensaje. Es probable que nuestro autor tome apocalipsis en el sentido de manifestación de Jesucristo como Señor y como Juez, pues es el sentido que mejor responde al contenido de su mensaje.
En la época en que escribía San Juan, el término apocalipsis servía para designar - tanto entre los judíos como entre los cristianos - libros que contenían revelaciones divinas acerca de diferentes objetos, especialmente sobre el futuro 3. Y estas revelaciones divinas podían ser hechas directamente por Dios, o por medio de ángeles. Pero, sin revelación divina, no se podía dar apocalipsis, porque el hombre es incapaz de conocer por sí mismo los secretos celestes.

Género apocalíptico.
Para la verdadera inteligencia del Apocalipsis importa más que nada conocer el género literario en que fue escrito. El género apocalíptico, propio de nuestro libro, tuvo gran éxito en ciertos ambientes judíos en la época en que escribía San Juan. A partir del siglo II a.C. comienza una gran floración de apocalipsis, la mayor parte de ellos apócrifos, que se irá extendiendo más y más hasta el siglo ni d. Hasta nosotros ha llegado un cierto número de estas obras apócrifas, como los libros de Henoc, el libro de los Jubileos, los Testamentos de los doce Patriarcas, los Secretos de Henoc, la Asunción de Moisés, el Cuarto libro de Esdras, el Apocalipsis de Abrahan, de Isaías, de Baruc, de Sofonías, de Ezequiel, la Vida de Adán y Eva, Salmos de Salomón, Oráculos sibilinos, etc. Todos tienen de común el pretender descubrir a los hombres lo que Dios sólo, o los seres celestiales, conocen, es decir, sucesos futuros referentes al pueblo de Dios y a la vetsaida de los tiempos escatológicos. Y lo hacen con el fin de consolar a los espíritus abatidos y de infundirles nuevos ánimos, en medio de las persecuciones y desgracias por las que tuvo que pasar Israel. Ante la terrible persecución de Antíoco Epífanes (168-165 a.C.), ante la toma de Jerusalén por Pompeyo (63 a.C.), y ante la destrucción del templo y del pueblo judío (70 y 135 d.C.), no tiene nada de extraño que muchos fieles yahvistas pensasen en el próximo fin de la religión y de la raza elegida. Fue entonces cuando comenzaron a aparecer escritos apocalípticos que cantaban la gloria del futuro Israel. Estos apocalipsis eran mensajes de esperanza para los judíos fieles, pues les recordaban la fidelidad de Dios a sus promesas. Pero, al mismo tiempo, eran una amenaza para los gentiles y los judíos apóstatas, e incluso a veces una invitación a la conversión.
Los grandes sucesos por medio de los cuales Dios obrará la liberación de Israel son presentados por la literatura apocalíptica como inminentes. Pero, al no encontrar una solución inmediata para los males nacionales del momento presente, se refugian en un futuro glorioso íntimamente ligado con los últimos días. Los autores apocalípticos recurren de ordinario a visiones divinas, a intervenciones de ángeles, que se presentan como guías o intérpretes de los hechos misteriosos que han contemplado. Esas visiones o revelaciones suelen tener lugar en las esferas celestes. Los hechos históricos contemporáneos del autor apocalíptico son presentados bajo una forma oscura y misteriosa. Y lo que esos autores no conocen por la historia lo presentan como envuelto en los velos de la profecía. Pretenden desligarse del presente para trasladarse a los tiempos futuros.
Por el hecho de que los libros apocalípticos suelen hablar del triunfo de Israel y de la religión yahvista sobre los imperios y pueblos paganos, de ordinario emplean la seudonimia. De este modo trataban de evitar la persecución de la autoridad, cuya inminente caída profetizaban como segura. Y, por otra parte, el autor quería autorizar y acreditar su mensaje ante sus contemporáneos, presentándose bajo el nombre de algún personaje célebre del Antiguo Testamento, como Abrahán, Moisés, Isaías, Henoc.
Otra nota característica de la literatura apocalíptica es su esoterismo. El mensaje suele ir dirigido a un grupo de iniciados. Para explicar la aparición repentina de una obra hasta entonces desconocida, simulan que acababa de encontrarse o que se hallaba en poder de un grupo restringido de personas. En sus descripciones no buscan la claridad, sino que complican las escenas para hacerlas más misteriosas. Muchas de las imágenes empleadas son plásticamente irrealizables. A veces se emplea también un lenguaje criptográfico y hasta cifrado, que sólo un cierto número de personas podía comprender 4.
El apocalipsis es, por lo tanto, una revelación hecha a ciertos hombres, directamente por Dios o por ministerio de los ángeles, ¿e cosas ocultas, especialmente de secretos divinos 5.
El hecho de que la revelación apocalíptica se refiera casi siempre a cosas ocultas del futuro hace que el apocalipsis sea al mismo tiempo una especie de profecía. Y tanto es así que a veces resulta difícil delimitar las fronteras exactas entre el apocalipsis y la profecía. Las visiones de Ezequiel, de Zacarías y de Daniel están, desde el punto de vista literario, a medio camino entre las sobrias profecías de Amos e Isaías y las complicadas revelaciones de muchos apocalipsis apócrifos. El Apocalipsis de San Juan también guarda este medio, y se asemeja bastante a los escritos de Ezequiel y Daniel 6, de los que toma muchas de sus imágenes y símbolos. El género apocalíptico se muestra más bien como un desarrollo del género profetice 7. Por otra parte, sin embargo, el género apocalíptico difiere bastante del género profético, pues es esencialmente alegórico, voluntariamente misterioso y siempre necesita interpretación.
La misión esencial del profeta es el recordar constantemente al pueblo sus obligaciones y las exigencias de la alianza. Para mejor llevar a cabo su misión puede recibir revelaciones especiales acerca de un suceso futuro, que él anuncia como signo cuyo cumplimiento justificará sus palabras y su misión 8. Otras veces, el profeta conoce y anuncia con antelación los castigos que han de abatirse sobre el pueblo de Dios. Y una vez que el castigo ha llegado, anuncia perspectivas de restauración y de renovación religiosa. El profeta es un vidente, un hombre que recibe de Dios revelación de hechos futuros que sus contemporáneos no conocen. Pero esta previsión del futuro es secundaria en la profecía; y se da al profeta sólo para favorecer su misión primordial, que es recordar al pueblo sus obligaciones morales.
Por el contrario, en la apocalíptica el elemento principal es la previsión y anuncio de cosas futuras, mientras que las preocupaciones morales inmediatas se esfuman y pasan a segundo término 9. El autor de un apocalipsis es, ante todo, un vidente. La revelación de las cosas misteriosas del futuro la recibe bajo la forma de visiones que consigna por escrito 10. Pero estas visiones no constituyen el objeto de la revelación, sino que son símbolos que sirven para expresarla. Los autores apocalípticos difieren de los profetas clásicos - según el P. Lagrange - en que, en lugar de tomar sus visiones del ambiente circundante, se elevan más alto; no piden a Dios que descienda, sino que prefieren subir hasta El para ver de cerca sus maravillas. 11
El simbolismo es una de las principales características del género apocalíptico. Todas las imágenes que el autor apocalíptico emplea son símbolos: una espada significa destrucción y exterminio; una corona representa la realeza del que la lleva; una palma, el triunfo; las alas, la agilidad para moverse. Un candelabro representa a una Iglesia determinada 12; una estrella, a un ángel; las siete cabezas de la Bestia pueden representar siete colinas (¿las de Roma?) o siete reyes 13. Los números son también casi siempre simbólicos, y no se deben tomar por lo que valen, sino por lo que simbolizan. El siete simboliza la plenitud, la perfección; el seis (=7 menos 1), por el contrario, representa la imperfección; el ocho, la sobreabundancia; el cuatro simboliza el mundo creado (= los cuatro elementos, los cuatro puntos cardinales); el doce representa al Israel antiguo y al nuevo (la Iglesia cristiana); mil designa una gran ciudad, y lo mismo el cuadrado de doce (=144 multiplicado por 1000). Incluso los mismos colores tienen valor simbólico: el blanco es signo de la victoria, de la pureza, de la alegría 14; el rojo es símbolo de la violencia; ej negro, de la muerte 15; el escarlata, de lujo y magnificencia 16.
Por eso, cuando un autor apocalíptico quiere describir una visión, se sirve de estos símbolos para expresar las ideas que Dios le sugiere. Como la finalidad que se propone no es la de describir una visión imaginable y coherente, sino la de traducir en lenguaje apocalíptico las ideas recibidas de Dios, de ahí que proceda por acumulación de símbolos, de cifras y de colores, sin preocuparse de su incoherencia. Teniendo esto en cuenta, sería un error querer imaginarse plásticamente, por ejemplo, la Bestia de siete cabezas y de diez cuernos del Apocalipsis de San Juan 17. ¿Cómo habría que repartir los diez cuernos sobre siete cabezas?
De donde se sigue que, en la interpretación del Apocalipsis de San Juan, es esencial el prescindir de lo plástico e imaginable, para contentarse con traducir intelectualmente los símbolos sin detenerse en los detalles más o menos sorprendentes. La Bestia representa al Imperio romano con sus emperadores (las cabezas) y sus reyes vasallos (los cuernos) 18. De los símbolos hay que extraer la idea, teniendo en cuenta su elasticidad y, a veces, hasta su incoherencia. El Apocalipsis de San Juan es una obra de un escritor oriental, de exuberante fantasía; de un vidente que vislumbra los destinos de la humanidad en un horizonte de eternidad. Sus visiones tienen mucho de flotante e inconsistente 19.
En la descripción de una visión apocalíptica, los detalles concretos poseen con frecuencia un valor simbólico y constituyen por sí mismos una enseñanza. A veces el mismo autor del Apocalipsis nos indica la interpretación de ciertos símbolos. Pero esto no es lo ordinario. Frecuentemente San Juan parece presuponer que sus lectores estaban al corriente del valor simbólico que él daba a sus imágenes. De ahí que hoy día no alcancemos a comprender el significado de ciertos símbolos, que debieron de ser claros para los contemporáneos del vidente de Patmos.
A hacer más oscura la interpretación de un escrito apocalíptico también contribuye el hecho de que el autor apocalíptico se esfuerza siempre por abstraer, al menos aparentemente, de su verdadera época. Se transporta siempre - como dice el P. Alio - a un punto convencional del pasado, al tiempo de un gran personaje como Henoc o Esdras, cualificado para recibir revelaciones divinas. Y es a este personaje al que hace hablar. Una de las características esenciales de los (apocalipsis) apócrifos es, por lo tanto, la seudonimia. Todos reposan sobre ficciones literarias. El autor pretendido podrá, pues, describir a modo de profecía los principales sucesos históricos que hayan tenido lugar desde su época hasta la del verdadero autor; y éste continuará esa serie de predicciones post eventum - sin que nada, en el tono ni en la forma literaria, denote el cambio - por sus propias especulaciones sobre el futuro. Construye de este modo un bloque que abarca hasta el fin del mundo, y descubre todos los designios de Dios en toda la historia de la humanidad. Es una verdadera filosofía de la historia 20. A veces el autor apocalíptico, no disponiendo de hechos históricos conocidos que le puedan servir de trama, tendrá que recurrir a las tradiciones alegóricas, a los lugares comunes de estrellas, metales, pedrerías, monstruos fantásticos, que muchas veces procederán de mitos y leyendas profanas. De aquí resulta con frecuencia la falta de unidad y la dificultad de armonizar los diversos puntos de vista escatológicos 21.
El Apocalipsis de San Juan ofrece numerosas semejanzas con los escritos apócrifos del género apocalíptico. Como éstos, se compone de visiones, con partes descriptivas y partes proféticas. El estilo empleado es figurado y misterioso. Se sirve de las mismas imágenes y expresiones que encontramos en la apocalíptica judía. Sin embargo, las diferencias son muy grandes. En primer lugar, el Apocalipsis del Nuevo Testamento no es un escrito seudónimo, sino que es presentado como obra de Juan, el vidente de Patmos 22.
Va dirigido a las iglesias donde él mismo había trabajado. Y trata de cosas que eran de primerísima actualidad. Por lo cual, cualquier fraude sería fácil de descubrir. Su unidad de enseñanza es perfecta. Juan nunca se ocupa de cosas inútiles (de los secretos cósmicos, etc.), como hacen frecuentemente los escritos apocalípticos. A imitación de los profetas antiguos, escribe con el fin primario de exhortar, de animar a sus hermanos sacudidos por la persecución y los peligros. La idea teológica central es el triunfo definitivo de Jesucristo sobre el mal en sus distintas manifestaciones históricas. La Iglesia y los fieles cristianos están ahora sometidos a sufrimientos y persecuciones; pero todo esto es algo pasajero. Cristo destruirá pronto todo lo que se opone a la implantación de su Iglesia en el mundo; y los cristianos que hayan permanecido fieles cantarán un cántico de alegría por toda la eternidad en el cielo. A veces San Juan no sólo exhorta y anima, sino que también reprende.

El Apocalipsis de San Juan y el Antiguo Testamento.
Si bien el Apocalipsis de Juan bebe abundantemente en la tradición apocalíptica judía, no es ésta la única ni la más impotante fuente del simbolismo joánico. Es más bien en los últimos profetas del Antiguo Testamento: Ezequiel, Zacarías, Daniel, en donde se puede encontrar el origen inmediato de los símbolos más importantes del Apocalipsis 23. El libro comido por Juan en Ap 10:9-10, es una adaptación de Ezequiel 24. Otro tanto sucede con la guerra de Gog y Magog 25, de la que nos habla San Juan en Ap 20:8. La descripción del cielo y del trono de Dios, con los cuatro animales que lo sostienen 26, depende indudablemente de la visión del carro divino de Ezequiel 27. El templo mesiánico de Ezequiel 28 tal vez haya influido en la concepción de la Jerusalén celestial, morada de los santos 29. También los lamentos sobre la ruina de Roma 30 parecen inspirarse en la elegía sobre la ruina de Tiro 31. La visión del ángel que mide el templo 32 y la ciudad 33 depende de Zacarías 34 y de Ezequiel 35. Los dos testimonios o testigos de Ap 11 constituyen una referencia a Zacarías36. De igual modo la visión de los caballos angélicos 37 depende de la visión de Zacarías 38 sobre los cuatro carros. La descripción del Hijo del hombre 39 está compuesta de rasgos que se inspiran en diversos pasajes del Antiguo Testamento 40. La primera Bestia de Ap 13 es una combinación de los cuatro monstruos que en Daniel41 representan la sucesión de cuatro imperios paganos. La imagen de la Mujer, en los dolores de parto, perseguida por el Dragón42, nos transporta a los orígenes de la humanidad, cuando Eva se dejó seducir por la serpiente. El arca de la alianza en el templo43 y la nube que llena el templo44 aluden a 2 Mac 2:5-8. para describir las persecuciones contra la Iglesia, San Juan se sirve largamente de las visiones del profeta Daniel, en las que describe la persecución de Antíoco Epífanes45. La visión de los que han triunfado de la Bestia 46, al lado de un mar de cristal y entonando el cántico de Moisés, alude al Ex 14-15. El tema del Éxodo y de la liberación de los israelitas de Egipto es ampliamente explotado para escribir todas las grandes liberaciones del pueblo de Dios 47.
La fuente principal, por consiguiente, del simbolismo de Juan es el Antiguo Testamento. Sin embargo, San Juan no se ha limitado únicamente a copiar a sus antecesores, sino que transforma las imágenes que él toma del Antiguo Testamento, imprimiéndoles el sello de su originalidad. Su inspiración profética es la que dirige el desarrollo de su obra. Como todo judío, con un conocimiento profundo de las Sagradas Escrituras, cuando quiere expresar una idea, le vienen espontáneamente a la pluma las expresiones del profetismo tradicional.

Procedimientos de composición en el Apocalipsis de San Juan.
Son muchos los autores modernos que defienden la unidad literaria del Apocalipsis, apoyándose en la lengua, tan característica de nuestro libro, con sus solecismos y semitismos, y en sus procedimientos de composición literaria. Si el Apocalipsis parece contener repeticiones, expresiones que chocan, etc., esto proviene del método de composición empleado por Juan.
Uno de los artificios literarios empleados por el Apocalipsis, el más claro, es el de las series septenarias: las siete cartas a las siete iglesias, los siete sellos, las siete trompetas, las siete copas. Algunos autores, apoyándose en este procedimiento literario tan característico, piensan que el Apocalipsis estaría enteramente construido mirando al número siete. Según el P. Loenertz 48 y, en parte, el P. Levie 49, cada serie septenaria va precedida por una sección preparatoria: i septenario: Cartas a las siete iglesias, Ap 1:9-3:22 (sec. preparatoria = 1:9-20); 2 septenario: Los siete sellos, Ap 4:1-7:17 (sec. preparatoria = 4:1-5:14); 3 septenario: Las siete trompetas, Ap 8:1-11:14 (sec. preparatoria = 8:1-6); 4 septenario: Señales en el cielo Ap 11:15-14:20 (sec. preparatoria = 11:15-19); 5 septenario: Las siete copas, Ap 15:1-16:16 (sec. preparatoria = 15:1-16:1); 6 septenario: Las voces celestes, Ap 16:17-19:5 (sec. preparatoria = 16, 17-21); 7 septenario: Las visiones del fin, Ap 19:6-22:5 (sec. preparatoria = 19:6-10).
Otro de los artificios de composición del Apocalipsis lo constituyen las anticipaciones y anuncios hechos en términos propios de alguna escena que sólo se describirá más tarde. Estas anticipaciones aparecen siempre en lugares análogos. Por donde se ve claramente que se trata de algo hecho conscientemente por el autor sagrado. Así, Ap 2:7 es una anticipación de 22:2; Ap 2:11 es una anticipación de 20:14; la nueva Jerusalén de Ap 3:12 es una anticipación de 21:2; el pasaje Ap 11:1-13 es una anticipación del capítulo 13; Ap 14:8 es una anticipación de los capítulos 17-19; Ap 14:10 es una anticipación del capítulo 16; Ap 16:12-14 es una anticipación de 19, 17-21; Ap 19:7-9 es una anticipación de los capítulos 21:22.
Estas y otras muchas anticipaciones dan la impresión de que todas las partes del libro guardan entre sí una sólida coherencia y que la exposición del autor sagrado progresa de una manera más bien cíclica que rectilínea. De aquí la ley de las ondulaciones, como la llama el P. Alio 50. Esta presupone la hipótesis de la recapitulación, expuesta por primera vez por Victorino de Pettau, según la cual el Apocalipsis no expone una serie continua y cronológica de sucesos futuros, sino que describe los mismos sucesos bajo diversas formas. Es una repetición cíclica de la misma historia, con frecuentes anticipaciones - como indicamos arriba - y retrocesos. Por consiguiente, las repeticiones del Apocalipsis no serían simples yuxtaposiciones de fuentes análogas, sino que se explicarían en el sentido de que, en el interior de una misma serie, una visión esquemática se explica después en forma más amplia, aportando a la primera una precisión y una nueva claridad. Por muy variadas que sean las imágenes, se encuentran enlazadas entre sí por tales analogías, que uno se siente inmediatamente inclinado a creer en la cuasi identidad de muchas cosas que ellas representan51.
Otros autores hablan del desdoblamiento de las representaciones joánicas en dos fases sucesivas: una acústica y otra óptica. San Juan en la narración de un mismo hecho, primero lo oye y luego lo ve. Esto puede desorientar al lector, haciéndole considerar como sucesos objetivamente diversos lo que en realidad no es otra cosa que una doble representación de un mismo hecho 52.
También encontramos en el Apocalipsis la ley de la perpetua antítesis 53. En casi todos los cuadros, o en cada una de las series, se encuentran frases y figuras antitéticas. Dentro de las mismas series hay lugares fijos, determinados, destinados exclusivamente a hacer resaltar la antítesis general. Es lo que el P. Alio llama la ley de periodicidad en la posición de la antítesis54. Las antítesis se encuentran ordinariamente al final de las visiones preparatorias que preceden a los septenarios, es decir, en cada sexto momento de los septenarios, si exceptuamos el de las cartas. San Juan tiene continuamente ante la vista la oposición de dos sociedades, de dos ciudades: la de los amigos de Dios, es decir, la verdadera Jerusalén, y la de los enemigos de Dios, es a saber: Babilonia, gobernada por el Dragón. La segunda parte del Apocalipsis (12-22) está toda ella dominada por las grandes antítesis de Cordero-Dragón, Mujer-Dragón, nueva Jerusalén-Babi-lonia. Además de estas antítesis claramente determinadas existen otras visiones o dichos sobre el poder del mundo y del diablo, que continuamente se alternan con otras sobre el poder de Dios y la victoria de los fieles. Igualmente las visiones que se refieren al mal alternan con otras que tratan del bien, y las que hablan de castigos, con otras que se refieren a la gloria55.

Autenticidad y canonicidad del Apocalipsis.
El mismo autor del Apocalipsis nos ha dejado su nombre: Juan 56. La tradición cristiana antigua identifica unánimemente este Juan con el apóstol San Juan, hijo del Zebedeo. Unos cincuenta años después de la muerte de San Juan en Efeso escribía allí mismo San Justino (f 153) su Dialogo con Trifón, en el que dice expresamente: Además hubo entre nosotros un varón, por nombre Juan, uno de los apóstoles de Cristo, el cual profetizó en la Revelación (Apocalipsis) que le fue hecha, que los que hubieren creído en Cristo pasarían mil años en Jerusalén57. San Policarpo (f 155), que fue discípulo inmediato del apóstol San Juan, considera el Apocalipsis como divinamente inspirado, y cita expresiones idénticas a las del Apocalipsis58. De Papías (áßâï) nos dice Andrés de Cesárea que afirmaba la autenticidad del Apocalipsis59. También San Ireneo (hacia 190), heredero de las tradiciones efesinas por haber vivido en Efeso cierto tiempo, identifica al autor del Apocalipsis con el apóstol San Juan 60. Tiene igualmente mucha importancia el claro testimonio del Fragmento de Muratori (de hacia 170): Apocalypsis etiam lohannis. Recipimus.61
En el resto del siglo II, y en la primera mitad del siglo siguiente, fueron muchos los escritores eclesiásticos que consideraron el Apocalipsis como obra del apóstol San Juan. Es usado por Clemente de Alejandría (hacia 21 5)62, por Orígenes (hacia 233)63 y por Tertuliano (hacia 207)64. Algunos autores de esta época, o incluso del siglo anterior, llegaron hasta escribir comentarios sobre el Apocalipsis. De estos últimos fue Melitón, obispo de Sardes (hacia 170), una de las ciudades a las que va dirigido el Apocalipsis 65.
Es evidente el peso que tiene el argumento de unanimidad de la tradición en los dos primeros siglos, acerca de la autenticidad y canonicidad del Apocalipsis.
La unanimidad se vio, sin embargo, rota en el siglo ðé, cuando los herejes alogos (negadores del Logos), entre los que se contaba un cierto Cayo, presbítero romano de principios del siglo ni, atribuyeron el Apocalipsis a Cerinto. Cayo, por reacción contra el abuso que hacían de él los montañistas, le negó todo valor canónico66. Con mayor moderación, San Dionisio, obispo de Alejandría (248-264), puso también en duda el origen apostólico del Apocalipsis, sin rechazar la canonicidad. Los argumentos en que se funda son literarios y teológicos, no de tradición. La causa de esto fue el hecho de que San Dionisio creía que en el Apocalipsis se enseñaba la doctrina milenarista. Y para quitar a los herejes milenaristas el fundamento bíblico del Apocalipsis, en el que se apoyaban, negó su autenticidad 67. Eusebio de Cesárea, que nos refiere las noticias precedentes, parece inclinarse en favor de la opinión de San Dionisio de Alejandría 68. Tampoco consideran el Apocalipsis como auténtico y canónico San Cirilo de Jerusalén, San Gregorio Nacianceno. Teodoreto y San Juan Crisóstomo nunca citan el Apocalipsis, lo cual parece indicar que no lo consideraban como libro sagrado. Falta también en la versión siríaca Peshitta.
Estos testimonios discordantes representan, sin embargo, una pequeña parte de la tradición patrística. Su actitud fue motivada no por razones de tradición, sino por motivos de polémica. Frente a esta actitud discordante se alza toda la Iglesia occidental, y con ella también muchos Padres orientales, como San Basilio, San Atanasio, San Gregorio Niseno, San Cirilo de Alejandría y San Epifanio 69. La Iglesia latina ha reconocido siempre la autenticidad apostólica y la canonicidad del Apocalipsis, y ha salido siempre en defensa de la tradición primitiva. Por eso es lícito afirmar que existe una tradición casi unánime de la Iglesia que considera el Apocalipsis como obra del apóstol San Juan.
Los documentos oficiales o cuasi oficiales que poseemos de la Iglesia universal confirman la tradición casi unánime de los Padres. El documento más antiguo que ha llegado hasta nosotros es el catálogo de los Libros Sagrados del concilio provincial de Hipona (año 393)· En él se encuentra el Apocalipsis como libro canónico 70. Lo mismo sucede en los catálogos de los concilios provinciales Cartaginense III y Cartaginense IV (años 397 y 419)71· Una carta del papa San Inocencio I a Exuperio, obispo de Tolosa (año 405), considera el Apocalipsis de San Juan como libro canónico 72. Igualmente, el catálogo de los Libros Sagrados, atribuido al papa San Gelasio (hacia 495), acepta el Apocalipsis de San Juan apóstol en el canon de las Sagradas Escrituras73. El concilio Toledano IV (a.633) castiga con la excomunión al que rechace el Apocalipsis de San Juan como no auténtico ni canónico 74. El concilio Florentino, en el decreto Pro lacobitis (4 de febrero de 1441), recibe y considera como inspirado el Apocalipsis de San Juan75. Y finalmente, el concilio Tridentino, el día 8 de abril de 1546, definió solemnemente el canon de las Sagradas Escrituras. En su decreto De canonicis Scripturis declara: Si alguien no recibiera por sagrados y canónicos estos libros - entre ellos es nombrado el Apocalipsis del apóstol Juan - íntegros con todas sus partes, según acostumbraron ser leídos en la Iglesia católica y se contienen en la antigua edición latina Vulgata, y despreciare a ciencia y conciencia las predichas tradiciones, sea anatema 76. Por consiguiente, el concilio Tridentino ha definido la canonicidad del Apocalipsis. Sin embargo, respecto de su autenticidad la Iglesia no ha definido nada. De ahí que los autores católicos puedan discutir acerca de ella.
En los tiempos modernos ha habido críticos, y los hay todavía hoy, que dudan de la autenticidad joánica del Apocalipsis o la niegan claramente. Y sinceramente hablando hay que reconocer que la atribución del Apocalipsis al apóstol San Juan, autor del cuarto evangelio, presenta serias dificultades, como lo reconocen al presente diversos autores católicos77.
Desde el punto de vista literario se encuentran indudables semejanzas en lo referente al estilo, vocabulario, fraseología, gramática. Sin embargo, las diferencias entre el Apocalipsis y el cuarto evangelio son también muy notables. Estas diferencias son tales que, según el parecer de importantes críticos, no se podrían explicar todas, ni por la diferencia de los temas tratados, ni por las diferentes, condiciones en las que fueron escritos el cuarto evangelio y el apocalipsis, ni por la distancia del tiempo. Otro tanto sucede con las ideas teológicas. No se encuentran en el Apocalipsis la mayor parte de los términos característicos del cuarto evangelio y de las epístolas de San Juan: amor, verdad, luz, tinieblas, mundo, en sentido peyorativo. La doctrina del Espíritu Santo, que tanta importancia tiene en el cuarto evangelio, apenas es esbozada en el Apocalipsis. Cristo es llamado, en ambos escritos, Cordero (de Dios), pero con dos palabras griegas distintas (Üìíüâ, Üñíßïí). La concepción escatológica es muy distinta. En el Apocalipsis se vive en espera de la venida de Cristo. El Hijo del hombre es Cristo glorioso que vendrá al final de los tiempos para juzgar a los impíos. El anticristo es una potencia política que se opone al establecimiento del reino de Dios. En el evangelio y en las epístolas, en cambio, Cristo ya ha venido, en cierto modo, y habita en el corazón de los fieles. El Hijo del hombre es Cristo exaltado por la resurrección, el cual ya ha llevado a cabo el juicio sobre los hombres, separando los fieles de los que no aceptan a Jesucristo. Los anticristos ejercen una influencia nefasta, esparciendo falsas doctrinas cristológicas. El Espíritu Santo, que habita en las almas de los fieles, realiza ya el reino de Dios entre nosotros 78.
Hay otras razones que aducen los críticos en contra de la autenticidad joánica del Apocalipsis. Las más importantes son las siguientes: el cuarto evangelio tiene como nota característica la originalidad y la personalidad, que le sitúan en un nivel distinto de los sinópticos. En cambio, el Apocalipsis no muestra esa nota de originalidad y personalidad. Frecuentemente el autor sagrado se limita a un reempleo literal de profecías del Antiguo Testamento, principalmente de Ezequiel. También resulta extraño que el autor del Apocalipsis no se dé nunca el título de apóstol en una época en que los ministerios eclesiásticos estaban claramente diferenciados 79. Además, no encontramos en el Apocalipsis ni una sola alusión a hechos concretos de la vida terrestre de Cristo. Esto resulta algo extraño en uno que habría vivido durante años en compañía de Jesucristo.
Todos estos hechos hay que tenerlos en cuenta cuando se trata de solucionar el problema de la autenticidad joánica. Hay autores católicos modernos que, apoyados en los hechos antedichos, consideran como probable autor del Apocalipsis a un discípulo de San Juan apóstol. Esto correspondería bien con los datos históricos transmitidos por Eusebio de Cesárea y las Constitutiones apostoli-cae 80, que hablan de un hombre llamado Juan. Este habría sido constituido por el apóstol San Juan obispo de Efeso a fines del siglo I.
Es importante tener presente que la cuestión del autor del Apocalipsis no es una cuestión de fe. Si el Apocalipsis hubiera sido escrito por un discípulo de Juan, tendríamos el mismo problema que en la epístola a los Hebreos, escrita por un discípulo de San Pablo 81. Esto no impide que el Apocalipsis sea inspirado, del mismo modo que los demás libros del Nuevo Testamento 82.
Sin embargo, el argumento de tradición y las semejanzas existentes entre el Apocalipsis y el cuarto evangelio conservan todavía toda su fuerza. Solamente se encuentra en el Apocalipsis y en el cuarto evangelio el término Logos, aplicado a Cristo, que es característico de San Juan Apóstol. También se emplean en el Apocalipsis las expresiones agua viva o agua de vida 83, que son propias del lenguaje joánico. Se emplean con frecuencia los términos testimonio (ìáñôõñßá) y verdadero (Üëçâéíüò), que son expresiones muy empleadas por el cuarto evangelio 84.
Las diferencias de lenguaje entre el Apocalipsis y el cuarto evangelio tal vez provengan, al menos en parte, del género literario apocalíptico empleado por el autor sagrado. El Apocalipsis depende frecuentemente del Antiguo Testamento, especialmente del Génesis, Ezequiel, Zacarías y Daniel85. Y es muy probable que conociera los escritos apocalípticos judíos. Por otra parte, las incorrecciones gramaticales pueden provenir de las circunstancias en que fue compuesto el Apocalipsis. San Juan estaba desterrado en la isla de Patmos, condenado probablemente a trabajos forzados. Y no tenía la tranquilidad de ánimo suficiente para redactar un libro en estilo elegante y bien pulido. Además, es muy probable que no tuviera a su lado ningún discípulo helenista que le pudiera corregir su obra. En cambio, para la composición del cuarto evangelio dispuso de amanuenses y de correctores 86.

Tiempo y lugar de composición.
El mismo Apocalipsis nos dice que San Juan recibió la gran revelación (= apocalipsis) cuando se encontraba deportado en la isla de Patmos, a causa de la palabra de Dios 87. Ahora bien, según la tradición más antigua y más digna de fe, que nos ha sido transmitida por San Ireneo 88 y más tarde por Victorino de Pettau (f 303) 89, la deportación de San Juan a Patmos tuvo lugar hacia el final del reinado de Domiciano (81-96 d.C.). San Jerónimo, fundándose seguramente en Eusebio 90, precisa todavía más, afirmando que San Juan recibió las visiones del Apocalipsis en el año 140 15 de Domiciano, es decir, el año 95 d.C. 91. Existen, sin embargo, otros testimonios antiguos, como el de las Acta lohannis y el del Canon de Muratori, ambos del siglo n, que se inclinan por el tiempo de Nerón. San Epifanio (s.IV) coloca la deportación de San Juan bajo el emperador Claudio (Nerón?) 92. La Synopsis de vita et morte prophetarum y Teofilacto la atribuyen al tiempo de Trajano.
Las condiciones históricas que el libro supone se adaptan perfectamente al reinado de Domiciano, pues fue un emperador cruel y perseguidor 93. Exigió de sus súbditos el culto divino para sí mismo 94; y a los que se oponían los asesinaba o los deportaba 95. Las cartas a las siete iglesias corresponden bastante bien a las condiciones religiosas del Asia Menor hacia el final del siglo I. Algunas de las iglesias habían decaído de su fervor primitivo. Por eso, San Juan echa en cara a alguna de esas iglesias su pereza y decaimiento en el fervor religioso 96. Y, al mismo tiempo, las previene contra la infiltración de doctrinas perniciosas difundidas por falsos profetas y por los herejes nicolaítas 97. La persecución ha comenzado ya en Esmirna y en Pérgamo 98. Este cambio en el seno de las comunidades cristianas no es posible que haya tenido lugar poco tiempo después de San Pablo, sino que más bien tuvieron que pasar bastantes años para que decreciese el fervor religioso.
En efecto, San Pablo, cuando escribe a los Efesios y a los Colosenses desde su prisión romana, no considera estas iglesias ya invadidas por el error. Es verdad que los errores amenazaban la comunidad cristiana, principalmente la de Colosas; pero los errores todavía no habían inficionado las iglesias, como supone el Apocalipsis. Además, en tiempo de San Pablo, y, por lo tanto, bajo Nerón, la organización jerárquica de las iglesias era aún embrionaria. El Apocalipsis, por el contrario, parece suponer un gobierno monárquico en cada iglesia, pues se dirige al ángel - al obispo - de cada una de ellas. Alguna de estas iglesias han decaído mucho de su primer fervor cristiano, y hasta parece que se hallan invadidas por errores. Todo esto parece pedir un intervalo considerable entre la época de San Pablo y la del Apocalipsis.
Algunos autores, como, por ejemplo, el Ñ. Ì. E. Boismard, que admiten dos o más redacciones del Apocalipsis, colocan una de ellas en tiempos de Nerón, y la otra al final del reinado de Domiciano. La interpretación del capítulo 17 del Ap, en el que se dice que el emperador perseguidor es el sexto de la lista de los emperadores 10°, parece favorecer a primera vista este modo de ver. Porque para llegar a Domiciano habría que comenzar a contar desde Nerón, lo que no parece probable. En cambio, para llegar a Nerón basta con comenzar con César, que fue el verdadero fundador del Imperio romano. En cuyo caso se explica bien lo que se dice en Ap 13:3: la Bestia, herida de muerte, ha vuelto a resurgir. El Imperio romano, que pudo considerarse como deshecho con la muerte de César, volvió a tomar vida y mayores energías en la persona de Augusto. Al ver esta especie de resurrección de la Bestia, los pueblos se postran para adorarla 101. Fue, en efecto, el emperador Augusto el primero que recibió los honores divinos.
Otros escrituristas, como Gelin 102, Feuillet 103, distinguen dos fechas de composición: la perspectiva de las visiones miraría a la época de Vespasiano, y la publicación del Apocalipsis habría tenido lugar al final del reinado de Domiciano. En este caso, el Apocalipsis estaría artificialmente antidatado, cosa bastante frecuente en el género apocalíptico. Esto mismo explicaría, en parte, las repeticiones aparentes del libro, conservando su unidad literaria.
En lo que coinciden casi todos los autores es que fue escrito en época tardía dentro del siglo i. Esto es lo que también exigen ciertas características internas del libro, ya indicadas: decaimiento del fervor en las comunidades cristianas, fundadas en tiempo de San Pablo; herejías mucho más desarrolladas que las que suponen las epístolas de Santiago y la primera de San Pedro. Se puede, pues, aceptar la fecha sugerida por la tradición: habría sido compuesto el Apocalipsis hacia el año 95.
En cuanto al lugar de composición, la tradición se inclina por la isla de Patmos, en donde San Juan habría recibido la revelación = apocalipsis.

Destinatarios.
El Apocalipsis va dirigido inmediatamente a las siete iglesias del Asia Menor proconsular, es decir, a las iglesias de Efeso, Esmirna, Pérgamo, Filadelfia, Sardes, Laodicea y Tiatira. Sin embargo, estas iglesias vienen como a representar a la Iglesia universal, a la que en definitiva va dirigido el Apocalipsis.

Ocasión y finalidad del Apocalipsis.
La ocasión próxima de la composición del Apocalipsis - al menos según lo que da a entender el mismo libro 104 - fue la revelación que Juan recibió en la isla de Patmos. Dios le ordena expresamente poner por escrito las visiones habidas y consignarlas a los fieles. La razón de por qué tuvo esta revelación fueron las condiciones infaustas por las que estaban pasando los cristianos del Asia.
El culto imperial amenazaba con sumergir entre sus aguas ponzoñosas a todas las cristiandades del Asia Menor. Este culto idolátrico, que había comenzado a desarrollarse en tiempos de Augusto, adquirió proporciones gigantescas en el reinado de Domiciano, el cual se hacía llamar en las actas oficiales: dominus et deus noster. 105
Como los cristianos se oponían a este culto imperial, el cruel emperador desencadenó una cruenta persecución contra ellos. San Juan quiere con su libro consolar a los cristianos perseguidos e infundirles nuevo valor para que sigan luchando valientemente por Cristo. El Apocalipsis es, pues, un libro de consolación dirigido a los fieles perseguidos a muerte por el poder civil.
Pero no solamente el poder civil se ensañaba en los cristianos, sino también el sincretismo religioso oriental. Lo constituían los diversos cultos asiáticos, especialmente el de Cibeles, sostenidos por un poderoso sacerdocio. Este se aliaba con el poder civil para extinguir o adulterar las florecientes cristiandades del Asia Menor 106. También contribuían a sembrar el desconcierto en el rebaño de Cristo las persecuciones de los judíos y de los herejes cerintianos y nicolaítas.
San Juan se levanta en el Apocalipsis contra los graves peligros que amenazan a los fieles, y les exhorta a permanecer firmes en la doctrina de Cristo. Y pone ante sus ojos la perspectiva gloriosa del triunfo definitivo. Ese triunfo llegará pronto 107, y los cristianos verán tiempos mejores, en los que Jesucristo y su Iglesia reinarán sobre todos sus enemigos, tanto internos como externos. Por eso San Juan les exhorta reiteradamente a sufrir con paciencia las tribulaciones y persecuciones y a oponerse valientemente a la recepción de la marca o señal de la Bestia - el poder imperial -, reconociendo su carácter divino 108. Los himnos que cantan los cristianos que ya han triunfado, en la liturgia celeste, son como una respuesta a las aclamaciones del culto pagano tributado a los emperadores.
San Juan también se propone con su libro excitar las iglesias a vigilar con celo por la pureza de la fe, amenazada entonces por diversos errores doctrinales.

Argumento del Apocalipsis.
El Apocalipsis se presenta como un libro profético 109 que, mediante diversos vaticinios e imágenes, describe los hechos presentes y futuros de la Iglesia. Esta, siempre perseguida, pero siempre triunfante, alcanzará finalmente la perfecta victoria sobre sus enemigos. El autor sagrado presenta el poder pagano de su tiempo luchando encarnizadamente contra Cristo y su Iglesia. Los anticristos de que nos habla el Apocalipsis son personificaciones de fuerzas colectivas del mundo, que, a través de los siglos, tratan de destruir el poder de Jesucristo. Si bien el Apocalipsis se refiere inmediatamente a la lucha que sostenía la Iglesia con los poderes paganos, a finales del siglo i tiene, sin embargo, un valor y un significado permanente, ya que la Iglesia en la tierra es esencialmente militante. Tiene que hacer frente continuamente a todos los errores y persecuciones que surgen a través de los siglos 110.
El vidente de Patmos presenta la historia de la salvación como una gran liturgia del mundo, en la cual, por virtud del sacrificio del Cordero, se logra vencer el mal y las almas son incorporadas al reino de Dios. Por este motivo, en todas la visiones, excepto en la última se alude al Pontífice celeste y a su sacrificio 111. También se anuncia la venida gloriosa de Cristo y las últimas calamidades que precederán a su venida.

Doctrina del Apocalipsis.
El Apocalipsis es rico en enseñanzas doctrinales. Su doctrina teológica está bastante desarrollada y viene como a completar la de los evangelios y epístolas. Refleja bastante bien las creencias cristianas de finales del siglo I.
1) Dios. - El autor sagrado subraya de una manera especial la trascendencia divina. Esto se explica fácilmente si tenemos presente que en aquellos tiempos los emperadores exigían honores divinos. Dios es presentado como el Dios de la majestad, del poder y de la gloria 112. Es el Dios tres veces santo; El solo existe, pues a El solo conviene el Yo;113. Es el Señor de todas las cosas, pues les da el ser y las conserva 114. Por eso, es el Principio y el Fin de todas las cosas, el Alfa y la Omega 115. Dios es lo suficientemente poderoso para intervenir en la historia de los hombres en el momento por El determinado desde la eternidad.
2) Cristoíogía. - Se habla relativamente poco en el Apocalipsis del Cristo terrestre. En cambio, se da gran realce al Cristo glorioso en el cielo, que es descrito bajo diversas formas. Ante todo aparece como el juez enviado por Dios para vengarse de los enemigos de su Iglesia 116. Es el Hijo del hombre, que Daniel había visto venir sobre las nubes del cielo para el juicio escatológico 117. Es también el Rey-Mesías, que será entronizado en Sión y conseguirá derrotar a los reyes de la tierra rebelados contra Dios 118. Cristo es la estrella de la mañana que se da ella misma como recompensa a los cristianos 119 para que puedan vivir en su intimidad 12°. El da a los hombres la gracia y la paz 121. Recibe, como Dios, la adoración de todo el mundo creado 122. Pero, al mismo tiempo, Cristo es hombre capaz de sufrir y morir por los demás hombres. Es el Cordero muerto y resucitado 123, que ha vencido el mal con su muerte 124 y ha librado a los hombres de la esclavitud del demonio 125. Por este motivo, Cristo ha obtenido un derecho sobre la humanidad y sobre su destino. El domina las naciones 126 y dirige la historia humana 127.
3) El Espíritu Santo tiene menos importancia en el Apocalipsis que en el cuarto evangelio. Su teología es bastante embrionaria. En el prólogo 128 es presentado como dispensador de la gracia y de la paz, juntamente con el Padre y con Jesucristo. Por tres veces 129 se habla de los siete espíritus que están delante del trono de Dios: expresión que puede referirse al Espíritu Santo septiforme o a siete ángeles. El Espíritu Santo exhorta a las iglesias 13°; y, al mismo tiempo, une su voz a la de la Iglesia para implorar el retorno de Cristo 131. En general, el Espíritu aparece - en conformidad con la tradición del Antiguo Testamento - como el Espíritu de profecía 132.
4) Soteriología. - La salvación se atribuye a Dios únicamente, por oposición a los falsos salvadores imperiales 133. Jesucristo es el agente de esa salvación 134. El hombre, para obtenerla, ha de cooperar con sus buenas obras 135.
5) Angelología. - Está bastante desarrollada en el Apocalipsis. El autor sagrado nos presenta una pléyade de ángeles en torno de Dios y del Cordero. Son los anunciadores de los juicios divinos 136. Los ángeles que pertenecen a las jerarquías superiores tienen por función principal alabar a Dios 137. Todos toman parte activa en el gobierno de los hombres y de las cosas 138.
La demonología del Apocalipsis es de extraordinario interés para la teología. Satanás y los demás espíritus malignos tienen gran importancia en el libro. Satanás aparece como el gran enemigo de Dios. Arrojado del cielo 139, se vengará combatiendo sobre la tierra a los cristianos y a la Iglesia 140. Con este fin suscita dos Bestias l41: una que simboliza al Imperio romano y otra al sacerdocio pagano. Satanás y sus ayudantes se servirán de todos los medios, hasta de la persecución sangrienta, para seducir a los fieles. Sin embargo, Satanás no podrá hacer nada contra la voluntad de Dios. Será reducido a la impotencia en el día que Dios determine 142. Dios es, pues, más fuerte que el mal. Y, en consecuencia, podrá ayudar a los fieles contra los perseguidores.
6) Eclesiología. - La Iglesia constituye el punto central en torno al cual gira todo el Apocalipsis. Contra ella se desencadena la lucha de Satanás 143. Pero Cristo interviene en favor de ella. La Iglesia es el reino de Dios y de Cristo que se ha de establecer definítivamente después del exterminio de las potencias malignas 144. Pero ya se puede considerar como iniciado sobre la tierra 145. Es un reino de sacerdotes, en cuanto que todos los fieles están encargados de ofrecer a Dios el cántico de toda la creación como sacrificio de alabanza 146. Las relaciones íntimas de la Iglesia con Cristo son descritas bajo la imagen del matrimonio 147: la Iglesia es la esposa del Cordero, es decir, de Cristo, pues todos los fieles están unidos a Cristo por los lazos del amor 148. Su misión principal es alabar a Dios y servirle 149. La Iglesia del cielo está íntimamente unida a la de la tierra. Incluso ora con las mismas fórmulas de esta última, y constituye como su prolongación. Al final de los tiempos sólo habrá una Iglesia, la Jerusalén celeste 150.
7) Escatología. - La lucha de Satanás y de los poderes del mal contra Dios y su Iglesia durará cuanto dure el mundo. Después de la caída de la Roma perseguidora, la Iglesia conocerá una era de prosperidad y de paz. Esto sucederá cuando se detengan las persecuciones generalizadas contra la Iglesia. No obstante, la Iglesia siempre tendrá que pasar por períodos difíciles. Pero los fieles han de tener plena confianza, porque, por muy fuertes que sean las persecuciones, Dios siempre saldrá vencedor 151. En el último día, cuando Dios venza definitivamente a Satanás y lo arroje por siempre al infierno, entonces tendrá lugar el reino celestial en un universo totalmente renovado, del cual será excluido el mal152.
¿Cuándo tendrá lugar este paso de la Jerusalén terrestre a la Jerusalén celeste? El autor sagrado no lo dice. Sin embargo, nos advierte que el paso del mundo presente al mundo futuro será precedido por un asalto general de los poderes del mal contra la Iglesia153. Mas el retorno de Cristo triunfante la salvará 154 y señalará el comienzo del último juicio 155 y la llegada del mundo nuevo 156.
Los signos cósmicos de que nos habla el Apocalipsis 157 no han de ser tomados a la letra. Se trata de expresiones e imágenes estereotipadas y tradicionales en el profetismo del Antiguo Testamento, empleadas para designar una intervención divina en la historia humana.
8) El milenarismo. - Según el Apocalipsis 158, Satanás es arrojado al abismo, en donde permanecerá encadenado durante mil años. En el decurso de ese tiempo todos los mártires vuelven a la vida y reinan con Cristo 159. Después Satanás - suelto de nuevo - entabla una última batalla contra la Iglesia antes de ser arrojado definitivamente al estanque de fuego y azufre 160. Una vez ejecutado esto tiene lugar el último juicio precedido por la resurrección general de los muertos 161.
En los primeros siglos de la era cristiana hubo cierto número de Padres 162 que interpretaron estas visiones del Apocalipsis en sentido estrictamente literal. Cristo ha de volver un día sobre la tierra. Entonces resucitarán los mártires e incluso todos los justos, y reinarán mil años sobre la tierra. Después tendrá lugar la resurrección general, el último juicio y el comienzo del reino celestial. Estos Padres, sin embargo, admitían un milenarismo espiritual, es decir, un reino lleno de goces del espíritu y de bienes temporales. Existió también ya desde antiguo otro milenarismo carnal, según el cual los goces del milenio serían prevalentemente de tipo material, un tanto grosero y hasta pueril. Esto dio origen a extravagancias totalmente inadmisibles en la Iglesia cristiana. Los defensores más conocidos de este milenarismo en la antigüedad fueron Cerinto, Nepote, obispo de Arsínoe, Coragio y Apolinar de Laodicea 163.
En nuestro tiempo, la interpretación milenarista ha sido resucitada de nuevo por ciertas sectas protestantes, como los anabaptistas, los labadistas, los darbistas, los testigos de Jehová, y por varios autores acatólicos, los cuales insisten en la resurrección de los buenos y de los condenados, que creen encontrar afirmada en 1 Cor 15:23-24. Durante la última guerra mundial (1939-1944) la tesis milenarista volvió a hacer su aparición incluso entre los católicos. Por eso, un decreto del Santo Oficio (21 de julio de 1944) declaró formalmente que el sistema del milenarismo mitigado no podía ser enseñado sin peligro (tuto doceri non posse) 164.
Y, en efecto, el milenarismo, en cuanto enseña que Jesucristo ha de volver a vivir visiblemente entre los hombres por un período de mil años, bien sea rodeado de muchos justos resucitados, o bien sin presuponer la resurrección de estos justos, no puede ser admitido. La Iglesia Ortodoxa considera el milenarismo como una doctrina errónea y temeraria 165, pues no se apoya ni en la enseñanza de Cristo ni en la de los apóstoles. La doctrina de la fe enseña solamente dos venidas de Cristo: la primera tuvo lugar en su encarnación y nacimiento; la segunda se realizará cuando venga glorioso en la parusía, a la que seguirán inmediatamente el juicio final y la retribución 166. Por consiguiente, no hay lugar para el reino milenarista.
Teniendo en cuenta el simbolismo de San Juan y del Apocalipsis, nada hay que obligue a interpretar Ap 20:4-5 en sentido estrictamente literal. La influencia de Ezequiel sobre el autor del Apocalipsis ha sido muy grande. Ahora bien, en Ezequiel 37:1-14 la resurrección de los huesos secos simboliza la restauración de Israel, después de las pruebas del destierro babilónico. Por otra parte, esta visión precede inmediatamente a la que presenta a Gog, rey de Magog, invadiendo la Tierra Santa 167. Otro tanto sucede en el Apocalipsis, en donde la visión de la primera resurrección precede inmediatamente a la de la invasión de la Tierra Santa por Gog y Magog 168. En consecuencia, la primera resurrección de Ap 20:4-5 ha de simbolizar normalmente la renovación de la Iglesia, después del período de las grandes persecuciones. Y el reino de mil años correspondería, en este caso, a la fase terrestre de la Iglesia, desde el final de las persecuciones hasta el fin de los tiempos.
La mayoría de los autores, siguiendo a San Agustín 169, prefieren dar a este pasaje del Apocalipsis una interpretación espiritual. El Obispo de Hipona, apoyándose en Jn 5:24-29, en donde se habla de una resurrección espiritual de los muertos por el pecado, vivificados por la palabra de Jesús, distingue una doble resurrección: una espiritual, cuando el hombre escucha y acepta la palabra de Dios; otra corporal, que tendrá lugar al final de los tiempos, cuando resuciten los muertos. Según esto, la primera resurrección de Ap 20:4-5 ha de ser entendida en sentido espiritual: se trata de la resurrección espiritual de todos aquellos que encuentran la vida permaneciendo unidos a la doctrina de Cristo. El reino de mil años correspondería en dicho caso a toda la fase terrestre de la vida de la Iglesia, desde Pentecostés hasta el fin de los tiempos. Para entender mejor esto hay que tener en cuenta que el Apocalipsis no pretende describir una serie de visiones, que se sucederían en un orden estrictamente histórico. Por eso, no es necesario establecer unión cronológica entre las visiones de los capítulos 19 y 20 del Apocalipsis 170.

División del Apocalipsis.
Los autores dividen el Apocalipsis de diversas maneras. El P. Alio 171, por ejemplo, siguiendo a Bengel, lo divide en tres partes: 1) Introducción y cartas a las iglesias (Ap 1-3); 2) revelación profé-tica del futuro (Ap 4-22:5); 3) conclusión (Ap 22:6-21). Nosotros, fundándonos en las palabras del mismo Apocalipsis: Escribe lo que vieres, tanto lo presente como lo que ha de ser después de esto 172, lo dividimos en dos partes principales: Revelación a las siete iglesias del Asia sobre su estado espiritual (Ap 1:4-3:22) y visiones proféticas sobre el futuro (Ap 4:1-22:5), a las que hay que añadir un prólogo (Ap 1:1-3) Y un epílogo (Ap 22:6-21).
I. prólogo: Título del libro y afirmación de su origen divino (Ap 1:1-3).
II. primera parte: Revelación sobre el estado espiritual de las siete iglesias del Asia Menor (1:4-3:22).
1. Saludo de Juan a las siete iglesias de Asia (1:4-8).
2. Visión introductoria a todo el libro (1:9-20).
3. Las siete cartas a las iglesias (c.2-3):
a) Carta a la iglesia de Efeso (2:1-7).
b) Carta a la iglesia de Esmirna (2:8-11).
c) Carta a la iglesia de Pérgamo (2:12-17).
d) Carta a la iglesia de Tiatira (2:18-29).
e) Carta a la iglesia de Sardes (3:1-6).
f) Carta a la iglesia de Filadelfia (3:7-13).
g) Carta a la iglesia de Laodicea (3:14-22).
III. segunda parte: Las visiones proféticas sobre el futuro (4:1-22:5):
1. Visiones introductorias a la parte profética (c.4-5):
a) El Dios omnipotente y su corte (4:1-11).
b) El Cordero redentor recibe el libro de los siete sellos (5:1-14).
2. Ejecución de los decretos del libro de los siete sellos (6:1-11:19):
a) La apertura de los siete sellos manifiesta los símbolos de la justicia divina (6:1-8:1):
b) Con la apertura de los cuatro primeros sellos aparecen cuatro jinetes, que simbolizan el dominio extranjero, la guerra, el hambre y la peste (6:1-8).
2) Apertura del quinto sello. Los mártires en sus oraciones piden justicia (6:9-11).
3) Al abrir el sexto sello grandes cataclismos presagian la ira del Cordero (6:12-17).
4) Preservación de los justos en medio de los azotes (7:1-8).
5) Triunfo de los elegidos en el cielo (7:9-17).
6) Apertura del séptimo sello: silencio de media hora (8:1).
7) Visión de las siete trompetas (8:2-11:19).
1) Las oraciones de los santos aceleran la llegada del gran día (8:2-6).
2) Suenan las cuatro primeras trompetas produciendo diversas calamidades (8:7-12).
3) Un águila anuncia tres calamidades que se abatirán sobre la humanidad (8:13).
4) Quinta trompeta: Primera calamidad = Invasión de insectos infernales que atormentan a los hombres (9:1-12).
5) Sexta trompeta: Segunda calamidad = Ejército diabólico que extermina a la tercera parte de los hombres (9:13-21).
6) Inminencia del castigo: Un ángel anuncia la llegada del reino de Dios (10:1-7).
7) Juan come un librito para profetizar de nuevo (10:8-11).
8) Misión de los dos testigos y victoria de la Iglesia (11:1-13).
9) La séptima trompeta aporta el establecimiento completo del reino de Dios (11:14-19).
8. Ejecución de los decretos del librito abierto, que Juan recibió del ángel (12:1-22:5):
a) Visión de la Mujer y del Dragón (12:1-18):
1) La mujer da a luz un Niño (12,i-6).
2) Miguel lucha contra el Dragón y lo arroja del cielo (12, 7-12).
3) La Mujer huye al desierto (12:13-18).
b) Tercera calamidad: El Dragón transmite su poder a la Bestia (0.13):
1) La Bestia del Occidente: el Imperio romano (13:1-10).
2) La Bestia del Oriente: el sacerdocio pagano, que se esfuerza por embaucar a los hombres (13:11-18).
c) El Cordero y sus fieles servidores (14:1-5).
d) Tres ángeles anuncian la hora del juicio (14:6-13).
e) Siega y vendimia simbólicas de los gentiles (14:14-20).
f) Visión de las siete copas derramadas (c. 15-16):
1) Los vencedores de la Bestia entonan el cántico de Moisés y del Cordero (15:1-4).
2) Los siete azotes de las siete cpoas (15:5-16:21).
g) El castigo de Babilonia-Roma (17:1-19:10):
1) La gran Ramera (17:1-7).
2) Simbolismo de la Bestia y de la Ramera (17:8-18).
3) Un ángel anuncia solemnemente la caída de Babilonia (18:1-3),
4) El pueblo de Dios ha de huir de Babilonia (18:4-8).
5) Descripción de la ruina de Babilonia mediante los lamentos de los que vivían de ella (18:9-19).
6) Regocijo de los santos (18:20-24).
7) Cántico triunfal en el cielo (19:1-10).
h) Exterminio de las Bestias (= las naciones paganas) (19:11-20:15):
1) El Rey de reyes aparece con su ejército (19:11-16).
2) Un ángel proclama el exterminio de los enemigos de Cristo (19:17-18).
3) La Bestia y sus partidarios son vencidos y arrojados al estanque de fuego (19:19-21).
4) El Milenio, o sea el reino de mil años (20:1-6).
5) Ultima batalla escatológica de Satán contra la Iglesia (20:7-10).
6) Juicio final delante del trono de Dios (20:11-15).
i) La nueva Jerusalén (21:1-22:5):
1) La Jerusalén celestial (21:1-8).
2) Descripción de la Jerusalén futura, Esposa del Cordero (21:9-23)·
3) En ella todos encontrarán abundantes bendiciones y la bienaventuranza eterna (21:24-22:5).
IV. epílogo (22:6-21):
1. Las palabras de esta profecía son confirmadas por el ángel, por Cristo y por Juan (22:6-9).
2. Palabras de Cristo, a la Iglesia y a toda la humanidad (22:10-16).
3. El Espíritu y la Iglesia terrestre le responden con un llamamiento amoroso e insistente (22:17).
4. Juan prohibe alterar su libro (22:18-19).
5. Jesús promete su próxima venida, la cual implora el profeta (22:20).
6. Conclusión epistolar en forma de bendición (22:21).

Diversas Interpretaciones del Apocalipsis.
El carácter misterioso del Apocalipsis ha dado lugar a interpretaciones casi innumerables 173. Pero todas ellas se pueden reducir a cuatro sistemas principales.
1) Muchos autores, principalmente acatólicos 174, afirman que el Apocalipsis alude a los sucesos políticos contemporáneos del autor. Describiría la historia de aquel tiempo, es decir, la del período que corre entre la persecución de Nerón y la destrucción de Jerusalén (a.66-70). De esto se seguiría que el Apocalipsis no contiene vaticinios propiamente dichos, sino meras conjeturas acerca del futuro. Todo lo explican apoyándose en la historia contemporánea del Apocalipsis: los cinco reyes, que ya cayeron 175, serían Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón; el sexto sería Vespasiano, y el séptimo, que todavía no vino y permanecerá poco tiempo, lo identifican con Tito; el octavo, que era y ahora ya no es 176, lo entienden de Nerón redivivo.
2) Para otros muchos autores, sobre todo católicos, el Apocalipsis predeciría de una manera profética toda la historia de la Iglesia desde los orígenes hasta el fin del mundo. Y esto lo haría siguiendo las diversas épocas de la Iglesia, designadas por los siete sellos, las siete trompetas, las siete copas, etc. Así lo han creído muchos autores de la Edad Media, como Joaquín de Fiore (f 1201) 177, Nicolás de Lira (f 1340) 178, etc. Entre los escritores más recientes sostienen esta interpretación P. Drach, F. Kaulen, J. Belser, F. Gutjahr, L. Poirier. Otros autores, como A. Salmerón, L. de Alcázar 179, J. B. Bossuet, A. Calmet, F. Allioli, L. Billot, creen que las imágenes apocalípticas empleadas en el Apocalipsis se refieren tan sólo a la primera edad de la Iglesia, es decir, hasta el siglo iv ó v. Según éstos, el Apocalipsis describiría las luchas de la Iglesia con el Imperio romano y con las herejías de los primeros siglos del cristianismo 180.
3) Muchos otros escritores antiguos 181, seguidos por bastantes autores posteriores 182, interpretan el Apocalipsis en sentido escatológico. Para éstos, nuestro libro narraría los últimos hechos de la Iglesia anteriores al juicio universal y a la consumación final. Las calamidades que describe serían las señales precursoras del fin del mundo. F. Ribera, por ejemplo, nos dice 183 que los once primeros capítulos del Apocalipsis narran las calamidades anteriores al anticristo. Y los restantes capítulos describirían el reino del anticristo y las persecuciones desencadenadas por él contra la Iglesia. En general, los defensores de la tesis escatológica suelen coincidir en no restringir demasiado el tiempo escatológico, pues éste empezaría propiamente con la encarnación de Cristo. En cuyo caso vendría como a abarcar toda la historia de la Iglesia 184.
4) La exégesis científica contemporánea relaciona más estrechamente el Apocalipsis con la historia del siglo I. Sin embargo, tanto H. B. Swete 185 como E. B. Alio 186, J. Bonsirven, etc., estiman que del Apocalipsis hay que retener, sobre todo, su espíritu y un cierto número de datos que se repiten y se completan, valederos para todos los tiempos, porque expresan el drama, que durará tanto como el mundo, de la lucha de Satanás contra Dios y contra la Iglesia 187. Es, ante todo - como dice el P. Alio -, una filosofía de la historia religiosa (valedera) para todos los tiempos.188
La segunda parte del Apocalipsis (c.4-22) no trata propiamente de exhortaciones, con el fin de despertar el fervor religioso de los cristianos, recordándoles las recompensas y castigos divinos, como sucede en la primera parte (c.1-3). En la segunda parte encontrada en nueve períodos: 1) Los siete sellos. Abarcan desde Cristo hasta Juliano el Apóstata 2) Las siete trompetas. Desde Juliano hasta Gosroes y Mahoma. 3) Las siete copas. Desde Garlomagno hasta Enrique IV de Alemania. 4) Medición del templo (Ap 11:1), simboliza el papa Félix, que instituye la fiesta de la Dedicación de las iglesias. 5) Apertura del templo celeste (Ap 11:19), se refiere a la institución de la fiesta de la Purificación. 6) Los dos testigos: el patriarca de Constantinopla, Menas, y el papa Silverio. 7) La Mujer (Ap 12): Jerusalén destruida por Gosroes (605). 8) El Hijo varón: el emperador Heraclio. 9) Satanás encerrado: fundación de la Orden de Predicadores. Cf. S. Bartina, Apocalipsis de San Juan, en La Sagrada Escritura, Nuevo Testamento III (BAC, Madrid 1962) p.580.
Digamos más bien una serie de visiones de tipo apocalíptico. Ahora bien, los escritos apocalípticos son propios de un período de grave crisis o de persecución religiosa. El Apocalipsis de San Juan parece suponer esta grave situación religiosa, pues en Ap 6:9-11 se habla de mártires degollados por la palabra de Dios. En Ap 7:14 se alude a una gran muchedumbre con palmas en la mano que acaba de triunfar de la gran tribulación, es decir, de una persecución sangrienta. En el capítulo 13 nos son presentadas dos Bestias, que se sirven de todos los medios para imponer a los cristianos un culto idolátrico. Los que se resisten serán exterminados 189.
Ahora bien, esa persecución sangrienta, a la que alude el Apocalipsis, es - en opinión de la mayoría de los autores modernos - la persecución desencadenada por Roma contra los primeros cristianos. Es Roma la que se esconde bajo el nombre de Babilonia 190, la ciudad de las siete colinas 191, que ha derramado la sangre de muchos mártires y ha querido imponer al mundo el culto de sus emperadores divinizados. Por cuya razón hay que considerar como cierto que el Apocalipsis, lo mismo que la casi totalidad de los escritos apocalípticos, fue escrito ante todo haciendo referencia a una situación histórica bien precisa. Se propone levantar el ánimo de los cristianos del siglo i, cuando Roma desencadenó las primeras persecuciones contra la Iglesia.
Los fieles se preguntaban por qué Dios permitía tales violencias contra los cristianos. Cristo, al resucitar, ¿no había triunfado de la muerte, del demonio, del mundo y de todos los poderes malignos? 192 San Juan compuso el Apocalipsis para responder a esta coyuntura histórica y a esta crisis de conciencia bien determinada. Por eso, toda interpretación del Apocalipsis ha de partir de este hecho.
El autor sagrado responde al interrogante de los fieles siguiendo los principios de la tradición apocalíptica. Los fieles han de tener confianza, porque la persecución durará sólo algún tiempo. Cristo vendrá pronto 193 y exterminará a las Bestias y a los perseguidores de su Iglesia. San Juan es encargado de anunciar, ante todo, este misterio. Babilonia-Roma será destruida 194, Satanás y sus ejércitos serán arrojados al estanque de fuego 195. Y entonces el reino de Dios será definitivamente instaurado, bajo la autoridad del Cordero 196. El mensaje apocalíptico de Juan es, pues, un mensaje de esperanza en el poder de Dios, en medio de las mayores pruebas 197.

1 Áñ 1:1. - 2 Cf. Mt 11:25.27; 16:17; Rom 1:17; 1 Cor 2:10. Además, apocalipsis en el Í. Ô. puede designar bien la manifestación de verdades sobrenaturales (Le 2:32; Rom 16:25; Ef 1:17), bien una revelación particular hecha por Dios o por Jesucristo (Gal 1:12; 2 Cor 12:1; Ef 3:3; Ap 1:1), bien la aparición de Cristo al fin de los tiempos (2 Tes 1:7; 1 Cor 1:7; Rom 2:5; 1 Pe f7)· o bien la manifestación gloriosa de los hijos de Dios (Rom 8:19). Cf. J. B. Frey, Apoca-lyptique: DBS I 327. - 3 J. B. Frey, ibid., 328. - 4 M. García Cordero, Eí libro de los siete sellos: Colección Agnus (Salamanca 1962) p.22s; . Rigaux, Género literario apocalíptico: EstBib 13 (1954) 225-227; J. B. frey, Apocalyptique: BS I 326-354; J. bloch, On the Apocalyptic injudaism (Fiiadelfia 1953) p.154l G. E. Ladd, The Revelation andjewish Apocalyptique: Évangelische Quartalschrift 29 (1957) 94-100. - 5 J. B. frey, a.c.: DBS I 327. - 6 El libro de Daniel podemos considerarlo, según el P. Lagrange, como "el primero y más Perfecto de los apocalípticos (Les prophéties messianiques de Daniel: RB 13 [1904] 494ss). Gf. M. García Cordero, Biblia comentada: III. Libros proféticos (BAC, Madrid 1961) p.986-988. - 7 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem (París 1950) p.7. - 8 Cf. 1 Sam 10:155; Is 7:14; Jer 28:1555; 44:29-30. - 9 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introduction a la Bible de A. Robert-A. feuillet II (Desclée, Tournai 1959) p.712s. - 10 Ap 1:11. - 11 M. J. Lagrange, Le Messianisme chez lesjuifs (París 1909) p.41. - 12 Ap 1:20. - 13 Ap 17:9-10. - 14 Ap 19:8. - 15 Ap 6:1-8. - 16 Ap 17:4. Sobre el simbolismo del Apocalipsis véanse G. B. Escande, L'Apocalypse, document de la Rédemption. Essai sur la langue symbolique (Ginebra 1926); C. Glemen, Visionen und Bilder in der Offenbarungjohannis: ThStKr 107 (1936) 236-265; K. L. Schmidt, Die Bilder-sprache in der Johannes-Apocalypse: ThZ 3 (1947) 161-177; H. Langenberg, Dieprophetische Bildsprache der Apocalypse (Metzingen 1952) p.31i. - 17 Ap 13:1. - 18 M. E. Boismard, L' Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.8s. - 19 Cf. J. Bover-f. cantera, Sagrada Biblia 4.a ed. (BAC, Madrid 1957) ñ.é624· - 20 E. B. Allo, L'Apocalypse: Études Bibliques 3.a ed. (París 1933) p.XXXIs. - 21 Así sucede en el Henoc etiópico, en el Apocalipsis de Baruc y en el 4 Esdras. - 22 Ap 1:1.4.9. - 23 E. B. Allo, o.c. p.LXIV. - 24 Ez 3:1-2. - 25 Ez 38. - 26 Ap 4. - 27 Ez 1; 9-10. - 28 Ez 40 y capítulos siguientes. - 29 Ap 21-22. - 30 Ap 18. - 31 EZ27. - 32 Ap 11. - 33 AP21. - 34 Zac 2:1ss. - 35 Ez 40:3. - 36 Zac 3. - 37 Ap 6. - 38 Zac 6. - 39 Ap 1:75.13-20. - 40 Zac3:4; Dan7:8ss; 10,5ss; cf. Is 11:4149:2, etc. - 41 Dan 7:1-8.23-27. - 42 Ap 12:1-17. - 43 Ap 1:10. - 44 Ap 15:8. - 45 Comparar Dan 7 con Ap 13:1-8; 12:14; 17:12; 20:4; Dan3:5ss.15 con Ap 13:15; Dan 8:10 con Ap 12:4. - 46 Ap 15:2-3. - 47 Compara Ex 3:14 con Ap 1:4.8; 4:8; 11:17; 16:5; Ex 7-10 con Ap 9 y 16; Ex 25 con Ap 11:19. Cf. E. B. Allo, o.c. p.LXV; M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. alaBible de A. Robert-A. Feuillet, II p.717s; L. De Alcázar, In eas Veteris Testamentipartesquas respexit Apocalypsis libri quinqué (Lyon 1631) p.312; J. Cambier, Les images de l'Ancien Testa-ment dans l'Apocalypse de S. Jean: NRTh 77 (1955) 113-122; V. Soria, Apocalypsis y Génesis: CultBib 12 (1955) 364-369. El P. D. Dubarle cree que la imagen de la Mujer coronada de estrellas (Ap 12) depende del Cant (cf. La Femme couronné d'étoiles (Ap 12): Mélanges Bibli-ques rédigés en l'honneur de A. Robert [París 1957] P· 512-518). - 48 The Apocalypse of St. John (Londres 1947)· - 49 L'Apocalypse de Saint Jean devant la critique moderne: NRTh (1924) 513-525·596-6é8. - 50 O.c. p.LXXXVs. - 51 E. B. Allo, o.c. p.LXXXVI. - 52 J. M. Bover-F. Cantera, Sagrada Biblia (BAC, Madrid 1957) p.162s. - 53 Cf. Ap 9:13-21 y 11:1-13; 14:14-20 y 15:2-3; 16:14 Y 16:15. - 54 E. B. Allo, o.c. p.LXXXVII. - 55 Cf. Dom Gurú M. camps, Apocalipsi, en La Biblia de Montserrat XXII (1958) p.228s. - 56 Ap 1:1.4.9; 22:8. - 57 San Justino M., Diálogo con Trifón 81:4: PG 6:669. - 58 San Policarpo, Ad Phü. 6:8: PG 5:1005-1016. - 59 Andrés De Cesárea, Comm. in Apocalypsin pról.: PG 106.220. - 60 San Ireneo, Adv. haer. 4:20:11; 5:26:1; 5:30:3: PG 7:1040.1192.1207. - 61 EB.6: Fragmentum Muratorianum lín.7i. - 62 Strom. 4:25:157; 5:6:35: PG 8:1365; 9:61. - 63 In loannem, 1:14: PG 14:48.61; In Matth. 16:6: PG 13:1385. - 64 Adv. Marcionem 3:14:24: PL 2:46.340.368; De resurrectione carnis 25: PL 2:877. - 65 Eusebio (Hist. Eccl 4:26: PG 20:392) nos dice que Melitón compuso unos tratados que tenían por título: Acerca del diablo y del Apocalipsis de Juan. - 66 Gf. Eusebio, Hist. Eccl 3:28:2. - 67 Gf. Eusebio, Hist. Eccl 7:25:1-27: PG 20:69788. Los milenaristas se apoyaban en Ap 20:4-7 para admitir un reino terreno y carnal de mil años. Los cristianos muertos resucitarían para reinar con Cristo sobre la tierra. - 68 Eusebio, Hist. Eccl. 3:25:2: PG 20:268. - 69 San Basilio, Contr. Eunomium 2:14: PG 29:600; San Atanasio, Epist. fest. 39: PG 26:1437; Contr. Árlanos or. 2:23.45: PG 26:196.244; San Gregorio Niseno, Contr. Apollina-rem 37: PG 45:1208; San Cirilo De Alejandría, De adoratione in spiritu et veritate 6: PG 68, 433; San Epifanio, Haer. 51:3: PG 41:892. - 70 EB 17. Cf. Mansi, 3:924; San Agustín, Retractationes I 16: PL 32:612. - 71 EB 19. Gf. Mansi, 3:891. - 72 EB 21. Cf. PL 20:501. Se puede ver la edición crítica de esta carta hecha por H. Wurm en Apollinaris 12 (1939) 74-78. - 73 EB 27. Gf. PL 19:79:80s; Mansi, 8:145ss. - 74 EB 34 Cf. Mansi, 10:624. - 75 EB 47. Cf. Mansi, 3161736.1738. - 76 EB 59-60. Cf. Mansi, 33:22. - 77 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Jérusalem (París 1950) p.17s. - 78 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible, de A. Robert-A. Feuillet II p. 740-741. - 79 Cf. 1 Cor 12:285; Ef 4:11. - 80 Eusebio, Hist. Eccl 3:39:7; Constitutiones apostolicae 7:46:7. - 81 Cf. Responsum XIII Pont. Commissionis Biblicae (24 junio 1914) acerca del autor y del modo de composición de la epíst. a los Hebreos: EB 417. - 82 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.20. - 83 Ap 21:6; 22:17; cf. Jn 4:10.1353; 7:38. - 84 Apo_3:14; 6:10; 16:7; 19:2.9.11; Apo_21:5s; cf. Jn 1:9-4:23; 7:28; 15:1; 17:3; 6:32; 1 Jn 2:8. - 85 Cf. A. schlater, Das A. T. ¿n der johanneischen Apocalypse: Beitrage zur Fórderung christlicher Theologie 16:6 (1912); K. L. Schmidt, Die Bildersprache in der Áñ.: ThZ 3 (1947) 161-177. - 86 Gf. E. B. Allo, o.c. p.CCXXIX-CCXXXI; M. García Cordero, o.c. p.ió. - 87 Ap 1:9. - 88 Adv. haer. 5:30:3: PG 7:1207. - 89 In Apocalypsim éï,éé; 17:10: PL 5:333.338. - 90 Hist. Eccl. 3:18:4: PG 20:252. - 91 De viris illustribus 9: PL 23:625. - 92 San Epifanio, Haer. 51:12.33: PG 41:909.949- - 93 Plinio el Joven le llama Immanissima bellua (Panegyr. Traiani 48). - 94 Cf. Suetonio, Domitíanus 13. - 95 Cf. Plinio, Hi'sí. Nat. 4:12.23. - 96 Ap 2:4.14.2055; 3:2ss.16ss. - 97 Ap 2:6.15.2053. - 98 Ap 2:10.13. - 99 L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.20-22. - 100 Ap 17:10. - 101 Ap 13:3-4 - 102 A. Gelin, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Pirot-Clamer, XII (París 1951) P-586. - 103 A. Feuillet, Essai d'interpretaron du ch.n de l'Apocalypse: NTSt 4 (1957s) 183-200. - 104 Ap 1:1-11. - 105 Suetonio, Domitianus 13. Cf. A. J. Festugiére Et Fabre, Le monde gréco-romain au temps de N.-S. II 7-34. - 106 Cf. P. Touilleux, L'Apocalypse et les cuites de Domitien et de Cybéle (París 1935) p,805s; M. García Cordero, o.c. p.igs. - 107 cf. Ap 1:3; 3:11; 11:14; 22:7.12.20. ios Cf. Ap 13:16. - 109 Cf. Ap 1:3.19, etc. - 110 M. García Cordero, o.c. p.20. - 111 Cf. Ap 1:12-16; 4-5; 8:3-5; n,19; 14:1-5; 15:2-4; 19:11-16. Véanse J. Peschek, Ge-heime Offenbarung und Tempeldienst (Paderborn 1929); A. cabaniss, Ë Note on the Liturgy of Apocalypse: Interpretaron 7 (1952) 78-86; J. comblin, La Liturgie de la Nouvelle Jérusalem (Ap 21:1-22:5): EThl 29 (1953) 5-40; T. F. Torrance, Liturgie et Apocalypse: Verbum Caro 11 (1957) 28-40; G. Delling, Zum gottesdienstlichen Stil der Johannesapokalypse: NT 3 (1959) 107-137; M. H. Shepherd, Jr.,The Pashcal Liturgy and the Apocarse (Richmond 1960) P-99; B. brinkmann, De visione litúrgica in Apocalypsi S. loannis: VD n (1931) 335-342. - 112 Ap 4:2; 6:10; 11:4.15; 15:3. - 113 Ap 4:8; cf. Ex 3:14. - 114 Ap 4:8.11. - 115 Ap 1:8; 21:6. - 116 Ap 1:7.13; 19:1ss. - 117 Dan 7:13; Ap 1:7.13; 14:1 - 118 Ap 12:5; 19:15. - 119 Ap 2:28; 22:16. - 120 AP 2:1; 3:20. - 121 AÑ1-5· - 122 Ap 5:12-14. - 123 Ap 5:6. - 124 Ap 5:5. - 125 AP 5:9s. - 126 Ap 1:5 - 127 Ap 5:5; 6:1ss. Cf. D. M. Beck, The Christology ofthe Apocalypse (Nueva York 1942); E. Schmitt, Die christologische Interpretation ais das Grundlegende der Apokalypse: Theologi-sche Quartalschrift 140 (1960) 257-290. - 128 Ap 1:4. - 129 Ap 1:4; 3:1; 4:5. - 130 AP 2-3. - 131 Ap 22:17. - 132 Ap 2:7 y passim. - 133 Ap 7:10; 12:10; 19:1. - 134 Ap 1:5; 5:9; 7:14; 12:11. - 135 Ap 7:14; 12:11; 2Cr_20:12; 14:13. Cf. H. Crouzel, LedogmedelaRédemptiondansl'Ap.: BullLE 58 (1957) 6Sss. - 136 Ap 4:2-8; 5:115; 7:1; 8:7-10:11. - 137 Ap 4-5. Cf. J. Michl, Die Engelvorstellungen in der Apokalypse des hl Johannes: I Die Engel und Gott (Munich 1937). - 138 Ap 7,iss; 8:2ss; 14:16; 16:5. 141 Ap 13. - 139 Ap 12:7-9- 142 Ap 20:1-2. - 140 Ap 12:12.17- 143 Ap 12. - 144 Ap 1:6; 5:10; 11:18; 19:6; 20:6. - 145 Ap 5:10; 20:6. - 146 Ap 5:9-10; cf. Ex 19:6. Véase A. Skrinjar, Dignitates et officia Ecclesiae Apocalypti-cae: VD 23 (1943) 22-29.47-54-77-88. - 147 Ap 21:2.10; 19:7. - 148 Ap 3:20; 14:4-5; cf. Jer 2:2-3; 19:9; 21.2:9. - 149 Ap 14:1-3; 22:3-4; cf. 7.12. - 150 Ap 6:9; 7:1-17; 8:2; 14:1-5; 15:2-4. - 151 Ap 19:21; 20:10. - 152 Ap 20:11; 21,iss. - 153 Ap 19:19; 20:8-9. - 154 Ap 19:11-21; 20:9ss. - 155 Ap 20:11. - 156 M. E. boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Jérusalem p.22-26. - 157 Cf. Ap 6:12-17. - 158 Ap 20:1-6. - 159 AP20:4. - 160 Ap 20:753. - 161 Ap 20:11-15. - 162 Entre esos Padres se cuentan Papías (cf. Eusebio, Hist. Eccl. 3:39: PG 20:374), San Justino (cf. Dial, con Trifón 81:4: PG 6:668s), San Ireneo (Adv. haer. 5:30:4; 5:36:3: PG 7 1207-1224), San Hipólito (cf. San Jerónimo, De viris ill 61: PL 23:671-674), Tertuliano (Adv. Marcionem 3:24: PL 2:384-386), la Epíst. de Bernabé (15:4-9) y otros. - 163 Gf. Eusebio, Hist. Eccl. 3:28: PG 20:2743; Orígenes, De principiis 2:11: PG 11:241· - 164 El tenor del decreto es como sigue: Postremis hisce temporibus non semel ab hac Suprema S. Congregatione S. Officii quaesitum est, quid sentiendum de systemate millenarismi mitigati, docentis scilicet Ghristum Dominum ante finalem iudicium, sive praevia sive non praevia plurium iustorum resurrectione, visibiliter in hanc terram regnandi causa esse ven-turum. Re igitur examini subiecta in conventu plenario feriae IV, diei 19 iulii 1944, Emi. ac Revmi. Domini Cardinales, rebus fidei et morum tutandis praepositi, praehabito RR. Consultorum voto respondendum decreverunt, sistema millenarismi tuto doceri non posse. Cf. AAS 36 (1944) 212; G. Gilleman, Condamwtion du millénarisme mitigé: NRTh 67 (1945) 239-241; I. F. sa-güés, Millenarismus omnis reiciendus est, en Sacrae Theologiae Summa IV (BAC, Madrid 1962) p.1022-1207. - 165 Tomás, 4 Sent. dist.43 q.i a.3. - 166 Cf. D 423. - 167 Ez 38-39. - 168 Ap 20:7-10. - 169 De civitate Dei 20:7:1-2: PL 41:666-668. - 170 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Jntrod. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet II P-731-733; L. gry, Le millénarisme dans ses origines et son developpement (París 1904); C, Mo-Rrondo, Estudios milenarios (Jaén 1922); G. bardy, Millénarisme: DTC X 1760-1763; J. M. bover, El miíenarismo.yeZ magisterio eclesiástico: EstBib 2 (1951) 3-22; A. Wikenhauser, Das Problem des tausendj ahrigen Reiches in der Johannes-Apokalypse: Rómische Quartalschrift 40 (1932) 13-25; F. AlcAÑiz, Ecclesia patrística et millenarismus (Granada 1933); A. skrinjar, Apokalipsis. De regno Christi: VD 14 (1934) 289-295; H. Bietenhard, Das tausendjahrige Reich. Eme biblischtheologische Studie2 (Zürich 1955) 174ss; A. Colunga, El milenio: Sal 3 (1956) 220-227; J. F. walvoord, The Prophetic Contex ofthe Millenium: Bibliotheca Sacra ú 14 Ü957) i-9:97-10iss; A. gelin, Millénarisme: DBS V 1289-1294; G. E. Ladd, Revelation 20 and the Millenium: Review and Expositor 57 (1960) 167-175. - 171 o.c. p.XCVII-CXI. - 172 Ap 1:19. - 173 Cf. E. B. allo, L'Apocalypse p.CCXXXV-GGLXXIV; E. lohmeyer, Die Offenbar-ung des Johannes: Theologische Rundschau N. F. 6 (1934) 264-314; A. Vitti, Ultimi studi sull'Apocalisse: Bi 21 (1940) 64-78; A. Feuillet, Les diverses méthodes d'interprétation de l'Apocalypse et les commentaires receñís: AmiCler 71 (1961) 257-70. - 174 Son éstos: E. Renán, D. Vólter, O. Pfleiderer, E. Vischer, F. Spitta, H. J. Holtzmann, Bousset, Swete, Charles, A. Loisy, etc. - 175 Ap 17:10. - 176 Ap 17:11. - 177 Para Joaquín de Fiore, el Apocalipsis describe siete períodos sucesivos de la Iglesia: i) lucha de los apóstoles contra los judíos (Ap 2-3); 2) lucha de los mártires contra los romanos (Ap 4-7); 3) lucha de los doctores contra los arríanos (Ap 8-n); 4) lucha de los vírgenes (las Ordenes religiosas) contra musulmanes (Ap 12-14); 5) lucha de la Iglesia contra Babilonia = Sacro Imperio Romano; 6) época del anticristo; 7) milenio y consumación. - 178 Este escritor nos da una explicación del Apocalipsis estrictamente cronológica, dividi- - 179 Vestigatio arcani sensus in Apocalypsi (Amberes 1614) p.io25. - 180 Cf. H. Rongy, L'Application de l'Apocalypse a l'histoire universelle de l'Église primi-tive: RevEcclLiége 23 (1931-32) 92-96.220-24. - 181 San Ireneo, San Hipólito, San Victorino de Pettau, San Gregorio Magno, San Agustín, San Beda. - 182 F. Ribera, B, Pereyra, C. a Lapide, A. Bisping, L. C. Fillion, R. Cornely, Crampón, J· Ch. K. Hofmann. - 183 F. Ribera, In sacram beati lohannis Apost. et Ev. Apocalypsim Comm. (Salamanca É59è· - 184 Cf. San Agustín, De civ. Dei 20:8:1: PL 41:670. 5 The Apocalypse of the St. John (Londres 1909). - 186 S. Jean, l'Apocalypse (París 1933). - 187 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet II P-727. - 188 E. B. Allo, o.c. p.CCLXXIII. - 189 Gf. Ap 16:6; 17:6; 18:24; 19:2; 20:4; 21:8. iw Ap17,S. - 191 Ap 17:9. - 192 Gf. Jn 16:33. - 193 Ap 1:3-7; 22:10.12.20. - 194 Ap 14:8; 17-18. - 195 Ap 19:11-21; 20:7-10. - 196 Ap 5:10; 11:17; 19:6.16. - 197 Gf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet, II p.728s; A. Colunga, Los sentidos del Apocalipsis: CT 38 (1928) 300-331; J. M. Bover, El buen sentido en la interpretación del Apocalipsis: Razón y Fe 45 (1916) 48-54; L. Turrado, Sobre algunas cosas que llaman más la atención al leer el Apocalipsis: Gultbib 8 (1951) 180-185; J. G. Cepeda, Para entender el Apocalipsis: GultBib 12 (1955) 353-356.


Fuente: Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)

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Notas

Apocalipsis  17,1-18

Capítulo 17.
El Castigo de Babilonia, 17:1-19:10.
E n esta última parte del Apocalipsis, de gran trascendencia para los cristianos contemporáneos de San Juan, se nos describe el exterminio de los adversarios de la Iglesia. Primero será la ruina de Roma (17:1-19:10), después la derrota y la captura de las dos Bestias culto imperial y sacerdocio pagano (19:11-21) y, en fin, encadenamiento del Dragón (20:1-3).
La visión de los capítulos 17:1-19:10, que debía de tener una grandísima importancia para los primeros lectores del Apocalipsis, desarrolla lo que acaba de ser ejecutado por la séptima copa. San Juan nos va a describir en esta sección el aniquilamiento de la gran ciudad de Babilonia (Roma), la enemiga por excelencia de la expansión de la Iglesia en el mundo. Su caída ya había sido anunciada por dos veces en los capítulos anteriores *. El autor sagrado representa a la ciudad de Babilonia (Roma) bajo la figura de una mujer, según el uso bastante corriente en el Antiguo Testamento 2. Como ciudad, Roma se opone a Jerusalén, como mujer se opone a la Mujer del capítulo 12. Lo mismo que Jerusalén representa a la Iglesia, así Babilonia (Roma) simboliza la Iglesia del anticristo. Roma, la gran Prostituta que hace fornicar a los reyes de la tierra, es la antítesis de la Jerusalén nueva, la Esposa gloriosa del Cordero 3. Mientras Roma, la ciudad del lujo y del poder, será totalmente destruida, la ciudad santa, Jerusalén, durará por siempre.
El cuadro precedente de las siete copas de la cólera divina, derramadas sobre la tierra para castigo de los adoradores de la Bestia, no significa la ruina total de ésta ni de su imperio. La lucha de Dios contra la ciudad impía proseguirá hasta su definitiva destrucción, de la cual se habla en el capítulo 19:11-21.
La sección 17:1-19:10 se puede dividir en los siguientes puntos: i) La gran Ramera (17:1-7). 2) Simbolismo de la Bestia y de la Ramera (17:8-18). 3) Un ángel anuncia solemnemente la caída de Babilonia-Roma (18:1-3). 4) El pueblo de Dios ha de huir de Babilonia (18:4-8). 5) Descripción de la ruina de Babilonia mediante los lamentos de los que vivían en ella (18:9-19). 6) Regocijo de los santos (18:20-24). 7) Cántico triunfal en el cielo (19:1-10).



La gran Ramera, 17:1-7.
l Vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, y habló conmigo, y me dijo: Ven, te mostraré el juicio de la gran Ramera que está sentada sobre las grandes aguas, 2 con quien han fornicado los reyes de la tierra, y los moradores de la tierra se embriagaron con el vino de su fornicación. 3 Llevóme en espíritu al desierto, y vi una mujer sentada sobre una bestia bermeja, llena de nombres de blasfemia, la cual tenía siete cabezas y diez cuernos. 4 La mujer estaba vestida de púrpura y grana, y adornada de oro y piedras preciosas y perlas, y tenía en su mano una copa de oro, llena de abominaciones y de las impurezas de su fornicación. 5 Sobre su frente llevaba escrito un nombre: Misterio: Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra. 6 Vi a la mujer embriagada con la sangre de los mártires de Jesús, y, viéndola, me maravillé sobremanera. 7 Díjome el ángel: ¿De qué te maravillas? Yo te declararé el misterio de la mujer y de la bestia que la lleva, que tiene siete cabezas y diez cuernos.

Para mostrar el enlace del presente capítulo con el precedente, el vidente de Patmos nos presenta a uno de los siete ángeles de las copas, que dirige la palabra al profeta, diciéndole que quiere mostrarle el juicio de la gran Ramera sentada sobre las grandes aguas (v.1). Esta Ramera será pronto identificada con Babilonia (Roma)4, tipo de la ciudad del diablo. La prostitución, en lenguaje profético, era símbolo de la idolatría. Israel, la esposa de Yahvé, al entregarse al culto idolátrico, abandonaba a su legítimo esposo yéndose con otros 5. De ahí que la idolatría sea llamada fornicación. En Nahum 6, Nínive es representada como una meretriz, y lo mismo Tiro en Isaías 7. En Ezequiel 8 se describe a Israel bajo la forma de una mujer hermosa que se deja llevar del amor a los ídolos y abandona a Yahvé. En el Apocalipsis, esa fornicación será el culto idolátrico a Roma y a sus emperadores, sin excluir el culto pagano que en todo el imperio se tributaba a los dioses. El epíteto de Ramera que el autor sagrado da a Roma probablemente no sólo se refiere a su idolatría, sino también a la corrupción de costumbres y a los ritos licenciosos que se permitían en ciertos cultos paganos 9.
Las grandes aguas sobre las cuales estaba sentada Roma, representan los pueblos y naciones sobre los que ejercía su dominación, como nos declarará luego el autor sagrado en el v. 15. Las aguas de por sí indican inestabilidad. Por eso, Roma, asentada sobre las aguas inestables de las naciones, caerá y se arruinará. La imagen se inspira en Jeremías 10, que la aplica a Babilonia, sentada sobre el río Eufrates y sus canales, o también en Ezequiel u cuando habla de Tiro, que tenía su morada en medio de los mares. Pero al no convenir literalmente a Roma, que no estaba situada junto al mar ni junto a grandes ríos, San Juan la interpreta simbólicamente. A no ser que pensemos que para el vidente de Patmos, como para todo el que mirase a Roma desde Asia, aparecía sentada en medio del Mediterráneo. En cuyo caso habría que entender las palabras de nuestro texto en sentido literal.
Con Roma han fornicado los reyes vasallos, edificándole templos y celebrando fiestas en su honor. Y con su ejemplo arrastraron a las respectivas naciones a las prácticas idolátricas del culto imperial, embriagándolos con el vino de su fornicación (v.2). Un proverbio antiguo decía que Venus y Baco suelen andar juntos. Por eso, el ángel habla aquí del vino embriagador de la fornicación. Roma, por su parte, acogía con complacencia todos los cultos y dioses extranjeros que acudían a sus puertas. Una muestra de esto la tenemos en el Panteón, edificado precisamente para albergar a todos los dioses 12. Esto explica el que San Juan considere a Roma como la gran Meretriz que con su idolatría (fornicación) embriagaba a todos los moradores de la tierra.
El ángel lleva al vidente al desierto, como en 21:10 será trasladado también en espíritu a un monte muy alto desde el cual puede contemplar la ciudad de Jerusalén. El desierto es, por lo tanto, el escenario de la visión, porque, según la tradición judía, el desierto era el lugar en donde habitaban los espíritus impuros y las bestias salvajes 13. Otros autores, en cambio, interpretan esto en un sentido más espiritual: desierto significaría la soledad en que vive la Ramera entregada a la idolatría. Sería el desierto de la vida sin Dios, bien distinto de la soledad recogida en donde encontró refugio la Mujer de Ap 12. En este desierto el ángel le muestra a la Ramera sentada sobre una bestia bermeja, o sea de color rojo vivo escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos y el cuerpo cubierto de nombres de blasfemia (v.3), como en Rev_13:1. Esta descripción de la Bestia corresponde a la que ya encontramos en el capítulo 13, y parece ser la misma, es decir, Roma, no obstante alguna diferencia de detalle. Según el v.8, la Bestia parece identificarse con Nerón en persona, como veremos después. El color bermejo de la Bestia diría relación con la pantera, que, con el tigre, es la fiera más sanguinaria. El color rojo vivo escarlata también podría aludir a la sangre de sus persecuciones. O bien podría simbolizar la púrpura imperial, la magnificencia del Imperio triunfante sobre el cual cabalgaría Roma. La Ramera representa, por consiguiente, a Roma llevada por la Bestia-Imperio, que aparece toda cubierta de nombres de blasfemia, como en Rev_13:1. Los nombres blasfemos que cubren la Bestia son los epítetos divinos tributados a los emperadores romanos y las innumerables divinidades a las que se daba culto en el Imperio. La Bestia tiene siete cabezas, que simbolizan las siete colinas de Roma (cf. v.9), y diez cuernos, que designan a otros tantos reyes vasallos (cf. v.16). El arte asiático nos ofrece frecuentemente la imagen de dioses cabalgando sobre sus animales simbólicos. Así, la diosa Cibeles era transportada en un carro tirado por leones, y Zeus Doliquenus era representado de pie sobre un toro 14.
La mujer que cabalgaba sobre la Bestia iba vestida de púrpura y grana, adornada de todo género de joyas, y en su mano llevaba una copa de oro (v.4). La púrpura era un vestido de lujo, propio de los emperadores y de los reyes 15. Y la grana puede representar la sangre de los mártires derramada por la misma Bestia 16 y con la cual se embriagaba (v.6). La gran Ramera estaba adornada de oro y piedras preciosas y de perlas, que simbolizan las grandes riquezas que había acumulado con su meretricio. Las prostitutas de Roma y de Grecia tenían fama de adornarse hasta el exceso con púrpura, joyas y piedras preciosas. La suntuosidad del atuendo manifiesta claramente el lujo y la riqueza de la mujer, que, como reina, tenía la soberanía sobre todos los reyes de la tierra 17. Hasta qué extremo llegaron este lujo y riquezas nos lo indican bien los lamentos de los mercaderes en Rev_18:11-19. También se podrían ver en todos esos adornos los monumentos de Roma, verdaderas joyas arquitectónicas que adornaban a la capital del Imperio.
La Ramera llevaba, además, en su mano una copa de oro que contenía todas las abominaciones e impurezas de su fornicación. Es la copa que ofrece a todos los pueblos para embriagarlos, imponiéndoles el culto imperial18. Las abominaciones y suciedades que llevaba en la copa simbolizan los cultos idolátricos y las costumbres licenciosas de la Roma pagana. Tácito dice a este propósito: Quo cuneta undique atrocia aut pudenda confluunt celebranturque 19. La gran Ramera, adornada con todas las vanidades de la tierra, contrasta con la Mujer del capítulo 12, vestida de sol y coronada de estrellas 20.
San Juan puede leer también el nombre de la gran Meretriz, que llevaba escrito sobre su frente. Parece que era costumbre de las prostitutas romanas según el testimonio de Séneca y Juvenal llevar su nombre escrito en la frente. Conforme a tal uso, esta madre de las rameras llevaba también escrito el suyo (v.5). Pero el nombre que lee el vidente de Patmos está cifrado, no es el verdadero, que sería peligroso declarar, sino otro convencional, alegórico, misterioso. Es un secreto que sólo conocen los iniciados. El nombre escrito sobre su frente es Babilonia la grande. No se trata evidentemente de la Babilonia de Mesopotamia, que en aquel tiempo ya no existía, sino de Roma, la perseguidora de los cristianos. El designar a Roma con el nombre de Babilonia era un simbolismo ya conocido en aquellos tiempos 21. Lo mismo que la Babilonia histórica, opresora del pueblo judío y destinada por Dios a la destrucción 22, así también Roma sufrirá las consecuencias de la ira divina. En el Apocalipsis, siempre que se habla de Babilonia, se la llama la grande 23, como aquí. Roma, la segunda Babilonia, es la madre de las abominaciones de la tierra, porque tolera, crea y nutre en las demás naciones de su Imperio el culto idolátrico de los emperadores y todas las perversiones religiosas y morales inimaginables.
San Juan, al ver la mujer embriagada con la sangre de los mártires, se maravilló sobremanera (v.6). No puede menos de admirar la aparición imponente de Roma con todas sus riquezas y esplendor, que pronto será precipitada en el abismo. Porque la metrópoli de la idolatría se ha convertido en perseguidora de los cristianos. Esto debe de ser, probablemente, una alusión a la persecución de Nerón. Roma se ha hecho culpable del crimen de la idolatría y del asesinato de los fieles lo mismo que Jerusalén en el profeta Ezequiel 24. El embriagamiento con la sangre es una metáfora bastante común. Plinio el Viejo, hablando de Marco Antonio, dice que estaba ebrius iam sanguine civium. 25 La razón de que se dé a Roma tanta importancia en el Apocalipsis está en ser la perseguidora del nombre de Jesús en sus fieles. Sólo Roma se había levantado contra la Iglesia y contra lo que la Iglesia significaba en el mundo.
Ante la admiración de San Juan al ver a aquella gran reina que era Roma, el ángel se ofrece para explicarle el misterio de la mujer y de la bestia que la lleva (v.7). Este es un procedimiento muy frecuente en la literatura apocalíptica. La admiración, dicen los psicólogos, supone alguna ignorancia de lo que se ve o se oye, y ésta es la que va a disipar el ángel intérprete. Pero, a la verdad, la explicación que se atribuye al ángel necesita mucha luz para entenderla, ya que muchas cosas permanecen bastante oscuras. El ángel se detendrá principalmente en la explicación de la Bestia que soporta a la mujer. Esto es explicable si se tiene en cuenta que la gran Ramera es sólo un instrumento de la Bestia. El ángel explica el misterio de la Bestia empleando fórmulas misteriosas que, si bien para sus contemporáneos resultarían más inteligibles, para nosotros resultan indescifrables. Es esto algo propio del género apocalíptico. Además, resultaba peligroso para Juan y los cristianos decir las cosas demasiado claras, ya que se trataba de la condenación de Roma y del anuncio de su próxima ruina. Sin embargo, la explicación que da el ángel prepara en cierto sentido el camino para una mejor comprensión del misterio. Algo semejante encontramos en el libro de Daniel, en donde el autor sagrado presenta a voces celestes que explican visiones con palabras misteriosas o enigmas difíciles de entender 26. Y en la literatura extrabíblica se encuentran descripciones apocalípticas muy parecidas. En el libro 4 de Esdras se presenta un águila con doce alas y tres cabezas, que representa a Roma y a su Imperio 27.



Simbolismo de la Bestia y de la Ramera,Rev_17:8-18.
8 La bestia que has visto era, pero ya no es, y está a punto de subir del abismo y camina a la perdición; y se maravillarán los moradores de la tierra, cuyo nombre no está escrito en el libro de la vida desde la creación del mundo, viendo la bestia, porque era y no es, y reaparecerá. 9 Aquí está el sentido, que encierra la sabiduría. Las siete cabezas son siete montañas sobre las cuales está sentada la mujer, 10 y son siete reyes, de los cuales cinco cayeron, el uno existe y el otro no ha llegado todavía; pero, cuando venga, permanecerá poco tiempo. 11 La bestia, que era y ya no es, es también un octavo, que es de los siete, y camina a la perdición. 12 Los diez cuernos que ves son diez reyes, los cuales no han recibido aún la realeza, pero con la bestia recibirán la autoridad de reyes por una hora. 13 Estos tienen el solo pensamiento de prestar a la bestia su poder y su autoridad.14 Pelearán con el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque es el Señor de señores y Rey de reyes, y también los que están con El, llamados, y escogidos, y fieles.15 Me dijo: Las aguas que ves, sobre las cuales está sentada la ramera, son los pueblos, las muchedumbres, las naciones y las lenguas. 16 Los diez cuernos que ves, igual que la bestia, aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda, y comerán sus carnes, y la quemarán al fuego. 17 Porque Dios puso en su corazón ejecutar su designio, un solo designio, y dar a la bestia la soberanía sobre ella, hasta que se cumplan las palabras de Dios. 18 La mujer que has visto es aquella ciudad grande que tiene la soberanía sobre todos los reyes de la tierra.

Ante todo advertimos que la Ramera y la Bestia, sobre la cual cabalga, significan una sola cosa, la misma que la Bestia de Apo_13:1Ss, es decir, la Roma perseguidora de Cristo y de su Iglesia.
El ángel dice a Juan que la Bestia que ha visto era, pero ya no es, y está a punto de subir del abismo y camina a la perdición (v.8). El versículo 8 contiene una alusión bien clara a la leyenda del Nero redux y redivivus. Por eso, la Bestia debe de simbolizar a Nerón, muerto ya desde hacía tiempo, pero que la creencia popular afirmaba que había de volver un día al frente de los partos para vengarse de Roma 28. Aquí parece que sube del Hades. El libro apócrifo la Ascensión de Isaías, en cambio, lo presenta descendiendo de su firmamento: Después de los días de la consumación descenderá Belial, el gran príncipe, el rey de este mundo, que lo ha dominado desde que existe; y descenderá de su firmamento bajo la forma de un hombre, rey de iniquidad, asesino de su madre, el cual es también rey de este mundo. Y perseguirá la plantación que habrán plantado los doce apóstoles del Muy-Amado. 29 Los Oráculos sibilinos 30 también lo presentan como el asesino de su madre, que viene de las extremidades de la tierra. Vendrá dice uno de estos Oráculos sibilinos 31 de la extremidad de la tierra el hombre que ha asesinado a su madre. Las extremidades de la tierra en este caso hacen referencia a las regiones de los partos, de donde se creía que vendría el anticristo bajo la forma de Nerón redivivo. En este sentido, Sulpicio Severo dice hablando de Nerón: Creditur. sub fine saeculi mittendus, ut mysterium iniquitatis exerceat. 32 Y San Agustín refiere que en su tiempo había bastantes que aplicaban a Nerón las palabras de San Pablo en su 2Te_2:9, y veían en él al anticristo que había de venir: Unde nonnulli ipsum resurrecturum et futurum antichristum suspicantur. 33
Las expresiones era y no es y reaparecerá del v.8 vienen a ser como un remedo del nombre divino, designado como el que era y el que es 34. Igualmente la herida que tenía la Bestia 35 era la parodia de la herida del Cordero. La reaparición de la Bestia constituye también una imitación de la parusía de Cristo. De esta manera, el autor del Apocalipsis nos da un paralelismo casi completo de la Bestia respecto del Cordero.
La reaparición de la Bestia que sube del abismo o seol es una especie de resurrección que maravillará a los moradores de la tierra cuyo nombre no está escrito en el libro de la vida desde la creación del mundo (v.8). Los moradores de la tierra designan aquí, como en general en todo el Apocalipsis, a los enemigos de Dios y de su Iglesia. Son los que adoraron a la Bestia, y como idólatras, su nombre no está escrito en el libro de la vida. Según el lenguaje de la Escritura, Dios tiene su libro, en el cual están escritos los que El tiene destinados para la vida. Aquí se trata del libro de los predestinados, donde se hallan escritos los nombres de los que están predestinados para la vida eterna.
Como con lo dicho aún queda bastante oscuro el misterio de la Bestia, el ángel va a añadir alguna aclaración más. Pero la explicación que da permanece todavía enigmática, pues motivos de prudencia no permitían aclararlo más. Por eso, la explicación va dirigida al que tiene inteligencia (v.9). Pues bien, el ángel afirma que las siete cabezas son las siete colinas sobre las cuales está sentada la mujer. Evidentemente se refiere a Roma, la ciudad de las siete colinas, urbs septicollis, de la que Horacio decía: Di, quibus septem placuere colles. 36 Y Pimío el Viejo, hacia el año 70 d.C., también escribe de Roma: Complexa septem montes. 37 Los siete montes o colinas sobre los cuales se asentaba Roma son los siguientes: Palatinum, Velia, Cermalus, Oppius, Cispius, Fagutal y Suburra 38. En realidad estos siete montes son más bien colinas, pero los mismos autores latinos los designan con el nombre de montes. Este es probablemente el texto más claro de todo el Apocalipsis, que nos demuestra cómo San Juan se refiere en sus visiones a la Roma imperial, perseguidora del nombre de Cristo.
Pero las siete cabezas designan, además, a siete reyes o emperadores, a los cuales se añade un octavo, que se identifica con la Bestia que era y ya no es (v.10-11). Por lo que se refiere a estos siete reyes, que encarnan al poder romano, conviene notar que el número de siete, en el lenguaje bíblico, se toma con frecuencia no en sentido aritmético, como suma de siete unidades, sino simbólico, como expresión de una totalidad perfecta. Esto conviene tenerlo en cuenta, porque tal vez nuestro autor toma aquí el siete en tal sentido.
Este pasaje ha dado lugar a muchos cálculos e interpretaciones. El vidente de Patmos parece que tiene en la mente ocho emperadores: los cinco primeros cayeron, es decir, han muerto; el sexto subsiste, el séptimo todavía no ha llegado, pero cuando llegue tendrá un reinado breve (v.10). El octavo, que forma parte de los siete precedentes, ha muerto; pero reaparecerá para ir a la perdición (v.11). Lo raro en esta visión de San Juan es que un emperador que ha de venir en octavo lugar ya había existido antes y era muerto cuando Juan tuvo la visión. Y, al mismo tiempo, ese octavo emperador se identifica con uno de los siete ya nombrados. Por consiguiente, una de las cabezas de la Bestia parece tener doble personalidad, pues representa a dos emperadores. Este es el enigma que exige un ejercicio agudo de inteligencia. Probablemente, para los lectores del Apocalipsis contemporáneos de San Juan era más fácil que para nosotros el comprender el enigma. A nosotros nos resulta casi imposible resolverlo satisfactoriamente. Las interpretaciones entre los autores modernos son variadísimas. La interpretación que nos parece más probable es la que ve en el octavo a Domiciano (81-96 d.C.), que fue considerado por sus contemporáneos como un nuevo Nerón: portio Neronis de crudelitate, diría Tertuliano 39; el séptimo sería Tito, que reinó sólo tres años (79-81 d.C.); el sexto, Vespasiano (69-79 d.C.), bajo el cual habría tenido la visión San Juan. En cuyo caso, Galba, Otón y Vitelio serían considerados por el autor sagrado no como emperadores, sino como usurpadores 40. Los cinco primeros, que ya habían muerto, corresponderían a Nerón (54-68 d.C.), Claudio (41-54 d.C.), Calígula (37-41 d.C.), Tiberio (14-37 d· C.) y Augusto (31 a. C.-14 d.C.)41. Para otros autores, en cambio, el primero de estos cinco emperadores sería Nerón; el sexto, que aún existe, sería Domiciano, al cual sucederá el séptimo, que durará poco, y que correspondería al anciano Nerva, el cual reinó sólo dos años. Los cuatro que sucedieron a Nerón serían Galba, Otón, Vespasiano y Tito, descartando a Vitelio, que no llegó a sentarse en el trono de la ciudad imperial. También esta solución tiene sus probabilidades.
Después que los siete emperadores hayan muerto, el vidente de Patmos nos da a entender que no desaparecerá el Imperio romano, sino que continuará con otro emperador. Juan no se pronuncia sobre el número exacto de emperadores romanos que reinarán después de la muerte del séptimo, probablemente porque no lo sabía. Pero sí nos dice que la Bestia durará todavía un tiempo indefinido, porque después de los siete llega un octavo emperador. El número ocho significa la plenitud desbordante, en cuanto que supera al número siete, que simboliza la plenitud. Este octavo emperador será una nueva encarnación de la Bestia, y con él volverá a comenzar la serie de los augustos42. San Juan advierte que el octavo camina hacia la perdición, porque, en suma, los que luchan contra Dios y son enemigos de su Iglesia están condenados a la ruina.
Tal podría ser la exposición de este difícil pasaje, de esta verdadera crux interpretum del Apocalipsis.
Explicado el significado de las siete cabezas, pasa San Juan a dar la explicación de los diez cuernos de la Bestia, Estos diez cuernos representan, según la interpretación del ángel, a diez reyes vasallos del Imperio romano, que en las guerras concurrirán con sus tropas auxiliares a reforzar las legiones romanas. Los diez reyes no han recibido aún la realeza cuando Juan tuvo la visión, pero se les dará la autoridad regia que ejercerán junto con la Bestia por espacio de una hora (v.1a), es decir, por un breve período de tiempo. Según algunos autores (Charles, Loisy), San Juan vería en la Bestia a Nerón redivivus, que, ayudado por diez reyes partos el número diez es una cifra estereotipada tomada de Dan_7:24 , sería restablecido en su trono. Y con el auxilio de estos mismos reyes destruiría Roma, y les haría partícipes por poco tiempo, porque el dominio de la Bestia duraría poco de su autoridad real sobre el territorio del Imperio romano. Otros autores (Swete, Alio, etc.), en cambio, ven en la Bestia al mismo Imperio romano, y en los cuernos, un cierto número de reyes bárbaros que en tiempo de Juan todavía no poseían el poder real dentro del Imperio. Estos reyes primeramente se asociaron con Roma y persiguieron a la Iglesia de Cristo, pero cuando vieron al Imperio debilitado por revoluciones intestinas, entonces se rebelaron contra Roma y cayeron sobre ella para destruirla (cf. v.16). P. Touilleux43 propone la hipótesis según la cual los diez reyes representarían el colegio sacerdotal de Atis, en Pesifonte (Galacia), que eran reyes titulares, pero no tenían poder real. No obstante, gozaban de una gran autoridad en la provincia de Galacia, en el Asia Menor. Sin embargo, es poco probable que la Bestia pudiera destruir a Roma con este puñado de sacerdotes de una provincia del Imperio44.
Los diez reyes solo piensan en prestar su apoyo y autoridad a la Bestia (v.13) para perseguir a los cristianos y luchar contra el Cordero. Pero el Cordero los vencerá, porque es el Rey de reyes y el Señor de señores (v.14). Con El vencerán los suyos, sus fieles y escogidos servidores que forman su ejército. Esta batalla y el triunfo del Cordero serán descritos en Rev_19:11-21; Rev_20:7-10. Será el cumplimiento de lo que decía San Juan en Rev_2:26-27. El cristiano que sea fiel a su fe y se mantenga firme en la lucha contra el demonio es llamado vencedor en el Apocalipsis45. El Cordero logrará con toda certeza la victoria, porque es el Señor de señores y el Rey de reyes, es decir, el señor supremo y el rey supremo de todo el universo 46. Estas expresiones se encuentran ya en el Antiguo Testamento. En un pasaje del Deuteronomio 47 se dice que Yahvé es el Señor de los señores, o sea el amo, el dueño supremo de todos los poderes y de todos los señoríos de este mundo. Y el profeta Daniel nos refiere que Nabucodonosor proclamó a Yahvé, Dios de Israel, como Señor de los reyes 48, para dar a entender que Dios es el rey supremo de todos los reyes de la tierra y que a El deben someterse y prestarle rendida obediencia. San Juan aplica estos títulos divinos, que el Antiguo Testamento daba únicamente a Yahvé, a Jesucristo. De donde se deduce claramente que para el autor del Apocalipsis Cristo es verdadero Dios, y como tal invencible49.
El ángel, que hasta aquí ha hablado del simbolismo de la Bestia, comienza ahora a explicar el significado de la gran Ramera. Las aguas sobre las cuales estaba sentada la Ramera representan la muchedumbre de los pueblos, naciones y lenguas (í.Àæ) que forman el Imperio romano50. El mayor peligro para Roma residía en ese conglomerado de pueblos sobre los que se asentaba su poder imperial. Porque Roma los dominaba imperfectamente, y era de prever que un día se rebelarían contra ella y la arruinarían. Por eso, el ángel dice a Juan que de la muchedumbre de pueblos dominados por Roma surgirían diez reyes, representados por los diez cuernos, que habían de acabar con ella. El Cordero vencerá a la Ramera y a los diez reyes, como ya se dijo en el v.14. Pero para obtener esta victoria se servirá de sus mismos enemigos. La Bestia sobre la cual cabalgaba la Ramera aborrecerá a ésta y se unirá a los diez reyes para combatir contra la Ramera y destruirla (v.16). Por consiguiente, serán los mismos partidarios de la Meretriz los que se convertirán en sus destructores. Estos manifestarán su odio contra la gran Ramera, dejándola desolada, desierta de habitantes y de riquezas; desnuda de sus atavíos y joyas arquitectónicas; consumida por el saqueo y el bandidaje y destruida por el fuego. La ruina será completa e irreparable.
El castigo de la gran Ramera se inspira en Ezequiel51, en donde el profeta representa a Israel y a Judá bajo la imagen de dos hermanas de malas costumbres, que serán condenadas a la pena impuesta a las adúlteras. El castigo que aquí el autor del Apocalipsis nos anuncia como futuro se nos cuenta en Rev_19:11-21 como ya realizado. Y precisamente en el capítulo 19 del Apocalipsis, el vidente recurre de nuevo a Ezequiel 38-39, de donde tomó la imagen para describirnos la victoria. En estos capítulos de Ezequiel vemos incorporados al ejército de Gog pueblos innumerables, todos unidos en el deseo de acabar con el pueblo de Dios. Este mora tranquilo en sus ciudades sin murallas de Palestina, porque, como dirá el profeta Zacarías 52, el Señor será para ellos como una muralla de fuego. En el momento de mayor peligro Dios viene en ayuda de su pueblo, suscitando en el vasto campamento enemigo el espíritu de discordia, la guerra civil, que acabará con todos los enemigos. Pues tal será la victoria del Cordero contra la Ramera. Los suyos mismos se levantarán contra ella, la despojarán de sus ricos vestidos y de sus joyas y la entregarán al fuego. Cuando las legiones de Vespasiano, mandadas por su hijo Tito, entraron en Roma, hubieron de luchar en la ciudad misma con las legiones de Vitelio, y, en el ardor de la refriega, muchos monumentos, entre ellos el templo de Júpiter Capitolino, quedaron reducidos a pavesas. Y en el siglo í los pueblos que habían estado al servicio de Roma fueron los que más contribuyeron a la caída del imperio de Occidente. Esto ya había comenzado a realizarse siglos antes. Tal debe de ser lo que aquí se propone significar el autor sagrado. El poder del Cordero se manifiesta haciendo que sus enemigos se destruyan unos a otros. Es la victoria más completa y la más barata.
La destrucción de Roma por sus propios aliados es, en la perspectiva teológica de San Juan, un efecto de un designio permisivo y providencial de Dios. El Señor es el que dirige la historia del mundo hasta el cumplimiento íntegro de sus designios. El, en los misteriosos designios de su providencia, queriendo castigar a la gran Ramera, ha dispuesto que los diez reyes se uniesen contra ella y la destruyesen. Pero, al mismo tiempo, también ha permitido que estos reyes cayesen bajo el dominio de la Bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios (v.17), con la destrucción de todas las potencias enemigas y la venida triunfal del reino de Jesucristo 53. San Juan considera la historia humana como una lucha continua entre las fuerzas del bien y del mal. Al fin terminarán por imponerse las fuerzas que defienden el bien.
El ángel termina revelando claramente la identidad de la gran Ramera (v.18). La mujer que has visto es aquella ciudad grande que tiene la soberanía sobre todos los reyes de la tierra. En el siglo i, en el que escribía Juan el Apocalipsis, la ciudad que tiene la soberanía sobre todos los reyes de la tierra, es decir, la capital del mundo de entonces, sólo podía designar a Roma. Además, el título de ciudad grande es empleado habitualmente para designar a Roma. Esta declaración del ángel, junto con la del v.q sobre la ciudad asentada sobre siete colinas, permite una interpretación segura de estos pasajes y de todo el Apocalipsis 54.
El P. Alio ve en el v.18 un fino sarcasmo, como si el autor sagrado dijera: ¿Ves esa ciudad cuya suerte miserable acabo de mostrarte? Pues bien, ella se cree, en su potencia presente, la dominadora perpetua de la tierra 55.

1 Rev_14:8; Rev_16:19. 2 Isa_23:16-17; Nah_3:4. 3 Cf. Ap 21.2SS. 4 Rev_18:2-3. 5 Os 1-2', Ez 16; 23. 6 Nah_3:4. 7 Isa_23:16-17. 8 Eze_16:15-63. 9 Cf. Tácito , Amales 15:44. 10 Jer_51:13. 11 EZ28.2. 12 M. García Cordero, o.c. p.178. 13 Isa_34:9-15; Lev_11:24. 14 Cf. Daremberg-Saglio, Dtct. cíes antiq., art. Cybéle p.1687; Contenau, Manuel d'ar-chéologie oriéntale (París 1927) I fig.143; M. García Cordero, o.c. p.179. 15 Cf. Jua_19:2. 16 Rev_18:23-24- 17 Rev_17:18. 18 Rev_14:8; Rev_18:3.6.23; cf. Jer_51:7. 19 Tácito, Annales 15.44· 20 E. B. Allo, o.c. p.268. 21 Cf. 1 Pe 5:13- 22 Cf. Isa_21:1-10; Jer 51. 23 Rev_14:8; Rev_16:19; Rev_18:2. 24 Eze_16:36-38; Eze_23:37-45. 25 Plinio El Viejo, Historia Naturalis 14:22:28 26 Dan_7:15-27; Dan_8:15-26. 27 4 Esd_12:10-34. Cf. S. Bartina, o.c. 1x758-759. 28 Cf. Rev_17:16-17. Ver Tácito, Historia 2:8; Suetonio, Ñero 40.47.57. 29 Ascensión de Isaías 4:2-3. Este apócrifo fue compuesto parte en el siglo i y siglo Ji d.C. parte en el 30 Oráculos sibil IV 119-122.137-139; V 143-147.363. 31 Oráculos sibil VIH 71. 32 Historia sacra 2:29: PL 20:145. Acerca de la identificación de Nerón redivivo con el anticristo se pueden consultar R. H. Charles, The Ascensión of Isaiah (Londres 1900) p.LI-LXXIH; E. Tisserant, Ascensión d'Isaie (París 1909) p.29-31. 33 De civitate Dei 20, 19 : PL 41,686. 34 Rev_1:4.8; Rev_4:8. 35 Rev_13:3.14. 36 Horacio, Carmen saeculare 7. 37 Pumo el Viejo, Ilist. Nat. 3:9. 38 Cf. U. E. Paoli, Urbs. La vida en la antigua Roma (Barcelona 1944) p.310-311.360. 39 Apologeticum 5. Cf. R. Sghütz, Die Offenbarung des Johannes und Kaiser Domitian (Góttingen 1933); P. touilleux, L'Apocalypse et les cuites de Domitien et de Cybéle (París 1935); J- Moreau, A propos de la persecution de Domitien: La Nouvelle Clio 5 (1953) 121ss. 40 El reinado de estos tres emperadores abarcó complexivamente un año y medio. Suetonpe: del Apocalipsis. 41 A. Gelin, o.c. p.64y; L. Brun, Die Rómischen Kaiser in der Apokalypse: ZNTW 26 (1927) 128-151; L. Homo, Les empereurs romains et le christianisme (París 1931)· 42 E. B. Allo, o.c. p.271. 43 O.c. p.Sj. 44 Cf. Dom Guiu M. Camps, o.c. p.325-326; A. Gelin, o.c. p.647. 45 Rev_2:7.11.17.26; Rev_3:5.12.21. 46 Señor de señores y Rey de reyes son dos superlativos semíticos que expresan la señoría y la realeza supremas. 47 Deu_10:17. 48 Dan_2:47. 49 S. Bartina, o.c., p.765. 50 A propósito de esto se puede ver lo que dejamos dicho sobre Rev_17:1. 51 !; Eze_23:25-29. 52 Zac_2:5. 53 M. Sales, o.c. p.666. 54 Cf. J. Sickenberger, Die Johannesapokalypse und Rom: BZ 18 (1926) 270-282; Ñ. Êåô-Ter, Der rómische Staat in der Apokalypse: Trierer Theologische Studien (1941) 70-93; Ñ. Ì. Campos, Roma como corporificacáo do mal na literatura sibilina e apocalíptica: Revista de Historia 3:7 (1951) 15-47; S. Bartina, o.c. p.764-766; M. García Cordero, o.c. p. 180-184· 55 E. B. Allo, o.c. p.27S.